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¿Qué se esconde detrás de una noticia cualquiera de un periódico? Es lo que tratan de averiguar Julia y Gil, dos estudiantes de periodismo en un trabajo a simple vista rutinario. La noticia es la del asesinato de Marta, una adolescente cargada de antecedentes penales. Pero la investigación les llevará a descubrir mucho más: su vida, sus sueños... ¿Por qué murió Marta? ¿Cuál es la verdad? ¿Quién la asesinó? Esta novela es el retrato generacional de una adolescencia marcada que lucha por salir de la desesperanza.
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Seitenzahl: 235
Veröffentlichungsjahr: 2020
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A todas las personas anónimasque son noticia cada día en los periódicos. Y a los que buscan la verdad.
LAS clases de Benigno Massagué siempre eran distintas.
Y aquel día lo estaban confirmando.
–¿Habéis traído todos el periódico?
Hubo un asentimiento general. Alguno incluso lo agitó en el aire, para dar fe de que así era.
–¿Todos el mismo, como os dije ayer? –insistió el profesor.
Alguien, al fondo, dijo «¡ostras!», y alguien más, a la derecha, le espetó a su compañero más inmediato: «¡Si es que se había agotado! Pensé que daba lo mismo otro». Los dos comentarios resultaron bastante nítidos por encima del silencio del aula, así que Benigno Massagué se limitó a decir:
–Compartid la experiencia con el que tengáis más cerca, venga.
Julia sonrió.
La experiencia. Le gustaba la palabra. Hasta ahora, el primer curso de periodismo había sido bastante aburrido, y el segundo transcurría por los mismos derroteros, si exceptuaba los escasos alicientes que les proporcionaban clases como las del profesor Massagué. Por Navidad les había hecho trabajar de lo lindo, y ahora, con la Semana Santa por delante, las expectativas no parecían haber cambiado. Algunos estudiantes de los cursos superiores le llamaban «el sorpresas»; otros, «el loco». A Julia no se lo parecía. Con mucho, era el mejor de los profesores de la facultad. El más directo y profesional, porque no les preparaba para ser meros curritos de redacción, sino verdaderos periodistas. Lo dijo el primer día:
–El periodismo no es un trabajo, es una forma de vida. Ser periodista no es solo ganarse esa vida, sino merecerla. A un lado suceden noticias, y en el otro lado está la gente, el mundo. Vosotros estaréis en medio. Debéis contar esas noticias a la gente, con dignidad, orgullo, verdad y criterio. Eso no significa que no podáis opinar, tener ideales, buscar un compromiso. Pero la noticia siempre es la noticia. No os confundáis. Como decía mi abuelo, hay tres profesiones en la vida que son sagradas: médico, maestro y periodista. Un error del médico mata. Un error de un maestro puede hundir la vida de un chico o una chica. Un mal periodista engaña y miente a miles de personas.
Julia se había rendido a él, incondicionalmente. Le adoraba.
Miró a Gil y le guiñó un ojo.
–Abrid todos el periódico, venga. Página 2 –ordenó Benigno Massagué–. Hay tres titulares y una foto. Léelos, Martín.
–«Mueren 27 personas en un avión indonesio de carga al estrellarse poco después de despegar», «Violentos choques entre tropas rusas y chechenas en el sur de Chechenia», «La catástrofe ferroviaria de Sicilia deja un saldo de 19 muertos y 94 heridos».
–¿Veis la fotografía? –dejó que la apreciaran–. Un hombre llora frente a la reja del depósito de cadáveres de Palermo, que está custodiada por dos policías, uno de los cuales sostiene la reja con la mano. Empecemos por la foto. ¿Qué te sugiere, Peláez?
–Pues…, el pie dice que un familiar llora ante la puerta…
–No te pregunto qué dice, sino qué te sugiere a ti.
–El tío está destrozado.
–Mira al policía sujetando la reja con la mano –dijo el profesor.
