Obras completas de Luis Chiozza Tomo V - Luis Chiozza - E-Book

Obras completas de Luis Chiozza Tomo V E-Book

Luis Chiozza

0,0
7,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

El Dr. Luis Chiozza es sin duda un referente en el campo de los estudios psicosomáticos, cuyo prestigio ha trascendido los límites de nuestro país. Medicina y psicoanálisis es el tomo inaugural de sus Obras completas, a la vez que una guía y manual de uso de las mismas, cuyos quince tomos se presentan completos en un CD incluido en este libro. Este volumen está pensado con el objetivo de facilitar el acceso al fruto de la labor profesional y académica del Dr. Chiozza, a la vez que permitir una inmediata aproximación a sus principales enfoques y temas de interés. En primer lugar, el lector encontrará una serie de textos introductorios, entre los cuales figura uno del autor, titulado "Nuestra contribución al psicoanálisis y a la medicina". Le sigue el índice de las Obras completas, tal como aparece en cada uno de los tomos que la integran (disponibles en el CD). Luego, la sección "Acerca del autor y su obra", compuesta por un resumen de la trayectoria profesional de Chiozza, un listado de las ediciones anteriores de sus publicaciones y su bibliografía completa. Un índice analítico de términos presentes en los quince tomos cierra el volumen. Esta obra, referencia obligada para los profesionales de la disciplina, sienta un precedente ineludible en los anales de la psicología argentina.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 467

Veröffentlichungsjahr: 2020

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Luis Chiozza

OBRAS COMPLETAS

Tomo V

Metapsicología y metahistoria 3

Escritos de teoría psicoanalítica

(1984-1991)

Chiozza, Luis Antonio

Metapsicología y metahistoria 3 : la historia que se enseña en la escuela, la que preocupa a los historiadores y una renovación posible de la historia escolar . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2012.

E-Book.

ISBN 978-987-599-242-9

1. Medicina. 2. Psicoanálisis.

CDD 610 : 150.195

Curadora de la obra completa: Jung Ha Kang

Diseño de interiores: Fluxus

Diseño de tapa: Silvana Chiozza

© Libros del Zorzal, 2008

Buenos Aires, Argentina

Libros del Zorzal

Printed in Argentina

Hecho el depósito que previene la ley 11.723

Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de

Obras Completas, escríbanos a:

[email protected]

www.delzorzal.com.ar

Índice

La Minaprina

Diseño para una investigaciónfarmacológica “psicosomática” | 8

(1995 [1984]) | 8

El problema de la relación psique-soma | 10

La conciencia establece dos categorías | 12

La investigación farmacológica “psicosomática” | 16

Diseño para una investigación farmacológica “psicosomática” de la minaprina | 17

Acerca de la superstición En el uso de la estadística3

(1984) | 23

Luis Chiozza, Dorrit Adamo, Liliana Barbero, Domingo Boari, Cristina Schneer, Ricardo Spivak y Mirta Stisman | 23

I. El conocimiento estadístico | 25

II. ¿Qué ocurre cuando se trata de uno? | 26

III. ¿Qué ocurre cuando se mezclan los porcentajes? | 30

IV. El problema de la exactitud estadística | 35

V. Comentario final | 37

La capacidad simbólica de los trastornos somáticos. Reflexiones Sobre el pensamiento de Wilfred R. Bion

(1985) | 40

I. Introducción | 42

II. La tesis de Meltzer | 43

III. El problema del significado y el símbolo | 46

IV. Una aproximación al problema de psiquis y soma | 56

V. El problema de la simbolización en la enfermedad somática | 58

VI. El psicoanálisis de la enfermedad somática | 67

Comentario sobre “Narratividad, tiempo y mito en psicoanálisis y en psicosomática” de Carlo Brutti

(1989 [1986]) | 69

Comentario sobre “el pensamiento de luis chiozza: problemas epistemológicos” de Arnaldo Ballerini y Antonio Suman

(1989 [1986]) | 73

Cáncer, narcisismo y muerte

(1995 [1987]) | 80

Sobre el significado inconciente del cáncer | 82

Sobre el tratamiento psicoanalítico del cáncer | 83

Sobre la enfermedad más allá del individuo | 85

Sobre las condiciones psicológicas del cáncer y sobre lo psíquico y lo orgánico | 87

Sobre el cáncer como solución dañosa y su modo de abordaje | 92

Comentarios introductorios Al debate de la película Hannah y sus hermanas De Woody Wllen

(1995 [1987]) | 95

Woody Allen | 97

Hannah y sus hermanas | 98

El amor prohibido | 99

La mentira y la culpa | 102

El egoísmo | 104

¿Por qué duelen los celos? | 105

Reflexiones psicoanalíticas acerca de La muerte de un viajante de Arthur Ailler

(1995 [1987]) | 108

I. “¡Los hermanos Loman!” | 110

II. “Tú eres mi sostén y mi apoyo, Linda” | 111

III. “Hay grandeza en ti, Biff... Estás dotado como ninguno” | 111

IV. “Me has enamorado” | 112

V. “Ya no venderé nada” | 113

VI. “Yo lo llamé Howard” | 114

VII. “Si tuviera cuarenta dólares semanales...” | 114

VIII. “Esto es un negocio, amigo mío, y cada cual ha de rendir lo que pueda...” | 115

IX. “¿Quieres decirme con claridad qué quieres de mí?” | 116

X. “Nadie puede acusar a este hombre.Un viajante tiene que soñar...” | 116

La influencia de Weizsaecker en la Argentina

(1987) | 118

La contribución de Weizsaecker A una nueva concepción De la medicina

Prólogo a Guarire tutto l’uomo De Sandro Spinsanti | 135

(1988) | 135

Lo psicosomático

(1995 [1988]) | 145

Definiciones preliminares de “soma”, “psiquis” y “psicosomático” | 147

Hacia una teoría psicoanalítica de los trastornos psicosomáticos | 148

Hacia una ampliación del campo de intervención del psicoanálisis: de las resignificaciones secundarias inespecíficas a las significaciones primarias específicas | 153

La enfermedad somática como jeroglífico (fantasía específica) y su interpretación | 157

La interpretación: sus límites teóricos | 162

La interpretación de la enfermedad somática como campo de investigación e intervención terapéutica | 163

Conceptos fundamentales

(1989) | 166

Organsprache

Una reconsideración actual del concepto freudiano | 171

(1991 [1989]) | 171

I. Acerca del lenguaje y del habla | 174

II. El órgano habla | 176

III. La zona erógena como fuente, agente y objeto de la expresión lingüística | 178

IV. El lenguaje hipocondríaco y las metas específicas de las distintas zonas erógenas | 184

V. El código con el cual “el órgano habla” | 188

VI. La segunda hipótesis fundamental del psicoanálisis | 192

VII. El lenguaje de órgano en la sesión psicoanalítica | 193

VIII. El lenguaje de órgano en la transferencia-contratransferencia | 198

IX. Resumen | 203

Debate del seminario “Organsprache, revisitación actual del concepto freudiano”

(1992 [1989]) | 206

Luis Chiozza, André Green y otros | 206

Comentario psicoanalítico sobre el cuento “flores para algernon” de Daniel Keyes

(1995 [1989]) | 291

Definiciones para un diccionario

(1995 [1990]) | 300

Fijación prenatal hepática | 302

Fantasías específicas de órganos y funciones | 302

Núcleo patosomático de la personalidad | 303

Proceso terciario | 303

Psicosomático | 304

Fantasía | 309

Fantasía inconciente. Protofantasía.Fantasía inconciente específica | 319

Comentario psicoanalítico de la película atracción fatal de Adrian Lyne

(1995 [1991]) | 321

Bibliografía | 330

La Minaprina

Diseño para una investigaciónfarmacológica “psicosomática”

(1995 [1984])

Referencia bibliográfica

CHIOZZA, Luis (1995o [1984]) “La minaprina. Diseño para una investigación farmacológica ‘psicosomática’”.

