Nuevas ilusiones - Vidas robadas - Allison Leigh - E-Book
SONDERANGEBOT

Nuevas ilusiones - Vidas robadas E-Book

ALLISON LEIGH

0,0
4,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 4,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Nuevas ilusiones Hacía tiempo que J.D. Clay había renunciado a su sueño de tener hijos y había volcado el corazón y el alma en su trabajo como entrenadora de caballos. Hasta que una noche de pasión con su jefe, Jake Forrest, resultó tener una inesperada, aunque muy deseada, consecuencia. Sin embargo, J.D. volvió a su casa en Weaver, Wyoming. Jake podía ser increíblemente guapo, rico y rebosar encanto, pero J.D. sabía que no estaba hecho para ser padre. O eso creía... Vidas robadas El ayudante del sheriff, Sloan McCray, estaba intentando enmendar el pasado. Decían que era un héroe, pero era él quien tenía que vivir con las decisiones que había tomado. Además, no estaba preparado para enamorarse, ni siquiera de su hermosa y nueva vecina, cuya sola presencia era un alivio para su alma atormentada. Abby Marcum no tenía la más mínima duda de que Sloan era su hombre. Solo le faltaba convencerlo de que tenía que pedirle la mano y el corazón...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 441

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 229 - diciembre 2020

 

© 2009 Allison Lee Johnson

Nuevas ilusiones

Título original: A Weaver Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

© 2013 Allison Lee Johnson

Vidas robadas

Título original: A Weaver Beginning

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010 y 2014

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-926-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Nuevas ilusiones

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Epílogo

Vidas robadas

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

CABEZAS arriba —dijo una voz con un marcado acento—. Viene con Su Alteza Real.

J.D. Clay le dirigió una irónica sonrisa a Miguel.

—No puede ser tan mala —el propietario de los purasangre con los que Miguel Pérez y ella trabajaban estaba casado con la «alteza». Jake y Tiffany Forrest incluso tenían dos hijos gemelos, aunque en el poco tiempo que llevaba trabajando en los establos Forrest’s Crossing, J.D. no había visto a los niños.

—Es peor —dijo Miguel entre dientes y con una amplia sonrisa mientras la pareja en cuestión iba hacia ellos—. Preciosa y nada buena para el jefe.

J.D. pronto había aprendido que en los establos siempre corrían rumores, especialmente sobre Jake y su esposa, la reina de la belleza. Esa mujer tenía que estar en una pantalla de cine y no allí, con todo ese polvo bajo sus pies y el olor de los excrementos de caballo en el aire.

Tiffany Forrest tenía una piel de marfil y el cabello negro. Era una versión moderna de Blancanieves, aunque llevaba en la cabeza un sombrero que tendría el valor de toda la mina de los enanitos. Y Jake, su alto y atlético marido, era sencillamente la descripción que aparecía en los diccionarios bajos las palabras «Alto, moreno y guapo». Juntos, los dos resultaban… bueno, decir «impresionantes» era quedarse corto.

Se detuvieron junto a los establos coronados por unas elegantes placas de bronce con las iniciales «F.C» y J.D. vio la intensa mirada marrón del hombre recorrer los purasangre que había dentro. Uno, Cruz de Metal, correría en el Derby de Kentucky esa misma tarde. Su compañero de establo, Cruz de Junio, había ganado el día antes el Kentucky Oaks, una carrera sólo para potras.

—¿Todo listo, Miguel?

—Sí, sí —respondió Miguel en español. Era peruano y el entrenador jefe de Forrest’s Crossing—. Metal va a lograrlo este año.

—Eso es lo que quiero oír —los ojos color café de Jake se posaron detrás de Miguel—. J.D., ¿va todo bien con nuestra potra?

Antes de que pudiera responder, la resplandeciente mujer que él tenía a su lado lo miró con una sonrisa a la que sólo podían superar en brillantez las joyas que llevaba alrededor del cuello.

—Jake, todo el mundo nos espera —le recordó.

—Tenemos tiempo —le aseguró él. Aún seguía mirándolos a los dos y se perdió el sexy mohín que su esposa le dirigió.

—Junio está en una forma espléndida, señor Forrest —dijo J.D. al pasar por debajo del cuello de Junio para cepillar suavemente la ijada de la hermosa potra. No necesitó ver el brillo de superioridad en los ojos de la señora Forrest para saber que su lugar estaba dentro del establo y no fuera—. Metal va a correr tan bien como Junio lo hizo ayer.

Jake sonrió al rodear la diminuta cintura de su esposa y se giró.

—En ese caso te veremos en el círculo de los ganadores, ¿no es así?

—Oh, Jake —J.D. pudo oír a Tiffany riéndose suavemente mientras se alejaba con su marido—. No le des esperanzas a esa pobre chica. No va a estar allí con nosotros.

Siguió cepillando a Junio. Ya sabía que si Metal llegaba al círculo de los ganadores, únicamente los propietarios, su entrenador y el jinete sonreirían para las fotografías y aceptarían los trofeos. Ella estaría detrás, limpiando las cuadras y puliendo los arreos, porque formaba parte de los establos mientras que la pareja formaba parte del grupo de los millonarios.

Pero no le importaba.

Prefería estar con los caballos porque ellos nunca la decepcionaban. Y ella nunca los decepcionaba a ellos.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Cinco años después

 

 

—¿No has salido con el resto de los chicos? —la voz de Jake era profunda y, en alguna parte de su mente, J.D. la comparaba con la sensación que producía una suave sábana deslizándose sobre su piel desnuda.

—No quería cortarles los vuelos —le lanzó una sonrisa por encima del hombro. Era la única chica en todo el establo y nunca había sido del grupo. No era más que una ayudante del entrenador de caballos aunque, en esa ocasión, su opinión sobre Latitud había resultado ser la acertada.

Desde el momento en que había salido disparado del cajón, el caballo había sido pura poesía en movimiento. Había corrido tan bien como J.D. había esperado, de modo que de toda la plantilla del establo Forrest’s Crossing, ella fue la menos sorprendida.

Y a excepción de Jake, el dueño de Latitud, probablemente la que se sintió más feliz.

La satisfacción curvaba sus labios continuamente y ni siquiera le importaba que Miguel se hubiera atribuido la gloria del triunfo de Latitud. Se había mostrado eufórico, había invitado a copas a todo el establo y parecía que estaban preparados para continuar con la celebración.

Aunque era tarde, J.D. seguía celebrándolo también, pero ella prefería hacerlo en compañía del auténtico ganador.

Cruzó los brazos sobre la barra de la cuadra y contempló al caballo, que mascaba su comida fresca como si no hubiera hecho nada importante.

—Mira qué modesto eres. Deberías estar llevando una corona.

