Rumores de boda - Allison Leigh - E-Book
SONDERANGEBOT

Rumores de boda E-Book

ALLISON LEIGH

0,0
2,49 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Después de crecer rodeada de duros rancheros, Angeline Clay sabía muy bien cómo eran los hombres arrogantes como Brody Paine. Había aprendido incluso a rechazar hábilmente las nada sutiles insinuaciones del sexy espía. Pero en esta ocasión, Angeline no tenía alternativa; la vida de dos niños dependía de que ella se hiciera pasar por la mujer de Brody. No pasó mucho tiempo antes de que Angeline sucumbiera ante la inesperada amabilidad de Brody. De pronto un tierno beso se convirtió en algo mucho menos inocente y Angeline empezó a soñar con una gran boda en Wyoming…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 214

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Allison Lee Davidson

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Rumores de boda, n.º 1746 - diciembre 2018

Título original: Wed in Wyoming

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-974-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

Noviembre

 

 

—¿Estás loco? ¿Y si te ve alguien?

Angeline Clay apartó la mirada del hombre que se escondía en las sombras y la dirigió hacia los invitados de la boda, que apenas estaban a unos veinticinco metros de allí.

—No me van a ver, tranquila —contestó el hombre en tono divertido—. No olvides, cariño, a lo que me dedico.

Angeline puso los ojos en blanco.

Estaban fuera del círculo de luces que habían colocado alrededor de la enorme carpa que protegía las mesas y la pista de baile del frío de Wyoming.

Su prima Leandra y su recién estrenado marido, Evan Taggart, estaban bailando en el centro de la pista, rodeados de casi todos los otros miembros de la extensa familia de Angeline.

—Te aseguro que lo tengo muy presente, Brody —le aseguró en tono cortante.

Los breves encuentros que había tenido con aquel hombre habían sido pocos y apartados en el tiempo, pero siempre memorables.

Aquello sacaba a Angeline de sus casillas, pues era una mujer orgullosa de no perder el control y lo perdía constantemente cuando se trataba del atractivo Brody Paine.

Angeline aferró con fuerza el plato vacío que llevaba en las manos. Iba hacia la cocina cuando Brody había salido a su encuentro.

—¿Cómo sabías que estaba aquí? —le preguntó.

—El mundo es muy pequeño, muñeca, ya lo sabes —contestó Brody.

Cariño. Muñeca.

Angeline suspiró. Lo cierto era que Brody nunca la llamaba por su nombre. Aquella era una de las razones por las que Angeline no lo tomaba en serio en las cuestiones personales.

Era cierto, sin embargo, que en cuestiones profesionales lo tomaba muy en serio, pues Brody Paine era bueno en su trabajo.

—He venido sólo unos días —le recordó ella—. Sólo para pasar aquí el Día de Acción de Gracias y la boda de Leandra. Me vuelvo a Atlanta enseguida.

Brody procedió entonces a mencionar su número de vuelo, indicándole de manera nada sutil que conocía perfectamente sus planes.

—A la agencia le gusta vigilar bien a sus empleados.

Angeline miró hacia atrás, asegurándose de que nadie los oía. No, era imposible que los estuvieran oyendo. De haber sido así, Brody jamás hubiera mencionado a la agencia.

—Yo no soy empleada de la agencia —le recordó.

Ella sólo era un correo. Llevaba cinco años trabajando para la agencia, pero lo único que hacía era llevar información de una fuente a otra y solamente lo hacía un par de veces al año.

—Créeme si te digo, cariño, que eres una empleada maravillosa —sonrió Brody mirándola apreciativamente de arriba abajo—. Lo que no entiendo es por qué te empeñas en no compartir tus maravillosas cualidades conmigo.

Angeline estaba acostumbrada desde la pubertad a que los hombres la miraran con aprecio, pero, aun así, agradeció la capa que llevaba y que cubría su cuerpo.

—Veo que lo has entendido bien —le contestó—. Supongo que no habrás venido a buscarme para ligar.

—Desgraciadamente no, porque tú no quieres —volvió a insistir Brody.

—Brody… —le advirtió Angeline apretando los labios.

—Tranquila, tranquila… en estos momentos, estoy en otra operación, pero me han pedido que te dé esto —contestó Brody.

