Obras completas de Luis Chiozza Tomo II - Luis Chiozza - E-Book

Obras completas de Luis Chiozza Tomo II E-Book

Luis Chiozza

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Beschreibung

El Dr. Luis Chiozza es sin duda un referente en el campo de los estudios psicosomáticos, cuyo prestigio ha trascendido los límites de nuestro país. Medicina y psicoanálisis es el tomo inaugural de sus Obras completas, a la vez que una guía y manual de uso de las mismas, cuyos quince tomos se presentan completos en un CD incluido en este libro. Este volumen está pensado con el objetivo de facilitar el acceso al fruto de la labor profesional y académica del Dr. Chiozza, a la vez que permitir una inmediata aproximación a sus principales enfoques y temas de interés. En primer lugar, el lector encontrará una serie de textos introductorios, entre los cuales figura uno del autor, titulado "Nuestra contribución al psicoanálisis y a la medicina". Le sigue el índice de las Obras completas, tal como aparece en cada uno de los tomos que la integran (disponibles en el CD). Luego, la sección "Acerca del autor y su obra", compuesta por un resumen de la trayectoria profesional de Chiozza, un listado de las ediciones anteriores de sus publicaciones y su bibliografía completa. Un índice analítico de términos presentes en los quince tomos cierra el volumen. Esta obra, referencia obligada para los profesionales de la disciplina, sienta un precedente ineludible en los anales de la psicología argentina.

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Seitenzahl: 328

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Luis Chiozza

OBRAS COMPLETAS

Tomo II

Cuando la envidia es esperanza

Historia de un tratamiento psicoanalítico

(1963-1970)

Chiozza, Luis Antonio

Cuando la envidia es esperanza : historia de un tratamiento psicoanalítico . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2012.

E-Book.

ISBN 978-987-599-238-2

1. Psicoanálisis.

CDD 150.195

Curadora de la obra completa: Jung Ha Kang

Diseño de interiores: Fluxus

Diseño de tapa: Silvana Chiozza

© Libros del Zorzal, 2008

Buenos Aires, Argentina

Libros del Zorzal

Printed in Argentina

Hecho el depósito que previene la ley 11.723

Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de

Obras Completas, escríbanos a:

[email protected]

www.delzorzal.com.ar

Índice

Cuando la envidia es esperanza

Historia de un tratamiento psicoanalítico

(1998 [1963-1984])

Prólogo de Cuando la envidia es esperanza. Historia de un tratamiento psicoanalítico | 8

Los primeros tres años | 13

I. Presentación de la paciente | 14

Primer contacto | 14

Antecedentes | 15

Primera entrevista | 16

Primeras sesiones | 17

II. Presentación de las ideas teóricas | 20

Hechos y teorías | 20

La estructura y dinámica en los distintos niveles | 21

El esquema teórico básico de este historial | 27

Resumen | 31

III. El primer año | 32

Estructura y contenidos melancólicos | 32

Estructura y contenidos protomelancólicos | 34

Primeros intentos reparatorios | 40

Resumen | 47

IV. El segundo año | 49

El rol materno como aborto y gestosis | 49

La identificación con el feto “abortado” | 56

Principios de integración con aspectos visual-ideales | 64

Incremento de la capacidad para envidiar | 68

Integración con lo asqueroso y lo podrido. El incesto | 74

Hacia lo oral a través de fantasías de nacimiento | 81

Resumen | 85

V. Tercer año | 89

Resumen | 106

VI. Estado actual | 108

Una semana de análisis

tres años después

I. Tres años después | 112

II. Acerca del método y el propósito | 116

III. Estudio del material clínico | 122

IV. Integración del material clínico en una estructura teórica | 156

La inhibición del incesto | 156

El horror al incesto en la transferencia como expresión | 166

de una excitación narcisista y tanática | 166

Contenidos “tempranos”, oral-digestivos e intrauterinos en el material presentado y su interrelación recíproca en las fantasías hepáticas | 173

El narcisismo y la fantasía de una cópula hermafrodita contenidos en la fijación a un objeto consanguíneo, incestuoso | 175

Fantasías de un crecimiento maligno, invasor, y de un embarazo monstruoso, contenidas en el horror al incesto | 181

Condiciones dinámico-estructurales que determinan la materialización del incesto | 185

V. Hipótesis acerca de la consumación del incesto | 194

Oralidad y genitalidad en el incesto | 194

La inhibición del incesto | 195

El incesto consumado | 198

VI. Consideraciones finales | 203

Bibliografía | 211

Cuando la envidia es esperanza

Historia de un tratamiento psicoanalítico

(1998 [1963-1984])

Referencia bibliográfica

CHIOZZA, Luis (1998a [1963-1984]) Cuando la envidia es esperanza. Historia de un tratamiento psicoanalítico.

Primera edición en castellano

L. Chiozza, Cuando la envidia es esperanza. Historia de un tratamiento psicoa-nalítico, Alianza Editorial, Buenos Aires, 1998.

Esta obra incluye un prólogo (Chiozza, 1998n), y reúne el contenido de dos trabajos publicados con anterioridad: Cuando la envidia es esperanza. Regresión a lo prenatal ante la pérdida de objeto, manifestándose como letargo, somatización y simbiosis. Historia de los primeros tres años de un tratamiento psicoanalítico (Chiozza, 1963b), como primera parte titulada “Los primeros tres años”, y “La consumación del incesto. Una semana de análisis tres años después” (Chiozza, 1984b [1967-1970]), como segunda parte titulada “Una semana de análisis tres años después”.

