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¿Qué harías si un día los extraterrestres te abdujeran? ¿Lo pasarías mal o te encantaría la aventura? Esta es la primera de las historias de este libro. Y hay más: dos superpotencias galácticas vigilando la Tierra, dos seres que no pueden regresar a su planeta, unos extraños visitantes a los que les encanta el jamón y, por último, el juicio de una máquina a la que acusan de algo tan raro como... ¡leer!Cinco historias asombrosas. Cinco relatos de fantasía... o no, porque nadie sabe realmente qué hay más allá de nosotros, en el espacio profundo.
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Seitenzahl: 100
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Nació en Barcelona en 1947.
Fundó las principales revistas de rock en España en los años sesenta y setenta y publicó su primer libro en 1972. Ha escrito más de quinientas obras y ha ganado más de 50 premios literarios a ambos lados del Atlántico; entre otros, el Premio Nacional de Literatura, el Cervantes Chico, el Iberoamericano por el conjunto de su obra y la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Su obra ha sido traducida a 40 lenguas.
En 2004 creó la Fundació Jordi Sierra i Fabra. En 2010, sus fundaciones recibieron el Premio IBBY-Asahi de Promoción de la Lectura y, en 2015, la Medalla de Honor de Barcelona.
Cuando era niño, mi primer héroe galáctico fue Flash Gordon. En aquellos años era raro ver en el cine películas de ciencia ficción, pero cuando hacían una… allí estaba yo, con los ojos muy abiertos. Y lo mismo pasaba con los libros, que eran escasos. Mi sueño era llegar a la Luna, y el día que los humanos pusieron un pie en ella en 1969 lloré de emoción a pesar de tener ya entonces 22 años.
Dicen que, si hay vida en algún lugar del Universo, resulta aterrador. Pero también sería aterrador pensar que estamos solos, que no hay nadie más.
Somos polvo de estrellas. Estábamos ahí, en el big bang, todos, y hoy somos lo que somos mientras imaginamos, soñamos… o escribimos y leemos libros como este, llenos de fantasía… o no.
Jordi Sierra i Fabra
A todos los que miran el cieloy ven más allá de las estrellas.
Todo comenzó el día que vi un corto de Pixar, esos que hacen películas de animación como Toy Story, Monstruos, S. A., Coco o Cars.
En el corto, una especie de marciano aprendiz, sentado detrás de una impresionante consola con cientos de botones, trataba de abducir desde su nave y mediante un rayo a un chico que dormía en su casa. Lo malo es que era eso: un aprendiz. Y patoso.
El rayo conseguía levantar al dormido de la cama, pero no conseguía pasarlo por la ventana. El chico iba dándose golpes con todo, sin despertarse. En eso se parecía a mí, que cuando duermo no me entero de nada.
El aprendiz, cada vez más asustado, porque estaba pasando un examen, empeoraba la situación con cada golpe. Su instructor, otro marciano feísimo, le miraba de una forma…
Yo con lo que me quedé fue con lo de la abducción.
Porque yo creo en los extraterrestres.
Si dicen que el infinito es eso, infinito, ¿vamos a estar solos? No puede ser. Marcianos no hay, está claro. En el siglo pasado se le llamaba «marciano» a todo. Ahora que ya hemos enviado naves y sondas al espacio, sabemos que en Marte no hay nadie. Pero más allá del Sistema Solar…
Desde que empecé a leer, me interesaron las historias de marcianos. Bueno, de extraterrestres. Será muy antigua, pero mi peli favorita es E. T. Me he leído cómics de todo tipo.
Encima, poco antes del incidente, cayó en mis manos un libro de personas abducidas. ¡Por Dios, qué canguelo!
Unos decían que les habían lavado el cerebro, otros que les habían explorado la mente a conciencia, otros que se habían tirado la mar de tiempo en una nave muy extraña. Además, resultaba que el tiempo no transcurría igual en la Tierra que en el espacio. Una señora afirmó que, cuando la liberaron, su hija ya estaba casada y le había dado nietos. La señora creía que había estado fuera unos días… ¡y fueron veinte años!
