Universidad y Sociedad: Historia y pervivencias - AAVV - E-Book

Universidad y Sociedad: Historia y pervivencias E-Book

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El estudio de las universidades ha ampliado sus campos de trabajo y se ha abierto a nuevas dimensiones y a no pocos temas colaterales que enriquecen la estricta historia universitaria, como puede verse en muchas contribuciones de este libro. Entre esos temas colaterales, deben mencionarse los vinculados a la Iglesia, como las rentas eclesiásticas, la evangelización de indios, la inquisición, la Contrarreforma y los jesuitas. Así mismo, en una dimensión política, surgen temas como la burocratización de los estados, centralización, la nacionalización de clases medias, el liberalismo, los fascismos y los exilios políticos. A todo ello se añade la universidad como espacio social, las relaciones entre universidades y la historia urbana, las miradas a la universidad desde fuera, la simbología de estas instituciones e incluso las biografías integradas en el contexto social, que muestran, también en este campo, el retorno al sujeto como tema historiográfico.

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UNIVERSIDAD Y SOCIEDAD: HISTORIA Y PERVIVENCIAS

Col·lecció Cinc Segles

Edita:Servei de Publicacions de la Universitat de València

© del text: els autors, 2018

© d’aquesta edició: Universitat de València, 2018

Publicacions de la Universitat de Valènciahttp://[email protected]

Il·lustració de coberta: Biblioteca de la facultat de dret de València, 1967,fotografia de Luis Vidal, Arxiu municipal de València.Fotocomposició, maquetació: Guada Impressors

ISBN: 978-84-9134-319-6

Aquesta publicació no pot ser reproduïda, ni totalment ni parcialment,ni enregistrada en, o transmesa per, un sistema de recuperació d’informació,en cap forma ni per cap mitjà, sia fotomecànic, fotoquímic, electrònic,per fotocòpia o per qualsevol altre, sense el permís previ de l’editorial.

ÍNDEX

Prólogo

MARC BALDÓ LACOMBA

La biblioteca de Juan Negrín. Una nota

SALVADOR ALBIÑANA

Anotaciones sobre las reformas de los estudios jurídicos en la Universidad de Salamanca durante el siglo XVIII

Ma PAZ ALONSO ROMERO

Ernest Lluch, intelectual comprometido de la generación del consenso

MARC BALDÓ LACOMBA

Mujeres y Universidad en República Democrática del Congo. Una primera aproximación

YOLANDA BLASCO GILEVA MARÍA JURADO CEPAS

Mosén Francisco Jerónimo Simó, el primer santo del Estudi General valentino

EMILIO CALLADO ESTELA

Discursos de apertura de la Facultad de Derecho de Valencia: falangismo y nacionalcatolicismo

JORGE CORREA

La pobreza en el colegio de San Ildefonso de Alcalá

DÁMASO DE LARIO

La instrucción pública en la Guinea Ecuatorial durante el colonialismo

CHRISTINE DEUTSCH

El maestro valenciano Fray Bernat Oliver (c. 1280-1348), Doctor parisiense, lector de teología, obispo y autor, entre otras obras, del tratado «concordanciæ decretorum cum bibliæ»

MANUEL VTE. FEBRER ROMAGUERA

Miguel Vilar de Villena (1609-1685). De la Facultad de Medicina de Valencia a la Cámara Real

AMPARO FELIPO ORTS

Inquisición y universidad (Valencia, 1814-1820)

PILAR GARCÍA TROBAT

Los grados universitarios en las Indias (siglos XVI-XIX). Problemática y fuentes

ENRIQUE GONZÁLEZ GONZÁLEZVÍCTOR GUTIÉRREZ RODRÍGUEZ

Disciplina colegial y desórdenes estudiantiles en la Salamanca del Siglo de Oro

GUSTAVO HERNÁNDEZ SÁNCHEZ

El Catedrático de Medicina y Rector de la Universidad de Valencia, Mariano Batlles: la vía política de la promoción académica

TELESFORO M. HERNÁNDEZ

Profesores antifascistas en España e Italia (1923-1945). La limpieza política del profesorado de Segunda Enseñanza en perspectiva comparada

MARGARITA IBÁÓEZ TARÍN

La autoridad de escuela frente a la libertad de filosofar en el Estudi General. El enfrentamiento ideológico entre el pavordRe Calatayud y el círculo mayansiano

VICENTE LEÓN NAVARRO

Universidad y justicia desde la Cátedra y el Ministerio

PASCUAL MARZAL RODRÍGUEZ

La secularización de las doctrinas de indios y los aranceles eclesiásticos

MARGARITA MENEGUS

Francisco Murillo Ferrol, primer director del colegio mayor «Luis Vives»

JAVIER PALAO GIL

Sobre la efeméride de apertura de la Real Universidad de México

ARMANDO PAVÓN ROMERO

Los estudiantes trashumantes, o el impacto de la creación de la universidad de Murcia entre los escolares de Valencia

GERMÁN PERALES BIRLANGA

Los colegios tridentinos en América, siglo XVI

LETICIA PÉREZ PUENTE

La Universidad en las Cartas críticas sobre la Italia del Jesuita exiliado José García de la Huerta

JOSÉ LUIS PESET

El Hospital de Pobres estudiantes del estudio general de Valencia

MARIO FRANCISCO QUIRÓS SORO

Las Universidad de Salamanca vista desde la sapienza en el siglo XVII

RAFAEL RAMIS BARCELÓ

Los Reyes Católicos y la Universidad de Salamanca

LUIS E. RODRÍGUEZ-SAN PEDRO BEZARES

Catedráticos y Universidades de la Edad Moderna: elementos para un estudio de grupo

FRANCISCO JAVIER RUBIO MUÑOZ

Texto y contexto lingüístico de las Constitucions del Estudi General de Valencia de 1611

CARLES TORMO CAMALLONGA

 

PRÓLOGO1

MARC BALDÓ LACOMBAUniversitat de València

La historia de las universidades ha cambiado profundamente desde que en los años setenta del siglo XX la historiografía social y luego la cultural sustituyó el paradigma anterior. Hasta mediados del XX la historia de las universidades era de carácter institucional, estaba muy vinculada a la historia eclesiástica y se hacía de una manera formalista, sin observar lo que sucedía en la experiencia de las universidades más allá de lo que dictaban sus normas; tenía además una tendencia marcada a la hagiografía y desde el punto de vista social era casi terra incognita. Los cambios de enfoque de la disciplina histórica se abrieron a nuevas preguntas y ello afectó, como no podía ser de otro modo, a la historiografía sobre la universidad. Pero seguramente también influyó el impulso de la propia transformación de estas instituciones y el papel que desde finales del siglo XX empezaron a desempeñar en nuestras sociedades del saber estos centros de estudio.

Nos interesa atender los cambios que propició la historiografía, porque bastantes de ellos se recogen en las colaboraciones de este libro. Los objetivos de estudio se hicieron mucho más amplios, se cuestionaron las tradicionales interpretaciones recargadas de exageraciones endogámicas y mitos particulares, se desarrolló una gran diversificación de temas y preguntas; se buscó fundamentar la exploración mediante nuevas preguntas, nuevas estrategias metodológicas, acceso a fuentes primarias o documentales (usualmente poco exploradas hasta los años setenta u ochenta), edición de fuentes. La nueva historiografía universitaria, como corresponde con la nueva historia, usa fuentes documentales (no sólo internas) como nunca habían sido exploradas y desarrolla la crítica de fuentes, es decir, pondera y valora sus alcances y límites. La historiografía universitaria, como la historia social, se abrió a nuevas disciplinas como la sociología, la estadística social, la prosopografía (como estudios biográficos colectivos de profesores o graduados), el derecho y la historia de derecho y las instituciones, la historia de la ciencia y del pensamiento, la historia de la educación, la del arte y una nueva historia institucional que supera el carácter descriptivo y conecta la institución universitaria con la sociedad y las maneras de actuar, pensar y sentir de las personas de las que se nutren, rigen y conforman estas escuelas.

