Sólo amigos - Allison Leigh - E-Book
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ALLISON LEIGH

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Beschreibung

¿Quién iba a imaginar que su amigo de la infancia besaría tan bien? La productora de televisión Leandra Clay creía que Evan Taggart era exasperante. Sin embargo, Evan apareció en televisión y las mujeres de todo el país vieron a un hombre guapo, seguro de sí mismo y soltero. Y de pronto la pequeña ciudad en la que ambos habían vivido de niños se llenó de mujeres en busca de marido. Y llegó el momento de que Leandra le devolviera a Evan el favor que le había hecho saliendo en su programa; Evan exigía que fingiese ser su prometida… Aquello parecía sencillo, pero el Evan actual no era en absoluto como el amigo de la infancia que Leandra recordaba… Éste la hacía estremecer sólo con rozarla.

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Seitenzahl: 236

Veröffentlichungsjahr: 2018

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Allison Lee Davidson

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Sólo amigos, n.º 1688- abril 2018

Título original: Just Friends?

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-162-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

NADA había salido como Evan habría querido que saliera.

Al principio, se suponía que sólo iba a ser una visita rápida a casa durante las vacaciones. Él sabía de antemano que ella estaría en casa porque se había molestado en averiguarlo; con discreción, por supuesto. Nunca había merecido la pena descubrir las intenciones de uno directamente cuando se trataba de Leandra Clay. Era demasiado rápida, demasiado lista y demasiado… Demasiado de todo.

Y cómo estaba empeñado, aunque fuera tontamente, en aparentar naturalidad y que no se notara nada, había invitado a un compañero del colegio mayor a ir con él.

Pero Jake no había tenido cuidado de mostrarse discreto. En cuanto había visto a Leandra, se acabó.

Culpa de Evan. Si le hubiera dicho a Jake que ya había marcado su territorio, su amigo no habría entrado sin autorización.

El problema era que Leandra no estaba en el territorio de Evan; y nunca lo había estado.

¿Y qué había hecho Evan entonces? Nada de nada.

¿Y en ese momento, qué estaba haciendo? Pues lo mismo. Nada.

Nada, salvo estar allí de traje y corbata, que más que adornarlo parecía como si lo estrangulara, y alzar su copa de champán como los demás invitados a la boda alzaban la suya.

—Por los novios —consiguió decir—. Les deseamos mucha felicidad.

Jake también llevaba un esmoquin, y Leandra parecía la princesa de un cuento con aquel fino y vaporoso traje blanco. Iban agarrados del brazo, radiantes de felicidad.

Apenas se habían separado en el año que había pasado desde que Evan los había presentado.

La pareja tomó un sorbo de champán con el brindis, y con otros que siguieron, y se besaron tierna y suavemente. Evan tuvo que darse la vuelta disimuladamente mientras apuraba su copa de champán. Pero por mucho alcohol que bebiera no iba a calmar aquel dolor que sentía por dentro.

—Oye —Leandra había soltado a Jake del brazo y le había puesto la mano a Evan en el suyo—. No huyas ahora. Tienes que prometerme que vas a concederme un baile cuando Jake y yo bailemos el nuestro.

Evan tuvo que dominarse para no estremecerse delante de ella.

—Sólo iba a buscar un poco más de este champán tan rico de tu padre.

Su mirada, de un color tan intenso como el flan de azúcar y mantequilla que preparaba su madre desde que era pequeño, resplandecía; y ese brillo era sólo para su flamante esposo.

—Creo que no te he dado nunca las gracias; ya sabes, por presentarnos a Jake y a mí. De no haber sido por ti, jamás nos habríamos conocido.

—¿Y para qué están los amigos?

Ella no percibió el trasfondo de pena en su voz, ya que en ese momento no había nada en su vida que fuera penoso. Leandra Clay acababa de casarse con el hombre de sus sueños.

De pronto se adelantó y lo abrazó, y fue como zambullirse brevemente en una nube de perfume y un frufrú de gasa.

