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Conversaciones sobre psicosomatología contiene los diálogos surgidos, entre sus autores, acerca de los temas desarrollados en un libro anterior (Sí, pero no de esa manera. Los fundamentos de la psicosomatología, de Luis Chiozza). Su contenido gira en torno de un modo de concebir la relación entre psiquis y soma, que surge con claridad de algunas afirmaciones de Freud, cuando, en 1938, en Londres, acercándose al final de su vida, se propone "reunir los principios del psicoanálisis y exponerlos, por así decir, dogmáticamente —de la manera más concisa y en los términos más inequívocos". Allí rechaza, con énfasis, el dualismo cartesiano, que equipara lo psíquico con la consciencia y lo somático con lo inconsciente. El libro lleva como título principal dos preguntas que configuran una clave en la obra de Victor von Weizsaecker, ¿Por qué allí? ¿Por qué ahora? Se apunta con ellas a lo que suele llamarse "la localización y el momento de la enfermedad", dado que ambas constituyen, sin duda, una incógnita que no siempre se resuelve y que la exploración de las motivaciones inconscientes contribuye a esclarecer.
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Seitenzahl: 250
Veröffentlichungsjahr: 2020
Luis Chiozza
Oxana Nikitina
¿Por qué allí?¿Por qué ahora?
Conversaciones sobre psicosomatología
Chiozza, Luis Antonio
¿Por qué allí? ¿por qué ahora? : conversaciones sobre psicomatología / Luis Antonio Chiozza ; Oxana Nikitina. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2019.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-599-564-2
1. Medicina Psicosomática. I. Nikitina, Oxana. II. Título.
CDD 610.7
Diseño de tapa: Silvana Chiozza
© Libros del Zorzal, 2018
Buenos Aires, Argentina
Printed in Argentina
Hecho el depósito que previene la ley 11.723
Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de esta obra, escríbanos a: <[email protected]>.
Asimismo, puede consultar nuestra página web: <www.delzorzal.com>.
Índice
Prólogo | 6
Acerca de lo que el libro contiene | 9
1. El nacimiento de una psicosomatología | 19
2. La confluencia del poderío con la perplejidad | 28
3. Acerca del misterioso “salto” entre el cuerpo y la mente | 36
4. Los primeros descubrimientos del psicoanálisis | 47
5. Acerca de la teoría psicoanalítica freudiana | 65
6. La “materia prima” sobre la que se edifica la teoría | 73
7. La importancia de los afectos en la teoría psicoanalítica | 82
8. El conflicto entre Eros y Tánatos | 91
9. El nacimiento de una incipiente metahistoria | 101
10. El rechazo del dualismo cartesiano | 111
11. La interpretación psicoanalítica de la enfermedad somática | 120
12. El significado inconsciente del cáncer | 129
13. La relación de significación | 141
14. La historia que se oculta en el cuerpo | 153
15. Acerca de la relación entre el significado y la vida | 162
16. Mi consciencia y yo | 171
17. El tratamiento psicoanalítico | 182
18. El estudio patobiográfico | 194
19. De dónde venimos y hacia dónde vamos | 202
Bibliografía | 210
Enrique Racker escribe que un viejo sabio chino que había perdido sus perlas mandó sus ojos a buscarlas y sus ojos no las encontraron. Mandó entonces sus manos, sus oídos, y todos sus sentidos, pero ninguno de ellos pudo. Por fin mandó su no buscar… y su no buscar encontró sus perlas.
Dedicamos este libro a los seres humanos que, de algún modo, se encuentran…
Prólogo
Hace varios años, me encontré en una encrucijada al tener que decidir dónde formarme como psicoanalista. Despegué en Moscú y aterricé en Buenos Aires. Una de las primeras cosas que hice al llegar fue comprar las obras completas de Freud en castellano y varios libros de un autor argentino que encontré en los estantes de la misma librería. En aquel entonces, tanto la temática que abordaba como la cantidad de libros que había escrito llamaron mi atención. Era Luis Chiozza.
