Vidas Paralelas. Alejandro-César - Plutarco - E-Book

Vidas Paralelas. Alejandro-César E-Book

Plutarco

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Las Vidas paralelas son la expresión más perfecta y rica de la personalidad de Plutarco. En esta amplia colección biográfica se funden el erudito, el filósofo, el moralista y el hombre interesado por el pasado, que busca en las grandes virtudes de sus héroes una aplicación práctica de sus teorías éticas. Por eso, esta gran obra logra que los lectores penetren en el alma, y no solo en los hechos, de los grandes artífices de la historia griega y romana. Dentro de este conjunto, las vidas de Alejandro Magno y Julio César constituyen una de sus parejas más célebres y también una de las más acertadas en un punto capital: se trata sin duda de los dos mayores conquistadores del mundo griego y de Roma. Con su prosa cuidada, Plutarco sabe explorar y destacar algunos de los rasgos comunes a ambos, como la ambición desmedida, la resistencia extrema a la fatiga y las pretensiones de descender de dioses. "Quienes no deseen gastar el breve tiempo de nuestra vida leyendo en novelas triviales las vacuidades de hueros personajillos inventados por escritores de poco fuste harán bien en dedicar algunos ratos a las Vidas paralelas de Plutarco, empezando, quizá, por peripecias asombrosas de Alejandro Magno y Julio César". Ignacio

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Volumen original: Biblioteca Clásica Gredos, 363.

© del prólogo y la traducción: Jorge Bergua Cavero.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2021.

Avda. Diagonal, 189 – 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

Primera edición en esta colección: abril de 2021.

RBA · GREDOS

REF.: GEBO612

ISBN: 978-84-249-4095-9

EL TALLER DEL LLIBRE · REALIZACIÓN DE LA VERSIÓN DIGITAL

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

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Todos los derechos reservados.

PRÓLOGO por JORGEBERGUACAVERO

Las Vidas de Alejandro y César constituyen sin duda una de las parejas más célebres dentro de la producción biográfica de Plutarco; en la medida en que se ha podido establecer la cronología relativa de las veintitrés parejas que constituyen las Vidas paralelas, parece que correspondería a la que nos ocupa una posición central dentro del conjunto.

ALEJANDRO

Por lo que respecta a la Vida de Alejandro, hay que decir que, como no podía ser menos, la figura del rey macedonio había sido objeto durante la época helenística de una abundante literatura, tanto histórica y biográfica como de otro tipo; el propio Plutarco ya se había ocupado de la figura del conquistador en su obrita titulada Sobre la fortuna o virtud de Alejandro, que consta de dos discursos epidícticos y es generalmente tenida por obra de juventud del autor griego.[1] Frente a este entretenimiento retórico, en el que la admiración hacia Alejandro apenas deja lugar a sombra o matiz alguno, la biografía de madurez va a presentar un cuadro de mucha mayor complejidad histórica y moral.

Los textos fundamentales que conservamos hoy para conocer la trayectoria política y personal de Alejandro son, aparte de la biografía de Plutarco, y por orden cronológico: diversos pasajes de la Geografía de Estrabón (siglo I a. C.), los libros XVII y XVIII de la Biblioteca histórica de Diodoro de Sicilia (siglo I a. C.), la Historia de Alejandro Magno de Quinto Curcio Rufo (en latín; fecha discutida, probablemente en época de Claudio), la Anábasis de Alejandro Magno de Arriano de Nicomedia (siglo II d. C.), y el Epítome de las «Historias Filípicas» de Pompeyo Trogo de Marco Juniano Justino (en latín, siglos II-III d. C.; el original de P. Trogo fue compuesto en época de Augusto).[2] Hemos perdido, en cambio, las obras de los primeros historiadores de Alejandro, algunos de ellos contemporáneos del monarca y participantes en su expedición a Asia; entre ellos, los más citados por el erudito Plutarco —que menciona a bastantes más— son Calístenes, Aristobulo, Cares, Onesícrito y Clitarco, aparte de otras fuentes como los supuestos Diarios reales (de todos ellos hablamos en las notas correspondientes). Los investigadores, por lo demás, llevan largos años discutiendo la importancia de cada una de estas fuentes a la hora de componer la biografía, así como la cuestión de hasta qué punto Plutarco leyó realmente a dichos historiadores o recurrió a materiales de segunda mano, a antologías o recopilaciones de anécdotas, etc., pero no creo que estas sean cuestiones que interesen al lector no especialista;[3] el caso es que Plutarco seleccionó entre todos esos materiales aquellos que convenían a los objetivos de su biografía, los redujo o los amplió hasta darles las dimensiones apropiadas y los sometió a sus propias exigencias formales y estilísticas para crear una obra unitaria.

Ofrecemos ahora un esquema que permita comprender la estructura de la Vida de Alejandro:

A.

Orígenes y formación de un monarca.

1.

Prólogo: biografía e historia.

2-3.

Portentos que rodean el nacimiento de Alejandro.

4.

Apariencia física y rasgos de carácter.

5-10.

Anécdotas de infancia y adolescencia. Sus maestros: Aristóteles.

B.

A la conquista de un imperio.

11-13.

Toma las riendas del reino. Destrucción de Tebas.

14-21.

Invasión de Asia: Granico. Campañas en Asia Menor; batalla de Iso.

22-23.

Excurso: temperancia y frugalidad de Alejandro.

24-30.

En Levante y en Egipto-Libia; fundación de Alejandría.

26-27.

Visita al santuario de Amón.

31-38.

En Mesopotamia: batalla de Gaugamela. Entrada triunfal en Babilonia, Susa y Persépolis.

39-43.

Excurso: generosidad de Alejandro, atenciones hacia los suyos. La muerte de Darío (43).

44-55.

Campañas en Irán y en Bactria-Sogdiana. La amazona (46).

48-51.

El affaire Filotas; la muerte de Clito.

52-55.

Caída en desgracia de Calístenes.