Prólogo de Cuando la envidia es esperanza. Historia de un tratamiento psicoanalítico

El historial que constituye la primera parte de este libro fue presentado en la Asociación Psicoanalítica Argentina para optar a la categoría de miembro adherente en diciembre de 1963, con el título Cuando la envidia es esperanza. Regresión a lo prenatal ante la pérdida de objeto, manifestándose como letargo, somatización y simbiosis. Historia de los primeros tres años de un tratamiento psicoanalítico. Su continuación, en la segunda parte, corresponde al texto de “La consumación del incesto. Una semana de análisis tres años después” (Chiozza, 1984b [1967-1970]), que contiene dos trabajos inéditos, “Una contribución al estudio del horror al incesto” (Chiozza, 1967a [1966]) y “Una hipótesis sobre la génesis del incesto consumado” que, en su versión original, fueron presentados a la Asociación Psicoanalítica Argentina en 1967 y en 1970 para optar a la categoría de miembro titular. Cuando este texto se publicó, por primera vez, en 1984, como Apéndice de Psicoanálisis de los trastornos hepáticos. Una nueva contribución sobre el psiquismo fetal en la teoría y la experiencia clínica (Chiozza, 1984a [1970-1984]), decía en el prólogo del libro que “A pesar de haber sustituido, ya entonces, datos sobresalientes de la vida de Mary (la paciente a la cual se refiere la historia) que no afectaban al propósito con el cual fue escrita (mostrar, en la experiencia clínica, la teoría acerca de las fantasías hepáticas y el psiquismo fetal), aun la remota posibilidad de que fuera reconocida por algún lector me condujo a renunciar a su publicación. Los veinte años transcurridos y algunos otros factores, entre ellos el hecho de que Mary ya no reside en la Argentina, determinaron que las circunstancias cambiaran e hicieran posible hoy incluir esa historia en este volumen”.

También decía entonces: “Mis ideas acerca del tratamiento psicoanalítico (es decir acerca de lo que se designa con un nombre: ‘teoría de la técnica’, que hoy me parece objetable) han variado mucho desde aquellos días. No es este el lugar adecuado para intentar siquiera un resumen esquemático de la evolución de esas ideas1. Me limitaré a señalar que hoy no me parece conveniente que la formulación verbal y explícita de la interpretación al paciente se refiera permanentemente al ‘aquí y ahora conmigo’, como creía cuando escribí el historial de Mary y su continuación posterior”.

Continuaba diciendo entonces que, sin embargo, el historial conserva su valor y justifica su publicación actual no sólo porque ejemplifica, profundiza y esclarece la cuestión del psiquismo fetal y hepático, “sino también porque ilustra un trabajo de interpretación de la transferencia que debe realizarse siempre, hasta constituir casi un automatismo, aunque la mayoría de las veces, según lo que hoy pienso, deba realizarse en silencio, sin hacérselo explícito al paciente de una manera directa”.

En otro párrafo del prólogo mencionado, se aborda nuevamente la cuestión de los cambios teóricos que ocurrieron en esos veinte años. “Lacan y la Escuela Francesa, enarbolando la bandera de un ‘retorno a Freud’, heredaron el prestigio que ostentaban, en el pensamiento psicoanalítico argentino de 1963, Melanie Klein y la Escuela Inglesa. Aparte de señalar que aquí, en el psicoanálisis argentino de aquella época, no necesitábamos ‘retornar a Freud’ por la simple razón de que no nos habíamos alejado de él, como ocurrió en algunos sectores del pensamiento psicoanalítico europeo y norteamericano, y aparte del fastidio que siempre me produjo el escritor o la escuela que se complace en ser difícil, el ‘advenimiento’ de Lacan me parece tan positivo como lo fue en su hora el de Melanie Klein, descontando los excesos habituales en que han incurrido los partidarios de ambas escuelas. No me parece, sin embargo, que haya sido ese el cambio teórico más trascendente que ha ocurrido en estos años. Creo que ha ocurrido un desplazamiento saludable desde la metapsicología, trazada sobre el esquema causal-mecanicista, hacia una metahistoria que completa el primer tipo de pensamiento con la inclusión de un universo simbólico-lingüístico tan primordial como el anterior, y que este desplazamiento posee raíces más profundas que las que le brinda la influencia lacaniana. Completar la metapsicología con una metahistoria no implica sustituir una por otra, ni desvirtuar el carácter determinístico-mecánico de la primera, sino apuntar hacia un metamodelo común que trasciende ambos modelos. Esta actitud se traduce en un acercamiento entre los ‘planos’ biológico y simbólico, en lugar del divorcio radical de uno y otro que propugnan, en nuestra época, la gran mayoría de los psicoanalistas. No puedo, como es obvio, desarrollar aquí este tema con la amplitud que una fundamentación clara requiere2. Lo menciono ahora por un doble motivo. En primer lugar, porque me parece importante explicar que si hoy quisiera reescribir completamente el historial de Mary y su interpretación teórica, enfatizaría más su carácter mítico, atemporal y sempiterno, acorde con una posición epistemológica que tiene plena conciencia de que lo que se describe son los modelos con los cuales se enfrenta exitosamente la realidad más que la realidad misma. En segundo lugar, porque me parece necesario insistir en que el divorcio entre naturaleza y cultura, o entre ‘biología’ y ‘lingüística’, en que ha incurrido el psicoanálisis de nuestros días, condujo a una perjudicial desestimación del psiquismo fetal y de la relación psicosomática, interrumpiendo una fructífera línea que encontramos en Goethe, Groddeck y Weizsaecker, línea que, lentamente, vuelve por sus fueros3”.