Ediciones en castellano

Se publicó con el título “Diseño para una investigación farmacológica psicosomática” en:

Luis Chiozza CD. Obras completas hasta agosto de 1995 (cd-rom), In Context, Buenos Aires, 1995.

Luis Chiozza CD. Obras completas hasta agosto de 1996 (cd-rom), In Context, Buenos Aires, 1996.

Se publicó con el título “La minaprina. Diseño para una investigación farmacológica ‘psicosomática’” en:

L. Chiozza, Cuerpo, afecto y lenguaje, Alianza Editorial, Buenos Aires, 1998, págs. 167-177.

Este artículo corresponde a la conferencia que acerca de “El comportamiento humano y la inhibición” realizó el autor por invitación del Laboratorio Gador, en noviembre de 1983, y se editó por primera vez en 1984, con el título “Diseño para una investigación farmacológica psicosomática”, como segundo apartado de “Opio” [II] (Chiozza y colab., 1984c [1969-1983]).

El problema de la relación psique-soma

El problema de la relación psique-soma no existe durante los actos habituales de la convivencia humana. Cuando invitamos a un amigo a cenar, o cuando masticamos un caramelo, jamás pretendemos distinguir entre el cuerpo y el alma.

El problema surge cuando, intentando ejercer la medicina, necesitamos pensar en nuestros conocimientos organizándolos en un sistema científico. Cuando el pensamiento lógico procesa y organiza en un sistema los datos que registra la conciencia, pone de manifiesto, y exagera, una característica (de la misma conciencia) que consiste en fragmentar lo aprendido en dos tipos de existencia: una material, corporal, física; otra ideal, psíquica, histórica.

Una tendencia actual de la medicina subraya la importancia del enfoque integral de la enfermedad e insiste en la necesidad de prestar atención a las vicisitudes de la relación médico-paciente. Pero esto, por importante que sea, no basta. Aspiramos a que el ejercicio de la medicina psicosomática se realice dentro de las coordenadas de una tarea científica teorizable, formulada en principios que puedan ser discutidos y transmitidos con claridad.

Sabemos que la ingestión de una dosis suficiente de fenobarbital, por ejemplo, se acompaña de un conjunto bien conocido de cambios en el estado psíquico. Al iniciar el ensayo de un nuevo “psicofármaco” (sin poder todavía describir un mecanismo que vincule la ingestión con el cambio de estado, y extrapolando experiencias surgidas de otros contextos) estamos de acuerdo en que la relación de causa-efecto es, en primera instancia, el mejor recurso de nuestro intelecto cuando nos hallamos ante fenómenos que suelen presentarse juntos y sucesivamente. Llegamos así al primer postulado para una patología psicosomática: la génesis somática (o la farmacogénesis) de un estado psíquico.

El segundo postulado nace de una manera semejante. Cuando durante la búsqueda del origen de algunas enfermedades (la úlcera gastroduodenal o la colitis ulcerosa, por ejemplo) fracasamos en el hallazgo de una causa física, la observación de un trastorno psíquico concomitante con la alteración somática nos condujo (antes aun de poder describir un mecanismo de acción) a utilizar la idea de psicogénesis.

Esta idea muy pronto recibió el apoyo de la investigación neuroendocrinológica, no sólo porque conocemos mejor la fisiología del rinencéfalo, sino también por la descripción de los fenómenos de estrés. Ocurrió así que la investigación de los significados inconcientes correspondientes a determinadas estructuras somáticas quedó, cada vez más, identificada con el planteo de una relación de causa-efecto, solidificándose de este modo la idea de psicogénesis.

Junto con el segundo postulado para una patología psicosomática, el de la psicogenia, la patología general inaugura un nuevo capítulo, el de las enfermedades psicosomáticas.

En este camino que resumimos aquí simplificando muchos conceptos, hemos adquirido dos postulados que se demuestran útiles en la clínica médica, pero hemos experimentado dos grandes pérdidas conceptuales que cobrarán su precio.

La primera de ellas consiste en que la afirmación de que hay enfer-medades psicosomáticas supone implícitamente que existen otras que no son psicosomáticas, lo cual constituye una simplificación, ya que el hombre mismo, tanto sano como enfermo, es “psicosomático”.

La segunda es más importante aún. La idea de psicogénesis, que implica pensar la relación psique-soma en términos de la relación causa-efecto, conduce a olvidar que existe en este tópico un inmenso capítulo abierto a nuestra posibilidad de comprensión y conocimiento; el capítulo de la investigación del sentido, que implica utilizar la relación símbolo-referente, y que compromete los terrenos del significado y el lenguaje.

Estos dos tipos de relación, la de causa-efecto y la de símbolo-referente, no pueden anularse entre sí, porque pertenecen a territorios distintos, pero pueden interferirse mutuamente en la atención que el intelecto les brinda, cuando deberían, en cambio, coexistir en la conciencia.

En lugar de una patología psicosomática propia de unas pocas enfermedades necesitamos trazar las coordenadas “psicosomáticas” de la patología general, pero necesitamos hacerlo en el terreno de una ciencia sólida, exenta de las habituales ambigüedades que invaden este campo y lo transforman en una serie de bien intencionados consejos, encaminados a disminuir los sinsabores de la vida, o en una serie ininterrumpida de prescripciones médicas para sedar la excitación nerviosa, que se parecen muchas veces, en su resultado, a lo que obtendríamos si tocáramos un piano con las manos metidas en un par de guantes de boxeo.

Si pretendemos sostener que todo enfermo es “psicosomático”, debemos tener claro de inmediato que tampoco el recurso de la psicoterapia es suficiente para encarar científicamente el tratamiento de los aspectos psíquicos de un trastorno somático. Ya sea porque una psicoterapia breve y superficial ayuda pero no resuelve, ya sea porque la psicoterapia profunda, en sus parámetros habituales, ha sido concebida para tratar neurosis, caracteropatías o, eventualmente, psicosis, pero se adapta mal a los requerimientos de un infarto de miocardio o de una osteomielitis, y suele limitarse a colaborar mediante el tratamiento de la patoneurosis que acompaña al trastorno somático presente en esa crisis vital.

La conciencia establece dos categorías

El pensamiento que impregna implícitamente nuestras concepciones médicas considera que los fenómenos psíquicos aparecen tardíamente en el desarrollo biológico, cuando las organizaciones materiales alcanzan un cierto grado de complejidad. Esta exposición epistemológica corresponde al realismo, el cual, desde la época de los griegos, rige en la filosofía occidental hasta el siglo XVII. Es en este siglo que Descartes, a partir de su “pienso, luego existo”, da nacimiento al idealismo. Hoy diríamos, con Ortega y Gasset (1932-1933), “pienso, luego existo y existe aquello que me hace pensar”. En otros términos: en el encuentro entre la conciencia y lo que existe frente a ella, a mitad de camino entre sujeto y objeto, se constituyen los datos que posibilitan la acción eficaz.

La obligación inexorable de incluir a la psique y a los fenómenos de la conciencia como un componente primario del campo de estudio y del objeto de conocimiento, no ha surgido sin embargo de la filosofía, sino de la investigación científica natural más estricta y rigurosa.

No ha ocurrido solamente en la medicina, sino también, de un modo más radical todavía, en el terreno de la ciencia física. Bástenos citar para demostrarlo los nombres ilustres de Heisenberg y Schrödinger. Este último ha escrito un libro, Mente y materia (Schrödinger, 1958), que se halla muy lejos de ser un ensayo motivado en los afanes que a veces se presentan en la vida de los científicos como un complemento cultural.

La mecánica cuántica nos conduce a un redescubrimiento de la mente en un curioso círculo de tres pasos enfatizado por Morowitz (Hofstadter y Dennet, 1981).

