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Este volumen trata de dibujar un mapa estratégico que sirva de guía para el acercamiento a la literatura de viajes producida en el Medievo y Renacimiento europeos: libros verídicos (cruzadas, peregrinaciones, embajadas, misiones, viajes comerciales, expediciones bélicas), viajes seudo-históricos o ficcionalizados, geografías y mapas comentados, cosmografía alegórica, secciones enciclopédicas, mundos imaginados, bestiarios?El libro propone una aproximación interdisciplinar a una región de la cultura en el pasado tan fascinante como todavía inexplorada: "Mares, sueños, vuelos y paraísos", "El viaje a Jerusalén y a los lugares sagrados: cruzada y peregrinación", "Libros de maravillas" y "Espacios narrativos". A la vez, sugiere una reflexión actual sobre el viaje antiguo -más que nunca vigente, ¿viaje sólo de ida y vuelta?- desde el Mediterráneo a Oriente.
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Seitenzahl: 1096
Veröffentlichungsjahr: 2013
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MARAVILLAS, PEREGRINACIONES Y UTOPÍAS: LITERATURA DE VIAJES EN EL MUNDO ROMÁNICO
MARAVILLAS, PEREGRINACIONES Y UTOPÍAS: LITERATURA DE VIAJES EN EL MUNDO ROMÁNICO
Rafael Beltrán, ed.
PUBLICACIONS DE LA UNIVERSITAT DE VALÈNCIA DEPARTAMENT DE FILOLOGIA ESPANYOLA 2002
Aquesta publicació no pot ser reproduïda, ni totalment ni parcialment, ni enregistrada en, o transmesa per, un sistema de recuperació d’informació, en cap forma ni per cap mitjà, sia fotomecànic, fotoquímic, electrònic, per fotocòpia o per qualsevol altre, sense el permís previ de l’editorial.
© Els autors, 2002
© D’aquesta edició: Universitat de València, 2002
Producció editorial: Maite Simon
Fotocomposició i maquetació: Ligia Sáiz
Correcció: Isidre Martínez Marzo
Il·lustració de la coberta:
Jerusalén, fragmento de un mapa de Palestina dibujado por Erhard Reuwich en 1486
ISBN: 978-84-370-9207-2
ÍNDICE
Presentación. Rafael Beltrán
PRIMERA PARTE
MARES, SUEÑOS, VUELOS Y PARAÍSOS
1. El Alejandro medieval, el Ulises de Dante y la búsqueda de las Antípodas. Alan Deyermond
2. El imaginado desvelo por los viajes del poeta cordobés don Pedro González de Uceda. Francisco López Estrada
3. Una caracterización del viaje en la narrativa medieval a través del medio extraordinario utilizado: el viaje aéreo (de Cleomadés a Don Quijote). Antonia Martínez Pérez
4. Viajeros en busca del Paraíso Terrenal. Eugenia Popeanga
5. El viaje de Dante por los cielos. Joaquín Rubio Tovar
6. El aprendizaje de la infirmitas: luz y tinieblas en los espacios del navegante. Isabel Soler
SEGUNDA PARTE
EL VIAJE A JERUSALÉN Y A LOS LUGARES SAGRADOS: CRUZADA Y PEREGRINACIÓN
7. En torno al Viaje de Jerusalén de Francisco Guerrero. Julio AlonsoAsenjo
8. Los misterios de Jerusalem de El Cruzado (un franciscano español por Oriente Medio a fines del siglo XV). Nieves Baranda
9. El Viaje a Jerusalén del marqués de Tarifa: un nuevo manuscrito y los problemas de composición. Vicenç Beltran
10. El relato de viajes como intertexto: el caso particular de las crónicas de cruzada. César Domínguez
11. Los viajes rituales en Valencia y Cataluña: rogativas y peregrinaciones. Àlvar Monferrer i Monfort
TERCERA PARTE
LIBROS DE MARAVILLAS
12. El viaje literario de las amazonas: desde las Estorias de Alfonso X a las crónicas de América. Ana Benito
13. Razas humanas portentosas en las partidas remotas del mundo (de Benjamín de Tudela a Cristóbal Colón). Juan Casas Rigall
14. La percepción de la maravilla en los relatos de viajes portugueses y españoles de los siglos XVI y XVII. José Manuel Herrero Massari
15. La recepción de un manuscrito francés del Libro de las maravillas del mundo: ¿un dato nuevo sobre la identidad del autor? Marie-José Lemarchand
16. Los viajes de Juan de Mandeville o el mercado del conocimiento. Estela Pérez Bosch
CUARTA PARTE
ESPACIOS NARRATIVOS
17. El espacio narrativo a la aparición de la literatura de viajes del siglo XIII. Fernando Carmona
18. Analizar un relato de viajes. Una propuesta de abordaje desde las características del género y sus diferencias con la literatura de viajes. Sofía M. Carrizo Rueda
19. Hombres virtuosos y mujeres escandalosas en las Andanças de Pero Tafur. Karen Daly
20. El viaje y los viajes en la literatura bizantina. Rubén Montañés
21. Literatura de viajes y libros de caballerías: la Crónica de Adramón. Emilio José Sales Dasí
QUINTA PARTE
UNA MIRADA, HOY
22. Una mirada actual al viaje desde el Mediterráneo a Oriente en la Edad Media. Rafael Beltrán
PRESENTACIÓN
Decía hacia la década de 1550 el anónimo autor del Viaje de Turquía, que «aquel insaciable y desenfrenado deseo de saber y conoscer que natura puso en todos los hombres [...] no puede mejor ejecutarse que con la peregrinación y ver de tierras extrañas». El libro que tiene en sus manos el buen lector y no peor caminante –si no peregrino, seguro que devoto, y de los de misa diaria, de trabajos de seso y ciencia que se asientan en realidades cotidianas antiguas– ha sido concebido desde ese mismo «insaciable y desenfrenado deseo de saber y conoscer», pero preparado con una mucho más sencilla y humilde ambición.
Partimos de que el lector, hombre moderno, disfrutará de cuando en vez de los viajes de placer, pero sobre todo los soñará melancólicamente y se recreará en ellos con fruición, mientras se halla enfrascado entre sus prosaicos utensilios durante las largas horas de trabajo (de hecho, todo es uno: inglés, travel, y francés, travail). Partimos de que, además, muchas veces esos duros trabajos estarán relacionados, si no directamente con los viajes, sí con las geografías, historias o culturas del pasado. Con esos presupuestos, nuestra intención sería administrarle alguna provisión necesaria, algún viaticum –no pasaporte ni licencia, sino en un sentido etimológico, de nuevo la misma semilla y raíz– para el segundo tipo de trayecto, es decir, para un viaje a ese Más Allá de lo pretérito. No cabe duda de que el camino requiere, amén de alforjas llenas de curiosidad y credulidad, el concurso de fiables atlas y de probadas brújulas.
Pretendemos dar pertrechos, pues, en forma de guía, para visitar algunos de aquellos territorios del tiempo, no tan lejanos, donde, sin perder pie, el hombre sentía como reales muchos sueños de siempre, contemplaba las maravillas más espeluznantes, alcanzaba por mar o por tierra los infinitos, o participaba inconscientemente en la destrucción de las utopías y de los cielos. Ofrecemos cuadernos de bitácora de navegantes experimentados para trasladarnos con mayores garantías de seguridad a esos siglos en los que, tras su experiencia, ese mismo hombre, si es que milagrosamente no había perecido en el empeño, regresaba a su tierra y, ante el fuego del hogar, relataba sus aventuras a sus familiares, a veces, para nuestro gozo, legando también sus cuentos por escrito para que la posteridad los descifrara como un regalo misterioso y de valor incalculable.
