Un amor perfecto - Allison Leigh - E-Book

Un amor perfecto E-Book

ALLISON LEIGH

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Beschreibung

Parecía que todos los Fortune estaban encontrando el amor, todos menos Emily. Bonita, desenvuelta y lista, la hija mayor de los Fortune había renunciado a encontrar a Don Perfecto para empezar a buscar al Bebé Perfecto. Y entonces conoció a un hombre. Nadie habría imaginado al tosco Max Allen con una princesa mimada como Emily. El alto y greñudo trabajador del aeropuerto no había tenido suerte en la vida. Después de perder al pequeño Anthony, había jurado no volver a querer a otro niño. Y de pronto se encontraba enamorado de una elegante y sofisticada mujer empeñada en tener un bebé. ¿Estaba Max condenado a volver a sufrir? ¿O sería la adinerada señorita Fortune quien por fin consiguiera curar su dolor?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

UN AMOR PERFECTO, Nº 78 - junio 2013

Título original: Fortune’s Perfect Match

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3123-0

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Prólogo

Diciembre

Jesús me ama, yo lo séeeee…

La estrofa de la nana que su madre solía cantarle daba vueltas y vueltas dentro de la cabeza de Emily Fortune.

Las lágrimas se escapaban de los ojos que tenía firmemente cerrados. Los había cerrado por el polvo y los escombros, pero sabía que si volvía a abrirlos seguiría estando a oscuras.

Sola.

Jesús me ama, yo lo séeeee…

Inspiró mientras emitía un sollozo que acabó convirtiéndose en tos.

No sabía qué había ocurrido.

Estaban todos andando por el aeropuerto. Sus hermanos iban delante y Emily intentaba alcanzar a su madre.

Tosió de nuevo, ahogada por los sollozos. ¿Dónde estaba su madre? ¿El mundo también se había derrumbado sobre ella? ¿Sobre todos ellos?

Habían ido a Red Rock para asistir a la boda de Wendy.

Nuevas lágrimas quemaron los ojos de Emily. Wendy. Su hermana pequeña, que había estado guapa y feliz, por fin asentada, mientras intercambiaba votos con Marcos en la boda que habían celebrado en Navidad.

¿Se había derrumbado todo Red Rock? ¿Estarían también bajo los escombros Marcos, Wendy y el bebé que llevaba en su interior?

Jesús me ama…

Emily se tapó la boca y tosió de nuevo. Lloraba.

No era llorica. Era una planificadora. Una ejecutiva. Hasta su padre lo admitía. Había dicho a menudo que por eso era tan valiosa en su puesto de trabajo en FortuneSur.

Pero en ese momento solo pensaba en que iba a morir.

Sus pies estaban atrapados. Insensibles. Apenas podía respirar. Ni siquiera podía ver su mano si se la ponía delante de la cara. Solo oía los gritos que sonaban dentro de su cabeza y que no tenía fuerza suficiente para emitir.

Poco importaba que hubiera centrado toda su vida en ser valiosa para la empresa familiar. Iba a morir allí, sin saber qué había ocurrido, sin saber si su familia estaba a salvo o no. Moriría sin sentir el júbilo que había visto en el rostro de su hermana cuando decía «Sí, quiero» al hombre al que amaba. Nunca sabría lo que era sentir la prueba de ese amor creciendo en su vientre.

Nunca tendría a su hija en brazos, ni la acunaría como su madre la había acunado a ella. Nunca tranquilizaría a un hijo inquieto con una nana. Nunca… nunca.

Volvió a toser cuando una nueva montaña de polvo cayó sobre ella. Ese iba a ser su futuro. Moriría bajo los escombros de un pequeño aeropuerto local al sur de Texas.

Cayeron más escombros.

Aunque no servía para nada, curvó los brazos sobre su cabeza. Sintió luz más allá de sus párpados y de sus brazos. Pero no tuvo ninguna sensación de que la paz la envolviera, ni de sentirse bienvenida.

Se preguntó si había vivido su vida tan mal que ni siquiera tendría eso. Si solo la esperaba esa opresiva soledad sin ningún futuro posible.

Intentó recordar la reconfortante nana infantil, pero hasta eso la había abandonado.

