Las sombras del Safari - Gilda Salinas - E-Book

Las sombras del Safari E-Book

Gilda Salinas

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Beschreibung

El Safari, bar ubicado en la Zona Rosa de la Ciudad de México en la década de los años '60, se hizo famoso cuando Chavela Vargas hizo ahí una larga temporada, y su presencia convocó a la intelectualidad influenciada por Sartre y Simone de Beauvoir, y también a las lesbianas y los gays, entonces identificados como "la gente de ambiente". En las páginas de esta novela encontrarás un bar de época decorado con pinceladas de safari en África, la orquesta en vivo y presencias como Juan Gabriel, Carlos Monsiváis, Silvia Caos, Palmira, Chechelín e Iliana Urueta; también a Chavela, a las pelotaris y a los clientes habituales que se volvieron una familia a la que alguien bautizó como la canalla; desde luego, el maestro de ceremonias es el Capi, el propietario del primer bar LGB de América Latina y tal vez de la Unión Americana. "Novela de pasión enrabiada y dulce, escrita con toda la mano… el perfil de la noche, un puñetazo en el rostro de la moralina". Rafael Ramírez Heredia † "La irrupción de la avalancha gay sin cortapisas… La originalidad, la audacia de esta propuestas radica en su rejuego coloquial". Daniel Sada † "Un recorrido por los personajes —casi todos reales e intensos— que acudían a este bar de la Zona Rosa; sus vivencias nos llevan a comprender cómo se vivían las noches de los tiempos de Chavela Vargas, 'las pestañas Pixie', 'los pepsilindros'". Carlos Martínez

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LAS SOMBRASDEL SAFARI

 ✦ ✦ ✦  Gilda Salinas

 

Primera edición, © 1998, Editorial Diana, México Segunda edición, © 2010, Trópico de Escorpio © 1998, Gilda Salinas Reimpresión: 2017 CDMX

www.tropicodeescorpio.comDistribución: Editorial Trópico de Escorpio [email protected]ón: Máquina del tiempo/Chz

Este libro no puede ser reproducido total o parcialmente,por ningún medio impreso, mecánico o electrónicosin el consentimiento del autor.

ISBN: 978-607-9281-39-7

Libro convertido a ePub por:

Capture, S. A. de C. V.

 

Para Ana Flavia y para Carlos Aguilar

 

El Capi

—¿Cuándo firmamos? —contesté sin pensarlo dos veces. Doscientos cincuenta mil pesos era mucho dinero en aquellos tiempos y más para un tipo que vivía de su trabajo. Pues hipoteco la casa o pido al banco, o robo o lo que sea, pero por supuesto que lo compro, cómo de que no.

Jasive mi mujer tenía un don: leer la baraja española, ahí salió que Ríos y Valles me iba a vender el Safari y que el lugar tendría mucho éxito, por eso cuando me lo propusieron casi me fui de boca: ¿A qué hora firmamos? Y a partir de ese mismo día el capi Espinoza era el dueño. Uña y mugre, ¡coño! Tuve otros bares después, no sé cuántos, pero como el Safari apenas ése. Podríamos decir que parte fue cuestión de credulidad en la voz de profeta de mi esposa, pero ¿quién no le iba a creer? Cuando Ruiz Cortinez ya iba de salida vino Uruchurtu a consultarla: No te preocupes, no se ven cambios, y cuando López Mateos ya estaba de salida y mandó llamar a Díaz Ordaz para decirle: Oiga, Gustavo, le toca a usted chingarse, Uruchurtu volvió a venir con Jasive: Hay cambios pero no de inmediato, y siguió en su puesto casi medio sexenio. Lo mismo Luis, pensó que su carrera política ya estaba quemada, traía el alma en un hilo y ella siempre tan tranquila: No se preocupe, es temporal porque le toca algo mejor después. Tal como fue, cuando ya estaban en Lecumberri Campa y Vallejo ¿a quién llamaron los mismos ferrocarrileros? A Luis Gómez Zeta. Al menos eso fue lo que hizo público Echeverría, o sea que ya ni se acordaban de los sabotajes; es que era bien canijo este Luis. A Jasive la consultaba Hank, Fernando Romero, Malgesto, hasta Mauricio Garcés; los políticos le tenían más confianza que al Diario Oficial; ¿cómo no creerle de corazón cuando las cartas le dijeron que el Safari iba a ser mío? Le eché toda la carne al asador, me canso dijo el ganso, y ya como empresa me pregunté ¿qué necesita un buen lugar para tener clientela? Una mejor variedad, así que vamos contratando a puro cartel: el gran Feyobe, Toña la Negra, el trío Los Galantes con Marco Antonio, a Lupe Silva, a Silvia Caos, a Chavela Vargas: Ponme la mano aquí Macorina. El tum tum del acompañamiento, la voz tequilera, entre canto y plática, medio desafinada, pero con la cachondería en la intención. Que artistaza, ¡coño! Un huipil, una trenza, y la guitarra; para agarrar la bohemia toda la noche ¡y todas las noches! Tú, mi segundo amor... o esa otra que le pedía mucho Monsivais... creo que no era Monsivais, era Rulfo, ajá, le pedía que cantara “La Coyota”. El repertorio de Chavela nunca tuvo cuate, le imprimía un sello, su sello. Así que de ser otro bar de la Zona Rosa pasó a ser el famoso Safari, mi Safari. A veces o casi siempre, para el segundo show Chavela ya estaba borrachísima, porque a tomar ni yo le gané, y entonces le ponía más sabor: Cuando quieras quitarme la vida, no la quiero, para nada, para nada me sirve sin ti. Que tiempos, qué bruto, esos eran los sesenta.

