El despertar del amor - Victoria Pade - E-Book
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El despertar del amor E-Book

VICTORIA PADE

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Beschreibung

Era la primera vez que Eden Perry iba a Northbridge desde que se había graduado en el instituto, y aún seguía sintiéndose como un patito feo. Sin embargo, el pueblo entero se quedó impresionado con su transformación, y también su amor de juventud, Cameron Pratt. Por supuesto, él no había hecho más que mejorar con los años. Cameron y Eden tenían que trabajar juntos en una investigación, y eso supuso que entre ellos hubiera cada vez más intimidad, pero ¿podría Eden superar los miedos de la tímida adolescente que todavía llevaba dentro a pesar de su explosiva apariencia?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Victoria Pade

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El despertar del amor, n.º 1764- marzo 2019

Título original: Hometown Cinderella

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-440-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

 

AHÍ está…

Cam Pratt estaba en la sala de descanso de la comisaría. Su turno había terminado y fregaba una taza de café cuando Luke Walker asomó la cabeza.

—¿Quién? —Cam echó detergente en la taza y miró a su amigo y compañero.

—Eden Perry —dijo Luke con una sonrisa.

—¿Ahora aparece? —Cam gruñó mientras fruncía el ceño.

—Ahora mismo. Acaba de entrar por la puerta. Quiere echar una ojeada al ordenador.

—Son las cuatro y media y tú estás de servicio, yo no. Enséñaselo tú —dijo Cam.

—De eso nada. Se decidió que sería toda tuya. Aunque suponga trabajar con alguien con quien tienes un problema que arrastras desde el instituto. Y ya que te he pillado antes de marcharte…

—Volveré en un minuto —dijo Cam mientras fruncía los labios.

—No la reconocerás —dejó caer Luke antes de desaparecer.

A Cam no podría importarle menos reconocer o no a Eden Perry. Ese grano en el trasero…

Frenó sus pensamientos en seco, sabedor de que el pasado no haría sino irritarle, como cada vez que pensaba en él… o en Eden Perry. Como cada vez que había pensado en ella tras saber que supervisaría el trabajo de la antigua chica del pueblo y artista forense.

Había intentado convencer a su superior de que le dejara fuera de esa parte de la investigación que llevaba él desde hacía meses, y no había funcionado. Luke tenía razón, era toda suya.

Le gustara o no.

Le gustara o no Eden Perry.

Y desde luego, no le gustaba Eden Perry. Ni tener ningún contacto con ella, mucho menos trabajar con ella. De hecho, tras su vuelta dos años antes a la pequeña ciudad de Northbridge en Montana, se había alegrado de saber que Eden Perry se había marchado a la universidad poco después que él y que apenas había vuelto de visita desde entonces.

Pero, al parecer, algo había cambiado y ella estaba de vuelta. Había vuelto para quedarse, y para hacer una reconstrucción cronológica del aspecto de la mujer en la que se centraba la investigación de un viejo caso, que también era el mayor escándalo que había sacudido Northbridge. Y, para empeorar las cosas, Eden Perry también sería su vecina.

«Y por eso decidiste intentar soportarla, ¿recuerdas?», se dijo a sí mismo mientras volvía a fregar la taza distraídamente. No tenía ninguna prisa por encontrarse con la persona que hubiera preferido no volver a ver en su vida.

Pero no tenía otra opción, y lo sabía.

Por otro lado, cuanto antes empezaran, antes terminarían con ello. Al menos con el trabajo, ya que no podría evitar seguir siendo su vecino.

A lo mejor lograrían ignorarse mutuamente después de terminar el caso.

«Pero que Dios me perdone, porque si abre esa bocaza, no me importa quién sea ni la suerte que tenemos de que esté aquí, la obligaré a cerrarla», pensó mientras frotaba la taza con fervor.

 

 

—Trabajarás con Cam Pratt —le dijo Luke Walker a Eden, que esperaba en la sala—. No sé si te acuerdas de él…

—Le recuerdo —dijo Eden, nada contenta con la noticia.

