Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Los trabajos reunidos en esta obra estudian la formación de nuevos órdenes agrarios que acompañó a la colonización cristiana de los territorios ibéricos conquistados a al-Andalus, desde finales del siglo XI hasta los inicios de la Época Moderna. La apropiación de los espacios agrarios creados por los musulmanes fue seguida por reorientaciones profundas que alteraron los ecosistemas agro-pastorales en función del éxito de las migraciones propiciadas por las conquistas y de los factores técnicos experimentados en las regiones de procedencia. Las distintas contribuciones comprenden visiones tanto del reino de Castilla como de la Corona de Aragón, pero a pesar de su diversidad, estas transformaciones comparten una lógica común, un «cambio de escala» determinado por criterios extensivos, que contrasta con el carácter intensivo de los espacios agrarios andalusíes y el sentido del límite que subyace en su concepción.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 679
Veröffentlichungsjahr: 2020
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
TRIGO Y OVEJAS
EL IMPACTO DE LAS CONQUISTASEN LOS PAISAJES ANDALUSÍES
(SIGLOS XI-XVI)
TRIGO Y OVEJAS
EL IMPACTO DE LAS CONQUISTASEN LOS PAISAJES ANDALUSÍES
(SIGLOS XI-XVI)
Josep Torró, Enric Guinot, eds.
Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.
© de los textos: los autores 2018
© de esta edición: Universitat de València, 2018
Coordinación editorial: Maite Simon
Maquetación: Celso Hernández de la Figuera
Diseño de cubierta: Celso Hernández de la Figuera
Corrección: Pau Viciano
ISBN: 978-84-9134-355-4
ÍNDICE
PRESENTACIÓN, Josep Torró, Enric Guinot
1. Espacios agrarios en el Bajo Ebro en época andalusí y después de la conquista catalana (siglos XI-XIII), Helena Kirchner, Antoni Virgili
2. Feudalización y cambio ecológico en el sector oriental de la Extremadura castellana: poblamiento y paisaje en los territorios de Atienza, Sigüenza y Molina (siglos XI-XIII), Guillermo García-Contreras Ruiz
3. Modelos agrarios en Extremadura. Entre el islam y occidente, Julián Clemente Ramos
4. La transformación de los paisajes rurales en el valle del Guadalquivir tras la conquista cristiana (siglo XIII), María Antonia Carmona Ruiz
5. La construcción de nuevos espacios agrarios en el siglo XIII. Repartimientos y parcelarios de fundación en el Reino de Valencia: Puçol y Vilafamés, Enric Guinot Rodríguez
6. «Por donde jamás habían sido conducidas aguas». La transformación agraria del marjal norte de la Albufera de Valencia (siglos XIII-XV), Josep Torró, Ferran Esquilache
7. Los paisajes rurales en las comarcas gaditanas: transformaciones y permanencias. Interacción entre sociedad y medio ambiente, siglos XIII al XV, Emilio Martín Gutiérrez
8. Los campos de los moriscos y de los castellanos de Igualeja, Serranía de Ronda (Málaga), siglo XVI, Ignacio Díaz, Esteban López, Félix Retamero
PERFIL DE LOS AUTORES
PRESENTACIÓN
Entre finales del siglo XI y finales del XV, los reinos cristianos de la península Ibérica protagonizaron un largo proceso de ampliación territorial a costa de al-Andalus. Aunque los conflictos armados entre monarquías y bandos nobiliarios de dichos reinos marcaron la progresiva construcción política de los mismos, lo cierto es que por diversas razones, en buena medida también ideológicas, es el ámbito de la conquista exterior el que ha despertado más la atención, el interés y, sin duda, también la diversidad de lecturas historiográficas sobre su significado a lo largo del tiempo. Esa búsqueda de la peculiaridad, con todo, no debe hacernos olvidar que la expansión de la sociedad cristiana ibérica no fue un hecho excepcional, sino una de las manifestaciones de la dinámica de ensanchamiento de las fronteras de la Cristiandad latina en esa misma época.
Lo cierto es que la expansión militar sobre al-Andalus conllevó la reproducción de las relaciones sociales feudales sobre dichos territorios, así como la configuración de nuevas formas de distribución poblacional y ocupación del espacio, en el marco de una amplia migración de todo tipo de personas y familias al calor de las guerras de conquista. Con todo, lo que historiografías más tradicionales dieron en llamar la «repoblación», resultó ser un proceso histórico de varios siglos, bastante más complejo en todos sus aspectos. Se repartieron tierras y casas, pero también se fundaron pueblas y villas; se crearon señoríos y se generalizó la condición de vasallos fuera de las villas reales; se erigieron parroquias y se estableció la red de obispados, no sólo con funciones religiosas sino también fiscales. Más bien a partir del siglo XIII se instauraron las estructuras del poder real y los gobiernos urbanos, en algunos reinos incluso anteriormente. También mercados y ferias se fueron generalizando, así como las tiendas y los talleres artesanales.
Las investigaciones han mostrado cierta preferencia por el problema de los repartimientos y el asentamiento de los «repobladores», los migrantes cristianos de diversas clases sociales. No cabe duda de que la transferencia de tierras y espacios residenciales andalusíes a los colonos y la aparente pervivencia de los ámbitos de habitación, tanto en las implantaciones cristianas como en los lugares donde permanece la población musulmana, han propiciado que se generalizase durante bastante tiempo una imagen de continuidad entre las formas de asentamiento y ocupación del espacio anteriores y posteriores a las conquistas. Pero no ha sido éste el único motivo. No se puede ignorar el peso de las interpretaciones ideológicas relacionadas con la persistencia milenaria de una sociedad «española», «andaluza» o «valenciana», así como su variante cristiano-católica, que han jugado con fuerza en la historiografía tradicional para resaltar la idea de fuerte continuidad y escasa ruptura entre la sociedad de los vencedores y la de los vencidos. Tampoco ciertas visiones producidas, fundamentalmente, desde el ámbito anglosajón, en las que las transformaciones cristianas quedarían mitigadas por el pragmatismo latente en los tratados de rendición, la pervivencia de instituciones, las prácticas de irrigación...
No vamos a considerar ahora estas cuestiones, pero sí queremos recordar el cambio de perspectivas que, tanto sobre la sociedad andalusí como sobre los efectos de la conquista cristiana de Valencia, representaron los estudios de Pierre Guichard durante los últimos treinta años del siglo XX. El trabajo del historiador francés no sólo estableció las profundas diferencias en las formas de organización social del mundo andalusí en general, sino que también dejó fuera de lugar las ilusiones continuistas en materia de asentamientos y organización del espacio, propiciando una sustitución de las bases conceptuales con que debía plantearse el problema de la colonización cristiana. En esa misma dirección debemos también resaltar la importancia, desde ámbitos diferentes, de la trayectoria de los profesores Miquel Barceló y Thomas F. Glick. El primero, más preocupado por la caracterización del campesinado andalusí a partir del análisis de la organización de les espacios irrigados, de los asentamientos rurales y de los procesos de trabajo, con una atención muy especial al fuerte papel estructurante del parentesco. El segundo, partiendo del estudio de la organización social del regadío valenciano de la baja Edad Media para llegar a una obra de referencia como lo es Paisajes de conquista, dedicada a la comparación de los dos sistemas de organización social del espacio en la sociedad andalusí y la sociedad cristiano-feudal de la península Ibérica medieval.1
Los trabajos presentados en esta compilación parten del planteamiento historiográfico de que la colonización cristiana de los territorios ibéricos conquistados de al-Andalus entre los siglos XI y XV no se limitó a prolongar la utilización de los espacios agrarios ocupados a los musulmanes, sino que la apropiación fue seguida por cambios profundos en las formas de gestión que, eventualmente, condujeron al abandono y, en otros casos, por el contrario, a una rápida ampliación, dependiendo del éxito de las migraciones que siguen a las conquistas. Por otra parte, todo proceso de colonización se funda en saberes prácticos adquiridos a través del manejo adecuado de muchos factores técnicos y, por tanto, ampliamente experimentados en los medios ecológicos de procedencia. Las cuestiones que permitirían explicar las opciones de los nuevos pobladores y evaluar el alcance de la transformación deben, necesariamente, partir de esta consideración, raramente tenida en cuenta.
