Obras completas de Luis Chiozza Tomo XI - Luis Chiozza - E-Book

Obras completas de Luis Chiozza Tomo XI E-Book

Luis Chiozza

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Beschreibung

El Dr. Luis Chiozza es sin duda un referente en el campo de los estudios psicosomáticos, cuyo prestigio ha trascendido los límites de nuestro país. Medicina y psicoanálisis es el tomo inaugural de sus Obras completas, a la vez que una guía y manual de uso de las mismas, cuyos quince tomos se presentan completos en un CD incluido en este libro. Este volumen está pensado con el objetivo de facilitar el acceso al fruto de la labor profesional y académica del Dr. Chiozza, a la vez que permitir una inmediata aproximación a sus principales enfoques y temas de interés. En primer lugar, el lector encontrará una serie de textos introductorios, entre los cuales figura uno del autor, titulado "Nuestra contribución al psicoanálisis y a la medicina". Le sigue el índice de las Obras completas, tal como aparece en cada uno de los tomos que la integran (disponibles en el CD). Luego, la sección "Acerca del autor y su obra", compuesta por un resumen de la trayectoria profesional de Chiozza, un listado de las ediciones anteriores de sus publicaciones y su bibliografía completa. Un índice analítico de términos presentes en los quince tomos cierra el volumen. Esta obra, referencia obligada para los profesionales de la disciplina, sienta un precedente ineludible en los anales de la psicología argentina.

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Seitenzahl: 555

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Luis Chiozza

OBRAS COMPLETAS

Tomo XI

Afectos y afecciones 2

Los afectos ocultos en la enfermedad del cuerpo

(1990-1993)

Chiozza, Luis Antonio

Afectos y afecciones 2 : los afectos ocultos en la enfermedad del cuerpo . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2012.

E-Book.

ISBN 978-987-599-247-4

1. Psicoanálisis.

CDD 150.195

Curadora de la obra completa: Jung Ha Kang

Diseño de interiores: Fluxus

Diseño de tapa: Silvana Chiozza

© Libros del Zorzal, 2008

Buenos Aires, Argentina

Libros del Zorzal

Printed in Argentina

Hecho el depósito que previene la ley 11.723

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Obras Completas, escríbanos a:

[email protected]

www.delzorzal.com.ar

Índice

Fantasía específica de la estructura y el funcionamiento óseos

(1991 [1990]) | 8

Luis Chiozza, Eduardo Dayen y Roberto Salzman

I. Algunos conceptos esenciales acerca de los huesos | 11

II. Desarrollo del concepto de fantasías específicas | 14

III. La desestructuración de los afectos | 16

IV. Existe una zona erógena ósea representada por los elementos celulares del hueso | 17

V. La capacidad de sostén y protección | 18

VI. El tejido y el carácter | 20

VII. La ortopedia | 24

VIII. La barrera de protección antiestímulo, la función del calcio y el carácter | 27

IX. La deformación patosomática de los afectos específicos de la función ósea | 29

X. La relación de los sentimientos de desmoronamiento, infracción y consolidación con la solidez y la solidaridad | 31

XI. Resumen de la fantasía específica ósea | 33

XII. Caso clínico | 36

Cefaleas vasculares y accidentes cerebrovasculares

(1991 [1990]) | 42

Luis Chiozza, Sergio Aizenberg y Dorrit Busch

I. Introducción | 45

II. El funcionamiento cerebral | 46

III. Las cefaleas y los accidentes encefalovasculares desde el punto de vista de la clínica médica | 48

IV. Accidentes cerebrovasculares desde el punto de vista clínico | 54

V. Las cefaleas vasculares y los accidentes encefalovascu­lares desde el punto de vista del psicoanálisis | 62

VI. Las fantasías específicas de las cefaleas vasculares y los accidentes cerebrovasculares | 72

VII. Caso clínico | 81

VIII. Un ataque inconcebible | 85

IX. El mito del nacimiento de Palas Atenea de la cabeza de Zeus | 88

X. El mito de Orestes | 91

XI. Resumen de las fantasías inconcientes específicas de las cefaleas vasculares y los accidentes cerebrovasculares | 92

Prólogo de los sentimientos ocultos en... hipertensión esencial, trastornos renales, litiasis urinaria, hipertrofia de próstata, várices hemorroidales, esclerosis, enfermedades por autoinmunidad

(1993 [1991-1993]) | 98

Prólogo de la transformación del afecto en enfermedad. Hipertensión esencial, trastornos renales, litiasis urinaria, hipertrofia de próstata, várices hemorroidales, esclerosis y enfermedades por autoinmunidad

(1998 [1993-1998]) | 107

El significado inconciente de la hipertensión arterial esencial

(1993 [1992]) | 112

Luis Chiozza, Oscar Baldino, Eduardo Dayen,Enrique Obstfeld y Juan Repetto

I. Hipertensión esencial en clínica médica | 115

II. Los significados inconcientes específicos de la hipertensión arterial esencial | 127

III. Resumen | 147

IV. Una historia que transcurre entre la indignidad y la indignación | 149

Psicoanálisis de los trastornos urinarios

(1993 [1978-1992]) | 154

Luis Chiozza y Ricardo Grus

I. La función excretora | 157

II. El erotismo urinario según Freud y otros autores | 161

III. Las fantasías específicas de la excreción urinaria | 167

IV. Estudio psicoanalítico de la litiasis urinaria | 176

V. Estudio psicoanalítico de la hipertrofia de próstata | 196

VI. Un aspecto renal de la melancolía | 203

VII. Historia de una ambición que perdura | 206

Fantasías inconcientes específicas de las várices hemorroidales

(1993 [1992]) | 213

Luis Chiozza, Gladys Lacher, Elsa Lanfrie Hilda Schupack

I. La enfermedad hemorroidal | 216

II. Fantasías específicas del trastorno hemorroidal | 219

III. Síntesis | 233

IV. Dos historias que coinciden en un mismo argumento | 235

Los significados inconcientes específicos de la esclerosis

(1993) | 243

Luis Chiozza, Eduardo Dayen y Mirta Funosas

I. La esclerosis | 246

II. Las fantasías inconcientes específicas de la esclerosis | 250

III. Historia de una flexibilidad desatendida | 268

El significado inconciente de las enfermedades por autoinmunidad

(1993 [1992]) | 274

Luis Chiozza, Domingo Boari, Catalina Califanoy María Pinto

I. El sistema inmunitario | 277

II. Fantasías inconcientes específicas de la autoinmunidad | 292

III. Historia de una antigua intolerancia | 312

¿Por qué enfermamos? El significado inconciente de los trastornos diabéticos

(1993) | 317

I. Introducción | 319

II. La causa y el significado de la enfermedad | 320

III. Una diferente concepción del psiquismo | 322

IV. La relación entre el cuerpo y el alma | 325

V. Los afectos ocultos | 328

VI. El significado inconciente del trastorno diabético | 330

VII. Fabiana | 333

Prólogo del libro ¿por qué enfermamos de...? Angina de pecho, infarto cardíaco e hipertensión arterial

(1995 [1993]) | 336

Prólogo del libro ¿por qué enfermamos de...? Cefaleas, accidentes cerebrovasculares

(1995 [1993]) | 341

Bibliografía | 347

Fantasía específica de la estructura y el funcionamiento óseos

(1991 [1990])

Luis Chiozza, Eduardo Dayen y Roberto Salzman

Referencia bibliográfica

CHIOZZA, Luis y colab. (1991e [1990]) “Fantasía específica de la estructura y el funcionamiento óseos”.

Ediciones en castellano

Se publicó con el título “Fantasía específica de la estructura y el funcionamiento óseos” en:

L. Chiozza y colab., Los afectos ocultos en... psoriasis, asma, trastornos respiratorios, várices, diabetes, trastornos óseos, cefaleas y accidentes cerebrovasculares, Alianza Editorial, Buenos Aires, 1991/1992/1993, págs. 132-157.

Luis Chiozza CD. Obras completas hasta agosto de 1995 (cd-rom), In Context, Buenos Aires, 1995.

Luis Chiozza CD. Obras completas hasta agosto de 1996 (cd-rom), In Context, Buenos Aires, 1996.

Se publicó con el título “Fantasía específica de la estructura ósea y su funcionamiento” en:

L. Chiozza, Los afectos ocultos en... psoriasis, asma, trastornos respiratorios, várices, diabetes, trastornos óseos, cefaleas y accidentes cerebrovasculares, Alianza Editorial, Buenos Aires, 1997, págs. 131-156.

Traducción al portugués

“Fantasia específica da estrutura e o funcionamento ósseos”, en L. Chiozza (org.), Os afetos ocultos em... psoríase, asma, transtornos respiratórios, varizes, diabete, transtornos ósseos, cefaléias e acidentes cerebrovasculares, Casa do Psicólogo Livraria e Editora, San Pablo, 1997, págs. 145-173.