Entonces oyó otro grito. Y no fue dentro de su cabeza. Unas manos agarraron sus brazos y tiraron para apartarlos de su cabeza. Ella entreabrió los ojos pero solo vio la silueta de un casco de bombero por encima de ella.

—¿Qué…? —un golpe de tos la hizo callar. Él no pareció darse cuenta.

—Necesito ayuda aquí —gritó él, apartándose.

Ella oyó más voces. Eran muchas. Voces y gritos. Se pasó las manos por la cara y se las miró. Solo veía negro. Intentó enderezarse hasta quedar sentada, pero solo pudo erguirse unos centímetros. Una maraña de metal presionaba su costado derecho.

—Aguanta —dijo otra voz, distinta, más profunda y amable. Unas manos la rozaron y luego levantaron el metal que la aprisionaba. Comprendió que era una fila de asientos de la zona de espera del aeropuerto.

Intentó fijarse en el rostro de su rescatador, pero lo veía todo borroso y gris. Él tenía los ojos azules y se aferró con desesperación a su mirada.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó.

—Ha habido un tornado —rodeó sus brazos con las manos y tiró.

—Mis pies —no pudo decir más que eso. Se le cerró la garganta y volvieron las lagrimas.

Él dejó de tirar de inmediato. Se apartó de su línea de visión. Ella quería llamarlo para que volviera. Consiguió incorporarse unos centímetros y vio al hombre llamando a un bombero. Le fallaron las fuerzas y se dejó caer. Los sollozos la ahogaban.

—Tranquila —la voz había vuelto—. Has aguantado hasta ahora —cerró la mano sobre la de ella y apretó con suavidad—. Estás atrapada por algo, pero van a sacarte de ahí —el polvo que cubría su rostro dibujó varias líneas alrededor de su boca cuando sonrió—. Tienes un futuro esperándote para que lo vivas.

Capítulo 1

Junio

Lo siento, papá. No voy a volar a Atlanta mañana solo para dirigir una reunión. Es totalmente innecesario. La mano de Emily se tensó sobre el móvil y le hizo una mueca a Wendy—. Participaré por videoconferencia.

Incluso a través de la línea telefónica, percibió la irritación de su padre. John Michael Fortune siempre había esperado que sus empleados en Empresas FortuneSur le otorgaran más del cien por cien de su atención, y los hijos que trabajaban para él no eran una excepción a la norma.

—No hay ninguna razón para que sigas en Red Rock —afirmó—. Estamos en junio. Wendy dio a luz hace meses. Creo que a estas alturas hasta ella habrá aprendido a calentar un biberón y cambiar un pañal.

Emily arrugó la nariz. Apretó el teléfono contra la oreja y rogó al cielo para que Wendy, que estaba sentada en una mecedora junto a la ventana, no lo hubiera oído. Aunque era verdad que MaryAnne había nacido en febrero, había sido prematura.

Emily se centró en la perfecta cabecita de la bebé mientras Wendy se mecía y la amamantaba. Eso era lo único que tenía verdadera importancia.

—No tengo ningún compromiso que no pueda realizar a distancia —dijo en el teléfono. Era cierto. Era directora de publicidad de la empresa de telecomunicaciones y, dijera lo que dijera John Michael, sabía que hacía bien su trabajo.

El negocio iba viento en popa.

—No sé qué demonios te pasa —masculló su padre, claramente descontento—. Desde ese tornado, nadie actúa con normalidad. Y tú, con esta tontería del bebé…

—Hubo gente que murió en ese tornado, papá —Emily lo cortó para no escuchar el resto de su diatriba. Ellos habían sido muy afortunados: Emily había acabado con un esguince de tobillo, y su madre con una muñeca rota—. Es una experiencia que te cambia la vida, ¿sabes?

—Vale —replicó él tras un enorme suspiro de frustración—. Esta vez puedes participar en la reunión por videoconferencia. Pero más vale que te vea en persona el viernes, en la primera reunión con los Connover.

Emily sintió la tentación de preguntarle qué ocurriría si no se dignaba a aparecer el viernes, pero contuvo el impulso. Por más que la irritara la mano de hierro con la que su padre dirigía la corporación, seguía respetándolo en su calidad de progenitor y de director de FortuneSur.