56-65.

Campaña de la India. Encuentro con los gimnosofistas; Cálano.

66-72.

Viaje de regreso a Persia y Babilonia. Bodas y festejos. La muerte de Hefestión (72).

C

Muerte de Alejandro.

73-74.

Presagios ominosos al entrar en Babilonia.

75-77.

Muerte de Alejandro; testimonio de los Diarios reales.[4]

Como se ve, la biografía sigue un orden cronológico frecuentemente interrumpido por digresiones cuya finalidad es dibujar con mayor claridad el carácter del protagonista, del mismo modo que el relato pormenorizado de determinados sucesos, significativos para el autor aunque históricamente poco destacados, ralentiza deliberadamente la narración y acerca a ojos vista la obra al género dramático (se trata, de hecho, de auténticas escenas).

Pero lo más notable de la Vida de Alejandro es seguramente la ambigüedad que se desprende de ella, los muchos interrogantes que deja sin resolver acerca del carácter del rey macedonio. Por ejemplo, sería equivocado ver en la biografía una celebración unilateral de la victoria de lo griego sobre lo bárbaro, pues al propio Alejandro —un macedonio, al fin y al cabo— se lo describe como una explosiva mezcla del Este y el Oeste, un general que heleniza Asia al tiempo que comienza a orientalizar Grecia; Plutarco insiste mucho en su formación absolutamente helénica y en una virtud cardinal como es el autocontrol —cf. el significativo episodio de la doma de Bucéfalo en el cap. 6, con resonancias del Fedro platónico—, pero, al mismo tiempo, sus actos están muy lejos de responder al ideal del rey-filósofo: su conducta va siendo, cada vez más, la de un autócrata oriental; las escenas simposíacas, auténtico espejo de la educación griega, degeneran a menudo en peleas, insultos y crímenes (como el episodio de Clito); se insiste mucho en los excesos con la bebida, hasta el punto de que la muerte de Alejandro en Babilonia a causa del vino puede verse «como la victoria final del estrato dionisíaco sobre la paideia filosófica adquirida», de la pasión sobre la razón.[5] Un desenlace, por otra parte, que, para Plutarco, podría estar inscrito o prefigurado en la propia constitución humoral de Alejandro, «muy caliente y fogosa», disposición que el seco clima oriental no habría hecho sino exacerbar; dicho de otro modo, una barbarie congénita unida a la influencia del Oriente acaban por destruir al personaje.

En definitiva, Plutarco enfrenta al lector con un personaje muy complejo, lleno de tensiones, que impide la identificación fácil o la lectura simplista de su trayectoria; y lo hace echando mano no solo de los recursos del género épico —cosa en cierto modo inevitable, tratándose del responsable de tantas hazañas—, sino, sobre todo, de los de la tragedia ática, para crear así uno de sus retratos más logrados, «rico en ambigüedad, contradicciones e ironía, y por eso mismo magníficamente real».[6]

CÉSAR

Si bien se han criticado a menudo los emparejamientos que presenta Plutarco en las Vidas paralelas, la elección de César como pareja de Alejandro Magno puede considerarse acertada en un punto capital: se trata sin duda de los dos mayores conquistadores del mundo griego y de Roma; otros rasgos comunes a ambos serían la ambición desmedida, la resistencia extrema a la fatiga y las pretensiones de descender de dioses —Amón y Venus, respectivamente—, aunque es muy difícil decir hasta qué punto Julio César se imaginaba a sí mismo como cabeza de una monarquía de tipo helenístico como las que surgieron de la repartición del imperio de Alejandro.[7] Es más, en época de Plutarco ya debía de haber una cierta tradición literaria comparando o al menos poniendo en relación a ambos personajes; incluso se ha hablado a menudo de la imitación consciente de Alejandro por parte de destacadas figuras políticas romanas, especialmente Pompeyo (apodado precisamente Magnus), Antonio o el propio César (cf. la anécdota del cap. 11).[8]

Nuestras fuentes principales para conocer a Julio César, aparte de sus propias obras y de las biografías de Plutarco y de Suetonio (incluida esta en sus Vidas de los doce césares), son: en la literatura latina, las partes correspondientes en las obras históricas de Salustio —para todo lo referente a la conjuración de Catilina—, la Historia romana de Veleyo Patérculo (siglo I d. C.), el Epítome de Floro (siglo II d. C.), sin olvidar los resúmenes de la gran obra histórica de Tito Livio o, en un plano distinto, la Farsalia del poeta-historiador Lucano; entre los autores griegos, el libro II de las Guerras civiles de Apiano (siglo II d. C.) y los libros 37-44 de la Historia romana de Dión Casio (siglos II-III).

En cuanto a Plutarco, ha utilizado y cita en su biografía los Comentarios del propio César, que utiliza de acuerdo con sus fines, extractando u omitiendo el contenido de libros enteros;[9] también cita, entre los autores latinos, a Cicerón, a Gayo Opio (colaborador del dictador y autor, al parecer, de una biografía suya), a Tito Livio y al oscuro Tanusio Gémino, además de al griego Estrabón (cf. las notas correspondientes en la traducción). Mención aparte merecen las Historias de Asinio Polión, también manejadas por el autor griego, y que constituyen sin duda una de las mayores pérdidas de la historiografía latina del siglo I a. C.: sabemos que en esta obra, compuesta después de Accio (entre 30 y 25 a. C.), Asinio, testigo de muchos hechos importantes de la biografía cesariana, juzgaba con severidad el relato dejado por el propio César en sus Commentarii, reivindicaba su propio papel en algunos momentos importantes de la guerra civil y, sobre todo, «ponía crudamente al descubierto las razones personalistas del estallido de la guera civil», ofreciendo, por ejemplo, un relato del paso del Rubicón significativamente distinto del de César.[10]

Ofrecemos ahora una visión sinóptica de la estructura de la Vida de César:

A.

La carrera hacia el consulado.

