Obras completas de Luis Chiozza Tomo III - Luis Chiozza - E-Book

Obras completas de Luis Chiozza Tomo III E-Book

Luis Chiozza

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Beschreibung

El Dr. Luis Chiozza es sin duda un referente en el campo de los estudios psicosomáticos, cuyo prestigio ha trascendido los límites de nuestro país. Medicina y psicoanálisis es el tomo inaugural de sus Obras completas, a la vez que una guía y manual de uso de las mismas, cuyos quince tomos se presentan completos en un CD incluido en este libro. Este volumen está pensado con el objetivo de facilitar el acceso al fruto de la labor profesional y académica del Dr. Chiozza, a la vez que permitir una inmediata aproximación a sus principales enfoques y temas de interés. En primer lugar, el lector encontrará una serie de textos introductorios, entre los cuales figura uno del autor, titulado "Nuestra contribución al psicoanálisis y a la medicina". Le sigue el índice de las Obras completas, tal como aparece en cada uno de los tomos que la integran (disponibles en el CD). Luego, la sección "Acerca del autor y su obra", compuesta por un resumen de la trayectoria profesional de Chiozza, un listado de las ediciones anteriores de sus publicaciones y su bibliografía completa. Un índice analítico de términos presentes en los quince tomos cierra el volumen. Esta obra, referencia obligada para los profesionales de la disciplina, sienta un precedente ineludible en los anales de la psicología argentina.

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Seitenzahl: 491

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Luis Chiozza

OBRAS COMPLETAS

Tomo III

Metapsicología y metahistoria 1

Escritos de teoría psicoanalítica

(1963-1977)

Chiozza, Luis Antonio

Metapsicología y metahistoria 1 : escritos de teoría psicoanalítica . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2012.

E-Book.

ISBN 978-987-599-239-9

1. Medicina. 2. Psicoanálisis.

CDD 610 : 150.195

Curadora de la obra completa: Jung Ha Kang

Diseño de interiores: Fluxus

Diseño de tapa: Silvana Chiozza

© Libros del Zorzal, 2008

Buenos Aires, Argentina

Libros del Zorzal

Printed in Argentina

Hecho el depósito que previene la ley 11.723

Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de

Obras Completas, escríbanos a:

[email protected]

www.delzorzal.com.ar

Índice

Metapsicología y metahistoria 1

Psicoanálisis del antijudaísmo

El antijudaísmo tal como apareceEn la práctica psicoanalítica

(1970 [1963])

Fidias Cesio, Sergio Aizenberg, Luis Chiozza,Gilda S. de Foks, Julio Granel y Juan Olivares | 9

Caso I | 13

Caso II | 19

La envidia como una fantasía Hepática y sus relaciones con La manía y la psicopatía [i]

(1964)

1. La envidia como una fantasía hepática | 31

2. Relaciones de la envidia con la manía y la psicopatía | 34

3. Presentación de una paciente | 34

La envidia como una fantasía Hepática y sus relaciones con La manía y la psicopatía [ii]

(1966 [1964])

1. La envidia como una fantasía hepática | 45

2. Relaciones de la envidia con la manía y la psicopatía | 51

3. Exposición del tema a través de dos pacientes | 53

Fundamentos y propósitos del Cimp (centro de investigación En medicina psicosomática)

(1968)

Especulaciones sobre una cuarta dimensión en medicina

(1970 [1968])

La palabra “especulación” | 67

Notas acerca de una nueva visión del mundo | 67

La contribución del psicoanálisis a la nueva visión | 69

Introducción a la idea de un proceso terciario | 72

Representación humorística del impacto con una dimensión intuitivamente inabordable | 74

Encuentro con la necesidad de una nueva dimensión en la medicina y en la técnica psicoanalítica | 79

Una idea de la lágrima

(1970 [1968])

Luis Chiozza, Catalina Califano, Edgardo Korovsky, Ricardo Malfé, Diana Turjanski y Gerardo Wainer | 85

Introducción | 87

La efusión de lágrimas | 88

El llanto | 91

Antecedentes acerca del origen y significado de las lágrimas | 96

El significado “social” de la efusión de lágrimas | 101

La patología del llanto y el catarro | 106

El significado visual de las fantasías lagrimales | 109

La interioridad de Los medicamentos

(1969)

Luis Chiozza, Víctor Laborde, Enrique Obstfeld y Jorge Pantolini | 116

Opio

(1969)

Luis Chiozza, Víctor Laborde, Enrique Obstfeld y Jorge Pantolini | 128

Los cambios en la noción de enfermedad

(1976 [1968-1969-1970])

I | 140

II | 141

Apéndice | 144

Apuntes sobre fantasía, Materia y lenguaje

(1970)

Nota editorial de un estudio del hombre que padece

(1970)

Sobre la orientación de Nuestro periódico

(1970)

El significado de la enfermedad

(1971)

La interioridad de Lo inconciente

(1971)

Las fantasías específicas en la investigación psicoanalíticaDe la relación psique-soma

(1976 [1971])

El concepto como producto e instrumento de la investigación | 180

El problema de la especificidad en la patología psicosomática | 181

Desarrollo del concepto “fantasías específicas” | 184

Apuntes sobre metapsicología

(1972)

Configuración del deseo | 194

El sistema de la conciencia | 195

La descarga del deseo | 196

Pensamiento, conocimiento y acción eficaz | 198

Los afectos primarios y secundarios | 200

La causa y el porqué de La enfermedad [i]

(1972)

El incesto y la homosexualidad como diferentes desenlaces del narcisismo

(1973)

Luis Chiozza y Gerardo Wainer | 210

Relación homosexual y relación homosanguínea | 212

Elección de objeto e identificación primaria y secundaria en el triángulo edípico | 213

Identificación completa e incompleta en el triángulo edípico | 214

Superyó primario y superyó secundario | 215

La disociación eidético-material del objeto durante la identificación | 216

Dos diferentes desenlaces del narcisismo | 217

Estudio psicoanalítico de Las fantasías hepáticas

(1974)

El encuadre teórico | 223

La elección del material y el método de investigación | 227

El contenido inconciente de las representaciones hepáticas | 231

Los componentes hepáticos de la envidia | 234

La incapacidad para materializar, la envidia y la melancolía como sufrimientos hepáticos | 238

Cuerpo, afecto y lenguaje

(1975 [1974])

El cuerpo en la teoría psicoanalítica | 253

La teoría psicoanalítica de los afectos | 257

El lenguaje de los órganos | 262

La enfermedad de los afectos

(1975)

La parte “patosomática” de la personalidad | 274

El afecto como histeria universal y congénita.Su deformación en la organoneurosis | 275

La destrucción “patosomática” de la coherencia del afecto. Su re-significación mediante la interpretación psicoanalítica | 278

Los afectos inconcientes

(1975)

El psicoanálisis y la medicina

(1976 [1975])

La causa y el porqué de La enfermedad [ii]

(1976 [1975])

Condiciones necesarias pero no suficientes | 306

Un hombre con el dolor en un brazo | 308

La enfermedad como capítulo de una biografía | 313

Comentario al artículo de Mauricio abadi “meditación Sobre el edipo”

(1976)

Prólogo y epílogo a la Primera edición de cuerpo, Afecto y lenguaje

(1976)

Prólogo a la reimpresión de La primera edición de cuerpo, Afecto y lenguaje

El falso privilegio del padre En el complejo de edipo

(1977)

El trecho del dicho al hecho introducción al estudio de las relaciones entre presencia, transferencia e historia

(1977)

La neuralgia de Dora | 351

Entre el hacer y el decir | 355

Bibliografía | 359

Psicoanálisis del antijudaísmo

El antijudaísmo tal como apareceEn la práctica psicoanalítica

(1970 [1963])

Fidias Cesio, Sergio Aizenberg, Luis Chiozza,Gilda S. de Foks, Julio Granel y Juan Olivares

Referencia bibliográfica

CESIO, Fidias y colab. (1970c [1963]) “Psicoanálisis del antijudaísmo. El antijudaísmo tal como aparece en la práctica psicoanalítica”.

