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VICTORIA PADE

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Beschreibung

Quizá encontrara el amor de su vida en la boda de su mejor amiga… Kit McIntyre había abandonado a más de uno en el altar, pero ahora nada le impediría celebrar el gran día de su mejor amiga. Afortunadamente, ser la dama de honor tenía beneficios extra con los que ni siquiera había contado… como pasar mucho tiempo con el padrino, Ad Walker. Aunque había prometido mantenerse alejado de las mujeres, a Ad empezaba a resultarle imposible no dejarse llevar por su revolucionada libido cada vez que estaba con Kit. A pesar de los rumores que afirmaban que Kit sentía verdadero pavor a casarse, Ad no dejaba de imaginarla caminando hacia el altar… donde él la estaría esperando.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Victoria Pade

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Regalo de boda, n.º 1674- febrero 2018

Título original: Wedding Willies

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-781-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

ERAN casi las nueve y media de la noche del sábado cuando el autobús de Kit MacIntyre llegó a Northbridge, Montana. Ella salió la última y el conductor le llevó el equipaje hasta la estación.

—Paso la noche aquí y por la mañana hago el viaje de vuelta —le explicó él.

La estación era pequeña, no había nadie en los bancos y ya estaba cerrada la ventanilla del despacho de billetes. La mujer que estaba a cargo del lugar saludó al conductor por su nombre y sonrió a Kit.

—¿Has quedado aquí con alguien, cariño? —le preguntó la señora cuando se fue el conductor.

—Se suponía que tenía que esperarme una amiga —contestó Kit mirando a su alrededor.

—¿Quién es tu amiga?

No le extrañó la pregunta. Su amiga le había comentado que en ese pueblo todos se conocían.

—Kira Wentworth.

—Entonces habrás venido a la boda del sábado —comentó la mujer.

—Soy la dama de honor —repuso Kit—. Y también me encargo de hacer el pastel de boda.

—¡Claro! He oído hablar de ti. Mi sobrina se casó en Colorado y no quería otra tarta que no fuese de las tuyas, Tartas Kit. En cuanto Kira me dijo quién haría la suya, reconocí el nombre.

—Ésa soy yo.

—Genial, estoy deseando probar de nuevo tus tartas. Se me hace la boca agua…

—Me alegro de que le gustara.

—Pero no he visto esta tarde a Kira —dijo la mujer cambiando de tema—. ¿Sabía ella a qué hora llegaba el autobús?

Kit le dijo que sí.

—Tengo que cerrar la estación —explicó la señora mirando el reloj de pared—. He de darle las pastillas a mi Henry. Pero no hace frío, a lo mejor puedes esperar en el banco de afuera.

Sabía que Kira era de fiar, así que se imaginó que llegaría en cualquier momento.

—¿Puedo usar antes el lavabo?

—Por supuesto. Voy a llamar a Henry y decirle que voy para allá enseguida.

Kit le dio las gracias y fue hasta el lavabo. Era pequeño y olía a desinfectante. Se aseó un poco y comprobó su aspecto, estaba a punto de conocer al prometido de Kira y quería estar bien.

Había sido un día muy largo. Había tenido que terminar cuatro tartas de boda antes de ir a casa, terminar de hacer la maleta y correr al aeropuerto.

Se dio un poco de colorete en su pálida tez. El rimel de las pestañas permanecía intacto desde esa mañana, sólo tuvo que limpiarse unas manchitas debajo de sus ojos azul violeta. Se puso pintalabios de nuevo y se soltó el pelo, que le cayó, a modo de despeinada cascada de rizos, por debajo de los hombros. Sus rizos eran naturales y completamente indomables. Siempre había soñado con tener el pelo liso y llevarlo cortado a tazón, pero con sus rizos, habría parecido más un payaso que otra cosa.

El color sí que le gustaba. Era de un castaño rojizo muy cálido.

Guardó su neceser y salió del lavabo.

—Aún no ha llegado Kira —le informó la señora.