1-4.

Primeras actuaciones públicas.

5-7.

De tribuno militar a pontífice máximo. La conjuración de Catilina.

8-12.

La pretura; el affaire de Clodio. En la Hispania Ulterior.

13-14.

La elección al consulado. El primer «triunvirato».

B.

La guerra de las Galias.

15-17.

Un nuevo comienzo en su carrera. Virtudes militares de César, devoción de sus soldados.

18-24.

Campañas de los años 58-53 a. C. Confirmación del «triunvirato» en Luca (21).

25-27.

La gran revuelta de Vercingetórix; rendición de Alesia.

C.

La larga guerra civil.

28-32.

Prolegómenos de la guerra. El paso del Rubicón.

33-36.

Caos en Roma. Operaciones en Italia e Hispania.

37-47.

Travesía del Adriático y persecución de Pompeyo. La batalla de Fársalo.

48-50.

La guerra en Alejandría y el Ponto.

51-54.

En Roma. Campaña de Túnez; muerte de Catón.

55-56.

De nuevo en Roma. Última campaña: la batalla de Munda.

D.

Dictadura y muerte de César.

57-59.

Medidas políticas, reformas y proyectos.

60-62.

La aspiración a la tiranía; las Lupercales. Inicios de la conjura.

63-66.

Crónica de un asesinato: prodigios y sueños premonitorios; avisos fallidos; muerte en el Senado.

67-69.

El testamento de César; muerte de Casio y Bruto en Filipos.

Hay que señalar que es muy posible que se haya perdido el comienzo de la biografía (la pérdida de un cuadernillo del arquetipo habría provocado la desaparición del final de la vida de Alejandro y el principio de la de César). En todo caso, la biografía se abre de una forma muy abrupta y, contra los hábitos de Plutarco, no hay referencia alguna a los orígenes familiares y la formación de César. Curiosamente, resulta que la biografía de Suetonio empieza de forma muy similar: «Cuando contaba quince años perdió a su padre; al año siguiente fue designado para ser flamen dial [...]»; sin embargo, sabemos que, por una extraña casualidad, el principio de dicha biografía también se ha perdido: en el fragmento desaparecido figurarían no solo los orígenes e infancia de César —¿o es que Suetonio tampoco sabía nada al respecto?—, sino también el título de la obra y la dedicatoria, que sabemos iba dirigida a su amigo Septicio Claro.[11]

Frente a Suetonio, que opta por organizar su biografía por bloques temáticos y se muestra muy interesado en el detalle anecdótico y anticuario, Plutarco sigue un orden cronológico, apenas interrumpido por algún que otro excurso, y aprovecha y recrea las grandes posibilidades dramáticas que le ofrecen algunos sucesos (no en vano, Shakespeare se basó en él para su Julius Caesar).[12]

A menudo se ha señalado la existencia en la biografía de Plutarco de bastantes errores en la cronología, así como inexactitudes diversas —en las cifras de combatientes o de muertos en las campañas, en la naturaleza de ciertas medidas políticas de César, etc.—, que se suelen atribuir a su deficiente conocimiento del latín, aprendido ya en edad madura (cf. Vida de Demóstenes, 2, 2-3). En cambio, parece que otros aspectos de la biografía cesariana, tal como la presenta Plutarco, obedecen a una manipulación más o menos consciente por parte del autor griego; por ejemplo, llama la atención la manera en la que, seguramente influido por la contención de Alejandro, Plutarco rebaja o ignora abiertamente el papel desempeñado por los y las amantes de César —cuyo apetito sexual era bien conocido de sus contemporáneos—, para presentarnos a un casto César que no se permite que el amor le distraiga de sus ocupaciones políticas y militares (cf. la aparición de Cleopatra en los caps. 48-49).[13]

TRADUCCIONES, EDICIONES

Las traducciones de estas dos Vidas a lenguas modernas han sido innumerables. Por mencionar solo las hechas o publicadas en España, habría que empezar con las Vidas completas mandadas traducir al aragonés por Juan Fernández de Heredia, a finales del siglo XIV; viene luego la versión parcial de la Vida de Alejandro al valenciano por Luis de Fenollet, puesta al frente de la Historia de Alejandro de Quinto Curcio (Barcelona, 1481), basada en la traducción toscana de esa misma obra a cargo de Pier Candido Decembrio; y, sobre todo, la traducción completa de las Vidas paralelas a cargo de Alfonso Fernández de Palencia (Sevilla, 1491), hecha a partir de versiones latinas de humanistas italianos. Después de estos activos comienzos, los siglos XVI y XVII ofrecen un vacío considerable —las Vidas de Alejandro y César no figuran en la selección de Vidas publicada por Francisco de Enzinas en 1551—, y habrá que esperar a la benemérita versión de A. Ranz Romanillos (1821-1830) para verlas de nuevo en castellano.[14] En el siglo XX han proliferado las traducciones, entre las cuales hay que destacar especialmente la de Emilio Crespo (recogida en la bibliografía).

En cuanto a ediciones del texto griego se refiere, hemos seguido para nuestra traducción la de R. Flacelière y É. Chambry, acompañada de traducción francesa, en la colección Budé-Belles Lettres (Vies, vol. IX, París, 1975), aunque cotejándola con la de K. Ziegler, Plutarchus. Vitae parallelae, vol. II, fasc. 2, Leipzig, 1968; los pasajes más comprometidos textualmente se comentan en las notas correspondientes. También puede consultarse cómodamente el texto griego en la colección Loeb: Plutarch´s Lives, vol. 7, con traducción inglesa de B. Perrin, Londres-Cambridge (Mass.), 1971.