Ediciones en castellano

AA.VV., Un estudio del hombre que padece, cimp-Kargieman, Buenos Aires, 1970, págs. 61-77, y reimpresión por Paidós, Buenos Aires, 1975.

Luis Chiozza CD. Obras completas de Luis Chiozza (cd-rom), In Context, Buenos Aires, 1995.

Este trabajo fue presentado en el Simposio de la Asociación Psicoanalítica Argentina, en 1963.

Este relato es el producto de una estrecha colaboración y hemos procurado que sea la expresión de nuestras coincidencias sobre el tema. De esta manera hemos incluido sólo las ideas más comprendidas por todos, dejando de lado aportaciones valiosas que no habían sido com­pletamente elaboradas por alguno de nosotros.

También queremos destacar que los casos que exponemos son con­siderados desde el punto de vista de sus contenidos en relación al tema del relato, dejando de lado los aspectos técnicos u otros enfoques.

En la práctica del psicoanálisis, así como en otras manifestaciones sociales, aparece con frecuencia el problema del antijudaísmo, y llama la atención que pese a ser un material destacado en muchos análisis, son pocos los trabajos que se ocupan de este tema. En el tratamiento de nuestros pacientes, el conflicto judío-antijudío la mayoría de las veces es negado o es insuficientemente analizado, por las resistencias que provocan sus contenidos latentes. Esta investigación consistió en el análisis de las “resistencias” que se oponían a una interpretación más completa de las situaciones inconcientes que mantienen sin resolver el problema judío-antijudío en la transferencia.

Para llevar a cabo este estudio decidimos examinar el par anti­tético judío-antijudío, pues resulta inseparable. Siguiendo esta idea seleccionamos material tanto de un paciente no judío como de uno judío, en los cuales aparece el problema que nos ocupa. Además nos pareció conveniente la circunstancia de que el paciente no judío estaba en tratamiento con un analista judío, mientras que el paciente judío lo estaba con un analista no judío. De esta manera, el conflicto re­sultaba más evidente en la transferencia. Del análisis exhaustivo del material seleccionado llegamos a las conclusiones generales que deta­llamos seguidamente.

En la estructura básica del antijudaísmo encontramos una pro­funda disociación con la consiguiente proyección de una de las partes. Se trata de un proceso dinámico del que, para ejemplificar nuestros hallazgos, consideraremos el esquema de dos momentos. Uno corres­ponde a la manifestación moderada del antijudaísmo. En este caso, el antijudío proyecta en el judío las partes de su yo más integradas con aspectos de su yo ideal, y como consecuencia le atribuye rasgos de omnipotencia. Esta proyección corresponde a la fantasía del judío uni­versal que monopoliza los mayores bienes intelectuales y que domina el comercio internacional, apoderándose también de los bienes físicos de los no judíos. El antijudío se siente así empobrecido, resentido y envidioso, despojado por el judío que aparece omnipotente –la raza elegida–. Por su lado, el judío –la otra parte del par– proyecta en el antijudío aspectos del yo con posibilidades de satisfacción de necesi­dades más directas, más “materiales”, pero frustrados en su aspiración de adquirir la omnipotencia ideal, es decir, proyecta en el antijudío los aspectos de su yo menos integrados con el yo ideal. De esta manera, se establece la unidad judío-antijudío. El otro momento del anti­judaísmo corresponde a su manifestación extrema. El antijudío que había estado envidioso de la omnipotencia que proyectara en el judío pasa ahora a una identificación maníaca con un yo ideal cargado de sadismo y proyecta el mísero yo en el judío. El antijudío se siente entonces omnipotente, la “raza elegida”, y el judío es sentido como el mísero yo perseguido. En este otro momento, el judío, por su parte, proyecta en el antijudío su yo ideal omnipotente, sádico, y masoquistamente se somete. Esta situación culmina con el asesinato del judío, drama que en el mundo interno está representado por el aletargamiento del mísero yo. Mas el “cadáver” del judío, es decir, el objeto aletargado que contiene el inconciente del antijudío, está íntimamente identifi­cado con el yo ideal persecutorio, y el ciclo se repite.

Tal como decimos en las consideraciones precedentes, es funda­mental una disociación básica del yo para el establecimiento del conf­licto judío-antijudío. Freud (1915c), ya en 1915, hablaba de una disocia­ción entre los objetos de identificación y los que aparecían hostiles, y también de la proyección de estos últimos. En 1923, en El yo y el ello (Freud, 1923b), vuelve sobre el tema estableciendo la existencia de “identifica­ciones primarias” con los padres filogenéticos, e “identificaciones secun­darias” con los padres actuales. Se configura así un “yo primario” y un “yo secundario”. Posteriormente aparecieron los trabajos de Melanie Klein (1934, 1946, 1955) sobre la disociación que tiene lugar en los primeros estadios de la vida extrauterina, así como sobre la proyección de una de las partes. Más tarde se conocieron las contribuciones de Arnaldo Rascovsky (1960) sobre el psiquismo fetal, ahondando en la comprensión de la disociación que describiera Freud entre identificaciones prima­rias y secundarias. También uno de nosotros, con sus aportaciones al estudio de la “reacción terapéutica negativa” (Cesio, 1960a, 1960b, 1962b), contribuyó al conocimiento de esta disociación básica. Las investigaciones prece­dentes y otras que han seguido esta misma línea nos muestran que en ciertos casos –entre los que se cuentan los que presentan el conflicto judío-antijudío– encontramos una disociación que comprende, por un lado, al yo primario, resultado de las identificaciones primarias, es de­cir, de las identificaciones con los objetos de la filogenia del individuo, y, por el otro, al yo secundario, resultado de las identificaciones con los objetos externos actuales del individuo. El yo primario corresponde, según los autores, al yo ideal, al yo prenatal, al objeto aletargado, etc., todos conceptos que encierran ideas con numerosas semejanzas. El yo secundario queda adscripto al yo posnatal. La importancia de los mecanismos persecutorios que encontramos en la relación entre el yo ideal –prenatal– y el yo –posnatal–, y que están en la base del antijudaísmo, ha sido bien destacada por Freud en los trabajos ya mencionados, así como por Klein y otros autores. En sus trabajos sobre la reacción terapéutica negativa, uno de nosotros se ha ocupado de casos donde esta persecución alcanza una expresión extrema, y en una de estas contribuciones desarrolla este tema precisamente en relación al conflicto judío-antijudío (Cesio, 1962b). Se trata de un caso donde lo judío quedaba adscripto al yo primario filogenético, mientras lo antijudío quedaba adscripto al yo secundario, resultado de la elaboración de su complejo de Edipo negativo dominante.

Pasemos a ocuparnos del material de los casos a través de cuyo estudio elaboramos nuestras conclusiones. El caso del paciente no judío en análisis con un analista judío es el de una señora educada en un ambiente tradicionalista antijudío. El problema se hizo agudo cuando a principios de este año, estando ella en análisis, se enteró de que uno de sus hijos, que actualmente tiene 20 años y vive en Europa, había sido aprisionado por pertenecer a una sociedad antijudía extremista. El otro caso es el de un joven judío en análisis con un analista no judío. En este paciente se excitó el conflicto persecutorio cuando estaba por na­cerle un hijo y se enfrentó con el problema de la posible circuncisión.

Caso I

Veamos ahora el caso del paciente no judío. Se trata de una señora de 39 años, casada hace veinte. Europea, reside en el país desde hace tres años. Tiene dos hijos. Pertenece a una familia cristiana con inten­sos prejuicios raciales, los que se expresan en sus simpatías por lo nazi, con el correspondiente antijudaísmo. Encumbrada en la alta socie­dad de su país de origen, ella, sin embargo, se dice liberal, despre­juiciada, y que ha abandonado la religión de sus padres. Consultó al psicoanalista por su inestabilidad afectiva, que se manifiesta en una vida sexual promiscua. Está en análisis desde hace dos años, a razón de cinco sesiones por semana. Por el tiempo de la sesión que vamos a comentar acababa de enterarse de que el hijo que vive en Europa, con quien ella está muy identificada, pertenecía a una peligrosa organi­zación antijudía extremista. Esta circunstancia nos habla de la extrema peligrosidad que encierra el conflicto de la paciente y que es el que aparece en la transferencia. El analista “es” el judío perseguido y a la vez perseguidor. Las defensas ante semejantes contenidos eran de tal intensidad que el propio analista contratransferencialmente aparecía identificado con estas defensas, y la temida situación persecutoria per­manecía latente.

