Las sombras de la Transición - AAVV - E-Book

Las sombras de la Transición E-Book

AAVV

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Los corresponsales extranjeros jugaron un papel muy destacado en la cobertura informativa de la Transición (1975-1978), con mayor libertad y enfoque crítico que la prensa española. Este libro ofrece un retrato coral de la Transición a través de los diarios que la siguieron con mayor intensidad, como principales medios periodísticos de los países más interesados en el futuro de España: Le Monde y Le Figaro (Francia), Corriere della Sera, La Stampa y La Repubblica (Italia), Frankfurter Allgemeine Zeitung y Suddeutsche Zeitung (República Federal Alemana), The Daily Telegraph, The Times, The Guardian y Financial Times (Reino Unido) y The New York Times y The Washington Post (Estados Unidos). De esta manera, se presenta el apoyo crítico de los grandes periódicos de Europa y Estados Unidos al cambio democrático a través de un relato cronológico estrictamente documental que pone en valor, como testimonio histórico, la intensa cobertura de sus corresponsales.

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LAS SOMBRASDE LA TRANSICIÓN

EL RELATO CRÍTICODE LOS CORRESPONSALES EXTRANJEROS(1975-1978)

LAS SOMBRASDE LA TRANSICIÓN

EL RELATO CRÍTICODE LOS CORRESPONSALES EXTRANJEROS(1975-1978)

Marcel Mauri, Ruth Rodríguez-Martínez,Tobias Reckling, Francesc Salgado, Christopher Tulloch

Jaume Guillamet (ed.)

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente,ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información,en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico,electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© Los autores, 2016

© De esta edición: Publicacions de la Universitat de València, 2016

Publicacions de la Universitat de Valènciahttp://[email protected]

Ilustración de la cubierta: Prensa internacional

Maquetación: Textual IM

Corrección: Pau Viciano

ISBN: 978-84-9134-034-8

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN: «MISSION TO MADRID»

I. ADIÓS ADELANTADO A FRANCO

El general Franco cierra el camino

El príncipe que no dice nada

El hombre que finalmente murió

II. DUDAS SOBRE EL REY

El último bastión contra el monarca

El desafío catalán

Un vacío peligroso

Un rey para la democracia

III. HABILIDAD DE SUÁREZ

Amnistía limitada

Amenaza terrorista a la reforma

España da el paso

IV. ELECCIONES BAJO PRESIÓN

Vía tempestuosa hacia la democracia

La fase más delicada de la transición

Tan limpias como se puede esperar

España ha escogido el centro

V. CONSTITUCIÓN MAL CERRADA

Reservas entre los Nueve

El ejemplo catalán

La complejidad del problema vasco

Un aniversario silencioso

Sí, pero

EPÍLOGO: LA LLAMADA DE EUROPA

APÉNDICES

Listas de corresponsales, enviados y articulistas

Otros periodistas y articulistas citados

Cronología de la Transición

Índice onomástico

INTRODUCCIÓN: «MISSION TO MADRID»

Martha Gellhorn regresó a Madrid tras la muerte de Franco, producida el 20 de noviembre de 1975. Con 67 años cumplidos, la legendaria corresponsal estadounidense esperaba revivir las emociones de la Guerra Civil, que cubrió junto al que más tarde sería su marido, Ernest Hemingway, y otros célebres reporteros como John Dos Passos, André Malraux, Herbert Matthews o Robert Capa. Gellhorn Esperaba encontrar más acción en las tensiones políticas y sindicales de las primeras semanas de la Monarquía. En vano le pedía a Tom Burns Marañón,1 por entonces joven reportero hispano-británico de la agencia Reuters, que la llevara a la cárcel de Carabanchel y a todas las manifestaciones.

No fue el único caso. Otros periodistas extranjeros llegaron a España con el temor a que se desencadenarban duros enfrentamientos, incluso una nueva guerra civil. Varios corresponsales estadounidenses llegaron directamente desde la larga guerra de Vietnam, que estaba tocando el final. James M. Markham (The New York Times), tras pasar por Laos, Tailandia, Camboya y Beirut, se hizo cargo de la delegación en Madrid, como relevo de Henry Giniger, que antes había estado en México y Chile, donde cubrió el golpe de Pinochet, en 1973. A la misma delegación se incorporó el alemán Henry Kamm, fogueado en Asia y África, mientras que Flora Lewis, otra veterana de Vietnam y las guerras arabo-israelíes, viajó como refuerzo desde la corresponsalía en París.

Uno de los veteranos de Vietnam de más renombre fue Malcolm Browne, antiguo jefe de la delegación de Associated Press en Saigón. Junto con Peter Arnett, Neil Sheehan (United Press International) y David Halberstam (The New York Times) formaron el llamado «Vietnam brat pack» o banda de revoltosos de Vietnam, acusada por el Pentágo de haber «perdido la guerra» para los Estados Unidos. Pese a ello, obtuvo un premio Pulitzer, que añadió al premio World Press Photo de 1963 por la imagen de la auto-inmolación del monje budista Thích Quảng Dúc. Tras salir de Saigon, Browne viajó a Suramérica antes de ser enviado en otoño de 1975 a cubrir la enfermedad definitiva de Franco.

Diversos corresponsales norteamericanos y europeos en los inicios de la Transición procedían de otras zonas calientes del globo. Jim Hoagland (The Washington Post) procedía de Beirut y la guerra del Líbano y antes había recibido un premio Pulitzer por sus reportajes sobre el régimen de apartheid sudafricano. Paolo Bugialli2 (Corriere della Sera) había estado en Oriente Medio y África, y Mimmo Càndito (La Stampa) en los disturbios de Irlanda del Norte.

Marcel Niedergang (Le Monde), que ya había comenzado a ocuparse de España, era especialista en Latinoamérica, como Richard Gott (The Guardian), que había estado también en Chile. John Hooper, del mismo diario, se había estrenado en la Guerra Civil de Nigeria y la invasión turca de Chipre tras un golpe de estado pro-griego. Los enviados a la revolución portuguesa de abril de 1974 viajaron a menudo desde Lisboa durante los últimos meses de vida de Franco, como James MacManus y Peter Niesewand (The Guardian) o, más tarde, Jimmy Burns y Diana Smith (Financial Times).

Un total de 419 corresponsales y enviados de todo el mundo –incluyendo agencias, prensa, radio y televisión– se acreditaron ante el Ministerio de Información y Turismo3 para asistir al funeral de Franco, el 23 de noviembre de 1975. Se puede estimar entre 120 y 140 el número de los periodistas acreditados permanentemente hasta junio de 1977, fecha a partir de la cual no se dispone de datos. Como en 1936, España volvía a estar en el foco de la atención internacional. España volvía a ser noticia, evocando el título dado por José Mario Armero al primer libro4 sobre el papel de los corresponsales extranjeros en la Guerra Civil, publicado en 1976. A medida que pasaron las semanas fue cundiendo la esperanza que esta vez la noticia sería positiva.

La extraordinaria afluencia de corresponsales durante la Guerra Civil fue un paréntesis excepcional de la limitada atención que la prensa internacional concedió tradicionalmente a España. A partir de 1939, sólo las agencias internacionales mantuvieron oficinas abiertas en Madrid y los grandes diarios se valieron de corresponsales locales (stringers) o de enviados especiales cuando la ocasión lo requería.

El 22 de julio de 1969, el nombramiento por las Cortes del príncipe Juan Carlos de Borbón como sucesor de Franco a título de rey abrió una expectativa sobre el futuro del régimen, en conflicto con la legitimidad dinástica encarnada en la persona de su padre Juan de Borbón, el heredero de Alfonso XIII. El 20 de diciembre de 1973, el espectacular asesinato por ETA del almirante Luis Carrero Blanco, en quien unos meses antes Franco había delegado por primera vez la presidencia del Gobierno, despertó el temor a la inestabilidad. El 2 de marzo de 1974, la ejecución de las penas de muerte a Salvador Puig Antich y Heinz Chez, en Barcelona y Tarragona, indicaron un endurecimiento del régimen.

