Valentía para amar - Catherine Spencer - E-Book
SONDERANGEBOT

Valentía para amar E-Book

Catherine Spencer

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Era evidente que ella todavía lo deseaba, y él se aprovechaba porque quería una segunda oportunidad con su esposa... Se suponía que la boda de Chloe iba a ser el acontecimiento social del año... pero ella no estaba demasiado entusiasmada. La culpa la tenía un italiano guapo y rico: su ex marido, Nico Moretti. Lo que ella no sabía era que Nico tenía una misión: no quería que se casara con nadie, así que se disponía a seducirla hasta que admitiera que todavía lo amaba.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 184

Veröffentlichungsjahr: 2012

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Spencer Books Limited. Todos los derechos reservados.

VALENTÍA PARA AMAR, Nº 1573 - julio 2012

Título original: The Moretti Marriage

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0712-9

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Viernes, 21 de agosto

La luz del sol se reflejaba en la piscina y lanzaba sus destellos cambiantes al techo de la habitación. Otro caluroso día de un verano sin fin.

Eran más de las nueve cuando se despertó, dos horas más tarde de lo habitual. Había pasado la noche casi en vela, dando vueltas y vueltas en la cama, incapaz de dormir. Entonces, tumbada boca arriba, cubierta sólo por una sábana, Chloe Matheson repasó mentalmente el día que tenía por delante.

Pasaría la mañana en el bufete y se encontraría con Baron. Comida con Monica, su mejor amiga y dama de honor, para ir después a la prueba final de los vestidos de las dos. Más tarde, cita con el restaurador y una última consulta a su estilista. Por último, como broche de oro, cóctel en casa de su madre, donde se encontraba entonces, para conocer a los padres del novio, recién llegados de Ottawa.

¿Cómo se había convertido la sencilla ceremonia que habían planeado ella y Baron en el evento social de la temporada? ¿Cómo había crecido una lista de veinte selectos invitados hasta los ciento veinte que eran ahora?

Tenían que haberse fugado juntos, pero aquello no hubiera sido propio de dos personas como ella y Baron, demasiado sensibles y maduras como para actuar como Romeo y Julieta.

No, se dijo. No quería tener nada que ver con esos dos.

En la terraza, bajo su ventana, su madre Jacqueline y su abuela Charlotte desayunaban apaciblemente, y el zumbido de su charla mezclado con el aroma del café se coló por su ventana. Aunque no podía entender lo que decían, Chloe adivinó que hablaban de la boda; era el único tema de conversación de aquellos días.

–Estáis sacando las cosas de quicio –había protestado Chloe cuando las cosas habían empezado a escaparse de su control–. No es la primera vez, ni para Baron ni para mí.

–Si os queréis lo suficiente como para legalizar vuestra situación, entonces merece la pena –había sentenciado su madre–. Además, ninguna hija mía tendrá una boda sencilla y sosa mientras pueda permitirme lo contrario.

Entonces, en abril, cuando Baron se le declaró, Chloe pensó que no serviría de nada oponerse a ello. Ahora desearía haber sido más firme entonces, pero habían enviado las invitaciones hacía mes y medio y todas las habitaciones libres de la casa y de un hotel cercano ya estaban preparadas para los invitados que venían de fuera de la ciudad. Era demasiado tarde para echar el freno.

Miró la silueta de su cuerpo bajo la sábana: los huesos de la cadera prominentes, rodeando la depresión cóncava de su abdomen, los pechos tan planos que apenas se notaban...

–Éste es el legado que nos ha dejado el dar el pecho a nuestros hijos: unas tetas planas y vacías –había reído Monica el día que fueron a buscar vestidos de boda, antes de darse cuenta–. Lo siento, Chloe, lo había olvidado. No quería hacerte daño.

Chloe, sin embargo, nunca lo olvidaba, y volviéndose a mirar la fotografía que descansaba en la mesilla de noche, se encontró con los solemnes ojos oscuros de su hijo con dos meses de edad.

–Hola, ángel mío –susurró, con un nudo en la garganta.

Escaleras abajo, el teléfono empezó a sonar. Con un terrible esfuerzo, Chloe consiguió salir del terrible abismo de dolor que siempre parecía a punto de absorberla. Se besó la punta del dedo y lo colocó sobre la sonrisa infantil de su hijo antes de apartar las sábanas y dirigirse a la ducha.

Ni Jacqueline ni Charlotte la oyeron salir a la terraza veinte minutos después. Estaban demasiado ocupadas maquinando algo, tanto que cuando Chloe saludó, dieron un bote en sus asientos como si las hubieran pillado robando en una tienda.

