Historia de la filosofía del lenguaje - Mauricio Beuchot - E-Book

Historia de la filosofía del lenguaje E-Book

Mauricio Beuchot

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Beschreibung

Un recorrido por los principales autores y escuelas que, a lo largo de la historia, han reflexionado sobre el lenguaje. El libro se divide en cuatro grandes apartados que analizan, diferentes épocas: antigua, medieval, moderna y contemporánea. El autor nos propone volver la vista a la historia de la filosofía del lenguaje para así esclarecer lo que ha sido y lo que ha de ser.

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Seitenzahl: 434

Veröffentlichungsjahr: 2013

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BREVIARIOS

del FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

549 HISTORIA DE LA FILOSOFÍA DEL LENGUAJE

Historia de la filosofía del lenguaje

por MAURICIO BEUCHOT

Primera edición, 2005    Primera reimpresión, 2012Primera edición electrónica, 2013

D. R. © 2005, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-1611-1

Hecho en México - Made in Mexico

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

I. ÉPOCA ANTIGUA

Presocráticos

Platón

Aristóteles

Epicuro

Estoicos

Gramáticos alejandrinos

Romanos eclécticos

Los gramáticos latinos

Bibliografía

II. ÉPOCA MEDIEVAL

Época patrística

Alta edad media

Edad Media madura

Baja Edad Media

Bibliografía

III. ÉPOCA MODERNA

Renacimiento

Filosofía moderna

Colofón

Bibliografía

IV. ÉPOCA CONTEMPORÁNEA

El estructuralismo

El análisis lingüístico

Bibliografía

V. FILOSOFÍA DEL LENGUAJE EN LA FENOMENOLOGÍA Y LA HERMENÉUTICA

Postestructuralismo y postanalítica: la convergencia en la hermenéutica

Bibliografía

INTRODUCCIÓN

Se ha llamado a nuestra época la del “giro lingüístico”; por eso el estudio del lenguaje atrajo mucho la atención en el siglo XX y sigue haciéndolo en los inicios del XXI. Lingüística, semiótica, filosofía del lenguaje, hermenéutica y otras disciplinas han versado sobre el lenguaje. Pero a pesar de tantas teorías recientes, o tal vez por eso mismo, es necesario volver la vista a la historia de la filosofía del lenguaje. Por dos motivos. La filosofía del lenguaje ha tratado siempre de ver el todo de los estudios lingüísticos en su coherencia y sistematicidad, a la vez que en sus proyecciones y sus innovaciones. Y, además, porque en su historia se esclarece lo que ha sido y lo que ha de ser; en efecto, si seguimos los avatares que ha tenido, sus fracasos y sus logros, podremos ver su futuro desde su pasado y su presente.

Esta historia de la filosofía del lenguaje que ahora ofrezco tiene como antecedentes varios trabajos sobre la época griega y medieval, la moderna y la contemporánea, a lo largo de treinta años.1 En numerosos artículos y libros he abordado diversos autores, épocas y aspectos de esta historia. Ahora deseo presentar una especie de síntesis o resultado de esos afanes en los estudios sobre el lenguaje. En cuanto a la época contemporánea —la más difícil de narrar y evaluar, sin duda—, he estudiado su vertiente estructuralista,2 pero sobre todo sus vertientes analítica3 y hermenéutica.4

Ello quiere decir que habrá omisiones, puesto que cualquier trabajo de esta índole será incompleto. Pero espero que haya atinado a seleccionar lo más importante y útil. No me queda sino desear que los interesados en la filosofía del lenguaje sepan encontrar en esta historia no piezas de museo, sino elementos vivos y actuantes que influyan y fructifiquen en sus investigaciones de hoy en día.

1 Sobre filosofía del lenguaje en la Antigüedad y la Edad Media, pueden señalarse mis siguientes libros: La filosofía del lenguaje en la Edad Media, México, Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, 1981 (2ª ed., 1991); Aspectos históricos de la semiótica y la filosofía del lenguaje, México, Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, 1987; Signo y lenguaje en la filosofía medieval, México, Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, 1993; Metafísica, lógica y lenguaje en la filosofía medieval, Barcelona, Publicaciones y Promociones Universitarias, 1994. Sobre la época moderna, renacentista: Significado y discurso. La filosofía del lenguaje en algunos escolásticos españoles post-medievales, México, Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, 1988.

2 Sobre la filosofía del lenguaje en el estructuralismo, se pueden citar mis libros: Lingüística estructural y filosofía, México, Universidad La Salle, 1986; Tópicos de filosofía y lenguaje, México, Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, 1991; La semiótica. Teorías del signo y el lenguaje en la historia, México, FCE, Breviarios 513, 2004.

3 Sobre la filosofía analítica del lenguaje, pueden verse mis libros: Elementos de semiótica, México, Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, 1979 (2ª ed., Xalapa, Universidad Veracruzana, 1993; 3ª ed., México, Ed. Surge, 2001); Filosofía analítica, filosofía tomista y metafísica, México, Universidad Iberoamericana, 1983; Temas de semiótica, México, Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, 2002.

4 Acerca de la visión del lenguaje desde la hermenéutica, pueden consultarse mis libros: Interpretación y realidad en la filosofía actual, México, Instituto de Investigaciones Filosóficas - Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, 1996; La hermenéutica en la Edad Media, México, Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, 2002.

I. ÉPOCA ANTIGUA

EXPONDREMOS, primeramente, las ideas de la filosofía clásica sobre la naturaleza del lenguaje. Pondremos lo esencial de los presocráticos, señaladamente los sofistas; después, Platón y Aristóteles, y en último término los estoicos.1

PRESOCRÁTICOS

Entre los primeros presocráticos, aparecen aquí y allá algunas reflexiones sobre el lenguaje, pero las más importantes fueron las de los sofistas. Antes de ellos, los pitagóricos, esto es, los seguidores de Pitágoras de Samos (570-497), iniciaron el debate sobre el carácter natural o artificial del lenguaje. Se decidieron por lo primero, y sostuvieron que entre palabras y cosas había una relación o vínculo natural. Las palabras se asemejan en ello a los números, que son las medidas o formas superiores de las cosas. Por eso el que conoce las proporciones de las cosas conoce sus nombres exactos. También se coloca a Heráclito de Efeso (536-470) entre los naturalistas, pues dice que estudia las palabras (epéa) y los hechos (erga) con base en su naturaleza (kata physin).2 Además, su discípulo Cratilo aparecerá en el diálogo platónico del mismo nombre defendiendo la tesis naturalista. Igualmente, Heráclito parece haber iniciado el estudio de la etimología, que se haría muy usual.