Yo creo que amé más mi lugar por lo mucho que me gustó la música, y ahora sí que no cantaba mal las rancheras y los boleros menos. Parece que por el tiempo de Chavela fue que empezaron a venir las pelotaris, después del juego en el Frontón Metropolitano se venían a gastar sus ganancias, y no es que siempre cantaran victoria, pero cuando perdían también ganaban, y en eso no me voy a extender, porque no me consta, pero se veía el dinero. Qué hembras, qué bárbaro, parecían muchachos, la caderita así, los brazos musculosos, caras de niño. Yo no sé la causa, aunque tampoco me importa, pero a algunas damas les gustaban así de machorras, por ejemplo Orúe, la gallega: las más guapas, las más femeninas, los mejores cuerpos envueltos en pieles y sedas estaban dispuestos para Orúe como si esperaran turno; cuando vino el Holiday on Ice los patinadores se peleaban a Jorge Swan, ahí les tocó el turno a ellos, y con el circo ruso las trapecistas se inclinaron por Mayra, que además de masculina hablaba inglés, y las cirqueras se ponían sus mejores vestidos comunistas para irse de farra y qué chistoso, entenderse en inglés; ahora que la que sacaba raja con todas las damitas era Silvia Olga, se enamoraban de ella con la primer canción y eran capaces de olvidar hasta el abrigo de zorro blanco, porque sí, iban de abrigos y joyas, y es que eran otros tiempos, los de la elegancia; las mujercitas llegaban bien pintadas, sus ojos muy chulos y esos peinados de chongo que adentro parecían nido de araña, se veían lo que se dice bien, y luego los tacones de aguja, chamorros de tentación, coño. Los caballeros, incluida una que otra señora, vestían de traje, hasta de frac, con pañuelo, zapatos boleados, la raya del pantalón bien marcada. Yo creo que la culpa de todo la tiene la mezclilla, hasta su nombre lo dice: mezclilla; los jóvenes, hombres y mujeres, empezaron a copiar la moda, nos encanta hacer lo que los gringos, pero esa tela era apropiada para ferrocarrileros, ropa de trabajo y cuando aquí se empezaron a usar pantalones de mezclilla hubo mezcla de clases y de sexos, hasta se mezcló la educación ¡me cago en diez! Yo jamás usé pantalones de esos ¿y tenis? ¿Cómo comprenden? Mis lesbianas vestían bien, como damitas las que lo eran, las que no, de todos modos usaban algo digno, porque el chiste era lucirse. Además teníamos clientela de todo tipo, políticos, turistas, gente del medio, era un bar como el Terraza Casino o Los Globos, bueno... más chico, pero de calidad; de repente llegaba Cantinflas, Ofelia Guilmain, la señora Pinal, el mismo Uruchurtu, que además era muy cuate mío y buen amigo de la familia López Mateos. Don Adolfo le tenía mucha confianza, así que me habló por teléfono para avisarme que una persona muy importante quería ir a ver la variedad, pero que necesitaba el lugar cerrado; poco antes de las diez llegó Doña Eva sola, los guaruras se quedaron afuera, pidió una botella de Dom Perignon y Toña la Negra cantó casi dos horas sólo para ella: Y en tus ojeras se ven las palmeras borrachas de sol. No me imagino cómo pueden verse una palmeras con insolación en las ojeras de nadie, es más, hay quien asegura que originalmente la canción decía borrascas de sol, que tampoco se entiende, pero el maestro Lara era un poeta, el número uno de los compositores, e interpretado por Toña se oía como música del cielo y punto; qué privilegio el mío y el de doña Eva que aplaudió hasta que le ardieron las manos, supongo, y Toñita, siempre tan cortada, inclinaba la cabeza: Gracias, señora, muchas gracias. Me pagó generosamente y se fue con su séquito de guardianes antes de las doce.

