Enamorado de la novia - Allison Leigh - E-Book

Enamorado de la novia E-Book

ALLISON LEIGH

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Beschreibung

Grayson Hunt estaba al frente del negocio que poseía su familia, y su trabajo era lo más importante para él. Pero su padre les había dado un ultimátum a Gray y a sus hermanos… debían encontrar una mujer con la que casarse o perderían su fortuna. Gray no sabía qué hacer, hasta que de pronto conoció a la candidata perfecta. ¿Pero tendría un plan oculto aquella humilde bibliotecaria? Amelia White iba a demostrarle a aquel arrogante millonario que sus actuaciones podían tener repercusiones, y le haría pagar por lo que le había hecho a su hermana. Sin embargo, cuando aceptó aquel matrimonio de conveniencia, no sospechaba que estaba a punto de entregar su corazón en aquel trato.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2008 Allison Lee Davidson

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Enamorado de la novia, n.º 1769- abril 2019

Título original: The Bride and the Bargain

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-844-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

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Prólogo

 

 

 

 

Julio

 

 

Por más que había intentado adivinar las razones de su padre para reunirlos a todos allí, en la mansión familiar del lago Washington, Grayson Hunt, sentado a la mesa con sus tres hermanos, no podía siquiera imaginar lo que estaba a punto de suceder.

Harry Hunt, hijo único de un tendero y un ama de casa, había levantado, con sus propias manos, una de las mayores y más rentables compañías de ordenadores del mundo, HuntCom. Le había dedicado a aquella causa toda su vida. Pero, a sus setenta años, ya no era el mismo hombre de antes. El amago de ataque al corazón que había sufrido el mes anterior había sido un golpe para su salud y había agudizado, a juicio de su hijo Grayson, su inestabilidad, convirtiéndolo en un hombre impredecible.

¿Por qué los había hecho ir hasta allí? Harry era plenamente consciente de la enorme carga de trabajo que tenían todos ellos. Gray, el primogénito de la familia y presidente de HuntCom a sus cuarenta y dos años, había tenido que tomar un vuelo desde su oficina en Seattle y cancelar varias reuniones de gran importancia. Lo había hecho sin quejarse, como correspondía a su papel de hermano mayor, pero, por dentro, aquella reunión le producía desasosiego.

—¿Alguien sabe por qué el viejo nos ha reunido a todos aquí? —preguntó Gray envolviendo a sus hermanos en una mirada—. Cuando me llamó no estaba y dejó el recado a mi secretaria, Loretta.

—A mí también me llamó, pero no me aclaró nada —respondió Alex tomando un trago de su Black Sheep Ale.

A sus treinta y seis años, Alex era el responsable de la Fundación Hunt, la rama filantrópica de la compañía.

—¿Y tú, J.T.? —preguntó Alex—. ¿Sabes algo más?

Arquitecto de carrera, J.T. era el encargado de la gestión de todas las propiedades inmobiliarias de la empresa. Se pasaba la vida viajando de un lado a otro del planeta.

—Me llamó él personalmente —dijo bebiendo un poco de bourbon—. Le dije que tendría que abandonar el proyecto de Nueva Delhi y viajar más de diez horas para venir aquí, pero insistió de todas formas. ¿Qué hay de ti, Justin? —añadió dirigiéndose a su hermano.

Justin, con treinta y cuatro años, era el más joven de los cuatro.

—Estaba en el rancho cuando llamó. Me dijo lo mismo que a vosotros. Que debía venir, sin excusas. Nada más. ¿Alguien sabe qué quiere?

—Parece que no —respondió Gray empezando a impacientarse.

En ese momento, la puerta del salón se abrió.

—¡Habéis venido todos! —exclamó Harry—. ¡Perfecto!

Lentamente, Harry se acercó a la mesa y se sentó observando a sus hijos atentamente a través de unas gruesas gafas que ocultaban sus profundos ojos azules.

—Desde que me dio el ataque al corazón, he estado reflexionando —empezó Harry—. Hasta ahora, no me había parado a pensar en qué será de la familia cuando yo ya no esté.