Reproduzcamos, por fin, siempre del mismo prólogo citado, un último párrafo. “En la época en que publiqué por primera vez estas ideas, el tema de las enfermedades hepáticas formaba parte de ‘la moda’ tanto en los pacientes como en los médicos. A veces apoyándose en diagnósticos, correctos o incorrectos, y otras veces sin necesidad de ellos, existía una especie de hipocondría hepática generalizada que llevaba a rotular de ese modo a los malestares más diversos. En las páginas de este libro se exploran los motivos que sostienen, desde lo inconciente, la elección de este órgano y su vinculación con un conjunto de fenómenos, ya típicos entonces, que se encuentran ‘más allá de la envidia’, y cuya influencia se prolonga hasta nuestros días: la náusea existencial, la afición a lo siniestro, el aburrimiento, la abulia, la anorexia, la exasperación de la sexualidad, las toxicomanías, la vigencia de la ciencia ficción y de esa forma del humor que se denomina ‘humor negro’. El tema de lo hepático continúa siendo, pues, más actual de lo que se sospecha, y esto no sólo se revela en el aumento de la drogadicción o del alcoholismo, sino en el crecimiento alarmante, en los países más civilizados, de enfermedades como la anorexia ‘nerviosa’ o la depresión del sistema inmunitario, que pueden ser contempladas como formas manifiestas de una profunda de-sesperanza encubierta”.

Sólo me resta añadir que hoy, transcurrida una nueva década desde su publicación, y más de treinta años después de haber escrito Cuando la envidia es esperanza. Regresión a lo prenatal ante la pérdida de objeto, manifestándose como letargo, somatización y simbiosis. Historia de los primeros tres años de un tratamiento psicoanalítico (Chiozza, 1963b), me siento solidario con lo esencial de su contenido y me complace que el historial completo, publicado por separado por primera vez, esté dispuesto para el encuentro con su propio lector.

Enero de 1998.

Los primeros tres años

Cuando Prometeo abrió la caja de Pandora surgieron todas las calamidades, y en el fondo sólo quedó la esperanza.

La esperanza es lo último que se pierde, porque nace de una espera tan “desesperada”, que tiene que ser idealizada, como defensa extrema ante la muerte.

La esperanza, como la envidia, “es verde”, y esto no debe ser casual, porque la idealización, con su situación persecutoria encubierta, conduce a la envidia, y la envidia, cuando todo se vuelve nauseabundo, constituye una esperanza.

Lo más enfermo de un paciente está pues “más allá” de la envidia; ocurre en situaciones en donde todavía la misma envidia es esperanza.

I. Presentación de la paciente

Primer contacto

Yo tenía tres años doctor... no lloré, no hice ninguna cosa de tragedia.

Mamá contaba que ella había dicho que volvería a buscarme.

Tal fue el disparate que mi ropa quedó en el baúl que se llevaron.

Tía lloraba con desesperación; fue tía la que dijo, eso le escuché a mamá contar, que fue tía la que dijo: “Por qué no me dejás aunque sea a la pequeña, que yo voy dentro de un año y te la llevo”.

En el momento en que se despedían y tía me tenía en brazos, le dijo: “Tú tienes cuatro y yo me quedo sola”.

Tía dijo: “Te juro que te la llevo”.

Dos hermanas que se habían criado juntas. ¡Era su hermana!

Esto ocurrió en una pequeña aldea de Sicilia hace cuarenta y seis años.

Casi cuarenta y seis años después (en junio de 1963), hace seis meses, mi paciente pudo comenzar a ponerlo en palabras llorándolo quizás por primera vez.

En octubre de 1960, una mujer de cuarenta y seis años, seca, agria y momificada, con una colitis diagnosticada como amebeásica y con doce deposiciones diarias, comenzó su tratamiento psicoanalítico.

Recuerdo el primer contacto con ella, que fue telefónico, como algo que me despertó la idea de una persona muy atemorizada pero sin embargo sensata. Se presentó como la señora Mary y, en parte, hablaba como si yo la conociera ya.

Pocos días después y antes de la primera entrevista, el colega que me la envió me dijo: “Es un caso de incesto consumado entre hermanos”. Me explicó que el incesto se había realizado hasta hacía muy poco tiempo y agregó: “Al hermano me lo trajeron hace tres años al borde del suicidio, con la fantasía de estar enfermo de cáncer”.

Se trataba de aquella nena de tres años... cuarenta y tres años después.

Dar vida a la señora Mary fue y sigue siendo como humedecer en un clima siniestro y peligroso a esa momia seca, dentro de la cual no sólo estaba sepultada la nena como la vida aletargada, sino que también se había iniciado la putrefacción, una fantasía inconciente contenida en su diarrea.

Según lo afirmado por Cesio (1960a y 1960b), los objetos y partes del yo aletargados adquieren representación psicológica como cadáveres. El 7 de setiembre de 1963, promediando una sesión en la que comenzó diciendo que tenía frío y “humedad en los huesos”, cuando le señalaba en relación con otros contenidos su enorme dificultad para hablarme de sus relaciones sexuales con el hermano, luego de un silencio “sepulcral” me dijo: “¿Sabe la imagen que se me presentó, doctor?, cuando uno tiene que cambiar a un muerto de nicho y tiene miedo, y piensa cómo estará, y se deja estar, y prefiere pagar la multa, y siempre lo posterga y no quiere pensar”.

Antecedentes

De todo aquel pasado que se ha hecho “carne” en ella formándola como persona, parte ha resultado en enfermedad, sea corporal o psíquica; otra parte a lo largo de tres años de tratamiento psicoanalítico se ha transformado de repetición en recuerdo, en historia personal o familiar.