Tenemos que advertir al lector de que, en nuestra intención, una traducción de las Vidas de Plutarco no es un comentario literario de las mismas, ni mucho menos un comentario histórico sobre los personajes involucrados (Alejandro y César, en este caso); el lector en español interesado en esto último hará mucho mejor en acudir a estudios modernos, muy especialmente al de Bosworth (2005) para el rey macedonio y al de Canfora (2000) para el romano —libros que además someten en todo momento a examen crítico sus fuentes, entre las cuales Plutarco ocupa un lugar muy relevante. Por esta misma razón, las notas son fundamentalmente explicativas y deliberadamente parcas en lugares paralelos de la literatura clásica, que podrían multiplicarse hasta el infinito (apenas hay un párrafo de la Vida de Alejandro que no encuentre un paralelo más o menos cercano en Arriano, Quinto Curcio, Diodoro, etc.) y que, por lo demás, están muy bien recogidos en ediciones como la de Teubner y, en su caso, en las ediciones comentadas.

ALEJANDRO

Disponiéndonos a escribir en este libro la vida del 1 rey Alejandro y la de César, el que acabó con Pompeyo, limitaremos nuestro prólogo, en razón de la cantidad de hechos que abarca nuestro tema, a rogar a los lectores que no nos miren con malos ojos si no lo relatamos todo o no nos paramos en todos los detalles de alguna acción célebre, sino que abreviamos la mayor parte del relato. Y es que no escribimos historia, 2 sino biografías, y no es necesariamente en las acciones más relumbrantes donde se manifiestan la virtud o el vicio; antes bien, con frecuencia una acción insignificante, una palabra o una broma revelan el carácter de una persona mejor que los combates mortíferos, los grandes despliegues tácticos o el asedio de ciudades. Así, 3 igual que los pintores captan el parecido a partir del rostro y de los rasgos exteriores en los que se manifiesta el carácter, preocupándose apenas del resto de las partes del cuerpo, del mismo modo se nos ha de permitir a nosotros que penetremos ante todo en los rasgos espirituales para a través de ellos trazar la imagen de la vida de cada hombre, dejando a otros los hechos grandiosos y los combates.

Que Alejandro 2 era, por parte paterna, descendiente de Heracles a través de Carano, y de Éaco a través de Neoptólemo por parte materna, es un hecho que se admite generalmente.[1] Se cuenta que 2 Filipo, iniciado en los misterios de Samotracia a la vez que Olimpíade, siendo él todavía un muchacho y ella huérfana de padre y de madre, se enamoró de ella y de esta forma se concertó la boda, con el consentimiento del hermano, Aribas. Pues bien, la 3 novia, antes de la noche en que ambos se encontraron en la cámara nupcial, creyó que tronaba, que un rayo caía sobre su vientre y que del golpe se encendía un gran fuego, que después de fragmentarse en llamas en todas direcciones terminaba por 4 extinguirse. Por su parte Filipo, algún tiempo después de la boda, se vio a sí mismo en sueños colocando un sello sobre el vientre de su mujer, y según le pareció, el relieve de dicho sello consistía en la imagen de un león. Mientras los demás adivinos se 5 mostraban perturbados por esta visión, pensando que a Filipo le hacía falta una vigilancia más estrecha de sus asuntos maritales, Aristandro de Telmeso proclamó que la mujer estaba encinta, pues no se sella lo que está vacío, y también que llevaba en su seno un niño valeroso y con la naturaleza propia de un león. Se 6 pudo ver también, en cierta ocasión, a una serpiente extendida junto al cuerpo de Olimpíade mientras esta dormía; y dicen que ello debilitó sobremanera el amor y el afecto de Filipo, hasta el punto de evitar en muchas ocasiones el acostarse a su lado, ya fuera por temor de ser objeto de posibles embrujos o filtros de su mujer, ya por un escrúpulo religioso de tener trato con ella, que supuestamente lo tenía con un ser superior. Pero 7 hay otra versión al respecto, según la cual todas las mujeres de la comarca son afectas desde muy antiguo a los ritos órficos y a las celebraciones orgiásticas de Dioniso, recibiendo la denominación de Clodonas y Mimálonas; que sus prácticas se parecen en muchos aspectos a las de las Edónides y a las de las mujeres tracias del Hemo (de aquí proviene, al parecer, el 8 uso de la palabra threskeúein aplicado a los ritos exagerados e imprudentes);[2] y que Olimpíade, que ansiaba más que 9 las otras los raptos y se comportaba de forma más bárbara en los delirios, llevaba consigo en las celebraciones báquicas grandes serpientes domesticadas que con frecuencia, deslizándose fuera de la hiedra y de las cestas sagradas y enroscándose en los tirsos y en las coronas de las mujeres, llenaban de estupefacción a los varones.

Sea 3 como fuere, Filipo, después de la aparición mencionada, envió a Delfos a Querón de Megalópolis y este, según dicen, le trajo como respuesta de parte del dios que hiciera sacrificios a Amón y que venerara a esta divinidad más que a ninguna otra; también anunciaba que 2 perdería uno de los dos ojos, el que había aplicado a la juntura de la puerta para espiar al dios que compartía el lecho con su mujer bajo forma de serpiente.[3] Y según testimonio de 3 Eratóstenes, Olimpíade, al despedir a Alejandro que marchaba a su expedición militar, le comunicó solo a él el secreto de su nacimiento y le exhortó a que su espíritu estuviera a la altura de su alcurnia;[4] aunque 4 otros escriben que Olimpíade rechazaba tal versión por impía, diciendo: «¿Es que no va a dejar Alejandro de calumniarme ante Hera?».[5]

Nació pues Alejandro el 5 día seis del mes de Hecatombeón, que los macedonios llaman Loo, el mismo día en que se prendió fuego al templo de Ártemis en 6 Éfeso; y por cierto que Hegesias de Magnesia hizo al respecto una consideración capaz por su frialdad de apagar tal incendio, pues dijo que era natural que hubiera ardido por completo el templo, puesto que Ártemis estaba ocupada en el parto de 7 Alejandro.[6] Y cuantos magos se encontraban a la sazón en Éfeso, considerando que la destrucción del templo era presagio de otra desgracia, corrían de un lado a otro golpeándose el rostro y gritando que aquel día había engendrado una gran calamidad y desdicha para el Asia. Y a Filipo, que 8 acababa de tomar Potidea, le llegaron al mismo tiempo tres noticias: que los ilirios habían sido derrotados por Parmenión en una gran batalla, que uno de sus caballos de carreras había vencido en Olimpia y que había nacido su hijo Alejandro.[7] Filipo se 9 alegró de estas noticias, como es natural, y los adivinos aumentaron más todavía su regocijo al declarar que el niño nacido en conjunción con tres victorias habría de ser invencible.

