Secuestrada - Anna Zaires - E-Book

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Anna Zaires

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Secuestrada

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Secuestrada

La trilogía Secuestrada: primer libro

Anna Zaires

Traducción de Scheherezade Surià

♠ Mozaika Publications ♠

Esta es una obra de ficción. Los nombres, los personajes, los lugares y los acontecimientos son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o sitios es pura coincidencia.

Copyright © 2017 Anna Zaires

http://annazaires.com/

Reservados todos los derechos.

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión sin la autorización previa y por escrito del titular del copyright, salvo para su uso en reseñas.

Publicado por Mozaika Publications, de Mozaika LLC.

www.mozaikallc.com

Diseño de cuberta de Najla Qamber Designs

najlaqamberdesigns.com

e-ISBN: 978-1-63142-2508

Print ISBN: 978-1-63142-251-5

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Fragmento de Hazme Tuya

Acerca del Autor

Prólogo

Sangre.

Está por todos sitios. El charco de líquido rojo oscuro del suelo se está expandiendo, se multiplica. Tengo sangre en los pies, en la piel, en el pelo… Casi puedo notar su gusto, olerla y sentir cómo me cubre. Me estoy ahogando, me asfixio con la sangre.

¡No! ¡Para!

Quiero gritar, pero no puedo inspirar suficiente aire. Quiero moverme, pero estoy atada y no puedo. Las cuerdas se me clavan en la piel al forcejear.

Sin embargo, sí oigo los gritos de ella. Son alaridos inhumanos de agonía y dolor que me desgarran por dentro y me dejan la mente tan desollada y mutilada como su piel.

Él levanta el cuchillo de nuevo y el charco de sangre se transforma en océano, la resaca me absorbe…

Me levanto chillando su nombre con las sábanas empapadas de sudor frío.

Por un momento, estoy desorientada… y entonces me acuerdo.

Él ya no volverá a por mí.

Capítulo 1

Dieciocho meses antes

Tengo diecisiete años cuando lo conozco.

Diecisiete años y estoy loca por Jake.

—Nora, vamos, me aburro —dice Leah, sentada conmigo en las gradas viendo el partido. Fútbol americano. No sé nada de fútbol, pero finjo que me encanta porque es donde puedo verlo. Allí, en ese campo, mientras entrena cada día.

No soy la única chica que mira a Jake, claro. Es el quarterback y el más buenorro del mundo… o por lo menos de Oak Lawn, un barrio residencial de Chicago, Illinois.

—No es aburrido —le digo—. El fútbol es divertidísimo.

Leah pone los ojos en blanco.

—Ya, ya. Anda y ve a hablar con él. No eres tímida. ¿Por qué no haces que se fije en ti?

Me encojo de hombros. Jake y yo no nos movemos en los mismos círculos. Las animadoras se le pegan como lapas y llevo observándolo bastante tiempo para saber que le van las rubias altas y no las morenas bajitas.

Además, por ahora es divertido disfrutar de esta atracción. Sé qué nombre tiene este sentimiento: lujuria. Hormonas, así de simple. No sé si me gustará Jake como persona, pero me encanta como está sin camiseta. Cuando pasa por mi lado, noto que se me acelera el corazón de la alegría. Siento calor en mi interior y me entran ganas de removerme en el asiento.

También sueño con él. Son sueños sensuales y eróticos donde me coge la mano, me acaricia la cara y me besa. Nuestros cuerpos se tocan, se frotan el uno contra el otro. Nos desvestimos.

Trato de imaginar cómo sería el sexo con Jake.

El año pasado, cuando salía con Rob, casi llegamos hasta el final, pero entonces descubrí que se había acostado, borracho, con otra chica en una fiesta. Acabó arrastrándose cuando me enfrenté a él, pero ya no podía fiarme y rompimos. Ahora me ando con mucho más ojo con los chicos con los que salgo, aunque sé que no todos son como Rob.

Pero puede que Jake sí lo sea. Es demasiado popular para no ser un mujeriego. Aun así, si hay alguien con quien me gustaría hacerlo por primera vez, ese es Jake, sin duda alguna.

—Salgamos esta noche —dice Leah—. Noche de chicas. Podemos ir a Chicago a celebrar tu cumpleaños.

—Mi cumpleaños no es hasta la semana que viene —le recuerdo, aunque sé que tiene la fecha marcada en el calendario.

—¿Y qué? Podemos adelantar la celebración.

Sonrío. Siempre está a punto para la fiesta.