Hay pues un estado actual, en mi mente y en la de ella, de sus imagos yoicas objetales, o sea de sus antecedentes personales y familiares. Un estado actual distinto del que tuvimos de ella y su familia “allí y entonces”, cuando comenzó el tratamiento, y seguramente muy distinto del que tendremos cuando saquemos del nicho a sus “muertos”.

Las páginas que siguen son el relato de una relación transferencial que ha ido evolucionando con el análisis a lo largo de tres años. Los antecedentes, teniendo en cuenta la evolución de sus imagos, aparecen diseminados en ese transcurso. Porque consideramos que el hecho histórico-genético (sea como “dato” extratransferencial que permite inferencias y construcciones a partir de la transferencia, sea como material analizable transferencialmente), en un campo de trabajo terapéutico ortodoxo, importa ante todo como una realidad psicológica, en constante evolución, del paciente, y luego como una realidad “externa”, pasada, a la cual no tenemos acceso directo.

Primera entrevista

A pesar de que en general suelo atender en mangas de camisa, me puse el saco para recibirla en la primera entrevista. Por ese entonces, pensando en mi actitud contratransferencial, lo atribuí a que me había sido recomendada de una manera que me dejó esperando a una persona “importante”, pero luego comprendí que era sobre todo una forma de poner “distancia”, una forma de protegerme frente a la depositación de sus contenidos.

Bajita, delgada, de aspecto duro y apergaminado, con un rostro entre descompuesto y agrio, se presentó como una señora “bien” y vestida muy elegantemente.

Cuando le solicité sus datos personales dijo tener cuarenta y tres años (se quitó precisamente tres), y luego de darme su apellido agregó: “Me dicen Mary, mi nombre no se lo digo porque es muy feo... No creo que sea necesario que se lo diga”.

Produjo una impresión doble en mí: por un lado, una persona “importante”; por otro, un trato muy respetuoso hacia “el médico”.

Trabajó durante toda su vida en un mismo negocio, grande e importante, en tareas vinculadas a la decoración y la tapicería. Hasta hacía poco tiempo, y desde años atrás, había estado a cargo de una filial de ese negocio. Cuando la firma decidió prescindir de esa sucursal, despidió al personal, y a ella le ofreció un cargo en la casa central; no lo pudo soportar, fue desastroso. El día de la mudanza se volvió a su casa enferma, con náuseas y diarreas. Desde entonces, hacía varios meses, no pudo volver a trabajar, se sentía sin lugar en la casa central.

Estaba “piel y huesos”, anémica, sin fuerzas, y cualquier cosa que comiera le sentaba mal. Llegó a tener doce deposiciones diarias, y había ensayado distintos tratamientos sin resultado, a pesar de haber recurrido a gastroenterólogos capaces.

Era la menor y la más pobre. Sus hermanos, que presentó como “ricos”, se analizaban; le habían pedido que “probara con el psicoanálisis”, y le pagarían el tratamiento. Comenzamos con cinco sesiones semanales.

Primeras sesiones

El punto de urgencia de estas primeras sesiones estaba en el sometimiento temeroso contenido en su “respeto”, del cual se defendía asumiendo casi simultáneamente el rol complementario de persona “importante”. Ambas situaciones, ella “arriba”, o ella “abajo”, tenían una base común, como se hizo más claro luego: la idealización. Con esta idealización y con el sometimiento temeroso intentaba defenderse de la persecución contenida en la ambivalencia, de acuerdo con las ideas de Melanie Klein sobre la disociación de la imago pecho. Pero en cualquiera de las situaciones, la incorporación-asimilación (integración) era imposible por la extrema persecución contenida en la idealización.

Veamos un sueño en donde aparece esta persecución.

Octubre de 1960 (una de las primeras sesiones):

P: –(En un clima tenso.) ...Anoche tuve un sueño... estaba en una casa vieja, toda rota, no sé qué casa podría ser... no la conozco, pero era mía... Alguien, un hombre, entraba entre todas las cosas revueltas... había basura... limpiaba todo con uno de esos aparatos que usan en la guerra... ¿cómo se llaman doctor?... que queman con fuego... Tenía un traje especial... que lo cubría todo... y como una máscara en la cara.

A: –Así se imagina el tratamiento, yo entrando en su cuerpo que siente viejo y roto, en su intestino infectado, para remover las cosas que siente adentro. Se ve que tiene miedo de mí, del lanzallamas... Yo estoy protegido con el traje y la máscara... del contagio y del olor...

Aunque no se lo dije, el saco que me había puesto en la primera entrevista representaba a este traje protector del sueño y era el producto de mi contraidentificación inconciente con sus ansiedades paranoides más primarias proyectadas sobre mí (correspondientes a un segundo “estrato” de la misma persecución).

Luego de la interpretación se quedó en silencio, conmovida; la tensión había desaparecido. Fue quizás la primera interpretación que “le llegó”. En el material que siguió me habló de una prima del esposo que había progresado mucho en el análisis; a pesar de analizarse con un “analista joven”, éste le había tomado mucho cariño y trabajó con entusiasmo. Con esta última afirmación ya iba “retomando” nuevamente el rol “importante”.