—No pasa nada, la esperaré fuera y así usted puede cerrar e irse.

Salieron juntas de la estación. Kit llevaba esta vez su propio equipaje y una gran bolsa con sus utensilios de cocina. Afuera, vio una gasolinera al otro lado de la calle, tenía una cabina de teléfonos desde podría llamar a Kira si no llegaba. Se sentó en el banco mientras la mujer cerraba la puerta de la estación.

—Si Kira y Cutty estuvieran en la vieja casa aún, podrías ir andando desde aquí, pero la nueva está bastante lejos, sobre todo con el equipaje que traes. Bueno, seguro que Kira llega en cualquier momento, no sé por qué estará tardando tanto.

—Estaré bien aquí —repuso Kit calmando a la mujer para que se fuera tranquila.

—Bueno, entonces buenas noches.

—Buenas noches —respondió ella.

Era una preciosa noche de agosto. Cálida sin llegar a ser desagradable y nada de viento. Pero, aun así, estaba deseando que llegara su amiga. Había tanto silencio a su alrededor que era casi espeluznante. No se veía a nadie por ninguna parte.

Tenía que reconocer que el pueblo parecía muy bonito. La estación y la gasolinera estaban una frente a la otra al final de la calle Mayor, que parecía ser la entrada al centro de la ciudad. Desde donde estaba, no podía ver toda la calle, pero lo que veía eran edificios no muy altos de ladrillo, antiguos y pintorescos. Le recordaban tanto a los viejos tiempos que no le hubiera extrañado ver pasar un carruaje tirado por caballos.

Las farolas, altas y de hierro forjado, iluminaban las aceras, más anchas de lo habitual, que estaban adornadas por jardineras con flores.

Todo parecía muy bonito, pero hubiera preferido disfrutarlo con Kira, cualquier tarde paseando por allí. En ese momento sólo quería que llegase su amiga.

Estaba a punto de cruzar hasta la gasolinera para llamarla cuando algo de movimiento al final de la calle Mayor la distrajo. Parecía un hombre que acababa de salir de uno de los edificios. Estaba demasiado lejos para distinguir el tipo de establecimiento del que había salido. Iba en su dirección. Kit esperaba verlo entrar en uno de los coches aparcados en la calle, pero el hombre siguió andando en su dirección. Se imaginó que torcería por la misma calle por donde se había ido la encargada de la estación. Se puso algo nerviosa cuando vio que no lo hacía e intentó recordar que Kira le había dicho que Northbridge era un sitio tranquilo y seguro, ella lo sabía de buena fuente, ya que se iba a casar con un policía de allí. De lo único que se tenía que ocupar era de las multas de tráfico, algún altercado doméstico y de los estudiantes universitarios que bebían antes de cumplir la edad reglamentaria. Recordó todo eso y, aun así, se sintió mal.

Al fin y al cabo, era de noche y estaba sola. No sabía si alguien podría escuchar sus gritos pidiendo ayuda si la necesitaba. El hombre no sólo siguió yendo en su dirección sino que, cuando estaba a una manzana de ella la miró, sonrió y saludó con la mano.

Kit sabía que no era el prometido de su amiga, Kira le había mandado una foto de los dos juntos con las gemelas de él, unas niñas de diecinueve meses.

Sabía que el hombre que se le acercaba era alguien distinto. No parecía malintencionado, aunque era muy grande. Y se dijo que sólo porque alguien fuera realmente apuesto no quería decir que no pudiera ser un peligro para ella.

Pero ese hombre era más que apuesto, era tremendamente atractivo. Muy atractivo.

Sus piernas, largas y musculosas, seguían acercándolo a ella. Tenía una cintura estrecha y anchos hombros, pelo castaño y una cara que podía hacer anuncios televisivos. Pómulos marcados, frente ancha y cuadrada, nariz delgada y recta y unos labios acordes con el resto del atractivo rostro. Cuando se acercó más y le sonrió, dos profundas arrugas se marcaron en sus mejillas, dándole un aire encantador y travieso.