—No sé. ¿Y si vuelven a echarnos? Esos carnets no son muy buenos…

—Iremos a otro sitio. No tiene por qué ser el Aristotle.

El Aristotle es el club más molón de la ciudad. Pero Leah tenía razón… había otros.

—De acuerdo —digo—. Hagámoslo. Adelantemos la fiesta.

Leah me recoge a las nueve.

Va vestida para salir de fiesta: unos vaqueros ceñidos oscuros, un top brillante sin tirantes de color negro y botas de tacón hasta las rodillas. Lleva la melena rubia completamente lisa y suave, que le cae por la espalda como una cascada radiante.

Sin embargo, yo aún llevo puestas las zapatillas de deporte. Tengo los zapatos de tacón dentro de la mochila que dejaré en el coche de Leah. Un jersey grueso esconde el top sexi que llevo. No me he maquillado y llevo la melena castaña recogida en una coleta.

Salgo de casa así para no levantar sospechas. Digo a mis padres que me voy con Leah a casa de una amiga. Mi madre sonríe y me dice que me lo pase bien.

Ahora que casi tengo dieciocho años, no tengo toque de queda. Bueno, quizá sí, pero no es oficial. Siempre y cuando llegue a casa antes de que mis padres empiecen a preocuparse, o por lo menos les diga dónde voy a estar, no pasa nada.

Cuando subo al coche de Leah empiezo a transformarme.

Me quito el jersey, que revela el ajustado top que llevo debajo. Me he puesto un sujetador con relleno para aprovechar al máximo mis encantos, algo pequeños. Los tirantes del sujetador están diseñados inteligentemente para ser bonitos, así que no me da vergüenza que se me vean. No tengo unas botas tan llamativas como las de Leah, pero he conseguido sacar a hurtadillas mi mejor par de zapatos negros de tacón. Me añaden unos diez centímetros de altura. Y como necesito hasta el último centímetro, me los pongo.

Después, saco mi neceser de maquillaje y bajo el visor para mirarme al espejo.

Unos rasgos familiares me devuelven la mirada. Mis ojos grandes y marrones y las cejas negras y muy definidas dominan mi pequeño rostro. Rob me dijo una vez que parecía exótica, y sí, algo así es. Aunque solo tengo una cuarta parte de latina, siempre estoy algo bronceada y mis pestañas son más largas de lo normal. Leah dice que son postizas, pero son auténticas.

No tengo ningún problema con mi aspecto, aunque a veces me gustaría ser más alta. Es por los genes mexicanos. Mi abuela era bajita y yo también lo soy, aunque mis padres tienen una altura normal. Y no me preocupa, lo que pasa es que a Jake le gustan las altas. Creo que ni siquiera me ve en el pasillo porque estoy por debajo del nivel de su vista.

Suspiro, me pongo brillo de labios y sombra de ojos. No me paso con el maquillaje porque a mí me funciona más lo sencillo.

Leah sube el volumen de la radio y las nuevas canciones pop llenan el coche. Sonrío y empiezo a cantar con Rihanna. Leah se une y ahora las dos estamos cantando a voz en grito la de S&M.

Sin casi darme cuenta, ya hemos llegado al grupo.

Nos acercamos como si fuéramos las reinas del mambo. Leah sonríe al portero y le enseñamos nuestros carnets. Nos dejan pasar, sin problemas.

Nunca habíamos estado antes en este club. Está en una parte del centro de Chicago más vieja y deteriorada.

—¿Cómo descubriste este sitio? —grito a Leah para que me oiga por encima de la música.

—Me lo dijo Ralph —grita ella y yo pongo los ojos en blanco.

Ralph es el exnovio de mi amiga. Rompieron cuando él empezó a comportarse de forma extraña, pero, por algún motivo, siguen en contacto. Creo que ahora él está metido en las drogas o algo así. No lo sé seguro y Leah no me lo quiere contar por lealtad a él. Es un tío muy turbio, y que estemos aquí porque nos lo haya recomendado él no me tranquiliza en absoluto.

Pero, bueno, da igual. La zona de fuera no es lo mejor, pero la música es buena y me gusta la gente variada que hay.

Estamos aquí para pasárnoslo bien y eso es exactamente lo que hacemos durante la hora siguiente. Leah consigue que un par de tíos nos inviten a unos chupitos. No nos tomamos más de una copa. Leah porque tiene que llevar el coche y yo porque no metabolizo bien el alcohol. Puede que seamos jóvenes, pero no somos tontas.