Otros optaron por la segunda tesis, la de la artificialidad o arbitrariedad del lenguaje. Así, Parménides de Elea (530-444) insiste en que lo que da el significado a las palabras es la ley, la cual es arbitraria pero da reglamentación.3 Esto se manifiesta también en Demócrito de Abdera (460-370), quien piensa que el hombre refleja la ley natural del ser en la ley arbitrada del logos o palabra.4 El neoplatónico Proclo, en una época ya muy posterior (s. V d.C.), en su comentario al Cratilo dice que daba cuatro argumentos en favor del convencionalismo: 1) la homonimia —cosas diversas reciben el mismo nombre—, 2) la polionimia o sinonimia —una misma cosa recibe varios nombres—, 3) la renominación o metonimia —una misma cosa puede cambiar de nombre—, y 4) la anomalía —una cosa puede no tener nombre.5

Los sofistas adoptaron el punto de vista arbitrarista o convencionalista del lenguaje, pero además reflexionaron profundamente sobre su naturaleza, su finalidad y sobre la gramática y la retórica. Protágoras de Abdera (480-410), cuyo principal interés era la retórica, fue muy atento a las partes o modos del discurso, considerados como aspectos pertenecientes a la sintaxis de la oración: “Fue el primero en dividir el discurso en cuatro partes: ruego, pregunta, respuesta y mandato. Según otros, fue en siete: narración, pregunta, respuesta, mandato, exposición, ruego e invocación, a las que llama ‘fundamentos’ del discurso”;6 y también fue el primero en estudiar el género gramatical de los nombres. Pródico de Keos (fl.ca. 432; vivía en 399) estudió la propiedad de las palabras, para lo cual abordó la distinción de los sinónimos;7 curiosamente, a pesar de ser sofista, defendió el naturalismo lingüístico, pues si no hay sinónimos perfectos, se destruye el argumento más querido de Demócrito, y no se apoya el que los nombres dependan de la convención. En este naturalismo lo sigue Antístenes (h. 444-365/370), quien, dentro de la escuela cínica, reducía el pensamiento a palabras, pero decía que de las cosas sólo puede decirse su nombre propio, que es único para cada una; sólo se les puede predicar ese nombre, y ninguna otra cosa; por eso no cabe la discusión, ya que cada cosa tiene su palabra apropiada, y ésta siempre dará un discurso verdadero.8

Finalmente, Gorgias de Leontini (484-375) se refirió de modo clarividente a la esencia del lenguaje en su Encomio de Helena, donde dice: “La palabra es una gran dominadora, que, con un cuerpo pequeñísimo e invisible, realiza obras por demás divinas”.9 Es decir, el lenguaje es tan poderoso que con una palabra más pequeña que una mosca, esto es, con un “sí” o un “no”, puede construir reinos y desatar guerras.

PLATÓN

Por supuesto, fue Platón (Egina o Atenas, 428-347) quien más impulsó esta reflexión sobre el lenguaje desde la filosofía. En su diálogo Cratilo se ventilan el naturalismo y el convencionalismo, predominando un cierto naturalismo. Se adopta como problema el de la rectitud de las denominaciones, pudiéndose entender ésta como el dar nombres adecuados a las cosas. Cratilo defiende una rectitud natural, y Hermógenes una convencional. Se recoge, pues, el naturalismo de Pitágoras y de Heráclito, representado por Cratilo, y el artificialismo de Demócrito y los sofistas, representado por Hermógenes. Se tiene, así, como paradigma el nombre, principalmente el sustantivo (ónoma). Se trata de una discusión semántica, esto es, acerca de la correspondencia entre los nombres y las cosas (onómata y prágmata). Al parecer, Platón fue el primero que distinguió entre ónoma y rhema. El ónoma no era propiamente el nombre, sino el sujeto, y el rhema era propiamente el predicado, aunque se tomaba también como el verbo, que es el predicado por excelencia. Acerca de los nombres, Platón buscó su relación con las cosas, entendiéndola como una relación de denominación adecuada.

Naturalismo

La posición de Cratilo es que “existe por naturaleza una rectitud de la denominación para cada una de las cosas, y que ésta no es una denominación impuesta por algunos —una vez que así se ha acordado, aplicando un elemento de su propio idioma—, sino que existe una rectitud natural de las denominaciones, la misma para todos, tanto para griegos como para bárbaros”.10 No puede quedar más claro el naturalismo lingüístico. No se trata de palabras de un solo lenguaje, pues se incluyen los lenguajes bárbaros, y se estaría diciendo que el griego es el lenguaje natural. Los nombres, cuando se dan, tienen que ser adecuadamente significativos de lo que son, sea en griego o en otro idioma. En cambio, Hermógenes piensa que

la denominación que alguien pone a algo es la correcta; y si alguien a su vez la cambia por otra y ya no usa aquélla, la posterior no es menos correcta que la anterior; así como nosotros les cambiamos el nombre a los sirvientes, y el nombre cambiado no es menos correcto que el anteriormente dado. Pues por naturaleza no se ha producido ninguna denominación para cosa alguna, sino por convenio y por costumbre de quienes han creado esa costumbre y utilizan esa denominación.11

Pero en la crítica que se hace de la teoría de Hermógenes se aduce que hay denominaciones falsas, y no podría haberlas, pues según él todas las denominaciones son correctas. Eso indica que las cosas tienen una esencia inmutable, la cual existe por sí misma: es la idea o forma subsistente y ejemplar. Sócrates hace aceptar a Hermógenes, en contra de Protágoras, que el hombre no es la medida de todas las cosas, y, por lo mismo, tampoco es la medida de todas las denominaciones.

El artífice de nombres

De acuerdo con ello, dice Sócrates que hay un “forjador de denominaciones”, el onomatourgos, que es el legislador o nomotetes: “no es propio de cualquier hombre establecer denominaciones, sino de un forjador de palabras; éste es, como parece, el nomotetes, que es entre los hombres el experto que aparece más escasamente”.12 El nomotetes tiene ciertamente un arte para hacer las denominaciones. Pero estas denominaciones deben hacerse de acuerdo con el conocimiento de las ideas prototípicas de las cosas, las cuales son conocidas por la dialéctica filosófica. Por ello, “la tarea del nomotetes es hacer la denominación, con un hombre dialéctico como supervisor, si va a establecer las denominaciones correctamente”.13 En definitiva, el filósofo es quien puede asignar los nombres correctos a las cosas o supervisar su asignación. Es como la denominación puede manifestar la esencia de la cosa, correspondiendo a la cosa en sí, de modo que el nombre de la lanzadera en sí es la palabra en sí de la misma.

La búsqueda etimológica

Una prueba que se intenta dar para apoyar este naturalismo es que los nombres propios deben corresponder a las personas que los llevan según su etimología. Pero esa prueba es rechazada, porque en casi ningún caso se encuentra esa correspondencia. Hay, sin embargo, ejemplos curiosos y bellos, como el de la palabra cuerpo, acerca de la cual dice Sócrates:

Explicar esta palabra me parece posible de muchas maneras; y de muchísimas, si se altera la palabra un poco. Hay quienes afirman que el cuerpo (soma) es la tumba (sema) del alma, como si ella estuviera enterrada en él al presente; y, puesto que a su vez es por medio de él que el alma indica(semainei) lo que indica, también por ese lado se le llama correctamente “signo” (sema). Me parece por cierto que los órficos han dado esta denominación considerando sobre todo que el alma paga castigo por lo que paga; ella tiene el cuerpo para que se preserve(sozetai) como envoltura, imagen de una prisión. Por consiguiente, el cuerpo es eso, cárcel, hasta que el alma haya pagado sus deudas; soma se le denomina, y no se debe remover ni una letra.14

Sócrates hace una pregunta intencionada: “Lo que dio la denominación (kalesan) a las cosas, y lo que la da (kaloun), ¿es una misma cosa, a saber, el pensamiento?” (416c). Y logra que se le acepte. Pues bien, el pensamiento tiene que ser acorde con las ideas prototípicas de las cosas.

