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Mi adorable jefe E-Book

VICTORIA PADE

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Beschreibung

Un matrimonio era lo último que Meg Perry tenía en mente cuando fue contratada como niñera de la inagotable hija de tres años de Logan McKendrick. Se sentía atraída por aquel atractivo padre divorciado, pero ¿qué mujer no lo estaría? El problema era que su nuevo jefe también parecía encontrarla irresistible…¿Qué era lo que tenía aquella chispeante psicóloga infantil que hacía que Logan olvidara sus principios? Él no planeaba volver a casarse en breve… aunque quizá fuera hora de pensar con el corazón y no dejar que aquella fantástica mujer se le escapara.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Victoria Pade. Todos los derechos reservados. MI ADORABLE JEFE, N.º 1869 - octubre 2010 Título original: Marrying the Northbridge Nanny Publicada originalmente por Silhouette® Books. Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9211-7 Editor responsable: Luis Pugni E-pub x Publidisa

Capítulo 1

RA una soleada tarde de sábado de mediados de junio cuando Meg Perry llegó a casa de Logan McKendrick. Luminoso y cálido, el día invitaba a la relajación. Pero Meg no se sentía con la tranquilidad que debía acompañar un día así. Estaba muy nerviosa y sintió mariposas en el estómago al apagar el motor de su coche.

Respiró hondo y se echó un rápido vistazo en el espejo retrovisor, tratando de ignorar aquellas mariposas.

Llevaba su melena pelirroja recogida en un moño francés y se había dado un poco de colorete, algo de rímel para destacar sus ojos verdes y un poco de color en los labios como toque final.

Su intención había sido verse presentable, pero no llamativa y estaba satisfecha con el resultado.

Pero aun así, no era capaz de relajarse. Su estado de nerviosismo no tenía nada que ver con tener que verse con gente nueva, ya que conocía a la familia McKendrick. Al menos los conocía de la manera en que todo el mundo en su pueblo natal de Northbridge, Montana, conocía a los demás: había oído hablar de ellos. O así había sido diez años atrás, antes de dejar Northbridge para irse a la universidad. En definitiva, no los tenía por unos completos desconocidos, así que reunirse con ellos no podía estar causándole aquella tensión.

Las mariposas en su estómago tampoco tenían nada que ver con la entrevista de trabajo para la que había ido, puesto que tan sólo quedaba por tratar las condiciones de su puesto como niñera de la hija de tres años de Logan McKendrick. Un empleo para el que la hermana de Logan, Hadley, la había contratado por teléfono dado que las credenciales de Meg eran más completas que las necesarias para trabajar como niñera. Tenía un doctorado en Psicología Infantil y se había tomado un año de excedencia en el Hospital Infantil de Denver después de cuatro años trabajando.

Pero las mariposas seguían revoloteando y suponía que sería otro de los efectos de la agresión que había sufrido. Desde que pasara, se ponía nerviosa por nada, un motivo más por el cual estaba allí.

Salió del coche y se estiró las arrugas de sus pantalones de lino beis, asegurándose de tener bien metida la camisa color crema. Luego, se dirigió hacia la casa amarilla de dos plantas.

Al subir los escalones que llevaban al porche, vio que la puerta principal estaba abierta. No había señales de vida en el interior, así que pulsó el timbre. Pero no sonó. Quizá no lo había apretado con la suficiente fuerza, así que volvió a intentarlo. De nuevo, no se oyó ningún sonido.

Había llegado con cinco minutos de antelación, por lo que Logan y Hadley la estarían esperando.

Apretó el timbre por tercera vez.

—No fonciona —dijo una voz antes de que dos cachorros aparecieran por la puerta. Meg bajó la mirada y descubrió una niña que la observaba desde detrás de la puerta.

Sus enormes ojos marrones estaban fijos en ella y con unas gafas de bucear que llevaba en la frente, la pequeña se escondía tras la puerta.

—Hola —la saludó Meg con su más dulce tono de voz—. Soy Meg. Apuesto a que tú eres Tia.

Era la niña a la que iba a cuidar.

La única respuesta de la pequeña fue un asentimiento con su cabeza de rizos rubios. —¿Vas a bañarte en la piscina? —preguntó Meg. Quizá se había construido una piscina en la vieja granja de los Ludwig, pensó, y a lo mejor Logan y Hadley estuvieran allí.