–Cariño –exclamó su madre, a punto de volcar su taza de té–. Te has levantado por fin. Qué bien.

–No sé qué hay de excepcional en eso, madre –dijo ella, observando a las dos mujeres con desconfianza–. Es algo que todo el mundo hace en un momento u otro del día.

–Pero tienes un aspecto tan... descansado –añadió su abuela, lo cual era una mentira flagrante, ya que Chloe era consciente de que nada hubiera podido disimular sus ojeras.

Estaban haciendo lo posible por parecer inocentes, como si aquélla fuera otra mañana más de la larga semana que quedaba antes de la boda.

–De acuerdo –dijo ella, sentándose a la mesa–. Soltadlo todo. ¿Qué está pasando aquí?

Ellas cruzaron una mirada antes de que su madre tomase la palabra.

–Bueno –dijo–, esta mañana tienes la prueba del vestido, la cita con el restaurador...

–Tengo muy claro lo que tengo que hacer, mamá –le informó Chloe–. Es tu agenda lo que me preocupa.

En el rostro de su abuela se dibujó una enorme sonrisa.

–Esta noche vienen los padres de Baron y queremos que todo sea perfecto –dijo poniendo unos arándanos en una copa de cristal para Chloe–. Después de todo, nunca hay una segunda oportunidad para dar una buena primera impresión.

–Exacto –dijo su madre, sirviéndole una taza de café–. No nos pongas esa cara.

–Estáis intentando acorralarme entre las dos –repuso Chloe, removiendo su café–. ¿Quién ha llamado por teléfono hace un rato?

–Nadie –dijo Jacqueline, justo un segundo antes de que Charlotte respondiera:

–La florista.

Chloe las miró con severidad.

–Si queréis, os puedo dejar solas un segundo para que os pongáis de acuerdo en la historia que vais a contar.

–¡Eh!, deja de actuar como abogada –dijo su madre con un tono de voz que le decía que quería cambiar de tema–. No hemos cometido ningún delito, así que tómate los arándanos tranquilamente. He leído en algún lado que son muy buenos para la salud.

Pero las palabras que su abuela pronunció a continuación la hicieron sentirse mal cuando no había tomado más que una cucharada.

–Recuerda, cariño, que las cosas no siempre salen como esperamos. La vida a veces nos lleva por caminos extraños.

–¿Crees que no lo sé, abuela? –dijo ella en voz baja–. Creo que aprendí la lección del modo más horrible que se pueda imaginar.

–Claro que sí, preciosa, no pretendo abrir viejas heridas. Lo que intento decirte es que tu felicidad, tus elecciones, son lo más importante para nosotras. Sólo queremos lo mejor para ti.

«Elecciones»... sin duda, una extraña palabra, y más en aquel momento.

–Entonces tenéis que estar encantadas de que haya elegido a Baron, porque es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.

–Si tú lo dices, Chloe.

–Así es, abuela. Me pregunto por qué no me crees.

–Tal vez –interrumpió su madre–, porque tú no demuestras ningún interés por esta boda. Nadie creería que tú eres la novia, Chloe. Cuando te casaste con Nico...

–Tenía veintidós años y era una tonta idealista.

–Tenías tantas ganas de convertirte en la signora de Nico Moretti que casi llegaste corriendo al altar –Jacqueline cerró los ojos y dejó escapar un sentimental suspiro–. Recuerdo el velo flotando tras de ti. Tu felicidad era tan contagiosa que toda la iglesia estaba sonriendo cuando llegaste al altar. Todos comentaban lo radiante que estabas.

–Eran los nervios.

–Estabas tan enamorada... igual que Nico.

–Pues al final resultó que no lo estábamos tanto, a juzgar por lo que duró nuestro matrimonio.

–Podía haber durado –dijo Charlotte–. «Tenía» que haber durado.

Chloe empezaba a irritarse.

–¿Hay alguna razón para que empecéis a rebuscar en mi pasado de esa manera? ¿Acaso queréis decirme que cometo un error casándome con Baron?

–¿Eso crees tú? –preguntó Jacqueline.

–¡No! –dijo ella, casi con demasiado énfasis–. Y si vosotras lo pensáis, llegáis un poco tarde –dominando su propia inseguridad, miró con dureza a las dos mujeres que más quería del mundo–. Además, fuisteis vosotras las que convertisteis una boda sencilla en este circo.

Jacqueline estuvo a punto de perder la compostura por un segundo, pero se rehizo enseguida.

–Porque te queremos demostrar cuánto te queremos, Chloe.