Por cierto, no tomó más de una copa, siempre fue abstemia, doña Eva, por eso toda la campaña moralista de ese tiempo se la achacaron a ella en mancuerna con mi buen amigo Uruchurtu que, la verdad sea dicha, se pasaba de aburrido; siempre le decía ¿cómo comprendes, Ernesto? En cambio don Adolfo, qué esperanzas, a él sí que le gustaban las fiestas, las hacía privadas: millonarios, artistas, políticos muy cercanos. En una de esas fue que sucedió la famosa anécdota de la señora Valdelamar, cuando anunció el estreno de un tema dedicado a don Justo Fernández, caballero muy importante, socio del hipódromo. Esta compositora era de las preferidas de López Mateos, hasta fue su novia, y estaban de moda “Mucho corazón” y aquella de los mil besos, pues resulta que Emma Elena se arranca con “Cheque en blanco” y el homenajeado se pone ya no digamos rojo, sino negro; dicen que tenía lista la pistola, quién sabe, pero que don Adolfo se le acercó con su sonrisota Colgate para decirle: te felicito, compadre, has de sentirte orgulloso, para que una hembra te componga esa canción es que está muy enamorada. Y ahí terminó el asunto; ahora que a mí el cuento no me consta, pero esa gran compositora también cantó en el Safari y por eso la traigo a colación, porque de eso se trata, de que vean en el escenario cómo eran las cosas de esos años, que escuchen las canciones, que vivan conmigo el tiempo en que todo marchaba para el Capi y para el Safari, hasta que se acabó el sexenio de don Adolfo y Díaz Ordaz tuvo que solicitarle la renuncia a Uruchurtu por aquella estupidez de la panadería; si al menos Romero hubiera seguido en la judicial, pero tampoco, para estas fechas ya lo habían asesinado, supongo que no importa decirle al pan, pan; estábamos desapadrinados, así que por quítame estas pajas nos dieron vacaciones. Tal como suena, a pesar de que yo siempre anduve muy recto, ¿menores de edad? Para nada. La licencia vigente, los baños funcionando. Y ahí sí que se me iba mucho dinero, lavabos nuevos cada mes, se rompían en los pleitos, los agarraban de recargadera o quién sabe, la cuestión es que cada treinta días el mismo gasto en lavamanos. Cuando los primeros años, teníamos que cerrar a la una, y pues cerrábamos a la una, ya con Díaz Ordaz se amplió hasta las tres; entonces a las tres, aunque los de confianza nos quedáramos otro rato con la cortina bajada; nunca cerré después de la hora, así tuviéramos que sacar cargada a Iliana, que con tres copas ya hacía viscos, o a Ruth con todo su séquito de cortesanas hermosas, yo encantado de cargarlas. ¿Merecía que me clausuraran? ¿Cómo comprenden? Fue una injusticia.

Pero aquí no se trata de ponerse sentimentales sino de lanzar el recuerdo al aire, darle tono a las sombras, a los fantasmas; inyectarle sonido al edificio que construyeron sobre las ruinas de mi Safari ¡coño! Y que resuenen en toda la colonia Juárez los acordes, los compositores, los intérpretes, que desfilen ante ustedes las estrellas, los protagonistas de una historia que a todos nos pertenece.

Así que, señoras y señores:

Este lugar de ambiente, Safari, tiene el honor de presentar su espectáculo póstumo.

¡Sean ustedes bienvenidos!