—Ya he reservado el vuelo para llegar a tiempo —le prometió—. Saluda a mamá de mi parte.

—Salúdala tú misma —replicó él con firmeza—. Os echa mucho de menos, desde que parece que la mitad de su familia abandona Atlanta para establecerse en Red Rock.

Emily apretó el auricular con fuerza. Hablaba con su madre regularmente, y John Michael lo sabía. Igual que su padre, su madre no acababa de entender su forma de actuar, pero había sido mucho menos crítica que él.

—Te quiero, papá —se despidió.

—Hasta el viernes —le devolvió él.

Con un suspiro, Emily cortó la conexión. Incluso en las mejores circunstancias, John Michael distaba de ser afectuoso. Miró a Wendy.

—¿No te preguntas a veces qué extraña atracción llevó a nuestros padres a casarse y a tener seis hijos juntos?

—La verdad, Em —Wendy sonrió—, no quiero pensar en papá y mamá haciendo bebés —se inclinó para besar la perfecta frente de su hijita—. Prefiero pensar que provenimos de una inmaculada concepción.

Emily sonrió con esfuerzo y miró las alegres flores pintadas a mano que adornaban la pared.

—Tal vez yo debería empezar a investigar ese método —agarró un conejo blanco de peluche y le dobló las orejas—. Todo lo demás que he probado para convertirme en madre ha sido un fiasco.

—La verdad, Em, solo a ti se te ocurre salir de un tornado con una base de datos mental centrada en las posibles formas de convertirse en madre —Wendy se colocó a la bebé en el hombro y le dio una palmadita que fue recompensada con un eructo—. ¿Te has planteado intentar conocer a un hombre? —sonrió y se levantó de la mecedora.

—Suenas muy anticuada. Hoy en día no necesito tener un hombre en mi vida para ser madre —estiró los brazos hacia su sobrina—. Dámela.

—No seré yo quien diga que no serás igual de capaz como madre soltera que como empresaria, pero yo soy madre ahora —Wendy le entregó a la niña—. Y te aseguro que no me imagino viviendo esta experiencia sin Marcos.

—Tengo treinta años —Emily soltó un suspiro—. Si ahí fuera hubiese un Marcos para mí, ya lo habría encontrado.

—¿En serio? —Wendy alzó las cejas— ¿Dónde? ¿En la oficina de FortuneSur? Prácticamente hablando, ¡llevas allí encerrada toda la vida!

—Ahora no estoy en FortuneSur, ¿verdad? —razonó Emily—. Además, no busco un romance. El romance nunca ha conducido a ningún sitio. Pero criar a un niño es otra historia. Voy a ser madre. Pura y llanamente —movió a MaryAnne y sonrió cuando la nena gorjeó con alegría—. ¿Verdad que sí, chiqui chiqui? La tita Emily tendrá un bebé.

—El romance nunca te ha conducido a ningún sitio porque no lo has permitido.

—¡He salido con muchos hombres!

—Ya. Una vez. Dos veces, si eran afortunados. ¿Cuántos te han importado más que tu trabajo?

—Ninguno de ellos era tan interesante como mi trabajo. Y estaban más interesados en lo que podía hacer por ellos que en lo que podíamos llegar a ser juntos —sonrió con cordialidad—. Además, hay un número finito de hombres buenos ahí fuera, y entre Jordana y tú habéis copado los que correspondían a nuestra familia.

Wendy movió la cabeza de lado a lado y comprendió que era mejor cambiar de tema.

—Hablando de Jordana. ¿A qué hora vas a ir al despacho de Tanner?

Tanner Redmond, su nuevo cuñado, era la última anexión al redil de los Fortune.

—Le dije que llegaría a las tres. Pero voy a reunirme con el abogado de adopciones a las once.

—Entonces, voy a aprovechar para darme una ducha antes de que te vayas —Wendy salió de la habitación a toda prisa.

Tal vez Emily fuera la única que tenía bases de datos en la cabeza, pero Wendy era la única cuya vivaz personalidad podía eclipsarlo todo.