Trece años después, tuve la suerte de conocerlo y pude comprobar una vez más que, según creemos los rusos, la primera impresión acerca de algo, o de alguien, es la más “exacta”. Podría resumir lo que me ha impactado de su personalidad, desde nuestros primeros encuentros, en una frase: el pensamiento de Chiozza es lo que él es. Auténtico, profundo, conmovedor.
A partir de su generosa propuesta de trabajar juntos, el contacto personal me permitió comprender mejor sus ideas y profundizar en el estudio del psicoanálisis. Y, además, se abrió para mí la oportunidad, muy valiosa, de difundir su concepción del psicoanálisis en mi país de origen.
Conversando sobre el “proyecto ruso”, se hizo evidente la necesidad de elaborar una especie de síntesis de su pensamiento psicoanalítico. Así nació la idea de Sí, pero no de esa manera, que publicó en agosto de este mismo año y que se acerca a lo que podría considerarse un “libro de texto”.
Mientras Luis lo escribía, y leíamos juntos cada capítulo nuevo, surgió la idea de presentar sus contenidos en forma de diálogo y, quizás, de un modo más “amigable”, en otro libro, escrito con mayor soltura, que podría dar lugar a un acercamiento distinto con el lector.
Luego de grabar nuestras “conversaciones sobre psicosomatología”, las escuchamos y las corregimos para suprimir repeticiones inútiles, aclarar mejor algunos conceptos y organizarlas en los capítulos que forman el libro que hoy publicamos.
Siempre me generó mucha intriga, desde el principio de mi formación en psicoanálisis, que Chiozza fuera un autor frente al cual, dentro de la comunidad psicoanalítica, nadie permanecía indiferente. Junto a colegas que leían, valoraban y difundían su pensamiento, otros desestimaban completamente su obra, pero de un modo muy particular. Mientras algunos manifestaban su desacuerdo sin explicar jamás sus fundamentos (se solía escuchar, a lo sumo, “no estoy de acuerdo con la fantasía específica”), otros repetían sus ideas, muchas veces de manera incompleta, evitando cuidadosamente nombrarlo. Por fin, descubrí, con sorpresa, que Luis Chiozza integraba la galería de los autores que una gran cantidad de personas critica sin haberlos leído.
Entre los que entienden y valoran sus aportes, uno de ellos, Marco Aurelio Andrade, mi analista didáctico, fue quien me estimuló para que, finalmente, volviendo sobre mi intuición primera, decidiera acercarme a la obra del autor que hace trece años despertó mi interés.
Sólo en la obra de Chiozza pude encontrar una concepción que permite comprender lo indivisible de la unidad psicosomática del ser humano y que, además, aporta importantes recursos para el abordaje clínico de lo que llamamos “enfermedades del cuerpo”. Pude comprender, también, de dónde deriva la originalidad de su enfoque. La concepción chiozziana del psicoanálisis, que coincide con lo que denominó psicosomatología, surgió de los postulados freudianos que culminan en sus afirmaciones de 1938, cuando formula la segunda hipótesis.
El interés que despierta la psicosomatología que Chiozza plantea ha ido creciendo de manera continua y sostenida a través de los años, hasta el punto de constituir una escuela, y se ha difundido, además, en muchos países, en algunos de los cuales se han abierto centros que prosiguen con esos desarrollos.
El hecho de que, entre todos sus libros, este sea el primero que se editará en Rusia, y el primero que traduciré a mi idioma materno, me conmueve especialmente.
Oxana Nikitina
Octubre de 2018
Acerca de lo que el libro contiene
La idea central en la que se originan los pensamientos que aquí exponemos gira en torno de un modo de concebir la relación entre psiquis y soma, que surge con claridad de algunas afirmaciones de Freud, cuando, en 1938, poco después de su arribo a Londres, rechaza enfáticamente el dualismo cartesiano, que equipara lo psíquico con la consciencia y lo somático con lo inconsciente. A pesar de que esas afirmaciones fueron expresadas, de manera rotunda y categórica, por el creador del psicoanálisis, suelen permanecer ignoradas por la enorme mayoría de los colegas que integran la comunidad psicoanalítica.