Angeline se fijó entonces en que Brody tenía un trozo de papel agarrado entre el dedo índice y el corazón y procedió a agarrarlo con mucho cuidado para no tocarlo. Cuando él la agarró repentinamente de la muñeca, dio un respingo y lo miró sorprendida.

—Es importante —le dijo Brody muy serio.

Angeline sintió que los nervios le secaban la garganta. No estaba acostumbrada a ver a Brody tan serio.

—Siempre lo es, ¿no?

Brody le había dicho muchas veces, por activa y por pasiva, desde el principio, lo importante y delicado que era el trabajo que hacía para Hollins-Winword.

—Como cualquier cosa en la vida, la importancia de algo es relativa.

Angeline escuchó que el pinchadiscos estaba reclamando la atención de los presentes, pues los novios iban a cortar la tarta.

—Me voy antes de que alguien me eche en falta y venga a buscarme —anunció Angeline.

Brody le soltó la mano y Angeline hizo un gran esfuerzo para no acariciarse aquella zona de su cuerpo en la que todavía sentía sus dedos. Menos mal. Brody era realmente observador. Evidentemente, su capacidad de observación era una de las cualidades que lo convertía en un excelente agente, pero lo último que Angeline quería era que se diera cuenta de cómo la afectaba su presencia.

La única relación que había entre ellos era ocasional y siempre de trabajo. Si aquel hombre se enterara de que llevaba gustándole años… bueno, simplemente, no quería que lo supiera y punto.

A lo mejor, si lo supiera, las cosas cambiarían entre ellos, pero Angeline no se quería arriesgar. De momento, prefería jugar a que su coqueteo no la afectaba en absoluto aunque le era muy difícil fingir tanto.

En aquel momento, Brody le dedicó una de sus sonrisas, una de aquellas sonrisas que llevaban a Angeline a preguntarse si entre sus capacidades se encontraba también la de leer el pensamiento.

—Hasta la próxima, muñeca —se despidió—. Tómate una copa de champán a mi salud —añadió mirando hacia los invitados.

Angeline giró la cabeza también. Leandra y Evan estaban de pie ante su enorme tarta de bodas.

—No creo que nadie se dé cuenta si te traigo una copa y un trozo de tarta —dijo, dándose la vuelta al no obtener respuesta.

De Brody ya sólo alcanzó a ver su silueta, perdiéndose en la fría y oscura noche.

Capítulo 1

 

 

 

 

Mayo

 

 

—Sigo creyendo que estás loco.

Hacía seis meses que Angeline no veía a Brody Paine. Desde entonces, Brody se había dejado barba, una barba que no tapó la sonrisa que le dedicó ante su comentario.

Además de la barba, llevaba el pelo más largo, lo que le confería una imagen parecida a la de un pirata.

—Me da la sensación de que siempre me dices lo mismo, muñeca.

Angeline enarcó las cejas. Estaban sentados en un Jeep que estaba atrapado en un barrizal en Venezuela.

—Tú sabrás por qué lo digo —le dijo mientras llovía sobre ellos.

Como de costumbre, Brody no pareció darle importancia a la opinión de Angeline. Mientras tamborileaba con los dedos sobre el volante, se quedó mirando cómo caía la lluvia por el parabrisas.

El coche no tenía puertas y el viento que había acompañado a Angeline desde que había llegado a Venezuela hacía tres días combinado con la lluvia resultaba de lo más molesto.

Se suponía que la borrasca que estaban sufriendo en aquellos momentos debería haber partido hacia el océano y haberse disuelto allí, pero no había sido así. La borrasca había ido cada vez a más y ahora se había convertido en un huracán, con lluvia y viento incesantes. Se suponía que durante el mes de mayo no era normal que hubiera huracanes, pero la Madre Naturaleza no parecía estar teniendo en cuenta el calendario establecido por los humanos.

Angeline se arrebujó en el asiento. Aunque la capucha del poncho impermeable color caqui le tapaba casi toda la cabeza, se sentía empapada hasta los pies.