La paciente mantiene una comunicación epistolar con este hijo activamente antijudío, y si bien es muy probable que le haya comuni­cado que está en análisis con un médico judío, ella “no sabe” si lo ha hecho. De esta manera está expresando que ella “no sabe” que su analista es judío, y así mantiene reprimido el conflicto en la transfe­rencia. Tanto es así que cuando tuvo las noticias sobre las actividades antijudías del hijo, el antijudaísmo de éste fue un tema fundamental de las sesiones, mas en ningún momento se mencionó que el analista es judío. Por ese entonces pensó que el hijo estaba gravemente enfermo y que debía psicoanalizarse.

La intensidad del conflicto judío-antijudío en esta paciente se hizo evidente a través de múltiples manifestaciones. Un episodio reciente nos muestra hasta qué punto el tema del hijo antijudío representa aspectos fundamentales de su personalidad; contó que había estado ha­ciendo unas formas recortando cartulina cuando imprevistamente se encontró con que había confeccionado una cruz esvástica. Cuando el ana­lista le interpretó que la cruz esvástica correspondía a la nazi que había en ella, tal como aparecía manifiesto en las actuaciones del hijo, protestó airada amenazando dejar el tratamiento si el analista no se retractaba del insulto que le había inferido.

Pasamos ahora al análisis de una sesión de esta paciente que, como antes dijimos, corresponde a la época durante la cual el tema del antijudaísmo estaba muy presente, mas, previamente, recordare­mos la historia de Scheherazada y la de Salomé, pues aparecen ocupan­do un lugar destacado en el material. Scheherazada es la princesa que contara al rey Sharizar las fábulas de Las mil y una noches. Este rey, engañado por una de sus mujeres, había jurado dar muerte a sus esposas cada día después de la noche de bodas. Scheherazada se casa en lugar de su hermana, y entreteniendo al rey con sus narraciones evita la reiteración del uxoricidio, salvando a su hermana y a las esposas futuras. Salomé es la princesa judía que instigada por su madre, He­rodias, y luego de la danza de los siete velos, con la cual seduce a Antipas, esposo de Herodias, exige la cabeza de Juan Bautista, prisio­nero entonces en el palacio de Herodes.

Reproduciremos fragmentos de la sesión, seguidos de un comentario.

La paciente llega 25 minutos tarde, se sienta y queda en silencio unos minutos.

A: –¿Qué está pensando?

P: –Me da rabia que siempre me tiene que preguntar (pausa).

Estoy... pensando... en que llegué tarde, y en otras cosas (habla entrecortadamente); pensaba en Scheherazada, me gustaría ser como ella, poder inventar cosas para contarle.

A: –Las cosas que quiere contarme como Scheherazada serían como velos con los cuales quiere ocultar la verdad de la llegada tarde. Esto sería al revés de la danza de los siete velos, con los cuales quiere cu­brirse para no aparecer de cuerpo entero, con la verdad desnuda, como serían los motivos de la llegada tarde, que creo son la desco­nexión y los conflictos que tiene conmigo.

Los minutos que la paciente llegó tarde representan la “ejecución” del ataque antijudío. El analista judío había sido “eliminado”. El si­lencio que sigue corresponde a la identificación melancólica de la pa­ciente con el “cadáver” del judío “matado” por ella –los muertos no hablan–. Este objeto aletargado –el “cadáver” del judío “matado”– pasa a ser un terrible perseguidor por su connotación omnipotente sádica. La situación se ha invertido, y el judío, el analista en la transfere­ncia, pasa a ser el perseguidor. En lo que sigue, ella fantasea un ataqu­e taliónico de parte del analista-judío, y entonces ella es Schehera­da, que con sus relatos –sus asociaciones libres– distrae al sultán-an­alista y evita su furia taliónica. El analista acepta el rol del sultán, identificado con la negación que la paciente realiza de los aspectos judíos del analista, atacados por ella, mas en su interpretación aparece lo que había estado “velado”. El analista había confundido los cuentos de Scheherazada con los velos de Salomé, y en este lapsus se hizo evidente la persecución latente en la cual la paciente amenaza la “cabeza judía” del analista “San Juan Bautista”. Y aquí volvemos a encontrarnos con la paradoja de que es el judío –Salomé era una princesa judía– quien persigue. Es que el judío “asesinado” ha pasado ahora a adquirir el poder omnipotente sádico que antes aparecía como propio del perseguidor antijudío.

La sesión siguió:

La paciente cuenta lo que le pasó esa tarde. Dice que llegó tarde de casualidad, ­porque se le hizo tarde. Iba a ir a lo de su maestro, pero no pudo porque tuvo que salir con el hijo que vive con ella. Luego iba a ir al Hospital Israelita a ver a M (una amiga íntima que trabaja en esa institución), pero a las siete habló con J (el amante de ese momento). No pensaba verlo pero al fin acordaron encontrarse por un rato. Se vio con él y entonces se le hizo tarde.

A: –Venir a la sesión toma el mismo carácter persecutorio que tiene para usted hablar de estas cosas con su maestro. Me hace acordar lo que hablábamos ayer acerca de su hijo y la lección de francés. Su hijo le dijo que no podía dar la clase y que tenía que ir a la oficina, lo mismo que le pasa a usted conmigo; no quiere exponerse a hablar este lenguaje y hace otras cosas en lugar de venir a la sesión. Usted asoció con el Hospital Israelita; el lenguaje que ven­dría a hablar aquí sería el ídish. Creo que en el fondo es porque yo soy el judío persecutorio. M vendría a ser la otra parte suya, la que sí está conectada conmigo.

Tal como le interpreta el analista, el maestro lo representa, así como la amiga M. Ambos hablan el idioma que ella no puede escu­char porque contiene las fantasías taliónicas. Es el lenguaje “judío persecutorio”. Encontramos en dos representaciones el mismo conte­nido. No va a lo de su maestro por salir con el hijo –desplazamiento de su hijo antijudío–, ni va al Hospital Israelita por salir con su amante. En su salida con el hijo y en la salida con el amante encon­tramos dos representaciones del ataque antijudío: el ataque al maestro y a la amiga del Hospital Israelita, que corresponden al ataque al ana­lista judío llegando tarde a la sesión.

En este fragmento es evidente que el atentado antijudío –que, como hemos señalado, está representado por su llegada tarde a la se­sión– corresponde a la salida de ella con su amante, acto con el que infringe la severa moral cristiana de su medio social. El atentado anti­judío es así un atentado a la ley de Dios –la ley mosaica– y, en otros términos, es un atentado contra su protosuperyó –yo ideal–, que queda adscripto a lo judío.

La paciente siguió diciendo:

P: –¿Cómo? No, porque M me dijo muchas veces de ir a verla y yo nunca voy.

A: –Me dice que va a venir y se queda con J.

P: –Yo le dije que iba a ir a eso de las cuatro y después no pude.

A: –¿Y M es judía?

P: –No, pero trabaja allí.

A: –Yo vendría a ser el Hospital Israelita y M representa una parte suya que está en contacto conmigo, con la parte judía. Pero hay otra parte que es la que no viene, que queda como opuesta, con J. Sería la expresión de su disociación y de su ambivalencia: usted vino a las ocho y media; mitad y mitad.

P: –Es una manera original de ver las cosas. Usted ve sólo la parte esa, ¿por qué no podría pensar: “qué bien que vine”?

A: –¿Cómo sería eso?

P: –Claro, que estuve con él y vine. ¿Por qué usted piensa así?