Mi padre, que es muy pragmático –esa palabra la aprendí hace poco de una novela muy chula–, me dijo: a) que los extraterrestres no existían; b) que lo de las abducciones era un camelo; c) que el libro sobre la gente abducida era una tontería –bueno, dijo otra palabra más fuerte que no voy a repetir–; d) que siempre había gente con teorías conspiranoicas sin nada más que hacer que creer en fantasmas o esparcir bulos para que los incrédulos se los creyeran, y e) que no perdiera el tiempo y estudiara matemáticas o el que me abduciría sería él, pero no para llevarme al espacio o escudriñarme la mente, sino para tenerme todo el verano encerrado para que aprobara en septiembre.
Mi padre, en eso, es terrible. Claro, como él no tiene estudios, quiere que yo sea médico, arquitecto, catedrático…, qué sé yo. Y no, no tiene estudios, pero estamos forrados. Mi padre es de esas personas que dicen que «se han hecho a sí mismas». De la nada construyó «un imperio». Lo de ser su «único» heredero asusta, qué queréis que os diga.
Mi madre no es pragmática, es evanescente –otra palabra que aprendí hace poco y que va bien para emplear aquí–. No es que sea un niño mimado, pero como no tengo hermanos no me niega nada, y siempre es positiva –o casi–. Por ejemplo, cuando cada semana quería ser una cosa distinta de mayor:
—Mamá, seré policía.
—¡Qué bien! ¡Tendrás el coche más bonito de la ciudad, y un uniforme precioso! ¡Y que ninguno de los malos se atreva a hacerte nada!
Otra:
—Mamá, seré bombero.
—¿No hará mucho calor, hijo? Bueno, tú te puedes quedar en el coche tocando la sirena, ¿eh?
Y otra más:
—Mamá, quiero ser buzo.
—¡Ay, sí, mira! –Con esta se echó a reír–. Con lo pesado que eres a veces, no te hará falta escafandra ni equipo. ¡Te irás al fondo de golpe!
El día que comprendí qué me estaba pasando fue cuando anuncié:
—Voy a ser astronauta.
Ahí sí. Cuando mi padre escuchó esto no pudo contenerse y me dijo:
—Sí, será de la patada que te voy a dar en el trasero, que te pondrás en órbita de golpe.
Decidí no compartir más mis sueños con ellos.
Seguí devorando cómics y novelas de extraterrestres. Me gastaba la paga en eso. Y cuando no me alcanzaba, mi madre me soltaba un poco de dinero bajo mano.
Pero la clave de todo fue ver ese corto de Pixar.
Desde ese día dormí con la ventana cerrada, incluso cuando hacía mucho calor. A mí no iban a pillarme así de desprevenido.
Dormir con la ventana cerrada no fue la única precaución que tomé.
¿Quién dice que los extraterrestres vayan a abducirte siempre de noche, dormido, o que se escondan como ladrones para no ser descubiertos? ¿Acaso no pueden mandarte el rayo captor en pleno día, siempre y cuando estés solo, para no dejar testigos?
Empecé a ir por la calle con un ojo mirando donde pisaba y el otro en el cielo, por si las moscas. Si el día era soleado, sin nubes, me sentía más tranquilo. Si estaba nublado, cerrado, me preocupaba más, porque la nave podía ocultarse mejor.
Saúl, mi amigo, me decía:
—¿Tú no crees que, si hubiera una nave entre las nubes, los radares no la detectarían?
Y yo le contestaba:
—¿Y tú te crees que los extraterrestres son tontos? ¡Seguro que sus naves tienen sistemas para burlar los radares, o están hechas de materiales no detectables!
Al final, en lugar de tener un ojo abajo y otro arriba, puse los dos arriba. Y, claro, me la di. Primero metí el pie en un agujero y me lo disloqué. Después crucé un semáforo en rojo y un coche se empotró contra otro para esquivarme.
En el primer caso, mi madre dijo que últimamente iba un poco despistado.