La imitación de las ideas por parte de las palabras

Así la rectitud de las palabras o, más precisamente, de los nombres consiste en que indiquen cómo son las cosas. Y Sócrates dice que esto deben tenerlo las palabras primitivas más que las derivadas, por ello se da a la búsqueda de esas palabras primitivas. Una conjetura es que esas primeras palabras fueron imitación de las cosas y sus propiedades: “La denominación es, al parecer, una imitación mediante la voz de aquello que se imita, y el que imita, cuando lo hace, denomina mediante la voz”.15 Se imitó mediante las letras y las sílabas “la mismísima esencia de cada cosa”.16 Esto fue lo que hizo el experto en denominar. Uno de los argumentos que da Sócrates es que las palabras derivadas son significativas, pero lo son a causa de las primitivas; y es preferible decir que el nomotetes encontró con su imitación tales palabras en lugar de hacer intervenir a los dioses como ex machina en los teatros, fingiendo que dieron a los primeros el conocimiento de dichas palabras primitivas, o atribuirlo a bárbaros anteriores a los griegos que les enseñaron esas palabras. Los nomotetes ajustaron a las cosas las palabras, con sus sílabas y aun sus letras. “La rectitud de la denominación —afirmamos— consiste en que indica de qué índole debe ser la cosa.”17

Ciertamente se aducen y se examinan varios argumentos en contra de la teoría de Cratilo, como el de la comparación de las palabras con los cuadros, que se ve como inadecuada; y la relación entre un original y una copia, que tampoco se aplica con exactitud al caso del lenguaje; pero todas las dificultades son sorteadas, y aun cuando se trata de moderar la tesis, esto es, de llegar a una tesis intermedia, predomina el naturalismo sobre el convencionalismo. Así, el dar nombres adecuados a las cosas puede ser llamado “hablar con verdad” y lo opuesto, “hablar con falsedad”, porque no se dará con la esencia de las cosas ni se la manifestará. Y esto puede hacerse con los nombres, con los verbos y con los enunciados mismos, pues “si es posible disponer verbos y substantivos de esa manera, entonces necesariamente también enunciados”.18 La denominación exacta es bella, y hace que correspondan a la cosa incluso las letras. Y las letras correspondientes son las que se asemejan a la cosa, las que son por naturaleza semejantes a ella; volvemos a la teoría de la imitación. De esta manera, “afirmamos que las palabras nos indican la esencia de las cosas”.19 Pero las denominaciones o las palabras siempre serán vicarias, por lo que conviene buscar la esencia de las cosas en las cosas mismas. Dice Sócrates:

Ahora, si en máxima medida es posible conocer las cosas por las denominaciones, pero si también es posible conocerlas por ellas mismas, ¿cuál de las dos maneras de conocer podría ser más correcta y más exacta? ¿La de conocer la imagen a partir de ella misma, si ésta está bien representada y así también la esencia de la que es imagen? ¿O conocer a partir de la verdad si la imagen de ellas está convenientemente trabajada?,20

a lo cual responde Cratilo: “Me parece que necesariamente a partir de la verdad”.21 En cambio, a diferencia del naturalismo platónico, Aristóteles opta decididamente por el convencionalismo.

Platón tiene agudas observaciones sobre el lenguaje en algunas otras obras suyas, como en la Apología de Sócrates, en el Teeteto (donde trata de clasificar las letras en tres grupos: sonoras —vocales—, sordas pero no mudas —también las llama medias: consonantes no oclusivas— y sordas y mudas —oclusivas—) y el Filebo (donde también aborda la forma fónica de las palabras), el Sofista y la Carta VII (en la que se queja de que no se respeta el naturalismo del lenguaje, sino que se actúa con un espíritu demasiado convencionalista); pero la obra más importante es sin duda el Cratilo.

ARISTÓTELES

Aristóteles (Estagira, 384-Calcis, 322) expresó sus principales ideas sobre filosofía del lenguaje en su obra Sobre la interpretación(Peri hermeneias o De interpretatione). De ahí tomaremos, en primer lugar, la noción misma de interpretación. Después trataremos de atender el sonido, la voz, la oración y sus clases, así como sus elementos (concretamente el nombre y el verbo), según el uso que fue sancionado por toda una tradición sumulística o lógica medieval y posmedieval. Pasaremos enseguida al tratamiento de ese tipo principal de oración que es la proposición o enunciado, con las relaciones que se dan entre proposiciones (tanto asertóricas como modales), de oposición, de equipolencia y de conversión. Cerraremos con el arduo problema de las proposiciones de futuros contingentes, que tanta tinta han hecho correr. En todo ello procuraremos no sólo explicar la doctrina aristotélica, sino además señalar la interpretación moderna de algunos lógicos matemáticos que a la vez son historiadores de la lógica, tales como Lukasiewicz, Bochenski, Kneale, Kretzmann, Geach, Anscombe y Mignucci.

La interpretación como factor de comunicación

Aristóteles da a “interpretación” (hermenéia) los varios sentidos que tenía esa palabra en el ámbito griego, y no sólo el que le damos ahora. Un primer sentido es el de interpretación de la realidad: la interpretación es lo que decimos del mundo según lo que de él percibimos o entendemos. Un segundo sentido, que se ha vuelto preponderante (sobre todo por obra de la hermenéutica, a la que se ha visto antecedida por este tratado aristotélico), es el de interpretar las locuciones que sobre el mundo se dicen, esto es, captar lo que decimos sobre el mundo, las expresiones o los textos. Pero también añade otro sentido, que es el de la comunicación, esto es, no sólo lo que interpretamos cuando se nos comunica algo, sino lo que hacemos además nosotros al comunicarnos: no únicamente la recepción, sino también la emisión de los mensajes. Comprende la locución y la escucha, el habla completa de una lengua, el acto por el que nos comunicamos con los otros.

Así, la hermenéia es sobre todo comunicación (no sólo la interpretación, como la entendemos ahora, y que es una parte, la receptiva, del acto de comunicación). Abarca todo el ciclo comunicativo o circuito semiótico, y no sólo, como ahora, la comprensión; esto es, abarca tanto la encodificación como la decodificación. La condición comunicativa del hombre está vinculada a su naturaleza social, y ésta a su naturaleza racional, la cual evita que sea simplemente gregario, como el animal. El hombre tiene un gran repertorio de signos; tiene, sobre todo, el signo lingüístico, y de él se vale para comunicar a sus semejantes lo que le es agradable o desagradable, lo que le es provechoso o nocivo, y, de manera más específica, lo que considera justo o injusto.22Es lo que constituye su habla en la comunidad o sociedad (polis).