Entre el 24 y el 26 de noviembre de 1999, el Departamento de Filología Española de la Universitat de València, con la colaboración de la Facultad de Filología y del programa Cinc Segles (1499-1999) de la misma universidad, organizó unas Jornadassobre Literatura de Viajes en el Mundo Románico. Pretendíamos ofrecer a los estudiantes una visión interdisciplinar de la literatura de viajes medieval y renacentista. Aproximarnos al género, incluyendo tanto libros de viajes verídicos (peregrinaciones, misiones, cruzadas, embajadas, viajes comerciales, expediciones bélicas), como textos seudohistóricos, viajes reales ficcionalizados, geografías o mapas comentados, cosmografía alegórica, secciones enciclopédicas, mundos imaginados, bestiarios presentados como antípodas, etc. Para evitar la dispersión excesiva, esquivamos a propósito la literatura de viajes al Nuevo Mundo, lo mismo que la fascinante cronística de Indias –y aun así, afortunadamente, dos ponencias entraron de lleno en ese campo–, limitándonos al territorio del mundo románico –la única excepción fue una ponencia sobre el viaje en el mundo bizantino–. Pese a esas exclusiones forzosas, como principio orientativo nos guiaba la idea de que –como ha dicho Mario Vargas Llosa– aquellos cronistas, o periodistas primigenios que creyeron ver elefantes en la isla Hispaniola, o sirenas en el Amazonas, o localizar animales importados de la mitología grecorromana en las selvas y cordilleras americanas, no podrán ser nunca llamados embusteros, pero tampoco visionarios. Sencillamente denominaban una realidad desconocida, ante la que se sentían deslumbrados y aterrados, y lo hacían con modelos imaginarios arraigados que les facilitaban la adaptación al mundo fabuloso que hollaban por vez primera: el Dorado, la Fuente de la Juventud, Preste Juan, Miraflores (el palacio de Oriana en el Amadís de Gaula), California (la principal de las amazonas), como antes había ocurrido con la denominación de las islas de Lanzarote o Fuerte Ventura.
Sorprendentemente, porque no habíamos propuesto ningún tema concreto a los más de veinte conferenciantes que aceptaron la invitación, los mismos títulos de las propuestas, y luego sus desarrollos, fueron ordenando un mapa estratégico de intereses en torno a regiones temáticas que hemos tratado de respetar a la hora de disponer los artículos dentro del volumen: el viaje imaginado, aéreo, marítimo o terrestre, a los cielos, a las Antípodas, a las tinieblas... («Mares, sueños, vuelos y paraísos», con las contribuciones de Alan Deyermond, Francisco López Estrada, Antonia Martínez, Eugenia Popeanga, Joaquín Rubio e Isabel Soler); el viaje a Jerusalén, axis mundi y destino de peregrinación en la Edad Media y el Renacimiento («El viaje a Jerusalén y a los lugares sagrados: cruzada y peregrinación», con las contribuciones de Julio Alonso, Nieves Baranda, Vicenç Beltran, César Domínguez y Àlvar Monferrer); la percepción y plasmación escrita de lo real y lo maravilloso, desde las lógicas fantasías de Jean de Mandeville hasta los fascinantes relatos de los siglos XVI y XVII («Libros de maravillas», con las colaboraciones de Ana Benito, Juan Casas, José Manuel Herrero, Marie-José Lemarchand y Estela Pérez Bosch); y, por último, la reflexión sobre el género literatura de viajes o libros de viajes, sobre su aparición, sus formantes o su relación con otros géneros («Espacios narrativos», con los artículos de Fernando Carmona, Sofía Carrizo, Karen Daly, Rubén Montañés y Emilio José Sales).1
Mientras preparaba el volumen, los pasos del editor, que hasta ese momento se habían limitado a coordinar las Jornadas y tratar de conducir a buen puerto sus actas, se empecinaron con obstinación en plasmar algunas reflexiones en torno a determinados reflejos que encontramos –y otros que nos sorprende justamente no hallar, como quizás esperaríamos– en los relatos de algunos viajeros, guerreros, embajadores, comerciantes o escritores de la historia del Mediterráneo; historia entendida braudelianamente como geohistoria en evolución, apertura y expansión, con períodos en ocasiones de conquista o colonización unívoca, destructora, bárbara, pero en otras –en alternancia o en simultaneidad– de fructífero intercambio político, comercial y cultural. Espero que el amable lector, definitivamente dignísimo viajero de gabinete y mesa camilla (¿habrá que aver-gonzarse de ello hoy, cuando parece que el viaje no tenga más riesgo que la pérdida de maletas?), sepa disculpar ese desvío último y aproveche directamente los muchos temas de mayor enjundia que preceden y que dan pleno sentido al volumen.2
1. Participaron en las Jornadas, además de los autores de los artículos que componen el presente volumen, Miguel Ángel Pérez Priego («Viajeros en la España del siglo XV»), Josep Izquierdo («Visions de l’Infern i el Purgatori en la literatura catalana medieval») y María Jesús Lacarra («El libro del conosçimiento de todos los reinos del mundo: el manuscrito de Zurita»). Un hermoso recital de música sefardí, a cargo de Rosa Zaragoza, puso contrapunto lírico a la sesión dedicada a los viajes a Jerusalén. Hubo dos mesas redondas. La primera dedicada a las «Peregrinaciones, ayer y hoy (La Meca, Oriente, Jerusalén...)», con comunicaciones de Josefina Veglison («La peregrinación a La Meca y la literatura árabe de viajes»), Chiharu Fukui («Las peregrinaciones japonesas») y Alba Toscano («La peregrinación a Jerusalén»). La segunda, sobre «Peregrinar, de Valencia a Santiago de Compostela», con comunicaciones de Àlvar Monferrer («El contexto de las peregrinaciones en el País Valenciano»), Manuel García Comas («En torno a la peregrinación de Santiago») y Ángeles Fernández («Caminos de Valencia a Santiago»).
2. He de agradecer, en la coordinación de las Jornadas que dieron origen a este libro, la colaboración de Sergio Arlandis, Mª Carmen Barcos, Beatriz Ferrús, Laura Gallego, Mamen Oliver, Mónica Pauner, Estela Pérez Bosch, Francisco Ramos, Ángel Saiz e Inmaculada Uceda; asimismo, la coordinación técnica de Héctor H. Gassó y Diego Romero. Igualmente, la colaboración en la revisión y regularización bibliográfica de los artículos a Estela Pérez Bosch. Su tarea previa, meticulosa y paciente, ha facilitado enormemente mi trabajo de edición. Laura Gallego contribuyó también en las correcciones. Por último, Diego Romero, Héctor H. Gassó y Estela Pérez Bosch tradujeron el texto de Àlvar Monferrer, originalmente escrito en catalán (la traducción fue posteriormente revisada por el autor).
