El guerrero del desierto - Nalini Singh - E-Book
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El guerrero del desierto E-Book

Nalini Singh

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Beschreibung

Se había enamorado en contra de su propia voluntad. Zulheina, el legendario reino del desierto, pertenecía a Tariq por derecho propio, y él era un hombre muy apegado a las cosas que le pertenecían. Por eso también tenía que intentar recuperar a la mujer que le había roto el corazón hacía años en Nueva Zelanda y, cuando llegara a tan lejanas tierras, tenía la intención de convertir a esa mujer en su esposa para siempre... Pero Jasmine Coleridge no era tan fácil de dominar, más bien parecía que esa mezcla de inocencia y sensualidad conseguiría hacer que el altivo jeque se doblegara.

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Seitenzahl: 216

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Nalini Singh

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El guerrero del desierto, n.º 1276 - julio 2015

Título original: Desert Warrior

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6875-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

«No se te ocurra poner ni un pie en Zulheil a menos que vengas para quedarte. Te raptaré en cuanto llegues al aeropuerto».

Con las manos temblorosas, Jasmine zigzagueó entre la maraña de gente que esperaba para salir del aeropuerto y se dirigió hacia las puertas de cristal tras las que se extendían las tierras de Tariq.

–Señora –Jasmine notó que una mano de piel morena se posaba sobre la suya en la barra del carro portaequipajes.

Sorprendida, alzó la visa y se encontró con el rostro sonriente de un hombre que parecía un empleado del aeropuerto.

–¿Sí? –dijo ella con el corazón a punto de salírsele del pecho en una mezcla de esperanza y miedo.

–No es por ahí. Los taxis y los coches de alquiler están en la dirección opuesta –dijo el empleado señalando hacia el largo pasillo que conducía a otras puertas de cristal. La arena del desierto resplandecía en la distancia.

Estaba claro que Tariq no cumpliría literalmente su amenaza. Se había puesto furioso y por eso había querido asustarla prohibiéndole la entrada a su país. Pero Tariq se había convertido en un hombre moderno de su tiempo, moderado. El Tariq que ella conoció un día se había convertido en Tariq al-Huzzein Donovan Zamanat, Jeque de Zulheil, el líder de su pueblo.

–Gracias –consiguió articular Jasmine dirigiéndose hacia donde le indicaba el empleado.

–Es un placer. Permítame acompañarla hasta el coche.

–Muy amable por su parte. ¿Qué pasa con los otros viajeros?

–Pero señora –dijo el empleado entrecerrando los ojos–, usted era la única extranjera en el avión.

Jasmine pestañeó tratando de pensar en el pasaje del avión pero lo único que consiguió recordar fue el acento melodioso, los ojos rasgados de las hermosas mujeres y los protectores hombres árabes.

–No me di cuenta –admitió.

–Zulheil ha sido cerrado a los visitantes.

–Pero yo soy un visitante.

Su guía se detuvo y ella habría jurado que vio el destello del rubor en sus mejillas morenas.

–Zulheil… abrió de nuevo sus puertas a los viajeros la semana pasada –contestó él haciéndole una gentil señal con la mano para que continuase.

Jasmine echó a andar de nuevo por el suelo de mármol.

–¿Fue por el duelo? –preguntó ella en tono de respeto.

–Sí. La pérdida de nuestro jeque y su amada esposa fue un golpe duro para el pueblo –contestó él con la mirada ensombrecida–. Pero su hijo es un buen jeque. El jeque Tariq nos guiará para que salgamos de la oscuridad.

El corazón de Jasmine dio un salto al escuchar el nombre de Tariq. De algún punto en el fondo de su alma encontró la fuerza para preguntar:

–Y el nuevo jeque, ¿gobierna solo?

Si aquel hombre le dijera que Tariq había contraído nupcias con alguna mujer durante el período que había mediado desde la muerte de sus padres, abandonaría Zulheil en el siguiente vuelo.