—Tu mamá sí que ha encontrado su sitio, ¿eh? —le dijo a MaryAnne, levantándola a la altura de su nariz.

En el pasado, toda la familia se había preguntado si la joven y rebelde Wendy se asentaría alguna vez en algún sitio.

MaryAnne agitó las piernecitas y abrió la boca. Emily sintió un insoportable pinchazo de añoranza. Acurrucó a la nena contra su cuerpo.

—A estas alturas del año que viene, tendrás una primita. Seréis buenas amigas y nunca os pelearéis por las muñecas como hacíamos tu tita Jordana y yo —Emily y Jordana solo se llevaban un año. La rebelde Wendy había nacido varios años después, cuando hacía tiempo que ambas iban al colegio.

Pero mientras Wendy y Jordana habían dado el paso de crear una familia, Emily seguía sola. Su intención era poner fin a ese estado cuanto antes.

Llevaba horas levantada y vestida; el hábito de madrugar seguía vigente, aunque hacía tres meses que no estaba en Atlanta. Esa mañana ya había trabajado en la maqueta de la página web que quería enseñarle a Tanner, solucionado unas cuantas crisis con su plantilla en FortuneSur y apuntado los datos de varias propiedades inmobiliarias que le interesaba ver. En cuanto Wendy terminara de ducharse, iría a ver al abogado experto en adopciones con el que había tratado los últimos meses. Si la reunión era tan infructuosa como las anteriores, confirmaría su cita con la ginecóloga para una segunda inseminación artificial la semana siguiente. Después iría a la oficina de Tanner para reunirse con él y su encargado de marketing.

Lo de la reunión no la molestaba. En realidad, la había originado ella por mencionar que la página web de la escuela de vuelo era un poco árida. Por suerte, su cuñado no se había sentido ofendido; le había pedido que fuera a comentar el tema y, de paso, idear una estrategia publicitaria para incrementar el negocio de la escuela de vuelo. Había accedido sin dudarlo. Tanner estaba recién casado con Jordana y esperaban un bebé muy pronto; habría sido imposible negarse.

Además, Tanner le caía bien.

Aunque había diseñado la maqueta de la página web ella misma, y había disfrutado haciéndolo, eso no implicaba que estuviera interesada en hablar de negocios con nadie; últimamente tampoco sentía mucho interés por sus obligaciones en FortuneSur.

Por primera vez en su vida, Emily no pensaba solo en el trabajo. Había comprendido lo que importaba de verdad y, de una manera u otra, iba a convertirse en madre.

No porque pretendiera seguir el ritmo a sus hermanas, sino porque, después del horrible día en que el tornado había arrasado el aeropuerto de Red Rock y cambiado sus vidas, era lo único que sabía que deseaba con toda certeza.

Tenía treinta años. Estaba viva. Quería ser madre. Quería dar todo el amor que tenía en su interior a un hijo o hija suyo.

Y no iba a perder más tiempo.

Max Allen miró su reloj de pulsera y contuvo un juramento. Aceleró el ritmo y siguió cruzando la pista del aeropuerto regional de Red Rock hacía el hangar donde estaba la Escuela de Vuelo Red Rock. La verdad era que no tenía mayor interés por la reunión que su jefe, Tanner Redmond, había concertado con su cuñada, pero no por eso iba a llegar tarde.

Un mes después, aún le costaba creer que estaba trabajando como ayudante de Tanner. Y por eso tenía que tragarse el que su jefe pensara que necesitaba ayuda y le hubiera pedido que se reuniera con Emily Fortune.

Lo mejor que podía hacer era olvidar las razones por las que no estaba cualificado para manejar las ventas y el marketing de la escuela de vuelo, y aprender cuanto pudiera de la ejecutiva experta en publicidad.

Rodeó un camión que se interponía en su camino y decidió correr los últimos ciento cincuenta metros. Comprendió que no había sido una decisión inteligente cuando empujó la puerta de la oficina y sintió el aire acondicionado, que le recordó que era una calurosa tarde de junio.

No solo llegaba tarde, además iba a notarse que había llegado corriendo. A través de la ventana del despacho de Tanner, vio la parte de atrás de una cabeza rubia. La mujer ya estaba allí.