En “Algunas lecciones elementales sobre psicoanálisis” (publicadas, junto con el “Esquema del psicoanálisis”, en 1940 después de su muerte), ocupándose de la naturaleza de lo psíquico, escribe algunos párrafos muy importantes, que citaremos textualmente. Quedarán incluidos, muy poco después, en “Esquema del psicoanálisis”, un ensayo acerca del cual Strachey (traducido por Etcheverry) dirá que “no es una obra para novatos, sino más bien un ‘curso de repaso’ para estudiantes avanzados”.
En un pequeño prólogo (al “Esquema del psicoanálisis”), Freud aclara que lo anima el propósito de “reunir los principios del psicoanálisis y exponerlos, por así decir, dogmáticamente —de la manera más concisa y en los términos más inequívocos”. Strachey agrega (siempre en versión de Etcheverry) que “tal vez en ningún otro sitio alcanza su estilo un nivel más alto de compendiosidad y claridad. Por su tono expositivo, la obra nos trasmite una sensación de libertad, que es quizá lo que cabía esperar de un maestro como él al presentar por última vez las ideas de las que fue creador”.
Escribe, entonces (en “Algunas lecciones elementales sobre psicoanálisis”):
La equiparación de lo anímico con lo consciente producía la insatisfactoria consecuencia de desgarrar los procesos psíquicos del nexo del acontecer universal, y así contraponerlos, como algo ajeno, a todo lo otro. Pero esto no era aceptable, pues no se podía ignorar por largo tiempo que los fenómenos psíquicos dependen en alto grado de influjos corporales y a su vez ejercen los más intensos efectos sobre procesos somáticos. Si el pensar humano ha entrado alguna vez en un callejón sin salida es este. Para hallar una salida, los filósofos debieron por lo menos adoptar el supuesto de que existían procesos orgánicos paralelos a los psíquicos conscientes, ordenados con respecto a ellos de una manera difícil de explicar, que, según se suponía, mediaban la acción recíproca entre “cuerpo y alma” y reinsertaban lo psíquico dentro de la ensambladura de la vida. Pero esta solución seguía siendo insatisfactoria.
El psicoanálisis se sustrajo de estas dificultades contradiciendo con energía la igualación de lo psíquico con lo consciente. No; la condición de consciente no puede ser la esencia de lo psíquico, sólo es una cualidad suya, y por añadidura una cualidad inconstante, más a menudo ausente que presente.
Más adelante, añade:
Todavía tenemos que defendernos de una objeción. Ella nos dice que, a pesar de los hechos mencionados, no es necesario resignar la identidad de lo consciente con lo psíquico. Y que los llamados procesos psíquicos inconscientes serían, justamente, los procesos orgánicos paralelos de lo anímico, hace mucho admitidos. Es verdad que esto reduciría nuestro problema a una cuestión de definición en apariencia indiferente. He aquí nuestra respuesta: sería injustificado, y muy inadecuado, destruir la unidad de la vida anímica en aras de una definición, cuando nosotros vemos, al contrario, que la consciencia sólo puede brindarnos unas series incompletas y lagunosas de fenómenos. Y, por otra parte, difícilmente se deba al azar que sólo tras el cambio en la definición de lo psíquico se volviera posible crear una teoría abarcadora y coherente de la vida anímica.
Poco después (en “Esquema del psicoanálisis”), expondrá lo que considera el segundo supuesto fundamental del psicoanálisis, declarando que es necesario poner el acento sobre esos presuntos concomitantes somáticos, reconocer en ellos lo psíquico genuino y buscar una apreciación diversa para los procesos conscientes.
La manera explícita, exenta de vacilaciones ambivalentes, con la que Freud, terminando la trayectoria de su vida, renunció en forma definitiva al dualismo cartesiano nos permite afirmar que ese, su modo de entender el psicoanálisis, presente en los Estudios sobre histeria (que publicó con Breuer), al que se adhirió, por fin, sin titubeos, constituye uno de los fundamentos principales de la psicosomatología en la que apoyamos numerosas investigaciones y una parte esencial de los pensamientos que en este libro exponemos. Cabe agregar que se trata, además, de una psicosomatología que, trascendiendo el campo de la medicina, e iluminando el territorio de la biología, fecunda el pensamiento filosófico de los seres humanos.
