Secretos de un matrimonio - Nalini Singh - E-Book
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Secretos de un matrimonio E-Book

Nalini Singh

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Beschreibung

Todos los matrimonios tienen sus secretos... Lo único en lo que podía pensar Caleb Callaghan cuando, después de separarse, su esposa Vicki le comunicó que estaba embarazada, era en reconciliarse con ella. Esa vez el matrimonio funcionaría, y no importaba lo que tuviera que hacer para conseguirlo. Pero quizá el precio de Vicki fuera demasiado alto. Quería algo más que amor... exigía que entre ellos hubiera total sinceridad. Sin embargo, había algo en el pasado de Caleb que él no podía contarle. Porque la verdad podría destruirlos.

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Seitenzahl: 191

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Nalini Singh

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Secretos de un matrimonio, n.º 2074 - octubre 2021

Título original: Flying High

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1375-796-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Epílogo

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–Estoy embarazada.

A Caleb Callaghan se le detuvo el corazón.

–¿Cómo?

–Que estoy embarazada. De tres meses, el médico acaba de confirmármelo –dijo Vicki pasándose una mano por su melena rubia.

La mente de Caleb se puso en marcha rápidamente. Aquella era la oportunidad que llevaba esperando dos largos meses y no dejaría que se le escapara. Se acercó a ella y se arrodilló a su lado.

–Llevas dentro a nuestro bebé –comentó maravillado.

En apenas unos segundos, su vida había pasado de ser un infierno a ser el cielo.

«Vicki no podrá divorciarse de mí si está embarazada», se dijo.

Como si ella le hubiera leído el pensamiento, negó con la cabeza.

–Eso no cambia nada, por supuesto –afirmó, pero no con tanta seguridad como le hubiera gustado.

Él aprovechó el momento. Aquella era la batalla más importante de su vida, así que lucharía con uñas y dientes, incluso recurriría al juego sucio si era necesario.

–Lo cambia todo –aseguró tomándola de la mano, encantado de poder tocarla de nuevo.

–No.

Desde que se habían separado, hacía meses, él había intentado todo lo posible para recuperar a su esposa. Y había fracasado. Pero si estaba embarazada, ella no lo tendría tan fácil para justificar su divorcio.

–¿Cómo que no lo cambia? El bebé es mío.

La mano de ella se crispó en la suya.

–No me acoses, Caleb –le advirtió ella.

Él repensó la forma de abordarla. No iba a permitir que ella lo apartara de su vida, pero sabía que, si la presionaba demasiado, la perdería. Pero su Victoria siempre había tenido buen corazón.

–Tengo derecho a vivir ese proceso contigo. También es mi primer hijo, quizás el único que tenga –le dijo, y vio que por el rostro de ella desfilaban multitud de emociones.

–Quieres volver a vivir en nuestra casa, ¿no? –dijo ella refiriéndose a su chalé sobre St. Marys Bay, cerca del centro de Auckland.

–Voy a regresar a nuestra casa –aseguró él, eso no era negociable–. No permitiré que te divorcies de mí mientras lleves a nuestro hijo en tu vientre.

Así tendría seis meses para convencerla de que merecía la pena salvar su matrimonio, que cinco años de compromiso no deberían desecharse tan rápido.

Cuando se separaron, ella le había pedido que le dejara su espacio. Él se lo había concedido, telefoneándola una vez al día o visitándola un par de veces a la semana para asegurarse de que estaba bien. Pero todo eso terminaba en aquel momento. Quería recuperarla.

–Este bebé es un regalo, Vicki, es nuestra oportunidad de reconciliarnos.

La mirada de ella se suavizó. Él se puso en pie, la levantó y la atrajo hacia sí. Sus cuerpos siempre habían encajado a la perfección.

–Haré que trasladen mi equipaje desde el hotel esta misma tarde –anunció él, que odiaba el hotel–. Estaremos bien –añadió convencido.

Sucediera lo que sucediera, no iba a perderla. Ella lo era todo para él.

Vicki permitió que Caleb la abrazara, aunque sabía que estaba cometiendo un terrible error. Pero había echado tanto de menos estar en brazos de su esposo… Los dos meses que habían estado separados, le había echado de menos cada día. Cada vez que él le había invitado a comer o a tomar café, ella sabía que debería haberse negado, pero en lugar de eso siempre había aceptado las invitaciones. Y esa conducta tan peligrosa amenazaba con repetirse.