La interpretación como expresión del pensamiento

Que la interpretación, en el sentido griego, no abarca sólo la comprensión, sino también la expresión, se aprecia en el hecho de que el mismo latín conservó ese sentido según el cual “me interpretó su pensamiento” significa “me expresó su pensamiento”. Esa expresión, manifestación o interpretación del pensamiento se da por el lenguaje. Pero, como se ha visto, no mera expresión en el sentido que le dan algunos semióticos actuales, como si no tuviera la finalidad de la comunicación.23 Es una expresión comunicativa, no una expresión que pretenda reservarse sin más en el ámbito interior o privado. No cae en ser lenguaje privado, contra el cual previno tanto Wittgenstein.

El material del lenguaje son los sonidos o voces. Éstos pueden ser articulados o inarticulados. Los sonidos inarticulados pueden significar algo por naturaleza, como en el caso del gemido de dolor o de la risa de alegría, lo cual parecemos compartir con el mundo animal, y son signos más bien naturales; pero también tenemos sonidos articulados, los cuales son las palabras (nombres, verbos, etc.), y no son signos naturales, sino artificiales, esto es, tienen significado por convención o beneplácito.

La palabra o signo lingüístico (símbolo, según lo denomina Aristóteles) tiene como designado final y principal las cosas de la realidad, pero tiene como designado directo e inmediato la afección de la mente o contenido mental (concepto y afecto), pues vamos primero a la realidad en cuanto conocida, y después a la realidad en cuanto tal. Y ese conocimiento se acompaña de elementos volitivos o afectivos. Hay que notar que no siempre las palabras significan entes reales, sino también entes de razón, o incluso meros estados de ánimo. Pero en una situación sencilla, en la que una palabra designe una cosa, la palabra tiene una relación primera con el concepto de esa cosa (o la cosa en cuanto pensada) y una segunda relación (a través de él) con la cosa real. Si lo dijéramos en terminología más reciente, podríamos decir que la palabra se relaciona primero con su sentido y después con su referencia (aunque estos términos no tienen en el esquema aristotélico el significado ontológico que les dio Frege).

Para el Estagirita la palabra hablada es signo de las afecciones del alma (conceptos y afectos), y la palabra escrita es signo de la palabra hablada. Las palabras habladas y escritas son diferentes en las comunidades de hombres, ya que son producto del artificio, de la convención, de la cultura. Pero no así las palabras mentales o afecciones del alma (que son los conceptos),24 que son iguales en todos por ser signos naturales: “Las afecciones mentales en sí mismas, de las que esas palabras son primariamente signos, son las mismas para toda la humanidad, como lo son también los objetos, de los que esas afecciones son representaciones, semejanzas, imágenes o copias”.25

En nuestra mente hay pensamientos simples (o incomplejos), que no afirman ni niegan, esto es, que no van acompañados de verdad ni falsedad. Así también, hay términos simples (o incomplejos) que son sus signos. Tales son el nombre y el verbo, esto es, el ónoma y el rhema. Particularmente difícil de traducir es el rhema, que puede traducirse igualmente bien como “verbo” o como “predicado”.26 Hay además en nuestra mente pensamientos complejos por afirmación (composición) y negación (división), y sus signos son expresiones complejas, como las oraciones o enunciados.

El que los conocimientos o conceptos sean iguales para todos, como lo son los objetos que designan, es frecuentemente objeto de discusión en la actualidad. Se dice que no sólo es diferente la expresión, el lenguaje, sino que la misma captación mental difiere según los individuos. Pero la igualdad que establece Aristóteles se fundamenta en su teoría del conocimiento, según la cual las cosas, que son las mismas según sus naturalezas, pasan en el conocimiento a tener la misma esencia con una diferente existencia. Conservando su misma esencia, pasan a tener una existencia mental, a través del conocimiento abstractivo, y dejan su existencia real, que tenían fuera de la mente. Nos dice:

Se sabe que la ciencia y la sensación se dividen de la misma manera que sus objetos: consideradas ambas en potencia corresponden a sus objetos en potencia; según el acto, corresponden a sus objetos en acto. En el alma misma las facultades sensitiva e intelectual son en potencia sus propios objetos: por una parte, lo sensible y, por otra, lo inteligible. Y es necesario que estas facultades sean idénticas a los objetos mismos, o por lo menos a sus formas. Es imposible que sean los objetos mismos, pues no es la piedra la que está en el alma sino su forma.27

Hay una relación estrecha entre el pensamiento y el lenguaje, de modo que el lenguaje se hace posible por el pensamiento y es su expresión; así, a través del lenguaje se va a la cosa.

Las categorías sintácticas y su semántica

Varios elementos se pueden distinguir de entre las voces articuladas. Dan lugar a distintos tipos de palabras que concurren a la expresión de nuestros pensamientos, esto es, a la interpretación. Las palabras, como elementos, nos dan los términos y, agrupadas significativamente, constituyen oraciones o enunciaciones.

Aristóteles estableció una distinción entre los nombres (onómata) —sujetos por excelencia—, los verbos (rhemata), —predicados por excelencia—, y los elementos que ayudan a copular (syndesmoi); éstos comprenden las conjunciones,al parecer (aunque no es muy claro) las preposiciones, los artículos y los pronombres.28 Puesto que los términos principales que aborda son el nombre y el verbo, pasaremos a considerar sólo estos elementos de la enunciación.

Nombre

Aristóteles ofrece la siguiente definición del nombre: “El nombre es un sonido que posee un significado establecido tan sólo de una manera convencional, pero sin ninguna referencia al tiempo, mientras que ninguna parte de él tiene significado si se la considera separada del todo”.29 Los nombres pueden ser simples, como “barco”, o compuestos, como “barco pirata”. En el primer caso, el de los nombres simples, sus partes no tienen significado (a saber, las sílabas); en cambio, las partes de los nombres compuestos tienen cierto significado, aunque no es independiente del todo. Geach considera esta idea de Aristóteles como algo genial que se perdió y que no fue recuperado sino hasta que lo rescataron Russell y Wittgenstein, con su teoría de los nombres propios, según la cual las partes de un nombre propio no tienen significado aisladamente, sino formando un todo.30

Hay un tipo de nombres, los nombres infinitos, o más propiamente, las palabras indefinidas, como “no-hombre”, que no son propiamente nombres, “puesto que los aplicamos a toda clase de cosas, tanto existentes como no existentes”.31Aristóteles rechaza los nombres infinitos, que tanta importancia tendrán para Leibniz. Son como las clases complementarias. Toda clase tiene un complemento de clase que es cualquier cosa que no sea ella misma, pudiendo ser cualquiera, hasta lo más inverosímil. Por ejemplo, el complemento de la clase hombre es el no-hombre, esto es, todo lo que no sea hombre, desde un grano de arena hasta un astro, pasando por el camello y el océano. La razón por la que Aristóteles no acepta los nombres infinitos como nombres es semántica, no sintáctica, ya que pueden ser sujetos o predicados.