Alan Deyermond
Queen Mary, University of London
We are the Pilgrims, master; we shall go
Always a little further: it may be
Beyond that last blue mountain barred with snow
Across that angry or that glimmering sea [...]
We travel not for trafficking alone;
By hotter winds our fiery hearts are fanned:
For lust of knowing what should not be known,
We take the Golden Road to Samarkand.
(James Elroy Flecker, Hassan)
Los muchos libros de viajes de la Edad Media mezclan siempre la realidad y la fantasía, aunque en proporciones muy distintas. En un extremo, las Andanças e viajes de Pero Tafur y los diarios de Colón son relaciones más o menos auténticas de viajes reales; en el otro, el Libro de las maravillas del mundo atribuido a Sir John Mandeville es en gran parte ficticio, y el Libro del conoscimiento de todos los reynos y tierras y señoríos que son por el mundo se apoya en mapas para los datos que se presentan como observaciones personales. Pero incluso en estos casos límites, hay una mezcla: Colón ve el océano y las islas americanas a través de sus lecturas previas y su ideología místico-caballeresca, mientras que los datos geográficos del Libro de los conoscimientos son a menudo exactos en cuanto a las regiones menos alejadas. De modo parecido, los viajes narrados en obras de ficción –sean de la matière de Rome, como el Libro de Alexandre, sean de la matière de Bretagne, como Tristán de Leonís– reflejan la realidad geográfica al lado de la invención.
Cuando se trata del mundo conocido, de lo que los griegos antiguos llamaron el oikoumene (a fines de la Edad Media, bastante ampliada –véase Hay 1991–), la mezcla de realidad y fantasía es notable. Pero más allá del oikoumene hubo regiones totalmente desconocidas e incluso, según la visión medieval del mundo, imposibles de conocer. La existencia de las Antípodas y el origen de sus hipotéticos habitantes –temas ya muy discutidos en la Antigüedad clásica– se debatían vigorosamente en la época patrística y la baja Edad Media.1 Se trataba de una cuestión no sólo geográfica sino teológica. El mundo se dividía en cinco zonas, dos de las cuales eran inhabitables a causa del frío extremo y una a causa del calor extremo, de modo que la zona habitable del sur (las Antípodas) quedaba irrevocablemente aislada de la del norte (Europa, Asia y el norte de África). Esta opinión medieval nace de los antiguos mapas del mundo según zonas.2
Era imposible, según esta opinión, conocer las Antípodas; sólo se podía especular. El problema teológico se centraba en los posibles habitantes: si vivían hombres allí, ¿descendían de Adán y Eva? Fue igualmente imposible contestar sí o no, ya que la descendencia de nuestros primeros padres no podría haber pasado por el intenso calor ecuatorial, mientras que la idea de una raza humana no descendida de Adán y Eva era incompatible con Génesis 9:19: «Tres isti filii sunt Noe: et ab his disseminatum est omne genus hominum super universam terram». Por eso, el Ulises de Dante habla del «mondo sanza gente».3
La idea de las Antípodas habitadas (aceptada por Lucrecio, De rerum natura, I.373-375) es ridiculizada por San Agustín («Antipodas esse [...] nulla ratione credendum est», De civitate Dei XVI.9), San Isidoro (Etymologiae IX.II.113 y XIV.V.17) y Beda:
Neque [...] Antipodarum ullatenus est fabulis accommodandus assensus, vel aliquis refert historicus vidisse vel audisse vel legisse, qui meridianus in partes solem transierunt hibernum ita ut eo post tergum relicto, transgressis Aethiopum fervoribus, temperatas ultra eos hinc calore illinc rigore atque habitabiles mortalium reperint sedes.4
La opinión de estos autores prestigiosos se aceptaba y se repetía a lo largo de muchos siglos, pero de vez en cuando surgía una opinión contraria. El papa Zacarías, contemporáneo de Beda, escribió en 748 a San Bonifacio sobre los alegatos contra un sacerdote, de nombre Virgilio (¿Fergal?): «De perversa enim et iniqua doctrina, quae contra Deum et animam suam locutus est: si clarificatum fuerit, ita eum confiteri, quod alius mundus et alii homines sub terra sint seu sol et luna, hunc habito concilio ab ecclesia pelle, sacerdotii honore privatum».5 Por desgracia, no se conservan las palabras de Virgilio. Sí se conserva, sin embargo, el trabajo de otro contemporáneo de Beda, Beato de Liébana: todas las versiones de su mapa incluyen un cuarto continente, aunque no es seguro que represente las Antípodas (se sugiere a veces que constituiría la parte meridional de África).6 En algunas versiones de su mapa, este continente tiene un habitante: un esciópode, un hombre con un solo pie enorme, con el cual se protege contra el sol.7 Es posible que Beato haya querido de este modo prescindir del problema teológico: si los habitantes de las Antípodas son una raza monstruosa cuya relación con la raza humana es discutible (véase Friedman 1984: caps. 5 y 9), la cuestión de su ascendencia no es tan urgente. Otras razas monstruosas son ubicadas en las Antípodas por autores tanto anteriores como posteriores a Beato (Moretti 1994: 98–103).
Al pasar los siglos, parece haber mayor tolerancia en cuanto a la idea de las Antípodas habitadas (véase Wright 1965: 159–165), pero principalmente porque se convierten cada vez más en tema literario, con cierta vaguedad en cuanto a su posición geográfica. A veces se dice, por ejemplo, que allí espera Arturo el regreso a su reino.8 Sin embargo, las Antípodas en su sentido literal, el de una tierra más allá del intenso calor ecuatorial, conservaban un halo de tierras prohibidas, de conocimientos peligrosos. Cualquier viajero que tratara de acercarse a ellos se expondría no sólo a los obvios peligros físicos del viaje sino también a la condena con la cual Dios amenazó a Adán si adquiría los conocimientos prohibidos: «Ex omni ligno paradisi comede. De ligno autem scientiae boni et mali ne comedas, in quocumque enim die comederis ex eo, morte morieris» (Gen. 2:16-17). No debe de sorprendernos, por lo tanto, que la idea de este viaje prohibido se haya asociado en la Edad Media con dos de los viajeros más atrevidos de la Antigüedad clásica, uno histórico pero novelado, mitologizado; el otro ficticio, inventado por Homero: Alejandro Magno y Ulises.
La realidad de los viajes de Alejandro acaba de demostrarse de nuevo en las expediciones realizadas por Michael Wood (1997). Pero este núcleo histórico, realista, representado principalmente en las obras de Arriano y de Quinto Curcio Rufo, empezó a incrustarse, ya en la Antigüedad clásica, de elementos ficticios: la Res gestae Alexandri Magni de Quinto Curcio está ya bastante novelizada, y la obra más leída, la del Pseudo-Calístenes, es una biografía plenamente novelada.9 En el ingente número de libros medievales sobre Alejandro, igual que –a partir del siglo XI– en la iconografía medieval, se aumenta la ficción y se disminuye, relativamente, el elemento histórico.10 En lo que sigue voy a centrarme en las dos aventuras marítimas del Libro de Alexandre y en sus fuentes inmediatas.