Se pasó la mano por el pelo y resopló. No había remedio, tendría que soportarlo tal y como estaba: sudoroso y sin cualificaciones. Además, Tanner no tardaría en darse cuenta de su error y él se quedaría sin trabajo.

Al menos tenía a los animales del rancho Doble Corona, donde aún trabajaba a tiempo parcial. Ellos no necesitaban sus credenciales; solo les importaba recibir comida y agua cuando la necesitaban. Estaba bastante seguro de que Lily Fortune volvería a contratarlo toda la jornada, a pesar de que ella había sido la primera en animarlo a aceptar el puesto en la escuela de vuelo.

—Siento llegar tarde —dijo, entrando al despacho y mirando a su jefe—. Me entretuve hablando con el supervisor de mantenimiento —aunque el aeropuerto volvía a funcionar, aún estaban reparando los desperfectos causados por el tornado de diciembre.

—No hay problema —dijo Tanner con toda calma. Señaló a la mujer que estaba sentada ante el escritorio—. Emily Fortune —presentó—. Este es…

—Tú —interrumpió la mujer, levantándose.

Max se centró en ella y en su aparente sorpresa. Se había apartado del sillón de cuero y le ofrecía una mano. Llevaba una chaqueta negra y pantalones a juego que acentuaban su esbelta figura; el cabello rubio estaba recogido en una cola de caballo. Parecía muy profesional y, aunque no tenía el rostro manchado de polvo ni escombros enredados en el pelo, los ojos verdes que lo miraban tras unas estrechas gafas de marco negro, eran los mismos que recordaba.

Debió de extender su mano automáticamente, porque sintió la cálida palma de ella y el apretón de sus largos dedos desvió su atención de las pupilas verde musgo que lo tenían atrapado.

—Tú eres el del aeropuerto aquel día —decía ella con un leve acento sureño—. ¿No es cierto?

Él asintió y carraspeó para recuperar la voz. Aunque aquel día había descubierto quién era ella, había tenido la esperanza de que no lo recordara.

—Parece que saliste bastante bien librada.

Ella sonrió y bajó la mirada. Él se dio cuenta de que aún retenía su mano y la soltó.

—Tuve suerte —dijo ella—. Solo un esguince de tobillo.

—Bueno, parece que ya os conocéis —dijo Tanner con tono divertido.

Emily desvió la mirada hacia su cuñado. Se había metido las manos en los bolsillos de la chaqueta y Max sintió que su placer inicial disminuía. Probablemente ella no estuviera acostumbrada a tocar a las clases bajas a no ser que la estuvieran sacando de los escombros.

—Me rescató tras el tornado —le estaba diciendo a Tanner—. Pero no llegamos a presentarnos —volvió a sonreír y Max sintió otro pinchazo.

—Fue el equipo de rescate quien te sacó —le recordó él.

—Pero fue tu voz la que me ayudó a aguantar —contraatacó ella—. Nunca lo olvidaré.

Él no quería su gratitud. Había hecho lo que haría cualquiera. No tenía sentido admitir que él tampoco lo había olvidado. Si hubiera sido una chica normal, tal vez. Pero había resultado ser una Fortune, una de las Fortune de FortuneSur.

Tenían dinero, clase y buena educación, seguidas por carreras universitarias de primera.

Estaban muy, muy lejos de su mundo.

Así que había intentado no pensar en los momentos que habían compartido: ella se aferraba a su mano y lo miraba a los ojos mientras media docena de miembros del equipo de rescate le quitaban de encima lo que parecía medio edificio. Y, de repente, como favor a su nuevo cuñado, iba a enseñarle a Max a hacer su trabajo.

—Deberíamos empezar, supongo.

—Tienes razón —la sonrisa segura de ella se desvaneció. Miró a Tanner—. El tiempo es dinero —sacó las manos de los bolsillos—. Sé que no me lo pediste, pero di vueltas a algunas ideas para la página web. Puedo enseñártelas y luego miraremos los materiales de marketing que estáis utilizando y seguiremos a partir de ahí.