El 9 de julio de 1974, la primera enfermedad de Franco y su substitución temporal por el príncipe como Jefe del Estado, de 19 de julio a 31 de agosto, activó la llegada a Madrid de corresponsales y enviados. El 27 de septiembre de 1975, la ejecución de cinco penas de muerte a miembros de ETA y FRAP sumió a España en una crisis internacional que preludiaba serias dificultades ante la muerte del Caudillo, que se produjo dos meses más tarde, tras una larga agonía y en medio de los pesimistas augurios de la prensa internacional.

Las principales agencias internacionales de noticias –AP, UPI, Reuters y Agence France Press– reforzaron su presencia, junto a la llegada de reporteros de una docena de agencias nacionales, tan dispares como la cubana Prensa Latina, la china Xinjua, la DPA alemana, la polaca PAP, Plus Ultra de México, la japonesa Kyodo, la húngara MITI, la agencia oficial de Arabia Saudita y, cómo no, la soviética TASS. Llegaron asimismo, equipos de radio y televisión de las CBS, NBC y ABC estadounidenses, la RAI italiana, las cadenas públicas holandesas, portuguesas y suecas, la BBC, la RTF francesa y la ZDF alemana entre otros.

El más conservador y de mayor difusión de los diarios británicos, The Daily Telegraph, envió a Harold Sieve a Madrid, donde ya estaban los alemanes Walter Haubrich (Frankfurter Allgemeine Zeitung) y Friedrich Kassebeer (Suddeutsche Zeitung), el holandés Kees van Bemmelen (De Telegraaf) o el británico Gordon Martin (BBC). Otros diarios contaban con la colaboración de stringers de largo recorrido como Harry Debelius5 (The Times), Bill Cemlyn-Jones6 (The Guardian), José Antonio Novais (Le Monde), Miguel Acoca (The Washington Post) y Richard Mowrer (Christian Science Monitor de Boston y Chicago Daily News) o con un veterano especialista como Jacques Guillemé-Brûlon7 (Le Figaro). En los meses siguientes, los principales diarios se aseguraron de estar en condiciones de seguir e interpretar sobre el terreno el proceso de cambio en España, creando corresponsalías fijas o mandando periódicamente enviados especiales, a veces de alto rango en las redacciones. Revistas semanales, tan numerosas en la época, y emisoras de radio y televisión se esforzaron en la elaboración de reportajes sobre el despertar a la democracia de los españoles.

Si, cuarenta años antes, los nombres más importantes del periodismo mundial se podían encontrar al sur de los Pirineos y «los españoles eran muy conscientes de ello y estaban orgullosos de su fama», en palabras del hispanista británico Hugh Thomas,8 algo parecido puede decirse del final del régimen surgido de la Guerra Civil. Si el papel de los corresponsales extranjeros fue tan importante en la Guerra Civil española,9 hubo de serlo también durante la Transición. Esta hipótesis está en la base del proyecto de investigación10 de cuyos resultados surge ese libro, con la consideración clara que el papel de los corresponsales y enviados hubo de ser esta vez bien distinto.

La Guerra Civil fue la última batalla ideológica del periodismo internacional, en palabras de Knightley,11 con los corresponsales apoyando a uno u otro bando y en ocasiones yendo más allá de su función informativa, en un mundo crecientemente polarizado que desembocaría muy pronto en la Segunda Guerra Mundial. Cuatro decenios más tarde, bajo la hegemonía de un periodismo más informativo, en un mundo inmerso aún en la Guerra Fría y con las potencias occidentales interesadas en la incorporación de España al grupo de las democracias, el comportamiento había de ser más profesional y unívoco. En la memoria política y periodística de la Transición, así como en la interpretación de los historiadores, el papel de la prensa extranjera resulta relevante en tres aspectos principales: informó y opinó con más libertad que la prensa española, ofreció a públicos y gobiernos del exterior la información del proceso y expresó su apoyo al cambio, matizado por frecuentes críticas y reproches.

Los condicionamientos existentes sobre la prensa española eran aún importantes. Aunque tras la coronación del rey Juan Carlos aparecieran nuevos periódicos y revistas y comenzara a respirarse un ambiente de libertad, la Ley de Prensa e Imprenta de 1966 continuó plenamente vigente hasta la víspera de las primeras elecciones democráticas. Las modificaciones introducidas para poder llevarlas a cabo con ciertas garantías afectaron solamente a dos artículos de dicha ley, el 2 y el 69. Con su derogación por el real decreto de 1 de abril de 1977, se suprimieron las limitaciones a la libertad de prensa proclamada en el artículo 1, con tres excepciones sensibles: el respeto debido a la Monarquía, a la unidad nacional y a las Fuerzas Armadas. Siguió en vigor el resto de disposiciones de control gubernativo y administrativo sobre la autorización y publicación de periodicos y se introdujo una regulación de los delitos de injurias y calumnias en período electoral, conocida como ley anti-libelo.

La absoluta mayoría de periódicos provenía del franquismo y en la mayor parte de provincias se publicaba un único diario perteneciente a la Prensa del Movimiento. La Ley de Prensa no regía para la información de radio y televisión, que seguían dependiendo directamente del Gobierno. Más allá de las limitaciones vigentes y el control oficial sobre la prensa, había la actitud prudente de los periódicos ante las dificultades del proceso político, su apoyo al Gobierno y a los partidos nacientes, principalmente los surgidos del propio régimen, así como la complicidad con la restablecida Monarquía, cuya forja ha sido mostrada por Ricardo Zugasti.12

INFORMACIÓN VIGILADA

Como han explicado, entre otros, William Chislett13 y Walter Haubrich,14 la labor de los corresponsales fue seguida siempre de cerca por el Ministerio de Información y Turismo. Incluso Jacques Guillemé-Brûlon, «uno de los corresponsales extranjeros mejor informados de España»,15 que había entrevistado para Le Figaro al Generalísimo Franco, a Juan de Borbón y al príncipe Juan Carlos, fue expulsado de España en 1966 por criticar el estilo totalitario del ministro Manuel Fraga Iribarne. En otro caso, el abad de Montserrat Aureli Maria Escarré tuvo que salir de España y cesar en su cargo tras una entrevista concedida a José Antonio Novais para Le Monde, el 14 de noviembre de 1963.16

La prensa extranjera no sufría las restricciones de la legislación española, «pero tenía que lidiar con ellas, por constituir el entorno de su trabajo», ha explicado Chislett, que se estrenó en España la primavera de 1976 y sabía que los teléfonos eran objeto de escucha, por lo que había que tratar personalmente con las fuentes de la oposición ilegal. El Gobierno siguió valiéndose de lo que el corresponsal de The Times califica como «censura comercial», ya que controlaba la distribución de las publicaciones extranjeras en España a su llegada al aeropuerto de Madrid. «A continuación, los artículos que se referían a España se traducían y se entregaban a altos funcionarios, incluyendo, en algunos casos, al ministro, para que éstos tomasen la decisión de permitir su venta en quioscos», tras lo que se autorizaba o no el reparto.

«Otra táctica era permitir la distribución, pero retrasándola varios días; era poco probable que un periódico publicado un lunes se vendiera bien un jueves». Según Chislett, The Times, Le Monde, Süddeutsche Zeitung y Frankfurter Allgemeine se vieron especialmente afectados por esta medida, y sus corresponsales acordaron publicar al final de cada mes el número de días en los que se había prohibido la distribución de sus publicaciones. «Esta decisión desagradó enormemente al Gobierno, que pretendía que en el extranjero se creyera que en España podía distribuirse la prensa extranjera sin restricciones».