El Alejandro histórico fue un overreacher (no hay palabra española equivalente), es decir, alguien de afán insaciable, alguien cuya ambición traspasa los límites de lo posible.11 El Alejandro de la literatura medieval, aún más: «La tu fiera cobdicia non te dexa folgar, / señor eres del mundo, non te puedes fartar,» dicen sus soldados.12 Inventan ambiciones absurdas para ilustrar su acusación: «Si meterte quisieres en las ondas del mar, / o en una foguera te quisieres afogar [...]» (2277ab), sin imaginarse que su rey vaya a acometer literalmente la primera de estas aventuras. Este discurso es mucho más tajante que lo que dice Cratero, en nombre de todos, en la fuente de este episodio, el Alexandreis de Gautier de Châtillon.13 Contesta Alejandro:
Non conto yo mi vida por años nin por días,
mas por buenas faziendas e por cavallerías;
non escrivió Omero en sus alegorías
los meses de Achiles mas sus barraganías.
Dizen las escripturas –yo leí el tratado–,
que siete son los mundos que Dïos ovo dado:
de los siete el uno apenas es domado,
por esto yo non conto que nada he ganado. (2288-2289; pp. 515-516)
Estas palabras revelan una ambición extraordinaria, ambición que se expresará de manera más específica:
Enbiónos Dios por esto en aquestas partidas:
por descobrir las cosas que yazen sofondidas [...] (2291ab; p. 516)
Los dos manuscritos principales ofrecen lecturas distintas de 2291b: «sofondidas» es la lectura del ms. P[arís], mientras que el ms. O[suna] lee «escondidas» (Alexandre 1934: 396-397 y 1979: 675). Las dos lecturas son sumamente interesantes. «Sofondidas», elegida tanto por Dana Arthur Nelson como por Jesús Cañas, significa «submergidas», presagiando por lo tanto la aventura submarina de Alejandro (es también posible que se refiera a las Antípodas, al otro lado del mundo y de todos los océanos). «Escondidas», en cambio, se refiere a las cosas secretas, y tal vez a los conocimientos prohibidos (cpse. Gen. 2:16-17 y Cacho Blecua 1994: 205-207).
La ambición de Alejandro se concreta en seguida:
Con todos vós a una queriéndome seguir,
buscaré los antípodes, quiérolos conquerir;
éstos están yus tierra, com’oyemos dezir,
mas yo non lo afirmo, ca cuido de mentir. (2293; p. 516)14
Este pasaje proviene del Alexandreis:
nihil insuperabile forti,
Antipodum penetrare sinus, aliamque videre
naturam accelero, mihi si tamen arma negatis,
non possunt mihi deesse manus [...]15
Empieza el viaje marítimo, pero pronto una tormenta pone en peligro a Alejandro y a sus navíos:
Fueron a poca d’ora en alta mar entrados,
andudieron grant tiempo radíos e errados;
eran los marineros fierament embargados,
ca non sabién guïar do non eran usados.
Como rafez se suelen los vientos demudar,
camióse el orage, ensañóse la mar;
enpeçaron las ondas a premir e alçar,
non las podiá el rey por armas amansar.
Quando ivan las naves más adentro entrando,
ívanse los peligros tanto más embargando;
«Señor» –dizián las gentes–, «tanto irás buscando
que lo que te dixiemos irlo as ensayando».16
Todos estos peligros non los podián domar,
non se querié por ellos repentir nin tornar;
fizo Dïos grant cosa en tal omne crïar,
que non lo podián ondas iradas espantar.
Passó muchas tempestas con su mala porfidia,
que las nuves avién e los vientos enbidia;
dizién los marineros cómol fincarié India,
a esta cosa mala que con las mares lidia.
Ulixes en diez años que andudo errado,
non vio más peligros nin fue más ensayado;
pero quando fue fecho e todo delivrado,
ixió como caboso el rey aventurado. (2299-2304; pp. 517-518)
El comienzo del viaje está en el Alexandreis (X. 1-5), pero la tormenta, no.17 Ésta –y posiblemente el comienzo del viaje (véase Michael 1970: 292)– proviene del Roman d’Alexandre.18
A pesar de su repetido énfasis sobre la ambición de explorar las Antípodas, el Alexandreis nos muestra tan sólo el comienzo del viaje, seguido de la visita de Natura a Satanás para conseguir la condenación de Alejandro y luego su asesinato. No es que Gautier de Châtillon haya olvidado lo de las Antípodas: sigue activo en la mente de Natura, aunque no se realiza en la acción del poema. Natura dice a Satanás, como parte de su alegato:
ni tibi caveris, istud
non sinet intactum chaos, Antipodumque recessus,
alteriusque volet naturae cernere solem [...]19
palabras que el poeta castellano amplía, como en las estrofas 1919-1921 (nota 14, supra), y asigna a Satanás, en su discurso a los otros diablos:
Non le cabe el mundo, nol puede abondar,
dizen que los Antípodes quiere venir buscar;
desent tiene asmado los infiernos proiciar,
a mí con todos vós en cadenas echar. (2440; p. 540)
Si el poeta del Libro de Alexandre quería demostrar dicha ambición, o algo parecido, tenía que inventar o buscar material en otra de sus fuentes, la Historia de preliis o el Roman d’Alexandre. Encuentra allí el famoso episodio de la exploración submarina de Alejandro, que ocupa las estrofas 2297-2323:20
Una fazaña suelen las gentes retraer,
–non yaze en escripto, es malo de creer–,
si es verdat o non, yo non y dé qué fer,
mager, non la quïero en olvido poner.
Dizién que por saber qué fazién los pescados,
cómo vivién los chicos entre los más granados,
fizo cuba de vidrio con muzos bien cerrados,
metióse él de dentro con dos de sus crïados.21
De este modo, la ambición atrevida, incluso pecaminosa, de explorar las Antípodas se ve desplazada hacia otra exploración marítima, igualmente atrevida e igualmente pecaminosa:
La Natura que cría todas las crïaturas,
las que son paladinas e las que son escuras,
tuvo que Alexandre dixo palabras duras,
que querié conquerir las secretas naturas.
Tovo la rica dueña que era sobjudgada,
que le querié toller la lëy condonada;
de su poder non fuera nunca deseredada,
sinon que Alexandre la avié aontada.
En las cosas secretas quiso él entender,
que nunca omne bivo las pudo ant saber;
quísolas Alexandre por fuerça conocer,
nunca mayor soberbia comidió Lucifer.
Aviéle Dïos dado regnos en su poder,
non se le fuerça ninguna defender,
querié saber los mares, los infiernos veer,
lo que non podié omne nunca acabecer.
Pesó al Crïador que crió la Natura,
ovo de Alexandre saña e grant rencura,
dixo: «Este lunático que non cata mesura,
yol tornaré el gozo todo en amargura.
Él sopo la sobervia de los peces judgar,
la que en sí tenié non la sopo asmar;
omne que tanto sabe judicios delivrar,
por qual juïcio dio, por tal deve passar». (2325-2330; pp. 521–522)
El verso 2328c, «los infiernos veer», recuerda 1920cd y 2440bc, donde el infierno se yuxtapone a las Antípodas. En 2328c, sin embargo, parece que «los infiernos» equivale a los Antípodas; parece que hay una relación metonímica. Es una cuestión de mucho interés que no se puede investigar dentro de los límites del presente artículo. Baste por ahora decir que el poeta del Libro de Alexandre toma del Alexandreis la idea de un Alejandro que demuestra su ambición desmesurada al proponerse la exploración y la conquista de las Antípodas, zona desconocida y –según la doctrina cristiana mayoritaria de la Edad Media– imposible de conocer, zona que representa los conocimientos prohibidos.22
El deseo de Alejandro de llegar a las Antípodas y «descobrir las cosas que yazen sofondidas» (2291b) presagia las palabras que, tres generaciones después y en conversación con Dante, otro overreacher famoso recordaría, palabras que había dirigido a los pocos marineros que le quedaban:
«O frati», dissi, «che per cento milia
perigli siete giunti a l’occidente,
a questa tanto picciola vigilia
d’i nostri sensi ch’è del rimanente
non vogliate negar l’esperïenza,
di retro al sol, del mondo sanza gente.