—La Triple Corona —murmuró Jack tras ella.

Ese escalofrío volvió a recorrerle la espalda. Habría querido atribuirlo al hecho de que Latitud se hubiera unido a esos pocos caballos de la historia que habían alcanzado el codiciado logro, pero nunca le había gustado mentir.

El escalofrío se lo había producido Jack.

—Para que tenga la oportunidad de lograrla le queda casi un año —dijo ella—. Y quién sabe qué querrá hacer Miguel en ese tiempo —Miguel despedía a la gente sin previo aviso. El hecho de que ella hubiera sobrevivido a su voluble naturaleza durante cinco años era un récord para los establos Forrest’s Crossing.

—Si es listo, te dejará trabajar sola con Latitud. De todos modos, Miguel está más interesado en Cruz de Platino —Platino era hijo de uno de los caballos de más éxito en Forrest’s Crossing, pero ni siquiera Cruz de Metal se había llevado la «corona» a casa. Había ganado el Preakness y el Belmont, pero no el Derby. Ninguno de los caballos de Jake lo había logrado.

Todos los años lo intentaban en Churchill Downs. Lo único que cambiaba eran los nombres de los purasangre que corrían para él y los nombres de las elegantes mujeres que llevaba del brazo y que habían entrado en su vida desde su divorcio.

Jake cruzó los brazos sobre la barra, junto a ella, con una botella abierta de Cristal en una mano y una elegante copa de champán en la otra, que sujetaba como si se tratara de una simple taza y una botella de cerveza. Pero el caro champán estaba en consonancia con la camisa de seda blanca que llevaba, y la copa de cristal probablemente era una de las irremplazables y antiguas piezas que había heredado de su padre, al igual que había heredado Forrest’s Crossing.

Sin embargo, no fueron ni la calidad del champán ni la cristalería lo que la puso nerviosa, porque ella también venía de una familia adinerada, aunque no a la escala de la de Jake.

La familia de Jake era la propietaria de Forco, una de las empresas de textil más grandes del país. Para él, los purasangre no eran más que una pasión que se podía permitir disfrutar.

No, lo que la había puesto así de nerviosa era otra causa.

Él.

Apartó la mirada de sus brazos y de esos largos dedos para centrarse en el potro mientras, con discreción, intentaba poner algo de espacio entre los dos. Necesitaba espacio para poder respirar.

—Miguel volverá a ponerse al cargo ahora que ha visto lo mucho que vale Latitud —dijo ella.

—¿Y eso te molesta? —Jake se movió ligeramente y con su brazo rozó el de J.D. Ella contuvo el aliento.

—Que sean los primeros en cruzar la meta no es lo que adoro de los caballos.

Latitud resopló y estiró su cuello sobre la barra para rozar el hocico contra el hombro de J.D.

—Compórtate —le dijo Jake acariciándole la cabeza.

—Sólo quiere esto —J.D. sacó un caramelo de menta del bolsillo de su polo, que llevaba bordado las iniciales «F.C». Lo desenvolvió y se lo dio.

Ansioso, Latitud le quitó el caramelo de la mano.

—No lo culpo —Jake sonrió ligeramente y su mirada pareció quedarse prendida en la camiseta de J.D.

O más concretamente en el bolsillo que tenía sobre su pecho.

A decir verdad, habían pasado años desde la última vez que había flirteado, pero no había perdido tanto la práctica como para no reconocer el interés de un hombre cuando lo tenía delante de las narices.

Las mejillas le ardieron cuando los pezones se le marcaron bajo el algodón color mantequilla.

Dio un paso atrás con la intención de seguir manteniendo las distancias.

Si hubiera reaccionado tan ardientemente ante Donovan, tal vez no habrían roto seis años atrás, pero la ruptura fue inevitable porque a Donny nunca le gustó estar en segundo lugar, tras sus amados caballos. Y sobre todo, no le gustó que hubiera otro hombre delante de él: Troy.

Pero J.D. había aprendido la lección.

Si se volcaba en los caballos, nadie saldría herido.

Podía sentir el calor aumentando en su cara y evitó la mirada de Jake. Estar loca por el propietario de los caballos que tanto amaba no era lo más aconsejable si quería triunfar en un mundo mayoritariamente de hombres. Y hasta el momento lo había estado llevando bien porque no era más que una chica sencilla a la que él nunca miraba dos veces, y mucho menos, del modo en que lo estaba haciendo en aquel momento.

—¿Sucede algo? Estás muy… colorada.

—Aún no estoy acostumbrada a la humedad que hace aquí —dijo como excusa.

—Es sólo una cálida noche sureña —le respondió con una voz oscuramente dulce.

Ella llevaba otro caramelo de menta en el bolsillo del polo y se preguntó si llegaría a derretirse con el calor que su cuerpo estaba despidiendo.

—Con un porcentaje de humedad altísimo.

Jake volcó la botella de champán sobre la copa y un resplandeciente y dorado líquido comenzó a caer formando burbujas.

—Tal vez esto te ayude a refrescarte.

Ella no pudo evitar reírse.

—Creo que ya he bebido demasiado —la primera botella se había abierto en la pista, en Nueva York, y a ésa le habían seguido varias más durante el vuelo en el jet privado de Jake.

—Sí, pero no has tomado Cristal. Vamos, J.D., anímate, es sólo una noche.

Sabía que debía rechazar la invitación, pero aun así rodeó con su mano la suave y delicada copa rozando los cálidos dedos de Jake.

El corazón le dio un brinco y no fue capaz de dejar de mirarlo.

—No soy una chica de champán.

—¿Y qué clase de chica eres?

—Café solo y cargado cuando hace frío y una cerveza fría cuando hace calor.

Él sonrió.

—Se trata de una ocasión especial, Latitud ha ganado su primera carrera. Una de muchas, si todo va bien —colocó un dedo bajo la base de la copa y la instó a beber—. Anímate. Puede que te guste.

Pero J.D. se temía que habría muchas otras cosas que podrían llegar a gustarle.

El champán estaba al final de la lista y Jake Forrest al principio.

Sin embargo, eso no era excusa suficiente para que se llevara la copa a los labios e inhalara el aroma mientras daba un sorbo sin poder evitar que se le escapara un suspiro.

—Sabía que te gustaría —le dijo Jake al quitarle la copa y posar sus labios exactamente donde ella había puesto los suyos.

J.D. tragó saliva y dio un paso atrás; había ciertas tentaciones que era mejor evitar. Deslizó las manos sobre sus vaqueros para ocultar que estaban temblando y se puso derecha.

—Se está haciendo tarde. Será mejor que…

—¿Me tienes miedo, J.D.?

—Claro que no —le habría sido más fácil sentir miedo.