—Del instituto —añadió Luke—. Los dos os graduasteis el mismo año, ¿verdad? Recuerdo que empezaste el instituto conmigo, pero después te saltaste un curso, ¿verdad?

—Verdad —confirmó ella, algo tensa. No se había sentido tensa hasta la mención del nombre de Cam Pratt—. No sabía que estuviera en el cuerpo… ni siquiera en Northbridge. Lo último que supe de él fue que ya no vivía aquí.

—Volvió hará un par de años.

—Ya —dijo Eden ante la irrelevante revelación, aunque sentía ganas de echarse atrás—. ¿Hay algún motivo en especial por el que trabajaré con Cam y no contigo o con otra persona?

—Sí. Cam fue durante muchos años policía en Detroit. Tiene experiencia con lo que tú haces, pero para los demás será la primera vez. Era lo más lógico.

Eden asintió, irritada por su propio nerviosismo, y sin saber qué más decirle a Luke Walker desde que su mente bullía en otra dirección.

—Acabo de empezar mi turno —Luke rompió el incómodo silencio—. Debería salir a patrullar…

—Adelante. No tienes que quedarte por mí. Márchate.

—Cam vendrá enseguida. Acaba de terminar por hoy y está recogiendo sus cosas. No tardará. ¿Por qué no te sientas en su despacho? Es el que está enfrente del mío.

Eden asintió, aunque no se movió. Estaba perdida en sus pensamientos. Por supuesto, Cam Pratt no dudaría en dejarla allí de pie, esperando. A fin de cuentas, ella no era más que una insignificancia, y él seguramente sería el mismo fenómeno de entonces. El hombre. El tipo con el que todas las chicas, salvo Eden, habían querido liarse. Lo normal era que apareciera cuando se dignara a hacerlo, ni un segundo antes, como si le estuviera haciendo un favor, porque seguramente pensaba que se lo hacía.

Eden se obligó a centrarse, asustada por volver a pensar como habría hecho catorce años antes.

—¿Estás bien? De repente te has puesto muy roja —dijo Luke Walker.

Él tampoco se había movido, sin duda esperando a que ella se sentara.

—Hace un poco de calor aquí —ella se tocó la mejilla con la mano—. Debería quitarme el abrigo.

—Y deberías sentarte —insistió Luke.

—Estoy bien —ella se quitó el abrigo y lo colgó del respaldo de la silla que él le mostró—. Márchate. No hay motivo para que te quedes, en serio. Las comisarías no son nada nuevo para mí.

Luke Walker asintió y se dirigió al perchero donde tenía su cazadora, pero sin dejar de mirarla.

¿Estaba siendo ridícula?

Eden esperaba que no.

Era increíble cómo la mención del nombre de Cam Pratt la había transportado de vuelta al instituto. A la rarita sabelotodo gafotas con aparato dental, pelo rizado, delantera plana, en un curso al que pertenecía cerebralmente, pero no socialmente. Había sufrido burlas diarias y, de repente, la habían obligado a enfrentarse a la estrella de aquel entonces. Cara a cara.

Y no se había enfrentado bien. Al menos no se sentía orgullosa de ello. En realidad, le avergonzaba recordar esa época de su vida. Del tiempo compartido con Cam… y el modo en que se había comportado con él.

—Creo que iré al aseo —dijo ella de repente, para huir de la mirada de Luke. Además, necesitaba unos minutos para recomponerse.

—El aseo de señoras está al final del pasillo —dijo él mientras señalaba con el pulgar.

—Genial. Gracias. Me ha encantado volver a verte —dijo ella en un intento de lograr que él se marchara y mientras se dirigía hacia donde él había señalado.

—Sí. Lo mismo digo —contestó él sin revelar sus intenciones de quedarse o marcharse.

Eden pensó que, a lo mejor, no sería tan mala idea que Luke se quedara. Pudiera ser que lo mejor fuera que hubiera un intermediario durante su encuentro con Cam Pratt.

Cam Pratt.

Iba a trabajar con Cam Pratt. Eden dejó que la idea se aposentara en su mente mientras cerraba la puerta del aseo tras ella.