El hombre la estudió. Hizo un rápido gesto de asentimiento pero esperó a estar fuera antes de hablar de nuevo. El calor abrasador del desierto fue como una bofetada para Jasmine pero se mantuvo firme. No podía acobardarse en aquel momento, no cuando aquella era su última oportunidad.

Ante ellos, había una limusina negra aparcada junto a la acera. Ella había comenzado a andar hacia un lado cuando el hombre que la acompañaba la detuvo.

–Ese es su taxi.

–Eso no es un taxi –contestó ella, creyendo ciertamente que la esperanza podía tomar muy distintas formas y la suya tenía la de un largo y resplandeciente vehículo de lujo.

–Zulheil es un país rico, señora. Nuestros taxis son como este.

Jasmine se preguntaba si aquel hombre realmente pensaba que iba a creerlo. Se mordió el labio inferior en un intento de ahogar el inminente ataque de risa histérica al tiempo que asentía con la cabeza y le dejaba que metiera su equipaje en el maletero. Esperó con el corazón latiéndole desesperadamente y la boca seca hasta que terminó y se acercó para abrirle la puerta trasera.

–¿Señora?

–¿Sí?

–Antes me preguntó si nuestro jeque gobernaba solo. La respuesta es sí. Algunos dicen que permanece soltero porque una vez le rompieron el corazón –dijo en voz apenas audible.

Jasmine dio un grito ahogado. Antes de poder seguir con la conversación, el hombre abrió la puerta y ella entró en la lujosa limusina.

–Así es que has cumplido tu palabra –susurró al hombre que estaba sentado frente a ella con las largas piernas cruzadas.

Tariq se inclinó hacia delante y apoyó las manos en las rodillas. Con la oscuridad del interior de la limusina daba la impresión de que los penetrantes rasgos de su rostro se sentían aliviados pero sin la suavidad que otrora viera en el Tariq que ella había conocido.

–¿Acaso lo dudabas, mi Jasmine?

Jasmine sintió un temblor recorriéndole el cuerpo al oír su voz. Era profunda y cautivadora. Hermosa y peligrosa. Familiar aunque… diferente.

–No.

–Y aun así, has venido –dijo Tariq frunciendo el ceño.

Jasmine se mordió el labio de nuevo e inspiró con dificultad. El cristal opaco que separaba a los pasajeros del conductor estaba subido, lo que reducía aún más el espacio y las posibilidades de escapatoria.

–Sí. Aquí estoy –dijo ella. En ese momento el coche se puso en movimiento haciendo que perdiera el equilibrio; cayó hacia delante y apenas si consiguió sujetarse en el borde del asiento. Tariq extendió los brazos para sostenerla y la colocó sobre su regazo.

Jasmine se agarró a los anchos hombros de él, arrugando bajo sus dedos el delgado tejido de la túnica que llevaba puesta, pero no intentó luchar, ni siquiera cuando Tariq le tomó la barbilla y la obligó a mirarlo. Estaba enfadado y ella podía ver la turbación que sentía en sus vívidos ojos verdes.

–¿Por qué? –preguntó él sosteniéndola con más fuerza cuando el coche tomó un bache del camino. Su cuerpo musculoso era mucho más grande que el de ella y Jasmine se veía acorralada. Pero aun así, no luchó.

–Porque me necesitabas.

La risa dura de Tariq la hirió en lo más profundo.

–¿Y no habrás venido para tener una aventura con un hombre exótico antes de que te cases con el hombre que ha elegido tu familia? –preguntó él al tiempo que la devolvía a su asiento sin ceremonia.

Jasmine se retiró la trenza de un rojo fuego hacia un lado y alzó la barbilla.

–No tengo ninguna aventura –comenzó. El gesto de desconfianza de Tariq era obvio pero Jasmine no dejó que eso la detuviera.

–No –dijo él con voz gélida–. Deberías tener corazón para poder experimentar la pasión.

