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EL PARAÍSO DE LOS HOMBRES DE GRIS está inspirado en los extraterrestres que comparten nuestra tierra, sus ciudades ocultas en la cordillera y demás sitios de nuestro globo terráqueo; sus platos voladores, su estilo de vida, su humanidad entremezclada con distintas clases de seres humanos de todas las épocas y planetas. Esta novela habla de sus mundos, sus convivencias, su filosofía de vida, su energía, sus traslados espirituales hacia su Tierra Madre Miscordio, su mortalidad voluntaria, sus amores y sus proyectos de legarnos su fórmula para el amor de los terráqueos en el futuro. En el final existe una breve narración sobre lo que me inspiró a relatar intuitivamente esta novela de ficción, estando rodeado de la energía que emana del cerro Uritorco de Córdoba, República Argentina. Que conste: La imaginación es una realidad paralela.
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Seitenzahl: 125
Veröffentlichungsjahr: 2024
RAYMOND RUPÉN BERBERIAN
Berberian, Raymond Henri CharlesEl paraíso de los hombres de gris / Raymond Henri Charles Berberian. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-4692-0
1. Novelas. I. Título.CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Todos los derechos reservados.
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SINOPSIS
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
EPÍLOGO
LIBROS DEL AUTOR
EL PARAÍSO DE LOS HOMBRES DE GRIS está inspirado en los extraterrestres que comparten nuestra tierra, sus ciudades ocultas en la cordillera y demás sitios de nuestro globo terráqueo; sus platos voladores, su estilo de vida, su humanidad entremezclada con distintas clases de seres humanos de todas las épocas y planetas. Esta novela habla de sus mundos, sus convivencias, su filosofía de vida, su energía, sus traslados espirituales hacia su Tierra Madre Miscordio, su mortalidad voluntaria, sus amores y sus proyectos de legarnos su fórmula para el amor de los terráqueos en el futuro. En el final existe una breve narración sobre lo que me inspiró a relatar intuitivamente esta novela de ficción, estando rodeado de la energía que emana del cerro Uritorco de Córdoba, República Argentina. Que conste: La imaginación es una realidad paralela.
Deseo expresar mi sincero agradecimiento a un hermano mío, el Dr. Pablo Tailanian, Cónsul de la República de Armenia Occidental en la R.O. del Uruguay, cuyo gentil mecenazgo hizo posible la edición de mi novela El Paraíso de los Hombres de Gris en formato digital.
El autor
Libro editado bajo los auspicios del Estado de Armenia Occidental
En estos tiempos de inteligencia artificial, donde aparentemente todos somos una mercancía sometida al trueque y los sentimientos más profundos, una elegía perpetua.
Raymond, desde su más profunda, sabia y añosa juventud, levanta vuelo “in aeternum” preguntándose por todas esas asignaturas pendientes que aún nos preceden y desvelan desde hace por lo menos 3895 años; en realidad y desde mi visión estrictamente personal, desde hace once mil años. Ya por entonces se descubrió la sal de la vida: el amor, la pasión, las relaciones de pareja, cuál será la báscula más idónea para determinar el placer y todas nuestras sabidurías con diferentes aristas inmersas en un solo ente que lucha por expandirse en el éter de la existencia.
Sin dudas, una de las herramientas para decodificar y aplicar la evolución y desarrollo de nuestra multi–especie es nuestra fantasía, que nos permite mover montañas.
Es necesario ahuecar las alas, dejar de carretear y decididamente levantar vuelo al encuentro de todos los niños que anidan en nuestro niño interno. Dispongámonos a jugar, que la fantasía aflorará en la primera “escondida” de nuestra identidad en constante búsqueda hacia la felicidad tan ansiada.
Fernando Isas16/ 11/ 2023
EL paraíso
DE LOS HOMBRES
DE GRIS
***
Desde el paraíso DE LOS HOMBRES DE GRIS.
A mis hermanos del Planeta Tierra.