A: –Posiblemente es más completo como usted lo está expresando. La idea es que hay una parte en usted que quiere venir, pero que tiene que vencer una dificultad, que es estar con J. Habría una parte buena en el sentido de venir acá, de colaborar; pero de esta ma­nera niega la otra parte, la parte correspondiente a su hijo, el antijudío, que se niega, que me rechaza. El llegar tarde implica todo esto. Es una manera de defenderse de la persecución que le represento yo. Hemos visto que para usted J la salvaría de vivir acá esa persecución. En ese sentido, el alejarse del análisis volcán­dose a J sería un intento de disociar y de negar el carácter perse­cutorio que tiene todo esto, dejándolo en el análisis, y realizando con él lo que Freud denominaba una cura por el amor, es decir, una relación idealizada.

P: –J cura. Si estoy bien, y me siento bien, para qué me voy a analizar.

En el fragmento que acabamos de reproducir, que corresponde a la última parte de la sesión, dejando de lado otros contenidos, está manifiesta la disociación de la paciente. Antijudía por una parte y judía por la otra. Cuando por su encuentro con J llega tarde a la se­sión, y, por lo tanto, por un rato, hace desaparecer al analista, la encontramos omnipotente y maníaca. Con su ausencia “elimina” al ana­lista-judío, mas, automáticamente, el analista-judío “muerto” pasa a contener la omnipotencia y ella es la perseguida.

El judío “asesinado” corresponde a una parte de ella aletargada, la misma que poco después aparece proyectada en el judío perseguidor omnipotente y sádico.

Resumiendo las consideraciones que hemos hecho sobre los conte­nidos del conflicto judío-antijudío, tal como aparece en la sesión que acabamos de estudiar, se destaca una extrema disociación: mientras por una parte la paciente es la antijudía, por otra parte es lo judío. En su actitud maníaca antijudía la paciente aparece identificada con aspectos de su yo ideal. Su otra parte de la disociación está colocada en el analista-judío negado, “eliminado”. Mas la “muerte” del analista-­judío, que en términos del mundo interno de la paciente corresponde al aletargamiento del objeto correspondiente, conduce automáticamente a un cambio de los roles. La paciente es ahora la perseguida por el yo ideal omnipotente proyectado en el analista-judío. El analista-judío en el mismo acto del “asesinato” adquiere la omnipotencia persecutoria que habíamos encontrado en el antijudaísmo de la paciente.

Caso II

Mientras en la primera parte el tema fue el análisis de un no judío por un analista judío, en esta segunda parte, tal como dijimos al comienzo, vamos a ocuparnos del problema del antijudaísmo en la terapia psicoanalítica tomando como objeto el análisis de un paciente judío por un analista no judío. El paciente estaba por ser padre, y como consecuencia de ello se habían excitado sobremanera sus con­flictos raciales. Si el hijo resultaba varón, aparecía entonces el problema de la circuncisión –producto de la presión que ejercía sobre él su tradición judía, que lo inducía a hacerlo–; la influencia del análisis lo detenía, y, finalmente, cuando nació el hijo varón, lo definió a de­jarle el prepucio.

Se trata de un paciente que cuando comenzó el psicoanálisis, hace ya siete años, padecía una esquizofrenia paranoide desde hacía otros ocho años, por lo que había sido objeto de varias internaciones. Previa­mente al psicoanálisis había sido tratado por los métodos psiquiátricos clásicos, en particular electroshocks, y pesaba sobre él un pronóstico negativo. El psicoanalista actual era por ese entonces médico interno del sanatorio y así le cupo una participación en la aplicación de los electroshocks. Después de haber comenzado su psicoanálisis tuvo algunas recaídas que exigieron su internación y tratamiento por electroshocks, pero paulatinamente fue mejorando. Desde hace tres años no padece de episodios psicóticos, y actualmente trabaja bien con excelente resul­tado económico, se ha casado y está por tener su primer hijo.

Proviene de una familia judía, y en el análisis surgía esta circuns­tancia como un conflicto. La circuncisión aparecía como un símbolo del sometimiento a esas tradiciones judías, y la lucha interior frente a la actitud a adoptar con el futuro hijo se manifestaba por el con­flicto con el analista no judío. El paciente nos muestra así, a través del juego de sus identificaciones, sus vivencias más profundas, que se confunden con el desarrollo de su conflicto judío-antijudío.

A través del análisis del embarazo de su mujer pudimos ver que el feto le representaba, con su prepucio, al yo ideal omnipotente, y esta proyección del paciente ponía en peligro su identificación con ese yo ideal. Por otro lado, el feto era el “yo ideal” omnipotente con el cual el paciente tendía a integrarse, mas esa posible integración lo expo­nía al ataque de los aspectos persecutorios de ese yo ideal. El feto aparecía así representando al antijudío. Se establece así el conflicto judío-antijudío en la relación entre él y el feto. La circuncisión del hijo aparentemente le resuelve el conflicto, pues hace del recién nacido alguien que contiene esa omnipotencia, pero sin la peligrosidad del niño con prepucio que conserva intacta la omnipotencia fetal. El hijo circun­cidado es igual a él mismo circuncidado. En el análisis, estos contenidos cobraron desarrollo. Los expondremos a través de la transcripción de una sesión y de las consideraciones sobre la misma.

Esta sesión es justamente la del día anterior al parto en que nació el primer hijo del paciente y, por consecuencia, aquella en que la ten­sión en relación al feto-hijo era máxima.

El paciente, con voz seria y grave, en clima tenso, comenzó di­ciendo:

P: –... Pensé... en persecución... algo que me puso en tensión en el momento mismo que me acostaba... debe ser su presencia desde el punto de vista analítico.

A: –¿Por qué mi presencia desde el punto de vista analítico?

P: –Así, amenaza con persecución. Tengo temor de su cuaderno.

A: –Como en sus crisis, en las cuales “con el amigo no rompía, con el analista sí”. Esto corresponde a distintas imágenes persecutorias que tiene usted dentro y coloca sobre mí.

P: –No veo esta crisis... Puede ser... por el acercamiento a la fecha del nacimiento del bebé. (Silencio.)

Al recostarse siente que él es el analista-madre judía que da a luz. El analista pasa a simbolizar al feto –yo ideal– que nace y co­rresponde a una vivencia de pérdida de su omnipotencia, que queda colocada proyectivamente en el analista-feto-hijo. El analista pasa así a ser un temible perseguidor, ya que en su rol de feto-hijo tiene consigo los objetos arcaicos omnipotentes del paciente. La representación fecal que estas fantasías poseen –feto=heces– imprime al material del paciente características anales. De esta manera, el paciente vive el parto como un sometimiento anal homosexual al analista, e intenta negar esta situación identificándose con ese feto-hijo-omnipotente –actitud que corresponde a lo que fueron sus ataques psicóticos–.

El silencio parece seguir inmediatamente a la fantasía de naci­miento del hijo, y simboliza su máxima omnipotencia –en el silencio es dueño absoluto de su mundo interno, está confundido con él mismo–­ y también la máxima castración –él es el hijo-feto-cadáver (letargo) atacado y “muerto”–. Es una elaboración melancólica del nacimiento del hijo, y, en la transferencia, del encuentro con el analista.

El silencio fue roto por el analista, quien dijo:

A: –A mí me angustió. Es su angustia frente a su crisis, que yo percibo y usted niega.

P: –Sí, yo venía angustiado. Ahora me siento menos tenso...

A: –Este estado suyo se relaciona a la euforia y fantasías de triunfo frente al “nacimiento tan próximo de su hijo, así como también frente a A. (Otro paciente que lo visitó poco tiempo antes para “tomar ejemplo” de él.)

P: –Sí, porque siento mucho orgullo al saber que voy a ser padre; esto y la visita de A me han hecho sentir una mayor fuerza en mi interior.

A: –Su sensación de orgullo corresponde a que usted se siente reivindi­cándose así de sus frustraciones anteriores. De ahí también que se sienta, en medio de su euforia, muy perseguido por mí. Por eso trata de prescindir de mí, porque si me toma en cuenta siente que todo ese “bienestar” se le derrumba; es el “contraataque”... Como soy analista, siente que es el análisis, las interpretaciones, las armas con que yo le puedo contraatacar y bajarle la cabeza orgullosa.