—¿Eres Kit? —le preguntó cuando llegó a un par de metros de ella.

—Sí —contestó ella algo insegura.

No sabía si estaba más asustada porque un extraño la hablaba en medio de una calle desierta u obnubilada por su extrema belleza.

Dejó la mano sobre su pecho, enfundado en un polo rojo que destacaba sus músculos, y se presentó.

—Soy Ad, Ad Walker, amigo de Cutty —explicó con su profunda voz de barítono.

Lo cierto era que había oído hablar de él. Kira le había hablado del mejor amigo de su novio. Además, había sido precisamente un artículo en el periódico sobre los dos hombres lo que había hecho en un principio que Kira decidiese ir a Northbridge en busca de su hermana. En el reportaje se hablaba del valor de Cutty y de Ad Walker, que habían entrado en una casa en llamas para salvar a la familia que estaba aún en su interior. Los dos habían resultado heridos, Cutty con un tobillo roto y Ad quedando inconsciente por un golpe.

Kit pensó que no parecía haber sufrido daños permanentes, ya que en ese momento parecía sano como un roble.

—Kira me habló de ti. Soy Kit, Kit MacIntyre —contestó ella después de un momento.

Se sintió tonta al instante por presentarse, estaba claro que él sabía de quién se trataba. Después, para empeorar las cosas, le alargó la mano para saludarlo con gran rotundidad, como si estuviera en una entrevista de trabajo.

Ad Walker sonrió y aceptó su mano.

—Encantado de conocerte —le dijo tomando su mano unos segundos.

Kit se sintió decepcionada cuando él le soltó la mano, lo que no dejó de sorprenderla.

—Mel, una de las gemelas, se ha caído y golpeado la cabeza —le explicó Ad—. Cutty y Kira han tenido que llevarla a que le pongan puntos y me pidieron que te viniera a buscar.

—¿Está bien la niña?

—Sí, sólo fue un corte. No sé si Kira te lo ha contado o no, pero vas a quedarte conmigo. Lo que quiero decir es que tengo dos apartamentos encima de mi restaurante. Vivo en uno de ellos y el otro se lo alquilo a los estudiantes de la universidad local durante el curso. Está vacío durante estos meses de verano y, como la casa de Cutty y Kira está siendo remodelada, pensamos en que lo mejor era que usaras el apartamento vacío. Además, así te resultará más cómodo trabajar, puedes usar los hornos del restaurante para hacer el pastel de boda.

Kira ya le había contado todo eso, pero le gustaba tanto cómo sonaba la voz de Ad que no le importó escucharlo de nuevo.

—Espero que no sea una molestia para ti —le dijo ella.

—En absoluto. Los apartamentos son completamente independientes, ni siquiera me enteraré de que estás allí. Ni yo podré molestarte.

Kit pensó que aunque los apartamentos estuvieran separados, ella no podría olvidarse que ese hombre estaba en la puerta de al lado. Pero eso no se lo dijo.

Lo que sí se recordó era que se había decidido a tomarse una tregua con los hombres. Había resuelto no tener ninguna relación por un tiempo, después de los dos grandes fracasos sentimentales que había sufrido y de los que se consideraba responsable.

Ad Walker tomó la maleta de su mano.

—Mi casa está en esta misma calle, un poco más arriba. Pensé que podríamos ir para allá, conseguir que te sientas como en casa. Luego podrás comer algo mientras esperamos a que vuelvan Cutty y Kira con el bebé. ¿Qué te parece?

—Me parece fenomenal —repuso ella tomando su bolsa de utensilios—. He traído mis propios cacharros para la tarta. No estaba segura de si ibas a tener lo necesario en el restaurante.

—Los hornos serán lo único que podrás usar, el resto no te servirá de mucho. La comida que sirvo se centra sobre todo en hamburguesas, bocadillos, sopas, carnes, barbacoa y esas cosas. Los únicos postres que sirvo los compro congelados a mi distribuidor.

—¡Dios mío! —contestó ella con una mueca.