—Entonces, ¿por qué estás preparándote para salir corriendo?

Ella abrió la boca para protestar, aunque era cierto, estaba preparándose para salir corriendo. Y sin embargo, cuando él levantó la copa y la rozó contra sus labios, se quedó paralizada.

—¿Por qué estás nerviosa?

Se sentía como si la sangre le estuviera hirviendo.

—Por nada —le quitó la copa de las manos, se bebió lo que quedaba y se la devolvió. Cuando él no la agarró, la puso sobre una viga de la cuadra—. Buenas noches, señor Forrest.

Cuando se giró para marcharse, él la detuvo poniéndole una mano en el hombro.

—Casi todos los empleados me llaman Jake —fue deslizando los dedos sobre su brazo y los detuvo al llegar a la muñeca—. Pero tú no, ni siquiera después de todos estos años. ¿Por qué?

—Me gusta mantener una actitud profesional —aunque, por desgracia, el tono de su voz no dijo lo mismo.

—Tú eres la profesionalidad en persona.

—Disculpe, pero ahora mismo no me veo así.

—Tu trabajo está asegurado, pase lo que pase, pero si insistes en marcharte, llévate esto —le dio la copa—. Tú, más que nadie, se ha ganado hoy una copa de este exquisito champán.

—Latitud ha hecho todo el trabajo.

—Latitud ha corrido por ti. Miguel quería venderlo hasta que tú empezaste a trabajar con él.

Ella aceptó la copa y, cuando dio un sorbo más, sintió que la cabeza le daba vueltas y de pronto notó que las puntas de sus botas raspadas estaban rozando contra las abrillantadas botas de Jake. No sabría decir si fue él el que la rodeó por la cintura primero o ella la que le puso una mano en el pecho, pero la copa de cristal quedó en medio de los dos cuando sus labios se encontraron.

El champán no era nada en comparación con besar a Jake Forrest.

La hizo sentirse débil. Deliciosamente débil. Y no habría nada que la convenciera de que con un único beso bastaría.

No, cuando sentía una mano de Jake sobre su espalda; no, cuando la otra mano le acarició el hombro, una mejilla y se enredó entre su pelo para echarle la cabeza hacia atrás. No, cuando le oyó murmurar su nombre antes de volver a besarla en los labios.

La copa cayó al suelo y Jake levantó a J.D. en brazos.

—¿Aún quieres salir corriendo?

Ella podía sentir su corazón palpitar con fuerza contra el suyo y se aferró a los anchos hombros de Jake. Sus rostros estaban tan cerca que podría haber contado cada una de las negras pestañas que enmarcaban su brillante mirada.

—¿Quiere que lo haga?

La llevó contra la pared y le colocó los muslos alrededor de su cintura.

—¿A ti qué te parece?

—Señor Forr…

—Jake —la corrigió.

Ella le acariciaba el cuello.

—Jake —podría haberle dicho cualquier cosa con tal de que no acabara con la intensidad de ese beso—. Jake —repitió con un suave gemido cuando él puso todo el peso de su cuerpo contra el de ella. Deslizó las manos sobre la seda que le cubría la espalda y la alzó hasta sentir su satinada piel.

Él posó las manos sobre sus nalgas y ella oyó vagamente el crujido del cristal bajo sus botas cuando la tomó en brazos para llevarla a una de las cuadras. La dejó en el suelo, se arrodilló y le fue quitando la camiseta mientras le besaba el abdomen. J.D. le tomó las manos y las posó sobre sus pechos.

Los dedos de Jake apartaron la tela de encaje del sujetador para acariciar sus tersos pezones haciendo que la recorriera una deliciosa sensación. J.D. se quitó la camiseta y se arrodilló. Sentía el fuego que ardía en los ojos de Jake y no pudo dejar de mirarlo mientras él apartaba sus largos dedos de sus pechos para bajarle la cremallera de los vaqueros.

—No pares ahora —le susurró ella.

Antes de poder quitarle los pantalones, la tendió sobre la paja y le quitó las botas.

Las impacientes manos de J.D. lo acariciaban, pero Jake se puso de pie dejándola allí tendida, sin aliento y ardiendo de deseo, mientras él se quitaba las botas y la camisa de seda.

A J.D. se le secó la boca al verlo desnudarse por completo.

No era exactamente virgen, había tenido dos relaciones anteriores, pero le vino bien estar ya tumbada en el suelo porque ver esa gloriosa imagen masculina la mareó. Un vello oscuro cubría su musculoso pecho y se estrechaba en una fina línea que cruzaba sus marcados abdominales.

Al instante, él ya estaba quitándole los vaqueros. Apretó los labios contra su ombligo y el calor que ella sintió por dentro hizo que casi se levantara del suelo bruscamente.

—¿Qué te ha pasado? —le preguntó él mientras acariciaba una cicatriz que asomaba sobre sus braguitas rosas.

—Un caballo me pisoteó.

—Debió de dolerte.

—Si trabajas con caballos, puedes hacerte daño en cualquier momento.

—Yo tenía cinco años la primera vez que me caí de un caballo.

J.D. se movió, impaciente, y él debió de darse cuenta porque mientras le besaba la cicatriz deslizó sobre sus muslos la pequeña pieza de ropa interior con una intensidad que la hizo sentirse perfectamente bella y libre de cicatrices.

—¿Estás segura? —susurró contra su vientre.

—Me estoy muriendo por hacerlo —le respondió moviendo los muslos.

—Impaciente —dijo él al tenderse encima de ella—. Me gusta.

Quiso morderle en los hombros cuando él no se movió tan deprisa como ella deseaba y lo empujó para sentarse encima de él con una rapidez que lo hizo sonreír.

—Estoy impaciente. Hace mucho tiempo que no hago esto —y con un suave movimiento, lo tomó dentro de su cuerpo.

Se quedó sin aliento. El corazón se le detuvo.

El mundo podría haberse detenido también, aunque ella estaba demasiado ocupada mirando el placer que se reflejaba en el rostro de Jake como para haberse dado cuenta. Él respiró entrecortadamente y puso las manos alrededor de sus caderas.

—¿Cuánto tiempo?

Ella negó con la cabeza. ¿Cómo iban a importarle los detalles de cosas que no podían compararse en absoluto con eso?

—No importa. Años —lentamente movió las caderas contra él y, con un instinto femenino, supo que para Jake estaba resultando tan perfecto como para ella.

—Eres peligrosa.

—La próxima vez, piénsatelo mejor antes de darme Cristal para beber.

Jake la tendió sobre la paja y se adentró en ella con más intensidad.

—Eres increíble —susurró contra su oído.

—Jake…—sintió un clímax invadiéndola a gran velocidad.

—Olvida lo de la cálida noche de verano. Eres una tormenta.