Harry Debelius, que fue presidente de la Asociación de Corresponsales Extranjeros desde 1975 a 1992, temía el castigo del Gobierno a sus colegas y representados. Temió por sí mismo cuando ABC le acusó de haber participado en una «campaña de propaganda en contra de la unidad de España», tras publicar en portada de The Times que el movimiento clandestino vasco seguía muy de cerca el servicio en español de la BBC durante el estado de excepción impuesto en verano de 1975 en Vizcaya y Guipúzcoa, evocando la importancia que las emisiones británicas tuvieron durante la Segunda Guerra Mundial para quienes se resistían al nazismo.

La mera asistencia a una manifestación pro-vasca podía resultar una actividad peligrosa. Chislett también relata la cobertura en Vitoria de la primera celebración legal del Aberri Eguna desde la Guerra Civil, en mayo de 1977, en que algunos periodistas extranjeros resultaron heridos en la línea de fuego:

un cámara belga fue disparado en el pecho por una bala de goma; Gordon Martin, corresponsal de la BBC, estaba en un apartamento, con su micrófono en una mano y un vaso de whisky en la otra, cuando la policía disparó a su ventana. Se quedó con el micrófono y el cristal del vaso hecho añicos. Cuando un grupo de periodistas intentó entregar una carta de protesta al gobernador civil de Vitoria, la policía les denegó la entrada, y uno de los agentes les dijo: «Ustedes ya tienen democracia en su país, pero no en España», añadiendo «me sale de las narices».

Los contactos con militantes vascos se llevaron a cabo con mucho secreto. Chislett relata como el recuerdo profesional más duradero de la época su encuentro en el club de golf de Biarritz con el terrorista José Miguel Beñarán Ordeñana («Argala»), el hombre que detonó la bomba de control remoto que mató a Carrero Blanco. Era difícil comprar prensa extranjera en el País Vasco si llevaba noticias sobre ETA. Un mes antes del funeral de Franco, Joel Leslie Gandelman, enviado especial del Chicago Daily News y Newsweek, fue obligado a abandonar España por haber escrito sobre las ejecuciones del 27 de septiembre y la supuesta tortura policial de separatistas vascos. Este incidente fue interpretado como un aviso muy serio al cuerpo de corresponsales extranjeros y su tratamiento de la cuestión vasca.

Walter Haubrich recuerda que la policía registró a menudo su oficina de Frankfurter Allgemeine Zeitung, le fue confiscada su acreditación y recibió amenazas constantes de enfrentarse a un pelotón de fusilamiento de la Guardia Civil. «Los corresponsales teníamos presiones, pero no censura (...) el Ministerio de Información y Turismo me amenazó con expulsarme por lo menos diez veces». En julio de 1974, el corresponsal alemán ofreció su casa para la constitución de la Junta Democrática, promovida por el Partido Comunista de España, el Partido Socialista Popular y el Partido Carlista.

En París se iba a anunciar a una hora concreta que en Madrid se había creado esa unión de fuerzas de la oposición. Cuando llegamos al sitio donde se iba a hacer, las Cuevas de Sésamo, estaba la policía en la esquina. El reloj corría y no podía ser que se anunciara en París lo que en realidad no había ocurrido todavía en Madrid, así que ofrecí mi casa.

Ese mismo año, Haubrich presentó personalmente a los corresponsales extranjeros en Madrid a Isidoro, apodo con el que se conocía en la clandestinidad a Felipe González, secretario general del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Al holandés Kees van Bemmelen17 (De Telegraaf), llegado a Madrid en 1962, le confiscaron en una ocasión su credencial de periodista porque, según Novais, su nombre figuraba en una lista negra de «los enemigos de España». Sobre esta cuestión, Van Bemmelen acusó a algunos corresponsales de liberarse de la presión del sistema aceptando apartamentos o sobres de dinero a cambio de publicar artículos que ensalzaban el Régimen franquista.

Las carpetas correspondientes al Ministerio de Información y Turismo del Archivo General de la Administración contienen más informaciones sobre el control gubernamental de los corresponsales y las represalias ejercidas. El Club Internacional de Prensa de Madrid, presidido por José Mario Armero, era un lugar de encuentro entre periodistas españoles y extranjeros y personalidades de la vida pública. Allí se celebraron frecuentes reuniones con figuras relevantes de la oposición y actos públicos que no siempre fueron autorizados, lo que llevó a su directiva a protestar ante el Ministerio de Información y Turismo por las dificultades puestas a su funcionamiento.18

Antes de la muerte de Franco, el incidente más sonado fue protagonizado por el intelectual izquierdista francés Regis Debray –que había entrevistado y colaborado con Che Guevara–, el actor Yves Montand y el escritor Michel Foucault, al celebrar una rueda de prensa en Madrid para protestar por las once condenas de muerte dictadas en septiembre de 1975, de las que se ejecutarían cinco. El acto fue interrumpido por policías de paisano y todos los presentes fueron arrestados. Los franceses fueron deportados y los veinticinco periodistas presentes registrados antes de quedar en libertad. Muchas de las ruedas de prensa semi-clandestinas fueron presenciadas por policías vestidos de calle, así como diversas charlas celebradas por corresponsales en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid.

Luigi Sommaruga del diario romano Il Messaggero fue expulsado de España cinco días antes del funeral de Franco por divulgar en sus crónicas «informaciones calumniosas para el Jefe de Estado» e «inexactitudes utilizadas por la propaganda de grupos clandestinos claramente subversivos que constituyen atentados a la paz pública española». Sommaruga se negó a subir a un avión y, en consecuencia, fue conducido a la frontera de Irún. De modo similar, el ya citado Joel Leslie Gandelman fue obligado a abandonar España por sus «actividades personales». En declaraciones a Reuters, Gandelman dijo que «es la cosa más ridícula que he oído nunca».19

Desde la «Difusión Informativa de la Dirección General de Coordinación» se editaba un boletín interno diario titulado «Visión Informativa de las agencias extranjeras». Se hacía además un resumen de los programas radiofónicos y televisivos titulado «España vista desde el extranjero», con una valoración de los contenidos de textos y guiones por si mostraban actitudes o líneas editoriales hostiles hacia el régimen. Los funcionarios del ministerio de Información y Turismo –en conjunción con los agregados de información del cuerpo consular– redactaban también informes para calibrar la afiliación ideológica de los medios internacionales con el título de «La significación política de la prensa extranjera». En ellos se clasificaba los diarios en tres grupos –«independientes», «conservadores» y «liberales»– y se intentaba resumir su postura ante el Gobierno español.

A modo de ejemplo, se explicaba que Corriere Della Sera era de tendencia liberal-conservadora y de

una línea masónica que ha sobrevivido al fascismo durante cuya etapa fue también el más importante periódico italiano. Se acomoda, pues, a todas las circunstancias (...) Actitud hacía España: mesurada, discreta, objetiva: puede considerarse buena.

La Stampa era definida en los siguientes términos:

Periódico de la FIAT. Centro-izquierda. Su director es Giulio de Benedetii que, a pesar de sus 75 años, lo lleva con «mano de hierro». Nuestro contacto con de Benedetti es muy reciente pero consideramos la entrevista muy positiva. Su libro preferido es El Quijote (...) se siente muy solidario con el español como tipo humano (...) Actitud hacia España: discreta evolucionando hacia buena.

Las agencias informativas también estaban sometidas a calificación. La china Xinhua era «la mensajería de Mao a través del mundo, obligada a competir con las agencias capitalistas, romper su monopolio y extender su influencia en nuestro país». La soviética TASS estaba considerada como una empresa que, además, asumía funciones políticas:

Cada periodista de TASS con puesto en el extranjero ha recibido una profunda formación política e ideológica y es por tanto un activista del partido. El 85%de los periodistas de la URSS son miembros del partido, disponiendo algunos de los corresponsales de pasaporte diplomático que les facilita el ejercicio de sus misiones con cierta impunidad [...] Es una suposición nada descabellada que la agencia TASS es un posible caballo ideológico y agitador troyano.20

En vísperas de la muerte de Franco, varios equipos de televisión fueron objeto de informes negativos. Un documental de la televisión holandesa sobre «España mañana» fue duramente calificado por la Jefatura de Información por «reflejar una absoluta parcialidad» y presentar «de forma totalmente negativa al régimen español insistiendo en la creciente resistencia de toda una población (incluyéndose en ella a funcionarios de todos los niveles) que desea una moderna democracia». Un equipo de enviados especiales de la televisión sueca fue acusado de haber presentado a la «guerrilla ETA» como «campeones de la libertad en contra del terror franquista». Un presentador de un documental emitido por la televisión belga un mes antes de la muerte de Franco fue tachado de sectarismo y parcialidad, «sus preguntas fueron siempre en apoyo de su tesis personales y todas ellas de la extrema izquierda».