—Gracias —Leandra volvió junto a Jake, sin tener idea de que se llevaba consigo el corazón de Evan.

No. Nada había salido como Evan habría querido que saliera.

Capítulo 1

 

SE despertó y vio a un hombre desconocido a los pies de la cama.

—Hijo de…

Evan Taggart se incorporó rápidamente y se cubrió con la sábana, aunque era consciente de que el joven fortachón con pinta de leñador no le era del todo desconocido. Ni tampoco le sorprendió tanto el piloto rojo de la cámara de televisión que el tipo cargaba al hombro.

Ahogó una imprecación justo a tiempo para que no quedara grabada para toda una eternidad; o al menos lo que durara aquella serie documental para la televisión por cable.

—Nunca me han grabado en video en la cama, ni con una mujer ni sin ella, Ted —le dijo al otro con gravedad—, y no pienso permitir que empecemos ahora.

Vio la sonrisa de Ted Richard gracias al molesto foco que éste había colocado junto a la cama; sin embargo, el hombre no bajó la cámara.

—El productor estaría mucho más contento si tuvieras a una mujer contigo en la cama. A Marian le parecería bueno para los niveles de audiencia.

A Evan no le hacía gracia.

—¿Cómo has entrado?

—Leandra siempre dice que Weaver es tan seguro que nadie echa nunca el cerrojo. Tendrá razón.

Leandra…

Evan debería haberlo sabido. Ahogó otra imprecación, esa vez dirigida a Leandra Clay y lo que le tocaba en la farsa en la que se había convertido su vida en esa última semana.

—Corta eso —le advirtió.

Si no hubiera pasado toda la noche atendiendo a un toro enfermo, se habría enterado de la intrusión de Ted en su casa.

Ted no bajó la pesada cámara que llevaba al hombro. La distintiva luz del piloto seguía brillando.

—No mates al mensajero, amigo —le dijo con tranquilidad—. Yo sólo estoy haciendo mi trabajo.

El trabajo de Ted era seguir a Evan Taggart durante seis semanas para la serie documental Walk in the Shoes, o WITS, de la que Leandra era una socia productora.

—Nadie me comunicó que tu trabajo consistiera en invadir mi intimidad por completo.

Ted seguía sin inmutarse; y tampoco parecía dispuesto a apagar la cámara. Pero sí que volvió la cabeza cuando se oyeron unos pasos en el pasillo fuera de la habitación de Evan.

Momentos después, la mujer responsable de los dolores de cabeza que Evan sufría últimamente entró con rapidez en el dormitorio. Evan vio sus ojos color chocolate cuando de que ella se volvió a mirar hacia el cámara.

—Ted, apaga la cámara. No deberías estar aquí.

Se colocó bien la pesada cartera que llevaba al hombro y se pasó una mano delgada por el despeinado cabello corto.

Evan hizo una mueca cuando el cámara bajó la cámara obedientemente.

—Voy a volver al motel a ver si echo una cabezada —dijo Ted alegremente—. ¿Algún cambio en la programación de hoy?

Evan vio que Leandra le echaba una mirada antes de negar con la cabeza y apartarse de delante para dejarle pasar.

—Todavía no. Nos vemos luego, Ted.

Ted asintió y se llevó de allí la pesada cámara. Momentos después se oyó el ruido de la puerta.

—Siento lo que acaba de pasar —murmuró Leandra, que se retorcía las manos con inquietud—.Yo no lo he enviado —continuó disculpándose—. Y he venido en cuanto me he enterado de que estaba aquí —añadió.

Como si eso lo arreglara todo.

Evan se preguntaba qué había sido de su tranquilidad. Había crecido con Leandra, con sus hermanos y con sus primos, que eran un batallón. ¿Pero qué había hecho mal en su vida para que cada vez que veía a aquella Clay en particular se estremeciera por dentro?

Bastante malo era ya que en el pasado hubiera estado casada con uno de sus mejores amigos; bastante malo que hubiera elegido a Jake en lugar de a él.

—¿Y bien? —alzó la barbilla—. ¿Qué ibas a decir?