La angustia, tan asociada al nacimiento, nos habla de la vivencia de parto que contiene este pasaje. El silencio precede al revivir, por parte del paciente, su nacimiento, a través de una proyección sobre el analista. El hijo que nace, omnipotente, peligroso, castrador, maníaco, va triunfando sobre los padres, con quienes el paciente está identifi­cado. Nacimiento e identificación se confunden, y es así como el pa­ciente siente suyos estos contenidos que desde otro enfoque son del analista-feto-hijo. Este sentimiento corresponde a las fantasías mesiánicas, omnipotentes, de sus episodios psicóticos. Acto seguido, aparece el contraataque del analista, la retaliación –el paciente taliativamente triunfaba sobre el analista-feto por quien se había sentido sometido; el analista, a su vez, volvía a triunfar sobre él, cumpliendo con la ley del talión, es decir, lo retalionaba–. La retaliación del analista estaba representada por la circuncisión –“bajarle la cabeza orgu­llosa”–, y reproducía su relación básica con los padres judíos, que es la que intentaba reproducir siendo ahora él el padre, cuando pensaba circuncidar a su hijo.

A la interpretación, el paciente asoció:

P: –Me acuerdo de mis amigos que usufructuaron la situación econó­mica argentina cuando era buena... y mientras yo estaba en el sanatorio, ellos se compraron coches y progresaron...

A: –Esto lo está sintiendo conmigo. Yo lo habría internado en el sana­torio para que no progresara, mientras yo avanzaba y le sacaba la plata. Ahora, al desarrollarse, usted progresa económica y psicológicamente: casarse, ser padre, etc., lo siente con ideas de venganza. Se da vuelta la tortilla; pero su sentimiento de triunfo viene acompañado por un gran temor persecutorio.

Los que progresaron mientras él estaba internado son los repre­sentantes de objetos superyoicos de su mundo interno, objetos que se desarrollaron a expensas del “yo” que no pudo así integrar contenidos fundamentales del ello, quedando limitado y empobrecido.

El paciente vivenció su salida del sanatorio como un nacimiento, y sus notables progresos posteriores, resultado de una identificación maníaca con esos objetos superyoicos –padres–, como un apoderarse de los bienes de sus padres-analista. Al nacerle el hijo se repite el pro­ceso, pero ahora él es el padre y el hijo lo amenaza con quitarle estas “riquezas” que nuestro paciente ha “conquistado”.

El paciente siguió diciendo:

P: –Así no soy feliz, con todos estos sentimientos vengativos y temores, culpa y miedo al búmerang... (Con tono depresivo y afligido.) Esto me hace recordar a un partido de catch que vimos en televisión.

A: –Lógicamente, es lo que le pasa aquí, donde todo lo vive como una lucha.

P: –(Súbitamente angustiado y tenso, sobresaltado.) ¿Cómo que es lógico? ¿Qué me quiere decir?

A: –(Sentí que había vivido la situación en términos de ecuaciones sim­bólicas, y le interpreté.) Se sobresaltó porque cuando yo dije “lógi­camente”, lo vivió como que yo confirmaba sus temores y le decía que sí, que efectivamente yo era el búmerang, porque así me siente en este momento; y que es “lógico”, que así lo voy a meter en el sanatorio.

En su fantasía, él da a luz un hijo peligroso. La lucha que sigue corresponde al parto, que es a la vez un proceso de identificación con ese hijo peligroso que puede destruirlo. Es nacimiento e incorporación al yo de partes disociadas del paciente que habían permanecido en un estadio prenatal. La internación en el sanatorio en la que podría con­cluir esta lucha, significa una regresión al estado anterior en que estos núcleos prenatales permanecían encerrados, aletargados.

En otros niveles, este conflicto se expresaba en un lenguaje anal. El búmerang representa al pene del analista, y la lucha, la relación homosexual en la que él se somete masoquistamente.

La sesión continúa:

P: –Me enteré de que en la facultad hay elecciones; si ganan los huma­nistas, se meten los religiosos... puede haber antisemitismo...

A: –Los humanistas, los antisemitas, me representan a mí que lo ataco y persigo, por todo lo que me sacó. Conmigo se siente projudío, al revés de lo que le pasa con sus padres, donde se siente el antisemita, el nazi, el tacuara. Se quiere vengar de sus padres por la castración, la circuncisión... Pero a mí también me siente como a su padre que lo castró al circuncidarlo: porque yo soy el judío que lo castró con la internación y el electroshock, que representan su circuncisión que fantasea hacerle, vengativamente, a su hijo.

Las elecciones en la facultad, que permiten que se “metan” los religiosos, simbolizan la integración en el yo de elementos disociados persecutorios referidos al yo ideal –recordemos que en sus episodios psicóticos tenía delirios místicos en los que se sentía cerca de Dios–, y que en la transferencia estaban proyectados en el analista constitu­yendo lo antijudío. El paciente, en su éxito –mejoría general y eco­nómica en particular–, siente que ha obtenido para sí aspectos del yo ideal, y entonces el analista-padres despojado lo persigue. Así también vive la relación con el feto-hijo, quien aparece arrebatándole, como el paciente-hijo con los padres, los bienes ideales.

En la última parte de la sesión, el paciente dice:

P: –Puede ser, porque últimamente he fantaseado con dejar el análisis.

A: –Para escapar de mí; es como huir del sanatorio y dejarme venga­tivamente, a mí, adentro, encerrado, en el consultorio-sanatorio.

P: –Últimamente siento enfermo mi oído, y se acentuaron mis preocu­paciones por los dolores en la columna.

A: –Es la circuncisión que yo le hice, y que descarga sobre su hijo, que representa al análisis, los progresos suyos y a mí.

La idea de dejar el análisis corresponde a una fantasía de naci­miento –salir del análisis-útero–, identificada con el feto que está por nacer, y pasar así a poseer la omnipotencia del feto, no con las limitaciones que le impone el ser judío que aparece sólo parcialmente identificado con el yo ideal, sino en forma plena. Pasa a ser así el anti­judío omnipotente. El analista pasa a ser los padres judíos circuncida­dos, castrados, “internados”. Finalmente, en una elaboración melancó­lica, se identifica con el analista-padres atacado. El paciente asociaba esos dolores en la columna con los electroshocks que le había aplicado el analista.

El embarazo de la mujer del paciente y la particularidad de que esta circunstancia excitaba justamente el problema judío nos llevaron a un enfoque donde lo fetal aparece manifiestamente en un primer plano. Por otro lado, era notable la fijación del paciente a niveles que podemos considerar fetales. Padecía de un “dormir” con características catatónicas –letargo–, típico de estos niveles, y, como un feto, se hacía trasladar pasivamente –sólo podía viajar en taxi–. Conocemos el con­tenido fetal del letargo, y su actitud pasiva de hacerse llevar corres­pondía a la fantasía de ser el feto dentro del vientre de la madre. También aparecía en este caso la representación fecal que suelen tener estos contenidos, en la que el útero es sustituido por los intestinos y el feto por la materia fecal.

En un material donde coincidentemente con la movilización que estaba experimentando tuvo un grave accidente, encontramos estos contenidos. Por una imprudencia provocó una explosión de gas en su departa­mento, que pudo ser trágica y que correspondía a la fantasía de un parto explosivo.

En síntesis, podemos decir que en este caso lo judío del paciente está representado en un nivel por su identificación con unos padres cuya potencia posee rasgos de omnipotencia. En el material que expu­simos, esto corresponde a los rápidos progresos que realizó desde que salió del sanatorio. En otro nivel, lo judío corresponde a su identifica­ción con el feto aletargado –en su psicosis e internación–. Correla­tivamente podemos también describir dos niveles en el antijudaísmo de este paciente: su envidia por los progresos que veía en el analista y, en su forma extrema, su identificación con los contenidos del feto-hijo entero, “con prepucio”, es decir, un “yo” en una identificación ideal con el “ello”.

Cuando consideramos los dos casos que hemos expuesto nos encon­tramos con características comunes que se destacan. En ambos es no­table una profunda disociación, en la que una de las partes corres­ponde al yo ideal y la otra al yo, y también es evidente la proyección de una de estas partes con el establecimiento de una situación perse­cutoria. En las sesiones descriptas hemos encontrado esta disociación interna dramatizada en la transferencia.