Es en este contexto donde deben situarse las aportaciones reunidas en el presente libro, concebido originalmente como uno de los resultados del proyecto de investigación «Modificaciones del ecosistema cultivado bajomedieval en el reino de Valencia» (HAR2011-27662), desarrollado entre los años 2012 y 2015, pero que finalmente ve la luz en el marco del proyecto «Crecimiento económico y desigualdad social en la Europa mediterránea (siglos XIII-XV)» (HAR2014-58730-P).2 El fondo común de los trabajos se identifica con el estudio del reordenamiento de los espacios de cultivo y las operaciones de agrarización que siguieron a las conquistas de al-Andalus, desde mediados del siglo XI hasta los inicios de la época moderna y aún en el paso a la primera época de la colonización hispánica en tierras americanas. Hay, por tanto, una voluntad de tratar el problema desde una perspectiva de la larga duración y sobre una diversidad de territorios de la península Ibérica, aunque no haya sido posible reunir un elenco más completo de investigaciones. Pese a todo ello, el conjunto de trabajos ofrece bastante representatividad, en cuanto presenta una variedad notable de casos, tanto en el arco cronológico como en el espacial.
El título del libro, Trigo y ovejas, pretende evocar, ante todo, las principales producciones de los ecosistemas configurados tras las conquistas y, de este modo, poner de relieve que la agricultura y la ganadería empiezan a organizarse a una escala de magnitud superior, orientándose hacia especializaciones capaces de satisfacer las exigencias de la renta señorial e, indirectamente, el aprovisionamiento de las ciudades y de los mercados interregionales. La lana y el cereal también pueden simbolizar las diferencias en los ritmos de colonización entre los reinos occidentales y orientales de la península. En el primer caso, la escasez inicial de pobladores, unida a la amplitud geográfica y las condiciones ambientales de los espacios capturados, favorecerá el desarrollo de opciones pastoralistas que contrastan con los procesos de transformación agrarias que en las regiones mediterráneas siguen más de cerca a las operaciones militares.
Las contribuciones reunidas, en efecto, comprenden visiones tanto de los reinos castellano y leonés en sus ámbitos de expansión a partir del siglo XI–esto es, las regiones del norte de la actual Castilla la Nueva, Extremadura y Andalucía–, como del sur de Cataluña y Valencia en el marco de la Corona de Aragón. Conviene indicar que hemos decidido, finalmente, un orden de presentación cronológico frente al «político» de los diversos reinos medievales ibéricos. Nos parece relevante, en cierta manera, superar la visión «institucional», atendiendo a que, pese a tratarse de una variable a considerar, en realidad el objeto de estudio se inscribe en las dinámicas de expansión de la sociedad cristiano-feudal en su conjunto (con todas las peculiaridades que se quiera sobre la especificidad de cada uno de los países ibéricos) y la confrontación de dos sistemas sociales en tanto que ecosistemas.
Por todo ello, el libro se inicia con tres aportaciones sobre los procesos de ocupación, reparto y reorganización de los espacios rurales en el periodo de la plena Edad Media, siglos XI-XIII, el marco de la gran expansión agraria y colonizadora de Europa occidental, con aspectos tan llamativos y característicos como lo son las roturaciones y la fundación de nuevas poblaciones, que también se materializan en la península Ibérica. Es ahí donde se inscribe el texto de Helena Kirchner y Antoni Virgili sobre el Bajo Ebro y la región de Tortosa a partir de la conquista catalana de 1148 y los cambios producidos a raíz de la ocupación y reorganización del espacio. Combinando los datos arqueológicos con los de la documentación escrita, los autores identifican los principales rasgos de la intervención colonizadora sobre un paisaje de espacios irrigados discontinuos, alimentados fundamentalmente por agua de norias, a los que en pocas décadas se agregan las áreas pantanosas circundantes, imponiéndose una marcada orientación cerealista y vitivinícola con la consiguiente proliferación de complejos molinares asociados a largas canalizaciones. Roturaciones y desecación de espacios encharcados al servicio de la expansión del cereal son, también, los fenómenos identificados en el trabajo realizado por Guillermo García-Contreras sobre el caso del sector oriental de la Extremadura castellana (entornos de las localidades de Atienza, Sigüenza y Molina de Aragón en la actual provincia de Guadalajara), aunque asociados a una creciente importancia de la ganadería en lo que el autor considera un «cambio de escala» en la gestión del espacio. En el mismo sentido, refiriéndose a la actual región de Extremadura, Julián Clemente Ramos muestra la «sucesión de dos modelos agrarios contrapuestos»: el andalusí, de carácter circunscrito e intensivo, frente a los criterios extensivos y roturadores implantados tras la conquista.
Los tres siguientes capítulos se centran en el periodo histórico inaugurado con las grandes conquistas sobre al-Andalus en el siglo XIII. En él se encuadra la síntesis de María Antonia Carmona Ruiz sobre la transformación de los paisajes rurales en el valle del Guadalquivir, cuyo aspecto más destacable es la despoblación y el abandono de tierras cultivadas que sigue a la conquista castellana. Este hecho tiene como consecuencia una considerable recuperación de los ecosistemas naturales que favorece la expansión ganadera, por lo que la colonización sistemática debe esperar al Cuatrocientos y al fin de la frontera con Granada. El retraso del proceso colonizador de la Andalucía bética contrasta con la celeridad del que tiene lugar en el reino de Valencia. Lo comprobamos en la aportación de Enric Guinot Rodríguez sobre las consecuencias de los repartimientos en la construcción de nuevos espacios agrarios, elaborada a partir de dos ejemplos concretos: el de la localidad de Puçol en la Huerta de Valencia, y el de la villa de Vilafamés en una región de secano como es el Maestrat de Castelló. Por su parte, el texto de Josep Torró y Ferran Esquilache, complementa, en el contexto valenciano, la diversidad de transformaciones de espacios rurales con el caso de la desecación y puesta en cultivo de las franjas pantanosas alrededor del lago de la Albufera de Valencia. El estudio se prolonga en el tiempo planteando una cuestión que también es tratada en el trabajo de García-Contreras, como lo es la de la precariedad de algunas de las tierras ganadas, que se pone de manifiesto con los efectos de la crisis demográfica del siglo XIV, y la subsiguiente recomposición de los ecosistemas cultivados sobre unas bases menos frágiles.
Más centrados en los siglos finales de la Edad Media se hallan los dos últimos capítulos. El de Emilio Martín Gutiérrez examina la evolución de los paisajes rurales de la región de Cádiz, donde se reproduce el escenario –descrito por Carmona– de escasez de pobladores tras la conquista del valle del Guadalquivir. La explotación extensiva del territorio se pone en práctica, pues, entre los siglos XV y XVI, sobre todo mediante la expansión del viñedo y el olivar, acompañada incluso de la fundación de villas. Finalmente, el trabajo de Félix Retamero, Ignacio Díaz y Esteban López aborda una cuestión de particular interés como lo es la gestión diferencial de espacios agrarios compartidos entre moriscos y colonos cristianos en el siglo XVI, a partir del análisis de un caso local en la Serranía de Ronda, Málaga.
Como decíamos más arriba, dentro de la diversidad de casos, cronologías y geografías ibéricas, existen hilos conductores que conectan los diferentes estudios y permiten entender procesos del mundo rural que fueron de larga duración. Facilitan, también, una mejora de nuestras posibilidades de comprensión de las consecuencias de la larga expansión cristiano-feudal europea en esta región meridional ibérica, con todas las singularidades derivadas del hecho de producirse sobre un medio humano y agrario configurado por lógicas sociales extrañas a las de los vencedores.
Josep TorróUniversitat de València
Enric GuinotUniversitat de València
1. Editado por Publicacions de la Universitat de València en 2007. Se trata de la versión en castellano, ampliamente corregida y modificada, de From Muslims fortress to Christian castle. Social and cultural Change in medieval Spain, Manchester, Manchester University Press, 1995.