J.D. gimió; lo que estaba sintiendo se intensificó por el hecho de que Jake estuviera allí con ella compartiendo esa misma satisfacción.

El placer que le recorrió las venas haciéndola arder desde los dedos hasta el alma pareció no tener fin. Y tal vez no lo tenía porque cuando finalmente Jake contuvo un gemido y se tendió de espaldas, supo que el mundo podría haberse detenido de pronto y ella no se habría enterado.

—Guau —murmuró él al instante.

—Creo que aún estoy vibrando.

Jake se rió.

—Cielo, un halago como ése es… —dijo con una voz cargada de sensualidad—. Creo que lo que notas podría ser mi móvil —se incorporó y sacó sus pantalones de debajo del cuerpo de J.D. Con el móvil entre las manos y dirigiéndole una mirada cargada de humor y picardía, añadió—: No voy a poder volver a hablar por este trasto sin pensar en… hoy.

Pero cuando el teléfono volvió a vibrar y él miró la pantalla, esa expresión se borró de su rostro y, a pesar de lo calurosa que estaba siendo la noche, J.D. sintió un escalofrío.

Jake pulsó un botón y se puso el teléfono junto a la oreja.

—Tiffany. ¿Qué han hecho los niños esta vez?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

GRACIAS por recibirme.

Jake se levantó de su silla y miró a J.D, que estaba junto a la puerta de su despacho.

—Por supuesto. Siéntate.

Los ojos verdes de J.D. no lo miraron mientras cruzaba la sala y, en lugar de sentarse, se quedó de pie con las manos apoyadas en el respaldo.

Él contuvo un suspiro.

Desde aquella noche en los establos hacía ya más de un mes, se habían visto pocas veces y durantes escasos minutos. Pero aun así, esos breves encuentros habían resultado muy incómodos.

Y no porque él se lamentara de lo sucedido, sino porque claramente ella sí que lo hacía.

—No le has dicho a Mabel por qué querías verme.

No había ido a verlo a su despacho en el tiempo que llevaba trabajando allí y, si hubiera tenido algún problema en el establo, lo habría hablado con Miguel. Eso sólo significaba una cosa.

J.D. iba a dejar el trabajo.

—Me pareció mejor no contarle los detalles a Mabel. Lo cierto es que intenté reunirme contigo en tu oficina de Forco, pero la secretaria que tienes allí me dijo que no tenías un rato libre en tu agenda hasta noviembre.

—Lucía es mi asistente y ella controla mi agenda mejor que yo —quería rodearla, apartar sus dedos de la silla, hacer que se sentara y decirle cualquier cosa que pudiera relajarla.

Pero se quedó donde estaba. Las cosas marcharían mejor si evitaba tocarla, ya que sabía que era incapaz de mantener el control cuando se trataba de ella. Tocarla resultaba inflamable, eso ya lo había comprobado—. Podrías haberme llamado directamente, ya lo sabes.

—No tengo tu número personal.

Inmediatamente, él sacó una tarjeta de visita y en la parte trasera garabateó algo.

—Ahora ya lo tienes. ¿Te apetece beber algo? Puedo decirle a Mabel…

—No. No, gracias —miró atrás como si temiera que la secretaria ya estuviera allí, pero la puerta del despacho estaba completamente cerrada.

Tenían total privacidad para hacer lo que quisieran, aunque Jake prefirió no pensar en ello.

—¿Cómo van las cosas en el establo?

—Sobra decir que no están demasiado contentos. Todo el mundo tenía muchas esperanzas puestas en el Hopeful de la semana pasada. Seguro que tú también.

A pesar del emocionante triunfo en la primera carrera de Latitud, seguida de un resultado más espectacular todavía en el Saratoga Special, el potro había fracasado en las Hopeful Stakes al llegar prácticamente el último.

—Sí. Mis hermanas y yo queremos ganadores, no perdedores. ¿Y tú?

Ella alzó un hombro y su polo amarillo se tensó sobre la alta y sutil curva de sus pechos, haciendo que Jake recordara aquella noche.

—A mí Latitud nunca me decepciona.

—Creo que lo tendrás más que preparado para las Champagne Stakes.

En ese punto, J.D. se mostró más tensa todavía.

—Las Champagne no son hasta el mes que viene. Además, no he venido a hablarte de Latitud.

—Bueno, antes de que empieces, yo sí quiero hablar de él. Voy a decirle a Miguel que no quiero que nadie trabaje con Latitud, excepto tú. Ni siquiera él.

—Si esto es por lo que sucedió entre nosotros…

—No lo es.

J.D. soltó el respaldo de la silla para alzar las manos al aire.

—Nunca antes has tomado decisiones por Miguel. Le va a dar un ataque.

—Miguel trabaja para mí —le recordó Jake.

Ella se rió ante el comentario.

—Está aquí porque él lo ha elegido, pero podría ir a cualquier parte del mundo y trabajar con decenas de propietarios en lugar de sólo con uno. Está aquí y tú le dejas dirigir el establo como él quiera porque te da ganadores. Estoy segura de que no me dejaría al cargo de Latitud.

—Lat ganó sus primeras dos carreras gracias a ti. Miguel volvió a entrenarlo antes de la Hopeful y entonces apenas pudo terminar la carrera.

Ella abrió los ojos de par en par; pensaba que él no conocía todos esos detalles.

—Que haya estado fuera durante dos semanas no significa que no sepa qué está pasando en mis propios establos. Puede que Miguel no quiera reconocer el hecho de que tienes un toque mágico en lo que concierne a Latitud, pero yo lo he visto y quiero que te encargues específicamente de él. Miguel puede centrar toda su energía en Platino. Por supuesto, eso significa que tu sueldo subirá…

—Para —dijo negando con la cabeza—. Todo esto está mal.

—¿Es que no quieres trabajar con Latitud?

—Bueno, claro que quiero trabajar con él. Lo adoro, pero tienes que saber… —la voz se le quebró y apartó la mirada—. Tienes que saber que yo… bueno…

—Disculpa, Jake.

Los dos miraron a la mujer que había tenido el atrevimiento de abrir la puerta del despacho. Era Susan, la tía de Jake.

—¿Qué pasa?

—Bill Franks acaba de llamarme. Mabel me pasó con él porque tú estabas ocupado —miró a J.D.—. Ha habido un accidente.

Bill y Jennifer Franks eran los suegros de su ex mujer.

—¿Son los niños?

—No. No. Connor y Zachary están bien.

Se sintió aliviado. Sus hijos gemelos se encontraban bien.

—¿Sidney? ¿Charlotte? —eran sus hermanas y aparte de Susan, que había vivido en Forrest’s Crossing desde que él era un niño, la única familia que le importaba.