Sus celos y envidia totalmente inconcientes fueron así (con este rol) depositados desde el comienzo en mí, negaba que se sentía “la hermana menor pobre” y en cambio yo era “el analista principiante”. Continuamente me hablaba de la mayor experiencia de otros colegas, y de sus hermanos “ricos” con los cuales actuaba identificada. Mostraremos esta proyección inconciente de los celos en un material de la misma época, en el que llamaremos Adrián al hermano copartícipe del incesto y Berta a su esposa:

P: –...me encontré con Berta, mi cuñada; debe estar enterada de que me analizo pero no me preguntó nada. No sé si Adrián le habrá dicho que me pagan el tratamiento. No me gusta que sepa, porque es tan atravesada que... bueno, ahora no tanto... pero antes tenía celos de la unión que tenemos entre hermanos; se sentía fuera de la familia, en una época se la había tomado conmigo y no me podía ver.

A: –No le gusta que yo sepa sus cosas de familia. Tiene miedo de mis celos y de mi rabia contra usted cuando me deja fuera de la familia.

Ella inconcientemente sabía que yo estaba enterado; ahora cada uno de nosotros tenía un “secreto” para con el otro. Con esto, y a través del colega que me comunicó lo del incesto, en su fantasía me hacía reo del mismo delito, ocultar, y entonces yo no tenía derecho a reprocharle que callara. Esto correspondía a la dramatización en la transferencia de su mundo interno disociado. La disociación era cuidadosamente mantenida. Durante estas primeras sesiones, cuando mis interpretaciones amenazaban destruir esa disociación, yo sentía que se alejaba y adquiría la actitud de abandonar el tratamiento. Esto correspondía a su temor de enloquecer y morir, que pronto se hizo evidente.

II. Presentación de las ideas teóricas

Hechos y teorías

El “armazón” teórico de un historial, surgido de aquello que en definitiva es la ciencia psicoanalítica, representa lo que convierte un conjunto de hechos en una interpretación significativa. Además, dicho sea de paso, determina inevitablemente cuáles serán los hechos que extraeremos dentro de un contexto ilimitado y tal vez infinito. Aquello que es un “hecho” para un observador, sólo es una teoría para otro, y esto ha ocurrido con cosas tan evidentes como el “hecho” de que la menor distancia entre dos puntos es la línea recta o que el átomo es indivisible.

Así, algunas de las consideraciones que expongo en este apartado, muchas de las cuales son un producto elaborado a lo largo de tres años de tratamiento, tendrán para algún lector toda la fuerza de una conclusión, de un hecho. Otras, o las mismas para otro lector, serán valoradas sólo como hipótesis de trabajo que esperan la comprobación. Por fin, habrá quien considere algunas de las ideas vertidas como fantasías injustificadas por los “hechos” clínicos. Que una misma idea sea considerada de una u otra manera depende del punto de partida, de la mayor o menor coincidencia en aquellos supuestos básicos comunes que son considerados “hechos” por ambos interlocutores.

Pensando en el lector más escéptico, me parece importante recordar aquí que la fantasía es tan imprescindible al progreso de la ciencia como puede serlo la observación, mientras que el escepticismo sólo puede ser útil si es benevolente.

La estructura y dinámica en los distintos niveles

En los distintos niveles del desarrollo tánato-libidinoso alcanzados por el yo de mi paciente, las mismas fantasías básicas adquieren distintos matices, son manejadas con diversos mecanismos y poseen una diferente calidad o intensidad de cargas instintivas.

En un nivel genital, el lanzallamas, por ejemplo, es el objeto (mi pene) fobígeno, agresivo por los celos que me despierta la unión incestuosa de ella con el pene idealizado, disociado del anterior. Este pene lanzallamas castrador y temido, que es un objeto fobígeno, y la angustia consiguiente, como lo ha señalado Mom (1962), son en realidad objetos tranquilizadores, por lo fácilmente controlables y porque la defienden de la angustia catastrófica correspondiente a otros niveles, contenida y controlada en esa disociación. Otro ejemplo: los celos edípicos de Berta –la cuñada, que en el contexto del material aportado representaba al analista– ante la unión que ellos tenían entre hermanos, la defendían de la envidia insoportable que sentía por mí, analista-hermano y analista-pareja, y también del ataque taliónico y terrible fantaseado como resultado de su fijación a niveles primitivos. Es evidente que parte de la “tranquilidad” contenida en esta defensa fóbica consistía en que simultáneamente negaba su sometimiento a lo tanático repetido compulsivamente.

En un nivel anal, la basura del sueño mencionado, por ejemplo, son las heces ácidas y quemantes que experimenta como “cagar fuego”, y yo con el lanzallamas haciendo “limpieza” y cubierto con un traje y máscara protectores, no sólo represento al objeto que excita y quema sino también a la formación reactiva, obsesiva, frente a esos contenidos fecales erotizados. Tanto el negocio como su casa, en contraste con la del sueño, estaban, a juzgar por lo que ella me contaba, muy limpios y ordenados, y en su aspecto personal efectivamente era así.

En un nivel oral, la incorporación del objeto, por ejemplo el analista con el lanzallamas, percibido narcisísticamente (es decir, como si fuera un trozo de su yo o un objeto interno), se realizaba según el mecanismo de la doble introyección (en el yo y en el superyó simultáneamente), con lo cual conseguía mantener en el mundo interno una disociación melancólica intensa (Freud, 1917e [1915]). Esta interpretación corresponde a la posición paranoide-esquizoide postulada por Klein y a sus mecanismos de proyección y reintroyección de las distintas imagos yoicas u objetales, en sus aspectos de pecho malo e idealizado.

Su relación conmigo no sólo permite comprender la modalidad persecutoria recíproca de sus relaciones de objeto, sino que el ámbito del consultorio, entendido hipotéticamente como si fuera una extensión proyectiva de su mundo interno, nos permite comprender el interjuego de roles que ocurre en su interior, donde opera no sólo el mecanismo de proyección endopsíquica descripto por Paula Heimann (1939), sino también una especie de “traslado” maníaco, más o menos sostenido, del sentimiento de identidad hacia el superyó. Así ocurre cuando ella “me ayuda”, por ejemplo, para que deje de ser “el analista principiante”.