Cam Pratt y no otro.

Ningún crimen sin castigo…

No era que ella hubiera cometido ningún crimen, pero había sido una bruja con él. Lo bastante como para sentirse arrepentida de sí misma.

Con suerte, él no se acordaría. A lo mejor para él no había significado nada. Al menos, no gran cosa. Algo que ni siquiera merecería la pena recordar…

Entraba dentro de lo posible: que ella le hubiera dado más importancia que él. A fin de cuentas, él había sido el ser supremo en el instituto, y ella una completa y absoluta nulidad. Seguramente ni se acordaba de ella, y mucho menos de lo que le había hecho catorce años atrás. Estaba haciendo una montaña de un grano de arena.

Era un nuevo día. Una nueva página. Un nuevo capítulo. Debería tomarse las cosas según se produjeran, sin anticipar siempre lo peor.

Aunque no le resultaba fácil cuando todas sus viejas inseguridades se agolpaban en la mente. Cuando la ofensa parecía, instintivamente, la mejor defensa, igual que hacía catorce años.

Pero las cosas habían cambiado. Ella había cambiado, tal y como demostraba la imagen que le devolvía el espejo. Ya no había rastro de la sabelotodo. Ya no había aparato en los dientes, que eran completamente rectos. Ya no había gafas, sustituidas primero por lentillas y, posteriormente, por la cirugía ocular. Lo único que adornaba sus ojos azules era el rímel de las pestañas.

En su piel no había rastro de imperfecciones ni manchas rojas. Era una piel fina y cremosa, iluminada únicamente con un toque de colorete en las mejillas.

Su cuerpo había crecido proporcionalmente a sus brazos y piernas. Afortunadamente nada desentonaba, a diferencia de cuando no era más que un saco de huesos.

Su busto se había desarrollado, y ya nadie dudaba de su carácter femenino desde que era capaz de llenar un sujetador de la copa B.

Su cabello se había oscurecido hasta adquirir un tono rojo siena, y en catorce años nadie la había vuelto a llamar «zanahoria». La loción con que impregnaba esos cabellos conseguía que sus salvajes rizos se transformaran en unas suaves ondas que le llegaban a los hombros.

De modo que, no, ya no tenía un aspecto raro. No había motivo para que la pusieran motes, ni la insultaran, ni la atormentaran. Y ya no había motivo para prepararse para esas situaciones.

Un nuevo día. Una nueva página. Un nuevo capítulo.

Decidió que Cam Pratt seguramente no se había sentido afectado por lo borde que había sido con él, y que no habría pensado en ella desde entonces.

Eden se alisó la blusa blanca que llevaba bajo el suéter beige, y se aseguró de que estuviera bien metida en los pantalones. Por último, se irguió mientras echaba una ojeada al efecto final y decidió que el momento presente no tenía nada que ver con el pasado.

Catorce años era mucho tiempo. Lo sucedido entonces ya sería agua pasada…

Sin embargo, cuando abandonó el aseo minutos después y volvió a la sala principal, toda su seguridad se esfumó.

¿Qué se había creído? ¿Que Cam Pratt no la recordaría, ni el modo en que lo había tratado? ¿Que no le había afectado?

Porque ahí estaba, esperándola.

Eden jamás había visto mayor expresión de rencor, que la que le dedicaba Cam Pratt.

Se quedó helada a la entrada de la sala ante la mirada del hombre de metro ochenta y ocho con el que se había mostrado tan cruel años atrás.

Pero… ¿qué podía hacer?, no podía salir corriendo en dirección contraria. De modo que respiró hondo para calmarse y se acercó hasta el hombre que se hallaba apoyado contra la pared, junto a la sala de fotocopias, con los brazos cruzados sobre un amplio pecho enfundado en el uniforme azul.

—¿Cam? —preguntó ella, a pesar de que no había duda de quién era. Aunque había madurado y se había convertido en un ejemplar mucho más atractivo de lo que había sido la última vez que se habían visto… algo que ella intentaba ignorar.