Traducción al inglés

“The structure and functioning of bones as specific fantasies”, en L. Chiozza, Hidden affects in somatic disorders: psychoanalytic perspectives on asthma, psoriasis, diabetes, cerebrovascular disease, and other disorders, Psychosocial Press, Madison (Connecticut), 1998, págs. 97-117.

Este trabajo fue realizado en el Departamento de Investigación del Centro Weizsaecker de Consulta Médica y presentado para su discusión en la sede del Centro el día 29 de octubre de 1990.

I. Algunos conceptos esenciales acerca de los huesos

1. Anatomía e histología

El tejido óseo es una variedad del conectivo que, por ser el tejido duro de la economía, puede cumplir con las fun­ciones de sostén (permitiendo la inserción muscular) y de pro­tección de los llamados órganos nobles.

La unidad estructural del hueso es la laminilla ósea que está compuesta por células y matriz intercelular. Las cé­lulas tí­picas son los osteoblastos, los osteocitos y los osteoclastos. El osteoblasto es responsable de la síntesis de la matriz intercelular, de las fibras colágenas, y de la se­creción de la fosfatasa alcalina que promueve la precipita­ción de sales cálcicas. El osteocito contribuye a mantener los caracteres de la matriz ósea por medio de la osteólisis e interviene en la regulación del calcio circulante. El osteoclasto tiene la función de resorción del hueso mediante la digestión de la matriz orgánica y la disolución de las sales de calcio. La matriz intercelular ósea está compuesta por la sustancia amorfa y las fibras colágenas sobre las que se de­posita la sal de calcio.

Hay dos variedades de tejido óseo: el esponjoso y el com­pacto. En el primero, las laminillas óseas adosadas confi­guran trabéculas. En el segundo, las laminillas óseas dis­puestas concéntricamente alrededor de un conducto central que aloja vasos sanguíneos y filetes nerviosos, configuran el sistema de Havers. Estas dos variedades participan de dis­tinto modo en la constitución de los huesos planos, cor­tos y largos. La variedad esponjosa, más primitiva, se transforma en la va­riedad compacta por imperio de las nece­sidades fun­cionales. El hueso compacto se caracteriza por una mayor con­centración de laminillas óseas, la disposición he­licoidal de las fibras colágenas de dichas laminillas y un mayor con­tenido de cal­cio. Estas tres condiciones le otorgan mayor resistencia y dureza. Así es que el hueso en su pro­ceso de maduración se endurece.

2. Embriología

Existen dos modalidades de formación del tejido óseo: membranosa y endocondrial. En la primera, característica de los hue­sos planos, el tejido óseo se forma directamente en el mesénquima. En la segunda, presente en los huesos lar­gos, existe una matriz cartilaginosa previa que actúa como molde configuracional para el futuro hueso. Como resultado del proceso de osificación, se forma hueso esponjoso que luego es resorbido y reemplazado gradualmente por hueso maduro, de tipo compacto.

Alrededor del tercer mes de vida intrauterina van apa­reciendo los centros primarios de osificación en las zonas medias de las diáfisis que en el momento de nacer ya están completamente osifi­cadas. Después del nacimiento, en las epífisis se van eviden­ciando, de modo variable en el tiempo para cada hueso, los centros secundarios de osificación. Durante esta fase se man­tiene un disco cartilaginoso (disco epifisario) que per­mite el crecimiento longitudinal del hueso. Cuando éste al­canza su longitud completa desaparecen los discos epifisarios y las epífisis consolidan con la diáfisis del hueso. Este proceso culmina alrededor de los 25 años de edad, cuando se sellan los cartílagos de crecimiento superiores de la tibia y el peroné.

3. Fisiología ósea

Ham y Leeson señalan que el hueso “fue creado para resolver el problema de mantener con vida las células incluidas en una sustancia intercelular calcificada” (Ham y Leeson, 1963, pág. 269).

En la estructura ósea se asocian elementos orgánicos e inorgánicos. La fibra colágena del hueso presenta una gran resistencia al estiramiento, y la sal de calcio, por su du­reza similar a la del mármol, una gran resistencia a la pre­sión. Además, la unión íntima entre la fibra y el calcio im­pide el deslizamiento de uno con respecto al otro, propor­cionando firmeza al hueso.

Mediante incesantes procesos de destrucción y recons­trucción, el hueso se renueva. Como el hueso “antiguo” se vuelve relativamente frágil y quebradizo, continuamente debe renovar su matriz orgánica. Por otra parte, el hueso cambia permanente­mente de forma, reor­ganizando sus trabéculas según la direc­ción de las líneas de fuerza. De modo que el hueso se remo­dela de acuerdo al peso, al esfuerzo y a las pre­siones direc­cionales que soporta, conservando de este modo la resisten­cia adecuada.

4. Evolución filogenética del tejido óseo

Todo ser vivo posee algún tipo de estructura que sirve para su sostén y protección. Los vegetales tienen tejidos, como la lignina de la madera, que cumplen funciones de sostén per­mitiendo a las plantas elevarse, contrarrestando la acción de la gravedad.

En los animales inferiores (esponjas, celenterados, mo­luscos, crustáceos, insectos y arácnidos) se encuentran exoesquele­tos, estructuras de sostén duras que recubren al ani­mal.

Los equinodermos constituyen un hito evolutivo entre las formas que poseen exoesqueleto y las que tienen un es­queleto interno. Estos animales presentan un esqueleto in­terno formado por pequeñas placas calcáreas unidas entre sí por músculo y tejido conectivo. Esta estructura, aunque deja al animal más indefenso, permite que pueda alcanzar mayor tamaño y sirve para la inserción de potentes músculos que am­plían sus posi­bilidades de movimiento.

La necesidad de locomoción influyó sobre la organiza­ción estructural del ser vivo. Un animal grande y pesado, para mo­verse y mantener su forma, necesita tener soportes duros in­ternos.

En los vertebrados más primitivos, la columna dorsal segmentada es cartilaginosa. La sustitución de cartílago por hueso aparece en los llamados peces óseos y coincide con su desplazamiento del océano hacia el agua dulce. Según Weisz (1966), junto a este desplazamiento, y para hacer frente a la fuerza de las corrientes, surgiría la necesidad de potentes músculos y naturalmente la de soportes duros que posi­biliten su inserción.

II. Desarrollo del concepto de fantasías específicas

Volvamos a recorrer un trayecto en la obra de Freud que ya hemos señalado en otro lugar (Chiozza, 1970m [1968], 1976c [1971]; Chiozza y colab., 1966e):

1) Freud (Freud y Breuer, 1895d*), al referirse a las condiciones que de­terminan la elección del órgano, describe el mecanismo de la conversión simbolizante. Cuando opera este mecanismo, la elección del órgano queda determinada por la capacidad de di­cho órgano para representar simbólicamente la fantasía que permanece inconciente. Afirma asimismo que la conversión simbolizante puede afectar no sólo a los órganos de la vida de relación sino también a los órganos de la vida vegetativa, tales como el corazón o el aparato digestivo.

2) Sostiene además que pueden funcionar como zonas erógenas todos y cada uno de los órganos (Freud, 1905d*), y que todo proceso de cierta importancia aporta algún componente a la ex­citación general del instinto sexual (Freud, 1924c*).

3) También señala (Freud, 1915c*) que del examen de los fines del instinto pueden ser deducidas las diversas fuentes orgánicas que les han dado origen, y que todo órgano o parte del cuerpo se arroga la representación global o general de todos aque­llos procesos en los cuales interviene de una manera prepon­derante.

4) Podemos deducir de lo que Freud (1920g*) dice en Más allá del principio de placer que lo psíquico inconciente es algo que puede ser atribuido a las for­mas biológicas más simples1.

5) Finalmente, Freud (Freud y Breuer, 1895d*) afirma que tanto la histeria como el lenguaje extraen, quizás, sus materiales de una misma fuente.

Integrando esas postulaciones freudianas dedujimos que “toda estructura o proceso corporal constituye una fuente somática de un impulso cualitativamente diferenciado. Este impulso es al mismo tiempo una fantasía inconciente propia y particular, específica, con respecto a esa estructura o pro­ceso... la estructura o proceso corporal y la fantasía in­conciente es­pecífica de aquél son una y la misma cosa vista desde dos puntos de vista diferentes” (Chiozza, 1976c [1971]).

