Escape Book - Jordi Sierra i Fabra - E-Book

Escape Book E-Book

Jordi Sierra i Fabra

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Beschreibung

Solo los mejores lectores podrán escapar... Elisabet va a la feria junto a su mejor amiga, Alicia, y Bruno e Iván. Allí entrarán en una atracción llamada Escape Book que, como sugiere su nombre, se trata de una escape room de temática literaria. Al principio, no parece nada del otro mundo: acertijos sobre Las mil y una noches, Robinson Crusoe, Peter Pan... lo típico. Eso sí, ¡la ambientación es alucinante! Quizás demasiado... Cuando las paredes empiezan a aparecer y desaparecer, Elisabet y sus amigos comprenden que las consecuencias de no acabar el reto a tiempo podrían ser mucho más peligrosas de lo que cabría esperar de una atracción de feria.

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Seitenzahl: 85

Veröffentlichungsjahr: 2023

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A Johannes Gutenberg(porque sin él no habría libros para todos).

LLAMADA INOPORTUNA

EL teléfono sonó a las tres y cinco de la tarde.

Elisabet tuvo un pequeño sobresalto. Estaba muy concentrada. Apartó la mirada de la pantalla del ordenador y la deslizó hacia el móvil, a su lado.

En la pantalla leyó el nombre de Alicia.

Resopló.

Luego alargó la mano, cogió el teléfono y contestó.

—¿Qué pasa?

—¡Eso tú, petarda! —oyó la voz aguda y siempre enérgica de su amiga—. ¡Se te van a caer las pestañas de tanto estudiar!

—¿Pestañas? ¿Qué pestañas? —rezongó molesta, pasándose una mano por los ojos repentinamente irritados.

—¿Has comido?

—Sí, hace un rato.

—¿Cocina o descongele?

—Descongele.

—A mi madre no se le ha ocurrido nada mejor que hacer una fabada. ¿Te imaginas?

—Estás llena.

—A tope.

Alicia cambió de tema de golpe.

—Es sábado.

—Ya, ¿y?

—Es sábado —repitió la chica—. Estamos en primavera, hace un día cojonudo y si no vienes tú, voy yo y te arranco de casa.

—No fastidies, va. Te dije que me quedaba a estudiar.

—¡No seas coñazo, tía!

—Alicia, que necesito un ocho y medio de promedio, y voy justa.

—¡A mí con un seis me vale! —gritó—. ¡Y si me saco un siete ya doy saltos de alegría! ¿Por qué eres tan exigente?

A veces se lo preguntaba.

Su padre no la presionaba. Su madre mientras la viese esforzarse ya estaba contenta. Lo de sacarse un ocho y medio de media era cosa suya. Un reto.

Como decía su escritor favorito, los grandes retos eran con uno mismo, no con los demás.

El tono de Alicia se hizo más suave.

—Venga, ¿no estás cansada?

Sí, lo estaba. Esa era la maldita cosa: que lo estaba. Llevaba todo el viernes, el sábado por la mañana, y le quedaba la tarde y todo el domingo. Los tres días de puente, con todo el mundo pasándolo bien, y ella...

—¿Y qué quieres que te diga? —resopló.

—Te llamo para que te vengas.

—¿A dónde?

—A la feria.

Había una feria en las afueras, sí. Una de esas ferias ambulantes con atracciones, casetas y demás. Una especie de circo, pero sin carpas ni animales ni payasos.

—¿Hablas en serio?

—¡Ajá!

—¿Y desde cuándo vamos a las ferias como los críos?

—¡Venga, que será divertido! —gimió a la desesperada Alicia—. ¡Nos damos una vuelta y ya está! ¡Un par de horitas, para despejarte!

—Contigo nunca son «un par de horas», que siempre te desmadras.

—¡Bueno, pues tres! ¿Y qué? ¡Estás sola!

—Ya, y mis padres me llamarán a las nueve para ver cómo estoy.

—¡A las nueve estarás de sobra en casa!

—¿Quién me lo dice, tú?

—¡Te lo juro!