En cuanto a 4 su apariencia física, las estatuas que mejor la ponen de manifiesto son las de Lisipo, el único, además, al que Alejandro consentía que le esculpiera. De 2 hecho, aquellos rasgos que más tarde se pusieron a imitar con especial ahínco muchos de sus sucesores y amigos —la tensión del cuello ligeramente inclinado a la izquierda y la vivacidad de los ojos— consiguió conservarlos con gran fidelidad este artista. Por su parte Apeles, al pintarle portando 3 el rayo, no reprodujo el color de su piel, haciéndola más oscura y como mugrienta; pero era blanca, según dicen, de una blancura que tomaba un tinte púrpura especialmente en torno al pecho y el rostro.[8]

Hemos leído en las Memorias de 4 Aristóxeno que su piel despedía un olor muy agradable, y que su boca y todo su cuerpo olían siempre tan bien que sus túnicas quedaban impregnadas de su fragancia.[9] Quizás la causa radique 5 en su constitución física, que era muy caliente y fogosa, ya que el buen olor nace de la cocción de los líquidos por efecto del calor, según opinión de Teofrasto;[10] de ahí que 6 las regiones secas y ardientes de la tierra produzcan la mayor parte de los aromas y también los mejores, pues el sol extrae la humedad que, como un principio de putrefacción, tiene su asiento en la superficie de los cuerpos. A Alejandro, además, el 7 calor de su constitución física le hizo, según parece, ser también dado a la bebida e irascible.

Todavía niño, su temperancia se 8 dejaba ver en que, siendo por lo demás vehemente e impetuoso en sus impulsos, en lo que toca a los placeres corporales se mostraba inflexible y hacía uso de ellos con gran parsimonia, mientras que su ambición revelaba ya una gravedad y una magnanimidad que no cuadraban con su edad. Y es que no mostraba interés 9 por cualquier tipo de fama, viniera de donde viniese, como Filipo, que se vanagloriaba de su habilidad para el discurso, como un sofista, y que hacía grabar en las monedas sus victorias con el carro en Olimpia; por el contrario, cuando 10 los de su entorno le tentaban preguntándole si quería competir en Olimpia en la carrera del estadio —pues era muy veloz—, contestaba: «Sí, siempre que tenga a reyes por contrincantes».[11] Parece 11 que en general era hostil al gremio de los atletas; y aunque instituyó gran cantidad de concursos, no solo de actores trágicos, flautistas y citaredos, e incluso de rapsodas, sino también de todo tipo de competiciones de caza y de esgrima, no se preocupó lo más mínimo de costear premios de boxeo o de pancracio.

Estando ausente Filipo 5 llegaron embajadores del rey de Persia; Alejandro los acogió, trabó amistad con ellos y hasta tal punto los subyugó por su gentileza y por no hacer ninguna pregunta infantil o insustancial —al 2 contrario, se informaba de la longitud de los caminos y de la forma de viajar hacia el interior de Asia, así como de las aptitudes guerreras de su rey y del valor y fortaleza de 3 los persas— que los embajadores quedaron atónitos y consideraron que la tan celebrada habilidad de Filipo nada valía en comparación con el brío y la grandeza de miras de su hijo.

Así, cada 4 vez que se le anunciaba que Filipo había tomado una ciudad famosa o que había conseguido una brillante victoria militar, no se mostraba precisamente contento al escucharlo, antes bien les decía a sus compañeros: «Ay, amigos, mi padre va a conquistarlo todo y no va a dejarme ocasión de acometer ninguna gran hazaña en 5 vuestra compañía». Y es que, no ansiando el placer ni la riqueza, sino la virtud y la gloria, consideraba que cuanto más recibiera de su padre, tanto menos podría conseguir por sí mismo. Por ello, estimando que 6 con sus conquistas en aumento Filipo estaba agotando en beneficio propio las posibles hazañas, prefería Alejandro heredar un reino que proporcionase combates, guerras y momentos de gloria antes que riquezas, lujos y placeres.

Como es lógico, muchos 7 eran los que se ocupaban de él, a los que se llamaba educadores, pedagogos y maestros, y por encima de todos ellos estaba Leónidas, varón de carácter austero y pariente de Olimpíade, que si bien no rechazaba el nombre de pedagogo, nombre que designa una tarea noble y hermosa, en razón de su dignidad y parentesco era llamado por los demás «educador y preceptor de Alejandro». El 8 que asumía el cargo y denominación de pedagogo era Lisímaco, oriundo de Acarnania, persona carente de distinción alguna pero que, por darse a sí mismo el sobrenombre de Fénix, a Alejandro el de Aquiles y a Filipo el de Peleo, gozaba de favor y ocupaba el segundo puesto.[12]