El estudio de las universidades ha ampliado sus campos de trabajo y se ha abierto a nuevas dimensiones y a no pocos temas colaterales que enriquecen la estricta historia universitaria, como puede verse en muchos trabajos de este libro. Entre esos temas colaterales debe mencionarse –algunos en las páginas que siguen y otro no– los siguientes: rentas eclesiásticas, evangelización de indios, inquisición, contrarreforma, jesuitas, nobleza, historia eclesiástica, burocratización de los estados, centralización, nacionalización de clases medias, segunda enseñanza, colegios profesionales, liberalismo, fascismos, exilios políticos, la universidad como espacio social, relaciones entre universidades e historia urbana (tanto en el Antiguo Régimen como en los siglos contemporáneos), historia comparada, miradas a la universidad desde fuera (desde otra universidad, desde el exilio, desde los ojos del viajero…), simbología de estas instituciones (sus efemérides, sus ritos, sus lenguajes, el acto mismo de graduar…), biografías integradas en el contexto social que muestran, también en este campo, el retorno al sujeto (y si puede, según las fuentes, se aproximan a los aspectos privados y a la individualidad o singularidad de la vida de los personajes).

Averiguar la función social de las universidades en cada tiempo ha sido la cuestión central del nuevo estudio de la historia universitaria, que se ha articulado en cuatro grandes ejes. En primer lugar se intenta saber quiénes son sus estudiantes y su procedencia o extracción social, a quién o se admite y a quién se excluye el acceso y por qué motivos (pureza de sangre, recursos económicos familiares y coste de los estudios, profesión familiar). A estas cuestiones se añade el estudio de la sociabilidad y socialización de los estudiantes en colegios universitarios y facultades, los vínculos colegiales, tan importantes en la Edad Moderna, y no faltan estudios sobre las cuestiones cotidianas, el régimen académico, la disciplina, las revueltas, las identidades políticas de los escolares o los movimientos estudiantiles. También es importante –y se ha cultivado mucho en los siglos de la Edad Moderna– lo que desempeñan estos estudiantes después de graduarse, su profesión y qué han aportado con su trabajo a la sociedad, los procesos de profesionalización, la burocratización de la administración de la Monarquía y de la Iglesia, de los Estados-nación, así como la movilidad social y sus límites (criollos) y sus exclusiones (indios y castas) o inclusiones. También se estudia en esta nueva historiografía el acceso a las universidades, que hasta los años setenta del siglo XX era un privilegio y desde entonces pasó a ser –y cada vez más, incluso pese a la crisis actual– un derecho, una etapa formativa que alcanza a más jóvenes y, más tarde, se abre a personas de más edad que acuden a completar y mejorar su formación o aprender. Con la masificación del final del siglo XX, gracias al crecimiento de los estudiantes, las universidades dejaron de ser la torre de marfil que hasta entonces habían sido. La incorporación de mujeres, aspecto clave en la demografía y la democratización universitaria, es una de las más importantes novedades de los últimos cincuenta años y expresa lo que, seguramente, es la principal transformación histórica del siglo XX y principios del XXI.

Un segundo eje, que metodológicamente mira a la historia de la ciencia y las disciplinas, es conocer qué saberes se administran en sus aulas, por qué esos y no otros, cómo se dispensan y cómo y porqué cambian. Ámbito favorito de estas aportaciones es analizar las relaciones entre las universidades y el pensamiento teológico, filosófico y científico.

Averiguar las tensiones entre innovación y tradición o las que existen entre la autoridad de las «escuelas» y la libertad de filosofar son cuestiones muy tratadas por los estudiosos de historia de la ciencia y de las universidades de la Edad Moderna, como puede verse en algunos trabajos de este libro. Se trata de una valiosa aportación, a mi modo de ver, porque muestra que las ciencias no se cultivan aisladamente y sin marco institucional. Para los siglos XIX y XX la fusión entre la historia de las universidades y de la ciencia es más compleja, porque requiere una especialización que los historiadores generales sólo tienen en su ámbito: el jurista accede bien a los saberes jurídicos, el historiador al mundo de las letras; pero medicina, física, química matemáticas, economía… requieren de una formación de la que se resiente el tipo de investigador que se especializa en historia de las universidades. Sin embargo hay cambios en los siglos XIX y XX que sí que pueden ser cubiertos (y crecientemente lo son) por los que se dedican a la historia universitaria por ser más sociológicos,como,porejemplo,laincorporaciónde las mujeres a la enseñanza superior (tema que tiene equipos de investigación), o por qué y cómo las universidades y otras instituciones de educación superior se han orientado hacia conocimientos prácticos y profesionales, o cuándo y porqué la educación técnica se convierte en pieza clave del sistema o, en fin, analizar los factores que explican por qué las universidades ya no se dedican sólo a formar la élite intelectual, político-administrativa o espiritual, sino que aportan una formación del capital humano que requieren las sociedades capitalistas avanzadas.

Un tercer aspecto es estudiar quienes son sus docentes: su origen, procedimientos de nombramiento y control sobre su trabajo, estilo de vida (aspecto reforzado por la historia cultural), legado intelectual y hasta testamentario, papel político y compromisos, posición social e imagen. La importancia que ha tenido la secularización, la burocratización, la especialización, la aparición de nuevas cátedras son aspectos que también analiza esta nueva historiografía. Por supuesto las coyunturas: guerras y depuraciones, exilios… Y también se ha desarrollado un notable crecimiento de biografías, como este libro muestra y el ejercicio profesional de graduados y profesores fuera de los claustros, como puede ser el caso de médicos, canónigos o juristas.

En fin, el cuarto foco, seguramente el que más atención ha atraído por ser básico, es analizar cómo se gobiernan estas escuelas, pero a diferencia de hacerlo como lo hacía la historiografía anterior a la renovación, desde finales del siglo XX se hace con nuevas preguntas: interesa conocer la universidad desde la experiencia de cada día y no la descripción estática del gobierno basado en las normas y las leyes. Las actas de las facultades, la correspondencia de los universitarios o las minutas de las autoridades académicas se convierten en documentos tan valiosos como las bulas y las reales órdenes o leyes; la aplicación del plan de estudios desde la práctica de una cátedra concreta o un compendio, un manual, unos apuntes o desde lo que dicen sus alumnos (en cartas, memorias u otros textos) interesa tanto como lo que dice el propio plan. Es decir, se pasa de atender sólo la norma a dar cuenta de la práctica, la experiencia.

También se estudian los recursos con que cuentan para su funcionamiento, aspecto nuclear de las universidades.

Importante es discernir, en este cuarto vector, los nexos que hay entre las universidades y las estructuras de poder. La idea de reforma –ilustrada, liberal, democrática– o contrarreforma –absolutista, fascista– es un asunto central del estudio de la historia universitaria. Estos análisis amplían lo que desde siempre ha sido un tema clásico en esta historiografía: los modelos universitarios. El estudio de los «modelos universitarios» de la Edad Moderna (universidades reales, municipales, colegiales, conventuales, las especificidades de las coloniales…), así como las características primordiales de la migración de modelos europeos a Ultramar y las características propias de las universidades coloniales (por ejemplo, el peso del poder real en las de la Monarquía española) son un aspecto relevante del análisis, porque dibujan las relaciones universidad-poder, o si se quiere los nexos de las universidades y el medio social y político donde operan e interactúan. Desde las reformas liberales, unidos a las reformas universitarias impulsadas por éstos, surgieron nuevos modelos: principalmente el napoleónico y el humboldltiano (al margen del británico), que se extendieron durante el siglo XIX y primera mitad del XX, y en los que es importante la gestión del poder que desarrolla el Estado-nación de cada país. Recientemente, después de la Segunda Guerra Mundial, se opera un fenómeno diferente. Se reforman otra vez los modelos anteriores: se impone la norteamericanización de las universidades europeas y americanas y la inserción de estas instituciones en un panorama globalizado, donde quien marca la pauta a las universidades del mundo occidental no son ya las universidades europeas, sino las norteamericanas y anglosajonas, aunque el peso de las tradiciones y pervivencias se mantenga. Y en este contexto de conexión entre las universidades y el medio social, la historiografía explora otros modelos, como en este libro puede verse un trabajo sobre caso africano… Debe subrayarse la importancia de estos esfuerzos, porque es importante conocer desde el sur, por cuanto confronta un monocultivo desde los países occidentales y aborda una historia de ausencias que se debe reivindicar y conocer.