Así vemos en el caso I la disociación de la paciente cuando sale con el amante en una actitud maníaca omnipotente, mientras por otro lado también es el analista-judío aletargado –psicológicamente asesi­nado–. Acto seguido, aparece atemorizada ante el sultán, objeto en el que se transformó el “cadáver” que había proyectado en el analista, mientras ella por otra parte se transforma en Scheherazada atemori­zada por la posible taliación. Más adelante cambia nuevamente el signo de la disociación. Maníacamente, ella aparece identificada con “el judío” que había estado aletargado y es Salomé omnipotente y sádica que ataca al analista “San Juan”.

También es muy evidente la disociación en la sesión del caso II. En un comienzo, el paciente se identifica con los padres judíos perse­guidos mientras proyecta sobre el analista el “yo fetal” omnipotente –yo ideal– que representa lo antijudío. Más adelante aparece un mecanismo maníaco por el cual el paciente se identifica con el feto y pasa a adquirir para sí la omnipotencia perseguidora mientras proyecta sobre el analista a los padres judíos perseguidos.

En la introducción hablamos de dos momentos en el proceso del antijudaísmo: uno corresponde a una manifestación moderada y el otro a la culminación de este proceso. En nuestra práctica encontramos la expresión moderada de antijudaísmo en la situación psicoanalítica, en la que el psicoanalista es considerado, en términos generales, “judío”, mientras el paciente se identifica con el antijudío. Esta proyección sobre el analista corresponde a aspectos del paciente identificados parcial­mente con el yo ideal y que aparecen poseyendo sus mayores bienes. Por medio del análisis, el paciente espera llegar a la posesión de esas “riquezas” proyectadas.

Asimismo sabemos que el nacimiento y el desarrollo del psicoanálisis están muy asociados a lo judío. Freud y sus más íntimos colabora­dores –S. Ferenczi, K. Abraham, E. Jones, O. Rank, H. Sachs y M. Eitingon–, que rigieron el movimiento psicoanalítico desde 1912 hasta 1922 por medio del “Committee”, eran todos librepensadores sin limi­taciones religiosas y todos de origen judío, excepto Jones que, de todas maneras, estaba muy identificado con lo judío. Además, el psicoanálisis ha sido víctima de la persecución antijudía.

Volviendo al material clínico que presentamos, la forma moderada de antijudaísmo aparece, tal como acabamos de decir, matizando toda la relación entre estos pacientes y sus analistas. Especificando más, esta relación está manifiesta en el caso I en la amistad de la paciente con M, la amiga que trabaja en el Hospital Israelita, quien representa su identificación con lo judío y que a la vez representa al analista, a quien se siente positivamente ligada pero de quien la separan ansie­dades persecutorias. En el caso II encontramos esta forma moderada de antijudaísmo en la relación del paciente con el amigo-analista envi­diado, que aprovechó las circunstancias y “compró coche y progresó”, y con quien tiende a identificarse en sus progresos. En este contexto, el analista representa al judío-padres persecutorio, pero de quien, sin embargo, espera obtener lo que en él ha proyectado.

El otro momento en el proceso del antijudaísmo, que corresponde a su manifestación extrema, es muy evidente en el material de estos pacientes. En el caso I aparece repetidamente el tema de la persecu­ción y la muerte. Lo encontramos cuando la paciente “mata” al ana­lista-judío en su llegada tarde. Reaparece el tema cuando se siente Scheherazada perseguida taliativamente por el “judío asesinado” trans­formado por este mismo acto en el sultán omnipotente. Más adelante, ella maníacamente se identifica con el judío talionador cuando “es” Salomé y el analista San Juan Bautista. En el caso II encontramos un movimiento semejante. La sesión comienza con el tema de la perse­cución por el feto que representa al antijudío maníaco, omnipotente, que ataca al paciente identificado con los padres judíos. En otra parte, el paciente, identificado con el feto-hijo, se siente omnipotente persi­guiendo al analista-judío.

La envidia como una fantasía Hepática y sus relaciones con La manía y la psicopatía [i]

(1964)

Referencia bibliográfica

CHIOZZA, Luis (1964a) “La envidia como una fantasía hepática y sus relaciones con la manía y la psicopatía” [I].

Primera edición en castellano

Aportaciones al I Congreso Interno y IX Simposium. Manía y psicopatía, vol. 2, APA, Buenos Aires, 1964, págs. 247-260.

1. La envidia como una fantasía hepática

El hablar de fantasías orales, anales o genitales, ha surgido de la observación unida a un principio teórico que ha hecho posible su reconocimiento y ubicación conceptual y que ­nos permite hablar también de fantasías inconcientes primarias correspondientes a otros órganos. Este principio ha sido explícitamente formulado por Freud cuando dice: “...pudiendo funcionar como tales [zonas erógenas]... en realidad todos y cada uno de los órganos” (Freud, 1905d, pág. 818) y “todo proceso algo importante aporta algún componente a la exci­tación del instinto sexual” (Freud, 1924c, pág. 1025). Tal como está construida la teo­ría psicoanalítica, parece indudable que estas cargas deben acompañarse de una representación mental específica inconciente. Esto lo expresa Susan Isaacs diciendo: “Todos los impulsos, todos los sentimientos, todos los modos de defensa, son experimentados en fantasías... Una fantasía representa el contenido particular de las pulsiones o sentimientos...” (Isaacs, 1948*, pág. 84), y más adelante: “...los distintos mecanismos”, que según la misma autora “derivan en última instancia de los instintos y de las reacciones corporales innatas”, “se re­lacionan con fantasías específicas” (Isaacs, 1948*, pág. 102).

Pienso, de acuerdo con conclusiones que expresé en trabajos anteriores (Chiozza, 1963a, 1963b1), que el componente hepático añade la cualidad específica que transforma en envidia a una fantasía visual-proyectiva (invideo). Expresar el contenido de fantasías tan corporales con símbolos verbales es sólo una burda aproximación, pero algunos de los matices específicos de estas fantasías hepáticas inconcientemente utilizados por el lenguaje habitual, están latentemente contenidos en él. De esta manera, lo venenoso y lo amargo quedan vinculados a lo hepático a través de la bilis, y lo mismo ocurre con la envidia y los celos, asociados en el lenguaje a los colores amarillo y verde y a la ictericia. Freud cita el caso de un hombre que “sufría extraordinariamente en sus ataques de celos y... que describía su estado, diciendo sentirse como Prometeo encadenado y entregado a la voracidad de los buitres, o arrojado en un nido de serpientes...” (Freud, 1922b [1921]), pág. 1018). En inglés, jaundice, palabra que deriva del francés y surge de jaune (amarillo), posee dos acepciones; se la usa para denominar la ictericia y a la vez para referirse a un estado mental patológico caracterizado por celos, envidia, malicia y suspicacia.

Repetiré aquí algo que he expuesto más detalladamente en trabajos anteriores. Parece evidente que la acción de envidiar constituye un mecanismo que, visto desde el aspecto corporal, es o simboliza la formación de la bilis y su progresión a través de las vías biliares. La bilis “prepara” los alimentos e interviene activamente en un tipo de digestión que podemos considerar “externa”, ya que no se localiza en la intimidad de los tejidos sino en la luz intestinal. De acuerdo con lo que acabamos de decir, el envidiar debería incluir, psicológicamente considerado, un modo de funcionamiento men­tal que consiste en desmenuzar o analizar un objeto “afuera”, o sea antes de incorporarlo. Esto implica afirmar que, como ocurre con cualquier otro mecanismo, el envidiar sólo adquie­re significado patológico a través de los factores descriptos en la serie complementaria. Mantengo el nombre de envidia pa­ra este aspecto sano de aquello que se ha descripto como un impulso destructivo perjudicial, por dos motivos: primero, porque creo que se trata de un mismo mecanismo que es utilizado de una manera e intensidad diferente dentro de la salud y la enfer­medad, según un contexto que en parte es producto de un pasa­do heredado y adquirido; segundo, porque, en castellano por lo menos, el término “envidia”, lo mismo que el verbo “envidiar”, man­tienen al lado de aquella que destacamos en psicoanálisis una connotación positiva que aparece en el diccionario definida como “deseo honesto” o “apetecer lo lícito”.