Pero Tia contestó negando con la cabeza y se ocultó de nuevo tras la puerta.

Los perros estaban jugueteando entre ellos y Meg se agachó como si estuviera interesada en los animales. Sabía que, si bien un niño de tres años era tímido por naturaleza, no les gustaba compartir la atención por lo que Tia podía volver a salir.

—¡Pero qué bonitos sois! Venid aquí a ver si…

Los cachorros dejaron de jugar y se acercaron a ella agitando sus rabos. —Hola, bonitos. Tal y como Meg había pensado, Tia reapareció y salió aún más que la primera vez. Meg pudo verla mejor y reparó en sus mejillas rosadas y en sus largas pestañas. Además, vio que llevaba un disfraz de Hombre Araña, a juego con las gafas de bucear.

—Son mis perros, Max y Harry —dijo la pequeña.

—Max y Harry —repitió Meg, sin dejar de acariciar a los cachorros—. No sé de qué raza de perros sois, Max y Harry, pero sois sólo unos bebés, ¿no es cierto?

—Max es canica y Harry un recanica —le informó Tia mostrando cierta autoridad a pesar de la timidez y acercándose a los cachorros.

Meg no sabía a qué se refería con lo de «canica» y «recanica». Pero teniendo en cuenta que la información provenía de una niña de tres años, cualquier cosa era de esperar.

—Ya veo que eres el Hombre Araña —dijo Meg, volviendo su atención hacia Tia.

—Soy la Chica Araña —la corrigió.

Meg asintió.

—Ahora que me fijo mejor, tienes razón. Bueno, Chica Araña, he venido a hablar con tu papá y con tu tía Hadley —dijo Meg—. ¿Puedes avisar a alguno de los dos?

—¿Tia? ¿Dónde estás y qué estás haciendo? — preguntó una voz femenina desde el interior.

Un segundo más tarde, apareció una mujer en la cocina, al otro extremo del pasillo desde donde arrancaba una escalera que llevaba al piso superior.

—¡Oh! No sabíamos que había llegado alguien —dijo la mujer al ver a Meg—. ¿Eres Meg, verdad? —preguntó la mujer apresurándose hacia la puerta.

—Así es —respondió.

Dado que el pasillo estaba oscuro y que la luz del sol se filtraba por la cocina, la mujer estaba a contraluz al llegar junto a la puerta. Aun así, Meg no la reconoció. No era de la misma edad que Logan y Hadley McKendrick. Con veintinueve años, Meg era seis años menor que Logan y cuatro que Hadley. Con una diferencia de edad así, no habían coincidido nunca en el instituto. Eso, unido al hecho de que Meg no había sido amiga íntima de ninguno de los medios hermanos de Logan y Hadley, y que ambas habían dejado Northbridge después de acabar el instituto, las convertía en desconocidas. Excepto porque Meg y Hadley habían hablado recientemente por teléfono sobre el puesto de niñera.

—Y tú debes de ser Hadley —dijo Meg cuando la otra mujer llegó a la puerta.

No sólo no habían sido amigas Hadley McKendrick y ella, sino que había transcurrido más de una década desde la última vez que se habían visto. Además, la Hadley McKendrick que Meg recordaba era gorda y la mujer que había salido a la puerta no.

—Sí, soy yo —dijo Hadley con una sonrisa—. Sé que soy la mitad de lo que solía ser. He perdido casi cincuenta kilos.

—Es todo un logro —dijo Meg asombrada.

Hadley apartó los cachorros y abrió la puerta de par en par mientras Tia volvía a quedarse en un segundo plano.

—Pasa. No sabíamos que habías llegado.

—El timbre…

—Sí, ya lo sé, hay que arreglarlo. Debería haberte avisado, pero se me olvidó. Meg entró en el vestíbulo y Hadley echó el pestillo. Luego, se giró hacia la niña. —Tia, tu papá está en el patio. Ve a buscarlo y dile que Meg ha llegado.

—Soy la Chica Araña —insistió Tia.

—De acuerdo, Chica Araña, ve a llamar a tu padre —se corrigió Hadley.