–No es necesario que vivas en casa para compartir esto conmigo.

Él la apartó levemente de sí para poder mirarla a los ojos.

–Por supuesto que es necesario. ¿Quieres criar a nuestro bebé como te criaron a ti, sin que apenas conozca a su padre?

Ella contuvo el aliento.

–Sabes donde duele más, ¿eh?

Lo que menos quería ella era que su hijo o hija creciera sintiendo que alguno de sus padres no lo quería.

Él la soltó y se llevó las manos a las caderas.

–No voy a edulcorar la verdad: si insistes en nuestra separación, terminará en divorcio y nuestro hijo se verá de una casa en otra el resto de su vida.

–¿Te parece mejor que crezca en un campo de batalla?

–Claro que no –respondió él levantando la voz–. Pero, Vicki, no puedes tenerlo todo. O bien me dejas regresar y comenzamos a solucionar nuestros problemas, o aceptas la alternativa.

–Esto está yendo demasiado rápido… Necesito tiempo.

–Has tenido dos meses. Es tiempo más que suficiente –replicó él apretando la mandíbula.

No era ni mucho menos suficiente, pensó ella. Se habían visto varias veces a la semana durante los dos meses de separación, pero no habían hablado de lo que tenían que hablar.

–Caleb, míralo desde mi punto de vista. Acabo de enterarme de que estoy embarazada. Si además tú me presionas, va a ser demasiado para mí.

–Cuanto más tiempo me tengas alejado de ti, menos tiempo tendremos de arreglar las cosas antes de que llegue el bebé –replicó él–. No voy a volverme atrás en esto, así que será mejor que digas que sí.

Si ella no hubiera tomado una decisión antes de acercarse al negocio que él había levantado con determinación, quizás la afirmación de él le habría hecho plantearse las cosas. Pero, aunque muchas cosas de él eran un misterio para ella, Vicki sí sabía que Caleb no querría mantenerse al margen del embarazo, aunque ella estaba decidida a convencerle de lo contrario. Por eso, había pensado mucho en las condiciones bajo las que le permitiría regresar a la casa.

–De acuerdo –dijo ella, y nada más decirlo ya estaba lamentándose de sus palabras.

Le había abierto la puerta y él entraría arrasando. Pero la felicidad de su bebé estaba en juego.

–Es la decisión correcta, cariño –comentó él con arrogancia–. Ya lo verás, todo irá bien.

Ella frunció el ceño ante la actitud de él y se dispuso a avisarle de que las cosas iban a ser distintas esa vez.

–Escucha, puedes instalarte en la casa, pero…

Él le hizo un gesto de que se callara, sonrió y le puso una mano en el vientre a Vicki. Ella dio un respingo, sorprendida.

–No querrás que el bebé nos oiga discutir, ¿verdad? –dijo él.

Vicki sintió que el estómago se le revolvía. Se repetía de nuevo la misma conducta: ella hablaba y él no la escuchaba.

–Caleb, quiero que sepas…

–Luego –dijo él, y le retiró el pelo de la cara–. Tenemos todo el tiempo del mundo.

 

 

Caleb estaba atónito: todas sus cosas estaban en la habitación de invitados.

–¿Qué demonios significa esto? –le preguntó a su esposa, que lo observaba desde la puerta con los brazos cruzados.

No se parecía en nada a la mujer que le había permitido abrazarla unas horas antes.

–Esto es lo que sucede por no escuchar mis objeciones a que volvieras a vivir aquí. Es lo que sucede por ir por la vida como una apisonadora –respondió ella con voz de acero, muy distinta al murmullo de asentimiento que solía emplear con él–. Has dicho «luego». Bueno, pues esto es «luego». Puedes quedarte en la casa, pero no creas que vas a regresar a mi vida como si no hubiera pasado nada. Para mí, todavía estamos separados.

Él no podía ni moverse de la conmoción. En los cinco años que habían estado casados, Vicki nunca le había hablado de esa manera.

–Cariño… –comenzó él.

–No, Caleb. No voy a dejar que me fuerces a algo para lo que aún no estoy preparada.

–Así no nos estás dando una oportunidad –protestó él–. No vamos a poder solucionar nuestros problemas si me destierras a esta habitación y además no dejas de amenazarme con el divorcio.