Gray sintió una punzada en el estómago, pero mostró una fingida tranquilidad mientras su padre hablaba.

—El estar tan cerca de la muerte ha hecho que me dé cuenta de algunas cosas. Podría dejar este mundo en cualquier momento sin haber dejado solucionado el futuro de la familia.

A Gray se le hacía muy difícil imaginar el mundo sin su padre. A pesar de su edad y de su delicado estado de salud, parecía estar todavía en plena forma, con las mismas energías de siempre.

Harry se incorporó de su asiento y, apoyando los puños sobre la superficie de roble, los miró fijamente.

—Me he dado cuenta de que, si os dejo vivir a vuestro aire, jamás os casaréis ni me daréis nietos. No estoy dispuesto a poner en peligro el futuro de la familia. Así que he decidido daros un año. Sólo un año. Antes de que termine ese plazo, quiero que todos y cada uno de vosotros esté casado y esperando un hijo.

Los cuatro hermanos se quedaron paralizados.

—Podéis hacer lo que queráis, por supuesto —añadió Harry—. Pero debo advertiros que, aquél que no cumpla, perderá su puesto en la compañía.

—¿Estás hablando en serio? —preguntó finalmente Gray.

Harry controlaba la mayoría de las acciones de la compañía. Incluso en el caso de que Gray, sus tres hermanos, la vieja amiga de su padre, Cornelia, y sus cuatro hijos, decidieran ponerse en su contra, Harry podría hacer valer su posición en cualquier momento. ¿Qué pretendía su padre? ¿Estaba dispuesto a poner en peligro todo por lo que había luchado?

—Hablo completamente en serio —contestó Harry.

—Con todos los respetos, Harry. ¿Cómo te las apañarías para dirigir HuntCom sin nosotros? —preguntó J.T. haciéndose eco de lo que el resto de sus hermanos estaba pensando—. No sé qué proyectos tendrán entre manos ahora mismo Gray, Alex y Justin, pero yo estoy metido en una expansión muy ambiciosa que abarca construcciones aquí en Seattle, en Jansen y en Nueva Delhi. Si decides sustituirme, pasarán meses hasta que el nuevo responsable pueda hacerse cargo de todo, y eso le costaría a la empresa millones de dólares.

—No me importa —dijo Harry—. Porque, si los cuatro os negáis, venderé HuntCom.

¿Vender HuntCom? ¿Qué le pasaba a su padre? ¿Se había vuelto loco?

—El proyecto de Nueva Delhi se cancelará y venderé la isla Huracán —amenazó Harry mirando a J.T., el que más adoraba aquel pequeño oasis de tranquilidad—. Venderé el rancho de Idaho —dijo mirando a Justin—. Disolveré la Fundación —añadió dirigiéndose a Alex.

Los tres hermanos se miraron entre ellos, incapaces de decir nada.

—En cuanto a ti —dijo Harry mirando a Gray—, HuntCom ya no necesitará un presidente, ya que dejará de existir.

Aquello era más de lo que Gray podía soportar. Aunque HuntCom había sido fundada por su padre, había sido él quien la había convertido en lo que era. Aquella amenaza era demasiado. Su padre estaba fuera de control. El ataque al corazón le había trastornado.

—Esto es una locura —apuntó Alex intentando mantener la calma—. ¿Qué pretendes con todo esto?

—Quiero que todos sentéis la cabeza, que forméis una familia y tengáis hijos —respondió su padre—. Quiero que encontréis a una mujer que sea buena madre y buena esposa.

Gray estuvo a punto de burlarse de su padre, pero le respetaba demasiado y prefirió callarse. Durante su larga vida, Harry se había casado cuatro veces, obteniendo de cada matrimonio un hijo diferente. Ninguna de aquellas cuatro mujeres podría haber sido considerada por nadie como una buena madre o una buena esposa. Antes, al contrario.

—La mujer que elijáis deberá pasar la aprobación de Cornelia —concluyó su padre.

—¿Sabe algo la tía Cornelia de todo esto? —preguntó Justin, convencido de que la viuda del mejor amigo de su padre nunca se prestaría a algo así.