Llevaba unos pantalones anchos de franela con pollitos y una camiseta rosa de manga larga con la palabra WITS impresa delante. La camiseta no disimulaba en absoluto que la mujer había sido agraciada con todas las curvas apropiadas; una mujer que, por cierto, tenía toda la pinta de haber salido de la cama tan precipitadamente como Evan. Porque de no haber sido así, por lo menos se habría puesto una chaqueta.

No necesitaba ver la prueba que tenía delante para saber el frío que hacía fuera. Estaban en septiembre, y en Wyoming. Eran las cuatro de la madrugada, y el cuerpo sexy de Leandra apuntaba provocativamente bajo su camiseta.

—Jamás he visto pollos con zapatillas de conejo —dijo él por fin—. ¿Es eso lo que se lleva estos días en California?

—No me refería a eso.

Él lo sabía; y se alegró al ver que ella se sonrojaba un poco mientras apagaba la lámpara que Ted había dejado encendida.

¡Bueno, eso estaba mejor! Sólo tenía ya que conseguir que saliera de su dormitorio; sobre todo porque eran las cuatro de la madrugada, y porque ella era Leandra Clay.

Retiró un poco la sábana y fue a levantarse de la cama.

Al verle las piernas, Leandra frunció el ceño y se volvió bruscamente hacia la puerta.

—Yo, bueno, voy a preparar un café —dijo Leandra, que salió del cuarto rápidamente y bajó corriendo las escaleras.

Evan retiró del todo la sábana, se levantó y se metió en el cuarto de baño, donde cerró dando un portazo.

¿Cómo diantres habría llegado su vida a ese punto?

No hacía falta pensar mucho en la respuesta cuando la tenía en el piso de abajo preparando un café.

Rebuscó entre el montón de ropa sucia que había dejado en un rincón del baño el día anterior para que no grabaran el desorden en video. La ropa olía a Dios sabía qué, pero de todos modos se la puso y bajó a la cocina.

Pero cuando llegó abajo, la cafetera seguía vacía.

—Pensaba que ibas a poner el café.

—Eso pretendía. Voy a hacerlo —cerró la puerta de la nevera—. No soy capaz de encontrar el café.

Evan abrió el armario que había por encima de la cafetera y sacó una lata.

—Supongo que estarás acostumbrada a alguna marca mejor que molerás tú misma.

Ella hizo una mueca, pero no respondió. Lo que, seguramente, sería su respuesta.

Evan sabía muy bien que a Jake, su viejo amigo Jake, le gustaba el café de calidad, y que se moliera en el momento de prepararse. ¿Así que por qué iba a ser distinta la esposa de Jake?

La ex esposa, se dijo.

Echó café en un filtro nuevo y lo puso en la cafetera.

—¿Vas a tomar un poco?

—Si me ofreces uno —dijo Evan mientras echaba agua al depósito de la cafetera y apretaba el botón—. Voy a darme una ducha antes de que vuelva ese mirón.

—Ted no es un pervertido —dijo ella mientras—. Está haciendo lo que Marian le ha dicho que haga.

—Entonces a lo mejor es Marian la retorcida —gritó Evan mientras subía las escaleras.

¿Pero en qué había estado pensando cuando había accedido a formar parte de ese estúpido programa?

 

 

¿En qué había estado pensando ella cuando le había propuesto a Evan Taggart lo de WITS?

Leandra se pasó la mano por la cabeza, y se apretó el cuero cabelludo con las puntas de los dedos para tratar de aliviar el dolor de cabeza. Había pensado que seguirle los pasos a un veterinario guapo sería justo lo que necesitaba para el programa con el que llevaba dieciocho meses.

Había supuesto que ese veterinario sería su ex marido, Jake Stallings, quien, a pesar de estar divorciados, estaba casi siempre dispuesto a hacer cualquier cosa que le pidiera Leandra.

Jake era todo lo que su jefa, Marian Hughes, adoraba en un hombre: carismático, guapo; un veterinario para las mimadas mascotas de los famosos.