La confianza de Jasmine en sí misma, ya de por sí bastante frágil, pareció desmoronarse. Toda su vida había luchado por ser especial y recibir el amor y la aceptación de los demás y en ese momento parecía que incluso Tariq, el único que una vez la encontró digna de adoración, creía que estaba desesperada.

«No puedes retener a un hombre como Tariq. Te olvidará en cuanto se cruce en su camino una bonita princesa».

Las maliciosas palabras que Sarah le dijera cuatro años antes se presentaron sin previo aviso en su cabeza. Cuatro años antes, habían conseguido desmoronar la poca confianza en sí misma que poseía. Se las había dicho su hermana mayor que conocía a los hombres mejor que ella. Tal vez no hubieran sido maliciosas. Tal vez Sarah tuviera razón.

Unos fuertes dedos hicieron presa en su barbilla haciéndola volver la cabeza hacia la pantera que tenía frente a ella. Sus ojos verdes se posaron fijos en los de ella.

–Te quedarás conmigo, mi Jasmine.

Era una afirmación, no una pregunta.

–Y si yo no deseara que… –se detuvo incapaz de dar con la palabra adecuada.

–¿Quedarte? –susurró Tariq con voz aterciopelada.

Jasmine tragó con dificultad. Una parte de ella estaba aterrorizada ante la furia que veía en los ojos de Tariq, pero había llegado demasiado lejos para derrumbarse.

–¿Como una esclava? –preguntó ella con voz quebrada, los labios resecos. Sin embargo, no se atrevía ni a humedecérselos con la lengua temerosa de la reacción de él.

–¿Crees que soy un bárbaro? –preguntó él entrecerrando los ojos.

–Creo que no te estás comportando como eres para darme precisamente esa impresión –respondió ella sin hacer caso a la advertencia de su subconsciente de no hostigar a la pantera.

Tariq curvó los extremos de los labios en una ligera sonrisa.

–Ah, lo había olvidado.

–¿Qué? –preguntó ella llevándose una mano hacia la mano que aún le sujetaba la barbilla tratando de liberarse, pero fue imposible. Notó que el pulso del hombre era lento, un ritmo seductor que prometía placeres exóticos y la más oscura furia al mismo tiempo.

–Que el fuego de tu pelo no miente –dijo él pasándole el pulgar por el labio inferior y frunciendo el ceño de nuevo–. Tienes los labios secos. Humedécetelos.

Jasmine se revolvió ante la orden.

–¿Y qué me harás si no lo hago?

Tariq alzó una ceja en respuesta al tono desafiante de Jasmine.

–Entonces yo lo haré por ti.

Una mancha de color traicionero apareció en las mejillas de Jasmine al imaginar la erótica escena. La intensa mirada de Tariq la hizo sentir como un suculento bocado que estaría encantado de saborear. Con la respiración entrecortada, Jasmine sacó la lengua y se humedeció los labios.

–Mejor –dijo él con aparente tono de aprobación al pasar el pulgar suavemente por los labios humedecidos.

De pronto la dejó libre y Jasmine quedó sorprendida en su asiento, inclinada sobre él. Recuperó la cordura de golpe. Con el rostro encendido, se apresuró a sentarse bien en el asiento del extremo opuesto del coche.

–¿Adónde me llevas?

–A Zulheina.

–¿La capital?

–Sí.

–¿Dónde está Zulheina? –continuó preguntando Jasmine a pesar de las respuestas monosílabas que recibía.

–A mi palacio –dijo él estirando una pierna y colocándola junto a la cadera derecha de ella, lo que la dejó acorralada contra la puerta.

Luego añadió:

–Y dime, mi Jasmine, ¿qué has estado haciendo estos cuatro años?

Estaba claro que él no iba a responder a más preguntas. Jasmine se tuvo que tragar la frustración que sentía.

–He estado estudiando.