—Se trata de Tiffany. Su marido y ella iban en el coche… los niños no estaban con ellos… y han tenido un accidente.

—Yo… eh… me marcho… —J.D., con la cara pálida, estaba dirigiéndose hacia la puerta.

—Espera —Jake fijó la mirada en su tía. Por lo general no pensaba en su ex mujer, más que para maldecirla y para admitir que era mejor como madre que él como padre de los gemelos—. ¿Ha sido grave? ¿Tiff está herida?

—Sus lesiones son muy graves. Su marido…

—Puedes decir su nombre —todos lo sabían ya que, antes de que Adam Franks se hubiera convertido en el amante de Tiffany, había sido amigo de Jake. Más bien, su mejor amigo y padrino de su boda.

—Las lesiones de Adam eran extremadamente graves. No ha sobrevivido.

Jake se sentó lentamente en su silla mientras asimilaba la noticia. En muchas ocasiones lo había maldecido, pero jamás le había deseado la muerte.

—¿Dónde están los niños?

—Con Bill y Jennifer. Está claro que no están dispuestos a quedárselos demasiado tiempo —dijo su tía, preocupada—. Pero no quiero ver a Zach y a Connor en un colegio interno dadas las circunstancias. Estaban muy unidos a Adam.

Jake miró a J.D., que ya había llegado hasta la puerta y le dijo:

—Terminaremos nuestra conversación más tarde. Ahora tienes cosas más importantes.

Él quería que se quedara allí, quería que se quedara en Forrest’s Crossing, y apenas asintió cuando J.D. se marchó, llevándose con ella todo el aire fresco de la sala.

—¿Has hablado con los niños? —preguntó mirando a su tía.

—Sí. Están muy tristes, como es natural.

Jake sabía que, si hubiera sido un mejor padre, los chicos habrían querido hablar con él.

—Tendré que ir a California y tú vendrás conmigo.

Los chicos siempre se sentían más a gusto con ella que con Jake.

—No puedo —dijo Susan con gesto abatido—. La inauguración de la galería es el viernes y después tengo que presentar el baile de caridad en casa de Charlotte porque ella ha ido a esa conferencia en Florencia en tu lugar.

Había olvidado la exposición de fotografías de su tía.

—Sidney puedo ocuparse del baile.

—Está en Alemania intentando comprar ese caballo del que se ha encaprichado. Hay veces en las que me gustaría que os centrarais o en el negocio textil o en los caballos.

—El negocio textil paga los caballos —le recordó él—. Parece que los chicos tendrán que conformarse conmigo.

—Oh, Jake, no hables así. No hay duda de que los chicos querrán estar contigo.

Estaba intentando proteger sus sentimientos, como si él los tuviera. Pero así era su tía, la eterna optimista.

Él, sin embargo, era todo lo contrario. No podía ver el lado bueno de las cosas.

Bill y Jennifer eran lo más parecido a unos abuelos que sus hijos tenían. Los padres de Tiffany habían muerto cuando Jake y ella seguían casados. El padre de Jake también estaba muerto y ni sabía ni le importaba dónde estaba su madre, Olivia. Después de que se hubiera desentendido de ellos, no la habían vuelto a ver y no sabían nada de ella.

—Puedo reunirme contigo cuando termine el baile de caridad.

Sabía que su tía haría lo que hiciera falta con tal de ayudar… Y también sabía que él se aprovecharía de ello, como siempre había hecho. Como su padre había hecho antes que él.

Jake era exactamente igual que su padre. No sólo compartían el nombre, sino también el físico, el temperamento y el talento. Jacob Forrest había sido un egoísta y Jake Forrest estaba siguiendo la tradición al mejor estilo sureño.

—Dile a Mabel lo que sucede. Saldré esta misma tarde.

Susan pareció aliviada y salió del despacho rápidamente.

Jake fue hacia la ventana, desde donde podía ver únicamente el tejado del establo principal. Su dormitorio tenía unas vistas mucho mejores y junto a esa ventana había pasado muchas mañanas esperando a que J.D. llegara.

Ella siempre aparecía poco después del amanecer, cuando los primeros brillos de la luz del sol enmarcaban su esbelta figura. En varias ocasiones la había visto a lomos de Latitud, con su larga melena ondulada agitándose al viento.

Incluso antes de que Jake hubiera ido al establo aquella inolvidable noche de verano, las mañanas que había pasado contemplando a J.D. desde la distancia habían sido el mejor momento del día.

Pero ahora, a menos que la convenciera para que no abandonara, acabaría perdiendo esos sencillos momentos.

Se pasó la mano por el pelo y salió a una espaciosa terraza desde donde se dirigió a la pista en la que se encontraban J.D. y Miguel.

—Jake —le dijo Miguel—. Me alegra que hayas venido hoy. Quiero que firmes…

—Lo cierto es que tengo que hablar con J.D. —lo interrumpió—. Ahora.

Miguel, con gesto de enfado, le quitó bruscamente a J.D. la manguera que tenía en las manos.

Ella, que no parecía muy entusiasmada con la idea, acompañó a Jake hasta el edificio cercano que albergaba el despacho de Miguel.

—Preferiría dejar la puerta abierta —le dijo J.D. una vez dentro.

—No voy a atacarte.

—No creía que fueras a hacerlo.

El problema era que siempre estaba pensando en tocarla y eso había empeorado desde que había descubierto lo adictivo que resultaba esa deliciosa sensación.

—Tengo que ir a San Francisco —dijo él apartando esos pensamientos—. Tiffany necesita…

—Claro —le respondió ella rápidamente. Sus verdes ojos se oscurecieron de consternación—. Siento que tu mujer…

—Ex mujer.

—Bueno, siento lo del accidente. Estoy segura de que los niños se sentirán aliviados cuando vayas.

Él lo dudaba.

—Quiero que me prometas que no vas a marcharte mientras estoy fuera.

—¿Perdona?

—La razón por la que querías hablar conmigo era para decirme que dejabas el trabajo, ¿verdad?

—¿Y por eso me has querido tentar con Latitud?

—Lo he hecho porque quiero que entrenes a Latitud y lo conviertas en ganador. No tiene nada que ver con lo que pasó entre nosotros.

—¿Y si te dijera que no tenía pensando dejar el trabajo?

Él no la creía. No había otra razón por la que hubiera querido reunirse con él.

—Lat corre mejor si trabaja contigo y quiero ir al Derby de Kentucky el próximo mayo sabiendo que lo va a dar todo. Traer a casa a un ganador del Derby es lo único en lo que mi abuelo y mi padre triunfaron y yo no.

—En mayo tendré otras cosas de las que ocuparme —dijo ella afligida.