2. Financiados por el Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España.
1. ESPACIOS AGRARIOS EN EL BAJO EBRO EN ÉPOCA ANDALUSÍ Y DESPUÉS DE LA CONQUISTA CATALANA (SIGLOS XI-XIII)*
Helena KirchnerUniversitat Autònoma de Barcelona
Antoni VirgiliUniversitat Autònoma de Barcelona
La ciudad andalusí de Madîna Ṭurṭûša capituló ante las huestes del conde de Barcelona, el Común de Génova y otras fuerzas aliadas en diciembre de 1148, tras seis meses de asedio. La conquista supuso la puesta en marcha de un proceso de colonización de la región que generó la redacción de centenares de documentos.1 La mayor parte de estas escrituras reflejan alienaciones de inmuebles y contienen información relevante sobre la ciudad, los asentamientos rurales y el espacio agrario que encontraron los conquistadores (ubicación de parcelas, cultivos, lugares de residencia, caminos, acequias, molinos, pozos, norias, etc.), y también sobre las modificaciones introducidas por ellos a lo largo de las décadas siguientes.2 La abundante información de los textos, conjuntamente con la prospección arqueológica, la toponimia y la arqueología hidráulica ha permitido establecer con precisión el mapa de los asentamientos, distribuidos a ambos márgenes del Ebro. Concretamente, la investigación realizada para identificar los espacios de cultivo, mediante los métodos de la arqueología hidráulica (Barceló, Kirchner y Navarro, 1995; Glick y Kirchner, 2000), la confección de mapas detallados de los parcelarios y la interpretación de estos mediante la contrastación con la información documental, los análisis derivados de los métodos de la geoarqueología, la carpología y las dataciones radiocarbónicas ha permitido una reconstrucción bastante ajustada del paisaje agrícola de la región (Kirchner, Virgili y Antolín, 2014; Alonso, Antolín y Kirchner, 2014; Puy et al., 2014; Kirchner, Virgili y Puy, en prensa; Kirchner et al., 2016). Así mismo, se ha realizado un estudio detallado de la trama urbana de la ciudad andalusí y las modificaciones realizadas a raíz de la conquista a partir de los restos arqueológicos, arquitectónicos, de la morfología de la trama urbana actual y la documentación escrita (Kirchner y Virgili, 2015).
1. LOS ASENTAMIENTOS RURALES
1.1 Las referencias documentales y la toponimia
La mayor parte de los asentamientos y topónimos documentados se alineaban a ambas orillas del Ebro. En algunos casos, es difícil de determinar su entidad puesto que la documentación apenas los describe. La terminología utilizada para definirlos es «lugar» (Som, Tivenys, Bítem, Arram, Aldover, Labar, Bercat, Vila-roja, Palomera, Raval, Castellnou, Algezira Mascor, Alcántera, Beniguerau, Fazalfori, Vinallop, Mianes), «villa» (Benifallet, Aldovesta, Som, Tivenys, Bítem, Xerta, Aldover) o «almunia» (la Aldea y el Antic). Sin embargo, la mayoría de documentos no califican el topónimo; sencillamente se localiza el inmueble objeto de transacción con la fórmula in o apud seguida del topónimo. A menudo se califica indistintamente de «lugar» y de «villa» el mismo topónimo. El uso del vocablo «villa» suele ser tardío en relación a los prime-ros documentos, ya de finales del siglo XII o principios del XIII. Ambos, lugar y villa, podrían designar formas de poblamiento concentrado, a pesar de ser, en algunos casos, muy pequeños. Así puede interpretarse a partir de referencias a casas, mezquitas o necrópolis y sepulturas.3 Se mencionan también «términos» en relación a lugares que en algún momento son calificados de castrum o castellum (Quart, la Aldea, Xalamera, Som, Castellnou, Amposta). Algunos asentamientos han permanecido como núcleos habitados y han mantenido el topónimo (Benifallet, Tivenys, Bítem, Quint, Aldover, Xerta, Vinallop, Amposta). Otros pueblos de formación más moderna podrían haber ocupado espacios de habitación abandonados, de los cuales no ha perdurado el topónimo (Jesús, Roquetes, Raval de Cristo que sustituyen probablemente Palomera, Vila-roja y Raval), puesto que están situados en puntos elevados de la terraza fluvial y muy cercanos a los espacios de cultivo identificados. Otros topónimos han perdurado en masías que son mencionadas como mansi en la documentación de los siglos XII y XIII (Arram, Xalamera, Mianes), o se ha perdido el topónimo pero han podido ser situados con precisión (Labar, o Llaver, en la torre de Corder y el yacimiento de Casa Blanca, Bercat en la torre del Prior, Aquilen o Aguilen en Campredó), o de manera más aproximada (Algezira Mascor, Alcántera, Beniguerau, Fazalfori, Quart). Estos últimos están situados alrededor de la desembocadura del barranco de Sant Antoni y en la confluencia del antiguo camino de Valencia.
Buena parte de esta toponimia se ha identificado con topónimos árabes descriptivos o bien, alguno de ellos, como topónimos de origen clánico. Algunos hacen referencia a las estructuras hidráulicas. Labar sería la forma plural, al-âbâr (pl. de bi’r, «pozo»); Bercat proviene de birka («balsa» o «safareig»,4 en la documentación latina); Burjasénia és claramente burj as-sâniya; burj se traduce habitualmente como torre, pero también puede tener el significado de «casa de campo», por lo que el significado podría ser «torre o casa de la noria».5 Otros hacen referencia a las riberas fluviales: las algeziras (al-jazîra, «isla») son islas fluviales, no necesariamente rodeadas de agua completamente; Xerta podría derivar de šarṭa («meandro»); Aldover podría provenir de al-duwwar («lugarejo»), pero también se puede relacionar con al-dawwâra («meandro») que da Aldovara (Cáceres), y también podría estar vinculado a la ganadería, como Zocodover (Toledo) (sûq al-dawâb, «mercado de animales») (Corriente, 1977: 26, 33, 67); Tivenys podría ser tibbin («serpiente, cono de agua») o tib («río o riachuelo»). Algunos topónimos se pueden relacionar con reduplicaciones de nombres: el río Baytâm (Tobna, Algeria), daría Bítem, y Mayâniš (al-Mahdiyya, Túnez), sería el origen de Mianes. La Aldea se relaciona habitualmente con ḍay‘a («lugarejo, pueblo», «granja, finca»). No obstante, no se puede descartar dayah, que en Marruecos designa «lago, estanque», «agua estancada entre canales o acequias», significado que, en el contexto donde se encuentra la Aldea, rodeada de aguazales, sería coherente. Fazalfori vendría de faḥṣ al-hurî («campo del granero»). Como topónimos clánicos tenemos Vinallop (Banû Lubb), probablement bereber, Beniguerau y Benifallet, no identificados (Barceló, 1987; Barceló coord., 1999). Quart (o Quarto) y Quint (o Quinto y Chint) podrían tener relación con la vía romana, indicando miliarios (Pallí, 1981: 358; Arrayás, 2005: 387-397).
La red de caminos se menciona a menudo en la documentación. Todos los asentamientos de ribera estaban comunicados por sendas vías públicas de recorrido paralelo al río. Se documentan pasos de barca para atravesar el Ebro en Tortosa, Benifallet, y probablemente, Amposta. La vía pública del margen izquierdo del río era conocida, a partir de Tortosa dirección norte, como vía de Benifallet, y dirección sur, como camino de Camarles o de la Aldea. En el margen derecho, la vía hacia el sur era llamada camino de Valencia, que a la altura de Vinallop se bifurcaba: un ramal seguía el curso del río hasta Amposta, mientras el otro ascendía hacia el altiplano para seguir en dirección a Ulldecona. La antigua vía Augusta procedente de Tarragona se dividía en el Perelló. Un ramal se dirigía hacia Tortosa por el Coll de l’Alba, mientras el otro iba paralelo a la línea de costa enlazando los núcleos litorales hasta llegar al Ebro (Morote, 1979: 150-151). Los asentamientos y la toponimia documentada, así como los escasos yacimientos arqueológicos localizados se alinean a lo largo de estas vías o a poca distancia de ellas.