—¿Y si llaman antes y oyen el ruido de la feria, la música...? O peor, ¿y si llaman al fijo?

—¿Te harían eso?

—No lo sé.

—¡Pero si se fían de ti!

—Se fían porque nunca les he soltado trolas.

—¡Les has dicho que te quedabas a estudiar, de acuerdo! ¿Pero quién te prohíbe salir a dar una vuelta porque estabas agobiada? ¡Nadie!

Elisabet empezó a perder la paciencia.

—¿Se puede saber qué perra te ha dado a ti con eso de ir a la feria?

—Es que voy con Iván y Bruno.

Los dos nombres parecieron flotar en el aire.

—Vaaale... —dejó ir Elisabet alargando la primera vocal—. Te lías a salir con ellos y, claro, me necesitas para que seamos cuatro.

—No es eso.

—¿Pues qué es?

—¡Bueno, un poco sí! —volvió a estallar—. ¿Y qué? ¡Para algo somos amigas, ¿no? Me lo han propuesto, me apetecía ir y cuando les he dicho que sí ellos mismos me han preguntado si también vendrías tú.

—¿Cuál de los dos te lo ha preguntado?

—No me acuerdo.

—¿Cuál?

—Iván.

Iván era el mayor, ya había cumplido los dieciséis. No era mal tipo. Bruno, en cambio, era un bruto. Pero un bruto de verdad. El bruto Bruno. Solo cambiaba una letra. Elisabet sospechaba hacía semanas que allí había un pequeño cruce sentimental. A Bruno le gustaba Alicia, a Alicia le gustaba Iván y a Iván le gustaba ella. Fin de la historia.

—¿Pretendes que vayamos a la feria los cuatro, como dos parejitas?

—No vamos a ir en plan parejitas.

—Lo parecerá.

—¡Ni que fuéramos a ir de la mano o algo así!

—Nos verán y el lunes todo serán comentarios maliciosos y rumores.

—¿Desde cuándo haces caso tú de los rumores?

—¡Desde que te echaste a llorar por llamarte lo que te llamaron!

—¡Eso fue hace la tira!

—¡Seis meses!

—¡Pues eso, la tira!

Elisabet empezó a cansarse.

—Mira, Alicia...

Su amiga no la dejó seguir.

—Si no vienes, no te hablo en lo que me quede de vida.

—Eso es chantaje.

—Pues te chantajeo. Y empezaré a contar trolas sobre ti.

Sabía que hablaba por hablar, pero, desde luego, le había dado duro con lo de ir a la feria. Y cuando a Alicia se le metía algo entre ceja y ceja...

Elisabet miró la pantalla del ordenador.

El problema matemático que estaba resolviendo.

Luego, en el lado izquierdo, el libro que quería acabarse antes de que llegara la noche.

Un verdadero palo, porque no era como los de su autor favorito.

Cerró los ojos.

Una escapada de dos horas, tres a lo sumo...

Bruno era un bruto, pero Iván era mono. Y estaba Alicia, su mejor amiga. A veces las amigas estaban para eso.

La feria de primavera.

La última feria de sus quince años, porque en unos meses le caería el seis y, según su madre, «eso ya era empezar a dejar atrás la adolescencia».

Elisabet no veía mucha diferencia a los quince o los dieciséis, pero...

—¿Estás ahí?

—Sí, estoy ahí.

—¿Te lo estás pensando? ¿Te he convencido?

—¿Cuándo quedamos?

—¡A las cuatro! —Fue rápida—. ¿Te da tiempo a llegar?

—¿Dónde?

—En la entrada de la feria, a la izquierda, en el lado del río.

—Vale —se rindió Elisabet.

—¡Uy, como te quiero! —le gritó Alicia.

—Mucho, lo sé —se burló ella.

—¡Lo pasaremos de coña, ya lo verás! ¡Y a ti te irá bien desconectar!

Como en lugar de un ocho y medio sacase un ocho con cuatro...

Prefirió no decírselo a Alicia. Bastante se reía de que sus notas fueran de notables y sobresalientes, y de que leyera, y de que...