Él rió con ganas.

—La verdad es que me da vergüenza admitírselo a alguien que se dedica a hacer tartas.

—Podría enseñarte algunas recetas sencillas que no son difíciles, pero saben mejor que esas tartas prefabricadas, congeladas, hechas al por mayor y cargadas de conservantes y colorantes.

Él la miró sonriente.

—¿De verdad harías eso? ¿Cederme un par de tus mundialmente famosas recetas?

—Bueno, quizás no las mundialmente famosas —bromeó ella—. Pero creo que podrás convencerme para que te enseñe otras como agradecimiento a acogerme en tu casa.

—Trato hecho.

Ya habían llegado al restaurante, se llamaba Adz. El frente estaba formado por grandes ventanales con cortinas verdes para dar privacidad a los que comían dentro. La entrada estaba metida en un hueco y Ad se adelantó para abrirle la puerta y dejar que pasara delante.

Estaba decorado como un pub inglés, con las paredes cubiertas de madera, luz tenue y mesas alineadas a los largo de las paredes. Podía haber estado perfectamente en Inglaterra o Irlanda.

La barra, de madera labrada, tenía un pasamanos de bronce y un espejo en el centro.

—Me gusta —le dijo ella.

—Gracias. A mí también.

Él la indicó dónde ir y pasaron al lado de gente comiendo y bebiendo. Abrió las puertas batientes al fondo del local y entraron en la cocina. Estaba muy limpia, por lo demás, se parecía a todas las cocinas de restaurantes. Con fregaderos, hornos, encimeras y distintas zonas de trabajo en una isleta central de acero inoxidable. Los trabajadores no les prestaron atención, estaban muy ocupados. Atravesaron la sala y salieron por la parte de atrás a un callejón más agradable de lo que cabía esperar. El pavimento era de adoquines, las casas estaban pintadas y había bellas farolas en las paredes.

—Estamos ahí arriba —le dijo él señalando una escalera de madera en la pared del restaurante que llegaba hasta un amplio rellano con dos puertas.

Ad abrió la primera puerta y le dio a Kit la llave que acababa de usar, después encendió la luz y se apartó para que ella pasara primero.

Kit entró y se encontró con un pequeño apartamento. Había una cama y un armario a un lado y una pequeña cocina al otro. También había un sofá, un sillón, una mesa y un televisor.

—Está muy poco amueblado —se disculpó Ad.

Después le señaló las dos puertas al otro lado del estudio.

—La de la izquierda es un armario, la de la derecha el baño. He cambiado la cama esta mañana y te he dejado toallas limpias en el baño. Hay algo de comida en el frigorífico, lo esencial. No hay cafetera, pero cualquier cosa que quieras comer o beber no tienes más que pedirlo al restaurante.

Era verdad que el estudio era parco en decoración, pero estaba limpio y ordenado. Todo parecía muy cómodo y nuevo.

—No espero que tengas que darme de comer durante toda mi estancia aquí, pero gracias. El apartamento es perfecto, me gusta —le aseguró ella.

Ad colocó la maleta sobre la cama y ella dejó la bolsa en la cocina. A la vez, se giraron para mirarse y fue cuando Kit pudo observar mejor sus ojos. Eran impresionantes, de un verde azulado. No pudo evitar quedarse un segundo perdida en ellos, hasta que su voz la despertó.

—¿Quieres que te deje sola un momento o prefieres que bajemos para que puedas comer algo?

—La verdad es que no he comido en todo el día y estoy muerta de hambre. Creo que voy a aceptar tu invitación y bajar a cenar.

Él sonrió como si hubiera estado esperando esa respuesta.

—Genial, vamos.

Esta vez él salió antes para que ella pudiera cerrar la puerta.

—Te recomiendo el pescado con patatas fritas. Están especialmente bien esta noche —le aconsejó él mientras bajaban—. Pero puedes tomar lo que te apetezca.

—El pescado suena fenomenal. Y un té helado si tenéis.