El informe más duro fue para un equipo de reporteros de la televisión pública portuguesa por un documental emitido a finales de setiembre de 1975, calificado como «Postura inadmisible de la TV portuguesa contra España». El consejero de información en la embajada de Lisboa hablaba de un programa donde figuró «el cantante Pi de la Serra, considerado uno de los principales luchadores del pueblo catalán que junto con el pueblo gallego y vasco luchan contra el centralismo de Madrid». En ese caso, RTVE llegó a difundir una nota lamentando la «inadmisible actitud nada amistosa de la radiotelevisión portuguesa» y su «apología del terrorismo, insultando a España, a su jefe de Estado y a su gobierno».21

La lista de periodistas de televisión con problemas con las autoridades es más larga. Michael Vermehren del segundo canal alemán ZDF fue constantemente vigilado mientras viajaba por toda España «manteniendo contactos con elementos extremistas». Paul Thahon, del canal público francés Chanel 2, fue detenido por grabar imágenes de una manifestación estudiantil. Dos periodistas de la RAI italiana fueron obligados a abandonar Madrid.

El corresponsal jefe en Europa de la BBC, Charles Wheeler, fue detenido por la policía en la Puerta del Sol en Madrid. Sólo diez días antes de la muerte de Franco, Radio Nacional de España dejó de prestar ayuda técnica a la cadena británica, alegando que algunos programas habían llegado «al límite de la injerencia en los asuntos interiores de España y habían violentado las normas más elementales de coexistencia entre los dos países».22 El entonces director, Charles Curran, declaró que la BBC difundía una «información objetiva y positiva». Incluso tras la muerte de Franco, varios miembros de un equipo francés de radio fueron agredidos tras la llegada del presidente Valéry Giscard d’Estaing al aeropuerto de Madrid para asistir a la misa de coronación de Juan Carlos I.

Tom Burns recuerda momentos de fuerte tensión, como la presión ejercida por la policía secreta cuando los corresponsales se ocupaban de la recién creada Unión Militar Democrática clandestina o de manifestaciones callejeras. En la primavera de 1976, la delegación de Reuters en Madrid recibió una llamada de las fuerzas de seguridad avisándoles que si publicara cualquier noticia referido a las manifestaciones estudiantiles en Bilbao estarían «fuera de España mañana». La agencia publicó la noticia.

El Ministerio de Información y Turismo se mostraba especialmente vigilante ante la cobertura de noticias relacionadas con el partido comunista. Ilario Fiore, corresponsal de la radio y televisión italianas fue vigilado de cerca por haber prestado servicio en Moscú y haber tenido contacto «con el periodista soviético Victor Louis considerado como un agente importante del KGB». Sólo cinco días antes de la muerte de Franco, hubo una nota informativa interna en la cual se expresaba preocupación sobre «los contactos de los corresponsales extranjeros de prensa con las organizaciones subversivas y militantes de comunismo ortodoxo». El Ministerio miraba también con recelo los contactos con representantes de los partidos y sindicatos ilegales y confisco las credenciales a William Chislett tras haber asistido a la primera rueda de prensa del PCE tras su legalizacion, en abril de 1977.

La prensa extranjera podía ser utilizada como medida de presión sobre el Gobierno, como explica Paul Preston23 a propósito de una reunión del Comité Central en Roma, el 28 de julio de 1976, que tuvo gran eco informativo y reveló por primera vez que un número significativo de intelectuales y líderes obreros eran comunistas. Santiago Carrillo advirtió por intermediarios al recién nombrado presidente Suárez que, si no se le concedía el pasaporte, celebraría una conferencia de prensa en Madrid con participación de Oriana Fallaci, Marcel Niedergang y otros corresponsales extranjeros influyentes.

El Ministerio de Información y Turismo tenía constancia de la estrecha colaboración entre jóvenes periodistas españoles y sus colegas extranjeros, como se observa en una nota interna:24

Varios de los servicios relacionados con esta oficina tienen la convicción de que la mayor parte de las noticias y comentarios hostiles al Régimen español o falsamente sensacionalistas en todo caso proceden de un pequeño grupo de periodistas españoles muy jóvenes que se encuentran al servicio de las agencias extranjeras en Madrid y que representan en términos generales lo mas radical del periodismo español. Estos jóvenes periodistas frecuentan los pasillos de las Cortes, clubs y restaurantes de moda y en su afán de hacer méritos por la vía sensacionalista son el mejor vehículo de difusión de bulos y rumores puestos interesadamente en circulación por las camarillas políticas de Madrid.

El presidente de la agencia Europa Press, José Mario Armero,25 ha dejado constancia de la relación intensa que los periodistas extranjeros tuvieron con las personalidades de la oposición.

Los conocían a todos. A través de los corresponsales se pudieron tener más contactos y más informaciones de lo que se avecinaba que a través de los propios españoles (...) En los años durante los que se prolongó la transición política, los corresponsales manejaban mucha información y muchos políticos recurrían a ellos.

El Gobierno trataba también de utilizar la prensa extranjera para proyectar una imagen positiva hacia el exterior, como explican en sus memorias Manuel Fraga, José María de Areilza y Alfonso Osorio, ministros de Gobernación, Asuntos Exteriores y Presidencia en el primer Gobierno de la Monarquía.26 Rodolfo Martín Villa,27 ministro de Relaciones Sindicales en el mismo el Gobierno Arias, ha reconocido que «en aquellos días era clásico que las declaraciones primerizas y más espectaculares acerca de las intenciones políticas del Gobierno se publicaran en la prensa extranjera». El presidente Carlos Arias fue el primero: anunció en Newsweek, el 5 de enero de 1976, propósitos de reforma que no anunciaría ante las Cortes hasta el 28 del mismo mes. En un editorial, ABC28 reclamó para la prensa española la primacía de cualquier anuncio del Gobierno. Volvió a quejarse cuatro semanas después, tras unas declaraciones de Manuel Fraga en The Times, al día siguiente del discurso de Arias, proporcionando mayor concreción sobre la reforma del régimen que el propio presidente del Gobierno. ABC29 comentó, de forma lacónica, que era «ridículo» que los extranjeros supieran lo que estaba pasando en España antes de que lo hicieran los españoles.

Aparte de los incidentes ya citados de la prensa extranjera con el Gobierno y la policía y otros que aparecerán en el relato de este libro, también hay indicios de incomodidad por parte del rey. Es el caso del corresponsal Harold Sieve, relevado por The Daily Telegraph en una fecha tan temprana como marzo de 1976, tras una carta acusatoria del duque de Wellington, tal como queda registrado en las páginas del diario y aparece en el relato del segundo capítulo de este libro. Es también el caso de Henry Giniger y Miguel Acoca, de cuya cobertura para The New York Times y The Washington Post se quejó Juan Carlos al embajador de los Estados Unidos, Wells Stabler, durante los preparativos de su visita a los Estados Unidos en la primavera del mismo año.30

LA MIRADA DE LA PRENSA EXTRANJERA

Los corresponsales extranjeros jugaron un papel muy destacado, a la vista del estudio de la cobertura llevada a cabo por los principales diarios de Francia, Italia, República Federal de Alemania, Reino Unido y Estados Unidos. Noticias muy frecuentes –diarias en algunos casos, dos o tres veces a la semana, como media–, artículos de opinión y editoriales publicados en los trece diarios estudiados que suma un total de diez mil entradas en la base de datos de la investigación. Una cobertura continua, regular, intensa, completa y personalizada, llevada a cabo por medio centenar de corresponsales y enviados, que revela un apoyo crítico al proceso de tránsito de la dictadura a la democracia a través de la monarquía impuesta por Franco. Apoyo al cambio, comprensión de las dificultades y denuncia de los obstáculos.