—¿Qué? ¿Otras ofertas? Cielo, sé que recibes ofertas de otros entrenadores, pero te estoy pidiendo que no decidas nada todavía. Espera a que vuelva de California —la agarró por los hombros y la obligó a mirarlo—. No dejes que lo que sucedió hace unas semanas te haga abandonar Forrest’s Crossing. Le diré a Miguel que tú te ocuparás de Latitud.

—Hace seis semanas. Nada está yendo como esperaba.

Exhaló y se sentó.

—Ve a California, Jake. Tu familia te necesita. Hablaremos cuando vuelvas.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

LO último que J.D. esperaba ver cuando salió del restaurante eran dos cabezas castañas asomadas sobre la plataforma de su camioneta. La bolsa de papel con comida que tenía en la mano se le cayó y fue a parar al suelo.

Era el viernes de una larga y triste semana; había pasado una hora en un atasco para entrar en la ciudad y lo único que quería era una cena que no tuviera que preparar y dormir.

—Zach. Connor. ¿Qué estáis haciendo?

—Vamos a dar una vuelta —dijo Zach.

—Pero si no sabéis adónde voy.

—Vas a casa, ¿a que sí?

Jake se había llevado a los niños con él hacía menos de una semana y en ese espacio de tiempo los gemelos habían hecho toda clase de travesuras, desde pintarle las patas de rosa fosforito a una de las yeguas favoritas de Miguel hasta tirarse desde la ventana de su habitación utilizando sábanas a modo de paracaídas.

Pero aquélla era la primera ocasión en la que habían incluido a J.D. en una de sus trastadas.

—¿Acaso parece que yo viva aquí? —dijo ella señalando al pequeño restaurante donde había comprado la comida que ahora estaba en el suelo.

—Ésta no es su casa —le dijo Connor a su hermano—. Y me hago pis.

—Siempre te estás haciendo pis —murmuró Zach—. Le dije a Connor que no sabrías que íbamos aquí atrás y tenía razón.

—Tengo que llamar a vuestro padre.

—A Jake no le importará. Sabe que luego nos llevarás con él.

—Oh, ¿y cómo estás tan seguro de eso?

—Porque dijo que tú siempre haces lo correcto.

—¿Ah, sí? Salid —les ordenó.

Se sentía como una idiota por no haberse dado cuenta durante el trayecto de que los llevaba ahí atrás.

Los chicos bajaron y se pusieron a su lado. Connor recogió la bolsa del suelo, la abrió y echó un vistazo dentro.

—Tienes suerte de que no se haya volcado —le dijo el niño entregándole la bolsa—. ¿Eso son rollitos de primavera? —le preguntó con un gesto algo más avergonzado que el de su hermano.

—Sí. Entrad en el coche.

Esperó hasta que los gemelos estuvieron dentro y sacó el teléfono móvil y la tarjeta que Jake le había dado. Saltó el contestador, dejó un mensaje y marcó el número de la casa de Forrest’s Crossing.

A pesar de la hora que era, Mabel respondió.

—Lo siento, señorita Clay —le dijo Mabel—, pero el señor Forrest no puede ponerse al teléfono.

—Aún no ha salido de la ciudad, ¿verdad?

—No, está en la ciudad.

—Entonces querrá atender esta llamada. Se trata de sus hijos.

—Tal vez no me ha entendido. El señor Forrest no se encuentra disponible.

J.D. agarró el teléfono con fuerza.

—Los hijos del señor Forrest están conmigo. Estaban escondidos en la parte trasera de mi camioneta y no sé por qué, pero creo que eso sí que querría saberlo, Mabel. ¡Tal vez se pregunte dónde están cuando vea que no se sientan a la mesa para cenar!

—¡Dios mío! —exclamó la mujer con una actitud más suave—. Pero me temo que no está aquí. Salió hace unas horas.

J.D. se puso los dedos en la frente, estaba empezando a sentir un dolor punzante entre las cejas.

Los niños la miraban con los ojos como platos. Sacó el paquete de rollitos de primavera y se los dio a Connor junto con unas servilletas. Después, se dio la vuelta y bajó la voz.

—En ese caso, será mejor que se lo cuente a su tía —¡a alguien tendría que importarle dónde estaban los niños!—. Es hora punta. Voy a tardar más de una hora en llevarlos de vuelta a casa.

—Se lo diré ahora mismo. ¿De verdad que los gemelos se han escondido en su coche? El señor Forrest se va a disgustar mucho.

—Mañana me voy de la ciudad —dijo. No esperaba oír ninguna respuesta de la secretaria personal de Jake y por eso colgó y tiró el teléfono sobre el salpicadero—. Vamos —añadió dirigiéndose a los niños—. Podéis entrar al baño del restaurante —cerró la camioneta y los siguió hasta el restaurante.

Salieron del lavabo a los pocos minutos mirándolo todo, sin perder detalle del abarrotado y pequeño restaurante. El rostro de Connor reflejaba hambre.

—¿Os habéis lavado las manos?

—No somos niños de jardín de infancia.

Eso estaba muy claro. A pesar de tener nueve años, las miniaturas de Jake eran demasiado altas para su edad.

—Lo digo en serio. ¿Os habéis lavado las manos?

Connor se río mientras asentía.

Zach, sin duda el más displicente de los dos, volteó los ojos antes de asentir.

—Pues entonces vamos.

Cuando llegaron a la camioneta, el aparcamiento estaba abarrotado.

—Podéis comeros el resto —les dijo antes de arrancar.

Los niños no necesitaron que les insistiera y prácticamente rompieron la bolsa.

—¿Cuándo habéis comido?

—No hemos comido —respondió Connor, que no esperó a que su hermano abriera los cubiertos de plástico y sacó un pedazo de cerdo agridulce con los dedos.

Estaban engullendo la comida tan rápido que ella lamentó no haber parado para comprarles algo de beber. En esa ocasión no tenía la botella de agua que solía llevar siempre en el coche y el aire acondicionado apenas lograba calmar el calor en la carretera prácticamente colapsada.

—¿Siempre llamáis «Jake» a vuestro padre?

Connor miró en el interior de la bolsa de papel como si esperara que aparecieran más envases por arte de magia.

—Adam es nuestro padre.

—Lo era —le corrigió Zach, haciendo que a J.D. se le encogiera el corazón.

—Me he enterado de lo que pasó. Lo siento mucho.

Connor agachó la cabeza y se centró en el arroz.

—No pasa nada —dijo Zach.

—Creo que para mí sería algo terrible —les dijo con la mirada fija en la carretera.

—Pero eso es porque eres una chica —le respondió Zach mirando por la ventana—. Los chicos no nos disgustamos tanto como las chicas.

—Ah.

—¿Puedo encender la radio? —preguntó Connor, que parecía ansioso por cambiar de tema.