Pasaron de nuevo por la cocina y Ad le dijo al cocinero que preparara el pescado. Después la llevó hasta el comedor, donde sirvió dos vasos de té helado de una jarra que tenía tras la barra. Con la cabeza le señaló una mesa libre en un rincón de la sala.

—Sentémonos allí.

—No quiero que creas que tienes que acompañarme, si tienes algo que hacer… —le dijo Kit.

—No tengo nada que hacer —le aseguró él—. A no ser que prefieras estar sola…

—No —contestó ella demasiado deprisa—. Pero no quiero ser una carga.

—No eres ninguna carga. Me gusta hacer esto.

Le encantó oírlo, le gustó más de lo que debería, pero intentó ignorar sus sentimientos mientras se sentaban.

Se acomodaron, ella tomó un sorbo de té y trató de encontrar un tema del que hablar con un hombre al que acababa de conocer y al que parecía no poder dejar de mirar. Pero se imaginó que cualquier mujer cuerda y sana se quedaría como ella admirando la belleza de ese hombre. Un rostro perfecto al que acompañaba un cuerpo de impresión.

Y fue ese cuerpo robusto el que le recordó el incidente del periódico.

—Oí que tú y Cutty salvasteis a una familia de una casa en llamas… ¿Cómo estás?

—Así es. Ya estoy bien, me cayó una viga encima, pero tengo la cabeza dura.

—No lo bastante como para librarte de estar dos días en el hospital.

—Sí, pero ya estoy bien. Gracias por interesarte.

—Kira me dijo que a Cutty le quitaron la escayola del tobillo hace una semana y que también está bien —comentó ella intentando que la conversación no decayera.

—Así es. Y la casa ha sido reparada, la familia ha vuelto a vivir en ella y hasta el rabo chamuscado del perro está como nuevo. Es como si nunca hubiese pasado.

—Sí, excepto que por culpa de ese incidente ya no tengo a mi mejor amiga como vecina —le dijo ella mientras la camarera traída su comida—. Y, por supuesto, te culpo a ti de todo ello.

—¿A mí? ¿Por qué? ¿Qué he hecho?

—Hablaste con Kira sobre Cutty y eso fue definitivo en su decisión de seguir adelante con su relación.

—Ya —repuso él sonriendo y percatándose de que Kit sólo le tomaba el pelo—. ¿Qué tal está la comida?

—Es el mejor pescado con patatas que he probado en mi vida —contestó con honestidad—. Pero no creas que paga por robarme a mi mejor amiga.

—¿No compensa un poco la pérdida?

Se preguntó si estaba coqueteando con ella o era sólo su imaginación. Quizás ella también lo estuviera haciendo de manera inconsciente. No estaba segura, pero estaba disfrutando con su compañía y las bromas.

—Compensa un poquito —le contestó por fin.

—Bueno, según he oído, tú también tuviste algo que ver con todo esto cuando llegó el momento de tomar una decisión. Kira me dijo que le abriste los ojos e hiciste que reflexionara, por lo que volvió de nuevo a Northbridge con Cutty.

—Fue ya tarde cuando yo intervine, sólo tuve que dejarme llevar por los acontecimientos. Así que sigo culpándote a ti de todo —repuso ella.

Quizás entonces sí que estaba flirteando.

«¡Déjalo ya!», se dijo a sí misma.

—Supongo que tendré que pensar en la forma de compensarte por ello —repuso Ad con un tono cargado de intención.

Kit le siguió el juego.

—No sé si podrás.

—Me encantan los retos —repuso él sosteniéndole la mirada.

Y ella se quedó de nuevo obnubilada mirando sus ojos, ignorando todo lo que sucedía a su alrededor. Tanto que ni siquiera se dio cuenta de que Kira y Cutty acababan de llegar.

—Eh… ¿Interrumpimos algo?

Ad pareció tan sorprendido como ella al ver a sus amigos al lado.

—¡Kira! —exclamó Kit echándose a los brazos de su amiga.