Este libro ofrece un relato coral de la Transición a través de los diarios que la siguieron con mayor intensidad, como órganos principales de los países más interesados en el futuro de España: Le Monde y Le Figaro (Francia), Corriere della Sera, La Stampa y La Repubblica (Italia), Frankfurter Allgemeine Zeitung y Suddeutsche Zeitung (República Federal de Alemania), The Daily Telegraph, The Times, The Guardian y Financial Times (Reino Unido) y The New York Times y The Washington Post (Estados Unidos). Los diarios alemanes y The Times son los que realizan una cobertura más intensa, con más de mil entradas en la base de datos de la investigación, seguidos de Le Monde, los otros británicos, Corriere della Sera, The New York Times y La Repubblica, por encima de las seiscientas y los demás por debajo de esta cifra.

El libro se basa en el proyecto de investigación ya citado, cuyos resultados generales han sido publicados en un capítulo del libro El periodismo en las transiciones políticas,31 al que se incorpora una investigación sobre los diarios alemanes.32 Se ha estudiado la cobertura de cada uno de los diarios, se han seleccionado los textos más significativos y propuesto las citas para el relato general, escrito por Jaume Guillamet. Ruth Rodríguez-Martínez ha hecho las aportaciones sobre Francia, Francesc Salgado sobre Italia, Tobias Reckling sobre la República Federal Alemana, el mismo Guillamet sobre Reino Unido, Marcel Mauri sobre Estados Unidos y Christopher Tulloch sobre los corresponsales. Todos los autores han contribuido a la revisión del texto definitivo.

El relato comprende el período que va desde la muerte de Franco y la posterior proclamación del rey Juan Carlos, los días 20 y 22 de noviembre de 1975, hasta la aprobación en referéndum de la Constitución, el 6 de diciembre de 1978. A partir de esa fecha, en que se completa el cambio de régimen, la cobertura de la prensa extranjera decrece notablemente. A pesar de ello, queda establecida una mayor presencia de corresponsales estables que en cualquier otra época anterior. España y Portugal han dejado de ser «los dos degenerados morales» de Europa Occidental, como los había definido TheGuardian.33 La actualidad informativa de la península ibérica requiere la atención debida a dos próximos miembros de la CEE y de la OTAN.

Por tradición, proximidad e influencia lingüística, la prensa francesa era aún la más influyente en la vida política y cultural española. El centenario y conservador Le Figaro, adquirido recientemente por Robert Hersant, había mantenido una actitud poco crítica con la dictadura franquista. Tenía una difusión aproximada de 350.000 ejemplares. Jacques Guillemé-Brûlon, que desde 1963 había viajado regularmente a Madrid, fue substituido tras su jubilación, por la joven Anne-Marie Romero, hija de un general republicano exiliado, que se inició así en el periodismo y viajó a España una semana cada mes a partir de otoño de 1976. La firma del veterano corresponsal continuará presente, junto a otros ocasionales comentaristas desde París.

El diario de centro-izquierda Le Monde –unos 420.000 ejemplares– contaba con un corresponsal local, José Antonio Novais, también desde 1963, que se convirtió muy pronto en la principal referencia crítica de la dictadura en la prensa internacional. Creado por el general De Gaulle en 1944, como continuación del diario diplomático Le Temps, tenía la particularidad de pertenecer una sociedad de redactores y su cobertura fue poco complaciente con el régimen español. Desde la muerte de Franco hasta las primeras elecciones, la corresponsalía fue desempeñada principalmente por Marcel Niedergang, a quien substituyó tras las elecciones Charles Vanhecke, con el apoyo de Phillipe Labreveux.

Los dos principales rotativos italianos, Corriere della Sera de Milán y La Stampa de Turín, centenarios y de orientación liberal, estuvieron marcados por el peso de la izquierda en la política italiana de estos años. En enero de 1976, se les unió desde Roma La Repubblica, orientado claramente a la izquierda. Su cobertura de la Transición fue flexible, por medio de enviados especiales, excepto Corriere della Sera –unos 500.000 ejemplares– que desde 1973, tuvo permanentemente a Paolo Bugialli destinado en Madrid. La Stampa –unos 360.000 ejemplares–, perteneciente a la familia Agnelli de Fiat, envió periódicamente a Mimmo Candito. El recién nacido La Repubblica –que se proponía alcanzar en tres años unos 150.000 ejemplares– envió en varias ocasiones a Edgardo Bartoli y Sandro Viola, mientras que Saverio Tutino permaneció en Madrid de noviembre de 1976 a junio de 1977. Este diario contó también con la colaboración de José Antonio Novais.

Aunque es un hecho menos conocido por la distancia lingüística, la prensa alemana dedicó mucha atención al proceso de cambio en España, de manera que en abril de 1977, un año y medio después de la muerte del anterior Jefe del Estado, casi una cuarta parte de los 132 corresponsales oficialmente acreditados en Madrid eran alemanes. Los dos diarios estudiados, nacidos ambos tras la segunda Guerra Mundial en Frankfurt y Munich respectivamente, contaron con corresponsales estables en Madrid durante todo el período. El conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung –unos 286.000 ejemplares–tenía a Walter Haubrich, desde 1968, y contó con el refuerzo ocasional de Eckhart Kauntz. Desde Frankfurt el editor internacional e hispanista Robert Held se ocupó a menudo de la actualidad española. El diario de centroizquierda Süddeutsche Zeitung –unos 292.000 ejemplares– tenía también desde hacía algunos años en Madrid a Friedrich Kassebeerg, y envió a Hans Ulrich Kempski para entrevistar a Suárez en abril de 1977.

Los cuatro grandes y centenarios diarios británicos dieron a su público una cobertura intensa y regular de la Transición. El bicentenario The Times que en esos años mantiene una línea liberal conservadora y europeísta –entre 300.000 y 350.000 ejemplares– nombró como segundo ‘stringer’ al joven William Chislett, junto al veterano Harry Debelius. Ocasionalmente, les reforzaron Richard Wigg, desde París, y Edward Mortimer, desde Londres. El conservador The Daily Telegraph y rotativo de mayor difusión –entre 1.300.000 y 1.500.000 ejemplares– substituyó en abril de 1976 a Harold Sieve por Frank Taylor, al que reforzaron más tarde Tim Brown y Tony Allen-Mills. El liberal y pro-laborista The Guardian –entre 280.000 y 390.000 ejemplares–, mandó como corresponsal estable a John Hooper, junto al veterano Bill Cemlyn-Jones, y contaron con el refuerzo ocasional de Walter Schwarz, desde París, y Richard Gott y Mark-Arnold Foster, desde Londres, además de un corresponsal local en Barcelona, Robert McCloughlin, hasta junio de 1977. El económico Financial Times –entre 175.000 y 200.000 ejemplares– hizo una cobertura política intensa, con Roger Mathews como corresponsal estable hasta junio de 1977, substituido temporalmente por Diana Smith y Jimmy Burns desde Lisboa, hasta la llegada de Robert Graham, al que reforzó más tarde David Gardner.

La cobertura de los dos grandes diarios estadounidenses fue menos regular y exhaustiva que la de los europeos. El centenario y liberal The New York Times – 1.100.000 ejemplares–, que no tenía a nadie destinado en España hasta 1975, envió primero a Henry Giniger, al que substituirá en verano de 1977 James M. Markham, con la asistencia inicial de Flora Lewis desde París y el refuerzo ocasional de Henry Kamm. Desde Nueva York, contribuirá con sus comentarios C. L. Sulzberger, que hace una visita a España el verano de 1976. The Washington Post –800.000 ejemplares–, antiguo diario local ascendido a primer nivel en 1974 con los casos de los Papeles del Pentágono y Watergate, había contado con la cobertura anterior del stringer panameño Miguel Acoca, al que refuerza Jim Hoagland hasta el verano de 1977. A partir de esta fecha, el diario usará también correspondencias de Stanley Meisler para Los Angeles Times, que aparecen también en ocasiones en The Guardian.