Las oscuras cejas que hacían juego con los cabellos castaño oscuro se juntaron ligeramente, lo suficiente para que ella captara la sorpresa que había producido en él la nueva versión de Eden.

—Eden —contestó Cam fríamente. A diferencia del cumplido que le había dedicado Luke Walker al saber quién era ella, Cam Pratt no parecía impresionado por las mejoras.

De repente, ella se dio cuenta de que no sabía por dónde seguir. Dado que era obvio que la recordaba, y lo que había sucedido catorce años atrás, Eden se preguntó si sería demasiado tarde para una disculpa. ¿Debía admitir que sabía que se había portado fatal? ¿Que lo lamentaba?

De algún modo, le pareció que, si lo hacía, la situación se volvería aún más incómoda. Y ya era tan incómoda que se palpaba la tensión en el aire. Quizás lo mejor sería partir de cero.

—Siento retenerte aquí cuando ya estabas a punto de marcharte —ella se cuadró y adoptó el aire puramente profesional que utilizaba para trabajar con personas a quienes no conocía—. Sólo quería ver el equipo que voy a utilizar para asegurarme de que tiene todo lo necesario. Y, si no te importa, me gustaría conocer el estado del caso, y exactamente qué se espera de mí.

—Me han ordenado que me ponga a tu disposición, para lo que sea, de modo que supongo que tienes el derecho a retenerme.

—Derecho o no, no volverá a suceder —dijo ella amablemente, haciendo caso omiso del tono hostil de las palabras de él—. En lo sucesivo, me aseguraré de venir durante tu turno.

—Bueno, eso ya lo veremos, ¿no? —dijo él con incredulidad antes de separarse de la pared y señalar hacia una puerta—. El ordenador que necesitas está ahí dentro —añadió mientras abría la puerta y le cedía el paso.

Eden comprendió que Cam estaba decidido a mostrarse desagradable con ella, y mientras entraba en la pequeña habitación, se dijo a sí misma que no era ni más ni menos que lo que se merecía.

—Lo he comprobado —él la siguió dentro del despacho y se colocó ante el ordenador—. Debería bastar para cubrir tus necesidades en cuanto a memoria y demás.

—Bien —dijo Eden, aliviada por poder posar sus ojos en algo que no fuera Cam, mientras repasaba con la mirada el material disponible.

—Compruébalo tú misma. Supongo que no se puede confiar en que yo sepa lo que hago.

—Sólo quería comprobar si había un escáner y si puedo conectar una cámara en caso necesario.

Él suspiró audiblemente, como si se estuviera controlando, pero no hizo ningún comentario más. Era evidente que tenía prisa por acabar con todo, y procedió a relatarle los hechos del caso en el que iba a trabajar.

—Como sabes, buscamos a Celeste Perry…

—Mi abuela —aclaró Eden, satisfecha con las prestaciones del ordenador.

—Lo que sabemos —continuó él—, es que Mickey Rider y Frank Dorian atracaron el banco de Northbridge en 1960. Hace unos meses, se encontró una mochila con las pertenencias de Mickey Rider debajo del puente. Había unas manchas de sangre que resultaron ser de Rider y, poco después, se descubrieron unos restos humanos en el bosque, no muy lejos del puente.

Las palabras de Cam no podrían haber sido más escuetas, pero Eden lo prefirió al sarcasmo. Por algún motivo que ella no lograba comprender, le costaba mucho concentrarse en otra cosa que no fueran los ojos de Cam, de un azul tan oscuro que parecían casi negros.

—Los restos fueron examinados —continuó él—, e identificados como pertenecientes a Rider, siendo la causa aparente de la muerte un golpe en la cabeza. Frank Dorian, el hombre con el que se fugó Celeste, fue detenido por el FBI varios meses después del robo y murió durante un intento de fuga antes de llegar a juicio. Dado que ahora sabemos que ambos atracadores están muertos, y Rider seguramente asesinado, y dado que nunca se recuperó el dinero del robo, el interés por Celeste ha resurgido.

—¿Hay alguna sospecha de que ella asesinara a Rider? —preguntó Eden tras lograr centrarse en las palabras de Cam en lugar de en su media barba, rústica y a la vez refinada.