Después de los chupitos, bailamos. Los dos chicos que nos han invitado bailan con nosotras, pero poco a poco nos vamos alejando de ellos. Tampoco son tan monos. Leah encuentra a unos buenorros de edad universitaria y nos ponemos a su lado. Entabla conversación con uno y yo sonrío al verla en acción. Se le da muy bien esto del flirteo.

En esas que la vejiga me dice que tengo que ir al baño. Así que los dejo y allá que voy.

Ya de vuelta, pido al camarero un vaso de agua. Después de bailar me ha entrado sed.

El chico me lo da y me lo bebo de un trago. Cuando termino, dejo el vaso en la barra y levanto la vista.

Me topo con un par de ojos azules y penetrantes.

Está sentado al otro lado de la barra, a unos tres metros de mí. Y me está mirando.

Le devuelvo la mirada, no puedo evitarlo. Es el hombre más guapo que haya visto en mi vida.

Tiene el pelo oscuro y un poco rizado. Su rostro es de facciones duras y masculinas, con rasgos simétricos. Tiene las cejas rectas y oscuras por encima de los ojos, que son increíblemente claros. Y una boca que podría pertenecer a un ángel caído.

De repente me acaloro al imaginar esa boca rozando mi piel y mis labios. Si fuera propensa a ponerme roja, ahora mismo me habría puesto como un tomate.

Él se levanta y camina hacia mí sin dejar de mirarme. Anda sin prisa, tranquilo. Se lo ve muy seguro de sí mismo. ¿Y por qué no iba a estarlo? Es muy guapo y lo sabe.

Al acercarse, me doy cuenta de que es grande. Es alto y fornido. No sé qué edad tiene, pero supongo que se acerca más a los treinta que a los veinte. Es un hombre, no un chiquillo.

Se coloca a mi lado y tengo que acordarme de respirar.

—¿Cómo te llamas? —pregunta en una voz baja, pero audible por encima de la música. Oigo su tono profundo a pesar de este entorno tan ruidoso.

—Nora —respondo con voz queda, mirándolo. Me he quedado fascinada y estoy segura de que él lo sabe.

Sonríe. Al separar esos labios tan sensuales deja entrever unos dientes blancos y rectos.

—Nora. Me gusta.

Como él no se presenta, me armo de valor y le pregunto:

—¿Cómo te llamas?

—Puedes llamarme Julian —dice, y miro cómo mueve los labios. Nunca me había fascinado tanto la boca de un hombre.

—¿Cuántos años tienes, Nora? —me pregunta a continuación.

Parpadeo.

—Veintiuno.

Se le ensombrece la expresión.

—No me mientas.

—Casi dieciocho —admito a regañadientes. Espero que no se lo diga al camarero y me echen de aquí.

Asiente, como si hubiera confirmado sus sospechas. Entonces levanta la mano y me toca el rostro. Suavemente, con cuidado. Me roza el labio inferior con el pulgar como si sintiera curiosidad por su textura.

Estoy tan sorprendida que me quedo allí plantada. Nadie me lo había hecho antes, nadie me había tocado así, como si nada, de aquella forma tan posesiva. Siento frío y calor a la vez, y un escalofrío de miedo me recorre la espalda. No vacila en sus gestos. No pide permiso ni se detiene a ver si lo dejo tocarme.

Me toca sin más. Como si tuviera derecho a hacerlo. Como si yo le perteneciera.

Con la respiración agitada y entrecortada, doy un paso atrás.

—Tengo que irme —susurro, y él vuelve a asentir, mirándome con una expresión inescrutable en su hermoso rostro.

Sé que me deja ir y me siento agradecida porque algo en mi interior me dice que podría haber ido más allá, que no sigue las normas establecidas.

Que seguramente sea la persona más peligrosa que he conocido jamás.

Me doy la vuelta y me abro paso entre la muchedumbre. Me tiemblan las manos y el pulso me late con fuerza en la garganta.

Tengo que salir de allí, así que cojo a Leah y le pido que me lleve a casa en coche.

Al salir de la discoteca, miro hacia atrás y vuelvo a verlo. Sigue mirándome.

A su mirada se asoma una oscura promesa; algo que me hace estremecer.

Capítulo 2

Las siguientes tres semanas pasan volando. Celebro mi decimoctavo cumpleaños, estudio para los exámenes finales, salgo con Leah y mi otra amiga, Jennie, voy a los partidos de fútbol para ver jugar a Jake y me preparo para la graduación.

Intento no volver a pensar en el incidente del club porque cuando lo hago me siento cobarde. ¿Por qué hui? Julian apenas me había tocado.

No entiendo mi extraña forma de reaccionar. Me había excitado, aunque de forma absurda también me había asustado.

