Sobre el excesivo amor a las riquezas - Plutarco - E-Book

Sobre el excesivo amor a las riquezas E-Book

Plutarco

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Beschreibung

Este pequeño tratado versa sobre el peligro de la avaricia, la codicia o el excesivo amor a las riquezas o, dicho de otro modo, sobre la necesidad del autodominio sobre el dinero, el lujo y las riquezas, y el beneficio de vivir con medida y templanza sobre los bienes que usamos. Incluye un segundo tratado, sobre la conveniencia de evitar las deudas.

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PLUTARCO

Sobre el excesivo amor a las riquezas

Traducción, introducción y notas de Eduardo Fernández

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2023 de la traducción, introducción y notas de Eduardo Fernández

by EDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15 - 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6446-0

ISBN (edición digital): 978-84-321-6447-7

ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6448-4

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

Presentación

Sobre el excesivo amor a las riquezas

Apéndice

La conveniencia de evitar las deudas

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Comenzar a leer

Notas

PRESENTACIÓN

Plutarco es un autor ameno para un lector moderno. Diserta sobre variados y entretenidos temas con agradable erudición, en los que presenta conflictos humanos y cuestiones morales de carácter universal, sazonados con anécdotas históricas y mitológicas que reflejan un profundo conocimiento del alma humana. Son ideas comunes ordenadas a modo de ensayo o conferencia para un público culto, pero no especializado. No pretende ser original ni aportar nuevas verdades, aunque maneja muy bien las fuentes y las doctrinas de las principales escuelas filosóficas, neoplatónicas, aristotélicas, epicúreas y estoicas. Su objetivo es resultar agradable y ameno, es decir, es un comunicador divulgativo según las reglas de la retórica, presentando los distintos asuntos que componen los 78 títulos de las denominadas obras morales y de costumbres.

Este pequeño tratado versa sobre el peligro de la avaricia, la codicia o el excesivo amor a las riquezas o, dicho de otro modo, sobre la necesidad del autodominio sobre el dinero, el lujo y las riquezas, el beneficio de vivir con medida y templanza sobre los bienes que usamos.

Presenta el atractivo de la riqueza como una peligrosa pasión, comparada a una enfermedad, que aparta al hombre de la felicidad y le priva del verdadero disfrute de las cosas. Desfilan, entonces, varios tipos o modelos de ricos: los que gastan sin medida, los sibaritas amantes del excesivo lujo, los tacaños, los que acumulan para los hijos. Finalmente, se plantea si la riqueza se manifiesta en las cosas superfluas o en las necesarias, y concluye con un llamamiento a huir de la ostentación y la apariencia.

En cuanto al segundo de los tratados, trata sobre lo inconveniente de pedir prestado —o dicho en positivo, la conveniencia de evitar las deudas—, desarrolla brevemente uno de los argumentos descritos al hablar del peligro de la codicia: y es que nadie pide un préstamo para comprar harina, queso, pan o aceitunas; más bien uno hipoteca una ostentosa casa, otro se endeuda para comprar un olivar situado junto a sus terrenos, otro una tierra de labranza o un viñedo, otro unas mulas de Galacia o unos caballos enjaezados con ruidosos adornos: estas son las cosas que hacen caer a los hombres en la ruina de contratos, intereses y préstamos.

Parte de este discurso coincide con el mensaje cristiano sobre la virtud de la pobreza y el dominio de los bienes materiales, aunque en los primeros siglos, los escritores cristianos no fijaron su atención en un autor pagano como Plutarco, a final de la Edad Media y sobre todo en el humanismo renacentista se redescubrió como ejemplo de autor que defiende en su obra la ley natural por medio de la luz de la razón.

Para esta nueva traducción hemos utilizado el texto griego editado por Phillip H. de Lacy y Benedict Einarson, en el volumen 7 de las obras morales de Plutarco (523c - 612b y 827d-832), publicado en la Loeb Classical Library, Londres, 1959. Asimismo, hemos cotejado las traducciones castellanas de Alonso Ruiz de Virués (1538) y Diego Gracián de Alderete (1548).

En la primera de ellas, junto al texto de Plutarco se añade un apéndice para explicar por autoridades de la sagrada escritura y por razones teologales lo mismo que Plutarco ha mostrado por razones naturales, obra igualmente atribuida a Alonso Ruiz de Virués e impresa por Diego Fernández de Córdova, con fecha de 1538, es decir, que no es de menos maravilla ver que muchos filósofos gentiles, en cuanto a esto, hayan vivido como perfectos cristianos y que los más de los cristianos vivan como los peores gentiles. Hemos realizado la transcripción, adaptando las reglas ortográficas, a partir de la edición facsímil publicada por Beardsley, T. S. (1973) en Hispanic Review, 41, 170-214, ya que nos ha parecido un buen complemento.