Eso era lo que le pasaba por haber huido del campamento de Puerto Grande como lo había hecho. Si se hubiera parado a pensar un poco, se habría llevado ropa de abrigo para ponerse debajo del poncho, pero, en cuanto Brody la había ido a buscar, le había dicho al doctor Miguel Chávez, el jefe del equipo de All-Med, que una amiga de Caracas se había puesto enferma y se había ido.

—El convento en el que dejaron a los niños está al final de esta carretera —anunció Brody—. No hay otro acceso a no ser que tengas un helicóptero, claro, y con este tiempo es imposible —recapacitó.

Desde luego, si Brody estaba tan molesto como Angeline por las condiciones climatológicas, lo ocultaba bien. Angeline se colocó de espaldas a la lluvia.

—Si deshacemos andando el camino hecho, podríamos estar en el campamento de Puerto Grande antes de que anochezca —comentó observando los nubarrones que cubrían el cielo.

Desde que había cumplido veinte años, había estado en Venezuela con All-Med en cinco ocasiones, pero nunca se había encontrado con un tiempo así de malo.

—No vamos a dar marcha atrás, encanto —suspiró Brody, que tenía los pantalones y el poncho cubiertos de barro, pues se había bajado varias veces del vehículo para intentar sacarlo del barrizal.

—Pero faltan varios kilómetros para el convento —protestó Angeline sabiendo que estaban más cerca del campamento que del convento—. El equipo de allí nos podría ayudar mañana a sacar el coche del barro. No tienen por qué saber que estábamos intentando llegar a Santa Inés y no a Caracas.

—No podemos perder tanto tiempo.

Angeline suspiró y se quedó mirando a aquel hombre tan cabezota.

—¿Por qué tantas prisas? —preguntó con recelo—. Me has dicho que lo único que tenemos que hacer es recoger a los niños de la familia Stanley y devolvérselos a sus padres.

—Exacto.

—Brody…

—No olvides que en esta operación me llamo Hewitt.

—Muy bien, Hewitt, ¿a qué vienen tantas prisas? Esos niños llevan dos meses en el convento, ¿no? ¿Qué va a pasar por una noche más?

Brody le había contado que Hewitt Stanley, el verdadero Hewitt Stanley, y su esposa, Sophia, habían dejado a sus hijos en aquel convento situado en una zona recóndita del país mientras se adentraban en la selva venezolana para realizar una investigación farmacéutica.

Brody le había pedido ayuda a Angeline porque, según él, no iba a poder recuperar a los niños él solo.

—El grupo Santina secuestró a Hewitt y a Sophia hace dos días.

—¿Cómo?

—¿No sientes a veces curiosidad cuando te entregan un mensaje para otra persona? —le preguntó Brody mirándola con dureza.

—No —contestó Angeline.

—¿Nunca? —insistió Brody.

Aquello de ser siempre sincera, a veces, resultaba de lo más molesto.

—Bueno, en alguna ocasiones he sentido curiosidad, pero jamás he leído los mensajes —admitió Angeline—. Sé hasta dónde llega mi trabajo, yo soy sólo la mensajera. En cualquier caso, ¿qué tiene eso que ver con los Stanley?

—Cuando te di el último mensaje de noviembre, ¿no lo abriste? —insistió Brody.

—No —le aseguró Angeline—. Prefiero quedarme con la curiosidad que saber demasiado —añadió sinceramente.

En cualquier caso, las pequeñas referencias que le daban y que ella tenía que entregar a otra persona no hubieran sido nunca suficientes para saber exactamente en qué andaba metida Hollins-Winword y eso era lo mejor para todos. Para ella misma, para los que la rodeaban, para el trabajo de la agencia y para la agencia.

Angeline era consciente de ello, lo comprendía y daba las gracias. Estaba comprometida con Hollins-Winword, pero aquello no significaba que quisiera jugarse el cuello por cuatro frases, que era lo que venían a ser las notas que le confiaban.

El mensaje que le había entregado Brody en la boda de Leandra y Evan había sido incluso más corto.

«Los Stanley están experimentando. Sandoval MIA».

Angeline había memorizado la información, lo que no le había costado nada en aquel caso, y había vuelto a Atlanta a los pocos días, donde había entregado la información al jovencito que había esparcido adrede el contenido de su mochila en el suelo junto a la mesa en la que ella se estaba tomando un café. Tras arrodillarse a su lado para ayudarlo a recoger los libros y los cuadernos, tres minutos después, el chico salía del establecimiento con un capuchino y el mensaje y ella se quedaba sentada con el periódico y un café con leche.