Teniendo en cuenta, además, que “lo psicológico se aproxima a lo que en la biología de nuestra época ha sido llamado ‘inte­rioridad’” (Portmann, 1954), pensamos que, “considerado como una ‘función’ de la interioridad, el conjunto de todo aquello que llamamos cuerpo (involucrando forma, función, de­sarrollo y trastorno) es una fantasía, en su mayor parte in­conciente, compuesta, o mejor aún estructurada, por numerosas aparien­cias ‘parciales’ o fantasías específicas ‘elementales’ que sólo pueden ser sepa­radas artificialmente del todo. Así como la fantasía consti­tuye una realidad material y corpo­ral es­pecífica, la reali­dad material (sea ‘biológica’ o ‘física’) constituye una fantasía especí­fica” (Chiozza, 1970m [1968]).

III. La desestructuración de los afectos

Ya hemos afirmado en otra oportunidad (Chiozza, 1986b, cap. VIII, apdos. “Los afectos” y “La deformación de los afectos”) que el afecto tiene características que permiten ubicarlo como una especie de “bisagra” que articula los territorios que de­nominamos psíquico y somático. Por un lado, es una remi­niscencia psíquica filogenética y, por el otro, una descarga “real” somática actual.

Todo afecto es: a) un proceso de descarga que incluye determinadas inervaciones o descargas motrices, y b) ciertas sensa­ciones (percepciones de las descargas ocurridas y sensaciones directas de placer y displacer) (Freud, 1916-1917 [1915-1917]*).

Freud (1900a [1899]*) sostiene que la conformación de la descarga afectiva se realiza de acuerdo con una clave de inervación situada en las representaciones inconcientes. La clave de iner­vación del afecto es, entonces, una idea inconciente que determina la particular cualidad de cada una de las distintas descargas motoras vegetativas que caracterizan a los distin­tos afectos. Cuando un afecto conserva íntegra la coherencia de su clave, es posible reconocerlo como una determinada emo­ción.

A diferencia de las neurosis y psicosis, en las que la co­herencia del afecto se conserva, en la enfermedad somática se produce una descomposición patosomática del afecto (Chiozza, 1975c, 1985c; 1986b, cap. VIII). El desplazamiento de la importancia (investidura) se realiza dentro de la misma clave de iner­vación, de modo que algunos de los elementos de esta clave reciben una carga más intensa en detrimento de los otros. Cuando el proceso de des­carga se produce según esta clave deformada, la concien­cia ya no interpreta una significación afectiva, sino que percibe un fenómeno que denomina afección somática, precisa­mente por­que la cualidad psíquica de ese fenó­meno permanece, de ese modo, inconciente.

IV. Existe una zona erógena ósea representada por los elementos celulares del hueso

Los conceptos de Freud acerca de las zonas erógenas (1905d*, 1915c*, 1924c*) y lo que postulamos en trabajos anteriores acerca de las fantasías espe­cíficas para cada una de las zonas erógenas (Chiozza, 1963a, 1976c [1971]) nos permiten de­ducir la exis­tencia de una zona erógena ósea cuyos represen­tantes pulsionales configurarían sus fantasías inconcientes específi­cas. La actividad de las células óseas correspondería en­tonces a la erogeneidad de esa zona.

Dentro del proceso de formación del hueso podemos dis­tinguir dos fases complementarias. Una por la cual el hueso se ge­nera estableciendo su forma adulta en un proceso evolu­tivo ontogenético y otra en la cual se regenera tejido óseo re­sorbido.

Se han descripto dos tipos de hueso diferentes según pre­domine en cada uno de ellos la función de sostén o la de pro­tección. Estas funciones, que se manifiestan en la exis­tencia de los huesos “largos” y los huesos “planos”, determi­nan variaciones en el proceso de osificación.

En la formación de los huesos largos podemos distinguir tres períodos: uno, intrauterino, en el cual se osifican las diá­fisis; otro, infantil, en el cual se osifican las epífi­sis, y otro, que corresponde al final del crecimiento corpo­ral, en el cual se sellan las uniones diáfiso-epifisarias. Pensamos que estos tres momentos significativos en el desa­rrollo óseo deben corresponder, en términos de la evolución libidinal, a tres estadios de una primacía relativa de la zona erógena ósea. Por otra parte, los conceptos generales de la teoría psicoanalítica nos conducen a la conclusión de que un tras­torno en cualquiera de esos tres estadios de la evolu­ción li­bidinal establecerá un punto de fijación “óseo”.

V. La capacidad de sostén y protección

El sostén y la protección que brinda el hueso al orga­nismo dependen de una cualidad que lo caracteriza: la dureza. Nos preguntamos, entonces, de qué dependerá la capacidad de sos­tén y protección del yo.

Veamos el significado y la etimología de las palabras “hueso” y “dureza”, por un lado, y, por el otro, de los términos “sos­­­­tener” y “proteger”.

La palabra “hueso” proviene del latín os, y se uti­liza para referirse, en sentido figurado, a “lo central o medular de la persona o de un discurso o escrito” (Blánquez Fraile, 1975). Además, el griego osteon (hueso) deriva de ossomai, que significa “la voz de los dioses en el hombre” (Vox, 1974)2.

La palabra “duro” proviene del latín durus y quizás del griego douron, “leño”. Así se dice del cuerpo que se re­siste a ser deformado, y también significa (en sentido figu­rado) que soporta bien la fatiga, que es fuerte, robusto, firme, constante para sufrir penalidades.

Por otro lado, el verbo “durar”, que también proviene de du­rus, significa “continuar siendo, obrando, sirviendo”, y tam­bién “subsistir, permanecer” (Real Academia Española, 1985; Blánquez Fraile, 1975).

Los significados castellanos del término “sostener” son: “mantener firme, sujetar”; figuradamente alude a de­fender una proposición; mantenerse firme en una postura sin caer; sustentar, costear las necesidades de una persona, fa­milia o institución, dar apoyo moral; también significa “hacer frente, resistir” (Salvat, 1986a).

El término “proteger”, que significa “amparar” (Montaner y Simón, 1912), deriva del latín protegere. El radical tegere sig­nifica “cubrir” (Corominas, 1983), y de él proviene tectum, “techo”.

Los distintos significados de las palabras estudiadas parecen esclarecer, por lo pronto, la relación entre sostén, pro­tección y dureza. Podemos decir que la capacidad de sostén y protección depende de la dureza, es decir, de la capacidad de resistir y mantenerse firme, de permanecer.

Si pensamos que los padres o la sociedad (que ac­túan desde el exterior del sujeto), el superyó (que actúa den­tro del su­jeto, pero fuera del yo, como representante del ello y de la autoridad de los padres) y el carácter (que opera, en el indi­viduo, desde el yo) sostienen y protegen, podemos aven­turar una hipótesis: diremos que, en el terreno de los signi­ficados psicológicos, el sostén y la pro­tección dependen de la resistencia a los cambios que opone un sistema normativo ade­cuado.

Un sistema que posee la carac­terística de resistirse a los cambios podría arrogarse la representación de lo que tiende a mante­nerse estable, a permanecer, es decir, a durar.

Sin embargo, resis­tirse a los cambios no es suficiente para permanecer. Un sistema que se opone al cambio puede hacerse rígido, frágil y no per-durar. La resistencia al cambio, por sí sola, es una cronicidad que arrui­na pero no endurece.

Un sistema normativo adecuado es el que, además de oponerse a los cambios, se presta a la re­forma, a la remodelación nece­saria, es decir al estable­cimiento. “Estabilidad” significa “permanencia, duración, firmeza, seguridad” (Real Academia Española, 1985). El buen funcionamiento de la “capacidad de es­tablecer” de­pende tanto de la posibilidad de erigir como de la de resis­tir.

Desde otro punto de vista, es posible sostener que un sistema nor­mativo adecuado es el que permite al yo lograr la reconciliación entre sus múltiples “vasallajes”3. Esa recon­ciliación de­pende tanto de la oposición como de la disposición a la reforma. Podemos decir que existe una “capacidad de estable­cer”, que se manifiesta como estabilidad y que se acompaña del sentimiento de seguridad.

La palabra “seguridad” proviene del latín securus (que de­riva a su vez de se y cura, que significan, en con­junto, “se cuida”). Securus quiere decir “libre de cuidados, lleno de confianza, sin temor” (Blánquez Fraile, 1975). El término “seguri­dad” alude, entonces, a la capacidad de cuidar de sí mismo, que puede resumir en su significado lo que llamamos soste­nerse y protegerse.

Toda acción tiende a un cam­bio y, a su vez, necesita apoyarse en la resistencia que un sistema normativo opone a los cam­bios. Es en ese sistema nor­mativo incorporado que el indivi­duo encuentra el sostén y la protección que constituyen su sentimiento de seguridad. El cuidado, que en un principio era ejercido desde el exterior por los padres, una vez incorpo­rado, se manifiesta como se­guridad.