–Es como si no le dejara entrar –dijo una de las chicas.
–Exacto, Gallofré –la apuntó con un dedo–. Eso es lo que sugiere. En primer plano, el hombre llora, pero es más importante el efecto secundario: parece que no le están dejando entrar. Hay una puerta cerrada y un hombre uniformado que la sujeta. Es evidente que, en este caso, una fotografía equivale a mil palabras, se ciñe a la verdad. Por supuesto que no tiene nada que ver con la noticia en sí, pero en el subconsciente del lector, esa imagen pesa. El fotógrafo sabe que las imágenes de los trenes convertidos en chatarra salieron ayer. Hoy les toca el turno a las víctimas. Y no solo lo sabía él, sino también el redactor que montó esta página o el jefe de redacción que la escogió. El dolor frente a la burocracia y el rostro implacable de la ley. Eso grita la foto. Ahora veamos esos titulares. ¿Qué sabes de la guerra de Chechenia, Argensó?
–Que lleva años en danza.
–Por tanto, la noticia es una más, un eslabón perdido para muchos. Tú ni siquiera recuerdas cuándo empezó esa guerra, y a lo peor ni por qué. ¿La habrías leído?
–El titular.
–Tú eres estudiante de periodismo; deberías leerte el periódico de cabo a rabo, y no uno, sino dos o tres, para comparar los diferentes enfoques según sus tendencias políticas. Sin embargo, lo que has dicho es cierto. El periódico te habla de lo que sucedió ayer, y el domingo, a lo sumo, estudiará a fondo algunos temas buscando un alcance más global. Pero en el día a día, las noticias se convierten en un rosario de gotas aisladas, a veces sin aparente relación. Al lector medio se le hace imposible ver la dimensión de cada tema.
–La mayoría de las personas lee el periódico de atrás hacia delante. Empiezan por la tele, los deportes…
–Es una buena observación, López –le dijo a la chica que había hablado–. Pero no digas «la mayoría». Lo hace mucha gente y ya está. Estamos de acuerdo en que casi nadie devora todo lo que pone el periódico. Cada cual busca lo que le interesa, y probablemente Chechenia, no esté entre sus predilecciones porque es una guerra lejana, que no entiende, y que aquí, en España, le resbala. Claro que si tú fueras corresponsal de guerra en Chechenia, no opinarías lo mismo. Para ti sería lo más importante, como lo es para los chechenos. Ahora pasemos al accidente en Indonesia. Una noticia importante, en la página 2, que habla de una tragedia, pero fijaos en la página 8 –esperó a que la encontraran y continuó–: Aquí, en letra pequeña, nos dice: «Confirmada la hipótesis del fallo humano en el accidente de aviación de las islas Fidji». ¿Cuándo sucedió esto?
–Hace dos años, lo pone en el texto.
–Dos años –dijo Benigno Massagué–. Eso nos hace ver que tal vez dentro de otros dos años podamos saber las causas del accidente en Indonesia. Y entonces será una noticia pequeña en la página 8. ¿Cómo llamaríais a eso?
–Contraste –contestó Gil Parada.
–Muy bien –sonrió el profesor–. Yo lo llamo incertidumbre. ¿Sabéis por qué? ¿Montornés?
Julia se mordió el labio inferior.
–Porque lo que genera la primera noticia, aparte del efecto de la tragedia, es la incertidumbre de no saber qué sucedió en realidad, y la certeza de que pasará tiempo antes de que se sepa.
–Bien visto –lo aprobó Benigno Massagué–. Miraos el resto del periódico y comentadme lo que se os ocurra.
Comenzaron a pasar las páginas, despacio. Algunos marcaron titulares o fotografías con el bolígrafo. Cuando acabaron, se alzaron tres manos.
–¿Peralta? –preguntó el profesor.