–Ya lo sé –murmuró ella, avergonzada. Ellas no tenían la culpa de que no pudiera superar su pasado.

–Esperábamos que la boda con Baron fuese la clave, pero pareces tan... indiferente; como si casarte fuera otro caso más. Ni siquiera pensabas comprarte un vestido como debe ser hasta que te presionamos nosotras. Y ni siquiera te has molestado en abrir ni la mitad de los regalos.

–Porque estoy muy ocupada con el trabajo –repuso ella–. Ya me viene bastante mal tomarme la semana siguiente libre, aunque sea para ir a las Bahamas. Y el resto de los compañeros tienen que repartirse mi trabajo y el de Baron. Con respecto a lo del vestido, me parecía demasiado, teniendo en cuenta que es el segundo, y que tengo el armario lleno de ropa.

–Incluso una segunda boda más sencilla requiere ciertos adornos –observó su abuela–. Después de todo, sigue siendo un día muy especial.

–Tienes razón, como siempre –dijo ella, cansada de discutir sobre el tema–. ¿Cuántos invitados esperamos esta noche? –le preguntó a su madre.

–Sólo una docena. La familia y los amigos más allegados; no queremos que los Prescott se agobien con muchas caras nuevas al mismo tiempo. ¿A qué hora llegan?

–A las once y veinte, creo. Baron irá a buscarlos, los llevará a comer y después los acercará al hotel para que puedan descansar antes de la fiesta de esta noche –apartó la silla–. Lo que me recuerda que tengo que ponerme en marcha ya. Le prometí salir con él a tomar un café antes de que se fuera al aeropuerto. Ambos hemos estado muy ocupados estos días, sólo nos hemos visto de pasada y no parece que la cosa vaya a ser mejor esta semana.

–Tenéis el resto de vuestras vidas para estar juntos después del próximo sábado –indicó Jacqueline.

Era cierto, pero Chloe necesitaba pasar tiempo con su prometido. En privado, lejos del jaleo previo a la boda. Necesitaba su cálida y serena presencia para calmarle los nervios, sentir el calor de sus abrazos y la dulzura de su sonrisa.

Con sólo eso, sus dudas desaparecerían por completo y se daría cuenta de lo afortunada que era por haberlo encontrado. No podía ser de otro modo, ya que él era todo lo que una mujer podía desear: paciente, amable, leal... Tan parecido a ella que podía haber sido un milagro.

–Antes de que me des una respuesta –había comenzado él su declaración–, tengo que repetirte lo que te dije antes. No quiero niños, ni una casa en las afueras con jardín en el que quedar con los vecinos para hacer barbacoas. Cumpliré cuarenta años en noviembre y no me veo cortando hierba y jugando al fútbol con niños pequeños. Los dos somos profesionales entregados, Chloe, y cuando no estemos en el trabajo, quiero que podamos salir de casa sin tener que preocuparnos por bebés que en algún momento se convertirán en... –se estremeció– adolescentes. ¿Pido demasiado?

–¡Claro que no! –respondió ella, olvidando cómo fue la última vez que se le declararon–. Queremos el mismo tipo de vida, así que, sí: me casaré contigo y seré la señora de Baron Prescott.

Él le acarició el pelo.

–Nunca te pediré que renuncies a nada de lo que te ha costado tanto trabajo conseguir. Siempre serás Chloe Matheson, una abogada de éxito.

Y eso, había pensado entonces, sería suficiente para hacerla feliz. Porque Baron tenía razón: ella no podía dejar de pensar en la cantidad de mujeres que acudían a ella para liberarse de matrimonios opresivos y él, especialista en testamentos y herencias, había presenciado suficientes guerras familiares como para no querer ver a sus hijos enzarzados en algo parecido.

Centrar sus vidas en ellos dos parecía tener mucho sentido.

Sólo que entonces, con su segunda boda a la vuelta de la esquina, se le antojaba que aceptar aquellas condiciones había tenido menos que ver con el amor que con la huida de la angustia, la desilusión, la soledad y siempre, siempre... el dolor.

Aunque le hubiera gustado una boda más sencilla, Chloe tenía que admitir que su madre tenía estilo preparando grandes eventos. Como preludio de lo que estaba por llegar, la fiesta fue un triunfo en cuanto a elegancia.

Desde luego, ayudaba la buena temperatura de la tarde, que permitía mantener las puertas abiertas y que los invitados saliesen desde la sala de dibujo al jardín, para admirar el precioso atardecer sobre el Estrecho. Si a eso se le suma una abundante partida del mejor caviar acompañada con suficiente champán francés como para poner un barco a flote, no era de extrañar que todos quedaran encantados y que los ánimos pronto se relajasen.