El término “seguridad”, por su significado original (se-cura), alude a la presencia interna de un sistema norma­tivo, de una ética que sostiene y protege. El sen­timiento de seguridad se experimenta, en­tonces, cuando se dispone de un grupo de normas adecuado, que cons­tituye “el límite” que presta “apoyo”, brindando sostén para la acción incierta y protección contra un accionar dañino.

La existencia física de un aparato óseo que sostiene y pro­tege, y la existencia histórica de normas sociales, superyoicas o caracterológicas, que sostienen y protegen, nos au­torizan a pensar en “una misma” fantasía incon­ciente de sos­tén y protección, vinculada a la dureza, que puede manifes­tarse a la conciencia, desde un punto de vista histórico, como un sistema normativo ade­cuado y, desde un punto de vista físico, como un aparato óseo normal.

VI. El tejido y el carácter

Freud (1930a [1929]*) señala que la formación del superyó está vin­culada a dos hechos de trascendental impor­tancia: el desva­limiento y la prolongada dependencia del ser humano durante la infancia, y el complejo de Edipo.

Al referirse a la génesis de la con­ciencia moral (superyó), destaca que el niño pequeño es amoral, no po­see inhibiciones internas contra sus mociones pulsionales y depende de un poder externo, la autori­dad pa­rental. Esta autoridad externa, encargada de discrimi­nar qué debe considerarse como bueno y qué como malo, rige al niño otorgándole pruebas de amor y castigos que implican la pérdida de ese amor. En la vida adulta, la angustia frente a la pérdida de amor puede vivenciarse como “angustia social”.

La interiorización de la autoridad externa, que ins­taura el superyó (conciencia moral), constituye un cambio fundamental en el desarrollo del ser humano. El superyó se establece me­diante la identificación con la instancia parental, identifi­cación enlazada al sepultamiento del com­plejo de Edipo. Al respecto, Freud (1923b*) señala que el superyó del niño se construye según el modelo de superyó de los padres. Cum­plida esa identificación, es el superyó el que pasa a ob­servar, guiar y ame­nazar al yo. En esta fase, la angus­tia frente a la pérdida de amor se convierte en angustia de la conciencia moral que, según Freud, es in­dispensable en las relaciones sociales.

En cuanto al carácter, Freud (1933a [1932]*) afirma que es atribuible por entero al yo y que se constituye como un con­junto de pre-juicios (Freud, 1895b [1894]*). Lo crea, “sobre todo, la incorporación de la anterior instan­cia parental en calidad de superyó, sin duda el frag­mento más importante y decisivo; luego, las iden­tificaciones con ambos progenitores de la época posterior y con otras personas influyentes, al igual que similares iden­tificaciones como precipitados de vínculos de objeto duelados” (Freud, 1933a [1932]*, pág. 84). Agrega además, “como un complemento que nunca falta a la formación del carácter, las formaciones reactivas que el yo adquiere primero en sus represiones y, más tarde, con medios más nor­males, a raíz de los rechazos de mociones pulsionales inde­seadas” (Freud, 1933a [1932]*, pág. 84). Diez años antes, Freud (1923b*) había subrayado que el carácter de una persona adopta los influjos provenientes de la historia de las elecciones eróticas de ob­jeto, o se de­fiende de ellas, en una medida que depende de su capacidad para resistir.

Para Wilhelm Reich (1933), el carácter está determinado por las ex­periencias infantiles repetidas y resulta, entonces, una ex­presión de la totalidad del pasado. Durante el tratamiento psicoanalítico, “los rasgos neuróticos de carác­ter se hacen sentir como un mecanismo de defensa compacto que se opone a nuestros em­bates terapéuticos”. Postula la exis­tencia de un carácter genital, distinto del neurótico, y sostiene que en cada sujeto se encuentra una mezcla de ambos modos carac­terológicos.

El carácter sería, para este autor, “la coraza yoica contra los peligros que amenazan desde el mundo ex­terior y desde los impulsos interiores reprimidos”. Vale la pena aclarar que, planteada de este modo, la idea de coraza yoica induce a imaginar al carácter como una estructura que envuelve al yo, siendo, en cambio, que el yo es carácter.

Reich sostiene que el carácter es una alteración crónica del yo, una estructura dura que se desarrolla como resultado del conflicto entre las demandas instintivas y el mundo exterior frustrante. Es una co­raza que debe conce­birse como algo móvil. “El grado de movilidad caracteroló­gica, la capacidad de abrirse a una situación o de cerrarse ante ella, consti­tuye la diferencia entre la estructura de carác­ter sana y la neurótica” (Reich, 1933, pág. 159).

Finalmente Reich (1933) describe los tres procesos por los que se produce lo que denomina el endurecimiento del yo: a) “Identificación con la realidad frustrante, en espe­cial con la persona principal que representa a esta realidad. Este proceso da a la coraza sus contenidos significativos”. b) “La agresión movilizada contra la persona frus­trante, que produjo angustia, se vuelve contra el propio ser. Este pro­ceso inmovi­liza la mayor parte de las energías agre­sivas, las bloquea y las aleja de la expresión motriz, cre­ando así el aspecto inhibitorio del carácter”. c) “El yo erige formaciones reactivas contra los impul­sos sexua­les, y utiliza las energías de esas formaciones para hacer a un lado estos impulsos”.

Mientras que las normas de la autoridad externa, impuestas por los padres o la so­ciedad, y las normas superyoicas (con­ciencia moral), “interiorizadas”, son vividas como ajenas al yo, las normas propias, incorporadas, que cons­tituyen el carác­ter, son in­concientes en su mayor parte y egosintónicas.

Con la palabra “carácter” designamos, por un lado, al “con­junto orgánico y dinámico de las características bási­cas de un individuo que configuran la estructura de su per­sonalidad y determinan su comportamiento y actitudes” y, por otro, a la “señal que se imprime, pinta o esculpe en alguna cosa” (Salvat, 1986a).

El carácter es, entonces, una particular manera de ser que implica un modo de pensar, de sentir y de actuar cons­tante y estable (manera que puede quedar representada en una señal, signo o distintivo, que pasa a ser su emblema). Esa particu­lar modalidad corresponde a los hábitos y costumbres (sistema normativo) educados y aprendidos con los que el individuo se desenvuelve.

La suma de lo que Freud (1923b*), cuando se ocupa de la formación del carácter, llama adoptar los influjos y de­fenderse de ellos, es lo que denominamos capacidad de es­tablecer, compuesta por una capacidad de erigir y otra de resistir.

De esa capacidad de establecer depende que la estructura caracterológica sea más o menos saludable. En otras pa­labras: de ella depende el grado de movilidad caracteroló­gica. Por este motivo creemos que sería más adecuado decir que el carácter es una alteración del yo que deviene estable, reservando el término crónico, que utiliza Reich (1933), para las estructuras caracterológicas enfermas, viciosas o arrui­nadas.

Nos parece necesario aclarar que pensamos que la iden­tificación con una persona, que, de acuerdo con Reich, confi­gura el carácter, se realiza con el estatuto, con el corpus normativo representado por ella. En ese sentido, enten­demos que la institución (constitución) es el proceso por el cual se instituye el estatuto, y que el proceso de institución de­pende de la capacidad de establecer.

Si tenemos en cuenta que: 1) el tejido óseo se caracte­riza por la dureza, y la dureza parece representar un orden constante, un sistema normativo estable, y 2) el tejido óseo remodela de manera permanente su forma acorde a las presiones y tensiones que debe soportar, es decir que las fuerzas que actúan sobre el hueso esculpen en él las vicisitudes de una “historia”, entonces podemos pensar que el tejido óseo se presta de manera adecuada para representar, simbólicamente, al carác­ter.

VII. La ortopedia

La ortopedia ha sido comparada muchas veces con la educación. Nicolás Andry, a quien se atribuye la invención del término “ortopedia”, fue también autor de un tratado para la educación de los niños rectos. El tratado se llamaba La or­topedia o el arte de prevenir y de corregir en los niños las deformidades del cuerpo por todos los medios al al­cance de los padres, de las madres y de aquellas personas que tienen que educarlos (Andry, citado por Del Sel, 1963, pág. 11).

El autor trató en esta obra, escrita en 1741, los pro­blemas del desarrollo del niño, incluyendo los aspectos psi­cológicos. Andry simbolizó en un grabado el objeto de la nueva especialidad. En el dibujo aparece un árbol cuyo tronco se ve torcido y se encuentra afirmado por una soga a un tu­tor. Es decir que el término “ortopedia” contiene la capta­ción intuitiva de Andry de la fan­tasía específica ósea. La palabra “ortopedia” (del griego orthos, recto, y paidos, niños) se inspiró en dos especialidades que se en­señaban entonces: la callipedia (del griego calios, bello), Tratado para tener niños hermosos, y la trofopedia (del griego trofos, nutrir), El arte de nu­trir a los niños (Del Sel, 1963).