—¿No te dice nada el apellido Sandoval?

La lluvia se le había metido a Angeline por el cuello y la hizo estremecerse.

—La verdad es que Sandoval no es un apellido tan raro… no, no me dice nada.

—¿Cuántos años tenías cuando te fuiste de Santa Margarita?

Angeline sintió de repente que el pánico se apoderaba de ella.

—Cuatro —contestó.

Suficientes para recordar el apellido del hombre que había destruido el pueblo de Centroamérica en el que había nacido y que se había llevado por delante las vidas de todos los que había encontrado.

Sandoval.

—No me gustan los jueguecitos, Brody —le dijo poniéndole la mano en el antebrazo—. ¿Sandoval tiene algo que ver con el secuestro? —preguntó yendo directamente al grano.

Brody se quedó mirando la mano de Angeline, sorprendido.

—No tenemos pruebas que lo demuestren, pero creemos que está financiando económicamente al grupo Santina —le explicó—. Por otra parte, sabemos que Santina está detrás de la financiación de dos organizaciones que operan en el mercado negro que se dedican al tráfico de drogas, de armas y de personas. Según la compañía farmacéutica para la que trabaja, Hewitt estaba investigando algo muy importante, algo relacionado con una ranita roja diminuta —prosiguió Brody sacudiendo la cabeza—. Por lo visto, la empresa farmacéutica quiere imitar sintéticamente las propiedades de la saliva de esa rana en concreto, algo que, en buenas manos, puede ser muy beneficioso, pero que si cae en manos no apropiadas puede convertirse en una nueva droga.

—Así que tienen a los padres y ahora quieren a los hijos —comprendió Angeline muy preocupada.

—Eso creemos. Ayer por la mañana vieron a Rico Fuentes, uno de los hombres de confianza de Santina, en Caracas. Los padres de Sophia Stanley eran venezolanos y ella heredó un piso en la capital cuando murieron. Ayer por la tarde entraron en la casa y la revolvieron.

—¿Y cómo sabes que los niños están en el convento?

—Porque yo entré en la casa ayer por la mañana y encontré las anotaciones que su madre había hecho para llegar hasta allí. Por supuesto, me llevé la información conmigo, así que estoy seguro de que Rico no sabe nada a través de esa fuente, pero no sé lo que habrán dicho Hewitt y Sophia a sus captores. Tengo a todo mi equipo preguntando y, de momento, parece que nadie sabe nada del convento, pero… —contestó Brody encogiéndose de hombros y volviendo a mirar la carretera—. Es evidente que Hewitt sabía que lo que estaba investigando podía interesar a las farmacéuticas, pero también a las mafias. Por eso, escondieron a sus hijos y eligieron el convento en el que la madre de Sophia pasó un tiempo cuando era niña.

—Claro. Si Rico diera con los niños, Santina los utilizaría para chantajear a sus padres hasta que cooperaran.

—Exacto.

—¿Y cómo van a saber Hewitt y Sophia que sus hijos siguen con vida? La gente de Santina podría mentirles.

—Podrían mentirles y seguro que les mienten —aventuró Brody—. Hay otro equipo trabajando para rescatar a los padres. Lo que tú y yo tenemos que hacer es asegurarnos de que las amenazas que vierten sobre esos niños sean, efectivamente, mentira.

—¿Y por qué no recurrimos a las autoridades locales?

—¿Tú crees que podemos fiarnos de la policía de aquí?

Angeline frunció el ceño. Miguel había comentado en varias ocasiones que, efectivamente, existía un mercado negro del que la policía tenía noticia y que no hacía nada por desmantelar.

—Brody, esto es demasiado para mí, yo no soy agente. Lo sabes perfectamente.

—Te acabas de convertir en una, preciosa —sonrió Brody.

—Tengo nombre —le recordó Angeline.

—Sí, de eso también quería hablarte. Hasta que no hayamos recuperado a los niños y los hayamos sacado de este país, te llamas Sophia Stanley.

—¿Cómo dices?

