El soñador - Raymond Rupén Berberian - E-Book

El soñador E-Book

Raymond Rupén Berberian

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Beschreibung

Un relato con matices muy atractivos de un joven poeta explotado por el editor de sus libros, alojado en un hotel de "mala muerte" cotejado por la mucama y entregado a sus sueños y fantasías. De pronto, la vida le ofrece una oportunidad; descubre el amor, y burlándose de él, el mismo destino se lo quita, y allí comienza su pelea contra él mismo.

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Seitenzahl: 31

Veröffentlichungsjahr: 2025

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RAYMOND RUPÉN BERBERIAN

El soñador

Berberian, Raimundo Enrique El soñador / Raimundo Enrique Berberian. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-5922-7

1. Novelas. I. Título. CDD A860

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Todos los derechos reservados.

Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor.

Tabla de contenidos

Portada

Sinopsis

El soñador

Sinopsis

Un relato con matices muy atractivos de un joven poeta explotado por el editor de sus libros, alojado en un hotel de “mal a muerte” cotejado por la mucama y entregado a sus sueños y fantasías. De pronto, la vida le ofrece una oportunidad; descubre el amor, y burlándose de él, el mismo destino se lo quita, y allí comienza su pelea contra él mismo.

El Autor

EL SOÑADOR

***

Estaría distraído tal vez, cuando de pronto y a pasos del conventillo: “Residencia Cero Estrellas” donde me alojaba, tropecé sin querer contra el canasto de una anciana que llevaba provisiones.

—¿Por qué no te fijas por dónde caminas?, ¡estúpido! —gruñó, y siguió su ruta haciendo gárgaras contra la irrespetuosidad de los jóvenes para con los mayores.

No sé por qué razón; en ese momento demoré más de la cuenta en acatar las consignas de mi educación, permitiéndole a esa señora alejarse sin que le ofreciera mis disculpas. Lo habría hecho, pese a que fue ella quien me quitara de su camino. Supongo que me habría tomado por borracho o por busca pleito. Se habría detenido tal vez en mi aspecto de mamarracho. La última vez que me pesé en la balanza de la farmacia de la esquina y de eso ya hace tiempo, no llegaba ni a los cincuenta y ocho kilos con mis harapos puestos y mis zapatos de todo andar. Obviamente, mis treinta años no reflejaban mi apariencia. Por más que coimeara a mi espejo con una sonrisa, él insistía en duplicarme la edad.

“¡Tranquilo! —me dije, volviendo al hotel—. Son cosas que pasan... Por fin vas a estar solo, aunque tengas que enfrentarte a la aguileña mirada de esa otra…”

—¡Jeh, llegash tempjano sheñoj poeta!(Jeh, llegas temprano señor poeta) —masculló la conserje con su acostumbrado marcado sarcasmo, espiando por encima de sus lentes remendados con un alambre–. Shpejo que te haya ido bien pojque te ijá peoj shi no me pagas lo que debes —continuó amenazante. (Espero que te haya ido bien porque te irá peor si no me pagas lo que debes),

Doña Ingrid Schoelze, la conserje, ¡otra, que una mujer cuadrada!, robusta anglosajona por excelencia, “Peso Pesado”; para colmo viuda, de escaso cabello, cano por sectores, teñido, desde un rubio rabioso hasta un negro azabache; además, al hablar, lo hacía con los labios pegados, haciendo silbar las “eses” y resaltar las “erres”.

Doña Ingrid no era, que digamos, un ejemplo de mansedumbre y de bondad. Ese trato suyo despectivo y burlón era igual con todo el inquilinato. Tenía un estilo propio que me era bastante familiar. Yo, para ella, era nada menos que un haragán, una suerte de inútil. En pocas palabras: era algo menos que un estúpido y solitario soñador. Le debía dinero y eso le otorgaba el privilegio de humillarme ante quien fuera, con derecho de alterar a gusto y placer mi adrenalina.

—Aquí tienesh…númejo dieshichiete. Shijvashe, sheñoj… poeta. Jeh.... ¡Ashejqueche, hombje! No te voy a mojder. (Aquí tienes… número diecisiete. Sírvase, Señor… poeta. Jeh… ¡Acérquese hombre! No te voy a morder)