En cualquier caso, estudiar modelos universitarios y marcos legales de los Estados- nación o tendencias de amplias regiones del mundo, así como reformas, ha sido cuestión importante en esta historiografía. No se trata de una vuelta a la vieja historia estática institucional sino de mirar el tema con nuevas preguntas, nuevos instrumentos teóricos y usando las fuentes. Es un modo de abordar la política universitaria, la interrelación con el marco legal de cada Estado, las interrelaciones entre universidades…

En resumen, estudiantes, profesores, saberes y gobierno universitario en el espacio social y cultural son el nuevo horizonte de estudio de la historia universitaria.

Esta renovación historiográfica se advierte en todo el mundo occidental. Unos pocos nombres expresan el cambio: Lawrence Stone (The University in Society, 1974), Richard Kagan (Students and Society in Early Modern Spain, 1974, traducida al castellano en 1981), Mariano y José Luis Peset (La universidad española (siglos XVIII y XIX). Despotismo ilustrado y revoluciónliberal,1974), Dominique Julia, Jacques Revely Roger Chartier (Les Universités europeénnes du XVIè au XVIIIè siècle. Histoire social des populations étudiantes, 1986-1989) o Walter Rüegg (que es editor de la monumental Ahistoryofthe University in Europe, 1993-2010).

Como se observa, uno de los grandes renovadores de la nueva historia universitaria es Mariano Peset, quien, además de sus trabajos sobre la universidad española desde el siglo XVI al XX desde la perspectiva social, ha estudiado a partir de 1980 el estudio de las universidades del mundo hispánico en diversos trabajos recogidos en Obra dispersa: la Universidad de México, 2012. Pero hay otra cuestión relativa a este profesor que concierne a este libro y a la secuencia de las actas de congresos anteriores que debe señalarse. Desde 1985, Peset aglutinó un grupo de investigadores de diversas universidades españolas y americanas sobre historia universitaria. En conexión con este núcleo se organizaron varios grupos de investigación (universidades de Valencia y Salamanca, esporádicamente profesores de otras, y centros de investigación como el Instituto de investigación sobre la universidad y la educación de México, el Instituto Antonio de Nebrija de la Carlos III de Madrid y el CSIC) que colaboran entre ellos y organizan periódicamente reuniones científicas en diversas ciudades. Esta red desde los ochenta viene trabajando con unidad de método las cuestiones que plantea la nueva historia universitaria. Sus investigaciones se han centrado en los siglos de la Edad Moderna, aunque cada vez gana espacio el estudio de los siglos XIX y XX. Hoy cuenta con treinta y tres años seguidos de trabajo, se ha servido de proyectos subvencionados competitivamente y ha realizado catorce reuniones científicas o congresos con publicación de actas, contando este libro, Universidad y sociedad: historia y pervivencias, que reúne el Symposium correspondiente que se hizo en 2016. En la actualidad este amplio grupo sigue reuniendo periódicamente a investigadores de ambas orillas del Atlántico y a colegas de otras universidades españolas no citadas antes y de otros países europeos.

Este es el contexto de este libro. Da cuenta de los nexos entre la universidad y la sociedad, de las interrelaciones entre una y otra, y de una cuestión que a los historiadores nos parece esencial: la historia de estas instituciones y los anclajes y pervivencias del presente con el pasado y una propuesta de reflexión sobre los retos que nos plantea.

La historiografía universitaria, en fin, deja para otros lo que «deberían ser» estas instituciones, aunque estudiando su experiencia histórica por un lado reflexiona sobre sus desafíos, que son constantes a lo largo de la historia y hoy no son menores a los de otros tiempos y, por otro, observa también su función cambiante, histórica en sentido estricto. Las universidades nacieron en la Edad Media, entre otras funciones, para entender el mundo desde un sistema racional y para actuar sobre él, así como para reformarlo acumulando conocimientos, conscientes de las limitaciones humanas. Y en cierto modo siguen aportando esa función a nuestras sociedades. Además quienes investigamos la historia universitaria suponemos –o deseamos– que esa función, esa tarea, ese empeño sea emancipador: que cree un ámbito de estudio y lucidez crítica para seguir avanzando en la búsqueda del conocimiento. Como decía Mario Bunge «el conocimiento científico, la tecnología de base científica y las humanidades racionalistas no sólo son bienes públicos intrínsecamente valiosos sino también medios de producción y bienestar, así como condiciones para el debate democrático y la resolución racional de conflictos». (M. Bunge, La relación entre sociología y filosofía, 2000, 329).

1. Tanto el Symposium sobre historia de las universidades como la presente publicación se han llevado a cabo en el marco de los proyectos de investigación financiados por el ministerio de economía y competitividad DER2013-45743-R y DER2016-78166-R, titulados ambos ALMA MATER TOTIUS HISPANIAE: PROYECCION SOCIAL, HISTORIA Y PERVIVENCIAS DE LAS UNIVERSIDADES HISPANICAS. (SIGLOS XVI-XX).

 

LA BIBLIOTECA DE JUAN NEGRÍN. UNA NOTA

SALVADOR ALBIÑANAUniversitat de València*

«Gran devorador de libros y periódicos, su silueta sería incompleta si no le viéramos cargado de material de lectura que adquiría a todas horas en kioskos y librerías». Así evocó Mariano Ansó a Juan Negrín a mediados de los años veinte. Una estampa similar ofreció el pintor Luis Quintanilla, otro amigo al que por entonces también trató a menudo. Quintanilla, a quien Negrín encargó algunos frescos para la Facultad de Medicina y el Pabellón de Gobierno de la nueva Ciudad Universitaria, le describió muy atento a actividades intelectuales y artísticas. Era corriente encontrarlo en algún café «leyendo libros y revistas en los intervalos de sus ocupaciones. De Alemania trajo su biblioteca que pasaría de diez mil obras, entre ellas bastantes de artes, las cuales me prestaba y motivaban nuestra conversación, pues estima mi criterio y creía en mis dotes artísticas». Esa inicial biblioteca no cesó de crecer, la pasión bibliográfica –iniciada en Leipzig en sus años de formación como fisiólogo– le acompañó toda su vida. En 1944 en una carta a Luis Araquistáin se calificó de «maniático e indiscriminador coleccionista de libros».1

Destacado miembro de la Generación del 14, la primera generación universitaria y europeísta, Juan Negrín (1892-1956) fue un lector atento, curioso y cosmopolita cuya biblioteca –pronto fragmentada y dispersa– apenas conocemos. Algo sabemos de la valiosa colección de libros y revistas científicas de su propiedad que acomodó en el Laboratorio de Fisiología de la Junta para Ampliación de Estudios, del que fue nombrado director en 1916. Algo sabemos también de la subasta de una parte de sus libros, decidida por sus hijos, Juan, Rómulo y Miguel, y por su viuda, Maria Mijailov, poco después de su fallecimiento. En 1958 la firma londinense Sotheby & Co. publicaba el Catalogue of a Library of Spanish Books, European Literature and Works on a variety of Learned Subjects, propiedad de un Spanish Private Collector que no era otro que don Juan Negrín. De lo que sucedió con sus libros entre ambas fechas, entre 1916 y 1958, las noticias escasean y están algo deshilvanadas. Este apunte aspira a paliar esa precariedad. Lo que aquí se ofrece es un vislumbre que aguarda la catalogación definitiva del archivo Negrín, depositado en la Fundación Juan Negrín, y sobre todo la precisa catalogación de los libros, revistas y folletos que con tanto esmero y esfuerzo han logrado conservar, en el que fue su domicilio en París, Feliciana López de Dom Pablo, la mujer que compartió su vida con Negrín desde 1925 y, fallecida ésta en 1987, su nieta Carmen Negrín.2

Entre Las Palmas de Gran Canaria, la ciudad que le vio nacer 1892, y París, donde falleció el 12 de noviembre de 1956, hubo muchas geografías en la vida de Negrín. Geografías elegidas, pero sobre todo dictadas por circunstancias políticas entre 1936 y 1946. Con él viajaron sus libros y documentos y cuando no fue posible, como sucedió al llegar exiliado a Francia y apenas un año después a Inglaterra –donde residió entre 1940 y 1947–, colmó su residencia de volúmenes recién adquiridos. Lo que llamamos biblioteca de Negrín es, sobre todo, la imposible reunión de dispersos fragmentos de bibliotecas.