Un día el tesalio Filonico 6 trajo el caballo Bucéfalo para vendérselo a Filipo por trece talentos; bajaron a la llanura para probarlo y el animal se mostró rebelde y de todo punto intratable, no permitía que lo montasen ni toleraba la voz de ninguno de los escuderos de Filipo, sino que se encabritaba contra todos. Filipo, irritado, mandó 2 que se lo llevaran por considerarlo completamente salvaje e indomable, pero Alejandro se presentó diciendo: «¡Qué caballo están desperdiciando, todo por no poder manejarlo debido a su inexperiencia y a su falta de energía!». Al principio Filipo guardaba 3 silencio, pero como Alejandro seguía hablando entre dientes y se mostraba desconsolado, dijo: «Ya que les haces reproches a personas de más edad que tú, ¿es que acaso consideras que sabes más que ellos o que puedes manejar mejor el caballo?». Alejandro respondió: «Al menos este 4 lo manejaría mejor que otro». «Y si no lo consigues, ¿qué castigo estás dispuesto a aceptar por tu temeridad?». «Por Zeus», dijo Alejandro, «pagaré el precio del caballo». Hubo risas 5 y enseguida quedó formalizada la apuesta entre ambos. Al punto corrió Alejandro hacia el caballo, cogió las bridas y le volvió de cara al sol pues, según parece, se había percatado de que el animal se inquietaba al ver su propia sombra que se proyectaba agitándose delante de él. Durante unos instantes 6 estuvo caminando junto a él y acariciándolo, mientras lo vio furioso y jadeante, y desprendiéndose tranquilamente de su clámide, de un salto quedó firmemente montado sobre su grupa. Tirando un 7 poco del freno con las bridas consiguió sofrenarlo sin golpearle ni desgarrarle la boca; cuando vio que el caballo deponía su actitud amenazante y que estaba deseoso de correr, aflojó las riendas y se lanzó a la carrera con un grito ya más atrevido y espoleándole con el pie. Al principio Filipo 8 y los suyos estaban mudos de inquietud, pero cuando giró y volvió hacia ellos con soltura, ufano y contento, todos prorrumpieron en vítores; y se dice que su padre lloró de alegría y que, al desmontar su hijo, le besó en la frente y le dijo: «Hijo mío, búscate un reino a tu medida, pues Macedonia es demasiado pequeña para ti».

Observando que 7 su hijo era de naturaleza indomable y se revolvía contra cualquier coacción, pero se dejaba conducir por la razón a sus deberes, Filipo trataba por su parte de persuadirlo antes que de darle órdenes; y como no confiaba 2 demasiado en los profesores de letras y ciencias para su supervisión y formación —pues consideraba que era tarea excesiva para ellos y, como dice Sófocles, «cuestión de muchos frenos y a la vez de muchos timones»—,[13] hizo llamar al más célebre y sabio de los filósofos, Aristóteles, pagándole unos magníficos honorarios dignos de él: y es que volvió 3 a levantar la ciudad de Estagira, de donde era Aristóteles, destruida por el propio Filipo, y restableció en ella a sus habitantes exiliados o esclavizados. Asignó a maestro y 4 discípulo, como lugar en que ocuparse de los estudios, el Ninfeo de Mieza, donde todavía hoy se enseñan los bancos de piedra y los paseos sombreados de Aristóteles.[14] Parece que Alejandro 5 no solo aprendió las materias morales y políticas, sino que también accedió a las enseñanzas secretas y más profundas, aquellas que los filósofos designaban técnicamente como acroamáticas y epópticas y que no exponían al público general. Y en efecto, cuando 6 Alejandro había ya pasado al Asia, al enterarse de que Aristóteles había publicado en forma de libro algunas de estas materias, le escribió en nombre de la filosofía una carta en la que se explayaba francamente, y cuyo tenor era como sigue: «Alejandro a 7 Aristóteles, salud. No hiciste bien publicando tus lecciones acroamáticas, pues ¿en qué vamos a diferenciarnos nosotros de los demás si las materias en las que nos educaste pasan a ser patrimonio común de todos? Pues lo que es yo, preferiría sobresalir en conocimientos superiores antes que en poder. Adiós». Así que Aristóteles, para 8 tranquilizar tal ambición de Alejandro, se justifica al respecto de dichas lecciones diciendo que están publicadas sin estarlo —y en verdad que su tratado de metafísica carece de utilidad para quien pretenda enseñar o aprender, siendo más bien un vademécum para los ya adoctrinados desde el principio.[15]

Me parece que 8 fue también Aristóteles el que, más que ningún otro, comunicó a Alejandro la afición a la medicina. Y es que no solo le interesaba la teoría, sino que atendía también a los amigos enfermos y les prescribía tratamientos y régimen, como puede verse por su correspondencia. Era 2 también por naturaleza amante de las letras y aficionado a la lectura. Consideraba la Ilíada, y así la llamaba, como un viático de la virtud militar, y se hizo con la edición preparada por Aristóteles, la llamada «edición del estuche», que tenía siempre bajo la almohada junto con su puñal, según cuenta Onesícrito.[16] Por 3 otra parte, como en las zonas interiores de Asia no le era fácil hacerse con otros libros, ordenó a Hárpalo que le enviase una remesa, y aquel le mandó las obras de Filisto, gran cantidad de tragedias de Eurípides, Sófocles y Esquilo, y los ditirambos de Telestes y Filóxeno.[17]

Al principio admiraba 4 a Aristóteles y, según él mismo decía, lo amaba tanto o más que a su padre, pues este le había dado el ser, pero gracias a aquel llevaba una vida honorable; sin embargo, más tarde empezó a verle con recelo, no hasta el punto de causarle daño, pero el hecho de que sus atenciones para con él no tuvieran la vivacidad y el afecto de antes era ya un indicio de distanciamiento. Sin 5 embargo, el amor y la pasión por la filosofía, que se habían implantado en él desde el principio y crecido con él, nunca se borraron de su espíritu, como atestiguan los honores concedidos a Anaxarco, los cincuenta talentos enviados a Jenócrates o el gran interés mostrado hacia Dándamis o Cálano.[18]

Cuando Filipo 9 marchó de campaña contra Bizancio, Alejandro, que contaba a la sazón dieciséis años y había quedado en Macedonia como dueño de la situación y en posesión del sello real, desbarató la rebelión de los medos, tomó su ciudad, expulsó de ella a los bárbaros, la repobló con gentes de varias procedencias y le puso el nombre de Alejandrópolis.[19] Por 2 otra parte, estuvo presente y tomó parte en Queronea en la batalla contra los griegos, y se dice que fue el primero en lanzarse contra el batallón sagrado de los tebanos; todavía en 3 nuestra época se mostraba junto al Cefiso una vieja encina llamada «de Alejandro», junto a la cual plantó entonces sus reales, y la fosa común de los macedonios no está lejos de allí.[20] Así 4 que de resultas de tales acciones, como es natural, Filipo sentía un amor extraordinario por su hijo, hasta el punto de regocijarse de que los macedonios llamasen rey a Alejandro y general a Filipo.