Pero por razones que sólo Jake sabía, se había negado a su petición y le había sugerido que se lo propusiera a su antiguo compañero de facultad, Evan Taggart.

Evan no sólo era un viejo amigo de Jake, sino que Leandra también lo conocía desde que eran pequeños. Había sido tanto una espina en la juventud de Leandra como un amigo, además de la persona que le había presentado a Jake cuando había vuelto a casa de la facultad un fin de semana.

Se acordó de que no se había lavado los dientes antes de salir corriendo para casa de Evan; de modo que fue al bolso y sacó su bolsa de aseo.

Oyó el ruido del agua en las tuberías y trató de no pensar demasiado en que allí estaba Evan dándose una ducha. Sólo de pensarlo se ponía nerviosa.

Sacudió la cabeza, tratando de borrar la imagen mientras abría la cremallera de la bolsa. Entonces se lavó los dientes en el fregadero de la cocina, se mojó la cara y se echó un poco de agua en el pelo.

Tenía también un par de pantalones y una camisa en la bolsa; pero no se iba a cambiar de ropa hasta que se diera una ducha; y eso lo haría en casa de su prima Sarah, donde se hospedaría el tiempo que durara el rodaje de WITS.

Desde luego no iba a preguntarle a Evan si le importaba que se diera un remojón en su baño. El hombre le había dejado bien claro que cada momento que pasaban juntos lo sentía como una intrusión en su vida.

Todavía no estaba segura de la razón que le había animado a participar. Sí, claro, eran amigos de toda la vida, y él y Jake seguían siendo amigotes, pero el consentimiento de Evan le había sorprendido. Gratamente, tenía que reconocer. Es decir, hasta que había llegado con su equipo la semana antes y se había encontrado con lo desagradable que podía ser Evan; desagradable y turbador.

Pero ella deseaba con desesperación que aquel rodaje fuera un éxito; porque si todo iba sobre ruedas, podría librarse del dominio de Marian y producir sus propios proyectos.

De las tuberías surgió un gemido ominoso. Leandra miró hacia el techo, medio esperando a que una de las tuberías estallara allí mismo. Pero al poco las tuberías dejaron de hacer ruido. Para que no la pillara con la mirada perdida en las pulcras paredes blancas, se puso a mirar apresuradamente por los armarios, y cuando él regresó ya tenía el desayuno casi preparado.

—Huele bien —se dirigió directamente adonde estaba el café.

Leandra no estuvo segura de si se refería al café o a sus huevos con bacon.

—Mmm…

Le dio la vuelta a la tortilla con la sartén. Se llevó su taza de café a los labios y lo observó un momento por encima del borde de la taza.

Al menos se había puesto una camisa, aunque fuera tan sólo una camisa blanca que le ceñía los músculos que tenía gracias a la madre naturaleza y al estilo de vida activo que llevaba.

Después de llevar años sin pensar en esas cosa, desde luego ése no era el mejor momento para hacerlo. La vida era mucho menos complicada si su libido continuaba en su habitual estado latente. Colocó la tortilla en un plato, además de unas tostadas y varias rebanadas de bacon, y se lo pasó a un sorprendido Evan.

—Jake siempre decía que no te iba mucho lo de la cocina.

—¿Y por eso no te lo vas a comer? —sacudió el plato con suavidad—. Son sólo huevos con bacon.

—Huevos con bacon elaborados.

Dejó el plato sobre la mesa de roble que había pegada a una pared de la cocina; seguramente para dejar sitio para el moderno corralito que ocupaba una buena porción del centro de la habitación. El corralito estaba en ese momento vacío, pero Leandra sabía que lo usaba para meter crías, pero no de la variedad humana. Unos días antes había contenido un cordero.

—Espero que todo esto sea también para ti —añadió él al ver que ella se quedaba allí como un poste.

Pero Leandra sirvió otro plato y se sentó frente a él a desayunar. Disimuladamente, se fijó en Evan, que estaba dando un mordisco a la tostada, y Leandra bajó la vista al plato. ¿Para qué iba a ponerse una chaqueta si por dentro tenía cada vez más calor? Dio un sorbo de café y tosió de lo caliente que estaba.