Estos son los corresponsales y enviados que cubren con regularidad el proceso político español, pero el relato utiliza citas de otros, así como de articulistas de los diversos diarios que suman los 46 que figuran en la relación ofrecida al final del libro. Hay asimismo citas de otros 58 periodistas y articulistas que se ocupan en algún momento de la Transición desde otras corresponsalías o las sedes centrales de los diarios estudiados, relacionados también en el mencionado índice. A esos 104 firmantes corresponde el total de un millar piezas periodísticas citadas en 979 notas a pies de página. La desigual publicación de artículos editoriales, de acuerdo con las tradiciones periodísticas de cada país, otorga un mayor relieve a los cuatro diarios británicos, Le Monde y The New York Times, que aportan al relato un elevado número de editoriales que representan la opinión corporativa.

«Las sombras de la Transición». El título de este libro está inspirado en el del editorial de The Guardian del 8 de diciembre de 1978: «the shadows that remain», las sombras que permanecen tras el referéndum de la Constitución. El relato internacional de la Transición es un claroscuro permanente de avances y obstáculos, ante el que corresponsales y editorialistas apoyan cualquier paso adelante, a la vez que denuncian errores e insuficiencias, incluídos los de la propia Constitución.

El propósito de los autores es presentar el apoyo crítico de los grandes periódicos de Europa y Estados Unidos al cambio político español a través de un relato cronológico estrictamente documental que ponga en valor como testimonio histórico la intensa cobertura de sus corresponsales. Sus crónicas, artículos y editoriales informaron a la opinión pública y a los gobiernos de los principales países, a la vez que indicaban al Gobierno y las fuerzas políticas y sociales españoles como sus actos eran percibidos en la comunidad de países democráticos a los que España quería incorporarse. Los autores hemos evitado, en lo posible, la aportación de elementos interpretativos, excepto los estrictamente imprescindibles para la ordenación y comprensión de los hechos y las opiniones en lo que pretende ser una crónica histórica y documental de la Transición a través de la mirada exterior.

1 Entrevista con Tom Burns, Madrid, mayo de 2010.

2 Carlos Elordi, «Paolo Bugialli, corresponsal del Corriere della Sera en España», El País, 18 de noviembre de 1999.

3 Archivo General de la Administración: «Negociado de acreditación de corresponsales extranjeros» de la Dirección General de Régimen Jurídico de la Prensa, Sección de Prensa Extranjera. AGA-MIT, 42/09051, 2.

4 José Mario Armero, España fue noticia: corresponsales extranjeros en la guerra civil, Madrid, Sedmay, 1976.

5 Miguel Angel Aguilar, «Harry Debelius, periodista», El País, Madrid, 20 de febrero de 2007. A su vez, Aguilar fue corresponsal en Madrid del diario La Libre Belgique de Bruselas.

6 «William Cemlyn-Jones, periodista», El País, 24 de mayo de 1986.

7 D.V. «Jacques Guillemé-Brûlon», ABC, 6 de septiembre de 2001.

8 Hugh Thomas, La Guerra Civil española, I, Barcelona, Grijalbo, p. 401.

9 Phillip Knightley, The First Casualty. The War Correspondent as hero and myth-maker, from the Crimea to Kosovo, Londres, Prion, 1975 ampliado en 2001; versión en español Corresponsales de guerra, Barcelona, Euros, 1978; Carlos García de Santa Cecilia (ed.), Corresponsales en la Guerra de España, Madrid, Instituto Cervantes y Fundación Pablo Iglesias, 2006; Paul Preston, We Saw Spain Die, Londres, Constable and Robinson, 2008. Versión en español Idealistas bajo las balas, historias de la guerra civil, Barcelona, 2007; y en catalán, Idealistes sota les bales, històries de la guerra civil, Barcelona, Columna, 2007.

10 «Noticias Internacionales de España. La Transición, 1975-1978. La percepción exterior de la política española a través de la prensa internacional», Plan Nacional I+D+I, Ministerio de Ciencia e Innovación, CSO 2009-09655, investigador principal Jaume Guillamet, Universitat Pompeu Fabra.

11 Philip Knightley. The First Casualty, Londres, Prion, 2001, pp. 207-235.

12 Ricardo Zugasti, La forja de una complicidad. Monarquía y prensa en la transición española (1975-1978), Madrid, Fragua, 2007.

13 William Chislett, La prensa extranjera durante la Transición Española. 1974-1978, Madrid, Fundación Transición Española, 2011.

14 Walter Haubrich, «La Transición Española en la Prensa Alemana. El caso de Frankfurter Allgemeine», en Rafael Quirosa-Cheyrouze y Muñoz (ed.), Prensa y Democracia: Los Medios de Comunicación en la Transición, Madrid, Editorial Biblioteca Nueva, 2009, pp. 297-306.

15 Paul Preston, Juan Carlos. El rey de un pueblo, Barcelona, Plaza y Janés, 2003, pp. 176, 215, 225 y 238.

16 AAVV, L’abat Escarré i les declaracions a Le Monde, 14-11-1963, Barcelona, Associació de Periodistes Europeus de Catalunya, 2013.

17 Javier Figuero, «Testigos de un cambio», El País Semanal, 21 de febrero de 1988, pp. 38-44.

18AGA-MIT, 42./09043, 4.

19AGA-MIT, 42/0943, 3.

20AGA-MIT, 42/9052, 12.

21AGA-MIT, 42/9032, 3.

22AGA-MIT, 42/09030, 8.

23 Paul Preston, El triunfo de la democracia en España 1969-1982, Barcelona, Plaza & Janés, 1986, p. 120.

24AGA-MIT, 42/9051, 5.

25 «El CIub Internacional de Prensa y la Transición Española». www.clubinterprensa.org.

26 José María de Areilza, Diario de un ministro de la monarquía, Barcelona, Planeta, 1977; Manuel Fraga Iribarne, En busca del tiempo servido, Barcelona, Planeta, 1987; Alfonso Osorio, Trayectoria de un ministro de la Corona, Barcelona, Editorial Planeta, 1980.

27 Rodolfo Martín Villa, Al servicio del Estado, Barcelona, Planeta, 1984, p. 18.

28 «Información hacia dentro», ABC, 13 de enero de 1976.

29 «Aquí, en España», ABC, 31 de enero de 1976.

30 Misael López Zapico, El tardofranquismo contemplado a través del periódico The New York Times, Gijón, CICEES, 2010, p. 9.

31 Jaume Guillamet, Marcel Mauri, Ruth Rodríguez-Martínez, Francesc Salgado y Christopher Tulloch, «La Transición española en la prensa europea y norteamericana. Cuatro miradas: Francia, Italia, Reino Unido y EEUU (1975-1978)», en Jaume Guillamet y Francesc Salgado (eds.), El periodismo en las transiciones políticas, Madrid, Biblioteca Nueva, 2014, pp. 111-136. Véase también Jaume Guillamet (ed.), Marcel Mauri, Ruth Rodríguez-Martínez, Francesc Salgado y Christopher Tulloch, El desafiament català. Un relat internacional de la Transició, Barcelona, L’Avenç, 2014.

32 Aportación de Tobias Reckling, durante sus estudios de doctorado en la Universidad de Portsmouth. Ver también Tobias Reckling, «Entre la dictadura y la democracia. La muerte de Franco y las primeras elecciones democráticas de 1977 vistas desde Alemania», en Jaume Guillamet y Francesc Salgado (eds.), El periodismo en las transiciones políticas, Madrid, Biblioteca Nueva, 2014, pp. 137-144.