ENTRE LEIPZIGY MADRID (1911-1936)

No debieron ser diez mil los libros que trajo de Alemania, como pensaba Quintanilla, pero fue un número considerable, sin duda. Allí comenzó su pasión por los libros. Formado en Kiel y Leipzig, en el reconocido Instituto de Fisiología que dirigía Theodor von Brücke, Negrín obtuvo el doctorado en Medicina en 1912, iniciando una carrera académica que se vio interrumpida por el estallido de la Gran Guerra en julio de 1914. A comienzos de ese año había contraído matrimonio con Maria Mijailov Fiedelmann, una estudiante de música, perteneciente a una acomodada familia judía llegada de Ucrania, y a fines de 1914 nació su primer hijo, Juan Negrín Mijailov. Las circunstancias familiares y las dificultades creadas por la guerra aconsejaban el regresó a España. Fue entonces, señala Moradiellos, cuando aprovechando la caída del precio de los libros causada por el conflicto y con la ayuda económica de su padre comenzó a adquirir una amplía biblioteca de Fisiología y de Química Fisiológica. Leipzig que era el más importante centro editorial alemán, alentó el gusto por la bibliofilia y amplió sus intereses temáticos, dos rasgos que siempre conservó. La ciudad invitaba a la lectura, recordó Julio Álvarez del Vayo, estudiante por un tiempo, que bien pudo conocerle en 1913.3 En su biblioteca se conserva Neue Französische Malerei, una antología preparada por Hans Arp –el primer libro del artista–, impresa en Leipzig en 1913. Allí debió adquirir obras científicas como Biochemische Central-Blatt, Chemische Krystallographie, o Handbuch der Spectroscopie que aparecen en el catálogo londinense, también publicadas en la ciudad sajona.

La estancia de Negrín en Las Palmas, a donde llegó en octubre de 1915, fue breve. Un año después se instalaba en Madrid al serle ofrecida por Santiago Ramón y Cajal la dirección del recién creado Laboratorio de Fisiología de la Junta para Ampliación de Estudios. Los libros se habían quedado en Leipzig y tardarían en llegar, lo hicieron acabada la guerra al regularizarse las comunicaciones y los transportes. La biblioteca médica y científica se acomodó en el Laboratorio; en tanto los libros de artes, letras, historia o ensayo, debieron ir a su domicilio de la calle Serrano. Es conocida la fotografía que muestra la biblioteca del Laboratorio. Fue publicada en la revista Residencia, en febrero de 1934. «Solamente la Biblioteca era amplia y estaba muy bien surtida», escribió José María García Valdecasas en 1961, «subscrita a las principales revistas científicas, de algunas de ellas existía la colección completa a partir del primer número. Con sus estanterías hasta el techo, plenas de libros, ofrecía un ambiente agradable y acogedor». Un ambiente que describieron otros discípulos como Rafael Méndez, José Puche, Francisco Grande Covián o Severo Ochoa: «La sala contigua, a la izquierda del mismo según se entraba, contenía una magnífica biblioteca. Esta biblioteca, creación de Negrín, era sin duda en aquellos tiempos las más completa que en el área de la biología existía en el país». Allí leyó Ochoa la obra de Jacques Loeb, The Mechanistic Conception of Life, publicado la Universidad de Chicago en 1912.4 Esa edición, que hoy aparece entre los fondos de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense, bien pudo llegar desde el Laboratorio de la Residencia. Es, con toda probabilidad, uno de los libros olvidados de Negrín.

En marzo de 1922, tras convalidar sus títulos en España, obtuvo la cátedra de Fisiología de la Facultad de Medicina de la que no tardó en ser elegido secretario. Ese mismo año colaboró en el Libro en honor de D. S. Ramón y Cajal y fue uno de los firmantes de la convocatoria de la cena en homenaje a Valle-Inclán que organizó la revista España. También le encontraremos entre los muchos que fueron a la Estación de Atocha de Madrid a la despedida de Miguel de Unamuno, camino de su exilio en Fuerteventura en 1924.5 Las ciencias y las letras se confunden en su biblioteca porque se fueron confundiendo en su vida desde fechas muy tempranas. Junto a obras de Albert Einstein –la tercera edición ampliada de Über die spezielle und die allgemeine Relativitätstheorie (Braunschweig, 1918)–, de Max Planck o de su amigo y compañero de la Residencia de Estudiantes Blas Cabrera, primer divulgador de la relatividad eisensteniana, encontramos libros de Juan Ramón Jiménez, Marinetti, Julio Camba –Alemania (1916), publicado el año de la llegada de Negrín a Madrid–, Valentín Andrés Álvarez, Rufino Blanco-Fombona o Tomas Meabe. Las dedicatorias de muchos de ellos orientan sobre su cercanía a los ambientes literarios y artísticos. Teresa de la Cruz, pseudónimo de Teresa Wilms, le dedicó sus Cuentos para hombres que todavía son niños (Buenos Aires, 1919). «Muy afectuosamente al compañero de viaje. Thérèse de la † Julio 1919», escribió la bella y turbadora poeta chilena. También dedicados, en 1924, entraban en su biblioteca Crítica al margen (Primera Serie), de Juan de la Encina (Ricardo Gutiérrez Abascal), otro de sus amigos de tertulia, y el primer libro de Pedro Salinas, Presagios, con un cordial autógrafo: «A Juan Negrín, diminuto en nombre, positivo en ciencia, aumentativo en bondad corpórea, su doliente amigo Pedro Salinas. 29 de junio de 1924». Por entonces su nombre aparecía entre los de José Moreno Villa y Edgar Neville en la relación de suscriptores –suerte de breve compendio de la Edad de Plata– de la «plaquette» en homenaje al poeta ultraista José de Ciria y Escalante, fallecido ese año.6 A Moreno Villa lo trató en el Laboratorio de la Residencia –ocasión de una tertulia «después de las comidas a tomar café» a la que el pintor y escritor acudía a menudo. Allí fue donde Moreno Villa se interesó por el color de los reactivos y en 1931 comenzó a dibujar sobre los papeles ahumados –los llamados grafumos– que se utilizaban para los registros.7

A comienzos de 1926 su nombre aparecía junto a los de Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Manuel Azaña o Gregorio Marañón, entre otros, en el Manifiesto fundacional de «Alianza Republicana», clara muestra de su filiación progresista y del trato con los círculos intelectuales. Ese año significó un tournant en su biografía: publicó sus últimos trabajos de investigación –una versión mejorada de su estalagmógrafo, aparecida en el Boletín de la Sociedad Española de Biología– y se dedicó a la formación de un sobresaliente grupo de discípulos que lograron crear una escuela fisiológica de renombre internacional.8 También por entonces, la necesidad de aumentar sus ingresos le llevó a abrir un laboratorio de análisis clínicos –que pronto alcanzó reputación– y a editar un manual para estudiantes de medicina, tareas en las que contó con la ayuda económica de un familiar muy cercano, su tío Domingo López Marrero. A fines de 1927, con el sello Imprenta de Blass, apareció la obra Elementos de Bioquímica, escrita por sus discípulos José Hernández Guerra y Severo Ochoa de Albornoz, con una colaboración de Negrín, cuya autoría no consta, sobre «Enzimas». Era el primer libro español sobre la disciplina y no tardó en agotarse. La segunda edición, con ajustes en diferentes capítulos, apareció a fines de 1929 ahora ya con el crédito Editorial España. La tercera –Negrín no debió errar demasiado en el cálculo de sus ganancias– se acabó de imprimir en diciembre de 1932.9 Para entonces todavía atendía la cátedra –la Facultad de Medicina imprimió su programa del curso 1932-1933–, pero no tardó en solicitar la excedencia en la cátedra absorbido por las tareas políticas. Lo hizo en 1934.10