–Ah, el diploma en dirección de empresas –dijo él en tono de mofa recordándole las muchas veces que había llorado en su hombro porque no le gustaba estudiar aquello.

–No –contestó ella, feliz de hacerlo sufrir por un momento.

Tariq se movió y de pronto ya no estaba frente a ella sino a su lado. Él no era el que estaba sufriendo.

–¿No? –su voz profunda evocó en Jasmine numerosos recuerdos–. ¿Tu familia te permitió cambiar?

–No tenían más remedio –contestó ella. Había seguido las instrucciones de sus padres y se había alejado de Tariq, pero casi la había destrozado. Su débil estado había alarmado incluso a su familia, y nadie había dicho nada cuando ella decidió cambiar sus estudios. Para cuando intentaron hacerla cambiar de opinión ya había crecido. La desilusión al ver el egoísmo de aquellos en los que había confiado la había acompañado continuamente, igual que una inmensa pena.

–¿Qué estudiaste entonces? –preguntó él curvando una de sus enormes manos alrededor del cuello de Jasmine en un gesto de absoluta posesión. Jasmine sintió que el calor de aquel cuerpo la invadía.

–¿Era necesario que te sentaras tan cerca? –dijo ella.

Por primera vez Tariq sonrió mostrando una hilera de dientes, la sonrisa de un depredador tentando a su presa hacia la oscuridad.

–¿Te molesta, Mina?

La había llamado Mina. Recordó la forma en que siempre la llamaba cuando quería convencerla para algo, normalmente un beso que a ella le sabía a miel. Nunca le había costado mucho trabajo convencerla. Una sexy mirada y el tono profundo de su voz al susurrar su nombre cerca de sus labios y se ablandaba, como un suspiro en el viento.

Al ver que Jasmine no respondía, Tariq se inclinó y acercó los labios a su cuello. Jasmine sintió que el tibio aliento de Tariq le quemaba la piel y hasta los huesos. Siempre le había encantado tocarla. Y ella adoraba la forma en que él mostraba su afecto, pero en ese momento lo único que estaba consiguiendo era hacerle perder el equilibrio y la calma.

–Tariq, por favor.

–¿Qué quieres, Mina?

Jasmine tragó y él siguió el movimiento que hacía su garganta con el pulgar.

–Espacio.

–No –contestó él alzando la cabeza–. Ya has tenido suficiente espacio estos cuatro años. Ahora eres mía.

La intensidad que irradiaba era demoledora. Cuando tenía dieciocho años Jasmine no había sido capaz de resistir aquel carismático poder. A pesar de tener solo cinco años más que ella, su fuerza y determinación le habían bastado para conseguir que su pueblo depositara en él su confianza.

Sin dejar de mirarlo, Jasmine levantó una mano y la puso sobre la que se aferraba a su cuello. Tiró de él para que la soltara y él lo hizo. La curiosidad que sentía por ella era evidente a juzgar por el gesto de asombro de sus ojos verdes. Le acarició entonces la mejilla, y ella giró la cara y depositó un suave beso en su mano. La respiración de Tariq se volvió más dificultosa.

–Estudié diseño de moda –contestó ella. Jasmine notó la piel de Tariq cálida contra sus labios, y el masculino aroma como si fuera un potente afrodisíaco.

–Has cambiado.

–¿Para mejor?

–Eso está por ver –dijo él entrecerrando los ojos. Tensó la mano que había puesto en la mejilla de ella–. ¿Quién te enseñó esto?

–¿Qué? –preguntó Jasmine, que sentía que unos escalofríos amenazaban con recorrerle toda la espina dorsal al oír aquella voz dura y salvaje.

–Este juego con mi mano y tus labios –dijo él rígido, como si su rostro fuera de granito.

–Tú –y era cierto–. ¿Te acuerdas de cuando me llevaste a las cuevas de Waitomo? Íbamos en una pequeña canoa y tú me tomaste la mano y depositaste un pequeño beso en ella.