—No diré que Celeste no sea sospechosa —contestó él—. Cuando el FBI interrogó a Dorian, él insistió en que tu abuela no había intervenido en el robo, y, al mismo tiempo, aseguró que su compinche se había llevado la mitad del dinero, pero no había evidencias de que Rider estuviera muerto, ni de si Celeste estaba implicada o no. Ahora todas las preguntas han resurgido.

—Y, como mínimo, Celeste habría sido cómplice antes o después del suceso —intervino Eden mientras calculaba la longitud de la nariz del hombre, cuyo puente resultaba muy sexy.

—Como he dicho, hay un renovado interés por Celeste.

—¿Y cuál es mi función? —preguntó Eden mientras se esforzaba por concentrarse.

—Cuando Dorian fue interrogado, dijo que Celeste había engordado mucho. Además, una mujer de Bozeman cree haber trabajado con Celeste en 1968. Tenemos una descripción suya para que puedas empezar a trabajar, y también la describió como una persona gruesa…

—Celeste… mi abuela… ¿estuvo aquí al lado, en Bozeman? No tenía ni idea —Eden se mostró sorprendida y se consoló estudiando las patillas de Cam, ni demasiado largas, ni demasiado cortas.

—Sí, parece que tu abuela vivió en Bozeman, haciéndose llamar Charlotte Pierce. ¿Te dice algo?

—No —Eden negó con la cabeza—. El nombre de Charlotte Pierce no me resulta familiar. Y estoy segura de que mi familia ya te lo dijo cuando fue interrogada, pero ni siquiera recuerdo haber estado en contacto con alguien que pudiera ser Celeste. Ni con nadie que me intrigara.

—Esa información fue transmitida y anotada en los informes —confirmó él—. Pero entre el aumento de peso y los años transcurridos, pensamos que una secuencia cronológica de sus cambios podría ayudar a saber qué aspecto tendría ahora. Nos gustaría determinar, a ser posible, si volvió a Northbridge, o si pasó por aquí para ver a sus hijos, tal y como le dijo a varias personas que tenía planeado hacer.

—Mi padre y mi tío… —dijo Eden mientras su mirada se apartaba de los ondulados cabellos de Cam, algo más largos en la parte delantera. Pero hablaban del aspecto de su abuela, no del de Cam, se obligó a recordar—. De modo que tengo la descripción de la mujer de Bozeman y, ¿qué más? No puede haber muchas fotos de Celeste. Yo no he visto ninguna jamás.

—Eso es porque tu abuelo las destruyó todas cuando ella se marchó. La única foto que tenemos es la del artículo del periódico que se publicó cuando ella y el reverendo llegaron a la ciudad. En la foto tendría veintitantos años, y no nos ha servido de mucho. Esperamos que lo que sea que obtengas tú se parezca más a su aspecto pasado un tiempo, y que pueda despertar los recuerdos de alguien. Si Celeste volvió aquí, puede que dejara alguna pista sobre su destino posterior, o su destino actual, si sigue viva.

—O si vino a Northbridge para quedarse. Mis hermanas y mis primos me contaron que se especulaba con esa posibilidad.

—Algo hay —admitió Cam—. Y eso es todo. Salvo por el hecho de que el FBI y los investigadores del estado nos presionan para aclarar el tema. Los restos encontrados se hallaron en noviembre. Entre esperar los resultados del forense y el parón de las vacaciones, y luego esperar tu llegada, han pasado dos meses, y suma y sigue, sin hacer nada.

Lo dijo como si fuera culpa de Eden y ella sintió la necesidad de justificarse.

—Antes de Navidad yo trabajaba en otro caso, y luego tuve que volver a Hawái para recoger mis pertenencias, en realidad toda mi vida, y organizarlo todo para instalarme aquí. He llegado esta mañana, conduciendo detrás del camión de la mudanza. Tuve que esperar a que descargaran mis cosas y, en cuanto estuvo hecho, vine aquí porque sé que esto corre prisa. Si tanto urgía, podíais haber llamado a otra persona para el trabajo. Ni siquiera es mi trabajo ya. Me he retirado para poder dedicarme a otras cosas y, si he aceptado este último caso, ha sido porque de todos modos iba a vivir en Northbridge y parecía estúpido hacer venir a otra persona.