—Todavía no —reconoció Harry.

La respuesta pareció aliviar a Justin, pero Gray no las tenía todas consigo. Aunque Cornelia había sido lo más parecido a una madre que los cuatro habían conocido y era un referente moral para toda la familia, eso no quería decir que fuera capaz de oponerse a los deseos de Harry. Ella, su difunto marido, George, y Harry habían sido íntimos amigos desde la infancia.

—Es una mujer inteligente y muy intuitiva —comentó Harry—. Sabrá enseguida si la mujer que habéis elegido es adecuada o no.

«Si tú hubieras elegido mejor, todo habría sido diferente», pensó Gray.

—Hay ciertas normas que deberéis seguir —añadió Harry cuando los cuatro creían que ya habían escuchado suficientes desvaríos—. No podréis decirle a la mujer en cuestión que sois ricos ni que sois mis hijos. Debe ser por amor, no por dinero. No estoy dispuesto a que cometáis los mismos errores que yo.

—De modo que la tía Cornelia debe dar el visto bueno a las novias y nosotros no podemos confesar quienes somos en realidad. ¿Algo más? —ironizó Justin.

—Eso es todo —respondió Harry sin disimular su irritación por el comentario de su hijo pequeño—. Os daré tiempo para pensarlo. Tres días. Si en tres días no se nada de vosotros, daré órdenes a mi abogado para que empiece a buscar un comprador para HuntCom.

Y, sin añadir nada más, se despidió de ellos y abandonó la sala con la misma parsimonia con la que había entrado.

—Se está tirando un farol —dijo J.T. contrariado—. Nunca venderá HuntCom.

—Estoy de acuerdo, no está hablando en serio —le apoyó Justin.

—Estamos metidos en muchísimas cosas ahora mismo —dijo Gray—. No puede estar pensando en vender la compañía. En todo caso, tendría que esperar varios meses. Es un farol.

—¿Estáis seguros? —preguntó Alex—. ¿Y si os equivocáis? ¿Estáis dispuestos a arriesgar todo por cuanto habéis luchado durante dieciocho años? No sé vosotros, pero yo no estoy dispuesto a permitir que la Fundación desaparezca.

Gray miró a su hermano Alex. Aunque su espíritu humanitario y altruista le había llevado a mantenerse a distancia de las reuniones de negocios del resto de la familia, nunca había renunciado a los privilegios ni al estatus que disfrutaba por ser parte de la familia Hunt.

—El único hijo por el que Harry se ha preocupado de verdad en toda su vida es HuntCom —dijo Gray—. Estoy seguro de que hará lo mejor para la empresa. Siempre lo ha hecho.

—Estoy completamente de acuerdo contigo —dijo Justin—. ¿De dónde se ha sacado esta idea tan peregrina de querer casarnos a todos?

—Entonces, estamos todos de acuerdo —resumió J.T. mirándolos—. Ninguno va a aceptar este ultimátum absurdo.

—No en esta vida —afirmó Gray, poniendo fin a la discusión.

Capítulo 1

 

 

 

 

Diez meses después

 

 

Encontrar una esposa. Encontrar una esposa. Encontrar una esposa.

Mientras ascendía los últimos metros de la pequeña colina, con el rostro lleno de sudor y sus piernas ligeramente cargadas por el esfuerzo, aquellas palabras resonaban insistentemente en su cabeza.

Encontrar una esposa. Encontrar una esposa.

Cuando al fin llegó arriba, se detuvo un instante, con las manos en las caderas, para tomar aire. Admiró el paisaje, una vasta extensión de árboles y explanadas verdes hasta donde alcanzaba la vista.

Como cada mañana, había salido de casa en su coche y había conducido hasta aquel parque para estar solo, lejos de las aglomeraciones y de la gente que pudiera reconocerle.

El parque no era nada del otro mundo. No tenía grandes avenidas flanqueadas por árboles centenarios, ni áreas de descanso, ni caminos pavimentados. Era un lugar apenas frecuentado, pero ésa era precisamente la razón de que a Gray le gustara tanto. Necesitaba aquel momento de soledad para tomar fuerzas y poder afrontar así la tensión que le acompañaba a lo largo del día.