Relega el caso (ptosis) del nombre. Según el Estagirita, tampoco los casos del nombre son propiamente nombres para los fines de la argumentación lógica. Por ejemplo, “de Filón” (Philónos), que es el caso genitivo del nombre Philón, y esto puede verse en que ellos no pueden ponerse como sujetos de proposiciones verdaderas o falsas; por ejemplo, “de Filón ríe” o “de Filón no ríe” no son verdaderas ni falsas. La razón de que sean excluidas no es sólo semántica, como en los nombres infinitos, sino además sintáctica: producirían incorrección gramatical.

Verbo

Aristóteles da la siguiente definición: “Un verbo es un sonido que no solamente lleva consigo un significado particular, sino que posee además una referencia temporal. Ninguna parte del mismo tiene significado. Indica siempre que algo se dice o se afirma de algo”.32 La última oración expresa que el verbo es, por naturaleza, la parte predicable del enunciado o proposición. El verbo manifiesta que un predicado se atribuye a un sujeto consignificando o significando además el tiempo de su inherencia en él. Por ejemplo, en “Juan está sano”, toda la locución “está sano” puede tomarse propiamente como un verbo, no como un nombre, es la parte predicable, y significa además la inherencia de la salud en Juan como dada en tiempo presente, no pasado ni futuro.

Los verbos indefinidos, como “no-está enfermo”, “no-es bueno”, no son propiamente verbos; pues aunque funcionan como verbos (tienen cierta cosignificación temporal y figuran como predicados) no se ordenan a un nombre determinado, sino que se aplican tanto a cosas existentes como inexistentes. Es decir, tienen los mismos problemas que los nombres indefinidos o infinitos. Tampoco pueden aceptarse como verbos los casos del verbo, sino que son inflexiones suyas, de manera semejante a los casos del nombre.

Tomados en sí mismos, los verbos son nombres; y son propiamente verbos en la proposición. “Los verbos son por sí mismos nombres, y significan algo, pues el que habla detiene con ellos su proceso ideativo y la mente del oyente da a ello su aquiescencia.”33 Y es que en sí mismos todavía no expresan proposiciones, sobre todo en sus formas infinitivas “amar”, “no amar”, y en el participio “amante” y “amado”, sino hasta que se les añada algo. “Esas formas no indican nada por sí mismas, sino que implican una copulación o síntesis, la cual difícilmente podemos concebir sin las cosas.”34

La proposición. Su naturaleza

Aristóteles dice: “Un juicio es una frase o locución con significado, de cuyas partes puede, una u otra, tener significado, es decir, como algo que ha sido expresado, pero no en el sentido de un juicio positivo o negativo”.35 El juicio o proposición tiene significado, al igual que sus elementos, por convención.

No todo enunciado, oración o juicio es proposición, para que lo sea, es necesario que, además de tener significado, sea verdadera o falsa. Expresiones tales como la súplica, la orden, la pregunta, tienen significado, pero no tienen valores de verdad. No son proposiciones, y su estudio no pertenece a la lógica, sino a la retórica o a la poética.

Una proposición es la unión o la desunión de términos que son sus elementos, y siempre realiza esto por una cópula, que es un verbo o tiempo (caso) de un verbo, afirmando o negando. La proposición siempre consta al menos de nombre y verbo. El nombre es la parte sujetable, que se convierte en sujeto, y el verbo con lo que lo acompaña es la parte predicable, que se convierte en predicado.36 Además, “se pueden trasponer el sujeto y el predicado. No obstante, ello no involucra ningún cambio en el significado del juicio o proposición. Así decimos ‘el hombre es blanco’, ‘blanco es el hombre’”.37

División de las proposiciones

Atendiendo a los elementos de que constan, hay proposiciones simples y proposiciones compuestas. Proposiciones son la sola afirmación y la sola negación. Las proposiciones compuestas reúnen dos o más proposiciones simples y constituyen cierta unidad por virtud de partículas conectivas. “Una proposición simple es una voz dotada de significado, que afirma o niega la presencia de alguna cosa en un sujeto, y ello en un tiempo pasado, presente o futuro”.38

Según la cualidad, hay proposiciones afirmativas y negativas. “Significamos por afirmación una frase que afirma una cosa de otra; significamos por negación una frase que niega una cosa de otra.”39 Toda proposición afirmativa tendrá como opuesta su negación, y toda negativa tendrá como opuesta su afirmación.

Por lo que respecta a la cantidad, hay proposiciones universales, particulares y singulares, según que el sujeto lo sea, y significan algo correspondiente a él. Aristóteles establece las condiciones formales para que una proposición sea universal. No basta con que tenga un sujeto que, tomado en sí mismo como nombre, sea universal, por ejemplo “hombre”. Interviene la cuantificación, con la partícula “todo”, que es el cuantificador universal.

Pero el cuantificador está por la parte del sujeto, cuantifica al sujeto, y al cuantificarlo universalmente convierte en universal a toda la proposición. Aristóteles parece poner en duda la posibilidad de cuantificar el predicado al mismo tiempo que el sujeto, pues decir que “todo hombre es todo animal” y “todo muchacho ama a toda muchacha” no pueden ser proposiciones verdaderas. Nos dice:

El sujeto “hombre” es universal; sin embargo, las proposiciones mismas se enuncian como universales. Ninguna de ellas, en efecto, contiene el término “todo”; pero el término “todo”, aplicado al sujeto, confiere a toda la proposición su carácter de absoluta universalidad. Si ambas cosas, el sujeto y el predicado, se utilizan en su más plena extensión, la proposición resultante será falsa. Pues, en verdad, absolutamente ninguna afirmación puede, en estas circunstancias, ser verdadera. La proposición “todo hombre es todo animal” servirá de clara ejemplificación de esto.40

Pero en cuanto a la afectación de la proposición por los functores, también dice: “El adjetivo ‘todo’ y el ‘no’ no significan más que el hecho de que el sujeto mismo está tomado en toda su extensión o no, sea el juicio negativo o positivo. Por consiguiente, el resto del juicio permanecerá inmutable en todos los casos”.41 Según Mignucci, esto no debe entenderse como excluyendo toda cuantificación del predicado, sino sólo la universal, es decir, con “todo”, como en el ejemplo, ya que cuando el sujeto lleva “todo” y el predicado también, la proposición resulta falsa, según se vio en “Todo hombre es todo animal”.42 Pero eso no quiere decir que excluya la cuantificación del predicado con otros cuantificadores. De hecho esa cuantificación con los otros cuantificadores la explora Ammonio, al comentar el De interpretatione.43