—Tú eres la autoridad en estupideces —dijo él en voz baja.

No. No había olvidado nada…

—Y supongo —añadió él sarcásticamente antes de que ella pudiera contestar—, que esto no despierta tu curiosidad…

—Por supuesto que siento curiosidad —dijo Eden—. Tengo un interés personal en esto. Era mi abuela. La mujer que engañó a mi abuelo y abandonó a mi padre y a mi tío cuando eran pequeños. Y sólo de pensar que hay alguna posibilidad de que haya estado aquí, de que me haya tropezado con ella… Sí, estoy deseando hacer este trabajo para comprobar el aspecto que podría tener mi abuela hoy. Pero lo que quiero decir es que…

—Ya sé lo que quieres decir… que tienes un interés personal en el caso, pero que de todos modos deberíamos estar agradecidos por tu presencia.

Definitivamente, Cam no iba a ponerle las cosas fáciles a Eden.

—No. Lo que quiero decir es que vine en cuanto pude, pero que si no era lo bastante rápido para vosotros, no teníais que haberme esperado.

—Al parecer, sí —dijo él, casi con desprecio.

—Bueno, pues ya estoy aquí y voy a hacer mi trabajo —Eden se recordó una vez más que Cam tenía motivo para odiarla e hizo caso omiso de su desplante—. Aunque no podré empezar antes del miércoles porque necesito un día para organizarme y encontrar la caja con mi equipo…

—Me alegra saber que no quieres ponerte ya con ello. Me gustaría irme a casa.

En otras palabras, le importaban un bledo sus excusas. Sólo quería que terminara la reunión.

Eden estaba más que ansiosa por acceder a sus deseos. Sería todo un regalo para la vista, pero no había disfrutado lo más mínimo del encuentro.

—Ya he visto lo que quería. Creo que hemos acabado —dijo ella.

—¿Significa eso que ya no me necesitas?

—Significa que, por hoy, hemos terminado —suspiró ella.

—Bien —dijo él mientras salía de la habitación sin más. Sin decir palabra ni mirar atrás.

Eden pensó que, a lo mejor, habían vuelto a su mente algunos de los recuerdos de catorce años atrás. Cada vez más irritada, lo siguió hacia la sala.

Él se puso el abrigo en silencio.

Eden se puso el abrigo en silencio.

Ambos alcanzaron al mismo tiempo la puerta.

—Después de ti —dijo él sin atisbo de amabilidad.

Eden respiró hondo y se aguantó las ganas de contestarle mientras salía a la calle y se dirigía al coche estacionado en el pequeño aparcamiento que había detrás de la comisaría.

Por supuesto, como no podía ser de otra forma, el cuatro por cuatro de Cam estaba pegado a su coche.

Eden fingió no advertirlo.

Cam arrancó el motor.

Ella arrancó el motor.

Y ambos llegaron a la salida al mismo tiempo.

Eden le hizo un gesto a Cam para que la adelantara.

Él lo hizo, girando por la calle South.

Eden giró por la calle South.

Él pasó frente a la calle Main… y ella también.

Pasados tres bloques, él giró a la derecha.

Y ella también.

—Oh, no fastidies —gruñó ella antes de que él entrara a un lado del callejón que compartía con su vecino de al lado… y ella entrara al otro lado.

Avanzaron juntos hasta los dos garajes, separados por escasos metros, en la parte trasera de ambas propiedades.

Eden se paró frente al suyo.

Cam se paró frente al que, aparentemente, era el suyo.

Eden se bajó del coche.

Cam se bajó del cuatro por cuatro.

—¿Eres mi vecino? —preguntó ella mientras intentaba, sin éxito, que no se le notara el disgusto.

—¿Nadie te lo dijo? —él arqueó una ceja.