Muy seria, como si fuera a echar a volar, Tia se colocó las gafas de bucear en los ojos y salió corriendo por el pasillo. Pero al llegar al final, un hombre alto apareció y la pequeña se chocó con él.

Debido al efecto del contraluz, lo único que Meg pudo distinguir en la distancia fue que el hombre se agachaba y tomaba a la niña en sus brazos.

—Hola.

Meg dio por sentado que se trataba de Logan McKendrick. Tampoco lo reconoció al verlo aparecer en el vestíbulo. No había cambiado tanto como su hermana, pero tampoco lo recordaba tan guapo.

Tenía los hombros anchos y un cuerpo musculoso de una altura de casi un metro noventa. Su pelo era castaño y lo llevaba peinado hacia un lado, con las patillas algo más largas de lo que Meg estaba acostumbrada. Tenía unos labios perfectamente definidos, una nariz recta y unos ojos de color azul pálido tan hipnotizadores que Meg tardó unos segundos en apartar la mirada y darse cuenta de que la había invitado a pasar al salón.

—Así que tú eres Meg Perry —dijo él después de invitarla a sentarse en una mecedora.

Hadley se sentó frente a ella en el sofá, mientras él lo hacía al otro extremo, acomodando sobre su regazo a Tia.

—Sí, soy Meg Perry.

Estaba estudiándola con atención y al sentir el escrutinio de aquellos sorprendentes ojos, volvió a sentir las mariposas en el estómago.

—Recuerdo a tu hermano Jared. Era un año mayor que yo.

—Y yo era de la misma edad que tu hermano Noah —intervino Hadley.

—Tanto Kate como yo somos pelirrojas. Somos las pequeñas de cuatro hermanos —explicó Meg—. Y sin ánimo de ofenderos, yo tampoco me acuerdo de vosotros.

—Así que empezamos de cero —decretó Logan.

—Eso parece —convino Meg.

—Por lo que Hadley me ha contado, no hay ninguna duda de que estás capacitada para el trabajo —dijo Logan—. Tienes un doctorado en Psicología Infantil, ¿no?

—Así es.

Meg se dio cuenta de que su respuesta lo había dejado con la duda de por qué quería un empleo como niñera, así que, para evitar preguntas que no quería responder, prosiguió. —Me estoy tomando un descanso para poder pasar el verano en casa. Aquello evitó que intentara hacer averiguaciones.

—Hadley ha confirmado tus referencias. Todo son alabanzas, así que no veo que haya algo de lo que deba preocuparme. Creo que debería darte una idea de lo que espero para que decidas si es el trabajo que quieres llevar a cabo.

—De acuerdo —convino Meg.

Le estaba costando trabajo concentrarse y no sabía por qué. Solía hablar mucho con los padres, incluso con algunos muy atractivos, y nunca había tenido ningún problema. Pero por alguna razón, se desconcertaba cada vez que miraba a Logan Mc-Kendrick. No podía dejar de comparar al hombre que tenía delante con el muchacho que apenas recordaba, pensando en que estaba mucho más guapo.

«¡Para ya!», se dijo y desvió la atención hacia la niña.

Tia se había vuelto a colocar las gafas de bucear en la frente y se levantó del regazo de su padre para volver a jugar con los cachorros.

—Compramos esta casa para tener un lugar en el que vivir y trabajar, aprovechando las oportunidades para una futura expansión —escuchó Meg a continuación—. Eso quiere decir que viviremos, trabajaremos y dirigiremos los negocios desde aquí. Aun así, quiero tener un ambiente familiar y relajado.

Meg sabía que Logan McKendrick y Chase Mackey, otro oriundo de Northbridge, eran socios en la empresa Diseños Mobiliarios Mackey y Mc-Kendrick, y ése era el negocio al que se estaba refiriendo.

—La seguridad de Tia es lo más importante — seguía diciendo Logan—. En todos los sentidos, pero sobre todo, no quiero que esté en el taller mientras se está trabajando. Muchas de las herramientas y de la maquinaria son peligrosas, así que tendrás que asegurarte de que no se separa de ti.

—Por supuesto —dijo Meg.

