Guzmán el Bravo - Lope de Vega - E-Book

Guzmán el Bravo E-Book

Лопе де Вега

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Beschreibung

Guzmán el Bravo es uno de los pocos textos en prosa del autor Lope de Vega. Narra las aventuras de un héroe al estilo de los clásicos libros de caballerías por toda Europa, de Italia a Chipre pasando por Flandes hasta desembocar en África del Norte. -

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Lope de Vega

Guzmán el Bravo

Novela tercera

Saga

Guzmán el Bravo

 

Copyright © 1624, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726617467

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

A la señora Marcia Leonarda

 

Si vuestra merced desea que yo sea su novelador, ya que no puedo ser su festejante, será necesario y aun preciso que me favorezca y que me aliente el agradecimiento. Cicerón hace una distinción de la liberalidad en graciosa y premiada; benigna la llama, siendo graciosa, y si ha tenido premio, conducida. No querría caer en este defecto, pero como yo no tengo de hacer cohecho, así no querría perder derecho, que no es razón que vuestra merced me pague como Eneas a Dido, remitiéndome a los dioses, cuando dijo:

Si el cielo a los piadosos galardona,

si en ellos hay justicia, si conocen

los ánimos, te den condigno premio.

Fue opinión del Filósofo que naturalmente se deseaba el premio, y dijo el romano satírico:

Nadie, si el premio le quitas,

abrazará la virtud.

Y aunque la gracia siga al que la da y no al que la recibe, creo que hemos de ser vuestra merced y yo como el caballero y el villano que refiere Faerno, autor que vuestra merced no habrá oído decir, pero gran ilustrador de las fábulas de Isopo. Dice, pues, que llevando una liebre un rústico apiolada (así llama el castellano a aquella trabazón que hacen los pies asidos después de muerta), le topó un caballero, que acaso por su gusto había salido al campo en un gentil caballo, y que preguntando al labrador si la vendía, le dijo que sí; y pidiéndole que se la mostrase le preguntó al mismo tiempo cuánto quería por ella. El villano se la puso en las manos, viendo que quería tomarla a peso y le dijo el precio; pero apenas la tomó el caballero en ellas cuando, poniendo las espuelas al caballo, se la quitó de los ojos. El labrador burlado, haciendo de la necesidad virtud y del agravio amistad, quedó diciendo: «que le digo, señor, yo se la doy dada, cómasela de balde, cómala alegremente y acuérdese que se la he dado de mi voluntad, como a mi buen amigo».

Esto se ha venido aquí de suerte que no era menester buscarle las aplicaciones de don Diego Rosel de Fuenllana, un caballero que se llamaba alférez de las partes de España y que imprimió un libro en Nápoles, De aplicaciones, que no debería estar sin él ningún hipocondríaco. Pues está claro que fiando de vuestra merced estas novelas me las corre. Y así, me parece que será bien comenzar esta, diciendo por la pasada: «llévesela vuestra merced, yo se la doy de mi voluntad», si bien del villano a mí hay esta diferencia: que le engañaron a él sin entenderlo, y yo me dejo engañar porque lo entiendo.

En una de las ciudades de España, que no importa a la fábula su nombre, estudió desde sus tiernos años don Felis, de la casa ilustrísima de Guzmán, y que en ninguna de sus acciones degeneró jamás de su limpia sangre. Hay competencia entre los escritores de España sobre este apellido, que unos quieren que venga de Alemania y otros que sea de los godos, procedido de este nombre «Gundemaro». Por la una parte hacen los armiños antiguos, y por la otra, las calderas azules en campo de oro. Como quiera que sea, ellos son grandes de tiempo inmemorial, y en su familia ha habido insignes y valerosos hombres, como fueron don Pedro Ruiz de Guzmán, año de mil y ciento; don Alonso Pérez de Guzmán, principio de la casa de Medina-Sidonia, a quien su sepulcro llama «bienaventurado», y con otros muchos, dignos de eterna memoria; don Pedro de Guzmán, hijo del duque don Juan, primer conde Olivares, que en servicio del emperador Carlos hizo valerosas hazañas a los cuales se puede sin ofensa poner al lado por su valor, ya que no por su gran estado.

El referido don Felis estudiaba, como digo (y perdone vuestra merced la digresión, que debo mucho a esta ilustrísima casa), en la ciudad por donde tuvo principio la novela. Las partes de este caballero eran tales que, así los estudiantes naturales como los extranjeros, le amaban con tanto afecto, que perdieran por él la vida y no sentían el estar fuera de sus patrias. Hizo algunos actos con muestras de tan feliz ingenio, que no parecía de día el que por la noche se hacía temer por su nunca visto esfuerzo, juzgándole comúnmente por dos hombres, y no sabiendo cómo hallaba lugar la blandura mercurial del entendimiento con la fiereza marcial de la osadía. El pretendiente a quien defendía segura tenía la cátedra; y aunque el rotular de noche le costó algunas pendencias, de todas salió con victoria, aunque el exceso fuese exorbitante; que cuando al natural valor ayuda la buena gracia de la Fortuna, no hay enemigo que ofenda ni resistencia que baste. (Y en esta parte confieso que tengo a los caracteres de almagre por blasones de honra; pero en llegando a libelos infamatorios, tengo por cobarde al dueño y por mujer la mano). Dio fin a sus estudios, o por lo menos se le dio su inclinación, que no le guiaba por aquel camino; esto sin inducir fuerza de estrellas, que Dios no crió al hombre por ellas sino a ellas por el hombre, puesto que no salió don Felis sin ocasión de su patria.

Habíale llevado algunas noches en su defensa Leonelo, un caballero mozo, amigo suyo, a quien una dama de razonable calidad pero de poca estimación había dado lugar en su casa. Y como ella viniese a entender que quedaba don Felis en la calle por tantas horas, y tenía inclinación a su fama y lástima a su desvelo (fuera de que por la mayor parte las mujeres de aquel porte codician más lo que está en la calle que lo que queda en casa), rogó a Leonelo no permitiese que con tanta descomodidad pasase un caballero el tiempo que él se entretenía, pues fuera de ser término descortés, más daño haría a su opinión un hombre toda la noche en la calle que dos dentro de casa.

Lección es esta ya tan recibida, que no se ve un hombre en puerta ni en ventana por milagro, como se veían en otros tiempos; y creo que debe de ser lo más seguro, si no es lo más honesto, porque las mujeres suelen perder más por un caballo a la puerta que por el dueño en la sala, y dice más un lacayo dormido que un vecino despierto, que los hay tales que se desvelarán por ver lo que saben, como si no lo supiesen.