—Todo eso suena muy bien, pero voy a tener que dejar que os ocupéis de eso Max y tú —Tanner se levantó y rodeó el escritorio—. Yo voy con Jordana a su cita con el tocólogo —señaló la pequeña mesa redonda que había en un rincón—. Podéis trabajar ahí si queréis, hay más sitio que en el despacho de Max —apretó el hombro de Emily cuando pasó por su lado—. Si quieres, Max te puede hacer un tour de todo esto. Lo conoce como la palma de la mano ¿verdad, Max?

Max asintió, pero cuando Tanner salió del despacho, no pudo evitar preguntarse en qué estaría pensando para dejarlo todo en sus manos.

—¿Por qué no empezamos con el tour? —sugirió Emily mirándolo a los ojos—. Me ayudaría a hacerme una idea de todo esto —Emily lo miró con las cejas arqueadas.

Si tenía alguna sospecha de que iba a desperdiciar sus conocimientos en alguien como él, no lo demostraba.

—Desde luego —se apartó de su camino para que pudiera salir del despacho—. ¿Sabes algo de escuelas de vuelo?

—Ni una sola cosa —se rio levemente y él sintió el sonido como una caricia que recorrió su espalda—. Aquí el experto eres tú.

Él hizo una mueca. Era obvio que Tanner no le había dicho mucho a su cuñada. Tal vez ella se habría negado a ayudarlo si hubiera sabido lo poco cualificado que estaba.

—Solo llevo un mes trabajando para Tanner —dijo. No tenía por qué ocultar la verdad. Había empezado trabajando media jornada y hacía unas semanas, para su sorpresa, Tanner le había ofrecido jornada completa—. No sabía ni papa sobre marketing —admitió.

—Tanner me dijo que eras su asistente de marketing —se quedó parada y lo miró.

—Asistente… lo que sea —él odiaba los títulos; tal vez porque siempre indicaban que estaba en el rango bajo de la escala—. El marketing es la prioridad ahora. Pero antes de eso me dedicaba a fregar suelos y limpiar los cuartos de baño —era mejor que también lo supiera—. Hacía de todo a cambio de clases de vuelo.

—¿Cómo te enteraste de la existencia de la escuela de vuelo? —ladeó la cabeza un poco y la cola de caballo le cayó por delante del hombro.

—En Red Rock todo el mundo ha oído hablar de la escuela de vuelo —él encogió los hombros.

—¿Cómo? —insistió ella—. ¿Por anuncios en la radio? —una sonrisa curvó las esquinas de su boca—. ¿Por el típico boca a boca?

—Boca a boca —repitió él, esforzándose por dejar de mirar la boca de ella.

—Nunca se debe subestimar el poder del boca a boca. Puede suponer el éxito o el fracaso en muchas cosas —dijo ella—. Tienes suerte. Dispones de una perspectiva única, Max.

—¿En qué sentido?

—Ya has sido tu primer cliente en potencia —puso rumbo a la puerta trasera que se abría al hangar—. Sabes lo que te trajo a la Escuela de Vuelo Redmond.

Él estaba bastante seguro de que «la desesperación», no era un ángulo que Tanner quisiera potenciar. Por suerte, Emily no era consciente de lo que estaba pensando.

—Ahora necesitas pensar en qué te habría traído aquí incluso antes —ella lo miró.

—El dinero —era la respuesta obvia. Tal vez no aplicable a él al principio, pero sí desde entonces.

Ella le dedicó otra sonrisa. Era obvio que su tono abrupto no la molestaba.

—Entonces, parte de tu trabajo es convencer a las masas de que el dinero no es el objetivo. Aprender a volar sí lo es.

—Si todo el mundo supiera lo que se siente estando ahí arriba, no necesitaríamos publicidad —se acercó para empujar la puerta y captó un aroma suave, que sin duda era de ella.

Él habría sido feliz quedándose allí inhalando la fragancia femenina, pero ella ya estaba atravesando la puerta, agitando la cola de caballo.