—No pretendo que te ocupes de las tareas domésticas, pero me harías un gran favor si me ayudaras a ordenar su habitación. Todavía no he tenido tiempo de sacar todas sus cosas de las cajas de mudanza.

—Y necesito a Grilla —añadió Tia desde el suelo, evidentemente pendiente de la conversación a pesar de estar jugando con los perros.

—Grilla es su gorila de peluche —explicó Logan McKendrick—. Tiene que estar en alguna parte en esa habitación, pero…

Meg sonrió.

—Me gusta organizar cosas. Estaré encantada de ordenar la habitación de Tia y así podremos buscar juntas a Grilla.

—Eso sería fantástico —dijo aliviado, como si se hubiera quitado un peso de encima—. También me gustaría que esto fuera una especie de arreglo de convivencia.

Una alarma saltó en la cabeza de Meg.

—¿Arreglo de convivencia? —repitió Meg, preguntándose a qué se estaba refiriendo.

No sabía nada de la vida personal de aquel hombre y de su hermana. Quizá habían perdido la cabeza y se habían convertido en dos extrañas criaturas.

—Hadley me contó que viviría en un apartamento separado de donde vivís —añadió Meg.

Por alguna razón, sus reparos hicieron que Logan McKendrick esbozara una medio sonrisa. Aquel gesto no aliviaba sus preocupaciones porque aunque era hipnotizador y lo hacía aún más atractivo, también aportaba algo diabólico a su expresión.

—¿Se te ha encogido el cuerpo? —preguntó él con una sonrisa.

—¡Logan! —lo reprendió su hermana.

—Bueno, es cierto —dijo él.

Meg no esperó a que Hadley dijera nada más y volvió a hacer la pregunta de otra manera.

—¿A qué te refieres con arreglo de convivencia?

—No lo que tú crees —dijo y disfrutando de la incomodidad que le había causado, continuó—: Sí, vivirás en un apartamento separado del nuestro, encima del garaje. Acabo de terminarlo y lo cierto es que vas a ser la primera persona en usarlo. A lo que me refiero con «arreglo de convivencia» es que no pretendo que esto sea un trabajo de nueve a cinco. Quiero que Tia te vea como parte de la familia. ¿Recuerdas que antes dije que quería tener un ambiente familiar y relajado?

—Siempre y cuando «ambiente relajado y fami

liar» no implique andar besándonos como si fuéramos primos —murmuró ella. —No somos primos y prometo no andar besándonos —replicó a su comentario.

Meg se sintió rechazada por algún extraño motivo que no lograba entender. Pero ignoró aquella sensación y volvió a la carga.

—Mi propósito este verano es relajarme —dijo ella con un tono de voz más serio del que pretendía.

—Eres la nieta del anterior reverendo, ¿verdad? —preguntó como si acabara de caer en la cuenta y aquello fuera la explicación de todo.

En cierta manera, el que Meg fuera la nieta del anterior reverendo del pueblo explicaba su reacción.

—Sí —confirmó.

Él asintió lentamente y de un modo que a Meg no le agradó demasiado. Podía adivinar que estaba pensando que era tan correcta, formal, estirada y mojigata como su abuelo. Y no lo era. Era tan sólo una persona reservada que luchaba contra su timidez y los efectos de una estricta educación.

Logan no quería seguir hablando del reverendo, así que continuó con lo que estaba diciendo. —Quiero que el ambiente para todos sea informal, relajado, cordial…

¿Acaso pensaba que iba a ser desagradable? ¿O le había dado la impresión de que era muy estricta? Porque sabía que a veces causaba esa impresión aunque no fuera su intención.

—Uno de los motivos por los que quiero hacer esto es por diversión —dijo en un intento de borrar cualquier impresión errónea—. Me gusta la idea de que Tia me vea como parte de la familia. Pero todos los niños necesitan tener unos límites y unas reglas, y saber cuáles son las expectativas que de ellos se espera. Así, no sólo aprenden cosas, sino que los hace sentirse seguros. Así que, como niñera de Tia, si es que decidís darme el trabajo, me aseguraré de que los tenga.

Si bien la intención de Meg había sido tranquilizar a Logan McKendrick, al acabar su discurso vio que la expresión divertida de su rostro había sido sustituida por un gesto de preocupación.