*
¿Qué será del amor, qué conducta tendrá la relación de pareja, en qué balanza se medirá el placer, la filosofía, la sabiduría, las ciencias, la alimentación, la expresión artística, el trabajo y la honestidad?
Ahuequemos las alas de nuestra fantasía, tratemos de imaginar por un momento la evolución y desarrollo de una singular sociedad humana, 2000 o 3000 años sol, en adelante.
En esa novela de ficción lo imposible y lo mágico se torna realidad, en ella se encuentran respuestas que añoramos, ilusiones y espejismos de colores.
Es, si se quiere, el sentido mágico de una existencia añorada.
*
Desde la cárcel de muchedumbre. El Autor
Cada diez mil setecientos noventa y tres años más ocho meses con precisión cronométrica, teñida de ámbar las mejillas, la luna sale a desafiar al Astro Rey y lo provoca durante catorce días haciendo que renuncie a su lecho de brumas. Mientras dura su reto, en la tierra acontece toda clase de cataclismos: se resquebraja su coraza protectora, hierven sus océanos, explotan sus volcanes, desaparecen continentes y el globo terráqueo rueda desencadenado, desgarrado, vomitando sus entrañas hasta que establezca nuevamente otros ejes…
*
“Qué será de nosotros y qué fue de ellos...”
Esa fue la última exclamación pronunciada por mi padre, mientras era arrastrado por las aguas mar adentro durante el tristemente recordado maremoto que azotó duramente el sudeste del continente amerindio.
Transcurría el año 3895 de nuestra era cristiana.
En forma inmediata, los niños y no tan niños fueron convocados, arrancados a sus padres, agrupados y fletados en forma organizada bajo la protección de expertos socorristas hacia las elevaciones. Iban siendo llevados en transportadores del tipo “orugas–trepadoras”, donde los aguardaban naves de despegue vertical suspendidas entre nubarrones arrojando víveres y bultos que contenían refugios desmontables y de fácil armado a los que iban viniendo.
En aquel entonces tenía dieciséis años cumplidos y me hallaba entre los primeros de mi ciudad en ser convocados. En el convoy que nos llevaba éramos unos treinta aproximadamente apretujados entre varones atónitos y niñas llorosas.
Fuimos a parar a una enorme carpa que había sido alistada y sellada por el ejército. Tenía conectada los filtros de aire; puesto en ejecución la pastilla de “onda calor”, reemplazante y compensadora de la energía solar. Se nos aprovisionó de cápsulas de vitaminas y leche sintética proteinizada, se nos repartió buzos térmicos y se nos ofreció dulces, hechos de abejas mineralizadas y grageas “Sed–Mata” de agua natural. Eso fue todo.
Tres satélites “Meteoro” habían detectado lo que se estaba gestando y, sin embargo, las sirenas de alarma actuaron segundos más tarde, tiempo suficiente para que se desatara la hecatombe.
No obstante los grandes y notables avances científicos y tecnológicos de la época, nada pudo hacerse ante tal magnitud de la adversidad. La catástrofe demostró a las claras lo lejos que estábamos aún del conocimiento absoluto y que los fenómenos telúricos seguían superando y neutralizando a mansalva nuestro poder mental.
Ni nos imaginábamos que ante la emergencia del caso seríamos socorridos, por decirlo de alguna forma, por los ingenieros planetarios del vecino satélite X 26 ESTRODO 5, quienes lanzarían al espacio un poderoso artefacto detonador de estratósferas, que postergaría por otros tantos miles de años las voluptuosas intenciones de nuestra luna, obligándola a reconsiderar su postura y reacondicionar el campo magnético entre ella, la tierra y los demás planetas, astros y satélites habitados.