Pero los 5 conflictos de la casa real, debidos a los matrimonios y amoríos de Filipo y que de alguna manera se contagiaban desde su gineceo a todo el reino, provocaban numerosas quejas y violentas desavenencias, que además el carácter difícil de Olimpíade, mujer celosa y colérica, se encargaba de agrandar, excitando por su parte a Alejandro. Pero 6 la disputa más sonada la provocó Átalo en la boda de Cleopatra, muchacha a la que desposaba Filipo, enamorado de ella pese a la corta edad de la chiquilla. Átalo, 7 que era tío de Cleopatra, borracho después del banquete, exhortó a los macedonios a que pidieran a los dioses que naciera de Filipo y Cleopatra un sucesor legítimo del reino. En esto Alejandro, 8 encolerizado, le dijo: «Necio, ¿es que a mí me tienes por bastardo?», y acto seguido le lanzó una copa a la cabeza. Filipo 9 se levantó desenvainando la espada contra su hijo, pero por fortuna para ambos el vino y su propia cólera le hicieron resbalar y caerse. Alejandro le 10 increpó diciendo: «Amigos, ahí tenéis al hombre que se disponía a pasar de Europa al Asia: pasando de un lecho a otro ha acabado por los suelos». Después de este episodio 11 causado por el vino, Alejandro se llevó a Olimpíade y la instaló en el Epiro, mientras él residía entre los ilirios.[21] Mientras tanto 12 el corintio Demarato, huésped de la casa real y hombre de palabra franca, se llegó ante Filipo; después de 13 las salutaciones y atenciones de rigor, preguntó Filipo cómo andaba la mutua concordia entre los griegos, y Demarato le contestó: «En verdad, Filipo, que te conviene preocuparte seriamente por Grecia, tú que has llenado tu propia casa de tan grandes males y disensiones». Filipo, 14 volviendo en sí con esta advertencia, mandó ir a buscar a Alejandro y lo hizo regresar, persuadido por Demarato.

Algún tiempo 10 después Pixódaro, sátrapa de Caria, con la secreta intención de ganarse la alianza de Filipo gracias a un lazo de parentesco, quiso ofrecer a su hija mayor para casarla con Arrideo, hijo de Filipo, y envió a Macedonia a Aristócrito para hablar del asunto. De nuevo Alejandro tuvo que escuchar de labios de sus amigos y de su madre falsas acusaciones, en el sentido de que Filipo quería asegurar el trono a Arrideo por medio de una boda brillante y de una posición aventajada. Trastornado por 2 tales palabras, Alejandro envía a Caria a Tésalo, el actor trágico, para que le haga ver a Pixódaro que tiene que olvidarse de ese bastardo no muy en sus cabales y concertar la alianza con el propio Alejandro; esta proposición agradó a Pixódaro mucho más que sus planes anteriores. Pero 3 Filipo, enterándose del asunto, tomó consigo a uno de los amigos íntimos de Alejandro, Filotas el hijo de Parmenión, y entrando en la habitación de su hijo lo increpó e injurió con severidad y amargura, diciendo que era innoble e indigno de la posición que disfrutaba querer convertirse en el yerno de un cario, esclavo por demás de un rey bárbaro.[22] Escribió 4 Filipo a los corintios para que le trajeran a Tésalo atado de pies y manos; en cuanto a los demás amigos de Alejandro, expulsó de Macedonia a Hárpalo y Nearco, así como a Erigio y Tolomeo, a los que más tarde hizo volver Alejandro y concedió los más altos honores.[23]

Más adelante 5 Pausanias, ultrajado por instigación de Átalo y de Cleopatra, no pudiendo obtener justicia por ello, acabó con Filipo. La responsabilidad principal recayó en Olimpíade, que supuestamente habría presionado y azuzado al joven encolerizado, pero cierta sospecha alcanzó también a Alejandro. Se 6 dice, en efecto, que al encontrarse Pausanias con él después del ultraje padecido y lamentarse por ello, Alejandro le salió con aquel verso yámbico de Medea: «Al responsable de la boda, al marido y a la esposa».[24] No obstante, mandó 7 buscar y castigar a los cómplices de la trama y llevó muy a mal que Olimpíade tratase cruelmente a Cleopatra durante su ausencia.

Así pues, 11 a los veinte años se hizo con las riendas del reino, a la sazón afectado por violentas envidias, odios terribles y peligros por todos sus costados. En efecto, los 2 pueblos bárbaros colindantes no toleraban la servidumbre, añorando las dinastías de sus antepasados, y en cuanto a Grecia, Filipo la había vencido con las armas pero no había tenido tiempo de domarla y amansarla, antes bien, limitándose a cambiar y alterar las cosas, la había dejado en un estado de gran agitación y confusión debido a la novedad de la situación. Los macedonios, asustados 3 ante tal estado de cosas, pensaban que Alejandro debía abandonar Grecia por completo y no recurrir a la violencia contra ella, y, por lo que respecta a los bárbaros levantiscos, pensaban que debía atraérselos tratándolos con suavidad y mitigar así los conatos de rebelión; pero Alejandro, con 4 razonamiento inverso, se lanzó con audacia y resolución a la tarea de asegurar y salvar la situación, en la idea de que, a poco que se le viera flaquear en su determinación, se le echarían todos encima.