–Tampoco vamos a hacerlo a tu manera –replicó ella con las mejillas encendidas–. Quieres que todo vuelva a ser como antes, como si no hubieras estado viviendo en un hotel los dos últimos meses… Yo era una persona deprimida cuando estábamos casados. ¿Es esa la esposa que quieres volver a tener?

Las palabras de ella le dolieron a Caleb.

–Nunca te quejaste y de pronto, un día, me dijiste que querías el divorcio. ¿Cómo demonios iba yo a saber que no eras feliz? No puedo leerte el pensamiento.

Vicki apretó los puños.

–Es cierto, no puedes. Pero no tendrías que hacerlo si alguna vez te tomaras la molestia de escucharme en lugar de insistir en que las cosas o se hacen a tu manera, o no se hacen.

Caleb cada vez estaba más furioso. Desde el día en que se habían casado, había hecho todo lo posible por cuidar de ella, por protegerla, ¿y así era como se lo agradecía?

–Tú nunca quisiste tomar decisiones ni llevar la iniciativa, así que lo hacía yo.

–¿Alguna vez se te ocurrió que quizás yo quisiera algo más en la vida que estar a tu servicio? La gente crece y cambia, Caleb. ¿Nunca pensaste que quizás a mí también me pasaba?

Aquella pregunta detuvo el creciente enfado de él, porque tenía razón: para él, Vicki seguía siendo la joven novia de diecinueve años con la que se había casado hacía cinco. Dada la diferencia entre ellos no solo de edad, sino también de experiencia vital, él había asumido como lo más normal el mando de su matrimonio.

Eso no significaba que ella no tuviera sus propias virtudes. De hecho, era madura para su edad, tenía mucha iniciativa y estaba deseosa de adoptar su rol como esposa de un joven abogado decidido a convertirse en el mejor. Una de las cosas que más le había atraído de ella había sido la fuerza de carácter que se escondía detrás de sus tímidas sonrisas.

Él, con veintinueve años cuando se habían casado, había tenido una vida dura, mientras que a ella con diecinueve la vida aún no le había puesto a prueba y se movía en un entorno donde todo el mundo respetaba ciertas reglas. Él, que estaba acostumbrado a tomar decisiones, había asumido ese papel también en su matrimonio.

Por primera vez en mucho tiempo, Caleb miró a Vicki sin que lo cegaran los recuerdos de la preciosa jovencita que había sido. Ella seguía siendo delgada y muy bella, con los ojos azules y el pelo sedoso. Pero ya no tenía la mirada de inocencia de antaño.

De casados, ella recurría a él para todo. Pero en ese momento su mirada era distante, ocultaba un mundo de secretos al que él no podía acceder. Caleb sintió una sacudida al darse cuenta de que no tenía ni idea de quién era ella en realidad bajo su elegante máscara.

–No, supongo que nunca lo pensé –admitió él, algo impensable en alguien que basaba su vida en su confianza en sí mismo y en sus instintos.

Vicki se quedó con la boca abierta.

–Pero no me eches a mí toda la culpa –añadió él.

Los dos tenían su parte de responsabilidad en el fracaso de su matrimonio y, si querían reconstruirlo, tenían que ser sinceros el uno con el otro.

–Ya sabes cómo soy. Si tú hubieras comentado algo, yo habría intentado arreglarlo. No me gusta que sufras.

Por eso mismo nunca le había reprochado lo único que ella no era capaz de entregarle: su pasión, su deseo. Ese vacío le había dolido más que nada en el mundo, y todavía le dolía, pero él era incapaz de hacer daño a su querida esposa, ni siquiera para mitigar un poco su propio dolor. Desde el primer momento, lo único que él había deseado había sido hacerla feliz.

Ella negó con la cabeza.

–Ese es el asunto, Caleb. No quiero que arregles nada por mí. Lo que necesito es…

–¿El qué, Vicki? Dímelo –le urgió él, y de pronto se dio cuenta de que era la primera vez que se lo preguntaba.

¿Qué tipo de marido había sido si no se había preocupado de saber qué necesitaba ella? Incluso en la cama, él había tomado siempre la iniciativa, seguro de su habilidad para proporcionarle placer a ella, aunque ella no lo deseara a él con la misma intensidad con que él la deseaba a ella. ¿Y si ella había necesitado algo más, algo que él no había sabido darle? ¿Y si esa fuera la razón por la cual ella nunca le había respondido con la intensidad con la que a él le hubiera gustado?