En 1927, al tiempo que se ocupaba de la docencia, los laboratorios y de la Secretaría de la Facultad de Medicina, se incorporó a la recién creada Junta Constructora de la Ciudad Universitaria, una iniciativa de la Monarquía que con la República cobró más aliento. Negrín trabajó como Secretario de la Junta con tanta eficacia como empeño.11 No sorprende que entre sus libros menudeen las monografías sobre arquitectura aparecidas en los años en que se levantaba el campus de la Moncloa. Atento al movimiento moderno, bien pudo escuchar a Walter Gropius que en 1930 habló de «Arquitectura funcional» invitado por la Residencia de Estudiantes y señaló como ejemplo el Pabellón de Laboratorios. En su biblioteca se reunían Internationale Architektur (1925), de Gropius; el influyente Glas im Bau und als Gebrauchsgegenstand (1929), de Arthur Korn, con un acopio de imágenes muy cercano a la Nueva Objetividad; Bauten der Volkserziehung und Volksgesundheit (1930), de Margold, y obras del editor Julius Hoffmann, promotor de los difundidos Baubücher.12 También una entrega de La Demeure Française sobre Charles Siclis, el arquitecto e interiorista que proyectó con Teodoro de Anasagasti la reforma del edificio Madrid-París en 1934; y Actar (París, 1931), libro-manifiesto del arquitecto, urbanista y paisajista Nicolau Maria Rubió i Tudurí que criticaba los excesos del movimiento funcionalista. De la singular figura de Rubió, quien durante la guerra civil fue delegado en Francia del Comissariat de Propaganda de Jaume Miratvilles y trabajó para la diplomacia paralela de Lluis Companys, también se encuentra Sahara-Niger (1932), el primero de sus libros de viajes por África, con fotografías de Vallés, Botey, Puig i Cufí.13

A través de Juan Negrín, la Facultad de Medicina y el Laboratorio de Fisiología fueron generosos clientes de la Librería de León Sánchez Cuesta; al llamado «librero del 27» también le compraba para su biblioteca, en particular libros alemanes. El apunte de títulos evoca de nuevo un variado registro de lecturas entre los Elementos de Histología Normal y de Técnica Micrográfica de Santiago Ramón y Cajal y de su discípulo José Francisco Tello y Muñoz, el Handbuch der Weltpresse 1931, Le Malade Imaginaire, de Molière, o los cuatro volúmenes de System der Soziologie, de Franz Oppenheimer, sociólogo y economista, defensor de un socialismo liberal al que Negrín debió sentirse cercano desde sus días de Leipzig.14 Hubo otros proveedores. Entre ellos, la Librería Nacional y Extranjera de Barcelona, cuyo sello aparece en portadas como Das Neue Gesicht der Herrschenden Klase. 60 Neue Zeichmumgen, de Georg Grosz, publicado por Malik en 1930, y en el anuario fotográfico Das Deutsche Lichtbild: Jahressschau 1934 (Berlín, 1933). El interés de Negrín por la fotografía y el diseño gráfico lo recuerda algunas entregas de Arts et Métiers Graphiques como el espléndido Paris de Nuit, de Paul Morand y Brassaï; el primer libro de Marcel Natkin, La photographie sur le petit format. Le Leica (París, 1933), que fue también el primer manual sobre la pronto celebrada cámara; y la revistas D’Aci i d’Allà o Europa, publicación de corta vida que promovía en Barcelona el psicoanalista húngaro Oliver-Brachfeld.15

En 1929, con sus amigos Luis Araquistáin y Julio Álvarez del Vayo, que ese año propiciaron su ingresó en el Partido Socialista, fundó la Editorial España, rótulo en el que resuena el semanario dirigida por Araquistáin entre 1916 y 1922. El primer libro fue Sin novedad en el frente, la exitosa novela antibelicista de Erich Maria Remarque, publicada en Alemania en enero de 1929. Al parecer, la elección fue sugerencia de Gertrudis Graa, periodista y esposa de Araquistáin, y de la traducción se ocuparon el periodista alemán Eduardo Foerstsch y el escritor Benjamín Jarnés. Impreso en junio de 1929, alcanzó nueve ediciones en un año y se llegaron a imprimir 110.000 ejemplares. La novela de Remarque –escribió mordaz Álvarez del Vayo– «estuvo a punto de hacernos ricos […] Nos hubiese hecho ricos a Araquistáin y a mí, puesto que Negrín ya lo era de familia».16 En línea con las llamadas editoriales de avanzada como Cenit, Oriente, Ulises o Zeus –cuyos títulos también menudean en la biblioteca de Negrín–, España publicó diferentes colecciones: novela, viajes y aventuras, biografías, ideas y hechos sociales, teatro y biología y medicina. Muy activa entre 1929 y 1935, en el catálogo encontramos: Mis peripecias en España (1929), de Trotski, traducido por Andreu Nin; Grandeza y servidumbre de la prensa (1930), de Alfonso Ungría, introductor en España de los análisis sobre prensa y opinión pública; Ocaso de un régimen (1930), reedición revisada del libro que Araquistáin –autor frecuente en el catálogo– había publicado como España en el crisol (Barcelona, Minerva, 1920); Cuestiones de dietética (1933), de Jaume Pi-Sunyer, iniciador de los estudios de nutrición, con prólogo de Negrín; El cáncer de útero (1931), trabajo pionero de Sebastián Recasens; Stalin (1932), del misterioso y antisoviético Essad Bey (Lev Nussimbaum); Rusia al día (1932), de Julián Zugazagoitia; Nosotros, los marxistas. Lenin contra Marx (1932), de Antonio Ramos Oliveira; ¡Écue-Yamba-O! novela afrocubana (1933), la primera obra de Alejo Carpentier, feliz en Madrid con las mil pesetas que le habían pagado por los derechos, o La educación y el orden social, de Bertrand Rusell (1934).17 España dio cobertura a Leviatán,mensual de orientación marxista dirigido por Araquistáin que apareció entre mayo de 1934 y julio de 1936. Vinculada a la revista, Ediciones Leviatán publicó en 1935 Las fábulas del errabundo, de Tomás Meabe –sobria figura que Juan Ramón Jiménez evocó en una de sus caricaturas–, con prólogo de Julián Zugazagoitia y cubierta de Mauricio Amster.

Esa primera biblioteca aunque sedentaria y madrileña debió estar repartida por diferentes lugares de la ciudad como su domicilio en la calle Serrano (número 85), el laboratorio particular –también en Serrano (número 73) y, más tarde, en la calle Ferraz–, el Laboratorio de la Residencia, la Facultad de Medicina o en la Casa de las Flores, el edificio de Secundino Zuazo, donde vivía Feli López, que debió ser para Negrín una frecuentada segunda residencia. Los libros, revistas y separatas que habían estado en la Residencia pasarían a la nueva Facultad de Medicina entre noviembre de 1934 y febrero de 1935. En la Biblioteca de la Facultad puede consultarse la obra del fisiólogo y pionero de la fotografía Jules-Étienne Marey, Physiologie du mouvement. Le vol des oiseaux (París 1890), un ejemplar con autógrafo de Juan Negrín. Otro de sus libros olvidados.

ENTRE MADRID, NÁQUERA Y BARCELONA (1936-1939)

Transcribo una carta recibida en Cultura Popular –escribió Arturo Serrano Plaja en diciembre de 1936– en la tarde de un día que por la mañana hubimos de visitar unos de nuestros frentes y en él hablar de la cultura con nuestros milicianos, dentro de las trincheras. «Estimados camaradas: […] en la mayoría de estos hoteles (hay que aclarar para la mejor comprensión de esta carta que se trata de hoteles deshabitados y situados en plena línea de fuego) existen bibliotecas con valiosas colecciones expuestas a ser destruidas por los obuses (y la incultura de algunos milicianos, los menos). ¿Por qué no nombráis una comisión que venga a rescatarlos? Espero que así lo haréis. Con saludos revolucionarios. Emeterio Orgaz, 4a Compañía de Asturias. 1a Brigada Internacional». No parece que la petición de éste oficial fuera atendida, pero algo pudo salvarse en esos devastados escenarios cercanos a Madrid. Debemos al esfuerzo de José María Corral, discípulo y amigo de Negrín, quien tras la guerra civil dirigió el Instituto Cajal, el rescate de una parte de los libros y revistas que se habían depositado un año antes en la recién creada Ciudad Universitaria. Una arriesgada intervención que le fue agradecida por la Junta para Ampliación de Estudios a fines de 1938. Convertida en frente de guerra, los libros de mayor tamaño sirvieron –como recordó el brigadista Bernard Knox y testimonia alguna foto de Robert Capa– en barricada y protección ante las balas enemigas.18