—Siento muchísimo no haberte podido ir a esperar al autobús. Tú vienes hasta Montana y yo ni siquiera voy a esperarte… Pero es que Mel se dio contra la esquina de la chimenea y se hizo un corte en la frente. Tuvimos que llevarla al hospital para que le pusieran puntos.

—Ya lo sé, me lo contó Ad.

Pero Kira siguió hablando.

—No podía dejarla. Estaba asustada y disgustada. Además odia ir al médico, imagínate la escena. Después decidimos llevarla a casa, acostar a las niñas y llamar a la canguro antes de venir.

—Lo entiendo perfectamente. Lo primero son las pequeñas. De verdad, no pasa nada.

Ad, que se había levantado al mismo tiempo que Kit, ya había traído dos sillas de otra mesa para los recién llegados.

—¿Qué queréis tomar? —les preguntó—. ¿Algo de comer? ¿De beber?

—Yo tomaré una cerveza —contestó Cutty.

—Yo, nada —dijo Kira—. Sólo quiero que Kit conozca a Cutty.

Mientras Ad iba por la cerveza, Kira presentó a su mejor amiga y a su prometido. Minutos después, estaban los cuatro sentados alrededor de la mesa y, fuera lo que fuera la electricidad que había pasado entre Ad y ella, desapareció con la presencia de los otros dos.

Pero, a pesar de lo contenta que estaba de ver a su amiga y de por fin conocer al hombre que hacía feliz a Kira, no pudo evitar sentir algo de pesar en su interior.

Un pesar que tenía mucho que ver con Ad Walker y con lo que Kira y Cutty habían interrumpido con su presencia.

Capítulo 2

 

DESPUÉS de una noche pasada dando vueltas en la cama, Ad se levantó muy temprano el domingo por la mañana y se dispuso a preparar un gran desayuno. Mientras lo hacía, no dejaba de mirar desde la ventana sobre el fregadero, la que le daba una buena vista del callejón y del rellano de la escalera que compartía con Kit.

Si se había pasado toda la noche dando vueltas no había sido porque, simplemente, no pudiera dormir. Tampoco se había despertado en cuanto amaneció porque fuera lo que le gustaba hacer. El desayuno que estaba preparando, el doble de lo que podía comer, no era porque estuviera muy hambriento. Y si miraba por la ventana, no era porque estuviera preocupado por el tiempo.

Kit MacIntyre. Ella era la causa de todo ello.

Había dormido mal porque no había sido capaz de quitársela de la cabeza. Y los sueños que había tenido con ella lo habían despertado antes de que sonara el despertador.

Estaba preparando el doble de lo acostumbrado de desayuno para poder tener una excusa e invitarla. Y lo hacía deprisa y sin dejar de vigilar la ventana porque no quería que ella bajara al restaurante antes de que pudiera invitarla a desayunar en su casa.

Sabía que se estaba equivocando, que no estaba actuando de forma lógica ni inteligente, pero parecía no poder evitarlo.

Además, se convenció de que no todos los días se conocía a alguien con quien se hubiera llevado tan bien desde el principio como ocurrió con ella. Se había sentido muy cómodo con Kit y, a no ser que estuviera muy equivocado, ella parecía haber estado también muy relajada con él.

No había sido difícil charlar con ella desde el principio, incluso habían llegado a bromear. El tiempo que pasaron juntos fue muy agradable, divertido. Tan simple como eso.

Pero, simple o no, era algo que hacía mucho que no le pasaba.

Le resultaba fácil hablar con otras mujeres a las que conocía y con las que también solía bromear. Pero la noche anterior, había habido algo distinto con Kit, se trataba de una dinámica diferente, de un elemento añadido al cóctel.

Había habido atracción.

Tenía que admitir que se sentía atraído por ella, a pesar de que le hubiera gustado que no fuera así. Se había jurado, después de lo que le pasó con Linda, no involucrarse con nadie de fuera del pueblo.