Jasmine movió la cabeza y él se relajó un poco para permitirle repetir la suave caricia.

Cuando esta alzó la cabeza supo que él también lo recordaba pero sus rasgos seguían siendo de piedra y en sus ojos hervía una mezcla de emociones que ella, por su falta de experiencia, no podía reconocer.

–¿Ha habido otros?

–¿Otros qué?

–¿Te han tocado otros hombres?

–No. Solo tú.

Tariq bajó la mano y, tomándola de la trenza, tiró hacia él haciendo que Jasmine tuviera que arquear el cuello.

–No me mientas. Lo sabré –dijo él.

La estaba amenazando para asustarla. En respuesta, Jasmine se relajó dentro de lo posible en la posición en que estaba y deslizó los brazos por el cuello de él.

–Yo también lo sabré –dijo con calma.

–¿Qué es lo que sabrás? –preguntó él tensando la mandíbula.

–Si tú has dejado que otras mujeres te toquen.

Tariq abrió los ojos desmesuradamente.

–¿Desde cuándo eres tan fiera, Mina? Antes eras una mujer dócil.

Jasmine sabía que Tariq estaba tratando de provocarla al hablarle de la forma en que había dejado que su familia le controlara la vida, hasta el punto de hacerle pasar por alto sus sentimientos.

–Tuve que sacar las uñas para protegerme.

–¿Y se supone que debería asustarme de tus uñitas? –dijo él levantando una ceja en señal de provocación.

Deliberadamente Jasmine se las clavó en el cuello. Olvidó que estaba incitando a una pantera. Para su sorpresa, no le molestó que le clavara las uñas. La miró sonriente; una sonrisa peligrosa y muy tentadora.

–Me gustaría sentir tus uñas en la espalda, Mina –susurró él–. Y eso será cuando estés en tu sitio, tumbada boca arriba debajo de mí. Entonces las sentiré.

–¿En mi lugar? –preguntó Jasmine zafándose.

Como Tariq continuara irguiéndose frente a ella amenazadoramente empujándola con su cuerpo contra la puerta del vehículo, le puso una mano en el pecho para detenerlo en su afán. El calor del cuerpo viril traspasó la delgada tela.

–¡Sepárate de mí… bruto!

–No, Mina –contestó él poniéndole una mano en la mejilla y haciendo que lo mirara–. No volveré a seguir tus órdenes como si fuera tu perrito. A partir de hoy tú seguirás las mías.

Y con esas palabras la mantuvo firme en su sitio al tiempo que se inclinaba para besarla. Jasmine había quedado paralizada ante la mirada de dolor desgarrador que vio en sus ojos verdes.

Capítulo Dos

 

 

Tariq no podía controlar el deseo acuciante, primitivo, de probar el sabor de Mina. Ni siquiera saber que la estaba haciendo sentir abrumada con su presencia y atrapada sin salida podía detenerlo. Trató de ser tierno con su posesión, pero el ansia era demasiada para detenerlo. Entonces las pequeñas y femeninas manos de Mina lo tomaron por la nuca acercándolo hacia ella, incitándolo. El ardiente y doloroso deseo que había sentido dentro durante años escapaba a su control, rogaba ser liberado. Quería comérsela, saborearla.

Pero decidió que no era el momento.

Cuando la tomara, quería que el regocijo durara horas, días, semanas. Pero el deseo tanto tiempo reprimido tenía que ser satisfecho con algo, o explotaría rompiendo las ataduras que él mismo se había impuesto. La ira amenazaba con salir a la luz y fue consciente de ello en el momento en que puso sus labios sobre los de ella. Mataría a cualquier hombre que se hubiera atrevido a tocarla. Nunca la perdonaría si se enterara de que había permitido a otro acariciarla.

Mina era suya.

Y esa vez, no la dejaría escapar.