1.2 Los yacimientos arqueológicos
El registro de yacimientos arqueológicos es relativamente escaso, en comparación con la toponimia documentada. Muchos de los asentamientos han quedado probablemente cubiertos por las tramas urbanas de las actuales poblaciones. Sin embargo, a lo largo de las vías de comunicación y en estrecha relación con los espacios de cultivo se conservan todavía algunos yacimientos islámicos identificados, casi siempre, por hallazgos cerámicos de superficie, algunos muros y algunos silos.
En el margen izquierdo del Ebro solo hay restos significativos en el Coll de Som, donde se ha encontrado abundante cerámica en superficie, y se observan muros que se pueden atribuir al período andalusí. No obstante, la localización en este punto elevado y de difícil acceso parece identificarse más con un punto de vigilancia que con un asentamiento. Un documento lo menciona como castellum Summum, donde habría habido un pequeño huerto con olivos (año 1163, DCT: 134), y por tanto, el lugar se distingue claramente de lo que habría podido ser un asentamiento habitado en la llanura de Tivenys, en su extremo norte, donde se concentraban las parcelas atribuibles a este asentamiento. En esta zona no se han hallado restos debido a la intensa transformación reciente de la vertiente con medios mecánicos, convertida en terrazas para albergar el cultivo de cítricos6.
En el Mas del Bisbe se conserva aún una capilla gótica construida durante el episcopado de Arnau de Jardí (siglo XIV) y dos torres con base de sillares tallados y alzado de tapia que requieren un estudio pormenorizado antes de proponer una cronología. En un campo adyacente al complejo arquitectónico actual, los aparceros que explotan las tierras han detectado la existencia de estructuras que, por la descripción que hacen, podría tratarse de silos. El topónimo actual y su emplazamiento pueden relacionarse con la donación que hizo, en 1154, el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV al obispo Gaufred y a la Catedral de Tortosa de un campum de Bitem quod in tempore sarracenorum fuit regis (DCT: 47), confirmada por el papa Adrián IV en 1156 (hospicium et campum de Bitem, DCT: 52; 64). También, en estas fechas, un tal Gandulfo Carbonera, genovés, donó al obispo y a la sede lo que tenía in campum de Bitem qui fuit regis. A su vez, lo había recibido del conde de Barcelona y estaba situado al sur de la posesión episcopal, lindando con la vía pública de Benifallet al este, con el Ebro, al sur y oeste, y con las tierras del obispo y la catedral, al norte (DCT: 56). Las afrontaciones son coherentes con la actual propiedad del obispado, el Mas del Bisbe, justo al sur del pueblo de Bítem. Con la donación de Gandulfo se completaba un espacio homogéneo en poder de la sede de Tortosa, el mansum del obispo, mencionado de esta manera en diversos documentos de donación a censo de las parcelas que lo formaban.
Al sur de Tortosa, en el cerro donde se levanta una torre del orden del Temple conocida con los nombres de Torre de la Llotja y Casa del Prat, probablemente del siglo XIV, hay abundantes fragmentos de cerámica andalusí en superficie, un muro que delimita la colina en parte, así como alineaciones de piedras en la vertiente de levante.
En la torre de la Aldea, excavaciones relativamente recientes permiten dar sentido a hallazgos antiguos, como un miliario romano, señalando un probable hito de la Vía Augusta, que coincide con el eje viario documentado en la Edad Media (Rams y Pérez, 2010). La excavación ha documentado una ocupación romana del siglo I dC que se prolonga hasta los siglos IV y V dC. Superpuesta, se ha identificado la fase islámica sin precisar, por ahora, las cronologías. Esta fase está constituida por una fortificación que aprovecha en parte las estructuras romanas y que consiste en un edificio cuadrangular de grandes dimensiones (15 x 24,5 m) con muros de 1,5 m de grosor, en torno al cual parece que habría silos y estructuras más propiamente de habitación que no han podido ser excavadas. Posteriormente a la conquista cristiana se mantuvo la ocupación y se levantó encima de estas estructuras una torre de planta circular (Rams, Pérez 2010). Finalmente, en el manso del Antic se encontró un solo fragmento de cuello de olla andalusí; existe, en cambio, un yacimiento romano de una cierta entidad.
En el margen derecho del Ebro hay más densidad de hallazgos. El promontorio llamado Puig de la Caldera de l’Arram debió ser el asentamiento andalusí del lugar de l’Arram, si tenemos en cuenta la cantidad de fragmentos de cerámica en superficie y las alineaciones de piedras que delatan la existencia de muros. El cerro fue cortado por el lado del río, a levante, y por el paso de la actual carretera, a poniente, circunstancia que impide tener una visión global del yacimiento. Solo la prominencia del lugar justifica que fuera calificado de castellum en un documento del año 1196, en el que se reconocían los derechos del monasterio de Poblet en Xerta y en el castello Alaran (CP: 186).
En Xerta, la existencia de restos arqueológicos (cerámica, silos) en dos puntos elevados situados justo en el límite de la llanura aluvial (Arenalets y finca catastral 43053A01800203, parcela 203) indica que el actual emplazamiento del pueblo es posterior. Al norte de la torre de Corder (Labar, Llaver), coincidiendo con los restos romanos de la masía de la Casa Blanca (Revilla, 1998), hay cerámica andalusí en abundancia.
Al sur del Raval de Cristo y sobre la terraza fluvial hay un yacimiento arqueológico andalusí de una cierta entidad (Racó d’Omedo). Está situado en una plataforma que sobresale de la terraza fluvial cerrada por un muro de tapia de dimensiones considerables. Se encuentran abundantes restos de cerámica en superficie, mayoritariamente, de los siglos XI y primera mitad del XII. En la desembocadura del barranco de Sant Antoni se encuentra el yacimiento del Pla de les Sitges (mas de Xies), sobre la terraza fluvial,7 En el Mas de Giner, ligeramente al sur, también se han encontrado silos con materiales andalusíes.8 Estos asentamientos se pueden relacionar con diversos topónimos de la zona: Beniguerau, Algezira Mascor, Alcàntera, Fazalfori o Quart. Las lindes de las parcelas documentadas permiten situarlas en la desembocadura del mencionado barranco o algo más al sur.
Junto a Amposta, en el Molinàs, se han hallado enterramientos andalusíes (Bosch, Faura, Villalbí, 2004). Por su parte, el castillo andalusí de Amposta ha sido bien documentado en excavaciones que han permitido fechar algunos muros andalusíes en la segunda mitad del siglo XI (Villalbí, Forcadell y Artigues, 1994).9
Estos emplazamientos siguen pautas similares. La mayoría de lugares de asentamiento y de espacios de cultivo se sitúan por encima de la zona inundable determinada en los mapas de riesgo de inundación de la Agència Catalana de l’Aigua, en especial la que corresponde a períodos de retorno de 50 años. Los lugares escogidos para las zonas de residencia se encuentran o bien en el margen de la llanura fluvial (Benifallet, Tivenys, Bítem, el mismo perímetro medieval de la ciudad de Tortosa, Aldover, yacimiento de Casa Blanca, Vinallop); o bien en áreas ligeramente elevadas con respecto a la llanura, aprovechando pequeños cerros (yacimientos de la Caldera de l’Arram, Arenalets, finca catastral 43053A01800203, Amposta), o bien sobre la terraza fluvial, en puntos donde esta forma espolones avanzados sobre la llanura fluvial (yacimientos del Racó d’Omedo y del Pla de les Sitges). Todos quedan espacialmente vinculados a las áreas de cultivo, las cuales han podido ser delimitadas. Por este motivo, se puede proponer que los emplazamientos actuales de Jesús, Roquetes y Raval de Crist hubieran podido ser asentamientos andalusíes: se sitúan sobre los espolones que forma la terraza fluvial, excavada por barrancos que proceden de las montañas de Els Ports y en los flancos de los espacios de cultivo documentados y reconstruidos mediante el trabajo de campo y la prospección. Finalmente, los emplazamientos del extremo meridional de la ribera fluvial, alineados justo donde empieza el delta (Camarles, el Antic, la Granadella, la Aldea, Burjassénia y Candela), estaban situados en pequeñas elevaciones del terreno o afloramientos rocosos en una zona de marjal y aguazales denominada el Prat (Prado) de Tortosa en los documentos, y que cubría desde el sur de la ciudad hasta la línea de costa a lo largo de ambas orillas del Ebro (fig. 1).