Donde había ido a parar, la terapia de grupos resultaba obligatoria. Consistía en proporcionarnos paz por medio de los acordes de la música sidérea, registradas en los planetas cercanos a nuestra tierra. Allí nadie comentaba sus penas, no porque no las tuvieran, sino que las callaban para no contaminar el ambiente y provocar más inquietudes de las que existían. Sobrevivir a toda costa era nuestra consigna mayor, procurando futuro, hasta tanto reinase nuevamente la calma y se abrieran las cortinas en los escenarios del cielo. Prenderse de las nostalgias, habría detenido nuestra propia proyección, y yo, indiscutiblemente, era la vida que continuaba. Yo, siendo uno de los mayores y de más edad debía optar por quedarme a esperar pacientemente el regreso de la simbólica paloma de Noé, envuelta en un Arco Iris, o bien, abandonar el refugio y salir en busca de aventuras y de nuevas enseñanzas.
Después de mucho meditar, decidí, de curioso no más, salir a explorar midiendo por mí mismo los efectos del desastre.
Aprovechando un descuido de nuestro guardia deslizándome por una puerta mal sellada salí al exterior y allí seguí un estrecho sendero que conducía hacia las montañas nevadas. Quise cerciorarme de la hora; mi reloj de pulso marcaba las nueve A.M. del siete de julio.
Eran las doce y yo seguía subiendo sin aminorar la marcha. De pronto recordé que, con el apuro, había olvidado recoger mis raciones de alimento, pero estaba demasiado lejos para volver y no valía la pena hacerlo, ya que podía ingerir raíces y yuyos comestibles que crecían en abundancia por las laderas de las montañas. En la escuela las habíamos estudiado, conocíamos sus virtudes y comprobado su sabor. La llamada “manzana de la tierra”, por ejemplo, siempre me resultó una raíz deliciosa, más allá de la energía que aporta al organismo. También los “dientes de león”, ese yuyo silvestre y algo amargo al paladar, tan nutritivo y refrescante del sistema digestivo. Lo tenía todo resuelto, y confiaba en que el espectro del hambre no me habría de amenazar.
Por momentos desaparecía el sendero bajo los arbustos, incomprensiblemente desteñidos y apilados como ex profeso por caminantes misteriosos.
Hacia la tarde, respaldándome en una roca, elevé la vista al cielo. Grande fue mi asombro al notar que el horizonte había desaparecido entre las brumas. Tuve la sensación que la tierra de pronto había modificado su trayectoria alrededor del sol forjando un nuevo destino en el cosmos.
En un momento dado me pareció que la roca sobre la cual descansaba comenzaba a temblar. Me causó tanta impresión que casi se me aflojan las rodillas. Y no era una sensación mía debido a mi cansancio, la roca se movía de verdad. Me paré y me puse a un costado. En ese momento se me cruzaron ideas y suposiciones, como que había encontrado la puerta del infierno o que estaría ante la gruta de Alí Babá. Al recapacitar lo atribuí a la atmósfera enrarecida, que bien pudo haber turbado mis reflejos causándome visiones de algo inexistente. Pero no..., tampoco eso me convenció.
Siendo lo descreído que soy. Como sin querer, volví hacia donde me había sentado y apoyé suavemente una mano contra la roca. Evidentemente la roca temblaba y lo hacía cadenciosamente, coincidiendo con su posterior deslizamiento de la tapa superior hacia un costado.
El miedo me tenía paralizado. Ya no sabía qué pensar. Atónito y paralizado, sólo observaba. En ese ínterin el aire se llenó de un extraño olor.
De pronto una mirada penetrante me inmovilizó; quedé como pegado al piso.
Vi surgir, uno tras otro, curiosos y extraños personajes de rostros pálidos, cabelleras largas y grisáceas. Emergían en silencio del vientre de la tierra.... Quise gritar, la voz tampoco me acompañó. Es cierto, ahora que lo pienso, no les tenía miedo. Lo estaba registrando como en un sueño, similar a una suerte de imágenes animadas en una pantalla gigante. Todos vestían igual: una túnica plateada con mangas muy largas que terminaban en punta. Andaban descalzos y, lo curioso: sus pies no rozaban el suelo al desplazarse, sino que se movían como deslizándose sobre un colchón de aire. Eran en total doce. Los fui contando. No, creo que eran trece. ¡Sí, trece!, trece hombres delgados y grises clavando su mirada en mí, girando en sentido contrario a las agujas de los relojes legendarios en torno a mí sin articular palabra alguna.