1) La mente humana, incluyendo la conciencia y los fenómenos autorreflexivos, es “explicada” en los términos de actividades del sistema nervioso central, el cual, a su vez, puede ser “reducido” a la estructura biológica y a la función de un sistema fisiológico.

2) Los fenómenos biológicos, en todos los niveles, pueden ser entendidos en los términos de la física atómica, es decir, a través de la interacción de átomos de carbono, nitrógeno, oxígeno, etcétera.

3) La física atómica, cuya más acabada comprensión actual es alcanzada por medio de la mecánica cuántica, exige por fin, en su formulación, incluir a la mente como un componente primario del sistema en estudio.

El problema psicosomático se ha introducido pues en la física, y asistimos atónitos al hecho de que en nuestra época los premios Nobel de física se vean obligados a escribir sobre estas cuestiones como parte integrante de su tarea esencial –Eugène Wigner (1961), por ejemplo, ha escrito un ensayo titulado “Comentarios sobre la cuestión mente-cuerpo”; Hofstadter y Dennet, 1981–.

Nos hace falta volver al campo de nuestra experiencia clínica habiendo revitalizado los fundamentos epistemológicos de nuestra tarea, cuestionando nuestras nociones acerca del cuerpo y el alma.

En la sala de cirugía en donde se opera un enfermo de litiasis biliar, con el auxilio de una colangiografía, se ve una vesícula en el abdomen abierto y otra en la pantalla de radioscopía. Se piensa cotidianamente que la vesícula de la colangiografía es una representación, obtenida por medio de los rayos X, de la vesícula “real” que se ve en el abdomen, pero esto constituye un error. La vesícula que se observa en el campo quirúrgico, lejos de ser la “cosa en sí” vesícula, es una representación diferente, aunque más habitual, obtenida mediante la luz incidente. No sólo el color, sino la forma, observados en un microscopio, varían según el colorante con el cual se los ha hecho visibles. De modo que aquello que vemos, oímos, tocamos, gustamos u olemos, siempre es el producto del encuentro entre la “cosa en sí” y nuestra posibilidad perceptiva, nunca la “cosa en sí” misma. (Chiozza, 1981g)

El prejuicio epistemológico inconciente con el cual debemos luchar para poder trazar una medicina psicosomática científica es el que nos lleva a creer que la existencia material es una evidencia y, en cambio, la existencia psíquica es sólo una inferencia. Por esto no debe extrañarnos que hayan fracasado, hasta hoy, los intentos de encontrar un “puente” psicosomático, puente representado por el guión, tristemente célebre, que se coloca entre las palabras “psiquis” y “soma”. Sucede que, equivocadamente, lo hemos buscado como si estuviera dentro de la categoría que denominamos materia, pero ese guión, es necesario insistir, ni es psiquis ni es soma.

Psíquico y somático son dos categorías que establece la conciencia, mediante el pensamiento lógico, frente a un existente que no cabe entero en ninguna de ellas y que trasciende a las dos juntas como trasciende a la conciencia misma. Nuestra conciencia organiza el conocimiento en dos grandes epicentros. Uno, físico, que da origen a la relación de causa-efecto y al cual pertenecen las nociones de materia, espacio, cosa, naturaleza, movimiento, acción, ser y ontología. Otro, histórico, que da origen a la relación de símbolo-referente y al cual pertenecen las nociones de idea, tiempo, significado, cultura, percepción, pasión, padecer y patología.

Ambas organizaciones intercambian y combinan de un modo secundario sus nociones y se relacionan en un campo hasta el presente inaccesible a la categorización. Podemos así, por ejemplo, hablar de un tiempo físico, crono-lógico, y de un espacio psíquico al que de un modo metafórico llamamos inadecuadamente “interior”. Podemos también conceptualizar un “padecimiento” somático, o una “acción” psíquica, gracias a esas extrapolaciones secundarias de nuestro intelecto.

Existen relaciones específicas entre determinadas alteraciones somáticas y estados del ánimo también determinados. Precisamente por esto podemos comunicarnos, y ante la contemplación de un cuerpo ajeno “sabemos”, a menos que lo disimule, si lo que siente es miedo, odio o amor.

Una vez admitida la existencia de un psiquismo inconciente, hemos aprendido la existencia de relaciones inconcientes, igualmente específicas, entre determinados cuadros de la patología somática y determinadas fantasías inconcientes que equivalen a la descomposición “patosomática” de las “claves” que configuran la particular manera en que se descargan los diferentes afectos (Chiozza, 1975c).

La investigación farmacológica “psicosomática”

Tanto la teoría general de los sistemas, creada por Bertalanffy (1975), como la informática moderna, no solamente han avalado el concepto, ya postulado por Freud, de que lo psíquico puede existir privado de la propiedad de la conciencia, sino que nos han acostumbrado a la idea de que lo psíquico puede “inyectarse” o transferirse de uno a otro sistema. Sorprende pero es cierto: la forma, el orden, la entropía negativa, es decir, la información, es una cualidad psíquica, no física, aunque se halle privada de conciencia y viaje transportada en la materia. Aunque se halle privada de aquello que llamamos “vida”, es tan psíquica como lo son las obras completas de Shakespeare en el anaquel polvoriento de una biblioteca olvidada.

De modo que así como puede inyectarse la inmunidad, que es una forma de memoria, una droga “contiene” en su “interioridad”, vehiculizada por su configuración química o atómica, una fantasía psíquica inconciente, que no sólo puede ser hipotetizada por un farmacólogo “psicosomático” a partir de su acción farmacológica, sino que también puede ser a veces intuitivamente anticipada a partir del efecto producido por sus parientes químicos cercanos. Equivale a lo que Laborit (1983) denomina información-estructura, por oposición a la información-circulante.

En 1969 realizamos con un grupo de colaboradores un trabajo sobre el opio (Chiozza y colab., 1969c). Buscábamos su fantasía psíquica inherente a partir del efecto que esta droga produce en el organismo que la incorpora. En ese trabajo anticipábamos tímidamente que la acción del opio sobre el hombre podía quizás ser concebida como una “opoterapia”, es decir, como el efecto de una droga que reemplaza a una sustancia de producción endógena. En 1975, seis años después, el descubrimiento de las endorfinas vino a darnos la razón.

Realizábamos también entonces (Chiozza y colab., 1969b) algunas consideraciones acerca de la utilidad práctica y teórica de un enfoque semejante, que lleva a concebir y evaluar a la terapéutica en un campo unificado, acorde con la idea de que tanto la droga como la palabra son información. Por este motivo, el daño o beneficio que un tratamiento puede producir no dependen, claro está, de que el agente sea farmacológico o verbal, sino de que la información con él suministrada se aproxime a la medida y cualidad de cada necesidad particular. Actualmente ocurre que la psicoterapia, llevada por su necesidad de extender su beneficio a un mayor número de personas, intenta producir interpretaciones “standard” vehiculizadas por medios masivos de comunicación, y que la farmacología, en cambio, procura obtener configuraciones cada vez más específicas que limiten su acción a subsistemas orgánicos cada vez más pequeños, lo cual conduce hacia la necesidad de una prescripción farmacológica que se adapte a los requerimientos particulares de cada paciente1.

El descubrimiento paulatino de la interioridad “psíquica” que todo medicamento posee, no solamente conducirá en el futuro a decidir y evaluar mejor su aplicación concreta, sino que también nos permitirá comprender de un modo más profundo la “intuición” que conduce al farmacólogo al hallazgo de nuevas sustancias y al ensayo de distintos derivados, lo cual se traducirá en una investigación más fructífera y en una mayor economía de esfuerzos.