Desde el punto de vista psicoanalítico, muchos autores señala­ron el vínculo existente entre la educación y la cons­titución del superyó y del carácter.

Cuanto llevamos dicho hasta aquí nos permite comprender el motivo por el cual la educación se vincula, por un lado (or­topedia), con el aparato óseo y, por otro (psicoanálisis), con el carácter.

La palabra “educación” proviene del latín educo, tér­mino que posee dos acepciones: a) “criar, alimen­tar, cuidar”, y b) “hacer salir, sacar fuera” (Blánquez Fraile, 1975). Como señala Ortega y Gasset, se dice: la papa educa sus brotes.

La palabra “enseñar”, derivada del latín signa (plural de signum), proviene de insignare, que signi­fica “marcar, designar” (Corominas, 1983). “Enseñar”, según el diccionario de la Real Academia Española (1985), es “instruir, doctrinar, dar ejemplo o escarmiento que sirve de experiencia y guía para obrar en lo sucesivo”.

“Aprender”, lo mismo que “aprehender”, deriva de “prender”. “Prender”, del latín prehendere, sig­nifica “coger, atrapar, sorprender”. Según el diccionario de la Real Academia Española (1985), “aprender” tiene tres acepciones: a) adquirir el co­nocimiento de alguna cosa por medio del estudio o de la experiencia; b) concebir alguna cosa por meras apariencias o con poco fundamento; c) tomar algo en la memoria.

“Comprender”, que también deriva de prehendere, quiere decir: a) abrazar, rodear por todas partes una cosa; b) contener, incluir en sí; c) entender, alcanzar, penetrar. Comprensiva es la persona, tenden­cia o actitud tolerante.

El término “disciplinar” en el diccionario de la Real Academia Española (1985) tiene tres acepciones: a) instruir, enseñar a uno su profesión, dándole lecciones; b) imponer, hacer guardar la disciplina, obser­vancia de las leyes; c) azotar, dar disciplinazos por mortificaciones o por castigos (el disciplinazo es un golpe dado con un instrumento, hecho de cáñamo, que sirve para azotar).

Corominas (1983) señala que la palabra “doctor”, del latín doctor-oris (“maestro, el que enseña”), pro­viene de docere (“enseñar”). Del mismo vocablo derivan, a su vez, docto, “sabio”, doctus, “enseñado”, docilis, “que aprende fácilmente”, y documentum, “enseñanza, ejemplo, muestra”. Dócil es, en­tonces, el que aprende fácilmente, y docilidad, la aptitud para aprender.

Por la etimología y la semántica podemos pensar que la educación integra al yo los aspectos no desarrollados, que desde el psicoanálisis denominamos “aspectos no nacidos”. En nues­tro trabajo nos remitiremos al sentido original de la pa­labra “educación”, es decir al de “conducir hacia fuera”, y no al habitual, que es mucho más abarcativo.

Para la integración de los “aspectos no nacidos”, la educa­ción utiliza la enseñanza y la disciplina. La enseñanza “da (mues­tra, señala) el ejemplo” y la disciplina (los discipli­nazos) “rompe la cáscara” caracterológica que impide el naci­miento de dichos aspectos.

Desde este punto de vista, la educación, el proceso por el que se instituye el estatuto que es carácter, principia por la enseñanza y, a través del aprendizaje en un marco de dis­ciplina, alcanza la comprensión que “hace hueso” la nueva norma. La docilidad permite, así, aprender del ejemplo del docto y constituirse en lo que se denomina un ejemplar.

Pero este proceso de institución (instrucción)4 puede verse perturbado, tal como ocurre a veces con el proceso de iden­tificación. Tanto la indocilidad como la docilidad cró­nica dificultan el aprendizaje. En esos casos sólo se puede, a lo sumo, “seguir el ejemplo”, pero queda impedido el consti­tuirse en un “ejemplar realizado”.

VIII. La barrera de protección antiestímulo, la función del calcio y el carácter

Freud, en Más allá del principio de placer (1920g*), representándose al organismo vivo, en su máxima simplificación posible, como una vesícula indiferenciada de sustancia estimulable, reflexiona de un modo que le permite entrelazar la génesis de la conciencia, la ubicación del sistema Cc y las particularidades atribuibles al proceso excitatorio de ese sistema. Considera que esa partícula de sustancia viva sería aniquilada por el influjo nivelador, y por tanto destructivo, de la energía del mundo “exterior”, si no estuviera provista de una protección antiestímulo. Su superficie deja de tener la estructura propia de la materia viva, se vuelve “inorgá­nica”. Gracias a esa protección, sólo una fracción de la in­tensidad de los estímulos se propaga a los estratos contiguos que, así, reciben los estímulos “filtrados”.

Más adelante, y respecto de las excitaciones internas que produzcan una multiplicación de displacer demasiado grande, Freud (1920g*) afirma que el aparato tenderá a tratarlas como si no obrasen desde adentro, sino desde afuera, a fin de poder aplicarles el mismo medio defensivo. Sugiere además que lla­memos traumáticas a las ex­citaciones externas que poseen fuerza suficiente para per­forar la pro­tección antiestímulo.

Con un modelo de características muy similares al desarro­llado por Freud, la fisiología explica la función que cumple el calcio en el desencadenamiento del potencial de acción de la mem­brana, proceso por medio del cual se inhibe la trans­misión del estímulo nervioso.

Recordemos que el aparato óseo, además de cumplir la misión de sostén y protección, es el depósito del calcio que se vuelca al torrente circulatorio cuando es necesario para operar en la membrana con una función que, según entendemos, sería la de una barrera de protección antiestímulo5.

Para describir la conformación del carácter, Reich utiliza un modelo de notable similitud con el de esta barrera. Dice que “en el yo, la parte de la personalidad expuesta al mundo exterior es donde tiene lugar la formación del carácter; se trata de un amortiguador en la lucha entre el ello y el mundo exte­rior... Entre estas necesidades pri­mitivas por una parte y el mundo exterior por la otra, el yo se desarrolla gradual­mente por diferenciación de parte del organismo psí­quico. La diferenciación de parte del organismo psíquico re­cuerda a ciertos protozoarios. Existen entre ellos muchos que se pro­tegen del mundo exterior mediante una coraza o concha de ma­terial inorgánico... En la misma forma, el carácter del yo puede concebirse como la armadura que protege al ello de la acción del mundo exterior... Si bien el prin­cipal mo­tivo para la formación del carácter fue la protección contra el mundo exterior, esto no constituye con posteriori­dad su fun­ción principal... Los mecanismos de protección del ca­rácter entran en acción, y eso es lo típico de ellos, cuando existe la amenaza de un peligro proveniente del inte­rior, de un im­pulso instintivo. Entonces, es tarea del carác­ter domi­nar la angustia estásica causada por las energías de los im­pulsos a los que se imposibilita la expresión” (Reich, 1933, págs. 172-173).

IX. La deformación patosomática de los afectos específicos de la función ósea

Las ideas de Freud, las descripciones de la fisiología y los conceptos de Reich nos permiten identificar los afectos específicamente representados por las funciones y los trastor­nos óseos.

Retomemos las últimas palabras de Freud (1920g*), cuando sugiere que llamemos “traumáticas” a las excitaciones externas que poseen fuerza suficiente para perforar la protección antiestímulo.

En otro lugar dijimos que “si el yo no puede defenderse de un estímulo o impresión despro­porcionada (quedó ‘impresionado’), nos encontramos ante la situación traumática que describe Garma (1956a y 1956b), quien sostiene que los sueños, ‘más allá del principio del placer’, son precisa­mente alucinaciones provocadas por este tipo de situación traumática” (Chiozza, 1963a, 1970d [1963-1968]). Esta si­tuación equivale, en la teoría desarro­llada, “a la disocia­ción del yo y a la formación de un núcleo visual-ideal, a ex­pensas de lo que era el polo o zona visual-ideal del yo. La situación traumática es un daño ya realizado en el aparato psíquico, que comporta una cierta desorgani­zación... si el estímulo desorganiza una parte del yo y el resto se defiende disociando, esta parte disociada que con­tiene al estímulo que necesita ser ligado anabólicamente, constituye un protoperseguidor interno” (Chiozza, 1963a, 1970d [1963-1968]).

Utilizando un modelo similar al desarrollado, podemos pensar que cuando el yo no puede defenderse de un estímulo que su­pera su capacidad de remode­lación, de reforma de su sistema normativo, es decir su ca­pacidad de establecer, se produce una situación traumática. Sostenemos que la posibilidad de remodelación del sistema normativo determina que una estructura de carácter sea más o menos saludable.