Era el precio que tenía que pagar por ser el presidente una compañía como HuntCom.

Desde que se había hecho cargo de ese puesto, Gray lo había asumido sin pestañear. Nunca había dudado que, algún día, sucedería a su padre como mayor accionista de la empresa.

Nunca hasta ese momento.

Gray inició el descenso cuando los primeros rayos de luz empezaban a inundar el parque, iluminando su rostro.

Encontrar una esposa. Encontrar una esposa.

Había transcurrido casi un año desde que su padre los había reunido a todos en el lago Washington y les había lanzado su ultimátum. Aunque al principio se habían negado a aceptar aquel chantaje, los cuatro habían acabado por darse cuenta de que su padre estaba dispuesto a cumplir sus amenazas sin pestañear. El abogado de Gray había redactado un contrato privado, que habían firmado todos, en el que se detallaba el plazo dado por su padre y las condiciones respecto a la descendencia. A cambio, Harry había accedido a repartir sus acciones entre sus cuatro hijos.

A Gray le había apenado profundamente tener que llegar a algo así, pero la testarudez de su padre no le había dejado otro camino. En realidad, no tendría que haberse sorprendido tanto. Su padre había tenido el mismo carácter toda su vida. Su mente era como la de un ordenador, obteniendo datos continuamente, procesándolos con precisión matemática y extrayendo conclusiones. Con esa forma de ser, no era extraño que hubiera fracasado en prácticamente todas las relaciones personales que había emprendido en su vida.

Pero, ahora, había decidido que no quería que sus hijos cometieran el mismo error que él. Quería que encontraran a una mujer adecuada, que crearan una familia, que tuvieran descendencia, que…

Encontrar una esposa. Encontrar una esposa.

Gray seguía descendiendo por la colina a toda velocidad, con los músculos endurecidos y el rostro lleno de sudor.

Y, para demostrar que estaba dispuesto a llegar hasta el final, Harry se había puesto ya en contacto con algunos potenciales compradores.

Encontrar una esposa. Encontrar una esposa.

Durante toda su vida, Gray había logrado obtener todo cuanto se había propuesto con trabajo y esfuerzo. Pero, en aquel caso, estaba perdido. ¿Qué podía hacer?

Cuando el terreno empezó a nivelarse, Gray entró en un camino estrecho muy frecuentado por los pocos corredores que acudían a aquel parque.

—¡A la izquierda! —gritó al ver una chica en cuclillas en medio del camino.

Gray intentó esquivarla, pero iba a tanta velocidad que, cuando la chica al fin lo vio y se levantó para echarse a un lado, fue demasiado tarde.

—¡Oh! —exclamó ella.

Gray consiguió no perder el equilibrio y, aminorando la marcha, se detuvo y volvió sobre sus pasos.

La chica estaba tumbada en el suelo, a un lado del camino. Tenía la piel muy blanca, enormes ojos oscuros y el pelo castaño. Llevaba puestas unas mallas de deporte que le llegaban por las rodillas muy parecidas a las suyas, y una camiseta muy corta que le dejaba al descubierto los abdominales.

—Lo siento, no la vi —se disculpó Gray.

—¿No me diga? —replicó ella llevándose la mano a la rodilla.

—Intenté avisarla —dijo él.

—La próxima vez, hágalo un poco antes —protestó mirándolo enfadada.

La chica se sentó sin dejar de tocarse la rodilla.

—Déjeme que la ayude a levantarse —se ofreció Gray tomándola del brazo.

—Puedo hacerlo yo sola —replicó ella apartando el brazo bruscamente.

—Sólo intentaba ayudarla.

Apoyándose con la palma de la mano en el suelo, la chica se levantó lentamente. Pero, una vez de pie, las piernas le fallaron. Haciendo gala de unos reflejos extraordinarios, Gray la sostuvo por los hombros antes de que volviera a caerse.

—Cuidado —murmuró él.