Diseño para una investigación farmacológica “psicosomática” de la minaprina

La experiencia brindada por la aplicación de estas ideas al estudio preliminar sobre el opio y la que surgió de ensayos similares sobre la píldora anticonceptiva (Korovsky, 1969), sobre los digitálicos (Fonzi y otros, 1978), sobre la nicotina (Litvinoff y otros, 1983) y sobre las drogas antianginosas (Aizenberg, 1984) realizados por otros colegas en la misma línea de investigación2, nos conducen a pensar que podría encararse un trabajo semejante sobre la minaprina, intentando profundizar en la cuestión mediante la integración de los distintos ángulos de exploración que a continuación señalamos.

1) La búsqueda de las fantasías inconcientes específicas que corresponden al sistema inhibidor de la acción (SIA) y a la inhibición de este sistema. Laborit (1983) ejemplifica los efectos de su función con la actitud de inmovilidad tensa que adoptaríamos si, caminando por una pradera, viéramos revolotear sobre nosotros a un ave de presa en actitud amenazadora. Encontramos en ejemplos como este, habituales en Laborit, que completan en términos de una vivencia subjetiva el conocimiento de una función fisiológica, la puerta de entrada para la investigación de los significados inconcientes específicos que le corresponden.

2) La exploración, desde un punto de vista semejante, de las fantasías inconcientes correspondientes a los sistemas activadores de la acción (MFB y PVS) antagonistas del sistema inhibidor de la acción, incluyendo la interrelación entre ellos, su organización intersistémica, su integración con las estructuras del neocórtex jerárquicamente superiores y su derivación en los subsistemas receptores y efectores. Para esta tarea resulta particularmente útil tener en cuenta que el paleoencéfalo o sistema límbico, filogenéticamente correspondiente a los mamíferos primitivos, constituye el cerebro emocional. Nos encontramos así nuevamente con la vertiente subjetiva de las conductas categorizadas como consumo, lucha, huida e inmovilidad tensa. De modo que el capítulo psicoanalítico que estudia las vicisitudes de los afectos y, especialmente, la descomposición, en la enfermedad somática, de la clave que configura la descarga específica para cada uno de ellos (Chiozza, 1975c), constituye una apertura para profundizar en el conocimiento de las fantasías inherentes a las estructuras de recompensa (MFB), castigo (PVS) e inhibición de la acción (SIA).

3) La consideración de los dos grandes subsistemas, el colinérgico y el adrenérgico –que corresponden, en términos muy groseros, a la predisposición del organismo para dos grandes fines, la restauración de las fuerzas y la lucha, y que equivalen a dos estados de ánimo, la relajación y la alarma–, debe ser completada. Es necesario incluir conocimientos recientemente adquiridos de la síntesis, almacenamiento, liberación, recapturación, captación y destrucción de los neurotransmisores organizados en distintos sistemas (catecolaminérgico, serotoninérgico, etc.) mediante mecanismos de feedback negativo o positivo que los vinculan entre sí y con las secreciones del eje hipotálamo-hipofiso-suprarrenal. Para constituir una hipótesis sobre las fantasías inherentes a estas funciones necesitamos tener siempre presente el significado que adquieren teleológicamente, es decir, como procedimientos encaminados hacia un fin.

4) La consideración de los efectos farmacológicos de la minaprina, de sustancias químicamente emparentadas con ella (piridazona y piridazina, por ejemplo), de sus agonistas y antagonistas como la actinomicina y la puromicina (que inhiben la memoria proteica), de los allegados químicos de unos y otros, de los psicofármacos que actúan sobre los sistemas vecinos, etc., buscando identificar configuraciones “familiares” (como es el caso, por ejemplo, del ciclo perhidro-pentano-fenantreno, presente en distintos productos de la actividad fisiológica) y, sobre todo, relaciones entre la configuración química, el efecto farmacológico y su comprensión teleológica, que nos ayuden en el intento de conocer la fantasía específica.

Una vez trazados, a grandes rasgos, los ángulos y parámetros que, desde el conocimiento aportado por la neurofisiología, la bioquímica y la farmacología, delimitan el campo para una investigación de la interioridad de la minaprina, debemos añadir unas pocas consideraciones.

Es necesario tener en cuenta que no se progresará de un modo equivalente en todos los sectores a la vez y que alguno de ellos, en algún momento, se presentará como imposible. Sin embargo, como la experiencia ha mostrado, el progreso en un punto determinado puede aportar, de pronto, “el dato que faltaba” para que la investigación prosiga en otro en el cual se hallaba detenida.

Es importante subrayar nuevamente que la búsqueda se dirige hacia el carácter psíquico de una configuración, y que éste sólo puede ser comprendido como tal en la medida en que se lo categorice, desde una vertiente subjetiva, como algo que posee los atributos del significado. Aunque esto no implica necesariamente, como ya hemos dicho, pronunciarse en la afirmación de que posee las cualidades de la vida o la conciencia, cada uno de los ángulos desde los cuales la investigación intenta su progreso ha de quedar impregnado por una manera de la exploración que depende del carácter psíquico de lo buscado. Esta manera puede ser dividida, artificialmente, en tres puntos.

1) La fantasía psíquica inherente a la configuración molecular del fármaco es el molde del efecto psíquico correspondiente a la acción farmacológica, así como el perfil de la llave guarda la figura de la cerradura. Tal como ocurre con cualquier otro software o programa informático, esa fantasía jamás existe privada del valor o la importancia implícitos en su carácter programático. Esto equivale a decir que se integra jerárquicamente en estructuras intersistémicas cada vez más complejas, de las cuales es parte constitutiva, hasta fundirse en las temáticas universales que conforman el universo significativo del hombre y le imprimen inevitablemente una dirección a su vida. Por este motivo, a partir de estas temáticas, esas fantasías pueden ser recursivamente exploradas.

2) El estudio cuidadoso de las estructuras de significación comprometidas, sean lingüísticas o más ampliamente semánticas, históricas o míticas. En algunos casos, los nombres de las sustancias, los términos que describen sus efectos, su color, su aspecto o cualquiera de sus cualidades, lo mismo que aforismos o frases populares asociadas, etc. En otros, diferentes representaciones vinculadas, como por ejemplo las que pertenecen a la estructura del vegetal de origen en el caso de drogas naturales como la digital o la morfina. No debemos olvidar que así como el riñón de la rata, el perro y el hombre poseen una estructura en común, el vegetal también comparte con nosotros estructuras que se han originado en una misma “línea de montaje”.

3) La inclusión en el campo de estudio de las fantasías y ocurrencias espontáneas, asociadas libremente por los investigadores frente al material investigado. Como lo ha demostrado el conocimiento de la contratransferencia en psicoanálisis –y también, fuera de él, en una extensa literatura, grupos de investigación en otras disciplinas–, estas asociaciones espontáneas suelen ser derivados más o menos lejanos del material buscado, por lo cual, una vez procesadas, nos brindan una vía de acceso excelente.

En el pensamiento de Laborit, quien dice de sí mismo que “se ha pasado la vida inventando moléculas” (Laborit, 1983), coexisten armoniosamente estructuras formales de los más diversos orígenes (Laborit, 1970): mecánica cuántica, matemática de conjuntos, cibernética, psicoanálisis del complejo de Edipo y postulados lacanianos alternan con la neuroquímica, la fisiología cerebral, los fenómenos de imprinting y la teoría de la evolución de las especies. Si reparamos en la manera en que se expresa, vemos que aun cuando se refiere a los organismos pluricelulares más sencillos flotando en el océano primitivo, su lenguaje nos produce la idea haeckeliana de seres animados de intención, idea que no nos abandona cuando lo acompañamos en el desarrollo evolutivo hasta llegar a un hombre psicosomáticamente integrado. Esa cualidad de su inteligencia, que lo ha puesto en contacto con las corrientes subterráneas que integran y nutren al universo intelectual de nuestra época, constituye hoy un factor importantísimo de la investigación neurofisiológica. El hallazgo del sistema inhibidor de la acción y de la minaprina es un aporte valioso a los conocimientos y recursos del médico. Continuar sus investigaciones en búsqueda de la interioridad específica de la minaprina contribuirá seguramente a enriquecer el conocimiento de las posibilidades de su utilización clínica y facilitará, además, nuevos hallazgos.