—¿Estás bien? —le preguntó Evan.

—Sí —mintió—. Siento que Ted se presentara así antes. De haber sabido que eso estaba en los planes de Marian, la habría convencido para que no lo hicieran.

—Marian es tu jefa. ¿Cómo podrías hacer eso?

—Igual que la he convencido para que no haga otras cosas. ¿Cuánto tiempo lleva Ted aquí filmándote?

—Lo suficiente para marcharse satisfecho.

Leandra no podía negar que lo que decía Evan fuera verdad. Si Ted no hubiera conseguido las fotos que le había pedido Marian, no se habría mostrado tan dispuesto a marcharse.

—Al menos estabas solo en casa.

Él le echó una mirada significativa.

—Vaya, Leandra…

Hasta ese momento a ella no se le había ocurrido pensar que Ted sólo debía de haber estado filmando unos minutos. Tal vez Evan había estado con alguien que se había ausentado antes de que ella llegara a su hipotético rescate.

—¿O no? —dijo Leandra.

—Sí —dijo él—. Las únicas personas que estaban arriba y que no eran de casa erais el cámara y tú. Y menudo susto me he llevado cuando lo he visto. ¿Y cómo sabías tú que él estaba aquí?

El alivio le permitió hablar.

—Marian me lo dijo cuando hablamos esta mañana.

—¿Hablas con tu jefa cada día antes de las cuatro de la mañana? —le preguntó él en tono de acusación.

—Lo hago cuando me llama desde la costa este, donde ella está filmando otro proyecto, y hay una diferencia horaria de varias horas.

—¿Por eso es por lo que sigues en pijama? ¿Has saltado de la cama para venir a rescatarme, Leandra?

Ella se sonrojó otra vez. En realidad, en cuanto se había enterado de que Marian había enviado a Ted, sin programar, a casa de Evan, se había imaginado precisamente eso. Lo cual resultaba ridículo.

—No se me ocurre nadie a quien menos le haga falta un rescate que a ti —dijo sin mentir—. Y esto que llevo, no tiene por qué ser un pijama. Son unos pantalones y una camiseta.

—Ya.

Decidió no discutir con él. Después de todo, sí que estaba en pijama.

—¿Entonces dónde aprendiste a cocinar? Sé que no fue con tu madre. Emily se quejaba de que no parabas quieta y por eso no podías enterarte de nada en la cocina.

—Ése es el problema cuando se trabaja con alguien que conoces desde pequeño.

Evan sabía demasiadas cosas de ella.

—Bueno, de no haberte conocido cuando eras pequeña, ¿crees que habría accedido a participar en este maldito programa?

Evan tenía todavía el pelo húmedo de la ducha.

—Repíteme por qué este programa es tan importante para ti

—Todas las historias que hemos hecho para WITS son importantes para mí.

Él siguió mirándola fijamente.

—Bueno, de acuerdo, la serie tuya es un poco más importante —continuó Leandra—. ¿Es que tienes que discutir cada cosa que digo?

—No todo. El desayuno estaba bien.

—Pues vaya consuelo —murmuró ella.

—Que por cierto, ¿cómo lo has hecho?

—Aprendí unas cuantas cositas cuando estuve en Francia —respondió ella pasado un momento.

Él se quedó pensativo un instante. Francia. Allí era donde Jake y ella habían ido de luna de miel. Y donde Leandra había vuelto cuatro años atrás, antes de perder a Emi.

—Supongo que si finalmente vas a aprender a cocinar, Francia es el mejor sitio.

—No di ninguna clase. Aprendí unas cuantas cosas de Eduard.

Evan arqueó las cejas.

—¿Eduard?

—No me mires así.

—¿Cómo te estoy mirando? Eres una mujer hecha y derecha, Leandra. Libre de liarte con un franchute si te apetece.