Pero sí, le iría bien desconectar.

—Hasta ahora, pedorra —se despidió.

—¡Hasta ahora, petarda! —hizo lo propio su amiga. Elisabet se quedó con el móvil en la mano.

Una tarde perdida. Una tarde de feria.

Ahora a ver qué se ponía, no fueran a pensar que iba de fiesta o algo así.

EN LA FERIA

CUANDO llegó al punto de encuentro, Alicia ya estaba allí.

—¡Hey!

Su amiga la abrazó. Estaba contenta y feliz. Elisabet sonrió. Llevaban juntas desde parvulario y eran inseparables. No se parecían en nada, por eso encajaban. Lo que le faltaba a una lo tenía la otra. Lo que le sobraba a la otra lo tenía una. Elisabet era morena, de cabello muy negro. Alicia un poco rubia, aunque no demasiado. Una era seria, la otra expresiva. Medían lo mismo y pesaban lo mismo. Elisabet pensaba que Alicia era muy guapa. Alicia pensaba que Elisabet era muy guapa. En el fondo sabían que eran normales, pero se daban ánimos la una a la otra, siempre.

—¿Y ellos?

—Estarán al caer.

—Para que luego digan que somos las chicas las tardonas.

—No creo que sea por hacerse los interesantes... ¡Mira, ahí vienen!

En efecto, llegaban.

Iván sí se había puesto guapo. Se le notaba. Las zapatillas limpias eran la mejor señal. También iba peinado. Llevaba una camiseta nada estridente y unos vaqueros rotos. Bruno en cambio iba normal, o sea, como solía ir siempre, pasando de todo. Iván tenía una cara agradable, abierta y limpia, de mirada dulce. La de Bruno en cambio mostraba ese punto de socarronería que indicaba que no se tomaba nada en serio, aunque fuese una pose. Lo suyo era la ironía y los comentarios mordaces. A veces se pasaba. Pero en el fondo era más burro que malo.

O sea que no eran malos chicos para pasar una tarde. Y eran amigos.

El encuentro fue rápido.

—Hola.

—¿Qué hay?

—Bien.

—Pues ya estamos.

—Estupendo.

—¿Vamos?

Entraron en los terrenos de la feria. Primero se trataba de dar una vuelta de inspección. Había casetas de tiro al blanco, de anillas, de pescar cosas, y también tómbolas y puestos de comida y bebida. Las atracciones eran más infantiles que nada, norias y tiovivos. Unos autochoques parecían divertidos. No faltaban el tren de la bruja o una caseta con espejos mágicos, un laberinto y hasta un puesto de realidad virtual, con gafas para ver cosas raras. Era temprano, pero ya había mucha gente, sobre todo niños, solos o con padres y abuelos, que eran los que más se llevaban las manos a los bolsillos.

—¿Alguna preferencia? —preguntó Iván.

—Yo el tiro al blanco —Bruno fue rápido.

—Yo los autochoques —propuso Alicia.

—A mí me da igual —dijo Elisabet.

Fueron por turnos. En el tiro al blanco Bruno estuvo relativamente acertado, aunque no se llevó ningún premio. Algo por otra parte mejor, ya que eran horribles. En los autochoques, para no comprometerse, primero ellas subieron juntas en un coche y ellos en otro. Después se cambiaron, Iván y Alicia contra Bruno y Elisabet. Por último, Iván y Elisabet contra Bruno y Alicia. Lo cierto es que se rieron y gritaron mucho persiguiéndose y chocando entre sí. Cuando salieron, ya relajados, se metieron en la caseta de los espejos, donde pudieron verse gordos, flacos y de todas las formas.

Elisabet empezó a olvidarse de los estudios. Sí, necesitaba romper un poco con la rutina de dejarse las pestañas estudiando. Los expertos decían que no era bueno pasarse los días previos a los exámenes pegados a los libros o a la pantalla del ordenador, porque al final no se aprendía nada que no se supiese antes y la mente acababa embotada. Y nada de tomar bebidas energéticas o café.

Fueron al laberinto.