–La fotografía de la página 7 también tiene una doble lectura –comentó la muchacha–. Un grupo de inmigrantes albaneses detenido en un pabellón deportivo en Italia, y delante aparece el policía que les habla. Ellos parecen desesperados, y él lleva una mascarilla de hospital, como las de los médicos. Es como si el policía les dijera: «Apestáis. No quiero que me contaminéis».
–Buena observación. De nuevo hay una segunda lectura feroz con esa imagen. ¿Estebaranz?
–El chiste de la página 10 y el de la 3 del cuadernillo central son ácidos. Dicen más que diez noticias.
–Porque el humor gráfico es una de las mejores pruebas de la presencia de la libertad de prensa en una democracia. Si alguno o alguna sabe dibujar, yo le aconsejaría que dejara esto y se pasara a lo otro –hubo algunas risas–. Venga, Martínez, acaba tú.
–Aquí dice que la campaña de intoxicación informativa mundial generada por el gobierno de Estados Unidos…
–Hijo –lo interrumpió él–, los estadounidenses llevan toda la vida manejando a la opinión pública, así que eso no es nuevo, aunque ahora encima les dé por anunciarlo.
–Entonces, ¿cómo sabemos que lo que leemos es cierto?
–No lo sabemos.
Hubo un murmullo de perplejidad.
–Siempre nos está diciendo que nos debemos al público, que tenemos que ser honrados…
–Introduce un simple granito de arena en una máquina y acabarás rompiéndola. Lanza un rumor, por minúsculo que sea, y puede llegar a desencadenar un escándalo. Ese es el poder de la prensa. Por desgracia, en ocasiones, una mentira repetida diez, mil veces, llega a convertirse en una verdad. Por esta razón hablamos de honradez. Tú mismo puedes caer en la trampa. Puedes estar seguro de lo que escribes sin saber que alguien lo ha orquestado todo antes. De ahí que la misión del buen reportero sea investigar, investigar e investigar. Y no publicar nada de lo que no esté seguro al cien por cien, aunque eso sea muchas veces imposible, por falta de medios, tiempo… Hay que ser valientes, pero también dudar de todo. ¿Creéis que hay verdades absolutas?
–Este avión se ha caído. Eso es una verdad absoluta –dijo Julia mientras señalaba el periódico.
–Esa es la verdad más absoluta –reconoció él–. Pero de los tres grandes interrogantes conocemos solo dos, el qué y el cuándo, no el cómo. A partir de eso…
Hubo un silencio general hasta que el propio profesor retomó la palabra.
–Veréis, actualmente hay un teatro de la humillación representado por la televisión y, en menor medida, por la radio. Es una reflexión constante sobre el desprecio de uno mismo. Tele-realidad, lo llaman. Pero, a escala global, existe una falsa realidad dirigida y orquestada por los grupos de presión, las grandes multinacionales y los servicios secretos de cada país; y otra realidad que ni siquiera es falsa o verdadera, sino creada, recreada, manipulada e impuesta desde la Casa Blanca como árbitro del mundo. Todo, y cuando digo todo, digo todo, tiene una doble lectura, lo que se ve y lo que se esconde, lo que es y lo que no es. ¿Cómo diferenciarlo? Es muy difícil, a no ser que nos metamos de cabeza en ello. Se dice que lo que no sale por la tele no existe. Yo digo que lo que no se publica no ha sucedido. Pero aunque haya sucedido y se publique, el árbol de la noticia suele tapar el bosque de la gran verdad.
Algunos anotaron estas últimas frases. Benigno Massagué hizo una pausa dramática, muy en su papel de director de aquella orquesta formada por todos ellos, y eligió aquel momento para anunciar el objetivo de sus palabras.
–Esta Semana Santa vais a trabajar en esto –mostró una sonrisa de lo más sardónica–. No digo que no os toméis vacaciones ni nada de eso. Cada cual se lo puede montar como quiera. Pero dentro de diez días, cuando nos volvamos a ver, quiero que me traigáis vuestros trabajos, y me da igual cómo y cuándo los llevéis a cabo, ¿entendido?