En un momento dado, como en las calesitas, se les fue agotando la cuerda y todos se detuvieron al mismo tiempo. El más cercano, acaso también el más joven, oprimió los párpados y, sin mover los labios se le oyó decir:
—Discúlpanos, pequeño terráqueo..., tuvimos que frenar tus impulsos... No deseamos causarte daño, ni provocarte mala impresión... Nuestra intención es protegerte de los inconvenientes climáticos que padece tu planeta. Si no nos rechazas y nos aceptas como seres incorporados a tu mundo, nosotros te recompensaremos otorgándote el secreto de la perpetuidad voluntaria... Cumpliremos todos y cada uno de tus deseos inconfesables.
Quien se dirigía a mí, aunque de apariencia más joven, llevaba al igual que el resto del grupo el cráneo más alargado igual a las figuras de los Faraones del Antiguo Egipto. La voz que emitía, no sé de qué forma, al principio parecía gangosa, no obstante fue aclarándose sobre la marcha hasta lograr una suavidad sumamente armoniosa además de melodiosa y poética. Lo curioso, su voz venía acompañada de ecos y vibraciones, como si el vocablo en sí rebotara en las paredes de una habitación vacía.
—Ahora podrás moverte, si lo deseas; alejarte también o, asistir a la ceremonia que hemos de iniciar. ¡Eres libre de elegir!
Apenas terminó de expresarse sentí correr la sangre en mis venas y nuevamente latir mi corazón. Nunca había experimentado algo semejante. No era que tuviera paralizada la voluntad, yo estaba muerto en vida. Con razón... esa paz que de pronto me envolvía era algo diferente. No era comparable a nada, ni siquiera a la felicidad. Sí..., era una paz desconocida, como si mi organismo se hubiese alejado del soplo de la realidad, desconectado y entrado a formar parte de lo etéreo, de un cuerpo astral, de un submundo.
Los vi alinearse y deslizarse en círculo unidos de las manos, arrodillarse e inclinarse contra el piso, elevar lentamente la mirada hacia un punto fijo en el firmamento del lado opuesto al sol, pronunciarse en un idioma extraño aún más misterioso y musical, apuntar con una piedra color carmín engarzado en una muñequera de un metal brilloso parecido al platino el centro de su cerebro, reclinarse una y otra vez, aguardar estáticamente, hasta tanto se formara en derredor de cada uno un halo amarillento.
Culminada la extraña ceremonia, se pusieron de pie. Se los veía felices y satisfechos, incluso daban la impresión de estar sonriendo.
Me parecían gente buena, inofensiva, que alimentarían mi curiosidad acercándome a ellos. Total, regresar a mi mundo no me habría aportado más que nostalgias, tendría que empezar de nuevo a rescatar afectos, ya no tendría tiempo de formar amigos, mi ciudad se habría hundido bajo las aguas y con ella mis quereres y mis escasos recuerdos. Estos individuos, aunque algo huraños y raros, me otorgaban todo sin pedir nada a cambio.
Mientras sacaba mis conclusiones, se me acercó otro, apoyó el brazo en mi hombro paternalmente y me condujo en silencio hacia los demás. No me resistí.
—Eres bienvenido entre nosotros –, le oí decir –. Tu determinación es la más acertada, Za... Zavén.
Zavén, era mi nombre. Ya estaban enterados de cómo me llamaba.
Mientras los Hombres de Gris regresaban ordenadamente y por turno a las profundidades de la tierra, introduciéndose cuidadosamente uno tras otro por donde habían salido, mi flamante amigo seguía a mi lado como un ángel guardián esperando el momento de guiarme siguiéndole los pasos.