En sus brazos, Mina temblaba. Recorrió el perfil de sus labios con la lengua y Mina se abrió al instante. Su sabor era como un elixir para Tariq, una droga de la que había carecido durante años. Sus sentimientos hacia ella eran salvajes y caóticos como una tormenta del desierto. No se explicaba por qué lo había abandonado ni cómo se atrevía a regresar cuatro años después. En un momento en que Mina dio un grito ahogado en señal de que necesitaba recuperar el aliento, Tariq exhaló dentro de su boca, alimentándola al tiempo que la tomaba.

–Nadie te ha tocado –dijo Tariq y encontró algo de alivio en ello. No demasiado, pero suficiente para refrenar a la bestia que tenía dentro.

–Y –respondió Jasmine sorprendida–, nadie te ha tocado a ti.

–Tengo hambre de ti, Mina –dijo Tariq sonriendo como un depredador otra vez.

Jasmine sintió que su cuerpo comenzaba a reaccionar como siempre lo había hecho ante la inquietante sensualidad de Tariq.

–¿Hambre?

–Mucha –contestó él al tiempo que le acariciaba el cuello con el pulgar de forma inconsciente, sintiendo la vibración de las cuerdas vocales de Jasmine cuando esta hablaba.

–Necesito tiempo –dijo ella.

No estaba preparada para enfrentarse al hombre en que se había convertido Tariq. Reservado. Hermoso. Magnífico. Furioso.

Él levantó la vista hacia ella.

–No. No estoy dispuesto a ser más indulgente contigo.

Jasmine no tenía respuesta para tan estricta afirmación. Cuatro años antes, Tariq se había mostrado gustoso de dejarla hacer a su forma. Ella nunca había tenido que luchar con semejante guerrero. En el pasado, él siempre había sido muy cuidadoso con la inocencia de ella, pero cuando la había tocado, Jasmine no se había sentido como una libertina. Se había sentido amada. Tariq se movió ligeramente dejándola libre pero se quedó a su lado en el coche, con un brazo extendido por el respaldo del asiento.

–Así que has estado estudiando diseño de modas.

–Sí.

–¿Quieres ser una diseñadora famosa? –preguntó él mirándola divertido.

Jasmine sintió que se le erizaba el cuerpo. Estaba acostumbrada a que su familia se burlase de sus sueños, pero nunca lo habría esperado de Tariq.

–¿Te parece divertido? –dijo Jasmine tratando de fruncir el ceño ante los rasgos salvajemente masculinos de Tariq.

–Guarda tus uñas, Mina. Simplemente no puedo verte diseñando esas cosas ridículas que se ven en las pasarelas. ¿Tus vestidos no serían transparentes, de esos que muestran al mundo tesoros femeninos que sólo un esposo debería ver?

Jasmine se ruborizó ante la mirada ardiente de él, ridículamente complacida porque no se estuviera riendo de ella.

–Dime –ordenó a continuación.

–Quiero diseñar modelos femeninos –dijo ella. En estos tiempos, los diseñadores parecen tener una macabra idea de la forma de la mujer. Sus modelos parecen simples sayas que no muestran las curvas femeninas.

–Ah –dijo él emitiendo un típico sonido masculino.

–Ah, ¿qué? –preguntó ella alzando la vista para mirarlo.

Tariq pasó una mano en actitud posesiva sobre el abdomen de Jasmine y esta dio un grito ahogado.

–Tú tienes muchas curvas, Mina.

–Nunca dije que fuera una sílfide.

El tibio aliento de Tariq junto a su oreja la sobresaltó.

–Me has entendido mal. A mí me encantan esas curvas. Será muy cómodo para mí apoyarme en ellas.

El dolor incisivo dio paso a una turbación extrema y después a un deseo arrebatador. Ciega por el anhelo apenas si pudo terminar de decir lo que estaba explicándole sobre la moda.

–Quiero diseñar prendas hermosas para mujeres de carne y hueso.