Fig.1. El Bajo Ebro: asentamientos y espacios de cultivo.
2. LOS ESPACIOS DE CULTIVO
El cauce del río era mucho más amplio y disperso que en la actualidad. La progresiva conquista de terreno cultivable ganado a la orilla y la regulación del caudal del Ebro han posibilitado estabilizar sus márgenes y añadir extensas franjas cultivables en ambas orillas que se pueden reconocer por sus parcelarios ordenados en campos alargados perpendiculares al río, a menudo con canales de drenaje activos, como en la llanura de Castellnou, o la de las Arenas. En las fotografías aéreas se perciben límites parcelarios redondeados, paralelos al río, que fosilizan antiguos márgenes fluviales. La documentación escrita, el análisis de la morfología de los parcelarios y la pros-pección sobre el terreno son tareas fundamentales para poder identificar cuáles eran los espacios cultivados y su distribución a lo largo de las dos orillas y en relación a los asentamientos.
2.1 Los espacios de cultivo vinculados a los asentamientos rurales
Los espacios de cultivo constituyen conjuntos de parcelas compactos, adyacentes a los núcleos de residencia, dispuestos a lo largo de las vías de comunicación que se disponen de norte a sur, paralelas al Ebro. La mención del río y la vía de comunicación principal (via publica) en los lindes este y oeste, según el margen donde se encuentre la parcela, indican que el cauce era mucho más ancho y disperso que en la actualidad y, en consecuencia, el espacio cultivable de la llanura fluvial era mucho más estrecho. Los conjuntos de parcelas se situaban en puntos donde el terreno quedaba ligeramente más elevado respecto a la orilla fluvial. La vía de comunicación, que también pasaba por esos terrenos más elevados y unía los diferentes asentamientos, atravesaba los parcelarios, puesto que se documentan parcelas situadas a ambos lados. En los lindes de las parcelas, además, se puede apreciar que unas eran contiguas a las otras formando agrupaciones homogéneas.
En cambio, la falta de contacto entre parcelas asociadas a asentamientos vecinos indica que se trataba de parcelarios discontinuos, sin tocarse entre sí, y entre ellos existían espacios yermos o aguazales fluviales. Los parcelarios estaban situados, al igual que las áreas de residencia, en las zonas de ribera de cota ligeramente más elevada y que podían quedar al margen de las crecidas del río. Actualmente, coinciden en general con los límites de riesgo de inundación calculados por frecuencias de retorno de 50 años, según la Agència Catalana de l’Aigua. Ello no descarta que estos espacios no pudieran ser excepcionalmente afectados por inundaciones.
Otro factor común a estos parcelarios es su localización junto a la desembocadura de los barrancos. Es, justamente, en estos puntos donde la acumulación de sedimentos aportados por los torrentes ha creado pequeñas islas de terreno ligeramente elevadas por encima de la cota fluvial. El método hidráulico mayoritario de captación de agua eran pozos equipados con norias, esporádicamente mencionados en la documentación.10
Las algeziras de la documentación, se refieren a espacios que estaban claramente rodeados de estanques y, en parte, por el cauce del río. La documentación parece indicar que tenían un aprovechamiento silvo-pastoral pero también de cultivo puesto que se mencionan árboles y parcelas desde fechas muy tempranas. Sus lindes, además, no parecen indicar una contigüidad respecto a los parcelarios adyacentes a los núcleos habitados y en las áreas de deyección de los torrentes.11
Las almunias y rafales son a menudo mencionados sin hacer referencia a un topónimo concreto, excepto en los casos de la Aldea o el Antic. Sus límites y algunos detalles sobre los elementos que los componen permiten identificarlos como espacios de cultivo que constituyen, probablemente, parcelarios homogéneos, aunque rodeados de prado, lagunas y eriales que serán objeto de operaciones de artiga después de la conquista.12
2.2 Madîna Turtûsa y sus espacios de cultivo
Madîna Turtûsa se vinculaba a dos espacios de cultivo. En el norte de la madîna, la huerta de Pimpí (orta de Pimpino, o Pampino en los documentos) constituía el primero de los espacios adyacentes a la vía de comunicación que sigue paralela al río. Se trata de una zona bien documentada, con 24 escrituras formalizadas entre 1148 y 1212 que legalizan diversas transacciones y proporcionan detalles de los cultivos de las parcelas y su localización. A menudo, la vía pública que de Tortosa se dirigía hacia el norte, y el cauce del río, se mencionan en los lindes de las parcelas. Estas se distribuían, por tanto, a lo largo de la vía y la ribera fluvial formando un parcelario compacto y alar-gado. El 50 % de las parcelas eran huertos y no hay menciones a canales o acequias. En cambio, constan algunas referencias a pozos y norias. En un caso se describe la infraestructura hidráulica que debió caracterizar este parcelario: se transfirió un huerto con la noria y la alberca que recogía el agua elevada por el mecanismo accionado por un animal (orto cum puteo, cenia et çafareg).13 También había un pozo junto a la puerta de Remolins (AASAB: 268), probablemente, el mismo que poco después, en 1157, Ramon Berenguer IV dio a la orden del Hospital: orto cum ipso puteo et cenia (Delaville I, 195). La irrigación de estos huertos, por tanto, no se realizaba mediante canales derivados del río.
La prospección sobre el terreno, el análisis de la morfología del parcelario y la elaboración de planos permite detectar diferencias en las formas y distribución de las parcelas del área actual de la huerta de Pimpí. Se distinguen dos franjas paralelas al río. La más cercana al actual cauce del río es la más reciente, conquistada a costa de los espacios inundables. La otra franja, de 18 ha de superficie, tiene las parcelas distribuidas a ambos lados de la actual carretera, la cual sigue el trazado de la antigua vía pública, probablemente, con bastante exactitud. Las parcelas de esta segunda franja son las que han de identificarse con las mencionadas en la documentación del siglo XII. La algedira d’Abnabicorta, llamada también illa Xiquina, concedida a los judíos por Ramón Berenguer IV en 1149 (CPFC: 76), estaba formada íntegramente por huertos de los que se mencionan los nombres de los antiguos poseedores andalusíes, se situaba justo al norte de las murallas de la madîna, actualmente, una zona completamente urbanizada (fig. 2).
Fig. 2. Tortosa, la huerta de Pimpí, las Arenas y el prado de Tortosa.
Al sur de la ciudad se abre una gran llanura fluvial que constituía el segundo espacio de cultivo vinculado a la madîna, de unas 500 ha en la actualidad, y que ocupa el espacio delimitado por un gran meandro, entre el río al oeste y los primeros contrafuertes montañosos al este. Los documentos lo identifican con el nombre de las Arenas (se conservan unos 70 documentos) (Virgili, 2010a). El parcelario se sitúa a ambos lados de la vía que lo atravesaba, llamada de Camarles o de la Aldea. Existen hasta nueve menciones a acequias, siempre situadas en los límites de las parcelas. Estas acequias configuraban una red jerarquizada de morfología ortogonal: había una acequia mayor (cequia maior) (DCT: 293, 316) y una acequia media (esequia media) que lindaba con una algezira (DCT: 97), localizadas siempre a este u oeste de las parcelas y, por tanto, de trazado norte-sur, que constituían los ejes principales. Había otras acequias siempre citadas en los límites norte y sur de las parcelas y, en consecuencia, dispuestas perpendicularmente a las primeras. Estas no reciben calificativos, excepto en un caso, cuya posesión se atribuye a Ambròs de Sant Ponç (DCT: 305), por lo que todo parece indicar que se trata de canalizaciones menores mencionadas de manera genérica: cechia, illa cequia (DCT: 97, 297, 395, 541, 637; DSC: 79). En este sector, las parcelas son calificadas de piezas de tierra o campos que, presumiblemente, se destinaban al cultivo de cereales, y no parece que estuvieran sujetas a irrigación.