El rostro de ella se relajó.

–Solo necesito que me veas de verdad y que me ames a mí, no a tu idea de la mujer perfecta ni a la mujer en que mi abuela intentó convertirme. Quiero que me veas a mí, a Victoria.

–Yo nunca intenté cambiarte –saltó él.

–No, Caleb, porque ni siquiera me veías.

Eso era lo que más le había dolido a ella. Porque ella sí amaba a Caleb Callaghan con todo su corazón. Amaba su risa, su inteligencia, su terquedad e incluso su mal genio. Pero eso no era suficiente. Un amor así podía terminar destruyendo a quien lo sentía si no era correspondido. Y, a pesar de lo que dijera Caleb, ella sabía que él no le correspondía. Para él, ella era una flor frágil y exótica a la que debía proteger, incluso de sus intensos sentimientos hacia ella, como sucedía en aquel momento. Caleb apretó los puños y la mandíbula, pero se mantuvo bajo control.

–Si no te veía, ¿junto a quién diablos he pasado cinco años, junto a un fantasma? –preguntó él con sarcasmo.

–Quizás sí –contestó ella afectada, pero, ¿cómo transmitirle algo que ella apenas estaba empezando a comprender?–. ¿Quién era yo en ese matrimonio, Caleb?

–Mi esposa. ¿No era suficiente? –respondió él con un dolor que ella no le había visto nunca.

–La esposa de Caleb Callaghan –repitió ella con un nudo en la garganta–. ¿De veras yo era eso?

Él frunció el ceño.

–¿Por qué lo preguntas? Pues claro que eras mi esposa, y aún lo eres. Y si acabaras con esta tontería de dormir en habitaciones separadas, podríamos comenzar a arreglar las cosas.

«Si yo soy tu esposa, ¿por qué hiciste eso con Miranda?», gritó ella en su cabeza. Pero aún no estaba lo suficientemente fuerte como para poder afrontarlo, solo habían transcurrido cuatro meses desde el acontecimiento y la herida aún seguía abierta.

–No es ninguna tontería, Caleb. Esto es real, así que, por primera vez en tu vida, ¡empieza a prestar atención a tu matrimonio! –exclamó ella, y se dio la vuelta y salió de la habitación.

Él maldijo en voz alta y lanzó algo contra la pared, pero no la siguió.

Aliviada, Vicki entró en su dormitorio a punto de desmoronarse emocionalmente. Una cosa era imaginarse enfrentándose a Caleb para ponerse en su sitio y otra estar delante de él. Durante todo su matrimonio, ella nunca había dicho lo que debía decirse porque había sido demasiado débil para oponerse a la arrolladora fuerza de Caleb. Y el hecho de que él estuviera de nuevo en aquella casa la asustaba. ¿Y si ella volvía a deprimirse, echando a perder todo lo que había ganado en los meses en los que habían estado separados?

Habían sido unos meses en los que había examinado su vida bajo una mirada crítica. Y lo que había descubierto no era agradable. Pero al menos estaba afrontando sus errores y el desbarajuste que había sido su matrimonio. Lograr que Caleb hiciera lo mismo era una dura batalla, pero ella había comenzado a luchar hacía dos meses, cuando le había pedido el divorcio.

Había sido una acción nacida de la desesperación. Ella había querido sacarlo de su autocomplacencia a empellones, había querido hacerle ver que ellos no tenían una vida en común, solo sobrevivían. A pesar de lo que ella había sufrido a causa de lo que él había hecho con Miranda en el viaje de negocios a Wellington, ella no había querido renunciar al sueño que los había unido la primera vez.

Pero ni siquiera por ese sueño continuaría ella escondiéndose detrás de una fachada de matrimonio perfecto, cuando la realidad era que estaba deshecho. Así que había tirado el anzuelo y había esperado a que él respondiera. Él lo había hecho, no la había dejado tirada. Aunque se había mudado de la casa, había mantenido el contacto con ella cada día.

El inesperado regalo de que iban a tener un hijo les ofrecía la oportunidad de pasar más tiempo juntos. Tiempo para que él conociera mejor a Vicki, para empezar a comprender a la mujer que había debajo de su frágil envoltura de cortesía y urbanidad.

