Una proposición irresistible - Allison Leigh - E-Book

Una proposición irresistible E-Book

ALLISON LEIGH

0,0
3,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

¿Podría conseguir que un matrimonio que había comenzado por obligación se llenara de amor? La autosuficiente Nikki Day no supo cómo reaccionar al despertar en aquel hospital y encontrarse con el hombre que sin saberlo era el responsable de su "situación". Aunque había intentado alejarse de su ex jefe, ahora ella y su futuro hijo dependían de los cuidados de Alex Reed. Cualquier esperanza que tuviera de mantener su relación con Alex en el plano profesional se esfumó al ver la maravillosa casa que él había alquilado. Y, si la piscina con forma de corazón no la emocionaba, sin duda lo harían las caricias de Alex…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 181

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2005 Allison Lee Davidson

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una proposición irresistible, n.º 1595- septiembre 2017

Título original: The Tycoon’s Marriage Bid

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9170-074-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Nikki Day no quería abrir los ojos. Sobre todo, porque cuando lo hacía confirmaba que estaba en la cama de un hospital. Porque era absolutamente imposible que él estuviera allí, al lado de la cama.

Aquello significaba que estaba viendo visiones.

Estaba alucinando.

Como si no tuviera bastante con lo que ya tenía.

Se llevó una mano al vientre cuando sintió otra patada.

Al menos, aquel movimiento le aseguraba que, fuera cual fuera el motivo por el que estaba allí, el bebé seguía perfectamente.

Nikki estaba en su sexto mes de embarazo y estaba segura de que el niño sería futbolista.

Dio media vuelta, intentando buscar una postura más cómoda. Sin querer, abrió los ojos.

Él seguía allí.

Cerró los ojos rápidamente. Apretándolos con fuerza.

—Yo también me alegro de verte —dijo la aparición, en voz baja.

Parecía ser que cuando Nikki alucinada, lo podía hacer con tanta precisión como lo había hecho todo en la vida. Le entraron ganas de reír por aquella ocurrencia. ¿Se habría vuelto loca?

Volvió a cambiar de postura, deseando que no le doliera la espalda. Y deseando despertar de aquel sueño.

—Ten cuidado. Te vas a quitar el gotero.

Ella casi dio un salto cuando aquellos dedos largos y cálidos se posaron sobre su mano.

Definitivamente, aquélla no era una alucinación.

Se sentó tan bruscamente que la sábana le cayó a la cintura, mostrando un camisón de hospital.

Sin embargo, él no le soltó la mano. Evidentemente, estaba preocupado por el tubo que tenía conectado a la mano. No había otra explicación.

Él. Alexander Reed. Alex.

El responsable del bebé futbolista. Aunque él no lo supiera.

Había sido su jefe durante tres años, hasta que ella dimitió durante el verano.

El corazón de Nikki iba tan rápido que pensó que se iba a desmayar.

—Tranquilízate —murmuró él, inclinándose para pulsar el botón que colgaba de la cama—. No te pongas nerviosa. Estás bien y el bebé también.

Ella tragó con dificultad aunque aquella noticia la tranquilizaba bastante.

«El bebé. Concéntrate en el bebé».

Con cuidado, apartó la mano de la de él.

—¿Cómo he llegado a Cheyenne?

Él meneó la cabeza.

—No estás en Cheyenne. Sigues en Montana. En el hospital de Lucius.

—Eso es —dijo la enfermera que en ese momento entraba en la habitación—. Y nos alegramos de ver que estás despierta —le aseguró con una sonrisa mientras rodeaba la cama, comprobando los monitores y anotando los resultados—. El médico vendrá enseguida —le dijo a Alex mientras le tomaba la tensión a Nikki—. Hoy estamos muy ocupados. Vienen dos bebés en camino— cuando acabó lo que estaba haciendo, la miró a la cara—. ¿Qué tal te encuentras?

Nikki no podía hablar. Pero la enfermera la entendió.

—No te preocupes por nada —le aseguró—. El médico no tardará mucho.

Cuando la enfermera se marchó, Nikki volvió a mirar Alex.

—¿Qué estás haciendo aquí? —no importaba lo que ella estuviera haciendo allí.

—Me llamaron.

Los ojos oscuros de Alex eran indescifrables, como siempre.

—¿Quién?

Él movió los hombros ligeramente, como si estuviera impacientándose. A ella no la sorprendía. Mientras había trabajado para él, Alex había confiado en ella para que se ocupara de todos los detalles de su vida. Ni siquiera habría festejado su propio cumpleaños si ella no se lo hubiera recordado.