Considerate la vostra semenza:
fatti non foste a viver come bruti,
ma per seguir virtute e canoscenza.»23
Ulises logra persuadir a sus compañeros:
Li miei compagni fec’io sì aguti,
con questa orazion picciola, al camino,
che a pena poscia li avrei ritenuti;
e volta nostra poppa nel mattino,
de’ remi facemmo ali al folle volo, (vv. 121–125; 278)
Si la popa apunta hacia el oriente (v. 124), la proa tiene que apuntar hacia el occidente. Ulises incita a sus marineros a un viaje al extremo occidente, cuando habla de «l’esperïenza, / di retro al sol» (116–117).24 Phillip W. Damon nos recuerda que los viajes de Ulises en la Odisea se dirigían siempre hacia el oeste, y demuestra que «The lore of Ithaca, the western terminus of Ulysses’ wanderings, contains many subtle indications that it has been mythologically assimilated to the region of the sunset» (1965: 32). Sería muy natural, por lo tanto, que una prolongación de sus viajes, ya llegado a las Columnas de Hércules («quella foce stretta / dov’ Ercule segnò li suoi riguardi», 107-108), continuara en la misma dirección.
El verso siguiente, sin embargo, es inquietante. Dice Ulises que «de’ remi facemmo ali al folle volo». La transformación de remos en alas es, desde luego, una metáfora, y hay precedentes clásicos.25 Pero estas palabras recuerdan vagamente otras alas que realmente no lo son, y «folle volo» concreta este recuerdo: se trata de una alusión a la caída de Ícaro.26
Ulises ha incitado a sus compañeros a emprender un viaje hacia el oeste, pero su rumbo empieza a cambiar, «sempre acquistando dal lato mancino» (v. 126), es decir, cada vez más hacia el sur, hasta que es obvio que han pasado el ecuador:
Tutte le stelle già de l’altro polo
vedea la notte, e’l nostro tanto basso,
che non surgëa fuor del marin suolo. (127–129)
Ya no se dirigen al extremo oeste sino a las Antípodas. Durante cinco meses, todo va bien, y creen divisar el continente desconocido:27
Cinque volte racceso e tante casso
lo lume era di sotto da la luna,
poi che ’ntrati eravam ne l’alto passo,
quando n’apparve una montagna, bruna,
per la distanza, e parvemi alta tanto
quanto veduta non avea alcuna.
Noi ci allegrammo, (130–136)
pero la alegría no dura mucho tiempo:
e tosto tornò en pianto;
ché de la nova terra un turbo nacque
e percosse del legno il primo canto.
Tre volte il fe girar con tutte l’acque;
alla quarta levar la poppa in suso,
e la prora ire in giù, com’altrui piacque,
infin che’l mar fu sopra noi richiuso. (136–142)
Ulises y sus compañeros encuentran la misma muerte que, casi dos siglos después, mucha gente preveía para Cristóbal Colón. Es lo que estaba a punto de pasarle a Alejandro Magno, como ya hemos visto:
Como rafez se suelen los vientos demudar,
camióse el orage, ensañóse la mar;
enpeçaron las ondas a premir e alçar,
non las podiá el rey por armas amansar. (2299–2300)
¿Por qué mueren así Ulises y sus compañeros? Por la curiositas desmesurada, el deseo de «descobrir las cosas que yazen sofondidas», la obsesión por los conocimientos secretos, prohibidos («De ligno autem scientiae boni et mali ne comedas»).28 Pero Ulises no comparte sus tormentos infernales con sus marineros, sino con Diomedes, que no tiene nada que ver con el viaje fatal. El pecado que comparten Ulises y Diomedes es el de los malos consejeros, el de los fraudulentos. La reputación de Ulises en la Antigüedad clásica y la Edad Media es ambivalente. A causa de los engaños que comete en la Ilíada y la Odisea, tiene notoriedad de embustero. En la tradición alegórica, en cambio, goza de una reputación mucho más favorable: «That Ulysses represents Sapientia is a regular assumption of the mythographers, and the idea becomes a medieval commonplace [...]. The philosophers’ hero also becomes a Christian hero [...]. This highly favorable image of Ulysses persisted throughout the Middle Ages, most strikingly, perhaps, in the Ovide moralisé en prose» (Thompson 1974: 16n; véase también Freccero 1986: 136-151).
Dante, desde luego, cuenta en la tradición literaria con bastante apoyo para la condena de Ulises como falso consejero, castigado eternamente en las Malebolge, los círculos más bajos del Infierno. ¿Cuál es la conexión entre su castigo y la narración de su último viaje? ¿Qué tiene que ver el deseo de los conocimientos prohibidos con los falsos consejeros? Varios críticos creen que la exhortación de Ulises a conocer el extremo oeste es un ejemplo de consejo fraudulento; otros –tal vez, la mayoría– lo niegan, prefiriendo atribuir su condena a su papel en la toma de Troya.29 Ni la primera opinión ni la segunda me parecen satisfactorias, por razones distintas. La segunda creo que es imposible.30 Cuando los condenados narran a Dante y Virgilio historias de su vida y/o su muerte, la historia es íntimamente relacionada con el pecado por el cual el narrador fue condenado. Creer que Ulises es la única excepción a esta regla no sólo es poco probable (Damon 1965: 37); es inconcebible que Dante haya abandonado en un episodio un elemento esencial de la estructura intelectual de su poema.31 La primera opinión –que la exhortación a los marineros constituye el consejo falso– no es imposible. Al contrario, me parece correcta, pero de una forma distinta. Cuando Ulises incita a sus marineros a viajar hacia el oeste, resulta ser un mal consejo, incluso fatal, pero no sería un consejo fraudulento si se tratara realmente de un viaje hacia el oeste. Lo que sí es fraudulento es incitar a los marineros a poner sus vidas en peligro en una aventura cuando en efecto se trata de una aventura muy distinta. Ulises habla del último oeste, pero su ambición es la exploración de las Antípodas: la proa apunta hacia el oeste («volta nostra poppa nel mattino») pero, ya empezado el viaje, el navío va «sempre acquistando dal lato mancino», hasta que «Tutte le stelle già de l’altro polo / vedea la notte». Ha engañado –engañado fatalmente– a sus compañeros, y por eso arde eternamente en «quel foco che vien sì diviso / di sopra» (XXVI. 52–53).32
La Divina commedia es un tejido de préstamos, reminiscencias y alusiones a la literatura, la filosofia y la teología clásicas y medievales. Aunque Dante «conceals his sources as he does his education and the story of his youthful years» (Curtius 1953: 360), los comentaristas desde el siglo XIV hasta nuestros días han logrado identificar las fuentes de gran parte del poema. Huelga decir, sin embargo, que bastante se debe no a la tradición sino a la invención del poeta. «Hoc auctor de industria finxit, et licuit fingere de novo», dijo Benvenuto da Imola (cit. Damon 1965: 30), comentando el episodio de Ulises; y los comentaristas modernos están de acuerdo: «the source of Dante’s account of the death of Ulysses [...] is unknown» (Singleton 1970b: 456-457); «seems to be essentially an invention of our poet» (Grandgent y Singleton 1975: 89); «his own bold, radical revision of the essential structure of the classical version of the myth» (Mazzotta 1998: 348). Esto no significa la ausencia de elementos inspirados en autores clásicos, ni mucho menos: varios investigadores han identificado préstamos y reminiscencias, sobre todo de Virgilio, Cicerón y Lucano.33 Damon registra los doce autores que, según varios comentaristas, han servido a Dante como fuentes de algún que otro elemento de este episodio, pero concluye que «none of these sources takes us very far; they remain a set of disjointed details whose relevance to Dante’s narrative is minor and tenuous» (1965: 40).