La prospección sobre el terreno ha demostrado que las acequias documentadas no tenían por finalidad distribuir el agua de regadío, sino que constituían una red de canalizaciones para drenar los aguazales de ribera y regular y evacuar el agua de lluvia de los torrentes. La construcción y el mantenimiento de las acequias de drenaje eran tareas imprescindibles para acondicionar las tierras para el cultivo y mantener aquellas zonas incultas en condiciones accesibles, o también como pastizales. La notable cantidad de menciones a acequias en la documentación latina inmediata a la conquista muestra que la red de drenaje estaba, cuando menos, parcialmente construida. La prospección y el análisis del parcelario indican que los canales de drenaje se excavaron en diversas fases sucesivas. La progresión de la conquista de tierras habría seguido las direcciones norte-sur (de más cerca a más lejos de la madîna) y de este a oeste (de las zonas más alejadas del cauce del río hacia las más cercanas y más expuestas a la inundaciones y a la acumulación de las aguas pluviales). En el momento de la conquista, según indica la documentación, solo el área más cercana a la madîna y una parte de la franja más alejada de la ribera fluvial estaban acondicionadas para el cultivo, preferentemente de cereal. El cauce del río, como ya hemos dicho, tenía que ser mucho más ancho que ahora, con lechos e islotes cambiantes. Algunas riberas se han fosilizado también en el parcelario y marcan los límites de algunas de las fases de bonificación (fig. 2).
2.3 El prado de Tortosa
A continuación, en la misma orilla hacia el sur empezaba lo que los documentos denominaban el prado (prato Tortuose), un extenso espacio de aguazales de ribera fluvial caracterizado por la presencia de lagunas y estanques, con islotes repartidos por un ancho lecho fluvial, y la vegetación característica de estos medios lacustres. Se trataba, en suma, de una zona inundable por las crecidas del río y las aportaciones de los barrancos procedentes de las sierras adyacentes y, por ello, un terreno inestable y sujeto a cambios, en especial la franja de terreno más cercana al cauce. A lo largo de la vía de comunicación que enlazaba Tortosa y la Aldea se pueden situar una serie de topónimos, como Aquilén o Aguilén (que acaba derivando en Naguillem y En Guillem, que corresponde al actual pueblo de Campredó), Quinto (prato de Quinto) y Pedrera, asociados, en la documentación, a algunas parcelas cultivadas y canales de drenaje. En Quinto había una cequia de Prato (DCT: 305) con trazado de norte a sur y que debía funcionar como eje principal del sistema de drenaje. En cualquier caso, las referencias a zonas incultas indican que esta zona de prado no estaba exhaustivamente drenada. La prospección y el análisis del parcelario han permitido detectar dos espacios con una morfología parcelaria diferenciada del resto. Eran lugares a una cota ligeramente más elevada con respecto al resto de la ribera fluvial y que coinciden con los puntos de descarga de dos barrancos procedentes de las sierras de levante paralelas al Ebro. Las parcelas tienen formas que tienden a ser irregulares, mientras que en el resto de la orilla son alargadas, de medidas similares entre ellas y perpendiculares al río para facilitar el drenaje.14
El prado se extendía río abajo hasta llegar a la línea de costa donde se alineaban una serie de núcleos en puntos estables del terreno: Camarles, la Granadella, el Antic, la Aldea, Burjasénia y la Candela, en cuyo entorno existían parcelas cultivadas rodeadas de prado, yermos y garrigas, según se ha expuesto más arriba.
3. LAS TRANSFORMACIONES AGRARIAS POSTERIORES A LA CONQUISTA FEUDAL
La conquista cristiana de Tortosa en 1148 representó el inicio del proceso de implantación del orden feudal, que empezó con el repartimiento, y cuyo resultado puso las bases de la formación y la consolidación de los grandes señoríos feudales (Virgili, 2001, 2007). Paralelamente, la conquista supone también la substitución de la población andalusí autóctona por una población de conquistadores y colonos cristianos procedentes de las regiones feudales. La población andalusí, muy reducida en sus efectivos, se concentró en la morería de la ciudad de Tortosa y en los asentamientos más septentrionales, a partir de Benifallet y río arriba; en Aldover, Tivenys y Xerta permanecieron unas pocas familias (Virgili, 2010b). Más allá de un mero cambio de poderes, el orden feudal supuso la subs-titución de las pautas agrarias que regían la sociedad andalusí, de modo que las décadas inmediatamente posteriores a la conquista permiten estudiar el alcance de las transformaciones de que fue objeto el espacio rural. Los procesos de colonización impulsados por los señores y protagonizados por los campesinos cristianos tuvieron lugar bajo unas nuevas directrices en la organización de los procesos de trabajo y en la orientación de la producción que modificaron substancialmente los ciclos agrarios existentes, así como la morfología y, sobre todo, las formas de gestión del espacio rural andalusí, de acuerdo con la lógica de la producción y captura de la renta feudal (Kirchner, 1995, 2003, 2012; Torró, 1995, 1999, 2003, 2012a, 2012b; Ortega, 2010; Virgili, 2010a).
3.1 Transformaciones en los núcleos de residencia
Una de las modificaciones más visibles afectó los núcleos de residencia, tanto rurales como urbanos. Como se ha mencionado, los topónimos en cuyos alrededores se localizan los parcelarios son calificados a menudo de «lugar» o de «villa», identificando diferencias en su entidad urbana. La presencia de mezquitas o necrópolis parece avalar concentraciones, posiblemente pequeñas, de casas. Serían los casos de Aldover y Xerta en la orilla derecha, y Benifallet, Aldovesta, Som y Tivenys en la izquierda, así como, evidentemente, la ciudad de Tortosa. Algunos de estos lugares quedan abandonados desde el principio como Aldovesta o Som y todos los que han dejado yacimientos arqueológicos, mientras que otros se consolidan y perduran. En algún caso parece que se produjo un cambio de emplazamiento sin alejarse demasiado de los originales, como parece revelar la mención a la villa vetula de Aldover (DCT: 253) o la existencia de yacimientos arqueológicos cercanos a las villas como els Arenalets, respecto a Xerta. Es posible que la trama urbana de Xerta tenga origen en un parcelario urbano nuevo. Bítem también parece ser el resultado de la organización de una villa nueva, y desde inicios del siglo XIII consta ya la erección de la iglesia de Santa María (DCT: 778, 1070, 1193).
Los cambios más significativos, sin embargo, se observan en la ciudad de Tortosa al ser, sin lugar a dudas, el centro de recepción de la mayor parte de colonos cristianos. Estos adaptaron las estructuras urbanas existentes, no solo modificando los usos y servicios de muchos edificios (cambios en la alcazaba, en las áreas comerciales, la conversión de la mezquita en catedral, o del edificio de las atarazanas en zona residencial al ser adjudicado a la comunidad judía, entre otros); de más envergadura, todavía, fueron las transformaciones urbanísticas, al ser abandonados total o parcialmente algunos barrios (villa Ollaria, o Badaluc) a la vez que se urbanizaban otros espacios, como el nuevo barrio del Alfàndec y la Grassa, a partir de las directrices para edificar solares (platee) que contenían los establecimientos urbanos (ad edificandum domos).15
3.2 Ad plantandum, ad seminandum, ad inferendum
Los conquistadores integraron y adaptaron las infraestructuras hidráulicas y los espacios agrarios andalusíes a sus necesidades, y esos cambios se concretaron sobre todo en la roturación y puesta en cultivo de espacios previamente destinados a otros usos agrarios con el fin de promocionar el cultivo de cereales, viñedos, olivares y árboles frutales, cuyas cosechas eran objeto de una demanda y consumo crecientes en la sociedad feudal y, en especial, en los núcleos urbanos. Unos contratos agrarios, las donationes ad censum (los precedentes de los establecimientos enfitéuticos) fueron los instrumentos jurídicos utilizados para fomentar e imponer unos cultivos específicos, bien exigiendo una parte de la cosecha en forma de los frutos apetecidos por los señores, bien mediante la imposición de unas condiciones y cláusulas que obligaban a los campesinos a sembrar cereales (ad seminandum) y a plantar (ad plantandum) o injertar (ad inferendum) viña, olivos u otros árboles.