—Claro.

Los dos hermanos se echaron hacia delante y comenzaron a toquetear los botones mientras discutían sobre qué emisora dejar.

Aunque fueran chicos, no se diferenciaban tanto de como habían sido ella y su hermana Angeline de niñas. Habían discutido tanto como se habían reído, y cuando J.D. se había marchado a Georgia, Angeline la había seguido. Pero, en lugar de trabajar en un establo, ella era paramédico. Habían alquilado una casita y allí seguía J.D., después de que su hermana hubiera regresado a Wyoming para convertirse en la señora de Brody Paine.

Suspiró. Aún echaba de menos a Angel. Y ahora, más que nunca.

Cuando se detuvo fuera de la mansión, el sol casi se había puesto y el deportivo de Jake estaba aparcado delante de los escalones de mármol donde él esperaba.

—A juzgar por la expresión de vuestro padre, diría que le preocupa mucho lo que habéis hecho —y sonriéndoles, añadió—: Vamos.

—Parece muy enfadado —dijo Connor.

—¿Y qué va a hacer? ¿Mandarnos al colegio interno? Ya ha dicho que eso es lo que va a hacer —el niño se quitó el cinturón de seguridad y bajó del coche con gesto petulante.

—Gracias por la comida —le dijo Connor, que seguía a su hermano.

Desconcertada, J.D. no pudo más que asentir.

Podría haberse ido, pero esperó mientras los niños hablaban con su padre. Un momento después, cuando los gemelos cruzaron la ornamentada puerta de la entrada y Jake lanzó su mirada hacia ella, deseó haberse marchado antes.

Tragó saliva y bajó la ventanilla. Él asomó la cabeza y J.D. pudo oler el ligero y penetrante aroma que su mente había estado guardando desde aquella noche.

—No irás a mandarlos al colegio interno, ¿verdad?

—¿Cómo dices?

—Zach ha mencionado que tenías pensando enviarlos a casa, al colegio.

—Y tú no lo apruebas.

El repentino calor que sintió en la cara no tuvo nada que ver con el caluroso día.

—Lo siento. No es asunto mío.

Antes de que pudiera detenerlo, Jake había abierto la puerta.

—No sé, pero eligieron tu camioneta para esconderse. Tal vez eso hace que también sea asunto tuyo. Así que, sí. Mabel ya lo ha arreglado todo. La semana que viene volverán a aterrorizar los pasillos de Penley.

—Pero, Jake, aún siguen tristes por lo del accidente. Deberían estar con la familia. Si te preocupa que falten al colegio, apúntalos a uno aquí o contrata a un tutor ¡o haz algo!

—Estarán mejor en Penley que aquí conmigo y podrán visitar a su madre si vuelven al colegio. El ama de llaves de Tiff podrá llevarlos y traerlos. Fue Tiffany la que los matriculó en el colegio. Allí estarán a su lado y, además, un internado no tiene nada de malo. Yo fui a uno.

—¿Y te gustaba en los momentos en que no estabas llorando?

La indirecta pareció hacerle daño.

—Al menos así no harán más trastadas.

—Se encuentran mal y quieren llamar la atención.

—Siempre lo hacen, da igual si se encuentran bien o mal.

—¿Y no te preguntas por qué será?

—Sí —parecía enfadado—. Y cuando tengas hijos, tal vez podremos sentarnos los dos y resolver todos los misterios que traen con ellos.

¿Qué sabía ella sobre criar a un niño? Se sintió nerviosa.

—Lo siento. Y siento no haberme dado cuenta de que iban en la camioneta, no sé cómo ha podido pasar —pero sí, lo sabía. Estaba demasiado ocupada pensando en su problema como para fijarse en nada más. Se sonrojó más todavía bajo la fija mirada de Jake.

—Y yo siento que te hayan molestado. Entra en casa.

—No, de verdad —intentó cerrar la puerta—. Debería irme.

—¿Tienes planes?

—No… La verdad es que no.

—Connor me ha dicho que se han comido tu cena. Lo mínimo que puedo hacer es darte de comer yo a ti a cambio —quitó las llaves del contacto y la sacó a ella del coche, pero cuando J.D. pisó los escalones de mármol, retrocedió.

—Huelo a establo —la última y única vez que había estado dentro de la mansión había sido hacía dos semanas y se había asegurado de no oler ni a sudor ni a excremento de caballo. No era una reina de la belleza, ni mucho menos, pero sí que tenía su orgullo.

Entonces deseó no haber abierto la boca porque Jake bajó la cabeza hasta que ella prácticamente pudo sentir su respiración.

—Pues a mí me hueles bien —le susurró—, así que, ¿cuál es el problema?

—No hay ningún problema. Ninguno —respondió apartándose de él.

Aunque eso fue una gran mentira teniendo en cuenta que estaba embarazada de ocho semanas… y que él era el padre.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

CENAR en la mansión no fue tal y como J.D. se había esperado.

Estaban sentados en un elegante salón alrededor de una enorme mesa con un delicado mantel de lino, pero la cena no tuvo nada de formal.

Jake tenía una pila de papeles junto a su plato y estaba claro que no pensaba hacer ningún comentario sobre el comportamiento que habían tenido los niños esa tarde.

Zach y Connor también estaban sentados a la mesa, pero ya que la comida china había saciado casi todo su apetito, le prestaron más atención a las videoconsolas que tenían entre las manos que a la comida que la tía de Jake les puso delante.

Nerviosa, los miró a los tres. ¿Le prestaría tan poca atención a su futuro hijo como a los gemelos? ¿Haría que su secretaria lo gestionara todo para mandar a su hijo a un internado? Se sintió algo mareada y, sin importarle los modales, se bebió media copa de agua de un trago.

—¿Estás bien? Se te ve pálida.

—Estoy bien. Es sólo que ha sido un día largo.

—Es verdad.

Miró a los niños, que no habían despegado los ojos de los videojuegos. Susan se sentó a su lado.

—Deja esos papeles, Jake. ¿Qué clase de ejemplo les estás dando?

—Zach, Con, dejad de jugar —les dijo su padre, aunque no apartó los papeles. Se le veía cansado y estaba claro que las últimas semanas habían hecho mella en él.

Jake y J.D. se miraron, aunque poco a poco ella fue viéndolo todo borroso. Sentía que le faltaba el aire.

—¡Ey! —dijo de pronto Jake al levantarse de la silla y sujetarla antes de que cayera al suelo.

—¡Vaya! —oyó decir a uno de los niños.

—Tranquila —le dijo la voz de Jake al oído.

—¿Qué?

—Parecía que fueras a desmayarte.

Al sentir las manos de Jake sobre sus hombros, recordó aquella noche. La noche en la que habían concebido al bebé que ella pensó que jamás tendría.