Conviene ahora pensar en las semejanzas entre el Libro de Alexandre y el canto
XXVI del Inferno. Hay seis motivos narrativos principales en la búsqueda de las Antípodas por Alejandro y Ulises:
A. Discurso del rey/capitán para persuadir a sus hombres
B. La ambición de descubrir las Antípodas
C. El viaje
D. El descenso a la mar
E. La tormenta
F. El juicio de Dios
En las tablas que siguen, una letra mayúscula significa la presencia del motivo y una letra minúscula indica su presencia en forma implícita y atenuada.
El orden de los motivos es distinto: en el Libro de Alexandre se menciona primero la ambición de Alejandro, luego su discurso, el viaje y la tormenta. La narración se desplaza desde la exploración de las Antípodas hacia el descenso a la mar, y las dos aventuras marítimas convergen luego en el juicio de Dios. Dante, en cambio, empieza con la condena de Ulises y termina con la muerte de éste y de sus compañeros por la voluntad de Dios («com’ altrui piacque», 141). Entre estas dos manifestaciones de la voluntad divina, el orden es el discurso, el viaje, la revelación de la auténtica ambición de Ulises (nos enteramos en este momento de que fue su ambición desde el principio) y la tormenta. Las semejanzas y diferencias se ven con más claridad en una tabla:
Es interesante comparar la distribución de los motivos en el Libro de Alexandre e Inferno xxvi con la que se encuentra en otras obras:
Se ve que la correspondencia entre el Libro de Alexandre y el episodio dantesco es muy estrecha; si eliminamos el descenso a la mar, que proviene de la tradición medieval del Pseudo-Calístenes, es una correspondencia exacta en cuanto a la distribución de motivos, aunque no en cuanto a su orden. ¿Cómo la explicamos? La poligénesis es teóricamente posible, pero inverosímil. La única posibilidad de una fuente común parece ser el Alexandreis. Es la fuente principal del Libro de Alexandre, y es posible que Dante lo haya conocido: Singleton cita X. 312–317 (nota 19, supra) como analogía (no como fuente) para el discurso de Ulises, y menciona a dos autores italianos de fines del siglo XII y primera mitad del XIII que lo conocieron (Dante 1970b: 467). La correspondencia entre el Libro de Alexandre y Dante es, sin embargo, más estrecha, lo que indica más bien una relación directa que una dependencia común del Alexandreis. El único problema es el de la transmisión.
No hay indicio alguno, según creo, de la circulación del Libro de Alexandre en Italia en el último cuarto del siglo XIII o principios del XIV, pero hay un autor famoso que pasó mucho tiempo en la corte de Alfonso el Sabio (donde podría haber conocido el poema castellano sin dificultad) y luego, regresado a Italia, fue maestro de Dante.34 Me refiero, desde luego, a Brunetto Latini. Su estancia en la corte de Alfonso el Sabio, y sus contactos con la ciencia árabe durante dicha estancia, están tan bien documentados que no vale la pena insistir más. Su influencia sobre Dante está aún más documentada.35 No es necesario aceptar totalmente la hipótesis de Miguel Asín Palacios para reconocer la importancia de Brunetto Latini como medio de transmisión de la cultura hispánica a Dante. Tampoco es necesario creer que el poeta italiano hubiera leído el Libro de Alexandre: Brunetto Latini podría haberle contado lo que dice el Libro de las aventuras marítimas de Alejandro (estimulado tal vez por la alusión a Ulises en los versos 2304ab: véase la nota 23, supra). Nunca sabremos con seguridad si el episodio de Ulises en el Inferno se inspiró en el poema castellano, pero me parece más probable que cualquier otra explicación de las semejanzas ya comentadas. E incluso si no se acepta la hipótesis que acabo de bosquejar, la lectura del Libro de Alexandre enriquece nuestra lectura del canto XXVI del Inferno y a la inversa.36
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1. Para la antigüedad clásica, véase Moretti 1994: 17–77. Para las controversias posteriores, véanse Bettem 1918; Wright 1965: 55–57, 160–161 y 385–386; Flint 1984; Woodward 1987: 319; Carey 1989: 1–3; Moretti 1994: 79–111. El último trabajo es, a pesar de los títulos muy diferentes, la 2ª edición de Moretti 1990. Es valiosa la reseña de Reeves 1998.
2. Véanse Bagrow 1964: 43–44; Wright 1965: 17–18, 55–57 y 156–165; Harley y Woodward 1987: índice s.v. zones
3. Inferno xxvi.117; Dante 1970a: 278.
4. De temporum ratione, 34. «No hay razón alguna para creer que hay hombres en las Antípodas» (San Agustín). «Tampoco hay que creer en las leyendas de las Antípodas, ni en la idea de que alguien tenga pruebas (vistas, oídas o leídas) de que sea posible pasar por la intensa calor etíope y, dejando a sus espaldas el sol septentrional, encontrar allí tierras habitables de clima templado» (Beda). San Isidoro se expresa de manera más moderada, pero él también califica de fabulosa la idea de las Antípodas habitadas: «Extra tres autem partes orbis quarta pars trans Oceanum interior est in meridie, quae solis ardore incognita nobis est; in cuius finibus Antipodes fabulose inhabitare produntur». (Etymologiae XIV.v.17: «Además de estas tres partes del mundo hay una cuarta, más allá del Océano y en el sur, desconocida a nosotros a causa del calor del sol; allí, según las leyendas, se ubican las Antípodas habitadas»). Para las opiniones de San Agustín, San Isidoro y Beda véanse Bettem 1918: 658, Flint 1984: 67–69, Moretti 1994: 79–85 y Edson 1997: 48. Las palabras de Isidoro se repiten, aunque con un posible cambio de énfasis, en un manuscrito de la cuarta recensión del mapa que acompaña el comentario de Beato de Liébana sobre el Apocalipsis (traducción inglesa en Woodward 1987: 304; véase también Edson 1997: 151–152).
5. Flint 1984: 65 (hay una versión distinta en Bettem 1918: 654). «En cuanto a la doctrina perversa e inicua que ha publicado contra Dios y contra su propia alma: si resulta claramente comprobado que ha dicho que debajo de la tierra hay otro mundo y otros hombres, y otro sol y otra luna, hay que convocar un concilio para privarle del sacerdocio y expulsarle de la Iglesia». Bettem 1918 y Flint 1984: 65–76 ofrecen extensos comentarios sobre las palabras de Zacarías y su contexto.