Ahora las noches son inquietas. En lugar de soñar con Jake, me despierto excitada, molesta y con una sensación palpitante entre las piernas. En mis sueños se cuelan imágenes sexuales y oscuras, pensamientos que nunca antes había tenido. Y muchos de ellos tienen que ver con Julian haciéndome cosas mientras yo permanezco inmóvil.

A veces creo que me estoy volviendo loca.

Aparto de mi mente esos pensamientos inquietantes y me concentro en vestirme. Hoy es mi graduación y estoy emocionada. Leah, Jennie y yo tenemos grandes planes para cuando acabe la ceremonia. Jake va a dar una fiesta en su casa para celebrar la graduación. Será el momento perfecto para poder hablar con él por fin.

Llevo un vestido negro bajo la toga azul de graduación. Es simple, pero resalta mis suaves curvas y me sienta bien. También me he puesto zapatos de tacón de unos diez centímetros. Es un poco exagerado para la ceremonia de graduación, pero necesito parecer más alta.

Mis padres me llevan al instituto. Este verano espero ahorrar un poco y así poder comprarme un coche nuevo para ir a la universidad. Voy a quedarme en una universidad cercana porque es lo más barato, de modo que voy a seguir viviendo con mis padres.

No me importa. Son simpáticos y nos llevamos bien. Me dan bastante libertad, seguramente porque piensan que soy una buena chica, que nunca me meto en problemas. Y por lo general es cierto, más allá de los carnés falsos, las contadas salidas a las discotecas, y a pesar de aquella vez que casi vomito en una fiesta, llevo una vida de lo más tranquila. No bebo mucho, no fumo ni me drogo.

Llegamos y encuentro a Leah. Esperamos en fila con paciencia a que nos llamen. Es un día de junio perfecto; no hace ni demasiado calor ni demasiado frío.

Primero llaman a Leah. Tiene suerte de que su apellido empiece por A. Mi apellido es Leston, y eso me hace esperar otros treinta minutos. Pero por suerte solo hay unas cien personas en mi curso. Una de las ventajas de vivir en una ciudad pequeña.

Me llaman y voy a recoger el título. Mirando a la gente, sonrío y saludo a mis padres. Estoy contenta de que estén tan orgullosos. Le estrecho la mano al director y me giro para volver a mi sitio.

Y entonces lo veo.

Se me hiela la sangre.

Está sentado al fondo, mirándome. Puedo sentir sus ojos sobre mí a pesar de la distancia.

No sé cómo, pero consigo bajar del escenario sin caerme. Me tiemblan las piernas y se me ha acelerado la respiración. Me siento junto a mis padres y rezo para que no se fijen en mi actitud.

¿Por qué está Julian aquí? ¿Qué quiere de mí? Cojo aire y me obligo a calmarme. Lo más seguro es que esté aquí por otra persona. Quizá tiene un hermano o una hermana en mi clase de graduación. O cualquier otro familiar.

Pero sé que me estoy mintiendo.

Recuerdo su caricia posesiva y sé que no ha acabado conmigo.

Me desea.

Me estremezco con solo pensarlo.

No vuelvo a verlo tras la ceremonia y eso me tranquiliza. Leah nos lleva hasta la casa de Jake. Jennie y ella se pasan todo el camino hablando, emocionadas por haber acabado el instituto y por la nueva etapa que empieza.

En otra situación me habría unido a la conversación, pero estoy demasiado afectada por haber visto a Julian, así que me mantengo en silencio todo el camino. Por alguna razón no he mencionado a Leah nada sobre mi encuentro con él en el club. La excusa fue que me dolía la cabeza y que quería irme a casa.

No sé por qué no puedo hablar con Leah sobre Julian. No tengo problemas para hablar sin parar sobre Jake. Quizá sea porque es demasiado difícil expresar cómo me hace sentir Julian. Leah no entendería la razón por la que me asusta.

Ni siquiera yo misma la entiendo.

Cuando llegamos a casa de Jake, la fiesta está en su máximo apogeo. Sigo decidida a hablar con Jake, pero estoy demasiado alterada por haber visto a Julian antes, así que decido que necesito un poco de coraje en forma de líquido.

Me alejo de las chicas, camino hasta el barril y me sirvo una copa de ponche. La huelo, compruebo que lleva alcohol y me la tomo de un trago.

Casi en ese mismo momento empiezo a sentirme mareada. Tal y como ya había descubierto hace unos años, no tolero el alcohol. Una sola copa se puede considerar mi límite.