Acerca de la superstición En el uso de la estadística3

(1984)

Luis Chiozza, Dorrit Adamo, Liliana Barbero, Domingo Boari, Cristina Schneer, Ricardo Spivak y Mirta Stisman

Referencia bibliográfica

CHIOZZA, Luis y colab. (1984d) “Acerca de la superstición en el uso de la estadística”.

Ediciones en castellano

Lecturas de Eidon, Nº 3, cimp, Buenos Aires, 1984.

Luis Chiozza CD. Obras completas hasta agosto de 1995 (cd-rom), In Context, Buenos Aires, 1995.

Luis Chiozza CD. Obras completas hasta agosto de 1996 (cd-rom), In Context, Buenos Aires, 1996.

L. Chiozza, Una concepción psicoanalítica del cáncer, Alianza Editorial, Buenos Aires, 2001, págs. 147-160.3

I. El conocimiento estadístico

El resultado de un estudio estadístico no es, como habitualmente se piensa, un producto “imparcialmente objetivo”, ya que implica dos tareas previas que se realizan con un determinado y subjetivo criterio axiológico. Una consiste en aislar y elegir el valor que se va a computar; la otra se refiere a la homogeneización de las variables que no se están estudiando y que podrían incidir alterando la influencia del valor computado. Si bien la segunda de estas tareas es la única que se refiere específicamente al conocimiento estadístico, ya que la primera es condición previa, ambas afectan al resultado obtenido.

La homogeneización es, por su naturaleza, imperfecta y, además, tan incompleta como cualquier otro proceso cognoscitivo, en tanto no se pueden tomar en cuenta aquellas variables que son desconocidas. Pensamos sobre todo en aquellas variables que no pueden ser tenidas en cuenta porque su identificación implica un determinado criterio interpretativo. Este criterio interpretativo depende de una adquisición cognoscitiva que puede ser concebida como un proceso que nunca llega a su término.

No queremos significar con esto que el estudio estadístico constituya una tarea inútil que resulte en un conocimiento falso, sino que, en la medida en que se lo considere imparcialmente objetivo, su utilización es supersticiosa y no es acertada.

Para un empleo adecuado, conviene tener conciencia de que la estadística sustituye al conocimiento de certeza, tanto como a la comprensión más profunda de los fenómenos. Por este motivo afirmamos que la estadística es nuestro “peor es nada”.

El criterio de que lo que llamamos certeza no es más que una altísima probabilidad estadística ha ganado terreno dentro de las ciencias físicas, pero nosotros nos referimos aquí al campo de las macroexperiencias cotidianas frente a las cuales tiene sentido distinguir entre probabilidad y certeza. Podemos decir, por ejemplo, que estadísticamente se ha comprobado que sólo el 5% de los soldados conscriptos obtiene un franco solicitado, mientras que al 95% le es negado. Sin embargo, es muy distinto afirmar que lo obtuvieron aquellos que se lo solicitaron al teniente, y les fue negado a quienes se dirigieron al sargento. Mejor aún sería poder explicar por qué el teniente otorga lo que el sargento niega.

También conviene tener conciencia de que las conclusiones estadísticas son siempre en términos de números cardinales, nunca ordinales. Nos aclaran que 2 personas de cada 10 no toleran la ropa de lana, pero no nos dicen que estas 2 personas son, por ejemplo, la tercera y la quinta. Dicho de otro modo: la estadística no se aplica al caso particular (Carnap, 1966; Popper, 1974). Uno por ciento, cuando se trata de uno, no es más ni es menos que uno.

II. ¿Qué ocurre cuando se trata de uno?

Dado que nos interesa profundizar en la comprensión y ejemplificación de esta última idea, tomaremos como situación paradigmática el caso de la ruleta rusa.

Tenemos dos revólveres; cada uno de ellos posee un tambor giratorio con capacidad para 6 balas. En el revólver 5B colocamos 5 balas; en el revólver 1B, una sola bala.

Sostener que la estadística no se aplica al caso individual equivale a sostener que, frente a la situación de gatillar uno de esos dos revólveres, por una única vez, apuntando a la propia sien, es indiferente cuál de los dos revólveres se elija, a los efectos de la posibilidad de morir. (“Posibilidad” no es idéntica a “probabilidad”. Hay cosas posibles sin que haya manera cierta de determinar cuán probables son.)

Imaginemos que tenemos dos ventanillas. Frente a cada una de ellas hay una fila de sujetos que esperan para realizar la experiencia con el revólver una única vez. En la ventanilla 5B está el revólver de 5 balas sobre 6 espacios; en la ventanilla 1B el revólver de 1 bala sobre 6 espacios. Cuando comienza la experiencia hacemos girar el tambor de ambos revólveres, de modo que desconozcamos la posición inicial del gatillo. Hacemos desfilar 6 sujetos delante de cada revólver, los cuales, sucesivamente dispararán, cada uno de ellos, un tiro sobre sí mismos, sin hacer girar nuevamente el tambor.

No nos hace falta la estadística para saber qué sucederá. En la ventanilla 5B morirán 5 personas y se salvará 1 (descontando la intervención de otros factores imprevistos), mientras que en la ventanilla 1B morirá sólo 1 y se salvarán 5. Esto es una “certeza” que no surge de un conocimiento estadístico, sino de una deducción.

Pero ahora vamos a cambiar esta experiencia imaginaria, para huir de la certeza y recurrir al conocimiento estadístico. Vamos a desestimar lo que pasa con todas las personas excepto con una, a la cual llamaremos Pedro y que, a los fines de nuestra experiencia, haremos resucitar cada vez que muera.

Al empezar el experimento imaginario haremos girar los tambores al azar, para desconocer la posición inicial. Pondremos 5 personas frente a cada ventanilla y luego, con un dado, sortearemos el orden en que Pedro, la sexta persona, se colocará en la fila. En primer término lo hará frente a la ventanilla 5B y en segundo término, luego de “resucitado” o ileso, frente a la ventanilla 1B. Una vez terminado este ciclo, lo volveremos a repetir tal cual, tantas veces como queramos.

Para realizar este experimento imaginario, y ahorrarnos trabajo con dados y anotaciones, escribimos, con estas prescripciones, un programa de computadora4. Ensayamos 4 variantes: se repite el ciclo 100 veces, 50 veces, 3 veces y 2 veces. Además, finalizado cada ciclo, se establecen en términos de porcentaje las probabilidades de muerte de Pedro en una y otra ventanilla y se halla también esta probabilidad porcentual al finalizar los 100 ciclos, los 50 ciclos, los 3 ciclos y los 2 ciclos.

Una vez realizada la experiencia hallamos, como era de esperar, que en 100 casos la probabilidad de muerte de Pedro coincide bastante aproximadamente con 5/6 para la ventanilla 5B y con 1/6 para la ventanilla 1B; que en 50 casos la probabilidad se aproxima menos a esa cifra; que en 3 y 2 casos (repetidos muchas veces) coincide o contradice manifiestamente dichas proporciones y que cuando se trata de un solo caso, la “probabilidad”5 únicamente puede ser del 100% de muertes o del 0%, independientemente de la ventanilla considerada. Dicho en otras palabras: en el caso individual la aproximación estadística a la cifra 5/6 o 1/6 es igual a cero.

Las cifras obtenidas la primera vez que realizamos la experiencia fueron las siguientes:

Si el sorteo hubiera arrojado el número 94, habría dado a la inversa. Si el número del sorteo hubiera sido el 11, habría muerto con ambos revólveres. Y si hubiera sido el 13 (!), se habría salvado con ambos.