Nuestras “Conversaciones sobre psicosomatología” llevan como título principal dos preguntas que configuran una clave en la obra de Victor von Weizsaecker, ¿Por qué allí? ¿Por qué ahora? Apuntamos con ellas a lo que suele llamarse “la localización y el momento de la enfermedad”, y lo hacemos porque ambas constituyen, sin duda, una incógnita que la medicina no siempre resuelve y que se agiganta, hasta ocupar un primer plano, cuando se la traslada al terreno de una supuesta “recíproca influencia” entre lo que denominamos psiquis y lo que denominamos soma.
Reproducir una parte de los desarrollos que realizamos en tres trabajos anteriores (“El trecho del dicho al hecho”, “Acerca de la localización y el momento de la enfermedad somática” y “Hacia una teoría del arte psicoanalítico”) sobre lo que ocurre en un particular episodio de la relación Dora-Freud (narrado en “Fragmento de análisis de un caso de histeria”) nos ayudará a comunicar un aspecto esencial de la incógnita que las preguntas del título encierran. También nos ayudará a trasmitir el interjuego emocional que surge, entre paciente y analista, cuando lo reprimido aflora, como un producto de la interpretación, en la consciencia.
Quince meses después de haber interrumpido su tratamiento con Freud, Dora sufre un dolor en la cara que, a juzgar por lo que él nos trasmite, aparentemente denomina “neuralgia facial”. Consignemos aquí, por de pronto, que lo que llamamos desde nuestra percepción “enfermedad somática” es también, al mismo tiempo, un modo interpretativo caracterizado por el hecho de que una relación de significación original, reprimida, en lugar de ser substituida por una relación de significación diferente, como ocurre en la neurosis clásica, es substituida, en cambio, por una relación de causa-efecto, supuestamente “asimbólica”, en la cual, en última instancia, hacemos participar el azar.
Dora no lo piensa “totalmente” de ese modo, porque dos semanas después de aparecido el dolor, en una fecha que Freud no considerará indiferente, acudió a consultarlo “a causa de una neuralgia facial, del lado derecho, que la atormentaba día y noche”. Freud pregunta entonces: “¿Desde cuándo?”, y Dora responde: “Exactamente desde hace dos semanas”. Freud consigna que, en este punto, “no puede reprimir una sonrisa”, porque estaba en condiciones de demostrarle que precisamente hacía dos semanas ella había leído noticias sobre él en los periódicos, lo cual es confirmado por Dora.
Veamos, en primer lugar, cómo Dora produce la neuralgia. Ella reprimía sus deseos eróticos frente al señor K (amigo de su padre, amante de la esposa de K) porque la consciencia de esos deseos le hubiera despertado un afecto displacentero, debido a las dificultades de su vida que configuraron su histeria. Esos deseos reprimidos permanecieron insatisfechos y Dora experimentó entonces intensos sentimientos de venganza hacia el señor K, a quien ella atribuía inconscientemente tanto el origen del deseo como el origen de su sufrimiento por la insatisfacción. Tales “impulsos de celosa venganza”, que también fueron reprimidos, entre otras razones porque la consciencia de ellos hubiera amenazado con hacer consciente también los deseos insatisfechos, anteriormente reprimidos, fueron los que la condujeron a propinarle una bofetada al señor K. El acontecimiento de la bofetada, y los mismos sentimientos de venganza, debido a los deseos amorosos que Dora experimentaba hacia el señor K, reactivaron en ella sentimientos de culpa y deseos de autocastigo que también fueron reprimidos, no sólo por su carácter penoso, sino también para mantener inconsciente los otros elementos del mismo “complejo” asociativo.
Durante el tratamiento psicoanalítico, esos sentimientos de venganza, en lugar de ser recordados, fueron “repetidos” de manera inconsciente. Inconscientemente adheridos a la figura de K, fueron transferidos sobre la representación preconsciente que Dora tenía de Freud, porque en el momento en que amenazaban hacerse conscientes mediante el tratamiento, Freud era la única persona que “estaba allí”. Es decir, la única persona cuya representación en el preconsciente de Dora poseía los signos de cualidad sensorial que diferencian la percepción del recuerdo.