Ella se puso de pie y llevó los platos al fregadero. Ojalá no hubiera sacado el tema de Francia.

—¿Sabe Jake que allí conociste a un hombre?

Hizo ruido con los platos al dejarlos en la pila. Al abrir el grifo, el agua le salpicó la camiseta.

—No hay nada que tenga que saber Jake. Estamos divorciados, ¿lo recuerdas? Llevamos ya varios años.

—Sin embargo, fuiste a pedirle a él que participara en el programa antes de pedírmelo a mí.

—¿Qué te pasa, Evan? ¿Te sientes despreciado?

No importaba que la única vez que Evan había estado enamorado de ella hubiera sido tantos años atrás; sobre todo cuando ese enamoramiento había sido inspirado sólo por el hecho de que él se había peleado con su novia, que curiosamente había sido su prima Lucy.

Leandra se sintió mal nada más decir aquel comentario sarcástico.

Sin embargo, Evan no parecía afectado. Se apoyó contra el armario de madera, más cerca de ella de lo que Leandra habría deseado.

—Supongo que si eso nos preocupara a algunos de nosotros dos, no estaríamos aquí ahora, ¿no te parece?—dijo él con voz profunda y amigable.

Leandra lo miró con expresión ceñuda. Se sentía confusa y no sabía por qué. Evan nunca la había tomado en serio aparte de aquélla única vez cuando le había dicho lo contrario. Había estado demasiado ocupado, y enamorado de su prima. Sólo que Lucy se había ido a Nueva York al finalizar los estudios en el instituto para tomar clases de danza, y desde entonces Evan no había ido en serio con nadie.

Particularmente en la facultad cuando, según Jake, Evan se había convertido en un donjuán que las tomaba con la misma facilidad con que las dejaba.

—Me tomo tu silencio como que estás de acuerdo conmigo —dijo él pasado un momento.

Pasó junto a ella y cerró el grifo, y al hacerlo le rozó con el brazo.

A ella le costó no pegar un brinco.

—No estoy preocupada en absoluto —le aseguró ella.

Él bajó la vista un momento, como si estudiara algo.

—Bien. Gracias por el desayuno.

Entonces le pasó un paño de cocina doblado y salió de la cocina.

Capítulo 2

 

EL sol no se había levantado aún cuando Leandra volvió a casa de Sarah. La casita estaba en el centro del Weaver, frente al parque y al instituto. El bungalow había sido el hogar de varias tías de Leandra, y en el presente su prima vivía allí.

Leandra era consciente de que aquélla era la primera vez que empezaba a apreciar el encanto de la casita. Había estado demasiado ocupada queriendo marcharse de Weaver como para ver con claridad algunas de las ventajas de su ciudad natal.

Aparcó por la parte de atrás de la casa y entró por la puerta de la cocina.

Trató de no hacer ruido al dejar el bolso en el dormitorio, o cuando de allí pasó al cuarto de baño, donde abrió la ducha y esperó a que saliera el agua caliente. Estaba helada porque esa mañana no se había vestido adecuadamente para la caminata hasta casa de Evan. Así que enseguida se metió debajo del chorro de agua caliente, muerta de alivio al sentir los finos chorros calentándole la piel.

—Me había parecido oírte salir —dijo Sarah, interrumpiendo el mareante alivio de Leandra.

Leandra se asomó por una de las bandas trasparentes de la cortina a rayas y vio a su prima que asomaba la cabeza por la puerta del baño.

—Sí, me fui. Ahora mismo salgo; ya sé que necesitas prepararte para ir al colegio.

Sarah empujó la puerta y entró en el baño.

—Lo siento —dijo Sarah mientras abría el grifo y alcanzaba el tubo de pasta de dientes—. Tengo una reunión de padres antes de empezar la clase esta mañana, y voy un poco apretada de tiempo.

Leandra se metió de nuevo bajo el chorro de la ducha, que salía incluso más caliente después de que Sarah hubiera abierto el grifo del agua fría del lavabo, y se aclaró el champú.