—No. De hecho me dijeron que la casa pertenecía a alguien llamado Poppazitto.

—Y es así. Yo vivo aquí alquilado, con derecho a compra cuando expire el contrato de alquiler dentro de dos meses.

—De modo que somos vecinos —dijo Eden.

—Vecinos, pero no amigos —precisó él mientras le daba la espalda y la dejaba con la palabra en la boca.

Y aunque fuera una espalda magnífica, Eden tuvo que luchar contra el irreprimible deseo de agarrar una piedra y arrojarla contra él.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

 

CAM había realizado su habitual entrenamiento matutino antes de irse a trabajar, pero, si no quemaba parte de la irritación que Eden Perry había sembrado en él, sería incapaz de relajarse, y mucho menos dormir, aquella noche. De modo que hacia las ocho de la tarde salió por la puerta trasera de su casa y se aventuró en el frío de enero para cruzar el patio hasta el garaje.

Su casa y garaje, como la de Eden, habían sido construidas por una pareja de gemelos idénticos que habían diseñado las casas y los garajes como ellos: idénticos. Ambos garajes tenían cabida para un coche y una planta superior en la que había un pequeño estudio. Cada estudio estaba compuesto por un salón—dormitorio, un cuarto de baño y una cocina con armarios, un fregadero y un rincón para la nevera y la cocina.

Cam tenía idea de comprar la casa, el garaje y el apartamento al finalizar el contrato de alquiler y alquilar el estudio a algún estudiante. Hasta entonces, lo utilizaba como gimnasio.

Pero, tras el rato pasado con Eden Perry aquella tarde, empezó a reconsiderarlo ante la perspectiva de tenerla al lado el resto de su vida cuando ni siquiera estaba seguro de poder aguantar los dos meses de contrato al lado de su alteza real la todopoderosa artista forense.

Cam colgó la toalla de la barra que sujetaba las pesas y se quitó la ropa, salvo los pantalones cortos y la camiseta. Después, empezó el segundo entrenamiento del día, con la esperanza de que el ejercicio borrara a Eden Perry de su mente, donde se había instalado desde el instante en que la vio en la comisaría.

Si el mundo fuera justo, reflexionó mientras estiraba los músculos de las piernas, ella seguiría teniendo el mismo aspecto que cuando era adolescente: con unos cabellos tan naranjas y tan rizados que parecían la peluca de un payaso, unas gafas tan gruesas como el fondo de un tarro de mayonesa, un aparato que comprimía unos dientes enormemente torcidos, una piel horrible y un cuerpo plano en el que únicamente destacaban las rodillas y los codos.

Su falta de atractivo le había ayudado a soportar el tiempo que tuvo que sufrirla catorce años atrás. Cam solía pensar que ella se lo merecía, que no era más que un atisbo de lo que había bajo la superficie: fea por fuera, fea por dentro. Parecía justo.

Pero… en aquellos momentos era tan preciosa que a Cam casi se le había desencajado la mandíbula al verla.

Y eso no era justo…

Empezó a hacer abdominales. Pero eso no le impidió seguir pensando en Eden Perry.

Su cabello ya no era naranja, sino del color del cañón del Colorado mojado por la lluvia de primavera. ¿Y los rizos? Se habían relajado y convertido en gruesas y sedosas ondas.

Esos cabellos ya no enmarcaban un rostro lleno de granos. Su piel se había aclarado hasta adquirir el tono de los pétalos de rosa. Los pómulos eran marcados y la nariz delicada, dándole un aspecto de sutil elegancia.

El aparato dental, al parecer, había servido de algo, porque sus dientes eran rectos y blancos, escondidos tras unos labios que resultaban de lo más tentadores.

Cam aceleró el ritmo de los abdominales.

Pero por mucha intensidad y rabia que pusiera en el ejercicio, la imagen de Eden no dejaba de acudir a su mente.

Le habían sorprendido sus ojos. Seguramente nunca se había fijado en ellos, ocultos tras las gafas. Pero aquella tarde, cuando había posado su mirada en él, le costó entender cómo no los había visto antes. Eran azules, como el cielo en verano visto a través del hielo. Eran tan claros que parecían casi transparentes. Unido a ese pelo, era toda una bomba.