Eduardo Fernández

SOBRE EL EXCESIVO AMOR A LAS RIQUEZAS

1. El entrenador Hipómaco, al ver que algunos ponían por las nubes como buen luchador a un hombre grandote y de manos alargadas, les dijo: «Así sucedería, en efecto, si tuviera que alcanzar una corona colgada en lo alto». Lo mismo puede decirse de aquellos que buscan la felicidad y valoran demasiado las hermosas propiedades, los grandes palacios y el dinero a espuertas: «Como si pudieran alcanzar la felicidad con riquezas». Aunque parece que muchos prefieren ser ricos y desgraciados que gastar dinero para comprar la felicidad. Sin embargo, no se puede superar con dinero la tristeza, ni mejorar como persona o comprar la tranquilidad de la conciencia, la confianza para enfrentarse a las dificultades o la libertad. Porque, en realidad, ser rico no consiste en despreciar la riqueza, sino en no poseer cosas innecesarias ni tener necesidad de las superfluas.

2. ¿Realmente la riqueza nos aparta de otros males, o nos hace caer en la codicia? Porque, por su parte, la bebida sacia la sed y el alimento mata el hambre. El poeta Hiponacte1, por ejemplo, reclama: «Dame algo para cubrirme, pues me muero de frío», pero igualmente se quita la ropa de encima y no puede soportarla si produce demasiado abrigo. Sin embargo, no se puede apaciguar la codicia de riquezas con la plata y el oro, ni por tener más cosas se frena la avaricia de querer aún más, por el contrario, más bien se puede aplicar a la riqueza lo que se dice del médico incompetente: «Tu medicina no solo no cura, sino que empeora la enfermedad».

Porque el desordenado afán de riqueza recae también sobre los hombres sin sustento, sin techo, sin el necesario vestido y, muertos de hambre, los inflama con la avidez de oro, plata, marfil, esmeraldas, perros y caballos, y cambia su inclinación natural por las cosas necesarias hacia otras difíciles y arduas de conseguir, o sencillamente hacia cosas inútiles. Pues ciertamente no hay nadie tan pobre que no disponga de los medios necesarios para la subsistencia, y por eso, nadie pide un préstamo para comprar harina, queso, pan o aceitunas; más bien uno hipoteca una ostentosa casa, otro se endeuda para comprar un olivar situado junto a sus terrenos, otro una tierra de labranza o un viñedo, otro unas mulas de Galacia2 o unos caballos enjaezados con ruidosos adornos: estas son las cosas que hacen caer a los hombres en la ruina de contratos, intereses y préstamos.

Ciertamente, los que comen y beben demasiado, cuando ya no tienen ni hambre ni sed, vomitan incluso lo que habían comido con hambre y sed, pues algo similar ocurre con los que amontonan cosas superfluas e inútiles, que ya no pueden disfrutar ni siquiera las necesarias. Así es este tipo de gente.

3. Pero aun es más asombroso fijar nuestra atención en aquellos que gastan poco y tienen muchas cosas, ya que siempre desean más, según lo que decía Aristipo3: «Si uno come mucho o bebe mucho, pero nunca se llena, acude al médico para preguntar qué le pasa, qué tipo de enfermedad padece y cómo curarse. Pero, cuando uno que tiene cinco camas quiere diez, el que tiene diez mesas se compra otras más, el que posee tierras y dinero en abundancia nunca se sacia, sino que siempre quiere más, pierde el sueño y no hay forma de que se contente con todo lo que tiene, resulta que este hombre piensa que no necesita de alguien que lo cure y le explique la causa de lo que le ocurre».

En efecto, cuando vemos que alguien tiene sed antes de beber, pensamos que saciará su sed después de beber, pero el que bebe con frecuencia y no logra saciar su sed, no necesita llenarse, sino vaciarse, y le animamos para que expulse de su cuerpo lo que haya ingerido, porque lo que le molesta no es la escasez sino el exceso y la fiebre. Pues bien, lo mismo ocurre a los que carecen de recursos y viven en la necesidad, que se conforman si consiguen una casa, o si por casualidad encuentran un tesoro, o si terminan de pagar sus deudas con la ayuda de un amigo. Por el contrario, el que tiene más de lo que necesita para vivir y aun quiere más, no logrará remedio con oro, plata, caballos, ovejas o bueyes, sino que necesita deshacerse de cosas y purificarse. Porque su enfermedad no es la pobreza, sino una insaciable ambición de riquezas que nace de una idea equivocada y absurda. Y si esta persona no destierra esta ambición del alma, como un enorme estorbo, nunca dejará de necesitar cosas que no sirven para nada y desear aquellas cosas que no necesita.