Nunca había pensado que el pelo de una mujer fuera sexy excepto cuando estaba alborotado porque él lo había estado tocando. Pero había algo muy sexy en esa larga cola de caballo rubio trigo. Se preguntó qué aspecto tendría cayendo sobre sus hombros desnudos…

—Eso es mejor aún —dijo ella, deteniéndose y girando para mirarlo. Sus ojos se veían animados tras las gafas—. Ya estás centrándote en el mensaje. Mostrarle al posible cliente qué es lo que se siente.

—Lo que se siente —repitió él sintiéndose como un tonto. Le picaban las palmas de las manos y las metió en los bolsillos de los vaqueros.

—Ahí arriba —agitó la mano—. Tú mismo lo dijiste. «Si todo el mundo supiera lo que se siente ahí arriba» —se quitó las gafas, las dobló y las colgó de su chaqueta, permitiéndole un breve atisbo de algo de encaje negro que había debajo.

—Enséñame esto —le pidió—. Mi único contacto con los aeropuertos ha sido como pasajera.

Él suponía que como pasajera de clase preferente, pero se calló el pensamiento. Tal vez si se concentraba en describir la distribución física de la escuela de vuelo, podría dejar de pensar en el físico de ella.

—Esta zona, obviamente, es el aula —empujó un panel corredizo de una de las paredes e hizo aparecer un espacio—. Podemos dividirla en tres aulas con separaciones como estas —otro empujón ocultó la pared divisoria de nuevo—. Son mejoras que hemos añadido desde el tornado. Las mesas llegaron hace unos días.

Emily paseó entre las sillas con mesita adjunta, que le recordaron a sus días de instituto. Se preguntó cómo habría sido Max en el instituto y se lo imaginó como capitán del equipo de fútbol americano, perseguido por todas las animadoras.

Ella no había sido animadora. Era demasiado ambiciosa y ya entonces pensaba en hacerse un sitio en la empresa de su padre. Tenía la esperanza de que así él por fin vería su valía.

Bruscamente, volvió al presente. Desde el tornado había jurado centrarse en el futuro. Miró a Max y, a pesar de sus buenas intenciones, le costó pensar en algo que no fuera él.

Sus ojos eran del mismo azul que habían sido aquel mes de diciembre. Sin embargo, no veía en ellos la amabilidad a la que se había aferrado antes de que él se fuera con los miembros del equipo de rescate. En ese momento, eran inescrutables.

Pero no por ello le parecía menos atractivo.

Sacudió la cabeza e intentó reordenar sus pensamientos. Le resultó bastante difícil.

—Sé que la terminal sufrió desperfectos graves. ¿Pero qué daños sufrió el edificio de Tanner?

—Quedó en pie. A duras penas.

—¿En serio? No sabía que había sido tan terrible —se acercó a la pizarra blanca portátil que había ante las mesas, levantó uno de los rotuladores que había en la bandeja inferior y jugueteó con él, deseando que el corazón dejara de bailotearle en el pecho.

—El tejado voló. La mitad de los aviones sufrieron daños. Hubo que tirar las oficinas y reconstruirlas desde cero.

—Son muchas obras en un periodo de tiempo muy corto. Estoy impresionada.

—Eso es cosa de Tanner —se encogió de hombros.

—Es una fuerza de la naturaleza —sonrió con ironía—. Eso dice Jordana, mi hermana —dejó el rotulador en la bandeja—. Bien. Podéis habilitar múltiples aulas. ¿Qué ocurre en ellas?

—Teoría.

—¿Y qué es eso? —no pudo evitar mirarlo de nuevo. Le sentaban de maravilla los viejos vaqueros y la camisa blanca—. Tú eres el que entiende de esto, ¿recuerdas?

—Hay normas para volar, igual que las hay para conducir. Hay que estudiarlas, así como las bases de la aeronáutica, y aprobar un examen. No todo se aprende en la cabina de vuelo; mucho se aprende en el aula —encogió los hombros—. Esas clases son más económicas para el alumno, pero ofrecemos muchas opciones diferentes.

—¿Cuántos instructores tiene Tanner? —apoyó la cadera en una de las mesas.

—Once. Gary Tompkins murió en el tornado —Max apretó los labios—. Fue mi primer instructor.

—Lo siento mucho —sabía que Tanner había perdido un empleado y deseó haber hecho gala de más tacto.