—Lo que has oído. Hay un paquete en la guantera.

Angeline la abrió y, detrás de un ovillo de cuerda de nylon y de un destornillador, vio un sobre que sacó y abrió. Dentro encontró una alianza de oro con una dedicatoria y varias fotografías.

Brody le arrebató el sobre, lo volcó y le entregó la alianza.

—Póntela —le indicó.

Angeline aceptó la alianza y se la puso en la mano derecha.

—En la izquierda —le indicó Brody—. Es un anillo de boda, encanto.

Angeline sintió náuseas, pero hizo lo que Brody le indicaba. Era la primera vez que se ponía una alianza y se le hacía extraño.

—Ésta es Sophia —le dijo Brody entregándole una fotografía.

En ella, Angeline vio a una mujer sonriente, de pelo oscuro y largo que parecía mayor que ella, pero con la que guardaba gran parecido, pues también tenía la piel aceitunada y los ojos oscuros.

—No sois exactamente iguales porque tú eres más guapa, pero nos vamos a tener que conformar con lo que tenemos —opinó Brody.

Angeline frunció el ceño. ¿Aquello habría sido un cumplido?

—Éstos son los niños. Eva tiene nueve años y Davey, cuatro —continuó Brody entregándole más fotografías—. Y éste es papá oso.

Si la situación no hubiera sido tan grave como era en realidad, Angeline se habría reído, pues era verdad que Hewitt Stanley era exactamente igual que papá oso. Se trataba de un hombre de mediana estatura, desgarbado y con gafas.

Desde luego, no se parecía a Brody en absoluto.

—Y éste es el hombre por el que tú te tienes que hacer pasar.

—Te sorprendería ver a otras personas cuyas identidades he tenido que usurpar en otros momentos —contestó Brody guardando las fotografías en el sobre y guardándoselo en el bolsillo de la camisa.

—¿Y por qué tenemos que hacernos pasar por los Stanley? —quiso saber Angeline—. Las monjas del convento los conocerán de cuando vinieron a dejar a sus hijos a su cuidado.

—Por lo general, es la madre superiora la que trata con la gente de fuera, así que ella será la única que conozca a Hewitt y a Sophia. En estos momentos, está atrapada en Puerto Grande a causa del tiempo y nosotros no vamos a permitir que nos ocurra lo mismo.

—A lo mejor conseguimos engañar a las monjas, pero es obvio que los niños saben que no somos sus padres y puede que no se quieran ir con dos personas a las que no conocen de nada.

—Hewitt y Sophia tienen una contraseña. Cascadas. En cuanto sus hijos oigan esa palabra, sabrán que somos amigos de sus padres y que pueden venir con nosotros.

—¿Y tú cómo sabes eso?

—Lo sé y punto. Mira, si creyera que podemos llegar al convento y decirles a las monjas que nos vamos a llevar a los niños y ya está, lo haríamos así y sería más fácil, pero Hewitt y Sophia eligieron este lugar por algo. Para empezar, es muy difícil llegar aunque haga buen tiempo, está completamente apartado y es muy pequeño, apenas un puntito en el mapa del satélite.

—¿Y si no lo conseguimos? —preguntó Angeline sintiendo que el pánico se apoderaba de ella.

La última vez que no había conseguido algo había sido en Atlanta y no había tenido nada que ver con Hollins-Winword, pero sí con la vida de un niño.

—Eso no va suceder —contestó Brody.

—¿Por qué no me has contado esto cuando has ido a buscarme al campamento? —le preguntó Angeline pensando que, si lo hubiera hecho, se habría negado a ir con él.

—Había demasiada gente —contestó Brody sacando una pistola de debajo de su asiento.

Angeline se quedó tan sorprendida que apenas se dio cuenta de que era un arma. Brody comprobó que el arma estaba en condiciones y se la guardó junto con el sobre bajo el poncho impermeable.

Angeline se había criado en un rancho, así que estaba acostumbrada a ver armas, pero una cosa eran los rifles que su padre guardaba en una vitrina y otra la pistola que Brody se acababa de guardar.

—Eso no lo vamos a necesitar, ¿verdad?