Veo a Jake dirigirse a la cocina y lo sigo.

Está limpiando, tirando a la basura algunos vasos y platos de plástico.

—¿Te ayudo un poco? —le pregunto.

Sonríe y se le arrugan los bordes de los ojos.

—Claro, eso sería genial. —El pelo, un poco largo y algo aclarado por el sol, le cae sobre la frente y lo hace parecer aún más adorable.

Siento que me derrito. Es muy guapo. No de la forma inquietante en la que lo es Julian, sino de una forma más agradable y alegre. Jake es alto y está fuerte, pero no es lo bastante grande para ser quarterback. No es lo suficientemente grande para jugar en la universidad o al menos eso me dijo Jennie una vez.

Lo ayudo a limpiar. Quito algunas migas de la encimera y paso un trapo por los restos de ponche derramado por el suelo. Durante todo este tiempo, el corazón no para de latirme con fuerza a causa de los nervios.

—Nora, ¿verdad? —dice Jake mirándome.

«¡Sabe cómo me llamo!».

Le regalo una sonrisa enorme.

—Eso es.

—Muchas gracias por ayudar Nora —dice con sinceridad—, me gusta organizar fiestas, pero es un rollo tener que limpiar al día siguiente. Por eso intento limpiar un poco durante la fiesta antes de que quede todo hecho un desastre.

Mi sonrisa aumenta y asiento.

—Es muy buena idea.

Todo eso me suena bastante lógico. Me gusta que no sea el típico deportista, sino que también sea amable y considerado.

Empezamos a hablar. Me cuenta sus planes para el año que viene. Al contrario que yo, él se irá fuera a estudiar. Le cuento que mis planes son quedarme en la ciudad los siguientes dos años para ahorrar dinero y que después quiero ir a una universidad de verdad.

Asiente con aprobación mientras me dice que es una decisión inteligente. Él había pensado hacer algo así, pero tuvo la suerte de contar con una beca completa para estudiar en la Universidad de Michigan.

Sonrío y lo felicito. En mi interior estoy dando saltitos de alegría.

Hemos conectado. ¡Hemos conectado de verdad! Puedo decir con seguridad que me gusta. ¿Por qué no me he acercado antes a él?

Hablamos durante unos veinte minutos antes de que alguien entre en la cocina buscándolo.

—Oye, Nora —dice Jake antes de volver a la fiesta—, ¿haces algo mañana?

Niego con la cabeza mientras contengo la respiración.

—¿Te gustaría ir a ver una película? —sugiere Jake—. Tal vez podemos ir a cenar algo a esa pequeña marisquería.

Sonrío y asiento como una idiota. Me da apuro decir algo extraño, así que me quedo callada.

—Genial —dice Jake y me sonríe—, entonces te recogeré a las seis.

Jake vuelve para seguir de anfitrión y yo me reúno con las chicas. Nos quedamos otras cuantas horas, pero no vuelvo a hablar con Jake. Está rodeado de sus amigos deportistas y no quiero interrumpir.

Sin embargo, de vez en cuando lo pillo mirándome con una sonrisa.

Las siguientes veinticuatro horas las paso en una nube. Cuento a Leah y Jennie todo lo que pasó. Se alegran por mí.

Para la cita me pongo un bonito vestido azul y unas botas de tacón marrones. Son una mezcla entre botas de cowboy y algo un poco más elegante; sé que me quedan genial.

Jake me recoge a las seis en punto.

Vamos al Fish-of-the-Sea, una marisquería local bastante popular, no muy lejos del cine. Es un lugar muy agradable y no demasiado formal. Perfecta para una primera cita.

Pasamos un buen rato. Jake me cuenta cosas sobre él y su familia. Él también me pregunta y descubrimos que nos gusta el mismo tipo de películas. No sé por qué, pero no soporto las películas para chicas y, sin embargo, me encantan las historias sobre el fin del mundo con muchos efectos especiales. Y al parecer a Jake también.

Después de cenar vamos a ver la película. Por desgracia no es sobre un apocalipsis, pero es de acción y es bastante buena. Durante la película Jake me pasa el brazo por los hombros y apenas puedo contener la emoción. Espero que me bese esta noche.

Cuando salimos del cine vamos al parque a dar un paseo. Es tarde, pero me siento completamente protegida. El índice de criminalidad en la ciudad es insignificante, además hay un montón de farolas.

Caminamos cogidos de la mano. Estamos hablando sobre la película cuando se para y se queda mirándome.

Sé lo que quiere. Es lo mismo que quiero yo.