—¿De qué estamos hablando al referirnos a limites, reglas y expectativas?

—De nada fuera de lo normal —contestó ella—. Me refiero a tener horarios para las comidas y para meterse en la cama, a que se cepille los dientes, a que se vista como debe hacerlo... Puede tener algunas responsabilidades como recoger sus juguetes, guardar sus zapatos en el armario, ya sabes, lo que se espera de su edad. A los niños de tres años les gusta poner a prueba la autoridad para ver qué pueden conseguir, qué pueden controlar y lo independientes que pueden ser. Algunas de esas cosas son buenas y hay que fomentarlas, pero otras hay que evitarlas. Debe aprender que hay momentos y situaciones buenas y malas para ciertas cosas. Tiene que haber castigos como por ejemplo quedarse sin postre y…

—Está bien, veo que sabes muy bien de lo que hablas —dijo Logan para hacerla callar.

¿Se estaba explayando con la teoría? A veces hacía eso, aunque fuera sin intención.

—Pero lo que más necesitan los niños de tres años es jugar, descubrir su entorno,… —dijo y esta vez se detuvo para no sonar como un libro—. Y además de hacer todo lo necesario para que esté segura y feliz, lo que intentaré por encima de todo es que lo pase bien.

A pesar de que Logan McKendrick asintió, Meg era consciente de que tenía más reservas que antes.

—En lo que a comidas se refiere, no llevamos una precisión militar —dijo él—. Tia desayuna cuando se levanta. Las comidas probablemente las haréis las dos solas, ya que Hadley y yo estaremos trabajando. Pero las cenas nos gusta hacerlas juntos y participar todos, incluyendo a Tia, que pone las servilletas. ¿Qué te parece? ¿Quieres que te incluyamos o no?

—Me gustaría que me incluyerais. De hecho, cenar en familia es mucho más importante de lo que mucha gente se cree.

—Pero, otra vez, es algo informal: cocinar, recoger la mesa… Nos gusta charlar mientras preparamos todo y mientras comemos.

—Suena estupendo —dijo Meg, decidida a dar respuestas más sencillas—. No sé qué tal cocinera soy, pero sé moverme en una cocina.

—No somos unos gourmets —intervino Hadley.

—Aun así, tengo que advertirte de que esto es sólo algo temporal. He pedido una excedencia para este verano —dijo Meg dirigiéndose a Logan.

—Sí, ya me lo dijo Hadley. Pero eso no es un problema. Nosotros acabamos de volver a instalarnos en Northbridge. De hecho, he estado tan ocupado que no he podido ir al pueblo en el mes que Hadley y yo llevamos aquí. No estoy seguro de lo que quiero hacer con Tia a largo plazo. Durante el verano, tendré ocasión de visitar las guarderías y escuelas infantiles del pueblo.

—Jugar con otros niños es importante también. Aprender a relacionarse socialmente es algo necesario.

—Yo estaba pensando más en amistades y compañeros de juegos que en «relacionarse socialmente» —dijo Logan.

Meg volvió a darse cuenta de que había algo acerca de su experiencia laboral que lo incomodaba.

—Quiero que quede una cosa clara: Tia es una niña de tres años completamente normal que necesita que alguien cuide de ella cuando yo no pueda hacerlo —añadió él—. No necesita un psiquiatra.

—Sé que no me estás contratando como psicóloga y es por eso que quiero el trabajo, para no tener que preocuparme más que en ser su niñera.

Él se quedó mirándola fijamente con sus intensos ojos azules como si estuviera valorando si se creía aquello o no.

—Confío en el juicio de Hadley. Si quieres el trabajo, es tuyo, siempre y cuando tengas claro que no somos maniáticos. Esto no es un hospital ni un colegio. Es un hogar.

—Sinceramente, eso es a lo que me refería.

De nuevo se quedó mirándola durante unos se

gundos, como si de nuevo estuviera decidiendo si creerla. —De acuerdo. ¿Qué te parece si te mudas mañana mismo?

—Mañana tengo la despedida de soltera de mi hermana Kate. ¿Puedo venir por la noche cuando haya acabado?

—Por supuesto, cuando quieras. Así podrás empezar el lunes.

—Si llego antes de que Tia se meta en la cama, podré aprender cuál es su rutina para irse a dormir.