No era un concepto muy complicado, sino bastante lógico. No quería comenzar nada con una mujer que tuviera su vida fuera de Northbridge. Y menos aún con una que tenía su propia empresa en otra ciudad.

«Entonces, ¿qué se supone que estoy haciendo?», pensó mientras seguía preparando los huevos revueltos.

Volvió mirar por la ventana hacia el otro apartamento. Ese gesto fue suficiente para traerla de nuevo a su cabeza, aunque ella no estuviera a la vista.

Era algo que le había ocurrido desde que salió del restaurante la noche anterior. Cada detalle de Kit volvía continuamente a su cabeza, a pesar de que él no quisiera pensar en ella ni sentir lo que ella estaba resucitando en su interior. De la nada, surgía de repente su imagen, en vívidos colores. Y no podía evitarlo, sobre todo cuando ella le gustaba tanto.

No entendía qué le estaba pasando.

Normalmente le gustaban otro tipo de mujeres, las típicas surferas rubias y de piel bronceada con piernas interminables, chicas atléticas e interesadas en los deportes al aire libre.

Ella no era así.

Kit tenía un pelo castaño y rizado que parecía indomable. Y su piel era suave, fina y de alabastro. Tan blanca que parecía no haber tomado nunca el sol. Sus piernas no eran muy largas. No podían serlo cuando su talla total no era la de una chica muy alta, todo lo contrario.

Pero, aun así, era perfecta.

Nunca en su vida había visto a alguien con unos rasgos tan finos y delicados. Tenía altos pómulos, una nariz fina y casi esculpida en la cara. Los labios eran rosados, gruesos y perfectos. Y sus ojos estaban entre el azul y el violeta.

Sí, intentó recordarlos mejor y decidió que sus ojos eran violetas. Del color de las flores preferidas de su madre. Tenía unos ojos entre azul y violeta que estaban enmarcados por espesas pestañas negras…

Ad no pudo evitar suspirar.

También tenía un cuerpo estupendo. Pequeño pero perfecto, con un pecho que había atraído sus ojos y sus pensamientos más de una vez y un trasero que parecía poder abarcar divinamente con sus manos…

Sí, estaba claro que le gustaba mucho su aspecto.

«Pero vive en Denver, tiene un negocio allí y sólo se va a quedar en el pueblo hasta después de la boda», se recordó.

Ese recordatorio se suponía que tenía que ser un antídoto que consiguiera que no pensara más en ella como lo hacía.

Pero todo lo que pudo hacer fue reflexionar sobre esa semana. No tenía ni idea de cómo iba a poder sobrevivir teniéndola tan cerca, ni más ni menos que viviendo en el apartamento de al lado.

—Estás complicándote la vida —se dijo entre dientes.

Complicándosela como ya lo había hecho en el pasado. Algo por lo que había jurado no volver a pasar.

Sabía que lo más inteligente era comerse él solo el desayuno que acababa de preparar e intentar no ver a Kit más que lo necesario mientras ella estuviese en Northbridge. Lo más difícil sería engañar a su cerebro para que dejara de pensar en ella como lo hacía, continuamente habitando su cabeza.

Estaba claro que eso era lo que tenía que hacer.

Pero justo en ese instante oyó la puerta del apartamento de al lado abrirse y cerrarse.

¿Hizo lo que tenía que hacer? ¿Ignorarlo y sentirse afortunado por no haberla visto ese día nada más amanecer?

No, no lo hizo.

Dejó todo lo que estaba haciendo y corrió a la puerta antes de que su conciencia le dijera que se estaba metiendo en un lío.

—¡Vaya! Me has asustado —le dijo Kit llevándose la mano al pecho.

—Lo siento —se disculpó él.

Ella llevaba unos pantalones blancos muy cortos que hizo que se pensara dos veces lo de que no tenía las piernas largas. Los acompañaba con una camiseta roja sin mangas que le quedaba lo suficientemente ajustada como para que él se quedara parado un momento. Su pelo, suelto y sobre los hombros, le daba un aspecto encantador.

Estaba preciosa, más que preciosa.