 

Carlos

Todo decorado con palmeras, máscaras, lanzas, apenas se sentía la falta de africanos. El olor de cigarros Raleigh mezclado con perfume francés y lociones masculinas; mujeres hermosas de abrigo de piel, hombres pocos, pero suficientes. Me gusta, piensa Carlos cuando lo acomodan en el último rincón oscuro del bar, porque apenas tiene diecisiete y si logró que le franquearan la entrada la gracia fue de Rosa Elena, por simpática o por necia, quién sabe, el chiste es que ya están ahí. En el escenario aparece Silvia Caos: Esa maldita pared, que separa tu vida y la mía. El sonido le entra por los ojos, lo embruja, lo envicia y Carlos se vuelve parroquiano asiduo, gente de casa; estudiante de vocacional recién llegado a México, güerito, simpático, descorre la cortina del mundo homosexual de los adultos y quiere comérselo todo, antes de que se lo acaben, quiere enamorarse, emborracharse, oír a Silvia Caos cada fin de semana y también ¿por qué no?, escuchar de vez en cuando a la Rocío, ese chamaco como de quince que entra y sale del Safari, saluda a todos y brinca entre las mesas como si le picaran el culo; una copa aquí, otra allá. siempre amanerado, siempre insinuante, como cuando le permiten cantar e interpreta los éxitos del último LP de Armando Manzanero: “Esta tarde vi llover”. Muy modulado y cuadradito, pero con un ceceo que a Charly le parte la madre, sobre todo cuando entornando los ojos frente a él susurra: Daba bezoz a zu amor iluzionado y no eztabaz. Y entonces Carlos siente ganas de romperle el hocico a ver si así deja de cecear y se da cuenta de que a él le interesan los señores de ojos verdes, no los chamacos torciditos. El problema es que a la Rocío lo protegen las mujeres, es su mascota, y no está dispuesto a salir de pleito con ellas, menos con las pelotaris que parecen levantadoras de pesas partidarias del uper cut; ya estuvo a punto de sucederle aquel día en que el compadre con su smoking tapa chichis y todo anunció a la salida que iba a haber reventón de parejas en la casa de Epi, —Epínaca en la pila de bautizo, a pa’nombrecito— y como Carlos no tenía con quién, se jaló a Alberto, alias la Rocío, que estaba feliz como lechuga; la verdad, Carlos no llevaba más intención que entrar a la fiesta, pero el pesadísimo, amanerado, ojos lánguidos, ceceador, se le anduvo instalando como sombra y Carlos que quería compartir con todos y la Rocío respirándole en la espalda. Ay, ya, le dijo y zaz, que lo avienta, nunca sabrá qué tan fuerte, porque a través de los años va a insistir en que apenas le dio un empujoncito, pero la Rocío se fue de nalgas hasta un rincón de la sala y Charly tuvo que ahogarse con sus carcajadas cuando las mujeres corrieron a levantarlo en el colmo de la indignación: ¿por qué le pegas, por qué lo empujas? El compadre con su smoking tapa chichis y todo, Mayra, Lina y sobre todo Orúe traspasándolo de rayos ultravioleta, la ceja en arco, y entonces Carlos recordó la frase que le grita Amparo Celestrín cada vez que se le pasan las copas: “a esa gallega le apesta el bollo” y más risa contenida a fuerza de agarrar aire, una “o” grandota en los labios, su lengua jugando con las muelas posteriores. ¿De verdad le apestará el bollo a la pelotari? o sólo lo dice por ardor, porque con todo y que Amparo la cubana es una mezcla de Raquel Welsh y Jane Rusell la verdad es que Orúe la dejó por Luz Estela, que también está de aparador, y en resumidas cuentas ¿a él que podían importarle los olores del coño de la gallega? Lo primordial era contener la carcajada por el nalgazo de la Rocío, que lloraba con todo el rimel embarrado y con todo el viejerío sobándole el palmito; ni que fuera para tanto, mejor que cante “Esta tarde vi llover”.