La situación traumática es una disociación del yo. Frente a la necesidad de remodelar un sistema normativo, que por ana­crónico es débil, pueden experimentarse tres tipos de viven­cia: la vivencia de desmoronamiento, la de infracción o la de consolidación. Cuando la conciencia de cualquiera de estos afectos es insoportable y ocurre su deformación patoso­mática, puede aparecer, en su lugar, un trastorno óseo, como producto de la sobreinvestidura de uno de los elementos de su clave.

La destrucción de la arquitectura y la disminución de la masa ósea, como sucede en la osteoporosis o en la osteomielitis, en las que el sujeto parece “venirse abajo”, pueden corres­ponder a una variante melancólica del enfermar óseo. En ella se cumpliría, simbólicamente, el sentimiento de desmoro­namiento, a través del trastorno óseo que lo representa.

La fractura, que corresponde a una variante maníaca, puede ser comprendida como el ataque al hueso que sostiene y pro­tege, cuando es “confundido” con el sistema normativo rí­gido, imposible de remodelar. En estas condiciones, el ata­que ad­quiere el carácter de una infracción cuya conciencia resulta intolerable. El término “infracción”, según Corominas (1983), proviene del latín infringo, “quebrantar, abatir, romper la armonía”, que a su vez deriva de frangere, “romper”. Otro derivado de frangere es el término “fractura”.

La fractura representa, entonces, el in­tento maníaco de quebrantar una ley y la negación del sentimiento de infracción.

El incremento de la actividad osteoblástica que conduce a una hiperostosis (aumento de la densidad ósea), como ocurre en la enfer­medad de Paget, puede corresponder a una variante paranoica, en la cual el perseguidor queda representado por un influjo remodelador que se debe resistir. (Las “formas meno­res” de hiperostosis, tales como exóstosis en distintos hue­sos, o “picos de loro” en las vértebras, son muy frecuentes.)

La consolidación de un sistema normativo implica siem­pre el afianzamiento de una alianza, la docilidad para adop­tar un influjo. Una de las acepciones del término “consolidar”, se­gún el diccionario de la Real Academia Española (1985), es “reunirse en un sujeto atributos de un dominio antes disgre­gado”.

Puede ocurrir que la docilidad implícita en la consolidación permanezca inconciente, y sólo se conozca el deseo de resis­tir la adop­ción del influjo proveniente de la historia de una elección erótica de objeto. En ese caso, cuando la conciencia de la consolidación del sistema normativo re­sulta intole­rable, la ratificación del sistema, re­presentado por el hueso, se ex­presa, entonces, en la hiperostosis.

X. La relación de los sentimientos de desmoronamiento, infracción y consolidación con la solidez y la solidaridad

Sólido es el cuerpo cuyas moléculas tienen entre sí mayor cohesión que las de los líquidos. Esa mayor cohesión le per­mite, frente a un impacto que tiende a desorganizarlo, resis­tirse a la deformación me­diante la solidaridad de cada una de sus partes constitutivas con la parte que sufre el impacto.

Como sabemos, hueso es cada una de las partes sóli­das y más duras del cuerpo del animal. Para el dic­cionario etimológico (Corominas, 1983), la palabra “sólido” deriva del término latino solidus, que significa “macizo, consistente”. Solidamentum, que en latín significa “armazón del cuerpo humano, esqueleto”, proviene del latín solidare, que quiere decir “soldar, afirmar, endurecer”. También solidare significa “unir los huesos rotos” y “ratificar”.

La palabra solidarietas aparece en el latín tardío, aparentemente introducida por la Iglesia, y se refiere a la solidaridad (Blánquez Fraile, 1975).

El Derecho ha tomado la expresión in solidum, que significa “por el total”, para referirse a un tipo de obli­gación en común. Esta obligación se caracteriza por el hecho de que los acreedores pueden deman­dar a cualquiera de los deudores solidarios por la totalidad del objeto en cuestión.

El cristianismo entiende por solidaridad el hecho de que cada uno de los miembros responda por todo el grupo. Por ejemplo, Cristo crucificado da su vida por los demás. La so­lidaridad está vinculada a una si­tuación de recíproca necesi­dad entre sus miembros (Concilio Vaticano II).

Desde el punto de vista filosófico, la solidaridad es “la expresión afectiva o emocional de nuestra condi­ción so­ciable... Es una especie de sinovia individual y social... El individuo es solidario consigo mismo, pues es interiormente una sociedad. Cuando falta el aglutinante de la solidaridad, el individuo se desequilibra y la sociedad se desorganiza... La educación, las tradiciones, el medio social en que nos movemos como atmósfera de la cual nos nutrimos... los ejem­plos que hemos recibido, en suma, todo el las­tre y sedimento de las costumbres públicas y de la opinión determinan hábitos... que representan una fuerza extraordinaria que gravita sobre el agente personal y ejerce en ocasiones una es­pecie de coacción mo­ral” (Montaner y Simón, 1912).

La soli­daridad es la característica de todo cuerpo sólido, sea un cuerpo desde el punto de vista de la física, o bien un cuerpo social sólidamente unido. En un vínculo, la solidari­dad pre­supone que cada una de las partes asociadas obtiene algún provecho de la vida en conjunto y que son igualmente respon­sables por el mantenimiento del vínculo y por las consecuen­cias que la existencia de esa relación ocasiona.

Los modos de relación solidarios se establecen con los rasgos más saludables del carácter. Los rasgos más rígidos, menos dispuestos a la reforma, producen vínculos de adhesión pero no de solidaridad. Se trataría, entonces, de vínculos sim­bióticos sostenidos a partir de hábitos y costumbres anacró­nicos que son vividos como imposibles de reformar. La viven­cia proviene del hecho de que son hábitos que defienden al yo de la integración de aspectos no nacidos. Estos as­pectos, proyectados en un partenaire, se manifiestan en la adhesión en un vínculo simbiótico que no logra convertirse en la soli­daridad de un vínculo genital.

Cuando por la evolución del vínculo se hace necesaria una reforma del rasgo caracterológico que se expresa en adhe­sión, esta necesidad de reforma se experimenta como una con­moción que despierta el sentimiento de desmoronamiento, de infrac­ción o de consolidación. Estos afectos nos hablarían, de este modo, de la conmoción de un hábito, de un modo de ser que im­pide el nacimiento de un aspecto no nacido del yo y que lleva a es­tablecer vínculos de adhesión no solidarios.

XI. Resumen de la fantasía específica ósea

1. Existe una fantasía inconciente de sostén y protección, vinculada a la dureza, que puede manifes­tarse a la concien­cia, desde un punto de vista psíquico, como sentimiento de seguridad y, desde un punto de vista físico, como un apara­to óseo normal.

2. El sentimiento de seguridad (“seguridad” deriva de se-cura, que significa “se-cuida”) surge cuando el cuidado, que en un principio es ejercido por los padres, se constituye como una función del yo mediante un proceso que lo delega, como estación intermedia, en el superyó.

3. El cuidado, que se ejerce como sostén y protección, se establece como una ética, un sistema normativo, que se insti­tuye o constituye en el carácter como un estatuto estable, en un proceso de educación y aprendizaje.

4. La educación, de acuerdo con su significado de origen, conduce hacia afuera, desarrolla, los “aspectos no nacidos del yo”, sirviéndose del aprendizaje, que toma desde afuera los elementos necesarios. Ambos se facilitan mediante la en­señanza, que muestra, da el ejemplo, indica o señala, y la disciplina que corrige, destruye o modifica como tutoría u ortopedia.

5. Un sistema normativo sano o adecuado es aquel que, además de prestarse a la reforma, a la remodelación necesaria para erigir un estatuto como producto de los cambios implícitos en la educación o el aprendizaje, es capaz, además, de oponerse a esos cambios mediante un cierto monto de “inercia” o resis­tencia.

6. La capacidad de instituir o establecer un estatuto norma­tivo saludable se compone, entonces, de una adecuada propor­ción entre las capacidades de erigir y de resistir. En términos de Freud: para adoptar los influjos provenientes de la historia de las elecciones eróticas de objeto y defenderse de ellos (Freud, 1923b*).

7. Su dureza y su capacidad de remodelarse de acuerdo con las distintas tracciones y presiones que le imponen los cambios de función, son las propiedades más características del hueso. La “idea” que conforma su estructura corresponde al “ingenio” de una sustancia que se mantiene viva, inmersa en un entorno calcificado que posee, como propiedad esencial, una cualidad de la materia inerte: la dureza.

8. Duro es el cuerpo, sólido, que se resiste a la deformación mediante la solidaridad (grado de cohesión molecular) de cada una de sus partes constitutivas con la parte que sufre un im­pacto. (En sentido figurado es quien soporta bien la fatiga, fuerte, robusto y firme frente a las penalidades de la adver­sidad.) Durar es también subsistir, permanecer.