Por el verbo, hay proposiciones de secundo y tertio adjacente, según que el verbo “ser” esté como adyacente inmediato, es decir, como predicado, o como cópula que une al sujeto a un tercer adyacente o predicado. Primeramente, se da el verbo “ser” como predicado:

En efecto, expresiones como “es”, “será”, “viene a ser”, etc., son todas verbos según nuestra definición de la palabra “verbo”, ya que además de su significado particular poseen una referencia temporal. Y según ello, “el hombre es (existe)” y “el hombre no es (existe)” constituyen la primera afirmación y negación. “No-hombre es (existe)” y “no-hombre no es (existe)” constituyen la segunda. Luego tenemos estas proposiciones, “todo hombre es (existe)” y “todo no-hombre es (existe)”.44

En segundo lugar, vienen las proposiciones de tercer adyacente:

Donde hay otros dos términos y el término “es” se emplea como tercer término, son posibles dos tipos distintos de juicios afirmativos y negativos. Pongamos como ejemplo “el hombre es justo”. La palabra “es” es aquí el tercer término, llámese a éste verbo o nombre. Por consiguiente, a partir de esos términos o factores, formamos en absoluto cuatro proposiciones. Dos de ellas corresponden, en su secuencia, respecto de la afirmación y la negación, a aquellas proposiciones o juicios que se refieren al estado de privación. Las otras, sin embargo, no. Suponiendo el verbo “es” añadido al término “justo” o “no-justo”, tendremos dos juicios afirmativos; suponiendo que lo que se haya añadido es “no es”, tendremos dos juicios negativos. Todos juntos suman los cuatro dichos.45

Ya que el verbo “ser” es el verbo-raíz, o la raíz de los verbos, lo dicho sobre él vale para los demás verbos, pues en cierta manera lo suponen, o está subyacente a lo que los demás verbos indican. “Donde no sigue como verbo el término ‘es’, y usamos en su lugar ‘pasea’, ‘tiene salud’ y otros análogos, obtenemos el mismo tipo de esquema que hemos dado al utilizar el verbo ‘es’.”46 El verbo “ser” es el verbo principal, lo que después los escolásticos llamarán el verbo “substantivo”, indicando con ello que era el más substancial o esencial de todos.

Las proposiciones de futuro

En el capítulo IX del De interpretatione hay una cuestión célebre y muy difícil. Es la cuestión de la verdad o falsedad de las proposiciones de futuro. Si se ha dicho que necesariamente toda proposición es verdadera o falsa, esto parece cumplirse muy bien en las que van en tiempo presente, cuyo valor de verdad puede constatarse; aun en las de pasado, cuyo valor de verdad ya se conoció; pero ¿qué ocurre con las de futuro, cuyo valor de verdad no está a nuestro alcance comprobar aún? Según lo establecido, tienen que tener valor de verdad, y no lo tienen aún.

Este problema ha hecho correr mucha tinta. Uno de los autores que nos parece abordarlo de modo interesante es Elizabeth Anscombe, en un artículo de Mind, en 1956. Cuando Aristóteles dice que necesariamente una afirmación (o negación) debe ser verdadera o falsa, tenemos que ser informados de si es presente o futura. A fin de hacer notar esto, Anscombe dice:

usaremos los índices p y f para que el signo proposicional indique las referencias al tiempo presente y pasado, por un lado, y la referencia al tiempo futuro, por otro. Entonces, para toda p, p vel no-p es necesaria (esto abarca también las proposiciones no cuantificadas) y pp es necesaria vel no-pp es necesaria; pero no es el caso que para todas las p, pf es necesaria vel no-pf es necesaria.47

Quine se burla, y habla de la “fantasía” de Aristóteles de que “es verdad que p o q” es condición suficiente para “o es verdad que p o es verdad que q”, lo cual el lógico estadunidense niega. Pero —dice Anscombe— Aristóteles tiene un punto en que diverge de Quine, pues parece creer que la verdad de una expresión veritativo-funcional es independiente de los valores de verdad de las proposiciones componentes. En efecto, Aristóteles dice que “o p o no-p” es siempre necesaria; pero añade que cuando p describe una situación presente o pasada, entonces p es necesariamente verdadera, o no-p es necesariamente verdadera. Pero “necesariamente verdadera” no es lo mismo que “verdadera”, pues “mientras que puede ser verdadero que lloverá mañana, no es necesariamente verdadero”.48

En la Poética, el Estagirita habla del caso del verbo, aunque parece contradecir lo que establece en el Peri hermeneias, pues acepta como verbos todos los tiempos del mismo, que allí había excluido como casos del verbo. Sólo toma como casos del verbo el imperativo y las formas verbales de las oraciones interrogativas.

Aristóteles participó no sólo en la polémica naturalistas-artificialistas, contra Platón, en la que fue decidido artificialista, sino también en la polémica analogistas-anomalistas, esto es, los que veían en el lenguaje el predominio de un orden analógico por encima de las irregularidades o anomalías y los que lo veían a la inversa. Aristóteles fue claramente analogista, mientras que los estoicos fueron defensores del naturalismo y del anomalismo.

EPICURO

Epicuro (341-270) sostuvo el naturalismo, y veía un vínculo directo entre la palabra y la cosa, pues de acuerdo con su materialismo negaba el significado como intermediario inmaterial, que fue propio de los estoicos, según veremos. Expuso una teoría muy interesante del origen y la evolución del lenguaje. Al principio los hombres emitieron las palabras originales en correspondencia con la percepción sensorial adecuada que tenían de las cosas. En ellas recogían la verdadera manera de ser de lo real. Pero después cada comunidad hablante fue creando nuevas palabras y enriqueciendo el lenguaje. Allí entraba ya la costumbre. Con ello Epicuro desea conciliar las posturas naturalista y convencionalista, pero con el predominio de la primera.49

ESTOICOS

Los estoicos intentaron una síntesis entre Platón y Aristóteles, pero los llevó en realidad a una doctrina diferente, y muy rica, con cosas muy interesantes. Esto trataron de hacerlo entre el naturalismo de uno y el artificialismo del otro, pero predominó el naturalismo: “En opinión de los estoicos, los nombres se forman naturalmente, imitando los primeros sonidos de las cosas que nombran”.50 Esas formas originales o primeros sonidos fueron onomatopéyicos, y luego sufrieron numerosos cambios. Por eso no fueron analogistas, sino anomalistas; pues, dado que el lenguaje era una capacidad natural del hombre, había que aceptarlo con todas sus irregularidades.

También trataron de hacer esa síntesis en otros campos; por ejemplo, en el terreno de la lógica, los estoicos potenciaron la silogística aristotélica hacia la lógica de proposiciones. Aristóteles, realista cognoscitivo, daba un gran realce a la proposición categórica. En cambio, los estoicos, tocados de cierto desengaño y escepticismo, no tuvieron problemas para centrar su lógica en la proposición hipotética, y con ello abstrajeron con gran facilidad y excelencia la lógica de proposiciones, como algo más básico que la lógica de cuantores. Esto nos habla, pues, de un cierto escepticismo en el ámbito de la epistemología estoica, centrada, sin embargo, en ciertas razones principales (las kyrioi logoi), que amparaban tanto reglas de inferencia como axiomas inconmovibles de apoyo.