Dicha transferencia fue simultáneamente reprimida por las mismas razones que determinaron la represión anterior, y permaneció desde entonces inconsciente, ya que Freud comprendió sus vicisitudes cuando Dora ya había abandonado el tratamiento.
Todas estas fantasías pasaron a formar parte del complejo asociativo original inconsciente, y al “remordimiento” por la bofetada propinada a K se añadió entonces el remordimiento por la misma transferencia sobre Freud de los sentimientos de venganza.
Quince meses después de interrumpido el tratamiento, Dora leyó en un periódico noticias acerca del nombramiento de Freud como profesor, hecho que debió ser interpretado por ella como auspicioso y placentero para él. Se reactivaron entonces en Dora los sentimientos de venganza y con ellos todo el complejo consiguiente.
Mientras la idea original que constituye este complejo permanece como actualidad en el inconsciente de Dora, el quantum del impulso, en lugar de descargarse en la forma o configuración del afecto original celos-venganza-culpa, se deriva o descarga a través de un fenómeno distinto: el dolor en la cara. Es decir que dicho afecto original “desaparece” de la conciencia y sólo permanece, “descargado de cantidad”, como “estructura afectiva disposicional inconsciente”.
El deseo de venganza y de castigo se realiza así de manera simbólica en la descarga sustituta que posee los componentes de acción motora que corresponden al afecto. El dolor que Freud consideraba, en sentido amplio, un afecto, es el producto de otra idea inconsciente o “clave de inervación”, que constituye la “puerta de entrada” del suceso que se registra como somático.
Pero en esta distinta estructura disposicional afectiva inconsciente, que corresponde al dolor, participa ahora, y en este caso particular, la huella de un suceso que se realizó como acto materialmente ejecutado, a plena cantidad, sobre el señor K y sensorialmente percibido por Dora: la bofetada que explica la localización del dolor. Y participa también la huella de otro suceso que se representó en el terreno del pensamiento, a “pequeña” cantidad, sobre la imago de Freud, y fue “sabido” o conocido por Dora: la noticia leída que explica el momento de aparición del dolor.
Uno y otro fenómeno quedan vinculados a través de un tercero: la transferencia, que participa así en la producción del síntoma. (Vale la pena anotar aquí, de paso, que la transferencia se manifiesta también en los síntomas y no sólo a través del discurso verbal del paciente.)
Es necesario preguntarnos ahora: ¿debemos atribuir a una coincidencia casual el hecho de que el factor que fue experimentado en el “universo del espacio físico” permita comprender la localización en el cuerpo y el factor que fue experimentado en el “universo del tiempo histórico” nos permita comprender el momento de la vida en que el dolor aparece?
Veamos, ahora, cómo Freud produce la sonrisa. En el preconsciente de Freud, determinadas representaciones reciben la transferencia (contratransferencia) de ideas inconscientes distintas que continúan reprimidas y que son reactivadas mediante su contacto con Dora y la transferencia que ella realiza.
Las ideas que permanecen inconscientes en Freud, y que fueron reactivadas por el contacto con Dora, son el “receptor” con el cual se capta lo inconsciente del paciente o el arpa que resuena de manera acorde con él. Esas ideas inconscientes determinan oscuramente la pregunta “¿desde cuándo?”, que pertenece al mismo complejo asociativo del cual deriva también la emergencia del recuerdo sobre las noticias que el periódico publicara y la “ocurrencia” de que Dora debía haberlas leído.
No es aventurado suponer que cuando Freud, ante la respuesta de Dora, no puede reprimir una sonrisa, sucede que esta sonrisa se halla sostenida desde lo inconsciente por la reactivación de la satisfacción que el niño experimenta frente al pecho gratificante durante la relajación que sobreviene después de la mamada. Y que esa satisfacción es reactivada por otra actual en la que participa la típica vivencia de descubrimiento que se agrega a la ocurrencia y la poderosa convicción que la acompaña, y que se extiende luego a la interpretación.
Tampoco es aventurado suponer que Freud intenta reprimir esa sonrisa por los sentimientos de culpa que experimenta frente a una satisfacción que, debido a la necesidad inconsciente de compensar los anteriores sentimientos de fracaso, queda convertida en triunfo y equiparada de este modo con su propia venganza ante el abandono de Dora.