9. El hueso, en virtud de su dureza, otorga sostén (apoyo, sustento, resistencia y firmeza) y protección (techo, cober­tura y amparo). Los huesos largos son los representantes pri­vilegiados de la primera función y los planos lo son de la segunda.

10. El tejido óseo, por su capacidad de remodelación y por su característica dureza, puede arrogarse entonces la repre­sentación del establecimiento de un sistema normativo “in­terno”, o del sistema normativo mismo en cualquiera de sus formas: los padres, los maestros y la sociedad, el superyó, o el carácter.

11. Tres momentos significativos en el desarrollo óseo (intrauterino, infantil y final del crecimiento corporal) que corresponden a tres épocas en las cuales deberían ocu­rrir los mayores cambios en el sistema normativo, correspon­den también, en términos de la evolución libidinal, a tres esta­dios de una primacía relativa de la zona erógena ósea. Un trastorno en cualquiera de esos tres estadios de la evolu­ción libidinal establecerá un punto de fijación “óseo”.

12. Dado que el sentimiento de seguridad deriva del funcionamiento adecuado de un sistema normativo que otorga sostén y protección, y que la estructura y el funcionamiento óseos se arrogan la representación de ese sistema, llegamos a la conclusión de que el funcionamiento normal del tejido óseo debe formar parte, necesariamente, de la clave de inervación del sentimiento de seguridad.

13. Frente a la necesidad de remodelar un sistema normativo que funciona mal, pueden experimentarse tres afectos diferen­tes: el sentimiento de desmoronamiento, el de infracción o el de consolidación. Cuando la conciencia no soporta tales sen­timientos, y ocurre su deformación patosomática, puede apare­cer en su lugar un trastorno óseo como producto de una des­carga que se ha realizado a partir de la sobreinvestidura de uno de los elementos de su clave.

14. La destrucción de la arquitectura y la disminución de la masa ósea, como sucede en la osteoporosis o en la osteomieli­tis, corres­ponden a una variante melancólica del enfermar “óseo”. En ella se cumple, sim­bólicamente, el sentimiento de desmoronamiento a través del trastorno óseo que lo repre­senta.

15. La fractura, que corresponde a una variante maníaca, puede ser comprendida como el ataque al hueso que sostiene y pro­tege, cuando es “confundido” con un sistema normativo rí­gido e imposible de remodelar. En estas condiciones, el ata­que ad­quiere el carácter de una infracción cuya conciencia resulta intolerable. La fractura representa, entonces, el in­tento maníaco de quebrantar una ley y la negación del senti­miento de infracción.

16. El incremento de la actividad osteoblástica que conduce a una hiperostosis corresponde a una variante para­noica, en la cual el perseguidor queda representado por un influjo remode­lador que se debe resistir.

La conso­lidación de un sistema normativo implica siem­pre el afianza­miento de una alianza, la docilidad para adop­tar un influjo. Puede ocurrir que la docilidad implícita en la con­solidación permanezca inconciente, y sólo se conozca el deseo de resis­tir la adop­ción del influjo proveniente de la histo­ria de una elección erótica de objeto. En ese caso, cuando la conciencia de la consolidación del sistema normativo re­sulta intole­rable, la ratificación del sistema, re­presentado por el hueso, se ex­presa, entonces, en la hiperos­tosis.

XII. Caso clínico

Francisco (70 años)

De repente, la luz. Ruido de baldes, muebles metálicos que se arrastran y golpean. Las mucamas hablando a los gritos, sin el más mínimo cuidado, como si estuvieran solas. Y él que casi no pudo dormir. Toda la noche pensando...

Las mañanas son siempre iguales. A las cinco empieza el bochin­che. Todas las mañanas... Y ya hace un año y medio. Le da mu­cha bronca, pero tiene que mantener la calma.

Cuando se internó pensó que iba a ser por unos días... como había sido siempre. Le sacaban los secuestros, le hacían la toilette, unos días de internación y volvía a casa con Elisa.

Esta vez fue distinto... Lo operaban, lo curaban, parecían empecinados... él no se movía de la cama pero la in­fección seguía y avanzaba...

Fue el mes pasado, cuando el doctor Morán le dijo... sin du­dar se lo dijo: “Vea Francisco, vamos a tener que amputar...”.

Se había lastimado, apenas, un poco, el día antes de la ope­ración, cortándose las uñas del pie... y ¡todavía hoy le do­lía... como si tuviera el dedo!...

Ya pasó... ya pasó todo. Ahora, eso espera... se habrán aca­bado los problemas. Le cortaron la izquierda... ¡pero salvó la vida!

Todo empezó con la hinchazón de la rodilla (¿o con la arterio­grafía?). Un día orinó sangre y el clínico le había dicho a Elisa que le llamara a un urólogo... pero en la arte­riografía parece que hubo problemas. La doctora Insúa dijo que en la ingle, segu­ramente, tenía las arterias onduladas. Se descompuso y parece que lo pasó fulero... pero Elisa no quiso que lo internaran...

La hinchazón de la rodilla apareció enseguida, pero le sa­caron el pus y lo dieron de alta...

Los primeros pinchazos los sintió en Escobar... Fueron a la fiesta de la flor... ¡a Elisa le gustan las plantas! Todavía le costaba caminar, pero era un día lindo. En un banco, una pareja se estaba besando...

¡El 85!... qué año de m... Florencio se había muerto de un derrame, ¡de los nueve sólo le quedaban dos!... ¡antes de cum­plir 66!...

¡Cuarenta años!... siempre de secretario, en el Poder Judi­cial... al final ¿para qué?... ¿de qué le sirvió ser responsa­ble?... todo era parsimonia... como a la mañana, en el hospi­tal... pero ¿qué iba a hacer con la bronca?... Tenía que man­tener la calma...

Cuando lo jubilaron descansó cinco meses y otra vez secre­tario... llevando los libros de la Sociedad Civil. Siempre igual... Elisa siempre le decía que la responsabilidad era de ellos, de la Comisión Directiva... para qué preocu­parse... él era solamente el secretario... ¡pero sufría igual!...

¡Cuarenta años de casados!... rogando siempre a Dios por el bien de su familia... ¡de esa mujer que tenía!... Sin hijos, pero siempre compañeros...

Elisa es buena... un poco fuerte. Soporta mejor...

Siempre se jugó por él, siempre lo defendió... ¡y ahora esto!; cuando estaba a punto de dejar de tra­bajar, cuando pensaba que podían disfrutar un poco...

Todavía trabajaba cuando orinó con sangre... casi enseguida se murió Carmen, y le quedó sólo Pedro, el hermano menor... ¡En el 85!... también murió su suegro... que lo quería tanto... y que lo dejó tan solo...

Cuando se casaron, les había regalado la casa en la que toda­vía viven... Bah... es una manera de decir... hace un año y medio que no ve su casa. A veces por la mañana en el hospi­tal, está muy triste...

¿Por qué se le van borrando los recuerdos?... Los rincones de la casa... a veces no se acuerda bien de cómo eran... Y trata de pensar de nuevo... y... y otra vez... la tristeza... ¡Es que hace tanto tiempo!...

¡Cuánto hace que no ve a los amigos con los que jugaba a las bochas!... y el club, donde jugaba a las cartas, que (¡en el 85!) se cerró...

¡Qué año de m...!, ya no se acostó más con Elisa... lo de la rodilla... Y además estaba tan cansado. Hacía ya tiempo que lo hacían muy poco... Elisa casi nunca tenía orgasmo... pero eso había sido siempre así, desde el principio... aunque él siempre se esforzó...

¿Por qué nunca lo había hablado con nadie?... si siempre fue su principal pre­ocupación... ¿Por qué en el hospital pensaba tanto…? ¿Por qué miraba todo para atrás...?

Elisa se hizo al­gunos tratamientos, pero nunca se llegó a sa­ber por qué no quedaba embarazada. No como mamá... que había tenido nueve hijos... ¡Era armenia!... como papá... Vinieron juntos... ¡en el 95!... y se casaron acá.

Tenía un negocio de ramos generales en Florencio Varela. Siempre fue pobre, nunca levantó cabeza... murió a los 64, de un cáncer... Ella era más fuerte... organizaba todo en la fa­milia... vivió hasta los 77, cuando le falló el corazón... Siempre se ocupó de la casa...