Es un hallazgo continuamente comprobado el que celos y envidia aparezcan íntimamente ligados en la fantasía inconciente. M. Klein (1957a) presenta a los celos como un afecto que sur­ge de la envidia y que aparece en cuanto la relación biperso­nal madre-hijo (boca-pecho) pasa a estructurarse en la relación edípica triangular. Si pensamos en la afirmación de Freud (1922b [1921]) cuando, refiriéndose a los orígenes del yo ideal, dice que la primera y más duradera identificación ocurre con ambos padres de la prehistoria personal, y es directa e inmediata, anterior a toda catexis de objeto; y si aceptamos una representación o existencia interna, heredada, de la pareja parental (Rascovsky, 1960; Cesio, 1964), tal como se desprende de las anteriores palabras de Freud (Cesio y colab., 1964b), podemos concluir que la situación triangular, edípica, necesaria para la aparición de los celos, ya se halla contenida en el psiquismo desde el primer momento.

Al lado de estas consideraciones dinámico-estructurales acerca de los celos, podemos hacer otras de tipo económico. La palabra “celo”, derivada del latín zelus (ardor) y del griego zeo que significa “yo hiervo”, nos permite establecer una conexión entre los celos y la frustración instintiva que queda de esta manera asociada al fuego como un representante de los instintos, y también a la interpretación que hemos hecho del mito de Prometeo en otro trabajo (Chiozza, 1963a, 1970g [1966]). Este contenido económico de los celos aparece también cuando se habla, refi­riéndose a ciertos animales, de una época de celo. Podríamos aventurar la hipótesis de que la carencia más o menos temporaria de un objeto adecuado en lo que respecta a los instintos del yo –que “comen” del propio organismo (Racker, 1957a)–, estructuraría una serie progresiva que recorre el apetito y el hambre hasta configurar un estado patológico, la voracidad, en donde no basta la presencia de ese objeto adecuado, para restituir la norma­lidad. (Damos por supuesto que esto además depende de una ecuación interna constitucional y que contiene una carga oral libidinosa.) Análogamente, una suficiente intensidad de carencia, en lo que respecta a los instintos libidinosos, daría lugar a los celos patológicos como un equivalente “genital” de la voracidad. (Incluimos aquí dentro de lo “genital” las fan­tasías primitivas, que corresponden a la pareja de la propia prehistoria heredada en el inconciente, y que se materializarían durante las fases más narcisistas del desarrollo como crecimiento, que es producto, visto en su aspecto corporal, de la reproducción celular.)

La presencia del estímulo (objeto) específico provocaría, en el voraz y en el celoso, el re-sentimiento de una carencia experimentada como un fuego devorador, cuya satisfacción directa es ya imposible, tal vez como resultado de la regresión. La envidia entonces, como un mecanismo digestivo del yo, procuraría la destrucción de este estímulo (objeto) que se ha tornado persecutorio, originando algunas veces, como lo ha señalado M. Klein, un círculo vicioso perjudicial; pero po­dríamos pensar que otras veces, quizás a expensas de un empobrecimiento en todas sus posibilidades de relación con el objeto, el yo logra defenderse así de una situación mucho peor.

2. Relaciones de la envidia con la manía y la psicopatía2

3. Presentación de una paciente

Presentaré ahora, más como ejemplo que como demostración, un material clínico cuya elaboración me ayudó a comprender parte de lo que expuse anteriormente. Se trata de una mujer de 30 años3 que, cuando llegó a mí, había comenzado hacía pocos meses una psicoterapia de grupo porque, según me explicó, se sentía insegura, con aburrimiento o con fastidio que se transformaba rápidamente en angustia, y con fantasías de sui­cidio y de infidelidad. Luego de un coito extraconyugal que fue antecedente casi inmediato a las vacaciones de su psicoterapeuta de grupo, le pidió a éste que le recomendara un ana­lista “individual”, lo cual en su fantasía significaba “para ella sola”. Comenzó así su tratamiento conmigo en un mes de febrero, con una enorme preocupación por los días que yo me tomaría de vacaciones, porque, aunque sabía que eran pocos, y por eso me eligió, temía no poder soportarlos. Había padecido, según vimos más adelante, trastornos diagnosticados como he­páticos, que se caracterizaban por ocasionales dolores en el hipocondrio derecho, de carácter generalmente cólico, y acompañados muchas veces de náuseas, vómitos y mareos. Había entre estos episodios grandes intervalos libres. Ignoro si le fue diagnosticada alguna vez una colecistopatía con métodos auxiliares de diagnóstico.

Para los fines que nos ocupan, elegí este caso por varios motivos: primero, la presentación de un episodio vesicular durante el tratamiento; segundo, porque, parafraseando lo que ha escrito Garma a propósito de un pseudoulceroso (Garma, 1954), si es­ta paciente está exenta de una alteración somática claramen­te perceptible, la ausencia de una tal alteración somática vesicular mantendrá en su terreno original los conflictos que actúan en el enfermo de las vías biliares, permitiéndole percibir mejor los procesos que actúan en ella. Además, y quizás vinculado con esto último, me parece un caso particularmente adecuado para estudiar el tema que nos ocupa en relación con la psicopatía y la manía.

Durante los seis primeros meses de tratamiento aparecieron frecuentes referencias a malestares hepáticos. A veces eran propios aunque de otra época, a veces aparecían en sus relatos a través de terceras personas que los sufrían, una vez tuvo un pequeño “ataque” hepático en mitad del sueño, otra vez una de sus hijas, de pocos años de edad, padeció de una discreta hepatomegalia con una ictericia leve que le duró varios días. En el material manifiesto, tales perturbaciones aparecían vinculadas al asco, las náuseas y la rabia (pataletas). Todas esas ocasiones tenían en común una situación transferencial subyacente, simbolizada y actuada en esa sintomatología, y que correspondía a la introyección de un aspecto materialmente frustrante de la realidad exterior, que la conducía a la pérdida de la ilusión de una unión omnipotente conmigo y que se manifestaba como una crisis de celos y envidia inconcientes coartados en su derivación hacia el objeto externo. Visto desde el punto de vista que nos interesa destacar aquí, diremos que el fracaso de la omnipotencia como mecanismo maníaco que contiene la identificación con lo ideal, la conducía a las fantasías hipocondríacas, debido a que se hallaba bloquea­do el camino hacia la acción sobre el objeto externo propio de la actividad normal o de la psicopatía.

Veremos con más detalle uno de estos episodios en el cual una crisis intensa se expresó en la transferencia. Como resultado de la elaboración lograda a través de seis meses de tratamiento, pudimos, en una sesión determinada, obtener un insight muy cargado de afecto acerca de su angustia ante situaciones placenteras que hubieran debido provocarle bienestar. ­Me expresó entonces gratitud y su vivencia de una unión satisfactoria conmigo. Simultáneamente, como defensa y como repetición compulsiva, esta unión fue idealizada y transformada en la posesión omnipotente del objeto, mediante la negación, en el presente transferencial, de la existencia de nuestras dos personas como individuosmaterialmenteseparados en el espa­cio y el tiempo. Cuando esta negación, ante el incremento de la frustración ligada al tiempo transcurrido (y también por repetición del pasado), se destruyó en el “aquí y ahora” de la sesión siguiente, pasó a ser simbolizada (y racionalizada), en ese presente transferencial, con material referido a la separación por un día feriado y por una demora mía en atenderla.

Formó parte de mi demora en atenderla la circunstancia de estar utilizando el tiempo que le era debido a ella en otro paciente. (Esta situación corresponde, como es evidente, simultáneamente a mi transferencia y a mi contratransferencia, que considero, de acuerdo con Racker –1960– y con Cesio4, una y la misma cosa vista desde dos ángulos diferentes, o sea en función de ser analizado o de ser analista, pero cuyo análisis no es imprescindible en este momento para la comprensión de lo que deseo ejemplificar.)