En el segundo, mi padre se enfadó bastante porque tuvo que hacer frente a la denuncia que me cayó por imprudente. Por lo menos los dueños de los dos coches me gritaron tantas cosas que mi vocabulario aumentó prodigiosamente, y con palabras que no salían en los libros.
El tema siguió absorbiéndome.
Encontré otra película muy antigua, del mismo que había hecho E. T., y que se llamaba Encuentros en la tercera fase. Vaya, esa sí me dejó patidifuso. Me sentí como el niño que sale de la nave al final, para reunirse con su madre.
Quedé tan impresionado que le escribí una carta al director. Tuve que mandarle una carta porque no tenía su e-mail, claro. Más o menos decía:
«Querido señor Spielberg:
Sé que su película no es inventada, y que aunque usted no lo diga al final ni al comienzo, está basada en hechos reales. ¿Podría darme más información?».
Y firmaba: «Un fan».
La cara que puso la del estanco cuando fui a comprar los sellos…
No sé por qué se rio y me miró de aquella forma.
En el sobre escribí:
Ya sé que faltaba la calle y el número, pero si era famoso, no es como llamarse Juan Pérez y poner «Barcelona» o «Madrid».
Bueno, sea como sea, no me contestó.
Seguí buscando más información.
En el libro de los abducidos, uno de ellos decía:
«Una vez el rayo captor me introdujo en la nave, me vi en una especie de habitación con las paredes hechas de un material muy extraño, blando pero duro a la vez. Además, brillaba. No hacían falta luces. Lo tanteé y no encontré ninguna puerta. Grité un par de veces, pero las paredes también absorbían mis gritos. Ahí debí de pasar unas horas, ya no lo recuerdo bien. El tiempo dejó de tener valor para mí. Finalmente se abrió un hueco, apareció una camilla y una máquina con una docena de brazos y un ojo. El ojo me miró fijamente, sin pestañear, antes de que los brazos me sujetaran. Intenté luchar, pero no hubo forma. Los brazos me tendieron en la camilla y me ataron a ella. Lo siguiente que recuerdo fue que un rayo láser me estaba hurgando la mente y que yo veía mis recuerdos en una pantalla. ¡Era como si me los robaran y los archivaran! Temí que luego yo los perdiera o los borraran, pero no. Me los dejaron. Sea como sea, ellos se quedaron con la película de mi vida pasada. Está claro que así es como aprendían la manera en la que se vivía en la Tierra».
Una señora abducida también decía esto:
«El extraterrestre que apareció ante mí era un ser bellísimo, hecho de energía. No sentí miedo; al contrario, sentí mucha paz. Se convirtió en luz y entró en mí. ¡Lo sentí dentro, de la cabeza a los pies! Y entonces… ya nada me importó, yo también era luz, estaba llena de amor. Creo que compartió conmigo toda la inmensidad del Universo. Ignoro cuánto duró esto, pero igual fueron días, semanas, meses… Al salir de mí me desvanecí y al despertar estaba en mi casa, en mi cama. Pero desde luego no fue un sueño. Espero que un día vuelva».
Lo que sí estaba claro es que debía de haber muchas clases de extraterrestres abductores, porque cada abducido o abducida los describía de una manera distinta. Que si máquina, que si hechos de energía, que si… Por lo visto ninguno tenía cuerpo, antenitas y ojos grandes, como en las novelas.
Más de una noche mis padres me pillaron escudriñando en internet y leyendo historias de abducciones. Hasta yo mismo me daba cuenta de que muchas eran inventadas, sensacionalistas, contadas por personas locas o con ganas de notoriedad. Pero no todas. Muchas sí eran de verdad. Estaba seguro.
Sólo me faltó ver otra peli antigua, la primera de la serie Hombres de negro, cuando uno de los protas dice que en las revistas de ovnis y cosas así hay mucho material auténtico, porque nadie cree a los que les pasan cosas raras.
O sea, que así estaba yo cuando me abdujeron los extraterrestres.
Porque me tocó a mí, vaya que sí.
La culpa fue mía.
Bajé la guardia.
Comenzamos el nuevo curso y apareció una niña nueva en clase. Y qué niña.