Su rol “importante” contiene así un reproche del superyó al yo, es un auto-reproche. Su rol “respetuoso” contiene en cambio una queja, del yo al superyó, que es un contra-reproche, un contra-ataque que busca crear culpa a sus imagos superyoicas. Su sensatez era el producto de una pseudoidentificación, precoz, forzada por el abandono y el temor al abandono, con este objeto idealizado que en el fondo era ambivalentemente valorado, muy necesitado y muy envidiado; este objeto la ayudaba dañándola, forzándola a sentir agradecimiento y culpa hacia alguien por quien a la vez se sentía despreciada.

Así, dentro de esta estructura (cuando yo no podía saber ni su verdadero nombre ni su verdadera edad, por ejemplo), se defendía de la integración temida, es cierto, pero además, como surgió del análisis de mi contratransferencia, yo representaba a la nena despreciada y excluida sin mayor explicación, de los secretos que tienen los adultos.

Pero la disociación melancólica descripta por Freud (1917e [1915]) puede ser entendida también en un nivel prenatal. Antes de ocuparnos de estos aspectos del psiquismo de Mary, realicemos un pequeño resumen de las ideas teóricas.

Durante la vida intrauterina ocurre una incorporación “hepática”, preoral. Los contenidos oral-primarios más agresivos, oral-digestivos, referidos al “chupar sangre” (vampirismo) en lugar de leche, se confunden, a mi juicio, sin solución de continuidad, con un nivel de fijación y regresión fetal-hepático, en donde el hígado, prolongado en las vellosidades coriales, representa el primer órgano digestivo que recibe el alimento materno, que es sangre, y dispone de una primacía como zona erógena. Esta primacía ocurre en dos niveles, uno hepatoglandular y otro hepatobiliar.

La ambivalencia en el nivel más primitivo, hepatoglandular, queda vinculada a lo siniestro y es sentida en forma “visceral”, como asco, posiblemente porque en estos estadios del desarrollo la fantasía se halla quizás mucho más “próxima” a lo corporal.

Análogamente, los contenidos anales más regresivos, digestivo-anales, el convertir al objeto en heces pasándolo por dentro del tubo digestivo, descriptos por Abraham (1924) en la melancolía, se confunden también, a mi juicio, con lo hepático-biliar, y esto último es lo que le confiere a la envidia, de la cual se dice que es amarilla o verde, su cualidad específica de venenosa o amarga (como la hiel).

Según Melanie Klein (1952b*), la envidia, como mecanismo de destrucción esencialmente proyectivo, es la causa de la ansiedad paranoide frente al objeto envidiado que se transforma en taliónico –lo cual corresponde a la culpa persecutoria que describe Grinberg (1962)–.

Podríamos pensar también que el asco, previo, conduce a la envidia. La envidia sería así no sólo “un odio hacia todo lo bueno, aunque sea gratificador”, como afirma Klein (1952b*), o un destruir afuera la presencia estimulante de un objeto que provoca el re-sentimiento de la carencia, porque no se puede incorporar, como diría Racker (1948), sino también un “deseo honesto”, como, en parte, la define el diccionario (Real Academia Española, 1950), un intento de “digerir” (“biliarmente”), afuera, algo que se teme incorporar, privando así al objeto de peligrosidad, de lo asqueroso, para luego incorporarlo (como “digieren” afuera, por ejemplo, algunos reptiles o arácnidos “venenosos”, etc.).

El fracaso de este mecanismo de proyección envidioso conduce a la amargura –a la acumulación de veneno (hiel), al temperamento bilioso, a la bilis-negra, o melanos-colía, de donde deriva “melancolía” (Pichón-Rivière, 1948)–, reforzando así la ambivalencia y creando un punto disposicional hepatobiliar, que en un nivel progresivo, oral, conduciría a la melancolía clásica.

También el fracaso de la envidia puede conducir hacia la regresión al nivel de fijación hepatoglandular. En este nivel más primitivo, el asco puede conducir:

1) a la identificación proyectiva masiva y “difusa” (externalización de la imago asquerosa) que equivale a la “náusea”, de la cual hablan los existencialistas, unida al vértigo como síntoma y al sentimiento de vacío (de ser absorbido). Podemos interpretarlo como crisis leves de despersonalización, que son “pequeñas pérdidas” del sentimiento de identidad (Grinberg, 1954);

2) al aburrimiento (hastío, fastidio, “mufa”, “apolillo”, “estar podrido”, etc.), que corresponde a un mayor o menor grado de aletargamiento frente a la imago asquerosa internalizada.

Tanto la náusea como el aburrimiento pueden ser precedidos de una fase “maníaca” en donde se introyecta negando el asco, o también pueden expresarse “somatizados” como diarrea, hepatitis o urticaria, por ejemplo.

Cuando no se alcanza el “nivel melancólico” oral, la situación protomelancólica, según “el área” (Pichón-Rivière, 1961) en que se exprese, determinaría una hipocondría, una “somatización”, un vínculo simbiótico o un tipo de estructura mental equivalente al autismo. La “presencia” de un objeto o núcleo aletargado puede “ubicarse” así “en” el cuerpo, “en” la mente, “en” el esquema corporal o “en” un partícipe simbiótico.

La disociación mencionada, protomelancólica, adquiere en este nivel prenatal hepático características que la diferencian de la disociación melancólica propia del nivel oral.