Digamos, por fin, que las distintas variaciones de una misma “clave de inervación”, en el territorio preciso de un nervio, dan testimonio de la riqueza expresiva de la vida. La bofetada sobre la cara de K conduce a la neuralgia sobre la cara de Dora, que conduce a la sonrisa sobre la cara de Freud. En un crescendosignificativo (propio de un proceso “terciario”) que se independiza bruscamente de toda secuencia temporal, cuando el círculo se cierra, comprendemos, de pronto, que esa sonrisa de Freud satisfecho no sólo representa sino que es aquella misma, eterna y revivida en cada hombre, que mereció la bofetada de Dora en la cara de K. Precisamente aquella que Dora, durante su lectura de las noticias del periódico, “ya sabía” que vería, y ya “había visto” en la cara de Freud.
Ese diálogo inconsciente de las caras constituye aquí un representante circunscripto de aquel otro, igualmente atemporal, de la venganza y de la culpa, que “hermana” en dicho inconsciente a Dora y a Freud. Se trata de un presente atemporal que se encuentra más allá del tiempo secundario, que corresponde a una cronología. Es, en realidad, un “dominio” del tiempo primordial, que integra el universo de la significación y del recuerdo.
En ese universo, entre la vivencia primaria de un transcurso y su contraparte, la perpetuación eterna del pasado y la constante presencia del futuro, se genera la noción de tiempo que configura una ciencia histórica genuina, como recurrencia iterativa de una temática que constituye “un tiempo” cualitativamente significado, que trascurre en este caso, por ejemplo, oscilando entre “la hora” del “triunfo” vengativo y la de la expiación.
Sólo me resta expresar mi deseo de que el nacimiento de este libro, que retoma algunos hilos que flotan en el hígado de Freud, en el corazón de Groddeck y en el cerebro de Weizsaecker, pueda contribuir para que la simiente que esos autores sembraron, convertida en un pequeño “brote”, pueda seguir creciendo en el bosque, entre los árboles frondosos que le ocultan la luz.
Luis Chiozza
Octubre de 2018
1. El nacimiento de una psicosomatología
¿Qué pensás acerca de lo que el término psicosomática designa?
La medicina se ocupa de resolver, o de aliviar, el sufrimiento que deriva de la enfermedad. La palabra “psicosomática” surgió, dentro de la medicina, para hablar de lo que la observación había mostrado acerca de la relación que existe entre los malestares que se presentan como físicos y los malestares que se presentan como psíquicos.
Aunque el término “psicosomática” se comenzó a utilizar posteriormente, lo que ese vocablo designa nació, en realidad, junto con el psicoanálisis, cuando Freud descubrió que una enfermedad como la histeria se podía curar mediante una forma de terapéutica médica que Anna O., paciente de Joseph Breuer, denominaba “la cura que se realiza hablando” (the talking cure). Los trastornos desaparecían cuando ella, venciendo una resistencia, lograba recordar algunos episodios traumáticos, contemporáneos con la aparición de los síntomas, y que, desde entonces, había reprimido.
Muchas veces sucede que una persona que no encuentra una solución para su enfermedad recurre a un psicólogo que, en algunas ocasiones, se lo aconseja el mismo médico.
Estás describiendo un proceso que, de acuerdo con algunos desarrollos que ya tienen, por lo menos, unos setenta años, tomó una dirección equivocada. En tu descripción de lo que habitualmente sucede, está implícito que la persona que consulta a un médico cree que su enfermedad es algo que deriva de una causa física y, también, que el médico comparte esa idea. Luego, si él no encuentra el modo de producir un alivio que conforme al paciente, suele suceder que se comience a pensar que se trata de un trastorno que, tal vez, pueda resolver un psicólogo. Se recurre, entonces, a la psicología, en una segunda instancia y, para colmo, es muy probable que la cuestión quede a cargo de un psicoterapeuta que también divide el origen de los acontecimientos entre causas psíquicas y físicas, como si se encontrara frente a una distinción que es fácil establecer.
¿Y por qué se dividen de ese modo?