Algunas caras mostraron estupefacción; otras, resignación; las menos tenían los ojos abiertos a la espera de algo interesante. Julia y Gil eran de estos últimos.
–El domingo quiero que todos compréis este periódico. ¡Todos el mismo! –lo dejó claro–. Escogeréis una noticia, la que os dé la gana, y la investigaréis a fondo. Si es internacional, os documentáis en hemerotecas, Internet, enciclopedias, etc. Si es local, podéis incluso hacer un trabajo de campo, in situ, entrevistando a personas relacionadas con el tema y desarrollando en todos los sentidos esa noticia. Tenéis toda la Semana Santa. ¿Que lo hacéis en un par de días? Pues vale. No importa el tiempo, sino el resultado. ¿Que os vais fuera? De acuerdo. Montáoslo como os venga en gana. ¿Que queréis iros al Camerún a seguir una pista, en plan detectives? Por mí, fantástico. Quiero un trabajo periodístico y de investigación sobre la noticia que escojáis. Quiero que le deis la vuelta y la desnudéis. Y no solo puntuará ese trabajo en sí, su calidad o densidad, sino también la originalidad, el contenido, la forma, el resultado de lo que investiguéis, la dificultad en la elección…, porque no es lo mismo un tipo de noticia que otro, es evidente.
–¿Usted se irá de vacaciones?
–Yo me voy a Varadero, Cuba, a tomar el sol. ¿Pasa algo, Solana?
–¡Jo! –remachó su observación el chico.
–Podéis trabajar de forma individual o en parejas, pero no en tríos, cuartetos o quintetos –continuó el profesor–. ¿Alguna pregunta?
–¿Vale todo?
–Todo –insistió–. Mientras sea noticia en el periódico del domingo, me sirve.
–¿Lo que hemos estado hablando…?
–Es la base, por supuesto –dijo Benigno Massagué–. Ha quedado claro que una cosa es lo que vemos, lo que sabemos, lo que entendemos al leer una noticia, y otra muy distinta lo que hay detrás, el trasfondo. Vosotros vais a intentar averiguar qué es lo que hay detrás de la noticia que escojáis. Será como quitarle capas a una cebolla para ver su corazón.
–Las cebollas hacen llorar –dijo, como siempre ocurrente, Laura Pi.
–¿Te ha dicho alguien que los periodistas se pasen el día riendo? –le contestó el profesor Massagué.
JULIA y Gil se reunieron a la salida de la clase. A ella le brillaban los ojos. Él parecía más tranquilo. Ambas actitudes se correspondían perfectamente con sus temperamentos.
–Interesante, ¿no? –dijo la chica.
–Sí –reconoció su compañero–. Por fin algo que rompe un poco la monotonía, aunque en las vacaciones de Pascua… Vaya palo.
–Son diez días.
–Ya, pero… ¿tú te vas fuera?
–¿Yo? No.
–Yo tampoco.
–¿Lo ves? –Julia se lanzó a fondo sin poder esperar más–. ¿Quieres que lo hagamos juntos, o prefieres trabajar solo?
–Iba a proponerte lo mismo.
–¡Genial!
–Lo que no sé es por qué no ha puesto una noticia de mañana mismo.
–Los domingos siempre hay más para elegir –dijo ella–. El periódico, los suplementos, la revista… ¿Qué crees que será mejor, algo internacional, nacional o local?
–Ni idea.
–Yo preferiría local.
–¿Por qué?
–Porque así puedes moverte un poco, entrevistar a personas y todo eso. Si es internacional, acabaremos sacando la información de Internet o de alguna hemeroteca. Y terminará siendo un trabajo más, como los que hacíamos a final de curso.
–¿Y si es nacional? En Semana Santa también podemos desplazarnos por España, si fuera necesario.