—Soy yo quien debería sentirlo. Podría haberme quedado en el motel con el resto del equipo, y no haberte molestado.

—No me estás molestando —dijo Sarah con la boca llena de pasta de dientes—. Boba.

Leandra se apresuró a aclararse el cabello y terminar de ducharse. Cuando cerró el grifo de la ducha, Sarah le echó una gruesa toalla de baño por encima de la cortina. Leandra se secó rápidamente y se enrolló en la toalla antes de salir para que su prima pudiera utilizar el baño.

—Todo tuyo.

—¿Dónde has estado, si se puede saber? —Sarah metió la mano entre las cortinas y abrió el grifo otra vez.

—En casa de Evan —respondió Leandra mientras se peinaba con los dedos.

—¿De madrugada? —dijo Sarah en tono burlón—. ¿Hay algo que necesites contarle a la tía Sarah?

Leandra negó con la cabeza.

—Voy a poner un café si tienes tiempo para tomártelo —dijo antes de salir del baño.

—Siempre tengo tiempo para tomar café.

Sarah también era una Clay. La mayor parte de los Clay eran bebedores de café inveterados.

Leandra se vistió rápidamente, y cuando Sarah entró en la cocina, la cafetera estaba ya casi llena. Su prima tenía el pelo largo y de un tono rubio rojizo; y aunque todavía lo tenía húmedo, se había hecho una trenza que le caía por la espalda. Llevaba un suéter suelto de color beis y una falda larga roja que le daban un aspecto de profesora de escuela primaria, precisamente lo que era Sarah.

Las dos primas habían sido uña y carne durante su infancia y adolescencia; y Leandra sabía muy bien que, a pesar de su aspecto, su prima no era nada remilgada.

—Toma.

Le pasó a Sarah una taza alta de café negro.

—Gracias —Sarah dio un sorbo y dejó la taza sobre la mesa de la cocina—. ¿Y qué ha pasado con Evan? ¿Quiere largarse del programa?

—Es posible que lo deteste; pero no me preocupa que haga eso. Llevo muchos años fuera de Weaver, pero dudo mucho que Evan haya cambiado en ese aspecto. Además, el primer episodio de la serie se trasmite dentro de un par de días.

—Es cierto; normalmente Evan es un tipo de fiar. ¿Crees que ha cambiado en algo?

Leandra se encogió de hombros.

—No. No ha cambiado en nada.

Sarah parecía algo escéptica, pero no insistió.

—Esta noche estás libre para la cena, ¿verdad? Nos vamos a reunir toda la familia en Colbys para hablar de la fiesta sorpresa de Squire.

Squire Clay era su abuelo.

—El viernes por la noche en Colbys. No me lo perdería por nada del mundo.

—Bien. Has estado tan ocupada con el rodaje desde que llegaste, que ninguno hemos tenido la oportunidad de sentarnos contigo un rato —Sarah sonrió mientras se echaba una chaqueta por los hombros y se colocaba la cartera—. Todo el mundo me está dando la lata para que les cuente todas tus cosas, y tuve que partirles el corazón y decirles que no ha habido ninguna nueva… Que ni siquiera yo tengo nada nuevo que contar.

A Leandra se le formó un nudo en el estómago. Ni siquiera había podido compartir todo en esos últimos años con Sarah. Desde que había muerto Emi, nada. ¿Pero cómo hacerlo? Ni Sarah ni nadie podría entender jamás por lo que había pasado ella; ni lo que había soportado por sus propios fallos.

—Estaré ahí —prometió—. Después de pasar todo el día rodando con Evan y el equipo, seguro que me va a apetecer un montón relajarme un rato.

—Bueno, te prometo que no será largo.

Leandra sonrió levemente.

—Había una época en la que no nos importaba que nos dieran las tantas.

Los claros ojos azules de Sarah brillaron con una expresión dulce.

—Cierto. Pero en este momento parece más como si te hicieran falta veinticuatro horas de sueño seguidas, amiga mía. Y esos días también han pasado para mí. Me temo que ya soy demasiado mayor para eso.