La más importante de estas características consistiría en la disociación entre idea y materia. Podemos vincular esta separación entre ideal y material a un conjunto de conceptos vertidos por otros autores. Por ejemplo, la manía primaria descripta por Rascovsky (1961); la disociación primaria descripta por Freud (1923b) en El yo y el ello, y la negación de la unidad de placer en la esquizofrenia descripta por Garma (1944). Esta vinculación nos daría una clave para considerar la existencia de un “nivel” simbiótico correspondiente a la vida intrauterina (Chiozza, 1963a).

“Materia” –cuya etimología, según lo ha señalado Freud (1916-1917 [1915-1917]), se vincula a la de “madre” a través de mater– e “idea” serían respectivamente equiparadas, en el inconciente, a rol materno-placentario (aportes materiales) y rol embrionario-fetal, ya que el feto materializa, gracias a su “hígado” y a su madre “placenta”, las protoimagos contenidas en el ello como ideal del yo. Tales protoimagos le confieren al feto una riqueza distinta de la riqueza material, una riqueza “ideal”, de posibilidades a realizar.

Volviendo a la señora Mary, el incesto –que, como señalara Freud (1932a [1931]), no les estaba prohibido a los dioses, representantes del yo ideal– queda vinculado a una manía primaria que corresponde a la identificación con los contenidos (ante todo filogenéticos) del ideal del yo, existentes en el ello. La disociación, negación y depositación de “lo material” estarían pues en la misma esencia de esta manía, y entonces, así como hay asesinos que “matan sin asco”, mi paciente consumaba el incesto, también “sin asco”, con el hermano. Identificada con “los dioses” del ello, como Prometeo, se permitía más de lo que podía, se quemaba, o se consumía a sí misma, víctima de sus propios instintos del yo, que no podían ser derivados “materialmente” hacia el exterior. Por supuesto, en otro aspecto, era también víctima de un superyó cargado con esos instintos.

El asco negado, y lo podrido, forman solamente parte del cadáver que mi paciente debía “desenterrar del nicho”, porque, como lo ha señalado Cesio (1960a y 1960b), el cadáver no es más que una representación psicológica del núcleo aletargado, que no sólo contiene pulsiones de muerte, sino también de vida.

Junto a este cadáver, materia descompuesta (los antiguos llamaban “materia” al pus), que debía “resucitar” como el cadáver de Lázaro, existía idealizado otro objeto, presentado como Jesucristo, cuyo cuerpo atormentado es el mismo cadáver y cuyo tormento, como el de Prometeo, se revive en cuanto deja de mantenerse la disociación.

Una representación de lo que acabamos de decir (referente a lo aletargado como producto de una disociación entre idea y materia que se traduce en la manía primaria que permite el incesto) podría encontrarse quizás en el hecho de que el pueblo egipcio, cuyos reyes se casaban entre hermanos, conservara los cadáveres de esos mismos reyes en forma de momias.

Pienso que el aspecto momificado de mi paciente era el producto de su identificación con un núcleo aletargado, y la cualidad avinagrada de su rostro debía corresponder a la identificación con los contenidos oral-digestivos (Garma, 1954), quemantes, sádicos, de ese núcleo aletargado, los cuales, carentes de un objeto externo adecuado, tomaban por objeto al mismo organismo (Garma, 1954; Racker, 1960), lo cual se manifestaba en la pérdida de peso. Junto a este objeto “venenoso y ácido” mantenía uno cuidadosamente idealizado, a pesar de que negaba esto diciendo: “Nadie es químicamente puro”. De acuerdo con la teoría psicoanalítica planteada por Freud, cuanto mayor es el grado de fijación y regresión a las etapas más primitivas del psiquismo, mayor es el grado de enfermedad. Los núcleos más enfermos dentro de una personalidad son los que contienen aquellas fantasías y ansiedades que corresponden a las perturbaciones acaecidas en las épocas más tempranas. Siguiendo en esto a la Escuela Inglesa, que desarrolló Klein a partir de los trabajos de Freud y Abraham fundamentalmente, y a sus continuadores argentinos, mi trabajo psicoanalítico se encaminó hacia la interpretación de los contenidos más primitivos, correspondientes a las ansiedades más psicóticas. Por eso tales contenidos, especialmente anal-primarios, orales y prenatales, ocupan un lugar destacado dentro de esta exposición.

El esquema teórico básico de este historial

Cuando mi paciente comenzaba a caminar, al año de edad, la madre se trasladó a Italia con los hijos; el padre quedó en Buenos Aires. A los tres años de edad fue cuando en Sicilia, en brazos de la tía, se separó de la madre, de los hermanos, y hasta de su ropa, que quedó en el baúl que trajeron a Buenos Aires. A los siete años de edad, cuando ya sus tíos eran sus nuevos padres, tuvo que volver requerida por la madre, y viajar con gente extraña. En esa ocasión, la tía quedó en casa para no verla partir. Cuando el remolcador que debía llevarla hacia el barco despegaba del muelle, mientras mi paciente gritaba hasta quedar afónica, el tío, que había estado llorando, desesperado, se escapaba corriendo por el muelle, para no oírla.

Utilizaremos estos antecedentes, unidos a los que mostró en la transferencia como reacción ante mis “abandonos” (fin de semana, vacaciones, etc.), para hacer una construcción hipotética cuyo punto de partida será, pues, la pérdida de objeto. Esta construcción hipotética será entonces un esquema teórico que nos servirá para verificar su evolución en el tratamiento.