—La dueña del hostal donde te alojas —le dijo—. El único número que tenía, aparte del de tu casa, era el del trabajo. También me llamaron del hospital.

—¿Hadley Golightly? —Nikki no recordaba nada de lo que había sucedido.

Alex miró por la ventana. El cielo estaba gris, cargado de nieve. El tiempo era el típico del mes de enero.

—Mi hijo… —susurró ella con la mano en el vientre—. ¿Está bien?

—Sí —volvió a mirarla y la serenidad de su mirada la tranquilizó.

—Sigo sin entender qué estás haciendo aquí.

¿Por qué no había llamado Alex a su familia en lugar de ir él mismo a Montana? No era como si no los conociera. Su hermana, Belle, había trabajado para él en la clínica deportiva Huffington durante una temporada.

Entonces, le vino a la mente un trineo azul tirado por caballos.

Cody le había prometido un paseo en trineo como regalo de boda.

Pero de eso hacía muchos años.

Nikki había subido al trineo sola. Era lo último que recordaba. Sentada en el asiento, sintiendo el aire frío de la mañana en el rostro.

¿O también sería un sueño? Parecía que no podía concentrarse en más de una cosa a la vez y los detalles se le escapaban.

¿Sería más fácil tratar con Alex que con su memoria?

Probablemente, no.

¿Qué estaba haciendo allí?

—¿Qué tal las cosas por la oficina? —preguntó sin poder evitarlo.

—La semana pasada contratamos a otro administrativo.

—¿Otro?

Ella ya había oído los rumores de que tenía dificultades para encontrar a alguien que la reemplazara. Alex, el hombre que había convertido una pequeña clínica en un centro innovador conocido en todos los Estados Unidos.

—¿Cuántos llevas?

Él hizo una mueca.

—Seis —dijo él volviendo a mirarla.

Ella sintió que el corazón le daba un vuelco.

Por eso le había costado tanto aceptar el trabajo. No quería sentir aquello por nadie. Y menos cuando todavía tenía a Cody en el corazón.

Hacía ya más de tres años y medio desde que aceptó el puesto de secretaria de Alex.

—¿Qué tal va todo por la clínica?

La expresión de él no cambió.

—¿Crees que he venido aquí a hablar de negocios?

—Antes me llamabas unas cinco veces a la semana para hablar de negocios —aunque, después del primer mes, había dejado de llamarla. Ella había logrado relajarse, si bien sufría por haber dejado un trabajo que tanto le gustaba.

—No habría tenido que llamarte si los del departamento de personal hubieran contratado a alguien competente.

El bebé volvió a darle una patada.

—¿A qué… a qué has venido? ¿A pedirme que vuelva?

—¿Lo considerarías?

—No.

—¿Tienes otro trabajo?

—Lo tendré pronto.

Eso era lo que esperaba. Necesitaba saber cuánto tiempo iba a estar en el hospital. Llevaba varios meses viviendo de sus ahorros y no iban a durarle siempre. Tampoco quería pedirle dinero a su familia, aunque estaba segura de que ellos se lo dejarían sin problemas.

Pero ella era Nikki Day. Capaz de cuidar de sí misma.

Además tenía mucha práctica. Ya lo había hecho cuando su hermana Belle y ella, con sólo quince años, perdieron a su padre. También lo había logrado cuando Cody murió de manera inesperada.

En ese momento, necesitaba el trabajo que le habían ofrecido.

—¿Dónde? —preguntó él, sin creerla del todo.

—No es asunto tuyo, Alex.

Alex miró el reloj. Probablemente estaba deseando volver al trabajo. Lo conocía muy bien. Demasiado bien. El primer año con él, se había tomado una semana de vacaciones y se había marchado con su hermana a Florida. Cometió el error de llevarse el teléfono móvil y él no la dejó parar ni un segundo. Su hermana volvió con un bronceado maravilloso y un álbum lleno de fotografías y ella, sabiéndose el menú del servicio de habitaciones de memoria.

No volvió a intentar tomarse otras vacaciones.

—No quiero entretenerte más —dijo ella; estaba deseando que se marchara.

—¿Te marchaste porque estabas embarazada?

—Por supuesto que no —contestó ella rápidamente.

La verdad era que cuando le dejó el sobre delante del ordenador con su dimisión todavía no sabía que estaba embarazada. Aunque, si lo hubiera sabido, lo habría hecho de todas maneras.

—Podrías haberme dicho que estabas embarazada. Podríamos haber hecho algunos ajustes —dijo él, ignorando su negativa—. Podríamos haber contratado un ayudante.