En 1936 llegarían las incautaciones oficiales que pretendían la salvaguarda del patrimonio bibliográfico y las requisas que aspiraban a socializar la lectura, pero prevalecieron la destrucción causada por las bombardeos franquistas y el hurto y la rapiña –que Gloria Fuertes ilustró con algún vivido recuerdo del Madrid de su juventud. Fueron muchas las bibliotecas desaparecidas entre 1936 y 1939.19 «No tengo un solo libro de mi biblioteca de Madrid», escribió en 1954 Alberto Jiménez Fraud, director de la Residencia de Estudiantes, que había dejado España en septiembre de 1936. En sus Caminos inversos, el fisiólogo Rafael Méndez –otro discípulo de Negrín de quien fue secretario cuando éste ocupó el ministerio de Hacienda–, agradeció que algún libro suyo rescatado por manos amigas le llegara a México, pero lamentó la pérdida de su ejemplar del Romancero Gitano que García Lorca, compañero de la Residencia, le había dedicado, adornando con dibujos algunos de los romances.20

Los libros de Negrín estuvieron en Madrid hasta que el Gobierno de la República se trasladó a Valencia. Fue entonces cuando la biblioteca inició un incierto éxodo que el final de la guerra y las circunstancias del exilio convirtieron en serpenteante y laberíntico. Feli López y Elías Delgado, técnico de laboratorio de Negrín y después secretario del Presidente, se ocuparon de trasladar la valiosa y amplia biblioteca a Náquera, una localidad cercana a Valencia en cuya urbanización La Carrasca se alojaron algunos ministros.21 Al parecer Negrín, ministro de Hacienda desde septiembre de 1936, ocupó una espaciosa casa conocida como «El Pinaret». Alguna huella dejó en sus anaqueles la estancia valenciana. Entre otras, Propaganda y cultura en los frentes de guerra, parte de cuya tirada se destinó a los asistentes al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura reunido en Valencia en julio de 1937. Generoso arsenal de información gráfica y literaria, el libro, que debió coordinar Gabriel García Maroto, se imprimió en los talleres de La Semana Gráfica, de donde también salieron los romances de Emilio Prados, Llanto en la sangre, ilustrados por Miguel Prieto. También valenciano es el folleto Oficina de Adquisición de Libros. Memoria. Marzo-Noviembre 1937, preparado por María Moliner, entonces directora de la biblioteca de la Universidad de Valencia.22 A Valencia debió llegar otro de los libros para los agasajados congresistas de julio, la Crónica general de la Guerra Civil (1937), textos recopilados por María Teresa León con la ayuda de José Miñana, publicada por la Alianza de Intelectuales Antifascistas, que cierra el emocionado «Homenaje» de Luis Cernuda aparecido en El Mono Azul en febrero de ese año.

A fines de 1937 la biblioteca continuó su obligada errancia acompañando el repliegue republicano, ahora hacia Barcelona. Quedó instalada en la que fue residencia oficial de Negrín, una magnífica torre en Pedralbes que pertenecía a la familia Roviralta, donde el primero de mayo de 1938 se presentó el programa de gobierno, los conocidos 13 puntos. Por aquella Barcelona andaba Eduardo Zamacois quien relató en sus memorias, Un hombre que se va…, la peculiar protección que le ofreció Negrín cuando la novela El asedio de Madrid fue denunciada por derrotista. También en Barcelona estaba Luis Araquistáin, enfrentado a Negrín desde la caída de Francisco Largo Caballero en abril de 1937. Había logrado sacar su biblioteca de Madrid –le llegó por vía marítima desde Valencia–, y entretenía sus ocios con frecuentes compras en la librería de Antonio Palau Dulcet que fue –al decir del periodista y escritor– «origen de mi bibliofilia». Negrín no debió comprar tantos libros, pero alguno adquirió, a través de su hijo Juan, en subastas de bibliotecas clausuradas. Es el caso de Typografie als Kunst, de Paul Renner, y Duinesen Elegien, de Rilke, que procedían de la Biblioteca del grupo DAS (Deutsche Anarchosyndikalisten), que tanto había colaborado en la denuncia de las redes nazis en Barcelona y sería víctima del acoso comunista contra el POUM y los libertarios. En otro título, Der Arbeiter. Herrschatf und Gestalt (Hamburgo, 1932), de Ernst Jünger, aparece el sello del Centro de Estudios Alemanes y de Intercambio de Barcelona, fechado en 1938.23

La biblioteca de Negrín reúne una selecta muestra de la edición republicana, en particular de la propaganda en el exterior. Arthur Koestler figura en ella con Spanish Testament (Londres, Victor Gollancz, 1937) y con Menschenopfer Unerhört. Ein Schwarzbuch über Spanien, publicado en las parisinas Éditions du Carrefour, un sello que Pierre G. Levy, el editor de Bifour, había creado en 1928. A comienzos de los años treinta lo había cedido a Willi Münzerberger, quien con la ayuda financiera de la Komintern, para quien trabajaba, saneó sus decaídas cuentas.24 París fue un centro editorial muy relevante de la agitprop comunista. Allí se imprimió en 1938 Espionnage en Espagne (Dënoel, 1938), libelo contra el POUM que contó con un prólogo de José Bergamín y firmó un inexistente Max Rieger. Rieger, supuesto integrante de las Brigadas Internacionales, enmascaraba a un colectivo aunque la autoría determinante fue la de Wenceslao Roces –entonces subsecretario del ministerio de Instrucción Pública–, o bien, lo han apuntado Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo, la de Georges Soria, periodista y militante del partido comunista francés. Panfleto bien fabricado por la inteligencia estalinista, plagado de equívocos, que pretendía justificar la represión contra los troskistas y la atrocidad cometida por los comunistas con Andreu Nin en junio de 1937. La edición francesa aparecía traducida –de una supuesta edición española– por Jean Cassou, en tanto la edición española, publicada ese mismo año en Ediciones Unidad, sello del partido comunista de España, acreditaba la traducción de Lucienne y Arturo Perucho, ambos de obediencia comunista, de un texto francés previo. También ha suscitado alguna controversia la colaboración de Bergamín, por entonces presidente de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, cuya firma avalaba la represión del POUM, calificada de caballo de Troya y de eficaz instrumento fascista en el territorio republicano. A juicio de Gonzalo Penalva, Bergamín aceptó escribir el prólogo –del que nunca abjuró– porque se lo había pedido Negrín y porque estaba convencido de la verdad de las acusaciones.25 Otros libros, también parisinos: La République espagnole lutte pour la défense de la démocratie (Imprimerie Coopérative Étoile, 1937), de Jean Cassou; La Guerre en Espagne (Imprimerie Coopérative Étoile, 1937), de Louis Fischer, periodista cercano a Negrín hacia el final de la guerra, muy involucrado en la difusión de propaganda republicana.26La persécution religieuse en Espagne (Librairie Plon, 1937), con el poema de Paul Claudel y los textos reunidos por Joan Estelrich, traducidos por Francis de Miomandre; y Une jeune mère dans les prisons de Franco, de Pilar Fidalgo (1939), estremecedor relato de los días en la cárcel de Zamora al inicio de la guerra y del asesinato de Amparo Barayón, la esposa de Ramón J. Sender.27

La activa Embajada de Londres, a cuyo frente estaba Pablo de Azcárate, publicó dos importantes fotolibros de cuya edición se ocupó Antonio Ramos Oliveira, responsable de prensa: La lucha del pueblo español por su libertad (1937) y Work and War in Spain (1938). También en Londres, con Charles Duff como editor literario, se publicó Spain at War, revista mensual cuyo primer número apareció en abril de 1938. En la biblioteca de Negrín menudean folletos y discursos, entre ellos los referidos a los 13 puntos: aparecen en un folleto traducido al francés por André Malraux –Les 13 points pour lesquels combat l’Espagne– y en la carpeta Declaración de Principios del Gobierno de la República Española, impresa en Barcelona y editada por el Comisariado del Cuerpo de Ejércitos de la Región Central, con textos de Bibiano F. Osorio-Tafall y de Jesús Hernández. La atribución del diseño a Josep Renau ha sido discutida recientemente; la autoría artística resulta un tanto esquiva y en la composición de la portada con montaje fotográfico pudo intervenir Antonio Ballester, colaborador gráfico del Comisariado.28