Tan pronto como recuperó el equilibrio, la chica se soltó, indicándole con un gesto que se apartara. Gray obedeció mientras ella se llevaba de nuevo la mano a la rodilla, llena de rasguños.

—Está lesionada.

—¿Usted cree? —preguntó ella mirándolo.

Entonces, Gray empezó a preocuparse, pero por él mismo. Por las represalias que pudiera tomar ella.

¿Cómo podía estar pensando en algo así cuando ella estaba herida por su culpa? ¿Era tan desalmado como su padre?

—¿Ha aparcado por aquí?

—No.

Eso quería decir que, seguramente, vivía muy cerca del parque.

—Venga, apóyese en mí —dijo Gray ayudándole a pasar el brazo alrededor de sus hombros—. Y no haga fuerza con la pierna.

En cuanto llegaran a su coche, Gray llamaría a un médico para que viera si tenía algo grave. De esa forma, se protegería ante alguna posible demanda si ella decidía aprovecharse de la posición de él.

Empezaron a caminar despacio. El gesto de dolor de ella lo decía todo. Se tenía que parar constantemente.

—Si no puede seguir, iré hasta mi coche en un momento y llamaré por teléfono —dijo Gray.

—No —dijo ella llevándose la mano al muslo y dejando ver rastros de sangre en el dorso de la mano.

—Y no me va a dejar que la lleve en brazos, ¿verdad?

—No hace falta —insistió ella.

Por un momento, Gray quedó cautivado por la forma en que los rayos del sol hacían brillar el pelo de la joven.

—Lo siento mucho, de verdad —repitió Gray.

Ella lo miró dubitativa, y Gray no pudo decidir de qué color eran sus enormes ojos oscuros.

—Yo también —admitió la chica—. Me había parado un momento para atarme los cordones —añadió señalando sus zapatillas de deporte.

Gray bajó la mirada y vio que los tenía desatados y llenos de barro.

—Espere.

Asegurándose de que ella no perdía el equilibrio, Gray se arrodilló para atarle los cordones.

—¿Pasa algo? —preguntó él levantando la cabeza al escuchar un leve murmullo.

—No… Es que hacía mucho tiempo que nadie me ataba las zapatillas.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano para no mirarle los muslos, Gray bajó de nuevo la cabeza.

—La próxima vez, hágase un nudo doble —le sugirió Gray.

Al levantarse, vio el gesto de dolor de la chica.

—Tenemos que ir al hospital.

—No hace falta, de verdad —dijo ella abriendo los ojos—. No hace falta.

—Es posible que se haya roto algún hueso.

—Seguro que sólo es un rasguño —dijo ella.

—Está llena de arañazos y de sangre. Al menos, déjeme ayudarla a llegar a algún sitio donde pueda limpiarse. Usted sola no puede.

—No necesito que nadie me ayude —insistió otra vez la chica.

Gray se sintió avergonzado por haber dudado de las intenciones de ella. Estaba tan acostumbrado a tratar con gente cuya única intención era sacar el máximo beneficio posible de cualquier distracción, que ya no podía pensar de otra forma. Pero aquella chica no tenía culpa de nada. Si estaba herida, era por culpa de él.

—Insisto —dijo Gray.

—¡Oh! —exclamó ella con un gesto de desesperación.

—Podrá seguir quejándose cuando lleguemos abajo.

Llamaría a Loretta. Ella sabría qué hacer. Antes de una hora, todo estaría resuelto y él podría volver a su rutina habitual.

—Y entonces conseguiré que te vayas, ¿verdad? —dijo ella.

—Pero bueno… ¿tiene usted algo contra los médicos? —preguntó Gray sonriendo.

—Contra ellos no, contra sus facturas —contestó ella muy seria—. En estos momentos, no puedo permitirme más gastos.

—¿En estos momentos?

—Acabo de empezar a trabajar en esta ciudad. El seguro no empezará a cubrirme hasta dentro de unas semanas.

Aquélla era una práctica muy habitual en HuntCom. Todo aquél que empezaba a trabajar allí debía pasar un periodo de prueba de noventa días. Era una medida de seguridad para el empresario muy extendida, pero Gray nunca había pensando que pudiera perjudicar a nadie.