—Eso es lo que hiciste —señaló ella—. Yo lo dejé y tú contrataste a otro administrativo.

—Me refería a buscarte un ayudante a ti —apretó la mandíbula—. Para que pudieras trabajar menos horas.

Alex jamás se había preocupado por las horas que trabajaba.

De nuevo volvía a sentir que debía estar alucinando.

Se frotó las sienes.

—No tenías que dejarme —insistió él.

Dejarlo había sido su única salida. Pero no podía explicárselo.

Dejó caer las manos y se apoyó en el cojín. Después, se tapó con la sábana hasta el cuello.

No tenía frío. Pero necesitaba poner una barrera entre ellos.

Ella había sido una buena secretaria. Pero no era insustituible.

—Sigo sin entender qué haces aquí.

—Tu hermana está de luna de miel.

Ella frunció ceño, preguntándose cómo sabía aquello.

—Sí.

—Y tu madre está con su marido en un crucero.

Su madre había pasado meses planeando aquellas vacaciones.

—¿Y eso qué tiene que ver contigo?

Él volvió a mover los hombros. Se levantó y caminó hacia los pies de la cama.

—Alguien tenía que venir.

Aquello tampoco era un motivo.

Además, Alex nunca hacía nada que no tuviera planeado de antemano. No es que no fuera una persona amable cuando quería. Pero tenía nueve clínicas desde Florida a Arizona y él se ocupaba de dirigirlas todas. Además, sólo vivía para sus negocios. Si no hubiera sido su secretaria personal, nunca se habría dado cuenta de que existía.

—Bueno —puso las manos abiertas sobre la sábana—. Te agradezco que te hayas preocupado pero, como puedes ver, estoy bien.

—¿Es una manera educada de decirme que ya me puedo marchar? —su voz era seca.

Ella se puso colorada.

—Alex, esto es… embarazoso para mí —admitió ella.

—¿Por qué?

Ella apretó los puños.

—¿Cómo te sentirías tú en mi lugar?

—Quizás me alegraría de ver una cara amiga.

Ella se puso aún más roja.

—Ahora estás haciendo que parezca una ingrata.

—Si tú lo dices.

Ella sintió un nudo en la garganta.

—Por favor, no intentes convencerme para que vuelva, Alex —no estaba segura de si podría volver a decirle que no.

—Antes no funcionó —dijo él mientras caminaba hacia la ventana.

Nikki se dio cuenta de que estaba mirando el movimiento de sus músculos bajó el jersey marfil de cachemir. Tenía el pelo negro con algunas canas plateadas en las sienes. Alex siempre tardaba en ir a cortarse el pelo, pero en ese momento lo llevaba más corto que nunca.

Entonces, él se giró y ella sintió que se atragantaba.

La miró fijamente.

—He venido porque estaba preocupado —dijo con amabilidad—. ¿Habrías preferido que llamaran a otra persona? —levantó una ceja y le miró la barriga—. Quizá al tipo que te hizo eso.

Ella se miró las manos. Estaban hinchadas. Había dejado de llevar anillos hacía un mes.

—Se ha ido —dijo ella. Y no quiso dar más detalles—. Te agradezco que hayas venido desde Cheyenne, Alex. Sé que eres una persona muy ocupada. Pero estoy bien.

Él la miró fijamente.

Ella pensó que estaba en la cama de un hospital, mintiendo; pero no todo en la vida iba a ser de color de rosa.

—Estoy bien.

—Ni siquiera sabes lo que pasó.

Mientras sintiera a su hijo dentro de ella, se imaginaba que podría con todo. Con lo que no podía era con la presencia de Alex.

—¿Tú lo sabes?

Él no era un miembro de la familia. Ni siquiera era su jefe. Los del hospital no deberían haberle dado ningún tipo de información. Pero ella ya sabía muy bien que siempre conseguía lo que quería.

—Sé bastante —dijo él.

Ella estaba cada vez más nerviosa.

—¿Qué sabes? —le preguntó.

—Eras más agradable cuando trabajabas para mí.

—Me pagabas para que fuera agradable —dijo ella, con voz temblorosa.

—Bien. Nadie sabe mejor que yo lo eficiente que eres, Nikki —agarró un abrigo negro que había sobre una butaca y que ella reconoció enseguida. Parecía enfadado.

Ella se quedó helada.

¿Por qué estaba enfadado?

—Alex. Espera —las palabras salieron de sus labios sin que ella quisiera.

Quería que se fuera. ¿O no?

—Por favor —susurró ella—. Espera.