—Era un buen hombre —la miró de nuevo—. Tan paciente como el día es largo, lo que le vino muy bien a la hora de enseñarme a mí —su expresión se suavizó y movió la cabeza—. Seguramente sigue contando en el cielo las mismas historias que contaba aquí.

—¿Siempre quisiste aprender a volar? —preguntó ella.

Él movió la cabeza y su expresión se volvió seria de nuevo.

—Eso es más reciente —dijo, pero no dio más explicaciones, lo que intrigó a Emily. Miró su reloj de pulsera y señaló la puerta opuesta a la que habían cruzado para entrar—. Tanner no ha reemplazado a Gary aún. Está haciendo entrevistas. También está entrevistando a pilotos comerciales, porque el cuatro de julio quiere ampliar el negocio con vuelos charter. Para eso necesita otro piloto cualificado para transporte de pasajeros. Tanner lo es, pero necesita más apoyo.

A ella no le sorprendían los ambiciosos planes de Tanner. Había recibido el sello de aprobación de John Michael Fortune en cuanto a los negocios, y eso no era fácil de conseguir. Cruzó el umbral y casi perdió el hilo de sus pensamientos cuando su hombro y el de Max se rozaron.

—¿Hay más empleados aparte de los instructores?

—Solo yo —tocó su espalda para encaminarla hacia la parte trasera del edificio. El sol entraba por las largas y estrechas ventanas, iluminando varias avionetas aparcadas con total precisión en el brillante suelo. La puerta principal estaba abierta y se veía la terminal del aeropuerto a cierta distancia—. La sala de simulación está aquí detrás.

La hizo entrar en otra sala, mucho más pequeña que el aula. Allí solo había sitio para dos.

—Es una de tres salas de simulación —dijo él poniendo la mano sobre lo que parecía una cabina de avión—. La mayoría de las escuelas solo tienen dos. Y estas son de vanguardia —siguió moviéndose, cruzando los umbrales de las otras dos salas de simulación, antes de salir de nuevo a la zona principal del hangar—. Tenemos aviones disponibles para lecciones y también para alquilar —señaló los aviones—. Hoy es un día tranquilo. La mitad de la flota está aquí. Normalmente suelen estar todos fuera a estas horas.

—¿Dónde metéis los demás? —preguntó ella sorprendida, mirando a su alrededor.

—Caben todos—le aseguró él. Sus ojos brillaron divertidos y a ella se le aceleró el corazón una vez más—. Apretados como sardinas, pero entran.

—No me gustaría tener que aparcar uno —admitió ella, mirando la envergadura de las alas de un avión.

—Solo requiere músculo y atención. También dejamos algunos aviones fuera —dejó de andar y se apoyó en la larga cola de una avioneta blanca que tenía una hélice en el morro—. ¿Has subido alguna vez en un avión pequeño?

—Depende de cómo definas pequeño —miró el avión que había detrás de él; le llegaba a la altura del ala. Había volado en jets privados a menudo, por razones de trabajo, pero seguían teniendo más de un motor—. Eso que hay ahí parece un juguete.

—Un juguete muy caro —miró la avioneta y ella captó el cariño en su expresión.

—Lo miras como si fuera una bella mujer.

—Bueno —él pasó la mano por el borde del ala—. Es cierto que me da mucho placer.

Ella notó que el rubor teñía su rostro. No tenía sentido intentar negarlo, él lo vio claramente y una leve sonrisa curvó sus labios.

—Vale —Emily juntó las manos—. Quizás sea hora de que vayamos al despacho y miremos el material de marketing. También puedo enseñarte la página de prueba que hice, si quieres.

—Para eso estás aquí —él asintió con la cabeza y se apartó de la avioneta.

Cierto. Para eso estaba allí. Le daría algunas pautas publicitarias y luego podría volver a ocuparse de sus prioridades.

Max tocó su brazo para guiarla.

Ella aceleró el paso hacia la puerta del hangar. Pero no pudo andar lo bastante rápido para dejar atrás los escalofríos que recorrían su espalda.

Capítulo 2

Lo digo en serio —insistió Emily, varias horas después—. No hay razón para que no puedas aprender a usar este programa de diseño.