–No estaría mal –Julia le guiñó un ojo cargado de ironía.
–¡Oh! –dijo Gil.
Los dos eran mayores de edad, tenían diecinueve años, ella nueve días más que él, pero viajar solos, aunque fuese para llevar a cabo un trabajo, siempre habría motivado preguntas, especialmente en las familias. Como decía el profesor Massagué, la verdad a veces no era creíble, o resultaba lo menos jugoso. Julia pensó que su madre, aunque era liberal, no dejaría de preguntarle si eran novios o algo parecido, «si había algo más».
Gajes de ser hija única.
Miró de refilón a su compañero mientras caminaban por los pasillos de la Universidad Pompeu Fabra, en dirección a la puerta exterior. Era el camarada perfecto, honesto, minucioso, inteligente, capaz, rápido e incluso divertido. Como ella, estudiaba periodismo porque creía que era lo mejor: tener una vocación y sentir un compromiso con la libertad. No se había matriculado «por hacer algo», ni tampoco por conseguir «un trabajo más» o «una forma como otra cualquiera de ganarse la vida». Gil Parada era su mejor amigo desde que había empezado a estudiar en la facultad. Un amigo de verdad, sincero, con el que poder hablar de todo, sin manías ni malos rollos. Pero no se lo había imaginado más allá de eso, aunque alguna de las otras chicas lo creía porque siempre iban juntos.
Y no estaba mal.
Metro setenta y cinco, rostro noble, cabello negro y enmarañado, que a veces le confería aire de científico despistado; gafas, un pequeño pendiente en la oreja izquierda, ojos marrones, nariz prominente y con carácter, labios firmes, manos fuertes. Los nueve días de diferencia que se llevaban les hacían casi iguales en todo salvo en el signo. Ella era Leo. Él, Virgo. Solían bromear sobre eso.
También compartían algunos sueños: llegar a ser periodistas de calle, corresponsales internacionales, dirigir su propia revista…
Sueños.
Y estaban seguros de que lo conseguirían.
Esa era su fuerza.
Si algo sabían, si de algo estaban seguros, era de que tenían tiempo para soñar.
–Entonces, ¿cómo nos lo montamos? –se detuvo un instante Julia.
–El domingo nos leemos el periódico y decidimos.
–¿Juntos?
–Yo lo haría por separado, libremente. Cada uno escoge tres noticias, y si coincidimos en alguna…, esa será la buena, ¿qué me dices?
–Perfecto, socio –asintió ella.
–¿Dónde quedamos?
–¿Nos llamamos? –propuso Julia–. No sea que le dé por llover o algo así.
–De acuerdo, pues –concluyó–. ¡Hasta el domingo!
–Chao, Gil.
Gil la vio alejarse con su cautivadora belleza juvenil envolviéndola como si se tratara de una capa invisible. En la misma clase había tres o cuatro chicas mucho más guapas con respecto al físico, seductoras y arrebatadoras, pero, para él, Julia poseía esa belleza pura, genuina, inocente, que era la que realmente le gustaba e interesaba. Además, ninguna tenía lo que a ella más le sobraba: corazón.
A unos diez metros de distancia, su compañera se volvió de pronto y le gritó:
–¿Qué tal tu padre?
–Mejor.
–¡Vale!
La vio sonreír, con aquellos labios dibujados por una mano maestra en su rostro abierto y limpio, de mirada siempre risueña y clara. Julia tenía los ojos grises, la nariz recta y los labios perfectos. El óvalo de su rostro se afilaba en la barbilla. Medía casi un metro setenta, dependiendo del calzado, y su cuerpo apenas si tenía mayores atributos que los normales: pecho pequeño, esbeltez, caderas anchas… Nunca le había visto las piernas porque siempre vestía vaqueros. Llevaba el cabello relativamente corto, una media melena azabache, y ningún colgante en el pecho o en las manos. Ni siquiera un anillo. Y tenía las manos más bonitas que pudiera recordar, con los dedos largos y afilados.
