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Hija de una borracha que vive bajo un puente, come de la limosna de los transeúntes. El relato comienza con un domingo. La niña se quiso aventurar y se perdió en la ciudad. Al cruzar con una iglesia y viendo la gente entrar, la niña se filtró y al ver pasar un cura se colgó de su sotana para preguntarle quién era esa señora vestida de celeste que no se mueve y él le explicó que se trataba de María, Madre de Dios. Le preguntó: —¿De dónde vienes, pequeña? —Del puente, vivo con mi mamá. —Tienes nombre ¿cómo te llamas? —Mamá me dice Nena. —Yo te llamaré María Delpuente. ¿Te gusta? —¡Qué lindo! María Delpuente. Y la historia ya estaba escrita. En la medida que fue creciendo la vida le iba dando de todo, pero no era más que un préstamo, y lo fue quitando. En su desesperación María decidió quemar su mansión y quitarse la vida. Yo viví ese relato como propio; la lloré…, como a una persona cercana a mí. Era su destino: María Delpuente.
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Seitenzahl: 34
Veröffentlichungsjahr: 2025
RAYMOND RUPÉN BERBERIAN
Berberian, Raimundo EnriqueEl paraíso que no fue / Raimundo Enrique Berberian. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-5920-3
1. Novelas. I. Título.CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
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Por las veredas de la existencia maría delpuente...
Los shneiberger
La venganza
MARÍA DELPUENTE:
Hija de una borracha que vive bajo un puente, come de la limosna de los transeúntes.
El relato comienza con un domingo.
La niña se quiso aventurar y se perdió en la ciudad.
Al cruzar con una iglesia y viendo la gente entrar, la niña se filtró y al ver pasar un cura se colgó de su sotana para preguntarle quién era
esa señora vestida de celeste que no se mueve y él le explicó que se trataba de María, Madre de Dios. Le preguntó:
—¿De dónde vienes, Pequeña?
—Del puente, vivo con mi mamá.
—Tienes nombre ¿cómo te llamas?
—Mamá me dice, Nena.
—Yo te llamaré María Delpuente. ¿Te gusta?
—¡Qué lindo! María Delpuente. Y la historia ya estaba escrita.
En la medida que fue creciendo la vida le iba dando de todo, pero no era más que un préstamo, y lo fue quitando. En su desesperación María decidió quemar su mansión y quitarse la vida. Yo viví ese relato como propio; la lloré…, como a una persona cercana a mí. Era su destino:
EL PARAÍSO QUE NO FUE
***
—Perdón, joven; ¿le traigo un café? es la atención de la casa.
Me había instalado con mi cuaderno de anotaciones y mi bolígrafo en una mesa donde podía divisar el mar por detrás del gran ventanal de la sala de recepción.
Muchas gracias, señora —contesté sonriéndole—. Pienso…, le aceptaré el café, pero cortado, si no es demasiado pedirle.
Deduje que siendo una señora mayor y sumamente amable, sería fácilmente la dueña del Hotel y por lo visto no me había equivocado.
Un rato después la misma regresó con una bandeja y dos tazas de café.
¿Le molestaría que me sienta a su mesa y conversemos un rato? No puedo ver a un joven en su estado. Tengo el presentimiento de que necesitas con quien hablar. Ah, y no me agrada lo que leo en su frente. Por favor no vaya a creer que soy una entrometida o una vieja bruja conventillera. Simplemente me intriga su estado, es todo, Señor Andrés. Así se llama, ¿verdad? ¿Andrés Buenángel? ¡Ah sí! Ahora lo veo clarito. La cruz que lleva puesta parece pesarle toneladas, muchacho.
Sonreí para complacerla y no parecer maleducado. En el fondo me agradaba esa forma suya tan maternal de tratarme.
La mujer se acomodó en el asiento frente a mí y se quedó observándome.
Es verdad —dije—, vine a esa ciudad costera, queriendo desprenderme de esa depresión que usted, no sé cómo, logró leer en mi frente.
Sí, aquí lo veo… Lamento decirle y no se vaya a ofender, donde sea que vaya, aquí o allá, sin darse cuenta, estará arrastrando su cruz.
De pronto abrió los ojos bien grandes y tapó la boca con las manos.
Lo siento, joven, es más fuerte que yo. Mejor me callo. Soy una entrometida. Si lo incomodo, me retiro, dijo, insinuando levantarse.
No, por favor quédese, Señora. En realidad me vendría bien abrir mi corazón a alguien de su experiencia.
La mujer volvió a acomodarse y rozó afectuosamente mi mano con la suya. Era una persona agradable, sonreía casi siempre, como si tuviese la sonrisa pegada a los labios, cosa que hacía disimular sus canas y borrar las arrugas en su rostro.
¿A qué se dedica usted, si es que nada le impide decírmelo?
A desarrollar mis pensamientos —respondí, con cierto aire de intriga.