Y sí, el Safari es un mundo alucinante, cada noche conoce a otro personaje que le va a hablar de cosmos exóticos, del glamour o de la putería, que a la mejor todo es lo mismo, pero presentado con creatividad. Y cualquier noche le toca conocer a Iliana, dueña de un encanto como para hipnotizar a hombre, mujer o cosa; su voz grave en total desacuerdo con el físico; muy jovencita, hija del importante cineasta, entenada de la guapérrima cantora Ethel, tantito actúa, tantito interpreta, aspira a ser estrella de la tele y vive en un mundo de fantasías revueltas con verdades que nadie cree, pero nadie duda y Carlos no va a quedarse atrás, aunque no entienda por qué ha matado a su hermana tres veces, con el luto correspondiente, y la ha mandado al sanatorio otras tantas por supuestos pasones de LSD, de todas formas resulta impredecible y por tanto divertida, como aquella vez en que lo fue a sacar del Safari para que la acompañara a recoger a su hijo, una criatura de meses: porque mi exmarido me puso un detective para quitármelo.

Y él alegando que ni modo que lo traigan al bar si es chiquito, y ella conque ay, cómo crees, lo llevamos con su padrino de bautizo, que es Blue Demon, ahí me lo cuidan mientras.

¿Mientras qué?, se preguntaba Carlos, pero igual fueron porque era como serial del Avispón Verde, caminando de puntitas y con sigilo, volviéndose para los lados, las luces sin prender, a la rurru nene, que no llore, todos los sujetos con cara del tal detective, aguas, ése es, de seguro. Y lo llevaron con Blue Demon hecho un taco de cobijas. Hasta donde Carlos supo Iliana no volvió al departamento y el niñito se quedó con el demonio.

Desde este mes Jaime Moreno suple a Silvia Caos en la variedad, los ojos verdes de Jaimito, ¿quién no quiere algo, cualquier cosa con Jaime Morenazo? Peludo, barba partida, buenísimo. Magda Farina lo sabe, por eso ocupa una mesa frente a él, para no perderlo de vista.

—¿Y quién es ésa, tú?

—¿No sabes? ¿De veras, de veras no sabes o te haces? Magda Farina dobló a Brigitte Bardot en todas las escenas de desnudos de la película ¡Viva María! con Jean Moreau, y sí el cuerpazo y sí qué agasajo, ya quisiera la Bardot.

Entonces qué bonita pareja la de Moreno y Magda Farina, que en cuanto pasa el show desocupan la mesa de enfrente y Jaimito Morenazo nunca accede a cantar otra, como debe hacer todo artista que se precie de. ¿Qué importa? Al cabo el grupo Yanga se queda tocando otro rato. Es padre eso de la música viva y nunca falta quién le pida a la Muñequita de Cristal que baile ¡que baile la Muñequita de Cristal! Todos a coro y sí, se trepa al piano, buenísima para el meneo y buenísima ella, la falda arribita de la rodilla, los movimientos de cadera se la suben hasta abajito de los calzones, el ritmo de los muslos, las medias nailon ya sin liguero, sin ralla; no como las de mi mamá, piensa Carlos, sus pies descalzos deslizándose sobre la cubierta: La cosecha de mujeres nunca se acaba, muy complaciente ella, después de los primeros acordes se quita la gorra y deja que su pelo flote al mismo ritmo: la cosecha de mujeres nunca se acaba, muchas manos esperan la cachuchita que cruza los aires. La modelo de plana completa de El Universal y hasta del renovado Heraldo —ahora a colores— preciosa, sentada sobre el cofre del Renault 1966, la mismísima Muñequita de Cristal en vivo, en su antro favorito: el Safari —fanfarrias— moviendo la cadera con esa gracia, esa sensualidad dueña de muchos suspiros y también de las porras de uno que otro pedísimo que ya ni ve lo que mira. Y ahora que baile “La pollera colorá”. Sí, que baile, que baile; seguramente le bailó al marido con la misma sonrisa seductora, porque aunque seguía lisa como tabla se supo que estaba embarazada. ¡Que baile la Muñequita de Cristal!

—Soplado —grita Iliana.