—Muy bien. Tenemos una rutina a la hora de meterse en la cama —afirmó como si se sintiera obligado a convencerla de que no todo se dejaba a la improvisación.

—¿Quieres ver el apartamento? —preguntó Hadley.

—Me encantaría, pero tengo que revisar con Kate algunas cosas para la boda. Estoy segura de que me gustará —dijo tratando de mostrarse más tranquila y relajada de lo que realmente estaba.

Lo cierto era que no podía perder más tiempo con aquello. —De hecho, a menos que tengáis algo más que decirme, será mejor que me vaya.

—Vete tranquila —dijo Logan.

—Harry está haciendo pipí —anunció Tia.

Hadley se levantó como un resorte para regañar al cachorro y sacarlo fuera.

—Yo me ocuparé de limpiar esto, Logan, mientras tú acompañas a Meg a la puerta.

Logan y Meg se levantaron y se dirigieron a la entrada.

—Los cachorros fueron un regalo de Hadley a Tia cuando nos mudamos y estamos tratando de enseñarles a que hagan sus necesidades fuera —explicó Logan.

Meg sonrió sin saber qué decir. —Tia me dijo que Max era un canica y Harry un recanica, pero no entendí a qué se refería.

—Max es mitad caniche, mitad labrador. Harry es mitad caniche, mitad golden retriever. Pero cuando llegaron, le dije a Tia en broma que Max era una canica y Harry una recanica, y parece que se lo ha tomado en serio.

Aquello hizo reír a Meg.

Logan abrió la puerta y la sujetó para que pasara. Luego, salió al porche.

Por alguna razón, Meg sintió la necesidad de detenerse en los escalones y girarse hacia él.

—No quiero ser más que una niñera este verano.

—Eso espero —dijo él en un tono que sonó algo escéptico.

Sabía que lo único que le quedaba por hacer era demostrarle que hablaba en serio.

—Os veré mañana por la noche.

—Aquí estaremos.

Se despidieron y Meg continuó hacia su coche, pensando en que no debía dejar que tuviera motivos para sentirse escéptico. Volver a tener contacto con niños sanos y felices era lo único que deseaba hacer en verano.

Al arrancar el motor y poner el coche en marcha se dio cuenta de que Logan McKendrick seguía en el porche, mirándola.

De repente se percató de que no estaba pensando en Tia ni en ningún otro niño. Era el modo en que le sentaban los vaqueros lo que la había impresionado.

No era eso precisamente en lo que tenía que pensar ese verano. Pero esperaba acostumbrarse en cuanto se habituara a estar cerca de él.

Al menos, eso esperaba.

Y confiaba en que el ambiente relajado y agradable del que le había pedido que pasara a formar parte, contribuyera a conseguir esa familiaridad cuanto antes. Así, dejaría de fijarse en cómo le sentaban los vaqueros o cualquier otra ropa.

Capítulo 2

L domingo, mientras Tia dormía la siesta, Hadley se encargó de cuidarla mientras Logan se ocupaba de los últimos detalles del apartamento que iba a ocupar Meg Perry.

Estaba en el piso superior del garaje, una construcción cercana a la casa, aunque no contigua. Él mismo se había ocupado de la reforma, excepto por los trabajos de electricidad y fontanería que había tenido que contratarlos.

El apartamento no era tan amplio como el espacio que su socio y él estaban montando sobre el granero. Allí viviría Chase, encima del taller, la oficina y la sala de exposición del piso inferior. Aun así, el apartamento de la niñera era amplio y espacioso.

Había una pequeña cocina con una mesa de obra que Logan había diseñado. En el salón había una televisión plana colgada de la pared que estaba frente al sofá. También había un par de sillones de cuero y roble, sofisticados a la par que cómodos, de una colección que Chase y él habían creado unos años atrás. Había una preciosa cama con dosel que el propio Logan había diseñado y fabricado, colocada sobre una plataforma dos escalones por encima del resto de la estancia. La única parte cerrada era un gran cuarto de baño y un vestidor.

Se habían colgado cortinas, el suelo de madera estaba acabado y había una pequeña chimenea con una repisa que él mismo había hecho.

Se quedó allí parado comprobando que todo es