Por muy desesperada que estuviera para recobrar la compostura, no podía soportar la idea de haber hecho algo que lo molestara. A pesar de sus motivos, había ido a verla.

Y ella sabía que él nunca se tomaba un día libre.

Por nadie. Entonces, ¿por qué lo había hecho por ella?

Capítulo 2

 

Antes de que Alex pudiera responder, el médico entró en la habitación, mirando de uno al otro.

—Por fin está despierta. Ya que están aquí los dos, tengo que hablar con ustedes sobre las opciones de la mamá después de examinarla.

Lo cual le dijo a Nikki demasiado.

Y ahora no tenía ni idea si Alex se había quedado porque ella se lo había pedido o porque había llegado el médico.

El doctor Carmichael dejó la carpeta sobre el taburete con ruedas que había a los pies de la cama de Nikki y fue a su lado.

Antes de que ella pudiera decir una palabra, le desató el lazo del cuello que mantenía el camisón cerrado. Se lo apartó y acercó el estetoscopio frío a su espalda.

Ella evitó mirar a Alex.

Con rapidez, el médico hizo que se apoyara contra los almohadones mientras le apartaba el camisón por delante para escuchar los latidos del corazón.

Ella estaba muerta vergüenza.

Sabía que su corazón latía acelerado y no tenía nada que ver con la revisión.

Cuando acabó de auscultarla, se dirigió hacia los pies de la cama, abrió la carpeta y anotó algo. La misma enfermera entró en la habitación y le pidió a Alex que saliera un momento mientras el médico le hacía una exploración vaginal.

Cuando el médico terminó, apartó el taburete y se quitó los guantes.

—Parece que todo está bien. Ya ha dejado de manchar.

La enfermera acabó de colocarle el camisón y le arregló la cama. Nikki estaba tan sorprendida que ni se movió.

—¿He manchado? ¿Cuánto tiempo llevo aquí?

¿Por qué no se había dado cuenta?

—Cuatro días —dijo la enfermera con calma—. La trajeron el domingo. Hoy es jueves. El señor Reed ha estado a su lado desde que llegó el martes. Todas las enfermeras del hospital están verdes de envidia, se lo aseguro.

«¿Cuatro días?»

Ella había pensado que no llevaría allí más de cuatro horas.

El médico todavía estaba sentado. Se quitó las gafas y le indicó a Alex que entrara.

—Cómo le estaba diciendo a la señorita Day, ya ha dejado de manchar. Y parece que no hay más contracciones.

—¿Más? —repitió ella en voz alta.

¿Qué había pasado mientras había estado inconsciente?

La enfermera le tocó el brazo para tranquilizarla.

—Procure no alterarse. Tenía la tensión por las nubes cuando la trajo la ambulancia. Ha empezado a estabilizarse sólo hace unas doce horas.

Aquello no la ayudaba a tranquilizarse.

—El bebé se está moviendo —dijo nerviosa. Alex le había dicho que el bebé y ella estaban bien—. ¿Qué pasa?

—Nada que no se cure con reposo —le aseguró el médico. Volvió a colocarse las gafas—. Sinceramente, él bebé está más sano que usted.

—¿Puedo irme a casa ya?

—Preferiría que se quedara aquí. Quiero que haga reposo durante tres semanas —volvió a mirar su ficha.

A Nikki se le cayó el alma a los pies. Su nuevo trabajo incluía un nuevo seguro médico por lo que necesitaba empezar a trabajar ya para que el seguro cubriera el parto.

Si se quedaba en el hospital, no podría empezar el lunes.

—Eso no es posible —dijo ella con desmayo.

—Me temo que es necesario — dijo el doctor Carmichael sin inmutarse. Le dio unos golpecitos en el pie por encima de la sábana—. No se preocupe. La comida de aquí no es tan mala.

El nudo que Nikki sentía en la garganta cada vez era más grande. El médico se dio cuenta de su disgusto.

—No será tan malo. Después de la primera semana, podremos volver a examinarla. Y el papá puede quedarse todo el tiempo que quiera, como ha estado haciendo hasta ahora.

Nikki miró a Alex y él le hizo un gesto con la mano. El médico se imaginó que le estaría diciendo que todo iba a ir mejor.

Pero Alex no era el padre. ¿Cómo iba a serlo si nunca habían tenido nada personal?

Pero él tampoco sacó al médico del error.

—No puedo permitirme quedarme aquí tres semanas —dijo ella, intentando ignorar la presencia de Alex—. Tengo que ir a casa. Tengo que trabajar.

El médico la miró por encima de las gafas.