6. Véanse Friedman 1981: 48, Woodward 1984: 303–304 y Edson 1997: 151–157.
7. Friedman 1981: 48, con ilustración en Edson 1997: 152.
8. Moretti 1994: 85–98. John Carey señala precedentes en un par de obras vernáculas irlandesas del siglo X o primera mitad del XI (1989: 3-10). Sobre Arturo, véase Loomis 1940-41 y 1959.
9. Arriano quedó desconocido en la Europa occidental hasta el Renacimiento, pero Quinto Curcio hizo fortuna en la Edad Media (véase Dosson 1887: 357-380, Cary 1956: 62-70 y Ross 1988: 68-74). Para la fortuna medieval del Pseudo-Calístenes, véanse Cary 1956: 24-61 y Ross 1988: 6-65.
10. Alessandro 1997 nos proporciona una utilísima antología de la literatura, y una buena muestra de la iconografía se puede ver en las láminas de D. J. A. Ross (1971). Son imprescindibles el catálogo de Ross 1988 y el clásico estudio de George Cary (1956); se destaca en éste no sólo el número de libros dedicados a Alejandro sino también su penetración en obras de otros géneros, por ejemplo, la literatura sapiencial. Peter Dronke nos ofrece una visión actualizada de la literatura (1997).
11. Ian Michael (1970: 50-60 y 152-157) comenta la ambición del protagonista, aunque no presta mucha atención a su ambición geográfica.
12. Libro de Alexandre, estr. 2274ab; Alexandre 1988: 513. Todas mis citas provienen de esta edición, y se identifican por estrofa(s) y página(s). Regularizo el empleo de c/ç y modifico los acentos según las normas filológicas actuales.
13. Libro ix, vv. 515–543 (Gautier 1855: cols. 561–562). Para la importancia del Alexandreis como fuente, véanse Willis 1934 y Michael 1970. Vale la pena recordar que hay mapas en varios manuscritos del Alexandreis, además de la descripción del mapa grabado en la tumba de Darío, VII. 378-430 (Edson 1997: 101-105). Las pocas ilustraciones del ms. O del Libro de Alexandre (véase Ross 1967b) no incluyen ningún mapa.
14. No es la primera mención de las Antípodas en el poema castellano. El portavoz de los escitas dice a Alejandro:
Este pasaje tan rico en sugerencias (merece un estudio aparte) tiene su origen en el Alexandreis, viii. 380–384, aunque gran parte del pasaje (notablemente, el quebrantamiento del infierno y la conquista de los habitantes de las Antípodas) es original.
15. IX. 568-571; col. 562 (Nada es insuperable para el valiente. Me apresuro a penetrar el seno de las Antípodas y ver otra naturaleza. Incluso si me negáis vuestras armas, no pueden faltarme manos).
16. Se refieren, desde luego, a 2277ab, citado supra.
Si toviesses la mano diestra en orïente,
la siniestra en cabo de todo occidente,
todo lo ál yoguiesse en el tu cosimente,
tú non seriés pagado, segund mío enciente.
Quando oviesses todos los pueblos sobjudgados,
iriés cercar los mares, conquerir los pescados;
quebrantar los infiernos que yazen sofondados,
conquerir los antípodes –non saben ónd son nados–.
En cabo si oviesses licencia o vagar,
aun querriás de tu grado en las nuves pujar,
querriás de su oficio el sol deseredar,
tú querriás de tu mano el mundo alumbrar. (1919-1921; p. 462)
17. Recordemos, sin embargo, que cuando Natura se queja ante Satanás del atrevimiento de Alejandro, parece aludir a una tormenta vencida por él:
Namque reluctantem Pellæus classe minaci fregerat Oceanum, jamque indignantibus undis victor ab Oceano, Babylona redire parabat [...] (X. 168–170; col. 566)
(Alejandro ya había aplastado el Océano, a pesar de su resistencia, con su flota amenazadora y, habiendo vencido las ondas iradas, se preparaba a volver del Océano a Babilonia.)
18. El poeta parece haber utilizado un manuscrito del tipo B del Roman (Willis 1935: 59), aunque es muy posible que no fuera idéntico a ninguno de los manuscritos hoy existentes, y que hubiera incluido varios pormenores conocidos hoy sólo en la redacción de Alexandre de Paris (Michael 1970: 22). En una versión del Roman el navío de Alejandro se hunde en la tormenta, y sólo el capitán se salva (Ross 1967a: 10-11), pero el contexto es distinto: el descenso submarino de Alejandro ya ha empezado.
19. X. 98-100; col. 565 (Si no te cuidas, no dejará tranquilo este Caos tuyo, y querrá escudriñar lo más recóndito de las Antípodas y el sol de otro mundo). No es ésta la última alusión de Gautier a las Antípodas: en la víspera de su asesinato, Alejandro dice a sus soldados:
Nunc quia nil mundo peragendum restat in isto,
ne tamen assuetus armorum langueat usus;
oro, quaeramus alio sub sole jacentes
Antipodum populos, ne gloria nostra relinquat
vel virtus quid inexpertum, quo crescere possit,
vel quo perpetui mereatur carminis odas. (x. 312–317)
20. Véanse Willis 1935: 32 y Michael 1970: 292. El estudio fundamental del episodio es el de Ross 1967a.
21. 2305–2306; p. 518. Las palabras «non yaze en escripto» sorprenden, pero las explica Raymond S. Willis: «his statement in st. 2305b may simply indicate that, while he was following the Alexandreis, Gautier’s lines on the marine expedition called to his mind the legend of Alexander’s submarine descent, which he proceeded to relate, piecing together for the purpose scraps which remained in his memory from his reading of the HPr and B and adding certain other details of which he was cognizant and of which analogues are today elsewhere preserved in writing only in the Ethiopian Alexander» (1935: 38-39, apoyado por Michael 1970: 254-255).
George Cary dice que: «as a Christian poet he [el poeta castellano] could not tolerate the machinery used by Gautier to explain Alexander’s premature death [...]. He was therefore obliged to allow the death of Alexander to be sanctioned by God and not by these pagan forces of evil. With this intention he introduces into the account of the descent into the sea, which he has interpolated from the Historia de preliis, a criticism of Alexander’s pride...» (1956: 179).
De acuerdo, pero la soberbia de Alejandro ya se había revelado mucho antes, incluso en los pasajes donde hay alusiones a las Antípodas. La censura de su ambición se ha pasado de una aventura a otra.
22. El tema se remonta a la Antigüedad clásica: Peter Dronke señala que en las Controversiae (VII.vii.19) y Suasoriae (I. 2-3) de Séneca el Viejo hay amonestaciones a Alejandro contra su deseo de atravesar los océanos. A la luz de la posible influencia de la Pharsalia de Lucano sobre Inferno XXVI (nota 33, infra), es interesante otra observación de Dronke: en un ms. de fines del siglo IX, un comentario a Pharsalia III. 233 y sigs. incluye la frase «Alexander Magnus cum Oceanum pernavigare vellet, subito vocis sono monitus est: “Desiste!”» (Dronke 1997: liii, n. 1).Véase también la nota 36, infra.