En realidad, todo esto ocurre como consecuencia de un gran malentendido que es necesario disipar, porque el hecho de que podamos influir en el curso de una enfermedad, desde la física o desde la psicología, no es suficiente para establecer cuál es la causa que la determina. Cuando una persona llora, no es posible decir que la tristeza produce lágrimas, ni que las lágrimas producen tristeza, porque, en el llanto, la secreción lagrimal y el sentimiento suceden a la vez, como manifestaciones distintas de un mismo proceso.
Aunque durante la enfermedad, como durante el transcurso de la vida entera, el alma y el cuerpo, lo psíquico y lo somático, suceden, juntos, formando parte de un proceso indivisible, hay trastornos que nuestra consciencia sólo registra como psíquicos, porque ignoramos lo que, mientras tanto, “ocurre en el cuerpo”, y otros frente a los cuales lo único que percibimos es una alteración corporal. Hay veces en las que lo que nos hace llorar se reprime, y entonces la secreción de lágrimas puede atribuirse a la irritación de los ojos que nos produce, por ejemplo, el humo. También sucede, a veces, que una tristeza muy grande, que nos deprime, y que no se expresa con lágrimas, nos conduce a un cansancio que “no se pasa descansando” y que oculta esa forma del desánimo que solemos denominar “desmoralización”.
¿Cómo elegir, entonces, a un psicoterapeuta que pueda tratar un trastorno que se considera “psicosomático”?
El problema de elegir a un psicólogo adecuado para “curarse” de un trastorno que altera la estructura y el funcionamiento del cuerpo suele ocurrir cuando ya se ha recorrido un gran trayecto en los malentendidos que surgen de haber bifurcado excesivamente la realidad, del ser humano enfermo, entre causas físicas y psíquicas. Por eso podemos decir que la primera condición, para elegir mejor, se obtiene a través de una educación “sanitaria” distinta, que nos ayude a desandar un camino erróneo que disminuye la eficacia de la medicina y aumenta la iatrogenia.
¿Y qué puede ofrecer el psicoanálisis?
Tal como sucede con otras profesiones, numerosos psicoanalistas han procesado el psicoanálisis, y “la psicosomática”, en diversas formas y con distintos grados de elaboración. Es necesario tener en cuenta, además, que tratándose de una ciencia que nació hace apenas 120 años, y que se propagó con una velocidad muy grande (determinada por una demanda que crece, desde los mismos enfermos, urgida por una carencia que cada día se reconoce mejor), ha dado lugar a una enorme cantidad de profesionales, entre los cuales hay muchos “improvisados”.
Unos y otros, improvisados o bien formados, han generado un “mundo psi” habitado por un gran número de psicoterapeutas que ejercen procedimientos distintos, o que, peor aún, utilizan, en nombre del psicoanálisis, métodos que son muy diferentes. Desgraciadamente, así ha sucedido que, a partir de una concepción “banal” del psicoanálisis, que es la que predomina y se difunde, su prestigio en el ámbito de muy buenos representantes de la ciencia haya sufrido una merma inmerecida.
Es dable suponer que el tiempo irá estableciendo un orden dentro de nuestra disciplina, como ha pasado con otras que, como es el caso de la medicina, hoy son más tradicionales, porque, entre idas y vueltas, han podido decantar, atravesando épocas distintas, los conocimientos que las constituyen.
No debemos desconocer, sin embargo, que la aceptación auténtica de los hallazgos del psicoanálisis y su difusión exenta de deformaciones tropiezan con una resistencia mucho mayor que la que ha surgido frente a otros descubrimientos revolucionarios. Reparemos en lo que ocurrió con Pasteur, cuyas batallas para lograr que se reconociera la existencia de las infecciones microbianas se resolvieron en unas pocas décadas, y hoy sus restos, velados en la Catedral de Notre Dame con el ceremonial reservado a los jefes de Estado, descansan en una cripta, en el instituto de París, que lleva su nombre. Reparemos también en el desarrollo de la aviación, en los 115 años transcurridos desde la época que los hermanos Wright lograron realizar un vuelo que, en aquel entonces, parecía una locura.
¿Cómo definirías, entonces, la enfermedad?