Zenón de Kitión (h. 336/335-264/263) fue el iniciador, inaugurando lo que se llama la Stoa antigua. Recibió la enseñanza lógica de los megáricos, en especial de Eubúlides de Mileto (s. IV), Diodoro Cronos (†307) y Filón de Megara. Sucesor de Zenón fue Cleantes de Assos, y a él le siguió, en el siglo III a.C., Crisipo de Soli; él fue el gran sistematizador de la teoría estoica. Tan es así que las fuentes más confiables —bastante posteriores, como son Sexto Empírico y Diógenes Laercio— lo son en la medida en que se basan en Crisipo.51

Por lo que Sexto Empírico nos reporta de Crisipo, natural de Soli (280-ca.205), sabemos que en el ámbito de la filosofía del lenguaje los estoicos tenían una teoría muy interesante y nueva del significado, basada en la idea de lektón o dictum, el cual era una entidad no empírica que aseguraba el significado a la expresión en cuestión. En efecto, reunían en el acto semiótico tres elementos. Uno era el signo lingüístico, o significante (semainon), que, en cuanto era acústico o gráfico, obviamente era físico; otro era el objeto o referente (tynjánon), que, en situación normal, era también físico; pero otro era propiamente el significado o sentido (lektón), que no era físico, sino metafísico, no reductible tampoco a lo psicológico. Es decir, no tenía el estatuto ontológico de las ideas aristotélicas (mentales), sino el de las ideas platónicas (subsistentes y separadas). Sobre esos elementos dice Sexto Empírico: “De éstos [tendrán] que ser corporales dos, a saber, el sonido y el objeto, y uno no corporal, a saber, la cosa significada, el lektón, que será, [además] verdadero o falso”.52 Puede decirse, pues, que toman de Aristóteles la tríada de signo, idea y objeto; pero la idea es de índole platónica, no mental;53 esto es, en lugar de entender la idea en el sentido aristotélico de concepto, la establecen como entidad subsistente y separada tanto de la cosa como de la mente. Hacen, con elementos platónicos y aristotélicos, una síntesis diferente.

Se llega, pues, a una postura que trata de sintetizar a Platón y a Aristóteles. El elemento platónico es el lektón. Los lektá (que, cuando son compuestos, son llamados axiómata) son entidades ideales o platónicas como las que después propusieron Leibniz, Bolzano, Frege, Church, Carnap y Popper. Además, los estoicos tienen cierta noción del sentido y de la referencia como aspectos distintos del signo, pues distinguían entre semainein (significar) y deloun o deiknunai (señalar). Su semántica está más basada en el sentido que en la referencia. Incluso la referencia de los nombres que figuran como sujetos se da por medio del predicado, cuando entran en el enunciado y éste es verdadero de algo.

De esto podemos inferir que solamente los pronombres deícticos tienen referencia en sentido estricto, mientras que los nombres, como dice J. Pinborg, siempre significan algo junto con su referencia, participando en este aspecto las propiedades de un predicado. (Mientras que los pronombres deícticos se aproximan a la noción de B. Russell del “nombre propio lógico”, el tratamiento estoico de los nombres propios recuerda uno de los procedimientos de W. V. Quine para la eliminación de los nombres propios en favor de los predicados, basado en que no son necesarios para un lenguaje que está reglamentado de modo tal que pueda ser lúcido y apto para expresar las verdades de la ciencia.)54

Su metafísica del lektón los condujo a esa posición que hace de los nombres algo del lado del sentido (predicado) más que de la referencia (sujeto).

Antípatro de Tarsos introdujo el adverbio, con el nombre de mesótes, esto es, medio, tal vez porque da la impresión de ser intermedio entre el nombre y el verbo, ya que participa de las características de ambos, o tal vez sencillamente porque suele figurar en medio de la oración. Diógenes Babilonio toma al rhema como un predicado simple, precisamente más del lado del verbo que del nombre, pero sin excluir a este último como predicado. Eso se insertaba en el esfuerzo por distinguir nombres y verbos de sujetos y predicados, ya que se llamará rhema al predicado gramatical y kategórema al predicado lógico, y en contraposición al ónoma se usará ptosis para el sujeto lógico.55 Dividían los lektá en completos e incompletos. Entre los lektá completos ponían los expresados por oraciones aseverativas o proposiciones (axiómata) y los expresados por otro tipo de oraciones (preguntas, mandatos, juramentos, etc). Entre las modalidades de la negación colocaban la denegación, la privación y la negación propiamente dicha.56

Así, pues, estudiaron con aceptable separación la fonética (o prosodia), la gramática y la etimología. Su aportación mayor se dio en la gramática. A las categorías sintácticas de Aristóteles añadieron otras: de entre los syndesmoi, reunieron en un grupo los árthra o los que tienen flexión (artículo y pronombre) y en otro los propiamente syndesmoi (preposición y conjunción); el ónoma fue dividido en nombre propio (ónoma) y común (prosegoría); se añadió la clase del adverbio (mesótes). Descubrieron la categoría de la declinación o variación (klísis o casus, y no sólo la ptosis aristotélica, reservada a los nombres). En el caso de los nombres, distinguieron la ptosis eutheia u orthe (caso recto) y las ptoseis plágiai (casos oblicuos). En los verbos, distinguieron los activos (transitivos e intransitivos) y los pasivos. En cuanto a los tiempos verbales, además del presente y del pasado, pusieron aparte el futuro y el aoristo, como indefinidos.57

GRAMÁTICOSALEJANDRINOS

Los gramáticos de Alejandría defendieron la analogía, y los de Pérgamo la anomalía. Es decir, los primeros se inclinaban a la explicación del lenguaje por sus regularidades, y privilegiaban el convencionalismo lingüístico, mientras que los segundos se inclinaban a la explicación del lenguaje por sus irregularidades, y privilegiaban el naturalismo lingüístico. De la escuela de Pérgamo fue Crates de Malos (s. II a.C.), seguidor de los estoicos. Otro fue Asclepíades de Mirlea. Ellos dos, con otros seguidores, introdujeron la noción de anomalía, en un sentido diferente de Crisipo. La veían como la falta de paralelismo o correspondencia entre los significantes de distintas palabras. Los más importantes fueron los alejandrinos. De entre ellos descuella Dionisio el Tracio y su escuela.