A pesar de todo, Chloe no había dejado de notar una cierta tensión en la fiesta. Los padres de Baron se movían en la élite de la sociedad; su abuelo había sido parlamentario, su padre era un reconocido arqueólogo y su madre, directora retirada de un prestigioso colegio femenino. A pesar de su amabilidad, quedó bien claro que la señora Prescott, no sólo estaba valorando a Chloe, sino también a Jacqueline y a Charlotte, y toda la casa, para determinar si la novia estaba a la altura para convertirse en la señora de Prescott y en su nuera.

–¿Qué te han parecido los Prescott? –preguntó Jacqueline, cerrando la puerta tras la marcha del último invitado.

–Pues no han sido todo cariño y calor, si es eso lo que querías oír –dijo Chloe con aspereza–. Sinceramente, me alegro de que vivan al otro lado del país. Por el modo en que me interrogó la madre de Baron acerca de mi anterior matrimonio, pareció que me consideraba mercancía estropeada.

–Yo también me he dado cuenta –indicó su abuela–. Se comportó de un modo ciertamente altivo al principio.

–¡Hasta que vio el candelabro Waterford! –rió Jacqueline–. Myrna Prescott estuvo a punto de atragantarse cuando lo vio. Creo que tanto ella como su marido quedaron muy satisfechos de nuestro nivel de vida.

–¡Cómo debe ser! –Charlotte, a sus sesenta y seis años, seguía ejerciendo de madre protectora–. Tal vez ellos tengan un árbol familiar muy ilustre, pero tú tampoco naciste bajo un puente, hija mía. Esta noche ha sido un triunfo, mérito tuyo, por supuesto. Debes estar agotada.

–La verdad es que sí.

–Entonces iremos fuera a cenar. Hace mucho tiempo que no salimos las dos juntas –hizo una delicada pausa–. Chloe, puedes venir si quieres.

–Oh, no –fue la rápida respuesta de Chloe–. Lo único que me apetece es quitarme los zapatos y relajarme un rato. Salid vosotras, os merecéis un descanso por todo este ajetreo.

Ellas no se molestaron en insistir y estuvieron de acuerdo en que tenía razón para querer quedarse en casa. Se marcharon antes de que tuviera tiempo de cambiar de idea.

Aunque eran casi las ocho para entonces y era de noche, la temperatura era cálida, y Chloe decidió ponerse un viejo bañador y nadar un rato.

«Dentro de ocho días, esta locura habrá pasado y estaremos de camino a las Bahamas», le había susurrado Baron al oído antes de despedirse, «estoy ansioso por que llegue ese momento».

Chloe, flotando sobre la espalda y mirando al cielo, pensaba en cuánto deseaba compartir su ansiedad. El sábado siguiente a esa hora, llevarían casados casi cinco horas. Estarían en la suite del hotel que habían reservado y había muchas opciones de que para entonces ya hubieran hecho el amor por primera vez.

¿Sería tan maravilloso como lo había sido con...? No, no dejaría que Nico se colara en sus pensamientos de aquel modo; ya no había lugar para él en su vida.

Justo en aquel momento, una estrella fugaz cruzó el firmamento dejando una estela de luz tras de sí. Una señal de buena suerte, según decían. Podría pedir un deseo, si no tuviese ya todo lo que una mujer podía desear. Lo tenía todo excepto una cosa, pero ni las oraciones ni las supersticiones podrían devolverle la vida a su hijito.

–Desearía poder olvidar –susurró, mientras las lágrimas enturbiaban su visión y convertían el manto de estrellas en un remolino de luces–. Ojalá fuese posible empezar desde el principio y dejar atrás el pasado.

Él respondió al teléfono al segundo toque.

–Tienes vía libre, Nico. Adelante.

–¿Ella sospecha algo?

–Nada de nada.

Él sonrió, apagó el teléfono y salió por la puerta.

Ella no sabía que él la había estado vigilando toda la tarde mientras charlaba en el jardín con su prometido y la familia de éste, su madre gorda como una paloma y el padre alto y delgado. Ella no tenía ni idea de que él, desde la ventana de la casita del jardinero, había visto a su sustituto pasarle el brazo sobre los hombros y besarla en la boca, cuando creía que nadie los veía, con cierta ansiedad que Nico comprendía demasiado bien.