—No puedo hacer que se quede. Pero, si no hace reposo absoluto, el embarazo corre un riesgo alto.

—Pero ¿podría descansar en otro sitio? —dijo Alex, hablando por fin.

El médico no parecía muy contento, pero asintió.

—Si promete que se va a quedar en la cama. Y quiero decir en la cama. Sólo se podría sentar unos minutos al día; eso es todo.

—Iré a casa de mi madre —dijo Nikki, pensando que su familia cuidaría de ella sin dudarlo.

—¿Dónde es eso?

—En Wyoming.

Antes de que ella acabara de hablar, el médico estaba moviendo la cabeza.

—No puede viajar.

—Pero…

—No discutas, Nikki —la voz de Alex era suave—. Haremos lo que haga falta.

—¿Haremos? —apretó las sábanas con fuerza. El monitor que estaba a su lado empezó a emitir un pitido.

—Señorita Day —dijo la enfermera con amabilidad—. Por favor, no se excite.

—¿Acaba de decirme que tengo que quedarme en la cama lo que queda de mes y quiere que no me excite? —un dolor intenso le atravesó el vientre y de su garganta escapó un grito ahogado.

La enfermera y el doctor Carmichael comenzaron a trabajar rápidamente. Nikki no se daba cuenta de lo que le estaban haciendo porque, entre el pánico y el dolor, apenas podía respirar.

El embarazo había sido un accidente.

Pero eso no significaba que no quisiera tener al niño.

Alex la agarró de las manos.

Ella lo miró sin verlo. El dolor era muy intenso.

—Nikki… —su voz era suave.

Ella pestañeó y lo miró. Apenas era consciente de que le estaba apretando con fuerza.

—Me duele —dijo sin aliento.

—Lo sé. Relájate todo va a salir bien.

Tenía veintisiete años. Una mujer competente, moderna e independiente que no necesitaba que nadie le dijera que todo iba a salir bien.

Ella era la que normalmente se encargaba de que todo saliera bien.

Aunque aquello no importaba mucho en aquel momento. Se alegraba de que estuviera allí. Se alegraba mucho.

Las lágrimas empezaron a fluir. Ella nunca había llorado delante de su jefe.

No, ya no era su jefe.

Sólo era Alex.

Un hombre al que no había podido olvidar.

—Respira —le dijo él. Apenas se dio cuenta de que la enfermera le estaba diciendo lo mismo.

Tomó aliento lentamente.

—Eso es —dijo él, animándola—. Muy despacio.

—No quiero perder al bebé —dijo ella con voz ronca.

La mirada de Alex era intensa pero tranquila.

—No permitiré que pase —le prometió él con la voz serena.

Aquello no tenía ningún sentido; pero ella lo creyó.

—Intente recostarse, señorita Day.

Ella se sentía mareada, cada vez le costaba más fijar la cara de Alex. Pero, cuando él se inclinó sobre ella, colocándola con suavidad sobre los almohadones, ella todavía podía ver el color de sus ojos.

Color café. Chocolate. Chocolate fundido.

Él seguía cerca.

—La cabeza me da vueltas.

—Es el sedante —dijo la enfermera. Le quitó el aparato de la tensión del brazo—. No se preocupe. No le afectará al bebé. Los dos van a dormir un rato, eso es todo.

—No quiero dormirme. Tengo que volver a Cheyenne.

—No, hoy no. Has estado inconsciente durante cuatro días, ¿recuerdas? —Alex la soltó y se alejó de la cama.

Ella quería llamarlo. Pero le parecía que era un esfuerzo demasiado grande.

Más tarde. Lo llamaría más tarde.

 

 

Alex vio a Nikki cerrar los ojos. Las arrugas de la frente se suavizaron. Los labios se relajaron.

—Dormirá unas horas —le dijo la enfermera.

Alex asintió y acompañó al médico fuera de la habitación.

—Me gustaría ver las pruebas que le han estado haciendo. Quiero los detalles —él no era médico, pero provenía de una larga estirpe de ellos; además, tenía muchos trabajando para él. Si no le satisfacían las respuestas, llevaría a Nikki a otro sitio.

—Podemos hablar en mi despacho —le dijo el médico con calma—. No me importaría hacerle un reconocimiento a usted también.

Alex sonrió. Le gustaba dejar que el médico pensara que él era el padre. Si el hombre supiera la poca relación que había tenido con Nikki, nunca le daría la información que quería.

Debería habérsela pedido en cuanto llegó al hospital. En lugar de eso, se había quedado sentado al lado de Nikki.

Le parecía extraño incluso a él.