—¿Dónde trabaja? —preguntó él.

Gray observó la reticencia de ella. Al mismo tiempo, se fijó en su rostro. Era realmente hermosa. Había algo en sus ojos que la convertían en una mujer intensamente seductora.

—¿Es usted nueva aquí?

—Sí —dijo pasándose la mano por la frente para apartar el sudor, dejando un rastro de barro y de sangre.

—Entonces, no puedo dejar que piense que aquí en Seattle acostumbramos a correr a lo loco por ahí.

Gray pasó su brazo alrededor de ella, apoyando el cuerpo de la chica contra el suyo, y empezaron a caminar de nuevo.

—¡Por la izquierda!

El corredor que se acercaba por detrás se desvió y pasó de largo.

—Ve, él sí lo ha oído.

—Ya, pero es que él no iba a mil por hora —replicó ella dejando escapar una sonrisa.

—Debería ver a un médico —volvió a decir Gray—. No se preocupe por el dinero.

—Supongo que es uno de esos tipos que se hicieron ricos con las punto-com o algo así, ¿verdad? —preguntó ella.

—Algo así —respondió él.

O la chica era una experta en aparentar, o no le había reconocido. No era arrogancia. En Seattle, casi todo el mundo sabía quién era.

—¿Dónde ha dicho que vivía antes de venir aquí?

—No lo he dicho —respondió ella.

Al pasar una curva, Gray calculó que faltaban menos de cien metros para llegar al BMW que tenía aparcado en la entrada.

—Si no quiere ir al hospital, al menos déjeme llevarla a algún sitio donde puedan verla. Hasta usted tiene que darse cuenta de que necesita ayuda.

La chica se detuvo y lo miró fijamente.

—¿Por qué hace esto?

—Es evidente.

—¿Por qué?

—Porque yo tengo la culpa de que esté así.

—Ya soy mayorcita —afirmó ella—. Puedo cuidar de mí misma.

—Bueno… Mayorcita es una palabra muy relativa. Creo que podría caber en el bolsillo de mi chaqueta.

—Sí, claro, o en su maleta.

—Créame, conmigo está segura. Además, si desconfía tanto de los extraños, ¿por qué viene a correr a estas horas de la mañana? Apenas hay luz y puede encontrarse con gente muy rara.

—Es el único momento que tengo para venir a correr. ¿Y usted?

—Me pasa lo mismo.

—Bueno, entonces vamos.

Retomaron la marcha y enseguida divisaron el parking. Sólo había un coche. El de Gray.

—Mire, no quiero ser desagradecida, pero no necesito su ayuda. Además, tengo algunas cosas que hacer antes de ir a trabajar.

—Y qué va a hacer, ¿ir a casa?

—Allí es donde vivo.

Gray ya no sabía qué más decir. Conocía personas que lo admiraban por lo que era. Otras, lo odiaban por la misma razón. Pero nunca se había encontrado con nadie que lo rechazara sin conocerlo, que lo rechazara cuando estaba siendo tan correcto. Se le pasó por la cabeza llevarla hasta su casa, pero, sin duda alguna, ella rechazaría la oferta. Estaba tan confundido que no sabía si la chica hacía bien desconfiando de un extraño, si él estaba siendo demasiado pesado o si ella era excesivamente cabezota.

Por otra parte, le esperaban miles de cosas por hacer en el trabajo. Entre ellas, una reunión con su padre para discutir los últimos proyectos que había emprendido.

Sin embargo, algo en su interior le impedía dejarla sola. No eran, simplemente, aquellas palabras que habían resonado en su cabeza con tanta insistencia toda la mañana. En cuanto la había visto, se había fijado en que no llevaba ningún anillo en el dedo ni parecía haberlo llevado nunca. Pero ésa no era la única razón.

Algo en ella le atraía.

—¿Puedo avisar a alguien? ¿A su marido? ¿A su novio?

—No tengo nada parecido.

—¿Me deja entonces que le eche un poco de alcohol en las heridas y se las vende? —preguntó Gray casi suplicando—. Es lo mínimo que debo hacer…

—Amelia —le interrumpió ella—. Me llamo Amelia White.