—Espero que no —contestó Brody mirándola de reojo—. No me gustaría tener que dispararle a una monja, así que espero que podamos convencerlas de que somos Hewitt y Sophia Stanley, pero ten en cuenta que mejor que sea yo quien las amenace a que sea un hombre de Santina porque a ellos les da igual hacer daño a personas inocentes y, si no les sacamos tanta ventaja como espero, te vas a alegrar mucho de que Delilah viaje con nosotros, preciosidad.

¿Brody llamaba Delilah a su pistola?

Angeline sacudió la cabeza incómoda.

Tenía muy claro que Sandoval era un hombre sin escrúpulos que no dudaba en hacer daño a los demás. Lo había experimentado en primera persona cuando aquel hombre había destruido el poblado de su familia al querer hacerse con el control de los pastos. Al verse arrinconado y ante la posibilidad de perder la batalla, había preferido destruir la tierra antes que dejar que otro le ganara.

—No me llamo preciosidad —contestó Angeline con voz trémula—. Me llamo Sophia.

—Muy bien dicho —sonrió Brody.

Angeline se estremeció de pies a cabeza y se dio cuenta de que no era solamente por el frío ni por los nervios sino por él.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

 

BRODY y Angeline abandonaron el Jeep en el lugar en el que había quedado atrapado en el barro y continuaron a pie. Tardaron una eternidad en subir la escarpada ladera, pues el viento ululaba a su alrededor y la lluvia les golpeaba en todas direcciones.

Angeline daba gracias de tener a Brody tan cerca, haciéndole de escudo. Había perdido el sentido del tiempo y cada vez le costaba más moverse, pues le dolían los muslos, los gemelos y los tobillos.

Lo cierto era que le dolía todo el cuerpo.

Cuando estaba tan concentrada en avanzar que ya ni siquiera pensaba en nada, Brody se paró de repente y llamó con fuerza a una puerta que había aparecido en su camino.

«No nos van a oír», pensó Angeline.

Sin embargo, a pesar del tremendo viento, la puerta se abrió, Brody agarró a Angeline de la muñeca y la obligó a pasar. A continuación, cerró la puerta y colocó en su sitio el antiguo pasador de madera.

El repentino cese del viento fue tan brusco que Angeline se sintió mareada. Qué gran silencio.

—Señora —la saludó la mujer diminuta vestida con hábito que le estaba entregando una toalla blanca.

—Gracias —contestó Angeline aceptando la toalla y secándose el rostro—. Gracias —repitió sonriéndole a la monja.

La monja estaba conversando con Brody en español y, aunque hacía muchos años que Angeline no hablaba su lengua materna, no le costó seguir la conversación. La monja le estaba diciendo a Brody que la madre superiora no estaba y que ella era la única que podía tratar con desconocidos.

—No somos desconocidos —le explicó Brody—. Hemos venido a recoger a los niños.

—Ah, sí, sí —contestó la monja comenzando a avanzar por un pasillo.

Brody miró a Angeline, indicándole que los siguiera. Angeline pensó que no era el momento de derrumbarse, que primero tenía que asegurarse de que los niños estaban bien, pero lo cierto era que en aquellos momentos lo único que quería era sentarse en el suelo y apoyar la cabeza contra la pared.

Como si le hubiera leído el pensamiento, Brody volvió a agarrarla de la muñeca y la obligó a seguir a la monja por el pasillo. Habían avanzado unos cuantos metros cuando el pasillo giró abruptamente hacia la izquierda y se abrió, formando un amplio salón en el que había varias mesas y bancos de madera.

La monja los informó de que aquella estancia era el comedor y siguió andando.

—¿Te estás enterando de todo? —le preguntó Brody a Angeline en inglés.

Angeline asintió.

Había aprendido inglés cuando Daniel y Maggie Clay la habían adoptado después de que el poblado de su familia quedara destrozado y, aunque Angeline había dado la espalda deliberadamente a la lengua de sus padres biológicos, nunca la había olvidado… aunque lo había intentado con todas sus fuerzas.

Lo había intentado porque era muy diferente al resto de los habitantes de la pequeña ciudad de Wyoming a la que se había ido vivir con sus padres adoptivos. Sin ser muy consciente de lo que hacía, había borrado su acento extranjero porque quería ser como aquella gente, quería que la aceptaran.