Jorge es el dentista más bello de México, un dios griego, opina Carlos, y Elizabeth Taylor también, porque vino a tratarse en su consultorio de la Zona Rosa. Nadie resiste el verde de sus ojos, ellos se echan al suelo para que los pise, algunas de ellas tampoco le ponen peros y todos se pelean porque Jorge se siente en su mesa. Ahora la variedad corre a cargo de Silvia Olga, la Rebelde Romántica; las “pasivas” quisieran escucharla cantar en su oído toda la noche, los “bicicletos” no pierden las esperanzas. Silvia Olga la de ayer, con su vestido de campana y la guitarra, Silvia Olga en el hoy, con botines, pantalón ajustadísimo, pelo muy corto y diferente guitarra, por aquello de que a veces termina el show a instrumentazos; todos se pelean por invitarle aunque sea medio trago. Carlos tiene sentado al dios griego junto a él, llaman a la cantante, ella accede, a la altura de sus ojos se va acercando el bultito del monte Venusino y el nacimiento de los muslos, Jorge se levanta y no resiste el gusto de meterle la mano en la entrepierna: siéntate, mamacita. Silvia Olga tampoco resiste el placer de soltarle un bofetón que le humedece los ojos y hace que se le vean más verdes: gracias, papacito. Sonríe con la solvencia de la gente grande, Jorge Swan se cambia de mesa, la fiesta sigue en el Safari, no hay tos; bueno, piensa Carlos, con quién te vas, con melón o con sandía, porque de piña ya no hubo, aunque la lucha se hizo.

Y sí, a Charly le deslumbra toparse con luminarias de la talla de Ariadne Welter, Silvia Pinal, Monsivais, Cantinflas, y no es que le asombre que se entrelacen las preferencias de los concurrentes, sino que le sorprende que a nadie le sorprenda cuanto pasa en el Safari, que es tan maravilloso, y es que él es un muchachito provinciano bien portado, estudiante de vocacional; pretende ser actor y cantar zarzuela, pero eso será cuando sea grande, por ahora procura agradecerle diario a santa Rosa Elena, que fue quien lo trajo, y se conforma con darle mordidones al mundo homosexual de los adultos aunque a veces se indigeste, que para eso se inventó el aceite de ricino, ¡y vengan las siguientes viandas!

 

Toña

—¿Pus qué pasó, comadre?

—Ya sabes que no me gustan las entrevistas, por eso, porque estos señores son unos cabrones que se sienten muy cultivados.

—Pus sí, comadre, pero es la prensa.

—La prensa mis nalgas, vienen muy mansitos a que uno les cuente, que cómo conocí a Lara, fíjate tú, Lara... el muy igualado y ahí me tienes contándole que en Veracruz, que a él le gustaba la bohemia y le encantaba el puerto. Y me seguí como el loro: que mi hermano mayor le habló de nosotros, de los Peregrino, porque nos mandaban llamar para fiestas, para dar serenatas a las novias de los muchachos de buenas familias, y hasta le dije que cobrábamos cuatro pesos, porque así cobrábamos comadre, bien barato.

—Eso ya me lo ha platicado cien veces, Toñita, y de seguro luego le contó de su debut aquí en México con los acordes de “Oración Caribe” y que del susto se le fue la voz; pero que le volvió por los ojotes que le echó el maestro y que a la noche siguiente mejor y a la siguiente más mejor, y todo el asunto de cómo los corrieron del Iris y pasaron al Politeama otros quince días, dónde que el festival era por el puro domingo y que...

—Mira, comadre, si vas a estar chingando ya no te cuento.

—No, comadrita, no se me enoje, yo creí que eso seguía. ¿Por qué la hizo encabronar el periodista?

—Primero porque yo platicándole de mis inicios de buena fe, ni siquiera le dije que el maestro llegó a mi casa cayéndose de briago, ni que le gustaba, ya sabes, fumar mariguana, ni nada; sólo como me han dicho que diga, y el desgraciado me pregunta que si es cierto que yo era lavandera en la casa de Lara. Otra vez Lara ¿pues qué es su pariente?

—¡Yyyy! Con razón se enchiló ¿y luego?

—Me le quedé viendo bien feo, ya sabes cómo, y le contesté que no, pero que si lo hubiera sido nada de malo tendría, que yo lo único que he hecho es cantar la música del maestro Lara. Así, bien marcado lo de maestro, y que gracias al público soy su intérprete más popular, a donde me pare siempre piden: “Lamento Jarocho”, “Oración Caribe”, “Noche criolla”, “Veracruz” y otras de él, que llevo como veinticinco “eles pes”, que he hecho programas de televisión, películas, temporadas de Blanquita y de cabarets, al cabo eso ya me lo sé de memoria, no tengo ni que pensarle y lo suelto así, sin hacer cara de nada, aunque por dentro se me esté retorciendo el hígado.

—Uy, pus qué educada se vió, entonces ¿de qué tanto escándalo?