Tariq la observaba con expresión contemplativa.

–Te permitiré continuar con ello.

–¿Me permitirás continuar con mi trabajo?

–Necesitarás hacer algo cuando yo no esté contigo.

Jasmine emitió un pequeño grito de frustración y se agitó inquieta hasta que finalmente su espalda quedó pegada a la puerta y desde allí le lanzó una mirada fulminante.

–¡Tú no tienes ningún derecho a permitirme hacer nada! –dijo ella señalándolo con el dedo índice.

–Al contrario –dijo él cazando al vuelo su mano–, tengo todo el derecho –finalizó y el tono helado de su voz la detuvo–. Ahora eres mi posesión. Me perteneces. Y eso significa que tengo derecho a hacer contigo lo que me plazca.

Esa vez no había humor en su expresión; aquel hombre no era ni la sombra del que ella había conocido años atrás.

–Y harías bien en no provocarme. No tengo intención de ser cruel, pero tampoco seré tu muñeco por segunda vez –añadió.

Tras un momento de estupor, Tariq la soltó y volvió a sentarse frente a ella. Jasmine entonces trató de recuperar la compostura y se giró hacia la ventana. No dejaba de preguntarse si habría sido ella la culpable de tan horrible cambio. Espontáneamente recordó la forma en que él le había ofrecido refugio en sus brazos cuando ella había corrido hacia él asustada por el ambiente sofocante de su casa.

«Ven a casa conmigo, mi Jasmine. Ven a Zulheil».

«¡No puedo! Mis padres…».

«Ellos solo quieren capturarte. Yo te haría libre».

Era una terrible ironía que ese mismo hombre que una vez le prometiera la libertad quisiera en ese momento encerrarla.

–Tenía solo dieciocho años –exclamó Jasmine de pronto.

–Pero ya no los tienes –dijo él con tono peligroso.

–¿No puedes entender lo que tuve que soportar? –preguntó Jasmine en tono suplicante–. Se trataba de mis padres y hacía solo seis meses que te había conocido.

–Entonces por qué… –se detuvo–. Sí… ¿por qué jugaste conmigo? Acaso te divertía tener a un miembro de la realeza árabe a tu entera disposición?

Ella nunca lo había tenido a su entera disposición. Con dieciocho años tenía aún menos confianza que sí misma que en esos momentos, pero él siempre la había hecho sentir… importante.

–¡No! ¡No! No fue así…

–Es suficiente –interrumpió él con una voz afilada como una navaja–. Lo cierto es que cuando tu familia te pidió que eligieras, tú no me elegiste a mí. Y ni siquiera me lo dijiste para que pudiera luchar por nosotros. No hay nada más que hablar.

Jasmine guardaba silencio. Sí, todo eso era cierto. ¿Cómo podría hacer que un hombre como él comprendiera lo que había sido para ella? Nacido entre un halo de poder, Tariq nunca había sabido lo que era que alguien lo aplastara y lo menospreciara hasta hacerle perder la propia voluntad. Su padre le había prohibido ver a Tariq, incluso la había amenazado con desheredarla. Ella le había suplicado de rodillas pero él la había hecho elegir.

«El árabe o tu familia».

Su padre siempre había llamado a Tariq «el árabe». No era una cuestión de racismo sino algo mucho más profundo. El motivo era que sus padres querían que Tariq se casara con Sarah.

La hermosa Sarah siempre había deseado ser una princesa, y todo el mundo había dado por hecho que ocurriría. Excepto que, cuando Tariq apareció en su casa, se fijó en Jasmine, la hija que no era más que causa de vergüenza para su familia.

–¿Habéis implantado ese sistema de riego? –dijo ella con un tono debilitado por el dolor. Se habían conocido en una visita de Tariq a Nueva Zelanda para aprender el funcionamiento de un revolucionario sistema de riego descubierto por una familia vecina de la de ella.

–Lleva tres años funcionando perfectamente.