En la oscuridad del exterior, se dejó guiar por la luz que salía de la ventana de Chloe. Se sorprendería mucho al verlo y tal vez incluso se pusiera furiosa, pero sus negocios le daban una razón perfectamente válida para estar en la ciudad la misma semana en que ella se iba a casar con otro. Podría haber cambiado las fechas y haber evitado volver a verla, pero nada hubiera podido mantenerlo alejado, especialmente después de escuchar las reticencias de su madre.

–No estoy diciendo que no quiera a Baron –le había dicho Jacqueline–, pero no hay chispa, Nico. Ella se está dejando llevar, eso es todo.

Aquello había sido la motivación final que necesitaba para seguir con su plan original.

–Estaré allí el viernes.

–Eso te deja sólo una semana para hacerla cambiar de idea.

–¡Dio!, Jacqueline... –le recordó él–. La primera vez sólo necesité un día.

–Pero esta vez será distinto. Ahora está dolida.

–Los dos lo estamos, pero refugiarse en un segundo matrimonio no es la solución al sufrimiento.

–¡Desde luego que no! Baron es un buen hombre y tampoco se merece estar con una mujer que no lo quiere. No estoy segura de que ella pueda entregarle su corazón por completo.

–Lo entiendo.

–Escucha, tal vez seas tú quien acabe mal después de esto. Yo sólo estoy actuando como una madre que desea lo mejor para su hija, Nico. Siento que mi hija está optando por el camino más fácil, pero puedo estar equivocada. Tal vez Chloe sí desee realmente este matrimonio por diversas razones.

–Nunca me ha asustado el riesgo, Jacqueline, y me da la impresión de que tú tampoco estás fuera de peligro. Tal vez ella nunca te perdone por interferir de este modo.

–Tengo que arriesgarme.

–Entonces, está hecho. Haremos lo que sea necesario, y pagaremos el precio que sea necesario. Ella lo merece, ¿vero?

–Sí.

Nico, mientras avanzaba por el jardín a oscuras, esperaba pillarla desprevenida y con la guardia baja, pero su presencia activó las luces de los detectores de movimientos, y él fue el sorprendido. No hubiera pasado nada si ella hubiera estado dentro de casa, donde él creía que estaba, pero estaba en la piscina, flotando sobre su espalda. Antes de que pudiera ocultarse, ella dejó escapar un grito ahogado mientras lo miraba.

Tenía el cabello suelto, flotando en ondas sobre sus hombros, y sus piernas, aquellas maravillosas piernas que antes lo habían rodeado como si no fueran a dejarlo escapar nunca, eran un espectáculo delicioso.

Como no tenía sentido ocultarse, se quedó allí, mirándola.

Capítulo 2

Al verlo, Chloe se sorprendió tanto que tragó agua sin querer y empezó a toser sin parar. Al principio pensó que la luz le estaba jugando una mala pasada o que estaba viendo un fantasma.

–¡Dime que no eres real! –gritó ella, nadando hacia el borde de la piscina.

La figura que avanzaba hacia ella parecía muy real.

–Ciao, Chloe –dijo, con su suave y aterciopelada voz italiana mientras se movía hacia ella con aquella gracia innata–. ¿Te he sorprendido?

–¡Sí! –escupió ella, apartándole la mano con un manotazo cuando le ofreció su ayuda para salir del agua–. ¡No te atrevas a tocarme!

En su cara se dibujo la misma sonrisa traviesa y encantadora que ya conocía, y que le hizo sentir un vuelco en el corazón.

Cuando salió de la piscina, se apartó el pelo de la cara, se echó una toalla sobre los hombros y puso los brazos en jarras:

–No sé qué crees que estás haciendo aquí, Nico –dijo ella, controlándose todo lo que podía dado lo alterada que se encontraba–, pero puedo asegurarte que no eres bienvenido. Así que, a no ser que quieras que sea la policía quien te saque de aquí, te sugiero que te marches de casa de mi madre.

–Yo... –intentó parecer herido, pero la sonrisa que se leía en sus ojos lo traicionaba–. ¿Eso harás, cara?

–No lo dudes –dijo ella, impasible–. Y no me llames «cara».

–¿Prefieres «signora Moretti»?

–Olvidé ese nombre el día que nos divorciamos.

–Puedes haber olvidado el nombre, pero eso no quita que hayamos sido marido y mujer. Pero ya supongo que no te gustará que te lo recuerde cuando otro tipo está a punto de suplantarme. ¿Cómo te llamarás entonces, cariño?

–Señora de Baron Prescott, pero eso no es asunto tuyo.

Tenía que haberse callado, pero eso no le hubiera hecho dejar su investigación:

–¿Y estás enamorada de ese Baron?