La espléndida nómina de artistas gráficos republicanos la recuerdan la carpeta de litografías Madrid. Álbum de Homenaje a la gloriosa capital de España, con texto de Antonio Machado y portada de Enrique Climent, y varios libros y folletos. Entre otros, 7 de octubre. Una nueva era en el campo (1936), colaboración de José Renau y Mauricio Amster, con dibujo de Renau en la cubierta; el fotomontaje de Renau para El fruto del trabajo del labrador es tan sagrado para todos como el salario que recibe el obrero (1937), también editado por el Ministerio de Agricultura; Los caricaturistas y la guerra española (1937), repertorio de viñetas antifascistas reunidas por Gabriel García Maroto, responsable del Servicio de Propaganda del Ministerio de Instrucción Pública; y –también en Ediciones Españolas– los Dibujos de Guerra de Arturo Souto (1937). Merecen crédito dos folletos poco conocidos: Le Palais National (Madrid), con letras dibujadas de Ramón Gaya, cuaderno nº 6 de la Oficina Nacional de Turismo (1938); y L’affiche de guerre (1938), impreso en Barcelona en los talleres Llauger, con unas cubiertas que podrían haber salido del Estudi Fototècnic Publicitari de Pere Català Pic o de quienes colaboraban con el departamento fotográfico del Comissariat de Propaganda, como –valgan solo unos nombres– Agustí Centelles, Miquel Agulló, Gabriel Casas o Josep Sala.29 A modo de prólogo, un texto anónimo de título idéntico recuerda la exposición de carteles de la Gran Guerra –«leçon que la guerre européenne avait donné a la propagande publicitaire, leçon renouvelée par la révolution russe»–, presentada en Barcelona en 1929 y el ciclo de conferencias que la acompañó, abierto por el presidente del Publi-Club de Barcelona, Rafael Bori Llobet, que justamente habló de «El cartel de guerra».

En el apartado literario menudean títulos que merecen mención. Entre otros, la rara partitura Ay, ay ¡hui! Coplas del Fuerte de San Cristóbal, con texto de Emilio Prados y música de Rodolfo Halffter (1938). Y también con el sello Ediciones Españolas, Guerra Viva, poemario de José Herrera Petere, con litografías coloreadas de Manuel Ángeles Ortiz (1938). Ese mismo año, Hora de España –que, a juicio de Mainer, clausuraba, inadvertidamente y con brillantez la Edad de Plata, publicó Entre dos fuegos, narraciones de Antonio Sánchez Barbudo, y El hombre y el trabajo, de Arturo Serrano Plaja, con dibujos de Gaya, que Trapiello destaca como un primer intento de poesía social. También clausuraba la edición republicana ese prodigio de la imprenta errante que es España en el corazón, de Pablo Neruda. Al cuidado de Manuel Altolaguirre, se acabaron de imprimir los quinientos ejemplares –el de Negrín es el número 9– en el Monasterio de Montserrat el 7 de noviembre de 1938, conmemorando el segundo aniversario de la defensa de Madrid. Primera edición española del libro de Neruda que está documentada en muy escasas bibliotecas.30

TOULOUSE, MARSELLA, PARÍS, ANDRÉSY, BOVINGDON, CHIDDINGFOLD Y DE NUEVO PARÍS (1939-1956)

El 22 de enero de 1939, Negrín ordenó la evacuación de Barcelona. Ese día abandonaba la ciudad Luis Araquistáin con sus libros y objetos de arte gracias a las ambulancias que le facilitó el doctor Eduardo Arín, Jefe de Sanidad Militar. Un recurso que escandalizó a Constancia de la Mora cuando días después vio las bien equipadas ambulancias estacionadas ante el ayuntamiento de Cerbère. Negrín debió apurar la salida y los servicios del Jefe de Gobierno retiraron libros muy recientes dejados en su residencia por Fernando Vázquez Ocaña, socialista y director de La Vanguardia entre octubre de 1937 y enero de 1939 y jefe de prensa del presidente del gobierno desde mayo de 1937 hasta abril de 1939. En alguno de esos libros –las Nuevas Crónicas de Gerardo Rivera, de Juan José Domenchina, publicadas en Barcelona a fines de 1938– puede leerse esta dedicatoria: «A Fernando Vázquez Ocaña este libro de crónicas absolutamente inactuales. J. José Domenchina. Ba enero 1939». Contenida muestra de estoicismo en una ciudad enmudecida por la derrota.31

«Un silencio completo y enormes remolinos de papeles rotos y quemados, empujados por el viento que entraba por las esquinas y bocacalles acogió a los “vencedores”». Así evocó Constancia de la Mora en Doble esplendor –unas memorias acabadas de escribir en Nueva York en el verano de 1939–, la llegada de las tropas de Yagüe a Barcelona el 26 de enero. Esas hogueras, que hacían desaparecer documentos comprometedores y también sirvieron para combatir el frío, tardaron en apagarse. En la retirada hacia la frontera, ya cerca de Figueras, Ehrenburg encontró a Sávich y a Kótov quemando la biblioteca de la embajada soviética en una masía. «No iban a dejar libros rusos a los fascistas», le dijeron. Kótov, que según observó Eherenburg, quemaba los libros con delectación, no era otro que Leonid Eitingon, agente de la NKVD que no tardaría en aparecer por México para acabar con Trotski. Ovadi Sávich, corresponsal de la agencia Tass, hispanista y asistente al Congreso de Escritores de Valencia, había preparado en colaboración con Manuel Altolaguirre la edición de dos dramas de Alejandro Pushkin, publicados en Barcelona en 1938. También los encontramos entre los libros de Negrín.32

Negrín salió de España el 6 de marzo de 1939. Un avión pilotado por Diego Hidalgo de Cisneros le llevó del aeródromo de Monóvar a Toulouse. Allí estaban ya su biblioteca y su archivo de cuyo traslado desde Barcelona se ocupó José de Arizmendi, un oficial del Cuerpo de Carabineros, quien, algo después, ante el avance alemán y siguiendo instrucciones de Francisco Méndez Aspe, se trasladó a Marsella, y solicitó la ayuda de Gilberto Bosques, cónsul de México. Las cajas contenían una parte de la biblioteca y los documentos relativos a su gestión como ministro y jefe de Gobierno. Todo quedó bajo custodia de las autoridades diplomáticas mexicanas. Una parte de los libros y documentos –los de carácter más privado, quizá– pronto viajó de Toulouse a París; la otra –de índole más oficial y asociada a la guerra– lo hizo a Marsella en 1941.33 Tardarían en reunirse.

La biblioteca personal quedó acomodada en un apartamento de la Avenida Charles Floquet en el que residió Negrín hasta mediados de 1940. En mayo de 1939 de camino a México –donde participó en la recepción de los pasajeros republicanos del Sinaia en el puerto de Veracruz– se detuvo en Nueva York para ver a sus hijos y mantener algunas entrevistas políticas. Fue entonces cuando Luis Quintanilla, llegado en enero para ocuparse del Pabellón Español de la Feria Internacional de Nueva York que canceló el final de la guerra, debió dedicarle su recién aparecido All the Brave, título tomado –recuerda el pintor– de una poesía que celebraba el heroísmo español en la época napoleónica, un símil recurrente en la España republicana. Con dibujos de guerra y textos de Elliot Paul, Jay Allen y Ernest Hemingway, el libro lo había editado el sello neoyorquino Modern Age Books. «A Juan Negrín –leemos al pie de un poema de Wordsworth– con un fuerte abrazo de nuestra vieja amistad. Luis Quintanilla. New York. Mayo 1939». La dedicatoria la acompaña el dibujo de una botella de sifón, un guiño privado, una burlona alusión al laboratorio de Negrín, un motivo que Quintanilla ya había utilizado en los frescos pintados en la Ciudad Universitaria. Este ejemplar de All the Brave está en una biblioteca particular francesa y quizás llegó a ella con la dispersión de los libros que durante unos años, ya muerto Negrín, estuvieron en la residencia veraniega que su hijo Juan tenía en Niza.34 Es otro de sus libros olvidados. De vuelta en París, en julio de 1939, Negrín se tropezó en más de una ocasión con la periodista Josefina Carabias que le recordó vigoroso y atento a la Oficina de Ayuda a los Refugiados Españoles, en el Boulevard Hausmann. También se encontró con Max Aub, que pronto sería detenido, con quien había comentado el proyecto de crear una colección de clásicos españoles en Gallimard y de otra serie de libros sobre la guerra con el editor Léon Pierre-Quint, director de Saggittaire. Algo después –ya desde Londres– Negrín apoyaría a José Bergamín –a través de su hombre de confianza, el doctor José Puche– en la recién creada Editorial Séneca.35