La historia de Francisco muestra, claramente, el desmorona­miento de una vida. Sucedió “todo junto”, cuando estaba a punto de dejar de trabajar... cuando pensaba que podían dis­frutar un poco... En el 85: la hematuria, la arteriografía, la hinchazón de la rodilla y la osteomielitis. En ese mismo año murieron Florencio, Carmen y después su suegro, y el club donde jugaba a las cartas, también en ese año, se cerró. De allí para adelante vive “entre los escombros”, desde hace un año y medio. El deterioro es constante, la infección avanza, las operaciones se suceden, por fin la amputación, y luego la bronca, la tristeza, y la inesperada condena de mirar todo para atrás.

No se siente seguro; su suegro, que lo protegía, ha muerto. Elisa es quien lo cuida, pero ella tal vez se equivocó cuando no quiso, la primera vez, que lo internaran, cuando le saca­ron el pus de la rodilla y lo dieron de alta.

Sus hábitos y sus costumbres, casi inmodificables, encubrían un sentimiento de inseguridad insoportable. Una cierta rigi­dez del carácter lo defendía de la inestabilidad. Siempre fue secretario, siempre vivió en el mismo lugar. La palabra “siempre” describía su manera de fabricarse, artificialmente, una estabilidad.

Francisco no tenía que ser como su padre, que siempre fue pobre, que nunca levantó cabeza, que fue más débil que mamá. Se resistió a ser como él; tal vez por eso, sin saberlo, nunca pudo aprender de aquellos que, de alguna manera, representa­ban a papá. Sólo podía, dócilmente, crónicamente, seguir el ejemplo, obedecer.

Por más que se sintiera responsable, no podía ser jefe, él era solamente secretario. Y ahora que la muerte de su suegro, el que le compró una casa y le estableció un hogar, dejaba vacante el lugar de jefe de familia, Francisco no se podía establecer.

El sentimiento de desmoronamiento no existe, sin embargo, en su conciencia. Cuando se internó, pensó que iba a ser por unos días..., además, si dice que el 85 es un año de m..., es por­que piensa que vendrán otros mejores, y que luego de la ampu­tación se habrán acabado los problemas. ¡Hasta se cortó, el día anterior, las uñas del pie que habrían de amputarle!

Dejando de lado la infección (osteítis y mielitis), que no nos interesa interpretar ahora, podemos pensar que la osteo­mielitis de Francisco, que implica un foco de necrosis ósea rodeado de una zona de resorción y descalcificación del hueso, corresponde a la sobreinvestidura del proceso, osteoclástico, de resorción ósea, proceso que, cuando se mantiene en los límites de la normalidad, forma parte de la clave de inervación del sentimiento de desmoronamiento. Pensamos tam­bién que esa sobreinvestidura ocurre porque el sentimiento, desalojado de la conciencia, ha sufrido una deformación pato­somática.

En lugar de interpretar los distintos significados que las estructuras y las funciones “orgánicas” de Francisco nos co­munican a través de las diferentes enfermedades que configu­ran su desmoronamiento, nos interesa ahora comprender qué es lo que en su vida se ha desmoronado.

Los primeros pinchazos los sintió en Escobar, con Elisa; era un día lindo... En un banco, una pareja se estaba besando... Elisa casi nunca tenía orgasmo... había sido siempre así... aunque él siempre se esforzó... Francisco nos transmite de este modo su frustración genital, la frustra­ción de unos de­seos que, a punto de jubilarse, cuando ha llegado, ahora o nunca, el momento en que podían disfru­tar un poco, amenazan quebrar los diques “morales” con los cuales siempre los ha contenido, y romper los vínculos que podían otorgarle, desde afuera, el sentimiento de seguridad que le faltaba.

Esos diques, que formaron parte de su sistema normativo, de los cuales nos habla cuando se refiere a su responsabilidad en el Poder Judicial y en sus tareas contables en la Sociedad Civil, ahora, ya se han resquebrajado. ¡Cuarenta años!... siempre de secretario...¡Cuarenta años de casados!... siempre rogando a Dios por el bienestar de su familia... sin hijos... sin una sexualidad satisfactoria. Al final para qué... si todo era parsimonia... ¡como a la mañana, en el hospital!...

Tenía que mantener la calma, no podía admitir ahora, casi al final de su vida, que la ética que siempre lo había soste­nido, y que la mujer, un poco fuerte... que soporta me­jor..., la hija de su suegro, por el cual se había sentido protegido, podían ser, una y otra, sus rígidas equivocacio­nes.

Y así, manteniendo la calma, sin esperan­zas de volver a ver su casa, que ya no logra recordar, se desmorona en sus hue­sos, y se encamina, con “la moral por el suelo”, sin poder admitirlo, resignadamente hacia la muerte.

Cefaleas vasculares y accidentes cerebrovasculares

(1991 [1990])

Luis Chiozza, Sergio Aizenberg y Dorrit Busch

Referencia bibliográfica

CHIOZZA, Luis y colab. (1991d [1990]) “Cefaleas vasculares y accidentes cerebrovasculares”.

Ediciones en castellano

L. Chiozza y colab., Los afectos ocultos en... psoriasis, asma, trastornos respiratorios, várices, diabetes, trastornos óseos, cefaleas y accidentes cerebrovasculares, Alianza Editorial, Buenos Aires, 1991/1992/1993, págs. 158-201.

Luis Chiozza CD. Obras completas hasta agosto de 1995 (cd-rom), In Context, Buenos Aires, 1995.

Luis Chiozza CD. Obras completas hasta agosto de 1996 (cd-rom), In Context, Buenos Aires, 1996.

L. Chiozza, Los afectos ocultos en... psoriasis, asma, trastornos respiratorios, várices, diabetes, trastornos óseos, cefaleas y accidentes cerebrovasculares, Alianza Editorial, Buenos Aires, 1997, págs. 157-201.

Traducción al portugués

“Cefaléias vasculares e acidentes cerebrovasculares”, en L. Chiozza (org.), Os afetos ocultos em... psoríase, asma, transtornos respiratórios, varizes, diabete, transtornos ósseos, cefaléias e acidentes cerebrovasculares, Casa do Psicólogo Livraria e Editora, San Pablo, 1997, págs. 175-222.

Traducción al inglés

“Vascular headaches and cerebrovascular accidents”, en L. Chiozza, Hidden affects in somatic disorders: psychoanalytic perspectives on asthma, psoriasis, diabetes, cerebrovascular disease, and other disorders, Psychosocial Press, Madison (Connecticut), 1998, págs. 119-151.

Este trabajo fue realizado en el Departamento de Investigación del Centro Weizsaecker de Consulta Médica y presentado para su discusión en la sede del Centro el día 5 de octubre de 1990.

I. Introducción

De las diversas afecciones del cerebro, las circulatorias son las más frecuentes (75%). Producen alrededor del 10% de la mortalidad global de la población mundial, y ocu­pan el tercer lugar entre las causas de muerte, después de las en­fermedades del corazón y los tumores malignos. Además, entre los pacientes afectados de trastornos neuromusculares discapacitantes, los que padecen de hemiplejía isquémica ocupan uno de los más altos porcentajes (Farreras Valentí y Rozman, 1972; Stein, 1987).

En clínica médica se considera que, dentro del cuadro gene­ral de las cefaleas, las denominadas cefaleas vasculares afectan al mayor número de pacientes. La jaqueca, migraña o hemicrá­nea es, a su vez, la más típica de ese grupo.

Una de las formas clínicas de la jaqueca, la migraña compli­cada, puede llegar a presentar síntomas y signos que corres­ponden a alteraciones cerebrales permanentes e irreversibles (migraña hemipléjica) semejantes a las de la hemiplejía is­quémica. También se suele observar, entre los fenómenos pro­drómicos de la migraña clásica, auras consistentes en pa­restesias o paresias hemilaterales y trastornos afásicos. Por otra parte, en el accidente isquémico transitorio se ob­servan síntomas neurológicos reversibles que poseen muchas similitu­des con los de la migraña.

Si aceptamos que existen estados intermedios entre las lesiones de la mi­graña y las de la hemiplejía isquémica, podemos establecer una relación conceptual, desde el punto de vista clínico y fisiopatológico, entre las ce­faleas vasculares y los infartos cerebrales, transición que podría considerarse análoga a la “serie continua” que se plantea para las cardiopatías isquémicas, tanto desde la clí­nica (Caíno y Sánchez, 1978) como desde el psicoanálisis (Chiozza y colab., 1983h [1982]).

Teniendo en cuenta lo que acabamos de expresar y recordando, además, que las modificaciones en el aporte sanguíneo influyen en las lesiones focales del sistema nervioso (Arana Iñíguez y Rebollo, 1972), pensamos que es posible establecer la exis­tencia de una “familia” de trastornos vasculocerebrales que incluiría tanto a las cefaleas vasculares en general, como a la hipertensión arterial, la arterioesclerosis y el in­farto cerebral.

II. El funcionamiento cerebral