Una cosa es definir la enfermedad desde una supuesta salud ideal que nadie tiene, y otra, muy diferente, es definirla por lo que en la vida cotidiana aparece como lo que la gente suele llamar enfermedad. Desde un punto de vista ideal, un vicio en la refracción óptica es una enfermedad, porque el ojo afectado por una miopía, una hipermetropía o un astigmatismo no funciona “completamente” bien. Así, desde ese punto de vista teórico “ideal”, los vicios de refracción son enfermedades del ojo, pero, en general, nadie dice que una persona que usa anteojos está enferma. Tampoco lo decimos cuando alguien nos muestra su calvicie o una diástasis de los rectos abdominales que abulta su “panza”. Solemos hablar de enfermedad cuando una alteración, física o psíquica, perturba de manera importante la prosecución de la vida.
Por otro lado, también es cierto que la enfermedad, en alguna de sus formas, es algo “común y corriente”, que nunca falta en una vida normal. Lo “normal” se define de dos maneras: como una norma ideal que nunca se alcanza o como lo que abunda en términos de promedio.
Las normas ideales funcionan como el norte de una brújula que utilizamos, sin querer llegar al polo norte, para orientar nuestro camino. Esto, que es cierto para la salud ideal, es cierto para cualquiera de nuestros ideales. No debemos confundirnos tratando de alcanzarlos, porque sólo nos sirven para saber hacia dónde encaminarnos. Recordemos que no se trata de una función superflua, porque, como dice el proverbio, para quien no sabe adónde va, no existen vientos favorables. Pero toda meta lleva, implícito, un ángulo de derrota, y calcularlo nos conduce a comprender la sabiduría que se encierra en la expresión “menos mal”.
¿Cómo debería trabajar un psicoanalista con una alteración somática?
En realidad, el psicoanálisis otorga la posibilidad de comprender qué se oculta detrás de lo que alguien siente, con disgusto, que le sucede. Muchos pacientes consultan porque se enfrentan con algunas dificultades que no pueden resolver y buscan algún tipo de ayuda para poder vencerlas. Unos pocos lo hacen, casi siempre desconcertados, porque alguien les ha dicho que los trastornos que sufren “en el cuerpo” se relacionan con malestares anímicos que no resuelven en su vida.
Entre la gente que busca psicoterapia, predomina la idea de encontrar un experto que pueda decirle (como si se tratara de un consejo) precisamente lo que le hace falta para enderezar su vida. Dentro de esa idea, importa que el psicoanalista sea bondadoso, amable y comprensivo, pero, sobre todo, importa su sabiduría.
Nada tiene de malo, en realidad, que un psicoanalista posea esas virtudes, dado que pueden contribuir favoreciendo el proceso. Lo malo reside en creer que, para ser un buen psicoterapeuta, el psicoanalista, transformado en “gurú”, tiene que saber, acerca de todo, más de lo que sabe el paciente.
Pero es obvio que el psicoanálisis es un procedimiento que se realiza de acuerdo con una técnica que se puede enseñar y aprender sin necesidad de ser sabio. Si no fuera así, no se podría concebir que un psicoanalista joven, que todavía no es padre, pero que es diestro en su oficio, pudiera ejercer su tarea con un paciente que ha cumplido setenta años y que dirige una empresa con quinientos obreros.
La idea de que un buen psicoanálisis no puede realizarse sin una relación semejante a la que se establece entre maestro y discípulo es el producto de un malentendido que suele conducir a desengaños que pueden evitarse. No cabe duda, en cambio, de que el proceso psicoanalítico surge como producto de una labor conjunta que, si bien exige que el psicoterapeuta haya desarrollado una capacidad específica, también depende de una adecuada disposición del paciente.
Hay quienes piensan que la enfermedad es una señal de alarma que nos avisa que algo “se desarregló” en el organismo, o que es un mensaje al “dueño” de ese organismo. Otros la ven como una consecuencia de un modo insalubre de vivir. ¿Vos qué dirías?
Cuando te referís a una señal de alarma que indica que algo está mal y tiene que ser cambiado, estás hablando acerca de lo primero que se piensa, en general, con respecto al dolor. Se piensa que el dolor me avisa que, por ese camino, no tengo que seguir.