Estas son las 4 posibilidades, cada una de las cuales, en el caso individual, una vez realizada, sólo puede evidenciar una probabilidad de 0% o de 100% de muerte (1/1 x 100=100; 0/1 x 100=0).

Reproducimos la experiencia en el gráfico que se incluye a continuación:

III. ¿Qué ocurre cuando se mezclan los porcentajes?

Reintroduzcamos esta cuestión desde otro ángulo, extraído de una paradoja de Martin Gardner (1975).

En Mendoza, sobre un total de 180 enfermos de la misma dolencia, 110 fueron tratados con el sistema quimioterápico P y curaron 50; 70 fueron tratados con el sistema quimioterápico E y curaron 30. Esto equivale a un 45,4545...% de curaciones con el sistema P y un 42,857142...% con el sistema E. En términos más exactos, a 35/77 de curaciones con el sistema P y a 33/77 con el E.

En el hospital de Córdoba, con un total de 230 pacientes de la misma enfermedad que los de Mendoza, 90 fueron tratados con el sistema P y curaron 60; 140 fueron tratados con el sistema E y curaron 90. Esto equivale a un 66,6666...% de curaciones con el sistema P y a un 64,285714...% de curaciones con el sistema E. En términos más exactos, a 28/42 de curaciones con el sistema P y a 27/42 con el sistema E.

En ambos casos existe una leve ventaja a favor del sistema P. Si promediamos los porcentajes de los hospitales de Mendoza y de Córdoba, obtenemos un 56,0606...% de curaciones con el sistema quimioterápico P y sólo un 53,57% con el sistema quimioterápico E.

Pero en la oficina central de estadísticas no se conforman con el inexacto sistema del promedio y se procede a sumar los totales de enfermos tratados y se encuentra que: sobre un total de 410 enfermos, 200 fueron tratados con el sistema quimioterápico P y curaron 110; 210 fueron tratados con el sistema quimioterápico E y curaron 120. Esto equivale a un 55% de curaciones con el sistema P y un 57,142857% de curaciones con el sistema E. En términos más exactos, 231/420 para el caso del sistema P y 240/420 para el sistema E.

Es decir que sobre la misma experiencia clínica, se obtuvieron conclusiones contradictorias respecto de las obtenidas en Mendoza y Córdoba aisladamente.

Reproducimos la experiencia en el siguiente esquema, acompañado de un gráfico. (Véase el gráfico B)

Imaginemos ahora otra experiencia extremando las cifras.

En el hospital de Mendoza, sobre un total de 1.200 enfermos de la misma dolencia, 100 de ellos fueron tratados con el sistema quimioterápico P y curaron 90; 1.100 fueron tratados con el sistema quimioterápico E y curaron 880. Esto equivale a un 90% de curaciones con el sistema P y a un 80% de curaciones con el sistema E.

En el hospital principal de Córdoba, con un total de 1.000 pacientes de la misma enfermedad que los de Mendoza, 500 fueron tratados con el sistema P y curaron 250; otros 500 pacientes fueron tratados con el sistema E y curaron 225. Esto equivale a un 50% de curaciones con el sistema P y un 45% de curaciones con el sistema E.

En ambos casos existe una ventaja, en la acción terapéutica, a favor del sistema P.

En la oficina central de estadísticas se procede a sumar los totales de enfermos tratados y se encuentra que: sobre un total de 2.200 enfermos, 600 fueron tratados con el sistema P y curaron 340, y otros 1.600 pacientes fueron tratados con el sistema E y curaron 1.105. Esto equivale a un 56,666...% de curaciones con el sistema P y un 69,060606...% de curaciones con el sistema E (en términos más exactos: 2.720/4.800 para el caso del sistema P y 3.315/4.800 para el caso del sistema E).

Nuevamente la ventaja de un sistema respecto del otro se invierte.

Reproducimos la nueva experiencia en el siguiente esquema, acompañado de un gráfico.

IV. El problema de la exactitud estadística

Si unimos lo que nos enseña la ruleta rusa con lo que nos plantea la “paradoja” de Gardner, tomando como ejemplo las segundas cifras de la paradoja, tenemos la siguiente conclusión: en Mendoza (a partir de un hecho que en nuestra suposición no fue un experimento planeado, sino la experiencia de un suceso acontecido procesado estadísticamente), pudimos establecer que el procedimiento P era mejor que el E, pero tuvimos que mezclar una afirmación estadística obtenida sobre 1.100 casos, con el grado de precisión x correspondiente a 1.100, con la afirmación estadística obtenida sobre 100 casos, con el grado de precisión y correspondiente a 100 casos.

Cuando establecimos nuevos cálculos en la oficina central de Buenos Aires, sumando los hallazgos de Córdoba y de Mendoza, los grados de aproximaciones estadísticas se mezclaron en otra proporción (600 casos para el sistema P y 1.600 para el E); por lo tanto, fue posible obtener una afirmación de signo contrario: el tratamiento P era peor que el E.

Si preguntáramos ahora cuál es la conclusión estadística probablemente más exacta, deberíamos decir que es la que reúne el mayor número de casos, aunque nada nos asegura que si, a las conclusiones de Buenos Aires, sumáramos las obtenidas, por ejemplo, en Chile, el resultado no se volvería a invertir (al fin y al cabo, podría haber sucedido que las experiencias de Mendoza provinieran de la suma de las experiencias realizadas en las salas A y B, y que éstas, individualmente consideradas, hubieran arrojado un resultado inverso a favor del tratamiento E).

Si preguntáramos, en cambio, cuál de las conclusiones estadísticas (Mendoza, Córdoba, Buenos Aires) es correcta, deberíamos decir que, en sí mismas, son correctas las tres. Sostener que, para poder comparar las estadísticas, debería partirse del mismo número de casos, es una afirmación que, como veremos, bajo su apariencia lógica, oculta una falacia.

Las cifras estadísticas corresponden a una experiencia que cons-tituye la evaluación de un suceso real en el cual, para elegir algunos casos y excluir otros, hubiéramos debido tener un criterio o recurrir al azar. Pero, con cualquiera de los dos recursos, al disminuir el mayor número de casos, hasta homologarlo con el menor (de 1.100 a 100), disminuiríamos la precisión estadística en lugar de aumentarla. Dicho en otras palabras, restableceríamos una coherencia al precio de someter el resultado de mayor precisión al de menor precisión. Si bien nuestra ambición de compatibilizar una lógica coherente con nuestra impresión superficial intuitiva quedaría satisfecha, porque habríamos superado la aparente paradoja, estaríamos más lejos del conocimiento. Pero, lo que es más importante todavía, estaríamos, de todas maneras, completamente inseguros de que un mayor número de casos, aun en cantidades homólogas, no nos invertiría otra vez el resultado6.

V. Comentario final

En las reuniones científicas habituales es muy frecuente escuchar que, con el ánimo de otorgar a un postulado el carácter de una afirmación objetiva, se recurre a la estadística como modo de evaluación privilegiado, que zanja definitivamente la cuestión. A menudo se confunde la casuística, que es una mera acumulación de casos, con una adecuada valoración estadística, que supone el conocimiento de la ciencia llamada Estadística.

Cuando las afirmaciones se presentan acompañadas por cifras que, como es el caso de las estadísticas, despiertan la idea de una medida, pareciera que cumplimos más acabadamente con un ideal que, a pesar de ser anacrónico y positivista, no ha dejado de tener vigencia: medir todo lo que sea susceptible de medida y hacer susceptible de medida lo que aun no lo es.

Se niega entonces que:

1) La objetividad (más allá de si es posible o imposible) no es una adquisición estadística.

2) La estadística en sí misma (independientemente del grado de utilidad que le asignemos en el conocimiento) es una interpretación de la realidad, ya que la mera identificación de los hechos computados es el producto de haberlos interpretado.