El avance alemán obligó a Negrín a abandonar París el once de junio de 1940. Antes de hacerlo, quizá ayudado por sus amigos Germaine y Jules Moch, debió depositar su biblioteca en Andrésy, una pequeña localidad cercana a París, al amparo de Maître Coquelin, un notario de simpatías republicanas.36 El 21 de junio, provisto de un pasaporte mexicano, Negrín embarcó en Burdeos con destino a Inglaterra. Lo hizo «en un barco carbonero desmantelado», se lee en el Informe de Luis Ignacio Rodríguez Taboada, Ministro de México en Francia, a quien Negrín entregó «para su custodia, restos del archivo republicano, que dejaba en los “trailers”, así como prendas y objetos de su uso personal». Esos documentos viajaron a Marsella y allí se reunieron con los procedentes de Toulouse.37

La presencia de Negrín en Inglaterra resultó incomoda para el gobierno de Winston Churchill que pronto le informó de que debía abstenerse de participar en actividades políticas, invitándole a abandonar el país. No fue así. Negrín, que contó con el apoyo de los laboristas, mantuvo una vida política discreta y promovió empeños culturales como The Juan Luis Vives Scholarship Trust, creado en mayo de 1942, o el Instituto Español de Londres, proyecto de Pablo de Azcárate, abierto a comienzos de 1944. Colaboró en algún experimento científico con la Royal Navy y con J. B. S. Haldane, catedrático de biometría de la Universidad de Londres, y en 1941 fue invitado en dos ocasiones por la Sociedad Fabiana, núcleo intelectual del laborismo. Mantuvo un trato muy cercano con Azcárate y con Antonio Ramos Oliveira, colaborador de The Left Book, quien hizo una elogiosa consideración de Negrín en su Politics, economics and men of modern Spain, 1808-1946, que Victor Gollanz publicó en 1946: hombre de ciencia que las circunstancias –no su deseo, precisó Ramos Oliveira– convirtieron en líder indispensable de la guerra y de la República. Negrín se incorporó a la escena del exilio republicano londinense y el periodista y escritor Esteban Salazar Chapela, que dirigió el Instituto Español hasta su clausura en 1950, le mencionó en alguna ocasión –sin ocultarlo bajo seudónimo, como sucede con otros protagonistas– en Perico en Londres, autobiografía y novela memorialística, como la caracteriza Francisca Montiel Rayo, aparecida en Buenos Aires, en 1947.38

Negrín llegó a Londres sin libros, pero se apresuró a comenzar una nueva biblioteca, ahora orientada hacia la bibliofilia, una decisión que no descuidaba el valor de mercado que pudiera lograr con el tiempo. Algunas pistas ofrecen las memorias de Pablo de Azcárate y los partes de los agentes de la embajada española. Un informe para el duque de Alba de 27 de julio de 1940 precisaba que días atrás Negrín y Feli López habían visitado librerías en Bedford Street y en Charing Cross, así como establecimientos de venta de microscopios y material químico. «Ha comprado una verdadera biblioteca» –anotó el antiguo embajador republicano y cercano amigo de Negrín, en diciembre de 1940. Para entonces había alquilado Dormers, una bella casa de campo en la localidad de Bovingdon, que distaba 38 millas de Londres. Allí fue acomodando un laboratorio químico-fisiológico y sus recientes adquisiciones. Negrín –se lamentó Azcárate en febrero de 1941–, se ha encerrado «con la biblioteca que se ha comprado y unos cuantos “pasatiempos”». «Todo el espacio disponible en la casa en que vive en Bovingdon –precisó el espía del duque de Alba en octubre de 1942– está llenó ahora de libros caros».39

Negrín fue reuniendo una valiosa librería en la que había repertorios de bibliógrafo, literatura científica contemporánea, algunos incunables españoles y numerosas ediciones de los siglos XVI a XVIII. Justamente, una obra médica del Renacimiento –Novae veraeque Medicinae (Medina del Campo 1558), de Gómez Pereira–, que había adquirido en la librería de Albrecht Rosenthal, en Oxford, fue la ocasión para un cruce de cartas con Araquistáin en 1944, un irónico ejercicio de esgrima epistolar. Araquistáin, recién nombrado representante en Londres de la Junta de Liberación Española –lo que mereció algún sarcasmo de su corresponsal–, le ofrecía intercambiar el libro de Gómez Pereira por cualquier otro de un valor análogo. Negrín no atendió la sugerencia –«no quisiera desprenderme de él»– y en su respuesta demostró un solvente conocimiento de la literatura histórico-médica española. El anhelo del regreso a España –el avance de la guerra apuntaba el éxito aliado– es manifiesto y compartido por ambos. Araquistáin se mostraba interesado en coordinar una Historia de la Ciencia Española –un estudio que rehabilitara, escribe, la difamada cultura hispánica– y animaba a Negrín a volver al antiguo oficio de editores y «resucitar nuestra vieja Editorial España, pero en grande y ahora con mejor conocimiento de causa».40

En 1945 vencía el contrato de arrendamiento de Dormers y Negrín decidió adquirir Combe Court, una hermosa propiedad de estilo isabelino situada en la localidad de Chiddingfold, 42 millas al sur de Londres. Un nuevo traslado de la biblioteca. La mudanza no concluyó hasta octubre de 1946 y para entonces, circunstancias políticas y también de índole familiar aconsejaban fijar la residencia en París lo que sucedió de manera definitiva a fines de 1947. Los libros comprados en Inglaterra entre 1940 y 1947 se debieron quedar en Combe Court, aunque en los viajes entre París y Chiddingfold, regulares hasta mediados de los años cincuenta, también iban y venían libros y revistas.

La mayoría de la biblioteca inglesa quedó en Inglaterra hasta que fue subastada entre 1957 y 1958, tras la muerte de Negrín. En septiembre de 1957 la firma John D. Wood & Co gestionó la venta de Combe Court, junto con el mobiliario, colecciones de discos y algunos libros. El catálogo no los describe, pero menciona lotes de novelas, obras de jardinería, fauna, o fotografía, y en una de las entradas se precisa: «The War on Spain, 4; other Works on Spain, 10». Estos primeros debieron ser, quizá, libros que quedaron aislados en alguna dependencia y de menor valor económico. Los valiosos salieron al mercado meses después. «En Sotheby –escribió Rómulo Negrín a su hermano Juan en noviembre de 1957– me dijeron que estaban haciendo la agrupación de los libros para preparar el catálogo y que la venta no la podrían hacer antes de fines de enero. Ninguna fecha concreta, pues no querían comprometerse, dada la gran cantidad de libros que tienen que cataloga». El catálogo de Sotheby, publicado en 1958, ofrecía 544 lotes que se subastaron en dos sesiones celebradas a comienzos de febrero. Por esos días, Rómulo informó a sus hermanos Juan y Miguel del resultado de la primera subasta: «En el caso de los libros, las ediciones de libros franceses, aún las buenas, han sido las que se han vendido mal, luego vienen las ediciones inglesas, y las que mejor se han vendido han sido los libros españoles y los alemanes».41

Entre los libros franceses estaban los veintiocho volúmenes de la primera edición de la Encyclopédie (París 1751-1772); también la edición príncipe del Traité élémentaire de chimie (1789), de Lavoisier; repertorios como el de Jacques-Charles Brunet, Manuel du Libraire et de l’amateur de livres (París, 1860-1878, 8 vols.); y las obras completas de Molière y de Balzac, aunque estas no se vendieron y se conservan en París, en el domicilio familiar. En lengua inglesa, Francis Bacon, Charles Darwin, Thomas Carlyle, los Sketches de William Bradford (1810) y el muy raro –«No copy has been offered for sale by auction in this country or America for the past twenty-five years», se lee en la entrada– de Bernaldino Delgadillo de Avellaneda, A Libell of Spanish lies, impreso en Londres en 1596. Entre los libros alemanes, junto a variadas colecciones médicas, como los 36 volúmenes de Ergenbisse der Physiologie (Wiesbaden-Múnich 1902-1932), se ofrecían obras completas de Goethe y Schiller; los Schriften (1925-1928), de Sigmund Freud; Werke, de Rainer Maria Rilke (Leipzig 1927); y la primera edición de Die Bestimmung des Menschen (Berlín