Así pues, puso 5 fin a la agitación y guerras de la parte de los bárbaros acudiendo sin tardanza con su ejército hasta el río Istro y venciendo en una gran batalla a Sirmo, el rey de los tribalos.[25]Pero, enterándose 6 de que los tebanos le hacían defección y que los atenienses estaban de su lado, inmediatamente hizo pasar las Termópilas a sus fuerzas diciendo que, puesto que Demóstenes le llamaba niño cuando estaba entre los ilirios y tribalos, y muchacho cuando entró en Tesalia, quería ahora, junto a los muros de Atenas, hacerle ver que era todo un hombre.[26] Llegado ante 7 las murallas de Tebas y queriendo darles aún la ocasión de volverse atrás de sus determinaciones, reclamó la entrega de Fénix y Prótites y prometió la amnistía para los que se pasasen a su lado.[27] Los tebanos, 8 por su parte, exigieron la entrega de Filotas y Antípatro, e hicieron proclamar que se alistaran con ellos aquellos que quisieran ayudar a liberar Grecia; en vista de ello Alejandro ordenó a los macedonios el ataque. Los tebanos lucharon 9 con un valor y un arrojo por encima de sus fuerzas, enfrentados a un enemigo varias veces más numeroso; pero cuando 10 la guarnición macedonia abandonó la ciudadela Cadmea y cayó sobre ellos por la espalda, viéndose rodeados, la mayor parte de los tebanos cayeron luchando allí mismo. La ciudad fue tomada, saqueada y arrasada; en general la 11 esperanza de Alejandro era que los griegos, conmovidos ante tal desastre y cobrando miedo, se mantendrían tranquilos, pero además así consiguió salvar las apariencias, como si satisficiera las quejas de sus aliados, pues tanto los foceos como los platenses habían acusado a los tebanos. Y dejando aparte 12 a los sacerdotes, a todos los huéspedes de los macedonios, a los descendientes de Píndaro y a los que habían votado en contra de la defección, hizo vender como esclavos a los demás, que serían unos treinta mil; los muertos ascendían a más de seis mil.

En medio de 12 tantos y tan crueles sufrimientos como abrumaban a la ciudad, unos soldados tracios devastaron la casa de Timoclea, mujer principal y de conducta intachable, y mientras ellos saqueaban sus bienes el comandante la violentó y deshonró, preguntándole después si tenía oro o plata escondidos en algún sitio. Ella le 2 dijo que sí, le condujo a solas al jardín y mostrándole un pozo, le dijo que ella misma había metido allí sus más preciosas pertenencias cuando la toma de la ciudad. Y cuando el 3 tracio se asomaba para examinar el interior, Timoclea se puso detrás de él y lo empujó; a continuación lanzó sobre él una lluvia de piedras hasta acabar con su vida. Cuando los 4 tracios la llevaron atada ante Alejandro, enseguida quedó patente por su aspecto y sus andares que era una mujer animosa y digna de respeto, pues seguía a los soldados que la conducían sin dar muestras de inquietud o miedo. Cuando el 5 rey le preguntó quién era, contestó que hermana de Teágenes, el que había combatido contra Filipo por la libertad de los griegos y caído en Queronea con el mando de general. Admirado Alejandro 6 tanto de su respuesta como de su acción, ordenó que se la dejara en libertad junto con sus hijos.[28]

Se reconcilió con 13 los atenienses, a pesar de que habían mostrado una aflicción excesiva respecto de la desgracia de Tebas; en efecto, estando en plena celebración de la fiesta de los Misterios, la suspendieron en señal de duelo, y a los tebanos que se refugiaron en la ciudad los trataron con todo tipo de miramientos.[29] Pero, sea 2 por estar ya saciada su cólera, como los leones, sea por deseo de compensar su crueldad y severidad con una acción indulgente, Alejandro no solo olvidó todos los motivos de queja contra Atenas, sino que instó a la ciudad a que prestase la debida atención a sus intereses, ya que, decía, si algo le sucediese a él, a ella correspondería el mando sobre Grecia. Se dice además que, 3 a lo largo de su vida, la desgracia de los tebanos fue con frecuencia para él motivo de aflicción, y que por ello trataba con más dulzura a muchos de ellos. Y ello hasta 4 el punto de que tanto lo ocurrido con Clito estando él ebrio, como la cobardía de los macedonios en la India, que no había permitido dar cumplimiento a su expedición y a su gloria, las achacaba Alejandro al resentimiento y la venganza de Dioniso.[30] Y entre 5 los tebanos que sobrevivieron no hubo uno que se acercase después a pedirle algo y no pudiese obtenerlo. Hasta aquí, pues, lo referente a Tebas.

Cuando los 14 griegos se reunieron en el Istmo y votaron ir de campaña contra los persas en compañía de Alejandro, este fue proclamado comandante en jefe. Como muchos 2 hombres políticos y filósofos se acercaban a él para felicitarle, confiaba Alejandro en que Diógenes de Sinope, que se encontraba a la sazón en Corinto, haría lo propio. Pero como 3 aquel no se preocupaba lo más mínimo de Alejandro y pasaba el rato en el Craneo, fue él en persona a visitarle, encontrándole tumbado al sol. Diógenes se 4 incorporó un poco ante tal avalancha de hombres como venía hacia él y se quedó mirando a Alejandro; este le saludó y le preguntó si acaso tenía necesidad de alguna cosa. «Que te me apartes un poco del sol», dijo. Dícese que 5 ante tal respuesta y muestras de desdén, Alejandro quedó tan admirado de la altivez y grandeza de este hombre que, cuando ya de vuelta, los suyos se reían y mofaban del filósofo, dijo: «Pues por lo que a mí hace, si no fuese Alejandro, de buena gana sería Diógenes».[31]

Queriendo consultar 6 a Apolo acerca de su expedición se llegó hasta Delfos, pero se dio la circunstancia de ser uno de los días nefastos, en los que no está permitido emitir oráculos. Primero Alejandro mandó llamar a la profetisa, pero 7