Se alegraba de poder hacer aquel trabajo con ella.
Julia tenía instinto, era una periodista de pura raza, por vocación y por efecto de la genética. Su padre había sido fotógrafo, un gran fotógrafo, premiado internacionalmente por sus trabajos. Su madre, periodista. Por lo que sabía después de algunas conversaciones mantenidas con ella, se habían casado ya mayores y la tuvieron casi cuando ya no lo esperaban, a los cuarenta y tres años su madre y casi los cincuenta su padre. Gil tenía muchas ganas de conocerlos.
Julia desapareció de su vista.
–¡Vaya marrón, tío! –oyó rezongar a alguien a su lado.
Era Mateo Prats, uno de los elementos menos activos de la clase.
–Puedes elegir alguna noticia de fútbol, que es lo tuyo.
–¿Cómo lo sabes? –puso cara de malo–. Y tú ¿qué?
–A mí me apetece.
–¿Te lo harás con ella? –el chico señaló hacia el lugar por el que había desaparecido Julia.
–¡Qué bestia eres!
–Digo el trabajo, que si lo harás con ella.
–¡Ah, sí!
–Pensando en lo otro, ¿eh? –le dio un codazo cómplice.
–En lugar de una noticia de fútbol, podrías investigar en las páginas de anuncios, los de contactos y todo eso –propuso Gil con fastidio.
–Vale –su compañero le palmeó el hombro e inició la retirada–. Que te lo pases bien, y no trabajes mucho. ¡Hasta dentro de diez días!
Gil se quedó solo.
Despacio, echó a andar hacia el lugar en el que tenía aparcada la moto.
A veces se preguntaba si realmente estaba interesado en Julia, o más bien deslumbrado por todo lo que valía como persona y por lo que representaba al ser la hija de Juan Montornés Mata y Valeria Rius Sala.
JULIA abrió la puerta de su casa sin hacer ruido, todavía excitada por el trabajo que les había propuesto Benigno Massagué y con la cabeza llena de ideas y anhelos. Lo de entrar sigilosamente venía a ser algo más que una costumbre. Cuando era niña, el silencio formaba parte de su hogar por razones tan diversas como que su madre estuviese trabajando o leyendo, o que su padre anduviese trasteando material en su cuartito de revelado y archivo. Claro que de eso hacía mucho tiempo. Su madre tenía ya sesenta y dos años y, salvo artículos esporádicos que le pedían algunos medios, como experta en tal o cual tema o por su prestigio, no escribía otra cosa que una novela interminable con la que llevaba desde hacía tres años. Su padre también estaba retirado, a sus sesenta y nueve años, aunque nunca perdía de vista la cámara. Dos años antes había inaugurado una exposición con sus mejores trabajos, y se había editado un libro maravilloso con ellos. Ahora, lo que intentaba era poner un poco de orden en sus fabulosos archivos, con miles y miles de negativos. Toda su vida estaba en ellos.
Por la puerta de la sala vio a su padre dormido en la butaca, con un libro caído sobre el regazo. El silencio seguía siendo una bendición en su hogar.
Julia sonrió con ternura. Los adoraba, a los dos. Y no solo era por su trabajo, sus antecedentes, la fiebre que le habían transmitido hasta convertirse en pasión. También era por haberle inculcado muchas otras cosas como la libertad, la independencia, el placer por la lectura, los viajes, la honradez. Quería y admiraba a sus padres, a pesar de que cada vez los viese más como a unos abuelos. Unos abuelos entrañables, justos, pero ya un poco alejados de su mundo y de su tiempo.
Todo era muy distinto ahora.