Podemos pensar que la pérdida del padre justo en un momento en que debía despegarse de la madre, al comenzar a caminar, no sólo incrementa su regresión a un tipo de vínculo simbiótico con ella, sino que creó un punto disposicional oral, o sea una introyección melancólica del objeto perdido.

Más adelante, las nuevas pérdidas, en un psiquismo debilitado por esta fijación oral intensa, se habrían traducido en una regresión a lo oral. Pero estas nuevas pérdidas fueron tan masivas, que sus ansiedades psicóticas no hubieran podido ser manejadas dentro de esta estructura oral. Por lo tanto deben haber intervenido nuevos mecanismos defensivos del yo. Así aparecería otra vez la regresión, y entonces nos encontraríamos en mi paciente con todo un sector de su vida psíquica en donde operan mecanismos y contenidos fetales. Tales serían el letargo, el vínculo simbiótico y también sus “somatizaciones”.

El esquema patológico, siguiendo el modelo de Pichón-Rivière, puede ser descripto como estructurado en una línea “espiral” (trayectoria helicoidal) que vincula en este caso los niveles oral y prenatal. Esta trayectoria puede ser recorrida en sentido progresivo o regresivo. El abandono refuerza la ambivalencia. Esta ambivalencia, que suponemos fue intolerable en la estructura oral, forzaría la regresión a lo fetal. En este nivel primitivo, el equilibrio se habría mantenido con una simbiosis mediante la cual depositaba en la “madre-familia protectora” los aspectos vinculados a la materialización necesaria para la adecuada descarga instintiva, y se hacía cargo del rol fetal vinculado a lo ideal y omnipotente. Así, por ejemplo, la sucursal en donde “dejaban todo en sus manos” y la trataban “como si fuera de la familia”, le facilitaba la pseudoidentificación con ese aspecto omnipotente e idealizado, al permitirle disponer de un objeto sometido, el negocio con sus empleados. También representaba un vínculo simbiótico muy inconciente con esa “madre-familia protectora”, de la cual recibía negando su profunda dependencia. La “pérdida” de esa sucursal, que la llevó a comenzar su tratamiento, representa la ruptura de ese vínculo simbiótico. Este abandono, en un nivel preoral, fue catastrófico.

Según lo ha señalado Bleger (1961), la ruptura de la simbiosis se acompaña de la reintroyección brusca y masiva de lo depositado, y el insight aparece en estos casos en forma explosiva y vinculado a fantasías de embarazo y parto, acompañadas frecuentemente por somatizaciones. Si pensamos que durante la vida embrionario-fetal se realiza la magna actividad organogenética, no resulta aventurado suponer que toda “somatización” lleve implícita una regresión a nivel prenatal.

El objeto reintroyectado en la ruptura de la simbiosis, que ya de por sí es terrorífico y deseado porque contiene en la fantasía partes escindidas del self que no pueden perderse, incrementa todavía más su carácter persecutorio, porque el odio y el resentimiento que crea la ruptura (vivida como un abandono) engendran fantasías taliónicas. De acuerdo con las ideas que anteriormente expresamos, la ambivalencia entre deseo y temor, en este nivel regresivo, es experimentada como asco. Asco que conduciría a la envidia como un intento desesperado, una esperanza, de “digerir afuera” lo asqueroso, para luego incorporarlo privado de peligrosidad. Tal mecanismo envidioso proyectivo fracasaría en su cometido cuando el monto de las ansiedades persecutorias es muy grande, lo cual resultaría en un nuevo mecanismo: la negación del asco unida a la introyección maníaca (esta introyección equivale también al incesto “digestivo”, experimentado como un “fruto prohibido”).

El mecanismo maníaco de defensa que permite la incorporación de lo asqueroso no puede sostenerse mucho tiempo; entonces aparecerían el letargo, la náusea (asco), el hastío (aburrimiento y asco) o “somatizaciones” digestivas (sobre todo hepáticas o intestinales). El uso de la identificación proyectiva frente al objeto que corresponde a una fijación prenatal y que engendra asco, conduce al sentimiento de ser absorbido o succionado y a una vivencia de vacío. Esta vivencia es la expresión de ansiedades más primitivas, catastróficas, vinculadas a procesos de desintegración y fragmentación.

Frente a esta situación, que equivale a la despersonalización (la náusea), el letargo es a la vez una defensa y un sometimiento encubierto.

La diarrea de Mary –“diarrea” etimológicamente significa: “yo fluyo por todas partes” (Corominas, 1961)– expresaba sus ataques destructivos al objeto, que era así eliminado, y, además, su sometimiento masoquista (Garma, 1962) al aspecto persecutorio de ese mismo objeto idealizado que la succiona como un vampiro (Chiozza, 1963a).

Es el parásito ameba, que recuerda al embrión en el útero; es también el hombre con la máscara en el sueño del lanzallamas, como un feto monstruoso producto del incesto. Mary le entrega las heces malas que son la muerte, el excremento cadáver (Garma, 1962; Cesio, 1960a y 1960b), pero también las heces buenas que son la vida, el hijo (Freud, 1918b [1914]; Klein, 1932; Garma, 1962), la sangre (Garma, 1962) que se le escapa por el intestino.

La gravedad de esa colitis, que fue refractaria a diversos tratamientos, nos permite equipararla al cuadro (melancólico e hipocondríaco) que presentaba el hermano copartícipe del incesto, y que lo llevó “al borde del suicidio”.

Podemos equipararla también a los cuadros de diarrea, hiponutrición y marasmo que presentan los lactantes abandonados por sus madres (con un hígado agrandado que por su tamaño recuerda las proporciones del de un feto) tal como los ha descripto Margaret Ribble (1953).