En Alejandría enseñó Dionisio de Tracia (170-90), quien fue al parecer el primero en escribir un Arte gramática(Techne gramatiké). A pesar de su brevedad (quince páginas), fue obra clásica durante trece siglos. Fue analogista, pero trató de conciliar el naturalismo y el convencionalismo, diciendo que la analogía había existido naturalmente en la lengua original, pero que se fue deformando paulatinamente, por el uso de diversos accidentes hechos costumbre. Trata de la prosodia y de la ortografía, con los valores fonéticos de las letras del alfabeto griego y los acentos y espíritus. Distinguió la palabra (lexis) de la oración (logos). Hay ocho partes de la oración: el nombre (ónoma), que significa con flexión de caso a una persona o cosa; el verbo (rhema), que significa con flexión de tiempo, persona y número, una actividad o proceso actuado o padecido; el participio (metoché), que tiene los rasgos del nombre y del verbo; artículo (árthron), que con flexión de caso se antepone o pospone a los nombres; pronombre (antonymía), que puede sustituir un nombre y lleva una marca personal; preposición (próthesis), que se coloca delante de otras palabras en composición y en sintaxis; adverbio (epirrhema), que se une sin flexión al verbo y lo modifica; y conjunción (syndesmos), que sirve para mantener unido el discurso y ayuda a su interpretación. Los accidentes o propiedades gramaticales (parepómena) del nombre son: género (masculino, femenino y neutro), tipo (primario y derivado), forma (simple o compuesta), número (singular, dual y plural), caso (nominativo, vocativo, acusativo, genitivo y dativo); los del verbo son: modo, voz, tipo, forma, número, persona, tiempo y conjugación. El tiempo lo divide en presente, pasado y futuro. Al pasado le asigna cuatro formas: imperfecto, perfecto, pluscuamperfecto y aoristo. La gramática de Dionisio, aunque hablaba mucho de sintaxis, carece de un tratamiento sintáctico sistemático.58

Esto lo subsanó un seguidor suyo, Apolonio, en Alejandría, ya en el siglo II d.C. Recogió las ocho partes de la oración asignadas por Dionisio, pero usó a muchos otros autores, y las redefinió con mayor exactitud, de manera más filosófica (estuvo muy influido por los estoicos). Por ejemplo, redefine el pronombre como capaz de significar una sustancia sin cualidades, en lugar de sólo suplir al nombre. Distinguió muy bien la forma o estructura significante respecto del significado. Pone mucho cuidado en la concordancia entre los nombres y los verbos. Herodiano, hijo de Apolonio, desarrolló la prosodia (pronunciación hablada, y acentuación y puntuación escritas). Los trabajos de estos gramáticos alejandrinos (Dionisio, Apolonio y Herodiano) fueron usados por muchos comentaristas y seguidores, por ejemplo por los bizantinos medievales, como Maximus Planudes (ca.1260-1310).59

ROMANOSECLÉCTICOS

Marco Terencio Varrón (116-27) fue el primer gran estudioso del lenguaje en el mundo latino. Es célebre su De lingua latina,que constaba de veinticinco volúmenes, de los que únicamente nos han llegado seis, del 5° al 10°, y fragmentos de otros. También escribió De similitudine verborum, De sermone latino, De utilitate sermonis,De origine linguae latinae,De antiquitate litterarum. Resplandece su originalidad, frente a los otros gramáticos latinos, que copiaron en exceso a los griegos (Dionisio y Apolonio). El De lingua latina tiene una parte de etimología, otra de morfología y otra de sintaxis. Seguidor de los estoicos, expone la etimología buscando dar sustento al naturalismo del origen del lenguaje. Frente al analogismo y antinomismo, busca una actitud conciliadora (la lengua necesita tanto la regularidad como las excepciones), aunque favorece al primero. Cercana a Epicuro es su explicación evolutiva del lenguaje: estudia las épocas tempranas de la lengua latina, así como los préstamos que toma del griego, sobre todo la declinatio. Añade el caso ablativo y, por error, traduce como “acusativo” el caso aitiatiké o causativo.60

Aunque es más bien un ecléctico, tuvo mucha influencia de los estoicos Marco Tulio Cicerón (106-43), nacido en Arpino y asesinado en la localidad de Formia, cuando huía de Roma por sus ideas políticas.61 Cicerón siguió en gramática a los de la escuela de Pérgamo, con su anomalismo. Por otra parte, quedó impregnado de estoicismo por su contacto con los estoicos tardíos Panecio de Rodas y Posidonio de Apamea. Cicerón fue uno de los romanos que más aprendió de la filosofía griega, de manera que a pesar de que no fue propiamente un filósofo de profesión, fue uno de los que contribuyeron más para que se realizara la recepción de la filosofía en su pueblo. Por lo que hace al lenguaje, él se esforzó por dar cabida en la lengua latina a muchos términos filosóficos griegos, a veces muy técnicos y difíciles de traducir. Además, cultivó la retórica bajo el influjo de Platón, Aristóteles y los estoicos.

No es de extrañar que Cicerón sintiera un gran atractivo por esta filosofía tan práctica, al menos en estos aspectos éticos o morales que a él le resultaban tan importantes. Ciertamente que los estoicos estaban más centrados en la lógica que en la retórica, la cual era indispensable para el gran abogado y gran orador romano por antonomasia.

Con eso entendemos por qué, a pesar de tener Cicerón tan buenos maestros en lógica, como Aristóteles y los estoicos, dejó de lado esa disciplina y se atrincheró en la retórica. Su decisión obedeció a que él pensaba que le correspondía asumir determinado papel frente a la república y a la democracia. La retórica es la argumentación más propia de las cosas prácticas, de las acciones, como lo puso de relieve recientemente Chaïm Perelman. Además, la retórica encuentra lugar cuando la ley no se impone por la violencia, sino que se llega a la justicia por diálogo y persuasión. Entendemos también su dedicación expresa tan profunda y constante a la retórica porque era resorte y motivación de la virtud, según la misma concepción aristotélica de psicagogía, como conducción del espíritu hacia el bien. No se trata, pues, en Cicerón, de una retórica sofística, descarnada y seca, que no se interese en la búsqueda del bien y solamente busque la pragmática prosecución de los intereses propios o de los clientes. Hay una idea filosófica de servir a la moral, o a la política sin desligarla de la moral, fomento de la piedad a la patria. Es cierto que los sofistas llegaron a ciertos extremos porque tuvieron un relativismo epistemológico y moral muy fuerte. Veían que cada quien tenía un logos distinto, una concepción distinta de las cosas, a partir de lo cual concluyeron que lo que conocemos no son cosas, sino conceptos, logoi, y que por ello todo era relativo al marco conceptual o punto de vista, ya sea colectivo o aun individual. Pero Cicerón recoge mucho la retórica de Aristóteles, que acepta por lo menos la verosimilitud en ese ámbito (y la verdad en cuanto a la lógica y la dialéctica). De él sobre todo recoge la idea de tópico, a la que dedica todo un trabajo; y el tópico, aun cuando es dialógico, tiene un carácter de verdad no relativista.62

Tito Lucrecio Caro (ca. 98-55), en su poema filosófico De rerum natura, sostiene algunas tesis sobre el lenguaje que reproducen las de Epicuro: surge en el seno de la comunidad y es colectivo, no producto de algún individuo (como podría ser el legislador o nomotetes