—Lo siento.

—Toma —dijo Susan—. Dale un poco de agua.

Jake levantó la copa hacia los labios de J.D. y le hizo beber.

—Estoy bien.

—Toma, querida —Susan le acercó un plato de comida—. Come y te sentirás como nueva.

—Preferiría ir a refrescarme un poco —aún mareada, las náuseas la obligaron a ponerse de pie y a salir corriendo del salón.

Apenas había llegado al lavabo que había junto al vestíbulo de mármol cuando vomitó. Después, se aclaró la boca y se mojó la cara.

Era la primera vez que sentía náuseas y eso hizo que el embarazo le pareciera un poco más real. No supo si reír o llorar.

—¿J.D.? —la preocupación en la voz de Susan era evidente incluso desde el otro lado de la puerta—. ¿Necesitas algo?

J.D. se miró al espejo y pensó: «¿Un marido?».

—No —a sus treinta y un años estaba más que preparada para ser madre, pero ¿y para casarse?—. No gracias —le respondió mientras cerraba el grifo del agua. Al abrir la puerta, añadió—: Estoy bien. Es por el calor. Me está afectado más de lo habitual.

Susan no parecía convencida con la excusa, pero aun así dijo:

—Hoy hace un calor terrible. Espero que los gemelos se lo piensen mejor antes de cometer una travesura como la de hoy.

—¿Has vomitado? —le preguntó Zach en cuanto entraron en el comedor.

—Zach —le regañó Jake.

El niño se encogió de hombros y siguió comiéndose la tarta que tenía delante.

—¿Qué pasa? Era sólo curiosidad.

—A lo mejor tienes gripe —sugirió Connor—. Yo la tuve el año pasado y me perdí una semana entera de cole. Fue genial aunque tuviera que vomitar. ¿Ahora vas a echar de menos el trabajo?

—No tengo gripe y no tengo que faltar al trabajo.

—A lo mejor deberías —sugirió Jake—. Miguel me ha dicho que ha habido un virus por aquí. A lo mejor te has contagiado.

El virus que ella tenía no era precisamente contagioso, pero le sirvió como excusa.

—Puede que sí. Y eso significa que será mejor que me vaya antes de que os contagie a vosotros.

—Jake, no debería conducir —protestó Susan.

—No, de verdad…

—Mi tía tiene razón —Jake dejó su pluma en la mesa y se levantó—. Te llevaré a casa.

—¡No! —eso era precisamente lo que tendría que haberle dicho ocho semanas antes, en el establo—. De verdad, no es necesario. Estoy bien y tengo todo el fin de semana para descansar —añadió mientras se dirigía a la puerta—. Quédate aquí con tu familia y disfruta de la cena. Gracias.

Aunque resultara maleducada, necesitaba salir de allí. La tensión dentro de la mansión Forrest era palpable y, aunque sentía cierta compasión por los gemelos, ella no podía cambiar nada.

Ya había salido de la casa cuando Jake la alcanzó.

—Espera. Espera, J.D., por favor. Yo te llevo a casa. No estás en condiciones de…

Ella bajó los escalones corriendo.

—¡He dicho que estoy bien!

Jake la agarró por el brazo para detenerla.

—¿Te desagrado tanto ahora que no puedes soportar el ofrecimiento que te he hecho?

—Jake, no es buena idea, ¿de acuerdo?

—¿Por qué? Porque te da miedo que la gente pueda… ¿hablar?

—Tú estás en tu mansión mientras que yo estoy aquí abajo con media docena de tipos que se pasan el día cuchicheando. Lo último que necesito es que alguien me vea en tu coche.

—¿De qué estás hablando?

—Miguel cree que me hiciste encargada de Lat porque utilicé mis armas femeninas contra ti.

—Le dije que…

—No importa lo que le dijeras. No importa lo que digas. Juzgan en base a lo que ven y…

—Le dejaré las cosas claras a Miguel.

Ella no puedo evitar reírse, aunque la situación no tenía demasiada gracia.

—Cuanto más intentes arreglar la situación con Miguel, más va a pensar lo que ya piensa. Y la cuestión es que tiene razón. Me has hecho encargada de Lat porque… porque…

—Creí que eso ya lo habíamos dejado claro.

—Lo único que hicimos fue posponer el tema mientras te ocupabas del accidente de tu mujer.

—Ya te lo he dicho. Ex mujer.

—Eso no importa.

Todo lo que sucedía en el pequeño mundo de las carreras de caballos purasangre tenía que ver con la reputación. Lo único que tenía que hacer Miguel era gritar a los cuatro vientos que su ascenso se produjo por una relación personal con Jake y ya nunca volverían a valorarla por sus propios méritos.

—Si no importa, ¿a qué viene todo esto?

Independientemente de cómo reaccionara Jake cuando le comunicara lo del bebé, ella sabía que no podía continuar trabajando para él. Y gracias a los rumores que surgirían en torno a ellos, no podría volver a trabajar en ninguna parte. No, al menos, en el mundo de los caballos.

—No puedo seguir trabajando aquí, Jake. Lo siento —y era verdad.

—No quiero que te vayas.

—¿Por qué?

—Latitud corre por ti, J.D., y sabes cuánto quiero estar entre los ganadores del Derby el próximo mes de mayo.

Ella se enorgullecía de estar prevenida en lo que concernía a Jake, pero la punzada que sintió al oír eso fue mucho más aguda de lo que se habría esperado.

—Latitud corre porque le encanta, pero Miguel también tendrá preparado a Platino para el Derby de Kentucky. Tiene tantas oportunidades como Latitud y, además, aún quedan seis meses para que llegue. Dile a Miguel que le diga a su sobrino Pedro que lo ayude. He visto al chico. Lo hará bien. Y si Miguel no es bueno, ya encontrarás a alguien mejor.

—Ya lo he hecho —dijo él.

—No puedo quedarme, Jake.

—Por lo que te he hecho.

Ella cerró los ojos.

—Lo que hicimos.

Él se pasó las manos por el pelo y se frotó la cara.

—Pero debería haber sabido que eres la clase de mujer que probablemente piensa que debe casarse con el hombre con el que se acuesta, o que al menos tiene que estar enamorada de él.

Ella se cruzó de brazos.

—No seas ridículo.

Jake enarcó una ceja.

—¿Estás diciendo que no eres anticuada en lo que respecta al sexo? ¿Tú, que hacía tanto tiempo que no lo habías hecho?

—Pero eso no significa que sea una antigua.

—¿Entonces por qué demonios ya no puedes seguir trabajando aquí?

«Díselo».

Separó los labios, tenía las palabras en la punta de la lengua, pero después de haberlo visto con sus hijos…