Lo miro y sonrío. Me devuelve la sonrisa, me pone las manos en los hombros y se inclina para besarme.

Tiene los labios suaves y el aliento le huele a la menta del chicle que mascaba antes. Su beso es dulce y agradable, exactamente como esperaba que fuera.

Y de repente, en un simple pestañeo, todo cambia.

Ni siquiera sé qué ocurre ni cómo ocurre. Un instante antes estaba besando a Jake y al siguiente está tirado en el suelo, inconsciente. Una figura amenazante se cierne sobre él.

Abro la boca para gritar, pero no puedo más que soltar un ruidito antes de que una enorme mano me cubra la boca y la nariz.

Siento un agudo pinchazo en un lado del cuello y de repente todo oscurece a mi alrededor.

Capítulo 3

Me despierto con un agudo dolor de cabeza y el estómago revuelto. Está oscuro y no alcanzo a ver nada.

Durante unos segundos no recuerdo que ha pasado. ¿Bebí demasiado en la fiesta? Entonces mi mente se aclara y los acontecimientos de la noche anterior se cuelan en mí como si de un ciclón se tratase. Me acuerdo del beso y entonces… «Jake».Dios, ¿qué le ha pasado a Jake?

Estoy tan aterrorizada que solo puedo quedarme ahí tumbada, temblando.

Estoy acostada en una cama con un buen colchón, uno muy bueno, seguramente. Estoy tapada con una manta, pero no noto que lleve ropa encima, solo siento la suavidad del algodón de las sábanas que rozan mi piel. Me toco y se confirman mis sospechas: estoy desnuda.

Mis temblores se intensifican.

Con una mano compruebo entre mis piernas. Para mi gran alivio todo parece igual. No hay humedad, ni dolor ni ninguna señal de que me hayan violado.

Al menos por ahora.

Me escuecen los ojos por las lágrimas, pero no rompo a llorar. Llorar no arreglaría mi situación actual. Necesito averiguar qué está pasando. ¿Quieren matarme? ¿Violarme? ¿Violarme y luego matarme? Si me han secuestrado para cobrar un rescate, ya puedo considerarme muerta. Desde que despidieron a mi padre por la crisis, apenas pueden pagar la hipoteca.

Con mucho esfuerzo logro contener mi histeria. No quiero empezar a gritar porque eso llamaría la atención. En lugar de eso sigo tumbada en la oscuridad, recordando todas esas historias espantosas que salen en las noticias. Pienso en Jake y en su cálida sonrisa. Pienso en mis padres y en lo abatidos que se quedarán cuando la policía les diga que he desaparecido. Pienso en todos mis planes y en que es posible que nunca vaya a ir a la universidad.

Y entonces empiezo a enfadarme. ¿Por qué me hacen esto? ¿Quiénes son? He asumido que son ellos en lugar de él porque recuerdo haber visto una oscura figura cernirse sobre el cuerpo de Jake. Debía haber alguien más para atraparme por detrás.

La furia me ayuda a controlar el pánico y entonces puedo pensar un poco. No puedo ver nada, pero sí puedo palpar.

Me muevo con sigilo y, con sumo cuidado, empiezo a estudiar mi alrededor.

Primero, confirmo que estoy en una cama. Una gran cama de esas king size. Hay almohadas y una manta, las sabanas son suaves y agradables al tacto. Parecen caras.

Sea por lo que sea, eso me asusta aún más: son criminales con dinero.

Gateo hasta el borde de la cama y me siento mientras agarro con fuerza la manta contra mi cuerpo. Toco el suelo con el pie descalzo. Está frío y es liso como si fuera madera.

Me enrollo la manta al cuerpo y me levanto dispuesta a seguir con la exploración.

En ese mismo instante escucho que la puerta se abre.

Entra una luz cálida. Y aunque no es muy brillante me ciega durante un momento. Parpadeo una cuantas veces para acostumbrarme a la luz.

Y entonces lo veo a él.

Es Julian.

Está parado junto a la puerta como un ángel oscuro. Tiene el pelo un poco rizado, le da un toque de suavidad a sus facciones perfectas. Tiene la mirada fija en mi rostro y los labios curvados en una leve sonrisa.

Es impresionante. Y aterrador.

Mi intuición era buena: este hombre es capaz de cualquier cosa.

—Hola, Nora —dice con suavidad mientras entra en la habitación.

Lanzo una mirada desesperada a mi alrededor, pero no veo nada que me sirva de arma.

Tengo la boca más seca que la mojama. Ni si quiera puedo reunir la saliva necesaria para hablar. Me quedo ahí mirando cómo me acecha; es como si fuese un tigre hambriento y yo su presa.