Una vez que supiera cómo era ella, él tendría que decidir si quería o no seguir casado, si quería luchar por arreglar un matrimonio que ella no creía que pudiera arreglarse. Vicki no tenía intención de volver a comportarse como la esposa cosmopolita y la perfecta anfitriona. El asunto era, ¿y si ese era el tipo de mujer que Caleb quería? Una mujer que viviera su vida independientemente de él y no le pidiera más que dinero y un lugar en la sociedad; una mujer que cerrara los ojos ante las infidelidades de su marido; una mujer que nunca destruyera el estilo de vida conservador de su esposo pidiéndole el divorcio porque él ya no la amaba.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Caleb estaba de muy mal humor. Había creído que pasaría la noche con su esposa, y no había podido dormir sabiendo que su mujer estaba a pocos metros y que no podía tocarla. Por la mañana, cuando había sonado su despertador, se había levantado con los nervios de punta.

¿Por qué estaba haciéndole eso? Ella nunca se había comportado de una forma tan poco razonable. ¿Cómo esperaba que fingieran estar separados si vivían bajo el mismo techo y ella estaba embarazada de él? Para él, matrimonio significaba compartir la cama. Y además, echaba de menos a Vicki. ¿Acaso ella no le extrañaba ni un poco?

Se dio una ducha rápida, se puso un traje y entró en la cocina esperando una fría acogida. Vicki le ofreció una taza de café. Eso lo animó, porque últimamente ella nunca lo cuidaba. Se sentó en un taburete y se recreó en la sensación de estar en casa de nuevo. A pesar de las muchas horas que había dedicado a su carrera como abogado emergente, había restaurado aquella casa con sus propias manos. Había sido su forma de aislarse del competitivo mundo en el que pasaba gran parte de su vida.

Cuando se había casado con Vicki, la casa estaba solo parcialmente restaurada. Él esperaba que ella protestara al respecto, pero se había mostrado entusiasmada con el trabajo que aún quedaba por hacer y gran parte lo había llevado a cabo ella misma.

Un año después, habían logrado un hogar con la huella de su personalidad. Algunos de los momentos más felices de su matrimonio les habían sucedido cubiertos de pintura o serrín.

–Creí que ibas a decirme que me buscara la vida.

–¿Y que te alimentaras solo de comida congelada o precocinada? –preguntó ella preparando unos huevos revueltos con beicon.

Caleb sabía cocinar. Había tenido que aprender de pequeño, obligado por las circunstancias, para que su hermana y él pudieran alimentarse debidamente cuando sus padres estaban tan ocupados con sus vidas que se olvidaban de ellos. Pero desde el primer día de convivencia, Vicki había tomado posesión de la cocina y él la había dejado hacer. Uno de los placeres más secretos de Caleb era disfrutar de que su mujer se preocupara tanto por él que quisiera cocinar para él. A nadie más le había importado si él se alimentaba bien o no. Y por eso le había dolido tanto cuando ella había dejado de hacerlo.

Él agarró la taza de café y el plato de huevos revueltos con beicon que ella le tendía. Sonrió.

–¿No me acompañas?

El desayuno era una de las pocas comidas en las que solían coincidir. ¿Qué diría ella si supiera que él había preferido no desayunar casi ningún día desde su separación porque no podía soportar que ella no estuviera a su lado? No iba a contárselo, por supuesto.

Ella hizo una mueca de desagrado.

–Creo que esperaré una hora o así.

–¿Estás bien, cariño?

Ella esbozó una sonrisa bellísima.

–Solo son náuseas matutinas, es la primera vez que las noto.

–¿No te había pasado nunca? –inquirió él, fascinado por la vida que crecía dentro de ella.

Ojalá ella no lo apartara de esa experiencia igual que lo había apartado de su cama.

Ella negó con la cabeza.

–No. Esto tiene su propio ritmo. Pero tengo suerte, hasta ahora está siendo un embarazo de lo más tranquilo. Come o llegarás tarde.

Él obedeció mientras la observaba moverse por la cocina vestida con unos vaqueros y un cárdigan verde que invitaba a acariciarlo de lo suave que parecía. Caleb tuvo que contenerse para no recorrer aquella figura con sus manos. Los tres meses de embarazo aún no se notaban, ella estaba igual que cuando estaban casados. Pero, como había aprendido la noche anterior, las cosas habían cambiado.

Ella sacó un par de tostadas del tostador, las untó con mantequilla y se las dio a Caleb. Al ir



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