3) Deificamos a la ciencia Estadística para conservar la ilusión de controlar y dominar una realidad inaprehensible en sí misma. De este modo desaprovechamos el verdadero valor de los sistemas de pensamiento que la constituyen como ciencia.

4) La estadística no puede reemplazar al conocimiento de las relaciones causales, que nos permiten deducir los efectos, ni al conocimiento de las relaciones de significación, que nos permiten comprender el sentido.

Un ejemplo, tomado de Carl Hempel, muestra las falacias a las que puede conducir el trato descuidado de la inferencia estadística. “Juan es alcohólico anónimo. Menos del 1 por ciento de los alcohólicos anónimos son profesores de enseñanza superior. De acuerdo con estas premisas, empleando una regla de probabilidad, la conclusión será que Juan tiene una probabilidad inferior a 0,01 de ser profesor de enseñanza superior. Pero supongamos que Juan lee asiduamente el Journal of Philosophy, y más del 99% de sus lectores son profesores de enseñanza superior. Luego Juan tendrá una probabilidad de 0,99 de ser profesor de enseñanza superior. Tenemos aquí dos conclusiones contradictorias” (Wartofsky, 1968; citado por Canteros y Martín, 1979).

Debemos subrayar que la estadística es útil en aquellas circunstancias en las cuales necesitamos conocer, en un número elevado de casos, la proporción aproximada en que un determinado acontecimiento ocurrirá. En nuestro ejemplo de la ruleta rusa, es obvio que, de tener que establecer un negocio de venta de ataúdes frente a una de las dos ventanillas, será más conveniente hacerlo junto a la ventanilla 5B.

Frente a las limitaciones que hemos señalado, podría objetarse que no hacemos las cosas por una única vez, y que si bien no nos disparamos en la sien cotidianamente, solemos bajar las escaleras del subterráneo todos los días y conviene que lo hagamos por los lugares estadísticamente menos peligrosos.

Si bien es cierto que no vivimos actos únicos, también es cierto que la estadística, al homogeneizar las variables para crear la cantidad, nos quita la posibilidad de que nos apoyemos en ella para computar como suma a un conjunto de acontecimientos individuales que, a pesar de no ser únicos e irrepetibles, son, sin embargo, disímiles, y sólo entrarían forzados en una misma estadística.

Cuando en situaciones individuales decidimos, sin conocer razones ni significados que estén a la altura de nuestros conocimientos mejor elaborados, lo hacemos sobre la base de creencias que extraen su fuerza del pensamiento mágico. Tales creencias nos explican que el uso supersticioso de la estadística sea mucho más habitual y extendido, aun dentro de la ciencia, de lo que, en una aproximación superficial, se está dispuesto a admitir.

La sabiduría popular, que se expresa muchas veces en forma de chistes, puede aportarnos más elementos:

La esposa de Pedro está preocupada porque el cirujano le ha dicho que sólo el 70% sobrevive a la operación a la que debe someterse su marido. Pero el cirujano la tranquiliza diciéndole: “No se preocupe señora, porque yo este año ya he cubierto mi 30% de muertes”.

Sabiendo que hay una probabilidad entre 10.000 de que exista una bomba oculta en un determinado avión de pasajeros y una probabilidad de 10 billones de que un mismo avión transporte 2 bombas, Juan ha decidido aumentar su margen de seguridad llevando consigo una bomba para el próximo viaje.

Todos, espontáneamente, solemos reír frente a chistes como éstos, cuya gracia se acompaña del sentimiento de lo absurdo, pero vale la pena meditar sobre la forma en que ese absurdo se construye.

La capacidad simbólica de los trastornos somáticos. Reflexiones Sobre el pensamiento de Wilfred R. Bion

(1985)

Referencia bibliográfica

CHIOZZA, Luis (1985b) “La capacidad simbólica de los trastornos somáticos. Reflexiones sobre el pensamiento de Wilfred R. Bion”.

Primera edición en italiano

“Il processo di simbolizzazione nella malattia somatica”, en Quaderni di Psicoterapia Infantile, Nº 12, Borla, Perugia, 1985, págs. 234-258.

Ediciones en castellano

Revista de Psicoanálisis, t. XLV, Nº 5, APA, Buenos Aires, 1988, págs. 915-938.

Luis Chiozza CD. Obras completas hasta agosto de 1995 (cd-rom), In Context, Buenos Aires, 1995.

Luis Chiozza CD. Obras completas hasta agosto de 1996 (cd-rom), In Context, Buenos Aires, 1996.

Una versión resumida de los contenidos de este artículo se publicó con el título “Los símbolos latentes en los signos físicos de la enfermedad” (Chiozza, 1985c).

I. Introducción

El propósito de este trabajo es contribuir al esclarecimiento de un debatido problema. Se trata de si la enfermedad somática puede ser considerada, o no, como una forma del ejercicio simbólico y si podemos encontrar en el psicoanálisis una teoría y un instrumento útiles para su interpretación.

La tesis de que la enfermedad somática implica un déficit en el proceso de simbolización goza de un amplio consenso y, por esta razón, deberemos comenzar por incluirla en la discusión del problema que intentamos desarrollar aquí.

Utilizaré, como punto de partida, el artículo “Implicaciones psicosomáticas en el pensamiento de Bion”, publicado en el número 7 de Quaderni di Psicoterapia Infantile (editorial Borla, 1982), que contiene la introducción de Meltzer al seminario que sobre este tema realizó en Perugia, y el diálogo posterior. Es una de las mejores exposiciones que conozco entre las que postulan que el trastorno “psicosomático” evidencia un déficit simbólico.

El estímulo que motivó este trabajo surgió de unas palabras que Bion pronunció durante las reuniones que sostuviera en Nueva York en 1977. El texto que reproduzco aquí proviene de la traducción castellana (Bion, 1977):

¿Sería posible decir que ciertos síntomas mentales articulados, si se los interpreta correctamente, pueden llevar al cirujano o al médico directamente a un órgano físicamente lesionado?...

¿Sería posible decir: la manera en que esta paciente me habla revela síntomas de una enfermedad física, que para mí son tan claros como lo son los significados de un signo como la palidez para la anemia?...

Si ciertos síntomas consiguen emerger en lo que llamamos “niveles de pensamiento conciente y racional”, debería ser posible poner en acción esos niveles de pensamiento conciente y racional en el punto de origen del “mal-estar”. ¿Es posible formular una interpretación que también se remonte por la misma pista hasta el origen del problema? De ser así, quizás el psicoanálisis pueda tener algún efecto sobre cosas que hasta el momento parecen inaccesibles al tratamiento.

II. La tesis de Meltzer

Extraeremos de ese artículo, en apretada síntesis, las conclusiones elaboradas por Meltzer que han dado pie a nuestras reflexiones.

1) Los datos sensoriales, los datos de la experiencia emotiva, provenientes ya sea del interior como del exterior, se manifiestan como elementos beta, es decir, en estado grosero y privados de significado.

2) Bion ha indicado la primera operación mental en la función alfa, que parece idéntica o, de todos modos, muy similar a la misteriosa función de la formación de símbolos.

3) La producción de elementos alfa, o símbolos, permite llegar al primer movimiento del pensamiento, es decir a la creación de pensamientos utilizados para pensar. Tal proceso está ligado a los sueños y a los mitos. Está representado en la grilla del pensamiento. Ésta es el área en la cual se crea el significado. La experiencia emotiva transformada en una forma simbólica puede ser utilizada para evaluar y decidir con miras a la acción.

4) Si las experiencias emotivas no son transformadas por la función alfa, se acumulan bajo la forma de estímulos que tienden a conmover el aparato mental y que son eliminados. Tales estímulos pueden ser evacuados a través de acciones inmediatas, sin la interposición de pensamiento entre el impulso y la acción. Se tiene de este modo aquello que Bion ha llamado pantalla beta.