33 «The evolution in Iberia», The Guardian, 20 de julio de 1974.

I. ADIÓS ADELANTADO A FRANCO

A mediados de 1974, hay preocupación en el exterior ante la avanzada edad del jefe del Estado español y su resistencia a facilitar la apertura política del régimen. El 20 de diciembre de 1973, la organización terrorista vasca ETA había asesinado, en pleno centro de Madrid, al almirante Luis Carrero Blanco. Era el hombre de máxima confianza del Caudillo, en quien había delegado en junio el cargo de presidente del Gobierno, por primera vez desde el final de la Guerra Civil. Tenía 69 años. Franco acababa de cumplir 81.

El 12 de febrero de 1974, el nuevo presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, presentó un programa muy tímido de apertura política, basado en la autorización de asociaciones políticas dentro del Movimiento Nacional, que pronto entró en vía muerta. El 2 de marzo fueron ejecutadas dos penas capitales en las cárceles de Barcelona y Tarragona. La primera contra el joven anarquista Salvador Puig Antich, del Movimiento Ibérico de Liberación, condenado por la muerte del subinspector de policía Francisco Anguas Barragán, y la segunda contra el súbdito polaco Heinz Chez, condenado por la muerte del guardia civil Antonio Torralbo en un delito común. El 25 de abril, la súbita revolución militar desatada en Portugal, escorada hacia la izquierda, producía un fuerte impacto en España.

Tres días más tarde, el veterano ex ministro falangista José Antonio Girón de Velasco publicó en el diario oficial Arriba un artículo contra el Gobierno y, en particular, el ministro de Información y Turismo, Pío Cabanillas. Sin haber informado al ministro secretario general del Movimiento, José Utrera Molina, de quien dependía, el diario se distribuyó ese día antes de hacer el depósito previo preceptivo de diez ejemplares ante el Ministerio de Información y Turismo.

Girón criticaba duramente a la prensa y denunciaba la facilidad con que llegan a los quioscos

periódicos extranjeros donde se ridiculiza la figura insigne y respetable de Francisco Franco o donde se ofende al Régimen del 18 de julio de 1936 o donde se trata de establecer homologaciones o sistemas comparativos entre situaciones políticas que nos son resueltamente ajenas.

Con la publicación de ese articulo conocido como «el gironazo» y la creación de la Confederación Nacional de Excombatientes de la Guerra Civil, el 17 de noviembre, bajo la presidencia del propio Girón, toma carta de naturaleza pública el llamado «búnker», un sector de la administración franquista opuesto a cualquier evolución del régimen.

En julio, la flebitis que afecta a Franco y obliga a su hospitalización, dispara todas las alarmas. El día 19, el príncipe Juan Carlos de Borbón se hace cargo temporalmente de las funciones de Jefe del Estado. Había sido nombrado sucesor por las Cortes cinco años antes, el 22 de julio de 1969. En un contexto de inestabilidad política en el sur de Europa y el Mediterráneo, el desenlace de la crisis española adquiere gran importancia. A la revolución portuguesa, se suman la caída reciente de la monarquía en Grecia y elementos de tensión en Turquía, Yugoslavia y Checoslovaquia. En este momento la prensa internacional gira su mirada sobre España y llegan los primeros enviados.

Se descarta pronto la comparación con Portugal, desde donde algunos enviados internacionales se ocupan también de España. La prensa británica quisiera ver la retirada de Franco en lo que sólo es una delegación temporal del poder en manos del titulado Príncipe de España –no Príncipe de Asturias, como correspondería a la legitimidad dinástica. Se publican artículos biográficos sobre ambos jerarcas, especialmente en el conservador The Daily Telegraph, a cargo de Harold Sieve,1 enviado meses atrás a Madrid como corresponsal. El veterano Paolo Bugialli2 prepara a los lectores de Corriere della Sera para el inminente deceso y una «restauración monárquica» que el Frankfurter Allgemeine Zeitung3 describe como «el mayor experimento monárquico del final del siglo XX». Su corresponsal Walter Haubrich4 ironiza sobre la legitimación divina atribuida al poder de Franco y el carácter casi subversivo que han tenido siempre las noticias sobre su salud.

Desde Londres, el régimen de Franco es condenado por los dos extremos del arco ideológico. The Guardian,5 liberal de izquierdas, habla de España como el último de «los dos degenerados morales del club europeo». Tras la caída de la dictadura portuguesa, es la última que queda en la Europa no comunista, subraya The Daily Telegraph.6 Hay un interés general por el establecimiento de un régimen democrático. El conservador liberal The Times7 ve la necesidad de tender una mano abierta por parte de la Comunidad Económica Europea, ya que sería inconcebible que todo siguiera igual tras la muerte de Franco. Las diferencias con lo sucedido en Portugal son claras, gracias a la mayor prosperidad española, anota Ian Davidson8 en Financial Times.

Marcel Niedergang,9 experto en temas españoles de Le Monde, ve pocas esperanzas de apertura en Arias Navarro, aunque trata de hallarlas en las primeras palabras de Juan Carlos, que quiere ser el rey de todos los españoles y rechazar el odio del pasado. Friedrich Kassebeer,10 en Süddeutsche Zeitung, se refiere cautelosamente a las posibles «inclinaciones políticas liberales» del príncipe.

El fantasma de la Guerra Civil reaparece en todos los periódicos, ante el temor de una continuación de la dictadura. The Times confía en que el ejército sea una influencia positiva en la sombra, moderada por el recuerdo de los horrores de la guerra. Lo evoca también The New York Times.11 A pesar de la baja intensidad de la mirada estadounidense sobre España, vaticina un final de dictadura traumático si coincide con una crisis económica y los disturbios sociales que puede conllevar. La prensa norteamericana no entra en valoraciones sobre la dictadura franquista, sino que destaca las buenas relaciones entre gobiernos. El secretario de Estado Henry Kissinger ha visitado Madrid, el 9 de julio, para la firma de una declaración de principios en materia de defensa, como paso previo a la renovación del acuerdo sobre las bases militares firmado en 1953. Niedergang12 especula sobre una futura entrada de España en la OTAN, por esa estrecha colaboración.

La principal preocupación es el vacío de poder, como señala Harold Sieve,13 pensando en las oportunidades de desestabilización que ofrecen la crisis económica y el malestar laboral y político. El retraso, incluso, de la leve liberalización prometida por Arias hace que aumente la incertidumbre sobre la escena española. James MacManus,14 enviado de The Guardian, presenta al jefe de Gobierno como un político vacilante ante el viento que sopla. Se ve en peligro la posibilidad de una transición suave. The Times se fija en el crecimiento de la oposición, con un partido comunista fuerte, grupos separatistas en Cataluña, Galicia y las provincias vascas y una extrema derecha al acecho. No se da por seguro que las disposiciones legales permitan gestionar bien la sucesión de Franco. Davidson destaca las tensiones entre los trabajadores y la derecha, los separatistas del País Vasco y el Gobierno, la Iglesia católica y el Estado y el contraste entre una Iglesia abierta y un ejército conservador.

Este es el nudo político que ahoga al país y que deberá desatar el príncipe, cuya fuerza «es muy relativa», señala Paolo Bugialli.15 Tiene al frente una extrema derecha que pretende volver al pasado y mantener «la bandera de 1936». Preocupa la capacidad de un príncipe «construido para convertirse en el sucesor del Caudillo», desconocido aún por los españoles. Le vieron presidir en solitario los funerales de Carrero Blanco, caminando solo tras el ataúd, mientras el cortejo fúnebre recorría buena parte del Paseo de la Castellana de Madrid. Franco no asistió, «oficialmente por un resfriado, en realidad porque se temía otro atentado con bomba». El príncipe aparece como una figura un poco inadecuada, que necesita al ejército por el poco apoyo que tiene en el régimen y por el rechazo de la oposición. Procura no decir nada comprometido, evitar un paso en falso, escribe el también veterano Harry Debelius16 en The Times.