Incluso los medios de trabajo, las normas de comportamiento, el respeto…
Fue a su habitación y dejó la mochila con los apuntes. Después extrajo de ella el periódico del día, el mismo que antes habían estado desmenuzando con Massagué. Si fuera domingo, ¿qué noticia escogería para trabajar en ella? ¿Tal vez la del chico al que ETA había cortado media vida segándole las dos piernas? ¿O quizá la de los inmigrantes encerrados en aquella iglesia, en demanda de una solución para su problema? ¿O la de las eternas pateras cargadas de magrebíes y subsaharianos que morían en el estrecho de Gibraltar tratando de alcanzar la parte rica del mundo?
Ojalá el domingo sucedieran muchas cosas.
Dejó el periódico y salió de su habitación. Oyó a su madre teclear algo en el estudio y miró por el hueco de la puerta entornada. La vio sentada delante del ordenador, con sus gafas en la punta de la nariz, leyendo algo conectada a Internet.
Julia volvió a sonreír con ternura.
Se preguntó por qué dos personas tan valiosas y fuertes como sus padres tenían que hacerse viejas.
No podía imaginarse su vida sin hacer nada, retirada o jubilada a causa de algo tan incierto como la edad.
Ella lo tenía todo por delante, pero ellos le recordaban lo efímero del tiempo. Algo en lo que, sin duda, debía pensar.
Fue al baño y, justo al salir, después de tirar de la cadena y que las tuberías hicieran el consabido ruido característico de una casa vieja a la que le crujían las entrañas, escuchó la voz de su padre:
–¿Julia?
–¿Sí, papá?
Entró en la sala, se acercó a él y le dio un beso en la mejilla.
–No te he dicho nada al llegar porque dormías.
–Yo no dormía –refunfuñó él–. Que una persona tenga los ojos cerrados no significa que duerma.
–Ya, tú meditabas –dijo Julia.
–¡Pues mira, sí!
Le revolvió su todavía espléndida mata de pelo, ahora gris. Su última herida de batalla no había sido precisamente en una guerra, sino en un triste y anodino accidente de coche, diez años antes. Un loco borracho le había embestido tras saltarse una señal de stop. Todavía se le notaba la rigidez en determinados movimientos de su brazo izquierdo, el más dañado.
–¿Sabes qué nos han propuesto hoy en clase de Redacción Periodística?
–¿Quién, ese Massagué del que tanto hablas?
–Sí.
–Vaya –su madre también entró en la sala–. Volvemos a hablar de él.
–Qué queréis que os diga, es un tío genial.
–¿No te habrás enamorado del profe? –bromeó Valeria Rius.
–¡Mamá, que tiene cuarenta años!
–Y tú diecinueve, ya ves. Hoy en día, estas cosas…
–Bueno, ¿os lo cuento o no os lo cuento? –se cruzó de brazos Julia.
–¿Me va a gustar? –preguntó su madre, con aquel característico tono ácido tan suyo.
–A ti, no sé. A mí, mucho.
A su padre le encantaba oírlas discutir. Decía que era mejor que un programa de televisión. Julia también había aprendido a manejar la lengua con rapidez.
Su madre se sentó en el respaldo de la butaca, al lado de su marido.
–Nos ha pedido que el domingo leamos el periódico y escojamos una noticia, la que queramos, que la investiguemos y desarrollemos durante las vacaciones de Semana Santa.
–¿Una noticia internacional, nacional o local?
–Si escojo una internacional, ¿me pagaríais el viaje a donde sea para hacer el trabajo?
–Local –respondió Juan Montornés.
–Yo creo que sí –Julia volvió a hablar en serio–. Todo está más a mano y puedes hablar con la gente. Podremos desarrollar el tema a fondo.
–¿Podremos?
–Massagué nos ha dicho que si queremos trabajar en equipos de dos le parecerá bien, y yo voy a hacerlo con Gil Parada. También os he hablado a veces de él, ¿recordáis?
–No está mal –consideró su padre–. Pero ten cuidado.
–¿Cuidado? –Julia alzó las dos cejas con extrañeza–. ¿Por qué?