5) Los estímulos no elaborados pueden ser también evacuados por el aparato sensorio funcionando al revés. Esta función alfa invertida es la base de las alucinaciones. Existe además una función alfa negativa, una grilla negativa, un antipensamiento, que produce “mis-concepciones”, mentiras o símbolos falsos, que constituye un “veneno de la mente” y representa a la parte destructiva de la personalidad.

6) Otra vía de evacuación está representada por el aparato protomental, que Bion imaginaba en los confines entre el funcionamiento neurofisiológico y el mental. Puede dar origen a dos tipos de evacuación. La primera es la acción del grupo bajo el dominio de los supuestos básicos. La segunda es la descarga a través de los fenómenos psicosomáticos.

7) En el proceso de la función alfa y de la formación de los sueños, puede haber un estadio en el cual, antes de poder formar un sueño, la emotividad y el significado son experimentados como sensaciones (no funciones) somáticas que son ligadas a las alucinaciones. Esto corresponde a la llamada área de las sensaciones somáticas.

8) El aparato protomental corresponde al mismo nivel que Bion llamará soma-psicótico, y se relaciona con la parte de la personalidad que corresponde al mundo prenatal (o al mundo tribal) en el cual no existen, en la práctica, objetos externos que sirvan de base y estímulo para el pensamiento.

9) El aparato protomental corresponde a una bidimensionalidad que se halla fuera del área de la función simbólica y del significado. Su función es esencialmente asimbólica, usa pseudosímbolos, es decir, signos que no capturan, como los verdaderos símbolos, la representatividad del significado emotivo, tienen significado en el nivel del ello, no tienen un significado emotivo. Esta función no está ligada a la representación de la vida emotiva sino al fracaso de tal representación.

10) El aparato protomental constituye un área periférica con respecto al psicoanálisis propio y verdadero, que se ocupa prevalentemente, sea en razón de su peculiar método, o de sus intereses y sus capacidades terapéuticas, de las relaciones emotivas e íntimas. Estas relaciones íntimas son las que permiten la vida familiar en el mundo externo y construir una familia interna. Sin embargo, los psicoanalistas han notado poco a poco, en su trabajo clínico, una serie de trastornos de la personalidad que no podían recaer en el ámbito de las problemáticas edípicas, ni en aquellas relativas a la ambivalencia, las escisiones, etc. Son los trastornos esquizofrénicos, los psicosomáticos, los de los pacientes psicópatas, y los trastornos primarios de la personalidad surgidos durante el desarrollo, como por ejemplo los de los niños autistas. Las terapias con pacientes psicosomáticos han llevado, en el cuadro del psicoanálisis, a una plétora de trabajos y a las formulaciones teóricas más diversas, pero no ha surgido ninguna teoría sobre este tipo de trastorno. Los éxitos terapéuticos sobre los pacientes psicosomáticos se deben al reforzamiento de las partes no psicosomáticas.

11) Hay conflictos emotivos en donde la simbolización está presente, pero no se trata de una simbolización en el sentido de la histeria de conversión sino de una simbolización que no ha llegado todavía al nivel del pensamiento del sueño o de la emotividad conciente. Meltzer ha intentado incluir el problema del lenguaje del cuerpo y del simbolismo del cuerpo en el área de las sensaciones somáticas, que forma parte del área del pensamiento simbólico.

12) A Meltzer le parece que existe una gran posibilidad terapéutica de los trastornos psicosomáticos a través de una ampliación del área cubierta por las funciones simbólicas. Pero esta particular teoría revolucionaria muy difícilmente llevará al psicoanálisis a una relación renovada y más estrecha con la medicina. La actuación de esta teoría podría tener relevancia en el sentido de la profilaxis, pero en ese caso es poco probable que llame la atención de los médicos, dado que la profilaxis no produce estadísticas inteligibles.

La cuestión que nos ocupa lleva implícitos cuatro interrogantes: 1) ¿Qué es lo que entendemos por físico o somático? 2) ¿Qué es lo que entendemos por psíquico o mental? 3) ¿Qué es lo que entendemos por psicosomático? 4) ¿Qué es lo que entendemos por simbolización y significación?

Comenzaremos por encarar la última pregunta.

III. El problema del significado y el símbolo

Significado es aquello (en primera instancia un objeto) que ha recibido un signo. Un signo es una marca o señal colocada sobre algo que, de este modo, ha quedado significado, es decir, diferenciado del conjunto de sus similares, mediante el acto de significarlo. El motivo de la diferenciación es la vivencia o experiencia habida con ese “algo” que se intenta significar. Ese motivo queda de este modo conservado en la forma del signo. Conservado para quien (en primera instancia el mismo que ha trazado esa señal) en un instante posterior se acerque a la contemplación del signo. Como veremos luego, creo que la forma del signo es una parte de aquel todo que dicha forma es capaz de evocar. Ese “todo” es la experiencia habida con algo, es la vivencia que el signo intenta perpetuar, es el motivo para la diferenciación de ese “algo” mediante su significación. Algo fue así significado mediante el acto que le coloca un signo.

Secundariamente, la palabra “significado”, utilizada primitivamente para calificar a algo que ha recibido un signo, pasa a denominar al contenido de la experiencia misma que motivó la significación. Ese segundo sentido de la palabra “significado” es el habitual, y si volvemos aquí sobre su primitivo sentido es porque ese primer sentido nos parece útil para enriquecer la comprensión del actual.

El estudio etimológico de la palabra “símbolo” (Corominas, 1961) demuestra su conexión con la palabra “signo”, a través de términos como “‘émbolo” y “emblema”, que son parientes de “símbolo”. Un émbolo es algo que se inserta o arroja (un “ob-jeto”). Un emblema es un adorno o agregado que adquiere el sentido de un signo. Pero la palabra “símbolo” implica, por su etimología, algo más: el juntar o el coincidir de dos (o más) emblemas. Mejor sería decir que el símbolo es un emblema que se constituye en una coincidencia. Si el signo es una seña, la palabra “símbolo” subraya el carácter de contraseña que se oculta en todo signo. La contraseña funciona, y se constituye, como un re-conocimiento, mediante la coincidencia de dos mitades destinadas precisamente a esa reunión. Podemos entonces comprender que el signo no funcionaría como tal si no fuera un símbolo, en el sentido más primario de la palabra “símbolo”. El símbolo, como toda contraseña, funciona en la cofradía constituida mediante la comunidad de una experiencia previa.

Significar y simbolizar

De acuerdo a lo que acabamos de señalar, “significar” y “simbolizar”, en primera y última instancia, aluden a un mismo proceso. Pero hay signos que, como sucede con el humo respecto del fuego, indican una presencia; y otros que, como sucede con el edecán respecto al presidente, re-presentan a un ausente. El uso habitual ha reservado el nombre de signo para indicar una presencia y el nombre de símbolo para representar a un ausente (Langer, 1941). Creo que es por este motivo que Meltzer denomina al signo “pseudosímbolo”. Así, en el lenguaje verbal, la palabra suele, por lo general, evocar la representación de una cosa ausente, y cuando, por excepción, debe indicar una presencia, es necesario acompañarla de otros signos, no verbales, para connotar este cambio de código (Langer, 1941). Sucede de este modo cuando decimos “¡Cuidado!” para señalar un peligro. Cuando la palabra es un signo indicador de presencia, su función nominativa confluye con su función expresiva.

Meltzer se refiere a lo que Bion denomina función alfa, y señala que le parece idéntica, o por lo menos muy similar, a la “misteriosa” formación de símbolos. Se trata, en el fondo, del mismo misterio que encontramos en esa “cruza de especies” (Turbayne, 1970), tan iluminadora para el intelecto, que denominamos “metáfora”. Creo que el “misterio” se relaciona con el hecho de que en la metáfora confluyen el proceso primario y secundario en un proceso terciario (Chiozza, 1970m [1968]; Chiozza y Grus, 1981d