Cam se dio la vuelta y empezó una serie de fondos, a un ritmo mayor que los abdominales, mientras los contaba en voz alta en un intento de evitar pensar en Eden.

Pero no funcionó. Al llegar al número treinta y uno se le ocurrió que ésa era la edad de Eden, y que le sentaba muy bien. Su cuerpo era firme, con la cantidad justa de lo que había que tener por delante. Lo suficiente para llamar su atención. Más de una vez.

Si Eden Perry no encarnaba la transformación del siglo, nada lo hacía… Al menos por fuera.

Pero… ¿qué sucedía con el interior? Eso seguramente no había cambiado, pensó con satisfacción.

Pero la satisfacción le duró poco, pues cuando intentó recordar algún desplante suyo aquella tarde, no se le ocurrió ninguno.

Él era quien se había portado fatal. Ella no se había comportado como solía hacerlo cuando eran adolescentes y él, a regañadientes, muy a regañadientes, tuvo que admitirlo.

Tampoco era que se hubiera mostrado amable y simpática.

Pero él tampoco. Él, a decir verdad, había sido grosero y odioso, y ella ni siquiera le había respondido.

¿Por qué?, se preguntó él de repente.

Estaba claro que no era la misma Eden Perry. La antigua Eden habría disparado primero o, al menos, habría respondido al ataque. La Eden Perry que él conocía habría organizado un salvaje contraataque.

Pero la Eden Perry que él conocía tenía dieciséis años. Dieciséis años, y era fea como un susto. Y la que había visto aquella tarde no era ninguna de las dos cosas.

De modo que podría no ser la pesadilla grosera, malhablada, insultante y vejatoria que había conocido.

¡Eso sí que era difícil de creer! Aunque, de algún modo, esa posibilidad hizo que disminuyera la velocidad de los fondos y, al final, que se pararan en seco.

¿Cabía la posibilidad de que Eden Perry hubiera cambiado por fuera y por dentro? Cam reflexionó sobre ello mientras empezaba a hacer pesas.

Eden Perry diferente…

Sí… claro.

¿Se lo iba a tragar? ¿Se iba a tragar esa pose profesional que había desplegado ante él?

Supuso que a lo mejor, a lo mejor, había aprendido a sujetar la lengua con los años.

¿Y qué? ¿Significaba eso que pensaba otra cosa de él que cuando eran críos?

Seguramente no.

Además, ¿quería tener algo que ver con ella, más que cuando vivía pendiente de que esa afilada lengua se disparara de un momento a otro y le cortara la yugular?

No, no quería.

Aunque tuviera un bonito aspecto, seguiría manteniendo las distancias. Gracias, pero no.

Porque preciosa o no, con mejores modales o no, había una cosa que Eden Perry había dejado claro cuando tenían dieciséis años: ella lo consideraba un idiota.

Y lo último que le hacía falta, o quería, era estar cerca de una mujer que pensaba que él era más estúpido que un picaporte.

Por guapa que fuera. Aunque, maldita sea, ¡qué guapa era!

 

 

Eden se cambió de ropa y se puso a trabajar nada más llegar de la comisaría.

Hacia las ocho y media había encontrado el colchón, las sábanas, mantas, almohada y colcha, y se había hecho la cama. Había colgado las cortinas de ambas ventanas del dormitorio y puesto la mayor parte de la ropa en el armario. Había llenado el cajón de la lencería de su vestidor y desempaquetado los productos de aseo que necesitaría para el día siguiente.

Aunque no eran más de las ocho y media, llevaba levantada desde antes del amanecer y había conducido durante dos horas para llegar a Northbridge, supervisado la mudanza, celebrado ese desagradable encuentro con Cam Pratt, y vuelta a trabajar. Estaba cansada y hambrienta.

De modo que fue a la cocina en busca de comida, agradecida de que su hermana Eve la hubiera aprovisionado de unas cuantas cosas para que aguantara hasta poder ir a la compra.