–Porque aún eres un tanto desmedida en todo, y esta actitud, cuando seas periodista, puede ser mala, pero lo que es ahora… A ti te proponen un trabajo y eres capaz de meterte de cabeza en él, y dejar de comer y de dormir.
–Caray, no sabía que eso fuera malo.
–A veces, sí –dijo su padre.
–Casi siempre, sí –agregó su madre.
–O sea, que, como es un trabajo de clase, tengo que hacerlo a medio gas –se picó Julia.
–No te estamos diciendo eso –la corrigió Valeria Rius.
–Pero te conocemos –la pinchó Juan Montornés.
–Pues sí que… –se cruzó de brazos–. ¡Menudos ánimos! –y se puso a imitarlos, pero en plan muy diferente al que se encontraban–: ¡Oh, hija, qué bien! ¿Vas a hacer un trabajo de campo? ¡Qué excitante! ¿Quieres algún consejo de dos veteranos? ¿No? ¡Claro, Julia, con lo que tú vales! ¿Ayuda? ¿Ese chico? ¡Qué tonta, pero si podrías hacerlo sola! ¡Después de todo, eres nuestra hija, cariño!
–Julia –la detuvo él–. Seguro que escoges la noticia más complicada y comprometida.
–Y si es así, ¿qué?
–Deberías fundar una ONG –propuso su madre.
–Pero ¡será posible! –empezó a enfadarse de veras–. ¿Vosotros erais periodistas, o es que lo he soñado?
–Tu padre era capaz de estar tres horas quieto en una trinchera para hacer una foto –dijo Valeria Rius.
–Y tu madre, de recorrer mil kilómetros por un desierto para realizar una entrevista –continuó Juan Montornés.
–¡Bueno, pues yo puedo moverme perfectamente por Barcelona para ampliar una noticia que aparezca el domingo en el periódico!, ¿vale? ¡No le veo el problema por ninguna parte!
–El problema no es la noticia: eres tú.
–¿Qué me pasa a mí? –acabó de estallar.
–Te falta pragmatismo.
–Y paciencia.
–Y objetividad.
–Y distancia para…
Hablaban de uno en uno, y los ojos de Julia saltaban de él a ella, y viceversa. Era como si, de pronto, recordaran que eran sus padres antes que sus maestros, aunque lo que le decían tuviera sentido. Demasiado sentido.
–¡Ya vale!, ¿no?
Se callaron.
–¡Y yo que estaba tan contenta! –exclamó Julia.
–Cariño, nos conocemos.
–Hace diecinueve años y ocho meses, papá.
–Eso implica que, definitivamente, no vas a venirte de vacaciones con nosotros al Pirineo –suspiró su madre.
–Mamá, si ya no pensaba ir –puso cara de fastidio.
–Qué manía con quedarte aquí, sola.
–¿Barcelona en Semana Santa? ¡Una maravilla! A mí, esas huidas masivas del personal…
Sus padres se miraron.
–Hemos creado un monstruo –exageró Juan Montornés.
–Dímelo a mí –convino Valeria Rius.
–¡Anda, que lo vuestro…! –Julia unió los dedos de su mano derecha hacia arriba y los agitó, en un gesto muy a la italiana.
–Recuerda que, antes de ser frailes, fuimos monaguillos –dijo su madre.
–¡Vosotros nacisteis frailes, directamente!
–Venga, ayúdame a levantarme –le pidió su padre–. Voy a prepararos una cena de primera.
–¿Te ayudo a abrir latas?
La fulminó con una mirada total. Si de algo estaba orgulloso, era de sus dotes culinarias. Y con razón. Julia le tendió las dos manos y tiró de él. Ya en pie, el hombre no la soltó y la atrajo hacia sí.
–Es broma –la besó en la frente–. Bueno, casi.
–Ya –se dejó querer ella.
–Lo del pragmatismo, y la paciencia, y la objetividad, y la distancia…