Pienso luchar como se atreva a tocarme.

Da un paso hacia mí y yo doy otro hacia atrás. Luego da otro y otro hasta que me topo con la pared. Me encojo tras la manta.

Levanta la mano y me tenso; estoy dispuesta a defenderme. Pero se limita a coger una botella de agua y me la tiende.

—Toma —dice—. Imagino que tendrás sed.

Me quedo mirándolo. Me estoy muriendo de sed, pero no quiero que vuelva a drogarme.

Parece que entiende mi indecisión.

—No te preocupes, mi gatita, solo es agua, te quiero despierta y consciente.

No sé cómo reaccionar a eso. El corazón me martillea en el pecho, estoy muerta de miedo.

Permanece quieto, observándome con paciencia. Me rindo ante mi propia sed y sujetando la manta con fuerza, cojo el agua con la mano libre. Me tiemblan las manos y le rozo los dedos sin querer. Siento que me recorre una ola de calor y me olvido de ella rápidamente.

Tengo que desenroscar el tapón… Eso significa que tengo que dejar caer la manta. Julian observa mi dilema con interés y diversión. Por suerte no me toca. Se limita a mirarme desde su posición, a menos de medio metro de mí.

Con fuerza aprieto los brazos contra el cuerpo para agarrar la manta y a la vez poder abrir el tapón. Después vuelvo a sujetar la manta con una mano y con la otra me llevo la botella a los labios.

El agua fría es un alivio absoluto para los labios y la lengua que siento totalmente secos. Me bebo la botella entera. No recuerdo la última vez que disfruté tanto bebiendo agua. La boca seca debe ser el efecto secundario de la droga que utilizó para traerme aquí.

Ahora que puedo hablar le pregunto.

—¿Por qué?

Para mi gran sorpresa, mi voz suena casi normal.

Levanta la mano y me vuelve a acariciar la cara. Igual que hizo en el club. Y tal como ocurrió esa vez, le dejo hacer sin ni siquiera moverme. Siento sus dedos suaves contra la piel, es una caricia casi delicada. Es un contraste tan brutal con la situación actual que me siento confusa durante un momento.

—Porque no me gustó verte con él —dice Julian, con furia mal contenida en la voz—. Porque te tocó, te puso las manos encima.

Apenas puedo pensar.

—¿Quién? —susurro, intentado averiguar de quién está hablando. Entonces lo entiendo—. ¿Jake?

—Sí, Nora —dice desafiante—, Jake.

—Está… —Ni siquiera estoy segura de poder decirlo en alto— ¿Está…vivo?

—De momento —responde él con una mirada penetrante—, está en el hospital con una conmoción cerebral leve.

Siento tanto alivio que me dejo caer contra la pared. De repente caigo en la cuenta de sus palabras.

—¿De momento? ¿Qué quiere decir eso?

Julian se encoge de hombros.

—Su salud y bienestar dependen completamente de ti.

Trago para humedecerme la garganta.

—¿De mí?

Vuelve a acariciarme la cara y me pone un mechón de pelo tras la oreja. Tengo tanto frío que siento como si su tacto me quemara la piel.

—Sí, mi gatita, de ti. Si te portas bien, él estará bien. Si no…

Casi no puedo respirar.

—¿Si no…?

Julian sonríe.

—Estará muerto dentro de una semana.

Tiene la sonrisa más hermosa y aterradora que he visto jamás.

—¿Quién eres? —susurro—. ¿Qué quieres de mí?

No responde. En lugar de eso me toca el pelo, coge un mechón castaño y se lo lleva a la cara para olerlo.

Lo miro, inmóvil. No sé qué hacer. ¿Debería enfrentarme a él? Y si lo hiciera ¿qué ganaría? Todavía no me ha hecho daño, y no quiero provocarlo. Es mucho más grande que yo, mucho más fuerte. Le veo los músculos definidos bajo la camiseta de manga corta negra que lleva. Sin los zapatos de tacón, apenas le llego a los hombros.

Mientras sopeso las posibilidades de enfrentarme a alguien que me supera en peso considerablemente, Julian toma la decisión por mí. Me suelta el pelo y me agarran la manta que sujeto con fuerza.

No lo dejo hacer, si acaso la agarro con más fuerza. Y entonces hago algo vergonzoso.

Suplico.

—Por favor —le digo con desesperación—, por favor, no lo hagas.

Vuelve a sonreír.