23. Inferno, XXVI.112-120; Dante 1970a: 276-278. Todas mis citas provienen de esta edición. Puede ser más que una casualidad que Ulises sea mencionado por Alejandro poco después en el mismo episodio del Alexandre:
Ulixes en diez años que andudo errado
non vio más peligros nin fue más ensayado. (2304ab; p. 518)
Babcock 1922 estudia un aspecto importante del Atlántico que, según habría creído Dante, le esperaba a Ulises.
24. Hay dos posibles interpretaciones de «di retro al sol». Una es «siguiendo el sol [hacia el occidente]» («in the sun’s track», según John D. Sinclair, Dante 1948: 327; «following the sun», según Charles S. Singleton, Dante 1970a: 279, cpse 1970b: 468); la otra es «detrás del sol», es decir más allá del ocaso («behind the sun», según Dorothy L. Sayers, Dante 1949: 236). Aunque la primera interpretación es la mayoritaria, me inclino hacia la segunda: ya que el sol se pone en el occidente, la interpretación más satisfactoria de «di retro al sol» es «ir más allá del ocaso» (una tierra de ilusión óptica, como la del fin del arcoiris). Es así como lo lee Tennyson, en Ulysses (escrito en 1833), su magnífica reconstrucción del episodio:
for my purpose holds
To sail beyond the sunset, and the baths
Of all the western stars, until I die. (vv. 59–61)
Así lo leen también Robin Kirkpatrick (1987) y Piero Boitani (1991).
25. Singleton (Dante 1970b: 469) nota «Temptamusque viam et velorum pandimus alas» (Aeneidos, III. 250) y «Classis centenis remiget alis» (Propercio, Elegía IV.vi.47).
26. Singleton no reconoce la alusión: para él, el adjetivo –que se repite en Paradiso XXVII. 82-83, «il varco / folle d’Ulisse»– se refiere a «the folly of disregarding Hercules’ markers» (1970b: 470; cpse Dante 1975: 437). Pero no se trata tan sólo de un adjetivo: habría sido difícil para un autor o un lector culto de la Edad Media pasar por alto en este contexto el famoso mito de Ícaro, otro viaje peligroso y prohibido. Giuseppe Mazzotta tampoco reconoce la alusión a Ícaro, lo que sorprende aún más, ya que habla de «the oblique allusion to Daedalus» en «de’ remi facemmo ali» (1979: 98). Maria Corti comenta atinadamente esta cuestión (1989: 485-489), refiriéndose «al folle volo di Icaro, che cade giù perché si è lasciato eccessivamente prendere dalla curiositas» (485; Freccero 1993: 173-175 y Rubio Tovar 1998: 142 aceptan su interpretación): es esta misma curiositas la que motiva a Ulises y la que él logra inspirar en sus marineros.
27. Aprendemos más tarde que es el Monte del Purgatorio, según Dante, en el centro del hemisferio desconocido, igual que Jerusalén es el centro del oikoumene según los mappaemundi del siglo XIII (Edson
1997: láminas 6 y 7).
28. Phillip Damon ve una relación más estrecha entre Adán y el Ulises de Dante (1965: 37-40). Su argumentación es muy interesante, y estoy totalmente de acuerdo de que «Dante seems to have associated Ulysses’ voyage, at least in a general way, with the Fall of Man» (37), pero no estoy convencido de todos los aspectos en su aplicación de la tipología bíblica.
29. Damon resume el debate, 1965: 36–37; también Barolini 1992: 49–54.
30. Igualmente imposible me parece la opinión de Joseph Anthony Mazzeo: «Dante [...] places Ulysses in hell because he is an example of the sin of curiositas, the thirst for knowledge unchecked by the demands of morality, the desire for mere experience» (1960: 4). Es verdad que Ulises, igual que Alejandro Magno, es culpable de curiositas, y que persuade a sus marineros a compartir dicho pecado. Es verdad que Dante podría haber colocado a Ulises en otro círculo del Infierno a causa de su curiositas. Pero lo coloca en el círculo de los falsos consejeros y nos dice explícitamente que el consejo falso es lo que ocasiona su condena. Kirkpatrick sostiene que la actitud de Dante frente a Ulises es algo ambivalente (1987: 324-348). Su argumentación merece la atención de todos los lectores del episodio; recuérdese que se ha notado una ambivalencia parecida en el Libro de Alexandre.
31. No niego que el engaño a los troyanos constituya consejo fraudulento, ni que justifique la condena de Ulises. Virgilio explica a Dante que
Là dentro si martira
Ulisse e Dïomede, e così insieme
a la vendetta vanno come a l’ira;
e dentro de la lor fiamma si geme
l’agguato dal caval che fé la porta
onde uscì de’ Romani il gentil seme.
Piangevisi entro l’arte per che, morta,
Deïdamìa ancor si duole d’Achille,
e del Palladio pena vi si porta. (XXVI. 55–63; p. 274)
El engaño a los troyanos es un ejemplo del consejo fraudulento, pero no es el único ejemplo. El engaño a los marineros, que comentaré a continuación, es otro; en efecto, es el último consejo fraudulento de Ulises y ocasiona su muerte. Por eso, es sumamente apropiado que, ya condenado, lo narre.
32. Damon tiene páginas muy interesantes sobre la identificación neoplatónica del sur como la región donde el sol se pone (1965: 33–36). Es muy posible que Dante haya conocido esta tradición. Si los compañeros de Ulises hubiesen tenido una creencia parecida, Ulises no sería culpable de aconsejarles fraudulentamente, pero es arriesgado suponer que Dante les hubiera atribuido dicha creencia sin advertir a sus lectores.
El canto XXVI es «perhaps the most treated canto of the Commedia» (Hollander 1969: 116n). Además de los trabajos ya citados, son importantes los de Nardi 1949 y Padoan 1960. El de Mazzotta 1998, incluido en un tomo que constituye un recurso utilísimo (¡ojalá que no tarden mucho los tomos correspondientes dedicados al Purgatorio y al Paradiso!), es en gran parte un resumen de Mazzotta 1969: 66-106. No he logrado hasta el momento ver Avalle d’Arco 1975 ni Lotman 1980.
33. Por ejemplo, el comienzo del discurso de Ulises a sus marineros («O frati...», XXVI. 112–120) está inspirado en Aen. I. 198-203 («O socii...») y Pharsalia i. 299 (Dante 1970b: 466-467); la descripción del naufragio en Aen. I. 114-117 (ibid. 471); el concepto dantesco de Ulises parece deber algo a Cicerón y tal vez, también, a Horacio y Séneca (ibid. 460-463); y es muy posible que la narración del viaje se haya inspirado en el viaje de Catón al extremo sur de Libia, Pharsalia ix (Damon 1965: 43-45). Según creo, la última hipótesis es original de Damon; Singleton, como es natural en un comentario extenso, recoge las ideas de comentaristas anteriores (en cuanto le parecen valiosas) y las aumenta con las suyas propias.
34. Según las investigaciones de Amaia Arizaleta (por ejemplo, 1999), el Libro de Alexandre es de principios del siglo XIII, no de hacia 1225, pero no creo que la revisión cronológica afecte a la accesibilidad del Libro en la corte de Alfonso.
35. Asín Palacios 1984: 381-387; Holloway 1986: 110–123.
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