Es un príncipe sin poder real, que se ha resistido a substituir a Franco para no ser asociado en demasía al pasado, añade Sieve. Un príncipe con poder nominal, ante el que el pueblo español parece indiferente, dice Mac-Manus, un príncipe que viste ropas prestadas y debe esconder sus planes hasta la muerte o la retirada de Franco. Davidson se pregunta si la prudencia y habilidad para hacer amigos, sus únicos talentos conocidos, le bastarán para conducir una transición suave. En su momento, Juan Carlos deberá decidir a quién escucha, en un vacío donde operan sindicatos y partidos prohibidos sin que se pueda saber qué fuerza tienen, escribe Bugialli.

Un príncipe cuya designación como sucesor pasó por encima de su padre, explica Henry Giniger17 a los lectores de The New York Times. La delicada relación de Juan Carlos con Juan de Borbón –considerado como un auténtico antifranquista– no ayuda a mejorar la imagen que de él tienen muchos españoles. En el mismo diario, Israel Shenker18 lo ve como «una figura simple y melancólica, con poco carácter y sin ingenio». Cuando preside su primer Consejo de Ministros, el 9 de agosto, en The New York Times19 se deja entrever que el príncipe puede estar dispuesto a cambiar el rumbo de España y llevarla hacia la democracia, aun destacando que carece de los instrumentos necesarios para ello. En la escasa atención que presta a la crisis española, The Washington Post20 muestra confianza hacia Juan Carlos y habla del clamor de los españoles para que Franco ceda el poder con la certeza que el príncipe llevará a la libertad.

Giniger21 se pregunta si Franco está capacitado para gobernar aun en el caso de su recuperación. Sin despejar esa duda, la recuperación del poder por el Caudillo, el día 2 de septiembre, se ve como un retraso y un obstáculo que puede hacer crujir la transición. El proceso político podría ser más calmado y con menor presión con el príncipe en el poder y Franco retirado, coinciden The Daily Telegraph y The Guardian. Al evidenciarse la recuperación clínica, Le Monde22 había recogido una afirmación del dirigente comunista Santiago Carrillo: Franco ya está muerto, aunque esté físicamente vivo. Durante más de un año, los corresponsales deberán ocuparse aún de su resistencia a la muerte y al abandono del poder.

Después de esta primera enfermedad de Franco, hay una atención sostenida de la prensa internacional por la actualidad española. El 30 de julio se había presentado en París la Junta Democrática de España, auspiciada por el Partido Comunista de España, Partido del Trabajo de España –cambio de nombre del Partido Comunista de España (Internacional), creado en 1967–, Partido Socialista Popular promovida por Enrique Tierno Galván, Alianza Socialista de Andalucía promovida por Alejandro Rojas Marcos, Comisiones Obreras, Partido Carlista presidido por el aspirante al trono Carlos Hugo de Borbón-Parma e independientes como Rafael Calvo Serer, editor del suspendido diario Madrid, y el abogado Antonio García Trevijano. El 1 de setiembre, se constituye en Barcelona la Unión Militar Democrática. El día 11, Arias reafirma su propósito de apertura política, el mismo día que el Partido Socialista Obrero Español inicia un congreso en Suresnes, cerca de París, donde elige secretario general al joven abogado sevillano Felipe González.

El día 13 se produce un atentado de ETA contra la cafetería Rolando de Madrid, junto a la Puerta del Sol y a la Dirección General de Seguridad, con el resultado de casi un centenar de víctimas, 13 de ellas mortales: Antonio Alonso Palacín, mecánico, y su esposa María Jesús Arcos Tirado, telefonista; Francisca Baeza Alarcón, maestra; Baldomero Barral Fernández, panadero, y su esposa María Josefina Pérez Martínez; Antonio Lobo Aguado, ferroviario; Luis Martínez Marín, agente comercial; Concepción Pérez Paíno, administrativa; María Ángeles Rey Martínez, estudiante; Gerardo García Pérez; Francisco Gómez Vaquero, cocinero de la cafetería; Manuel Llanos Gancedo, camarero de la cafetería; y Félix Ayuso Pinel, inspector de policía.

Es la primera vez que se produce un atentado terrorista indiscriminado tras el que ETA se escindirá en ETA militar y ETA político-militar, aunque no lo asume en seguida y acusa a la extrema derecha y las tramas negras internacionales. La petición al Gobierno francés de mayor rigor en el control fron-terizo de los revolucionarios vascos, es vista por el veterano corresponsal de Le Monde, José Antonio Novais,23 como una expresión más del aislamiento de España. La revista Fuerza Nueva ataca a Arias y responsabiliza al Gobierno de los muertos.

El 28 de octubre, se produce una crisis de Gobierno, con el cese de Pío Cabanillas y la dimisión solidaria del ministro de Hacienda Antonio Barrera de Irimo. Se suman a ellos otros cargos de segundo y tercer nivel como Francisco Fernández Ordoñez, Marcelino Oreja, Ricardo de la Cierva, Juan José Rosón, Juan Luis Cebrián, Miguel Boyer y Carlos Solchaga. Pese a todo, Arias es atacado por los ultras en la conmemoración del asesinato de Carrero. Cuatro meses después, el 20 de febrero de 1975, el presidente del Gobierno aprovecha la dimisión del ministro de Trabajo, Linicio de la Fuente, para cambiar a otros cinco ministros, entre los cuales Utrera, substituido como titular de la Secretaría General del Movimiento, por Fernando Herrero Tejedor.

En una rueda de prensa en TVE, el 26 de febrero, el presidente del Gobierno evoca la presencia vigilante de Franco con la «lucecita del Pardo» siempre encendida en su despacho. Se muestra firme en la represión de protestas, huelgas y conflictos crecientes, sobre todo en el País Vasco, donde se declara el estado de excepción por tres meses, a partir del 25 de abril. El 11 de junio se constituye la Plataforma de Convergencia Democrática, auspiciada por el PSOE, UGT, Partido Nacionalista Vasco, Izquierda Democrática, promovida por Joaquín Ruiz Jiménez, Unió Democràtica del País Valencià, demócrata-cristiana, Partido Gallego Social Demócrata, Unión Social Demócrata, Movimiento Comunista de España y Partido Carlista, que ha abandonado la Junta Democrática.

Tres días más tarde, Juan de Borbón defiende la monarquía constitucional en un discurso, tras el que se prohíbe su entrada en España. El día 24, Arias hace un discurso defensivo en las Cortes. En las semanas siguientes son detenidos nueve oficiales del ejército de Tierra y uno del Aire por su pertenencia a la clandestina Unión Militar Democrática. El 22 de agosto, se dicta un decreto ley antiterrorista, que endurece más la legislación y motiva el primer comunicado conjunto de los organismos de oposición.

EL GENERAL FRANCO CIERRA EL CAMINO

Se anuncia para los últimos días de agosto y primeros de setiembre de 1975 la celebración de cuatro juicios militares sumarísimos contra miembros de FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico) y ETA (Euskadi Ta Askatasuna, traducible del euskera por Euskadi y Libertad) –rama Político-Militar–, acusados del asesinato de varios policías y guardias civiles. La atención de la prensa internacional se refuerza con el desplazamiento de nuevos enviados que se suman a los corresponsales ya instalados en Madrid.

Tras el consejo de guerra del 28 de agosto en Burgos, son condenados a la pena capital José Antonio Garmendia Artola y Angel Otaegui Etxeberría de ETA, acusados de la muerte del guardia civil Gregorio Posadas Zurrón, en Azpeitia. Tras el consejo de guerra del 19 de septiembre en Barcelona, es condenado a la pena capital Juan Paredes Manot, Txiqui, también de ETA, acusado de la muerte del policía armada Ovidio Díaz López en Barcelona. Tras el consejo de guerra de 11 y 12 de septiembre en Madrid son condenados a la pena capital Manuel Blanco Chivite, Vladimiro Fernández Tovar y José Humberto Baena Alonso del FRAP