—¿Por qué no? —Todavía con las manos tirando de la manta de forma lenta e implacable. Sé que lo está haciendo para alargar la tortura. Podría arrancarme la manta de un solo tirón.

—No quiero hacer esto. —Apenas puedo coger el aire suficiente para respirar y de repente mi voz suena más jadeante.

Julian tiene aspecto de estar divirtiéndose, pero tiene un brillo oscuro en la mirada.

—¿No? ¿Crees que no noté cómo reaccionabas ante mí en el club?

Niego con la cabeza.

—No reaccioné de ninguna forma, te equivocas… —digo con la voz espesa por las lágrimas que contengo—. Yo solo quiero a Jake…

En ese momento noto cómo levanta la mano y me agarra por el cuello. No hace nada más, no aprieta, pero sigo teniendo miedo. Siento la violencia que emana y me aterra.

Se inclina sobre mí.

—No quieres a ese chico —dice con dureza—, él nunca te podrá dar lo mismo que yo. ¿Lo entiendes?

Me limito a asentir porque estoy demasiado asustada para decir algo.

Me suelta el cuello.

—Bien —dice más suave—, ahora, quítate la manta. Quiero verte desnuda otra vez.

¿Otra vez? Tuvo que ser él quien me desnudó.

Intento pegarme aún más a la pared sin quitarme la manta.

Julian suspira.

Dos segundos más tarde, la manta está en el suelo. Como había supuesto, no tengo ninguna posibilidad si él decide usar la fuerza.

Me resisto de la única forma que puedo. En lugar de quedarme quieta y dejarlo contemplar mi cuerpo desnudo, me muevo por la pared hasta quedarme sentada en el suelo con las rodillas contra el pecho. Las envuelvo con los brazos y me quedo quieta con todo el cuerpo temblando. El pelo, grueso y largo, me cubre la mitad del cuerpo y me cae por la espalda y los brazos.

Escondo la cara en las rodillas. Estoy tan asustada de lo que me vaya a hacer ahora que se me saltan las lágrimas y empiezan a resbalar deprisa por las mejillas.

—Nora —dice con dureza en la voz—, levántate. Levántate ahora mismo.

Sacudo la cabeza sin mirarlo.

—Nora, esto puede ser agradable para ti o puede ser doloroso. Tú decides.

¿Agradable? ¿Pero este está loco? Me tiembla todo el cuerpo por los sollozos.

—Nora —vuelve a decir con impaciencia—, tienes exactamente cinco segundos para hacer lo que te digo.

Él espera y casi lo oigo contar mentalmente. Yo también estoy contando y cuando llego a cuatro me levanto con las lágrimas todavía recorriéndome la cara.

Me avergüenzo de mi propia cobardía, pero me da mucho miedo el dolor. No quiero que me haga daño.

No quiero que me toque, aunque seguro que lo hará.

—Buena chica —dice con suavidad a la vez que me toca de nuevo la cara y me coloca el pelo tras los hombros.

Me estremezco con su tacto. No me atrevo a mirarlo, así que mantengo la mirada baja.

Y al parecer no le gusta porque me levanta la barbilla hasta que no tengo más remedio que mirarlo a los ojos.

Bajo esta luz sus ojos se han vuelto de un tono azul oscuro. Está tan cerca que puedo sentir cómo le emana el calor del cuerpo. Me gusta porque tengo frío. Estoy desnuda y helada.

De repente llega hasta mí y se inclina. Sin tiempo para asustarme, me pasa un brazo alrededor de la espalda y el otro bajo las rodillas.

Y sin esfuerzo me levanta y me lleva hasta la cama.

Me tumba casi con delicadeza y me enrosco haciendo un ovillo, temblando. Julian empieza a desnudarse y no puedo evitar mirarlo.

Lleva puestos unos vaqueros y una camiseta de manga corta, que es lo primero que se quita. Su torso es una obra de arte, tiene los hombros anchos, los músculos definidos y la piel bronceada y suave. Tiene el pecho cubierto por una capa fina de vello oscuro. En cualquier otra circunstancia habría estado encantada de estar con un chico tan guapo.

En estas circunstancias, solo quiero gritar.

Lo siguiente son los vaqueros. Puedo escuchar cómo se baja la cremallera: con eso mi cuerpo ya entra en acción.

En un segundo, paso de estar tumbada en la cama a cruzar el umbral de la puerta que se había dejado abierta.

Puede que sea pequeña, pero soy rápida. Hice atletismo durante diez años y era bastante buena. Por desgracia me lesioné la rodilla en una de las carreras y ahora me limito a correr sin prisa y a hacer otros ejercicios.