En el área de las Arenas, justo al sur de Tortosa, los conquistadores encontraron una red de acequias de drenaje que permitía dedicar principalmente al cultivo del cereal y a pastizal una parte del gran meandro que traza el Ebro (Puy et al., 2014; Kirchner, Virgili y Puy, en prensa). Ello explica que la documentación califique de terra y campum tres cuartas partes del centenar de parcelas que se repartieron y alienaron. Los colonizadores tenían ante sí grandes extensiones de terreno que podía convertirse en tierra de labor. Los textos sugieren asociar las parcelas calificadas de campo con la siembra de cereales, puesto que a menudo se acompañan con la voz seminatura/s, se fija la superficie en medidas según la capacidad de semilla para sembrar (cuarteradas, cahizadas), o se especifican los cereales (ordeum, bladum, triticum, frumentum).16 Las parcelas designadas como terra resultan más difíciles de asociar a un cultivo concreto. A menudo, los contratos de censo formalizados sobre piezas de tierra imponen la condición ad seminandum o ad plantandum, por lo que se trata de parcelas que se ponen en explotación, o bien son objeto de un cambio de cultivo inminente. No es infrecuente encontrar tierras plantadas de vides.17 La voz terra, pues, puede ser empleada de forma genérica para designar una parcela o bien para referirse a unidades de tierra campa destinadas a ser explotadas desde aquel instante mediante cultivos específicos. Es así como los conquistadores potenciaron la siembra de cereales y, sobre todo, a partir de las dos últimas décadas del XII, la plan-tación de vides, según constatan los contratos ad plantandum vinee que se formalizaron (Virgili, 2010a). La conversión de espacios de esta índole en tierras de labor a través de las cláusulas ad seminandum y ad plantandum vinee destacan por su número en estas áreas en vías de transformación, como las Arenas en la orilla izquierda.18 También la orilla opuesta, a la misma latitud, en Palomera o Vila-roja, que constituían el sector más septentrional y periférico del prado de Tortosa, se formalizaron contratos de estas características (DCT: 219, 713). Sin embargo, no es posible apreciar, en el parcelario actual, áreas claras de expansión o de creación de nuevos parcelarios adyacentes a los andalusíes. Las cláusulas que establecen los cultivos pueden estar afectando a parcelas ya existentes en el momento de la conquista.
La ampliación de espacios de cultivo impulsada por los colonizadores cristianos se produjo, sobre todo, en las zonas de prado al sur de Tortosa, a partir de las Arenas hasta la misma línea de costa, en Aquilen-Quinto (actualmente, Campredó), Granadella, el Antic, la Aldea, Campos o Burjasénia. Pero también se ponen en cultivo terrenos adyacentes a las orillas fluviales, hasta entonces incultos, en zonas situadas más al norte, como Xerta o Tivenys. En ambos casos, se trataba de «ganar» tierras, en expresión de J. Torró (Torró, 2010, 2012; Torró, Esquilache y Guinot, 2014) en las zonas de marjal y prado, y en las ínsulas fluviales (algeziras), tal como se han descrito más arriba. El proceso afectó poderosamente el medio y la biodiversidad, y supuso el paso de unos aprovechamientos ancestrales de caza, recolección y pastos para la ganadería, para impulsar cultivos especulativos de viña, cereal y frutales. Veremos los ejemplos de Xerta y del Antic con más detalle.
3.3 El cultivo de las orillas fluviales: el ejemplo de Xerta
La mayoría de los inmuebles rústicos documentados en Xerta que fueron objeto de transacción durante las primeras décadas después de la conquista de 1148 constituyen un parcelario compacto, sin apenas contacto con la orilla fluvial, si nos atenemos a la ausencia de lindes con el Ebro. Es probable, pues, que este parcelario se correspondiera, a grandes rasgos, con el antiguo espacio de cultivo andalusí. Los documentos indican la existencia de un parcelario en tierra firme, con parcelas de tierra, huertos, viñas, olivos o árboles. En relación a ellas hay cuatro menciones tardías a acequias, en 1182 y 1200, situadas siempre al norte o al sur de las parcelas por lo que debían tener una orientación oeste-este, perpendicular al río y probablemente tenían una función de drenaje (DCT: 348; CTT: 119; CP: 215). También hay un par de menciones a pozos: en 1160, un honor cum arboribus, cum puteis, cum vineis (DCT: 112), y en 1174, un honor, situado probablemente en Xerta, tenía casas, tierras yermas y cultivadas, huertos, viñas, árboles y olivos, cum puteis, ceniis et molendinis (DSC: 178). Este parcelario, excepto los molinos, debió ser el de origen andalusí, regado con pozos y norias. Sin embargo, la escasa documentación y el crecimiento del núcleo urbano de Xerta hacen difícil delimitar el espacio andalusí. Debió corresponder, problemente, a las zonas D y C o parte de ellas (fig. 3), regadas con norias y situadas a los pies de los dos núcleos de residencia detectados por prospección. La zona D es la que mejor resguardada se encuentra de las crecidas fluviales, fuera del perímetro de riesgo.19 El drenaje de algunas parcelas cercanas a la orilla pudo ser posterior a la conquista según las fechas tardías de los documentos. La algezira (isla fluvial) con su canal o alalegio, no era objeto, antes de la conquista, de cultivo generalizado, aunque ya existe una referencia temprana que posiblemente alude al canal, en la donación que hace Ramón Berenguer al monasterio de Valldaura (después Santes Creus), en el 1158, de la almoniam de Xerta (...) ab lo rech et ab lo caprech (DSC: 77)20.
La acequia de Xerta, captada en el barranco de les Fonts, en el término de Paüls, no aparece mencionada en los documentos más tempranos y tampoco los molinos. No formaron parte del espacio agrario andalusí, aunque la red de acequias secundarias de riego cubre actualmente todo el meandro y se superpone a las áreas de cultivo andalusíes y feudales. Retomaremos esta cuestión en un epígrafe más adelante.
A inicios del siglo XIII se observan los primeros impulsos de colonización de la algezira de Xerta, por iniciativa del obispado de Tortosa. El 2 de abril de 1205, Gombau de Santa Oliva, obispo, y Ponç, prior del cabildo, daban a Iucef Avinali, sarracenus, una viña situada en la algezira de Xerta, cum terra inculta que adheret predicte vinee, con los árboles, a censo de dos mazmudinas durante cinco años, con la condición de explotar la parcela y plantar el yermo (expletes et labores ... et quod plantes terra inculta) (DCT: 649). La pieza lindaba al este con el Ebro, al sur y al oeste con el honor de Joan de Puig, y al norte con el alalix de Xerta. La voz alalix y otros derivados de la misma, como alalegium, alfalig, alhalegio, es de origen árabe (al-halij), que significa «golfo», y que designaría un remanso de la corriente, un lugar de aguas tranquilas (Bramon, 2012: 17). La mayor parte de los documentos relativos a la algezira y al alfalig corresponden a fechas alejadas de la conquista, como ya se ha advertido, y son establecimientos con la condición de plantar, circunstancia que debe relacionarse con los nuevos procesos de colonización agraria en estos espacios adyacentes a la orilla, y que no estaban en cultivo en época andalusí.