Castaños. Concluyó Gray cuando un fugaz rayo de sol iluminó sus ojos. Tenía los ojos castaños con algunos destellos dorados.

—Encantado de conocerla, Amelia —dijo Gray inclinando un poco la cabeza—. Yo me llamo…

Gray guardó silencio unos instantes al recordar las normas de Harry.

—Gray. Matthew Gray.

—Encantada, Gray Matthew —dijo estrechándole la mano—. Por cierto, si ése no es su coche, creo que tiene un problema —dijo señalando el BMW.

—Es el coche de la empresa.

¿Cómo podía haber tenido la suerte de conocer a una mujer que no sabía quién era él?

—¿Qué tipo de empresa?

—Ventas —improvisó Gray.

—Debe ser divertido —dijo Amelia con tanta seriedad que Gray no supo si lo decía en plan sarcástico o no.

—No está mal. ¿De verdad me va a hacer llamar a un taxi teniendo aquí mi coche?

—Justo ayer le decía a mi sobrina que no debía pararse a hablar con extraños, aunque parecieran amables. ¿Qué ejemplo le estaría dando si lo hago yo?

Sobrina. Había dicho sobrina, no hija.

—Vale, usted gana, me he quedado sin argumentos.

Gray la ayudó sentarse en el capó del coche. Después, abrió la puerta del coche, tomó su teléfono móvil y llamó a un taxi.

—¿Qué edad tiene su sobrina? —preguntó él volviendo junto a ella.

—Diez años. ¿Usted tienes hijos?

—No —respondió Gray.

Amelia puso cara de sorpresa, pero no dijo nada.

—¿Le extraña?

—Bueno, la mayoría de los hombres de su edad… —dijo Amelia poniéndose colorada.

—Me voy a deprimir —dijo él sonriendo.

Las mejillas de ella enrojecieron más aún, y Gray intentó pensar en la última vez que había conocido a una chica que todavía fuera capaz de hacerlo. ¿La había conocido alguna vez?

—No quise decir…

—¿Que soy suficientemente viejo como para tener una hija de la edad de usted?

—Tendría que haber sido muy precoz —negó Amelia.

—¿Cuántos años tiene?

—Demasiados —respondió como valorando el impacto que tendría en él conocer su edad.

—¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que deje de considerarme un extraño?

En ese momento, en el momento más inoportuno, el taxi llegó.

—No lo sé —contestó Amelia—. Cuando lo sepa, se lo diré.

Gray la ayudó a llegar hasta el taxi y le abrió la puerta trasera para que pudiera entrar. Una vez dentro, Gray le dio al conductor dinero suficiente para llevarla a la farmacia más cercana y después a su casa. Después, tomando una tarjeta de la empresa de taxis, escribió el número de su móvil personal en el dorso.

—Llámeme si necesita algo —dijo dándole la tarjeta —. Cualquier cosa.

Amelia la tomó teniendo cuidado de no tocar la mano de él.

—Le he dicho al conductor que la lleve a una farmacia y después a casa —dijo dándole a ella dos billetes de cincuenta dólares—. Si no le llega con esto, por favor, llámame.

—No puedo aceptarlo —dijo Amelia rechazando el dinero.

Gray dobló los billetes y, restándole importancia, los depositó sobre las rodillas de Amelia, rozando por un momento su piel. Era suave. Parecía seda auténtica.

—Acéptelo, Amelia —murmuró delicadamente—. Por favor.

Gray hizo un gesto al conductor y éste arrancó.

Mientras volvía a su coche, con la expresión de ella grabada en la mente, pensó si podía existir todavía una oportunidad para él.

Encontrar una esposa. Encontrar una esposa.

—Tal vez —murmuró observando el taxi alejarse con la señorita Amelia White dentro.

Aunque, incluso en el caso de que ella accediera, sólo habría resuelto parte del problema. También necesitaba que se quedara embarazada.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

EN CUANTO el parking estuvo fuera de su visión, Amelia apoyó la espalda en el asiento y suspiró de alivio.