Durante ese día feriado al cual nos estamos refiriendo, que fue intervalo entre dos sesiones, sus conflictos disocia­dos y somatizados aparecen como una súbita enfermedad de su vesícula biliar. Tuvo fiebre, náuseas, vómitos, mareos y dolores muy agudos en el hipocondrio derecho. Le fue diagnostica­da una colecistitis aguda debido a una tumoración muy doloro­sa en esa zona, que, según palabras de la paciente, “se veía a flor de piel”. Mientras tanto, en lo que respecta al contenidomanifiesto de sus vivencias psicológicas, continuó experimentando la sensación de una unión gratificante conmigo. Pensaba cuál pudo ser el conflicto que la había llevado a este estado, y a pesar de las prescripciones del médico consultado, que le había aconsejado tres días de reposo en cama y le había prevenido que podría sobrevenirle una ictericia, concurrió al día siguiente a mi consultorio. Veamos algunos trozos de esta sesión precedida por mi demora en atenderla.

(Entra pálida de rabia.) ¿Usted sabe cómo estoy? Estoy furiosa.

Me iba a ir. ¿Usted sabe el esfuerzo que hice para llegar a las siete? Estuve descompuesta. Toda la noche me sentí mal. Con un dolor terrible en el costado derecho... unas puntadas... y vómitos y mareos. Un ataque de hígado. Le iba a decir a la mucha­cha: dígale al doctor que se vaya a la mierda. Cederle cinco minutos de mi hora a un boludo... que se vaya a la mierda... si estaba mal, que se aguante. Para qué me levanté de la cama para venir. Tenía miedo de manejar de cómo me sentía. Quería pensar por qué era y no lo lograba... debe ser por ayer. Pero encima... mi ho­ra y otro tipo adentro, no lo puedo aguantar... Ayer lo mismo, que no me atendió... La familia me decía que me quede en cama... consideré que era importante venir aquí...

[...]

...y me da un fastidio bárbaro. Ceder algo que considero que es mío me resulta imposible, me doy cuenta... Ceder la tentación de venir manejando mi propio coche. Pero estaba tan mareada... Sonia (una hija de 10 años) estaba tan preocupada que qui­so acompañarme. Estoy floja, porque anoche estuve con vómitos. Lo único que estoy es a té. Era tal la inflamación de vesícu­la que se veía a flor de piel. El médico me dio tres días de reposo por miedo a una ictericia. No sé si lo dijo por asustarme. Me cuesta ceder, tenía una ambivalencia bárbara, pero no estaba en condiciones de manejar. Aceptar que necesito de alguien y que estoy en inferioridad de condiciones es tremendo para mí... y encontrarlo con otra persona... para qué le voy a contar... Hubiera sido divertido que me hubiera ido de verdad.

Con el presente material, que, debo aclararlo, era comple­tamente inhabitual en ella, deseo ejemplificar, en primer lu­gar y como contenido, los celos que estallan porque, aunque disociados y colocados en un síntoma corporal, ya estaban “a flor de piel”,

Aunque luego volveremos sobre este aspecto, para evitar repeticiones nos apoyaremos en M. Klein (1957a) y diremos que si, como ella afirma, “los celos están basados en la envidia”, podemos aceptar que en este material otro contenido importante era un sentimiento de envidia inconciente que también perma­necía negado y se expresaba somáticamente. Durante el día feriado, celos y envidia fueron reactivados nuevamente junto con la gratitud experimentada hacia un objeto gratificante trans­ferido sobre mí, pero que ya no estaba materialmente presente, y fueron negados y disociados maníacamente, y también inhibi­dos en su derivación hacia la acción y hacia la conciencia por tratarse de actos prohibidos y de representaciones displacenteras. Quedaron bloqueados simultáneamente el pensamiento y la actuación, y fueron sustituidos por el síndrome corpo­ral, a través de un órgano cuyo lenguaje debe ser particularmente apropiado para expresar estas vivencias, puesto que lo suponemos muy íntimamente vinculado a las fuentes somáticas específicas que proporcionan la carga para esos afectos (Chiozza, 1963a). Los celos y la envidia fueron, pues, sustituidos por un síndrome corporal cuya representación psicológica acompañante era una ansiedad hipocondríaca. Esta ansiedad hipocondríaca esta­ba antes, durante su negación maníaca, encubierta. Al día si­guiente, el tiempo transcurrido como separación y mi demora fueron incrementando la frustración (como ocurre con el lactante que alucina el pecho), y esto transformó la negación en económicamente insostenible. Aparecieron entonces los celos como contenido psicológico, acompañados de un insight que en parte era defensivo (Etchegoyen, 1960), pero simultáneamente apareció la envidia en forma de mecanismo repetido inconcientemente como actuación que se satisface a través de la acción (material) contenida en las palabras (Álvarez de Toledo, 1956).

Es decir, la negación se deshizo en parte, como mecanismo maníaco, pero se mantuvo también en parte dentro de la repetición (actuación) como mecanismo psicopático. En el mismo co­mienzo de esta sesión, ya se hacía evidente que el cuadro somático estaba volviendo a adquirir una representación psicológica, y al día siguiente, en efecto, habían mejorado sus síntomas hepáticos casi por completo. Para esta evolución intervi­nieron a mi juicio, y además de la repetición en el presente de un ciclo pasado, tres mecanismos:

l) el haberse deshecho en parte, y por el incremento de la frustración, la disocia­ción que, manteniendo la conversación, evitaba la representa­ción psicológica correspondiente a estos afectos;

2) la des­carga material (catarsis) a través de la acción envidiosa in­conciente (durante la sesión) de las emociones ligadas a es­tas representaciones;

3) mis interpretaciones durante la sesión, y por un doble mecanismo: a) el enriquecimiento del insight; b) la constatación de mi subsistencia material a pe­sar de sus ataques envidiosos (su ansiedad depresiva incon­ciente era aquí el equivalente de su anterior ansiedad hipo­condríaca).

Si consideramos los puntos primero y segundo unidos al tercer aspecto, que es el único realmente mutativo, debemos a mi juicio tener en cuenta que, aun incluyendo su actuación envidio­sa, fueron también útiles. (El tercer aspecto es sólo especí­ficamente psicoanalítico en lo que respecta a su primera par­te, la interpretación, puesto que la constatación de la sub­sistencia material del objeto ocurre también fuera del contexto analítico.)

Estamos aplicando ahora el psicoanálisis para comprender lo que ocurrió entre mi paciente y yo en relación con este epi­sodio, pero quedaría muy incompleta esta comprensión si omi­tiéramos el considerar todo ese episodio como la repetición, en lo que fue el presente transferencial, de una situación pasada cuyas características básicas es útil tratar de delinear. Podemos a mi juicio esquematizarla diciendo que es una situa­ción en la cual hay un déficit relativo entre la presencia material de un objeto que debe absorber las necesidades instin­tivas (tanto ideales como materiales), y el monto de esa necesidad interna que no puede ser satisfecha autoeróticamente (manejando su propio coche). (En un trabajo anterior –Chiozza, 1963a– he pro­curado comprender de esta manera las llamadas ictericias fi­siológicas del recién nacido, que quedarían así vinculadas al corte del cordón umbilical y al trauma del nacimiento, por cuanto pienso que el hígado representa, en un estadio anterior a lo oral, el órgano que queda más directamente asociado a la introyección de alimento. Esta vinculación con el mecanismo psicológico supuesto en la ictericia del recién nacido, aña­diría otro elemento más a la comprensión, en el caso que nos sirve de ejemplo, de los motivos que determinaron la elección del órgano.) La situación básica considerada se repetiría, o se re-editaría, acompañada de las mismas defensas que fueron utilizadas en su origen, o sea la negación de los aspectos materialmente dañados del self, que quedan, por tratarse de una situación muy primitiva, asociados a lo corporal, y configurarían lo que hemos llamado una manía masoquista acompañada por una ansiedad hipocondríaca encubierta dentro de esa manía.

Si podemos llegar a pensar en la existencia de un estadio de organización libidinosa anterior a lo oral (hepático) (Chiozza, 1963a