El 14 de mayo de 1205, las mismas dignidades de la catedral establecían a Aly Moafac, sarracenus, una pieza de tierra in capite algezire de Xerta, a censo de la cuarta parte de los frutos, a condición de plantar viña, olivos y árboles (DCT: 652). Los límites indicaban la proximidad de la orilla fluvial, ya que el Ebro figuraba a levante y al norte, al sur con el honor de Guillem de Bonastre y a poniente con el alhaligio. En junio de 1205, días después, se formalizó un nuevo establecimiento, esta vez a favor de Pere Bord de Tivenys sobre un honor ad plantandum et laborandum, a censo de la cuarta parte de los frutos, el diezmo y la primicia (DCT: 653). El honor estaba in capite inferiori algezire de Xerta,21 y lindaba al este, sur y oeste con el Ebro y al norte con el honor de Joan de Puig, el mismo teniente que figuraba en el primer documento mencionado. La algezira fluvial de Xerta estaba rodeada por el Ebro en tres de sus lados (norte, este y sur). El el alalegio quedaba situado al norte y al oeste. Estaba dividida, por lo menos, entre cinco tenientes: los tres sarracenos ocupaban el sector norte, Pere Bord el sur, y Guillem de Bonastre (mencionado en uno de los lindes) y Joan de Puig la parte central (DCT: 649 y 653).
El 3 de diciembre de 1207, de nuevo Gombau y Ponç daban a Arnau de Xerta el alalegium de Xerta y un campo adyacente, llamado de Santa Maria, a condición de plantarlos de árboles, a censo de la cuarta parte de frutos, el diezmo y la primicia (DCT: 698). El alalegium lindaba con otros honores por todos los lados excepto con el Ebro por el oeste. El campo de Santa María lindaba al norte con el alalegio, y al sur con el Ebro. Disponemos de un último documento por el que el obispo y el prior establecían a dos familias sarracenas una pieza de tierra situada in capite algezire de Xerta, ad laborandum, con las tierras cultivadas y yermas, con la tierra, los olivos, las higueras y toda suerte de árboles, a censo de la cuarta parte de las cosechas, el diezmo y la primicia (DCT: 777).22 Lindaba al norte y al este con el Ebro, al sur con el honor de Guillem de Bonastre, ya citado, y al oeste con el alalegio. Las orientaciones de esta parcela coinciden exactamente con el primero de los establecimientos citados, del año 1205, en cuyo instrumento se fijaba, recordemos, un plazo de permanencia de cinco años. Así, unos diez años después de formalizaba un nuevo contrato, tal vez después de una prórroga del primero; en cualquier caso, los dos se conceden a sarracenos.
Se trataba, pues, de un espacio de colonización tardía, más de cincuenta años después de la conquista, con la presencia de varios poseedores: además de los receptores de las donaciones mencionadas a favor de sarracenos y cristianos, había otros, como Joan de Puig, Guillem Garidell y Guillem de Bonastre, entre otros. Los documentos revelan las condiciones a que se someten los censatarios: roturar las tierras incultas.
No resulta fácil reconstruir el espacio que ocupaban el alalegio y la algezira de Xerta a partir de la documentación exhumada, ya que desconocemos como era entonces el cauce del Ebro en aquel punto. No obstante, se pueden observar algunas agrupaciones parcelarias y diferencias microtopográficas en la fotografia aérea, los mapas topográficos y la reconstrucción planimétrica. En primer lugar, el alalegio y la algezira eran contiguos puesto que en dos ocasiones el primero figura al norte y a poniente de la segunda. El alfalig de Xerta siempre linda con la algezira y también con otras parcelas u honores por lo que no queda claro si es un espacio de tierra firme o una zona del río (DCT: 649, 652). Las distintas piezas de la algezira lindaban con el Ebro: el sector septentrional, al norte y al este; el central, al este; el meridional, al este y al sur. Estas informaciones parecen situar esos espacios, el alalegio y la algezira, en el gran meandro que el Ebro traza delante de Xerta, y que actualmente constituye la parte más extensa de la huerta. El hecho de que el río figure al oeste en dos ocasiones, tanto del alalegio como de la parte sur de la algezira, sugiere que podía ser mucho más cerrado por los extremos que en la actualidad, hasta el punto de que pueda quedar al oeste de una parcela. Río arriba, la población de Flix, cuyo topónimo remite a las formas alalix o alfalix, se encuentra en un meandro muy pronunciado, donde una partida lleva el nombre de Les Illes, es un ejemplo de isla fluvial que en algunos puntos puede llegar a tener la orilla del río al oeste. Sin embargo, el significado del término árabe, si esta es la etimología correcta de alalegio, podría aludir a un brazal del río que separaría la algezira de tierra firme. Estos brazales, incluso canalizados, como en Miravet, reciben hoy en día el nombre de «galatxo».23 Así pues, el término alalegio podría aludir al brazal más o menos canalizado que debió separar la isla de la orilla y, por ello, lo encontramos en las lindes norte y oeste de las parcelas de la isla, situadas en el extremo norte (in capite algezira). Las situadas en el extremo sur (in capite inferiori algezire), mencionan el propio Ebro en el lado oeste, y el alalegio él mismo tiene el Ebro al oeste, en una ocasión. Los remansos de agua podían formarse tanto al inicio del meandro como al final, donde el brazo fluvial debía comenzar y acabar. La canalización mencionada en la donación de Ramón Berenguer al monasterio de Valldaura (después Santes Creus), en el 1158, de la almoniam de Xerta (...) ab lo rech et ab lo caprech (DSC: 77)24 podría ser el brazal canalizado ya seguramente antes de la conquista.
En el meandro de Xerta, en su extremo norte, existe un Mas del Galatxo, en una partida rural llamada «Les Illes». En la misma zona llega un camino procedente de Xerta llamado «camí de les Illes» que en su tramo final se divide en tres. Uno de los caminos adopta el nombre de camino de la Barca y es el que se dirige hacia el Mas del Galatxo. El topónimo alude seguramente a un paso de barca. Este camino y sus brazales transcurren por encima de la cota de 12 m.s.n.m. y delimitan la actual partida de las Illes (fig. 3, área B). este sería el espacio donde se produjo esta operación de colonización agrícola liderada por la sede de Tortosa. El resto del meandro se encuentra en cotas comprendidas entre los 12 y los 8 m.s.n.m. y sería colonizado posteriormente (fig. 3, área E). En la imagen aparece representado el canal de la derecha del Ebro que hoy en día atraviesa el meandro (fig. 3).
Fig. 3. Espacios de cultivo en Xerta.
3.4 La colonización del prado de Tortosa. El ejemplo del Antic: de la almunia andalusí a los mansos feudales
La almunia del Antic, situada en el extremo meridional del prado de Tortosa, cerca de la antigua desembocadura del Ebro, reúne todos los componentes que ponen de relieve el proceso impulsado desde la sede tortosina para convertir el espacio andalusí en tierras de cultivo, así como las fórmulas jurídicas para su gestión.
En la actualidad, el Antic es una partida localizada en el sector más occidental del término municipal de Camarles (Bajo Ebro). Es calificado de almunia en la documentación latina más antigua. Ramón Berenguer IV adjudicó a diferentes beneficiarios el distrito del Antic al proceder al repartimiento del término de Tortosa a raíz de la conquista cristiana de 1148. El Archivo Capitular de Tortosa conserva la documentación más antigua, una docena de escrituras fechadas entre 1153 y 1300. Estos documentos muestran una secuencia que refleja la evolución histórica de las primeras décadas a partir de la conquista: el repartimiento del espacio, la consolidación de los grandes señoríos feudales, los mecanismos de gestión y explotación de la tierra y las transformaciones en el paisaje agrario. Los documentos permiten situar el espacio con exactitud y precisión al mencionar los límites: la Granadella, la Aldea, Vinaixarop y el Ebro, y muestra también algunas de las características y componentes del paisaje: el prado con estanques y aguazales, garrigas, barrancos y montañas.
3.4.1 Del repartimiento a la consolidación de los señoríos en el Antic
El Antic es una de las unidades territoriales que fueron repartidas tras la conquista entre las instituciones participantes (iglesia y órdenes militares) o miembros relevantes de la jerarquía feudal (Virgili, 2007). El 27 de enero de 1153, el conde de Barcelona donó a Bertran de Castellet, como recompensa a su intervención en el asedio de Tortosa, la almunia conocida como el Antic (Antig), con sus pertenencias (prado, pastos, aguas), en franco alodio (DCT: 36). Desconocemos si el receptor realizó gestiones en relación a la explotación de esta almunia