A mi jilguero. Antología poética. - Gertrudis Gómez de Avellaneda - E-Book

A mi jilguero. Antología poética. E-Book

Gertrudis Gómez de Avellaneda

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"Poesías" (1850) es una recopilación de poesías líricas escritas por Gertrudis Gómez de Avellaneda, dedicada a la reina Isabel II y con introducción de la autora y Juan Nicasio Gallego. Incluye poemas como "Al partir", "A la poesía", "Imitación de Petrarca", "A mi jilguero", "La serenata", "A las estrellas" o "A una mariposa".-

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Gertrudis Gómez de Avellaneda

A mi jilguero. Antología poética.

DE SABATER.

Saga

A mi jilguero. Antología poética.

 

Copyright © 1850, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726679779

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

POESIAS.

Es propiedad de la autora, y se perseguirá ante la ley á quien espenda algun egemplar sin la firma autógrafa de la misma.

A. S. M. la Reina Doña Jsabel Segunda.

SEÑORA:

Al tratar de hacer la publicacion del segundo volúmen de mis ensayos paćticos, considere como un deber afrecerlo a' los Reales Pies de V. M., puesto que muchas de las composiciones contenidas en el habian sido dedicadas a' ensalzar rasgos generosos del magnánimo corazon de V. M. a' fáustos sucesos de su reinado.

V. M. se digno’ acoger benignamente aquel pobre tribulo de mi profundo respeto, permitiendome autorizar este libro con su augusto nombre, y yo la suplico hamildemente me dispense con tan señalada honra, la de aceptar benevola la sincera espresion de mi eterna gratitud.

Señora: A. L. R. P. de V. A. Gertrudis Gomez de Avellaneda.

PREFACIO DE LA AUTORA.

La estremada benevolencia con que fueron juzgados mis primeros ensayos poéticos por el respetable crítico que encabezó con las líneas que siguen á estas el pequeño volúmen en que se publicáron hace nueve años, así como la lisongera aceptacion que tuvieron del público y los elogios generosos que les tributó la prensa, me imponian la obligacion de mostrarme agra decida, trabajando por pulir aquellas incorrectas pro ducciones de la irreflexiva juventud, y presentarlas menos defectuosas en la segunda edicion de ellas y primera de las otras composiciones sueltas que han salido de mi pluma despues del año de 1841, en cu yos últimos dias se publicáron aquellas.

Penetrada de esta verdad, he procurado que la coleccion completa que se dá á luz, honrada con el escelso nombre de la Augusta Señora que se ha dignado acogerla bajo sus auspicios, correspondiese en lo posible á tan honorífica distincion y á lo que de mi agradecimiento exijian las antedichas bondades, que tan activo estímulo prestaron á mi talento y tan anticipado galardon dieron á mis desvelos.

Suprimidas, por lo tanto, algunas estrofas que no me parecieron dignas de pulimento, refundidas muchas y corregidas todas, vuelvo á presentar al público mis primeros ensayos líricos, aumentados con mayor número de producciones del mismo género, escritas posteriormente á la publicacion del primer volúmen, y he cuidado ademas de enmendar las erratas de fecha que noté en aquel, colocando las composiciones segun el órden de antigüedad, único que á mi parecer debe observarse en esta clase de obras, cuyo mayor agrado, que es la variedad, suele perderse en la succesion contínua de varias composiciones de una misma índole. Dejo, pues, alternando unas con otras, las composiciones religiosas y las profanas, las elegias y las odas, las silvas graves y las estrofas ligeras. Sin atender mas que á las fechas, publico estas POESIAS con la gradacion natural de desarrollo ó detrimento que ha debido tener mi imaginacion desde el año de 36, en que comencé á conservar escritos mis desaliñados versos, hasta fines del de 50, en que rompo para siempre las cuerdas de la lira, que no vibra agradablemente sino en manos de la juventud, al soplo poderoso de las pasiones ardientes. Con treinta y cuatro años, y un corazon cansado por la desventura, me siento incapaz de proseguir la carrera de poeta lírico, y si no abandono completamente el comercio de las musas, solo les pediré en lo sucesivo las graves inspiraciones dramáticas, que ya me han procurado mas de una vez nuevas y brillantes señales de las simpatias del público.

Reciba éste mi libro como leve tributo de mi agradecimiento, y habré terminado con satisfaccion, si no con gloria, el agitado periodo de mi existencia poética, guardando para los dias de la vejez, si debo llegar á ella, el grato recuerdo de bondades tan alhagüeñas que deben servir de estimulo á otros ingenios mas capaces que el mio de justificarlas por completo.

–––––––

PRÓLOGO

ESCRITO POR EL EXCMO. SEÑOR D. J. N. GALLEGO

en el tomo primero de estas poeisas, cuando se hizo su primera

impresion.

–––––––

Si para hacer versos son menester reposo y tranquilidad de espíritu, segun el dicho de Ovidio Nason, elevado á máxima por el asenso y conformidad de diez y nueve siglos, es preciso convenir en que los españoles tenemos el asombroso privilegio de desmentir aquel axioma, haciendo perder á las Musas el miedo al estruendo y horrores de la guerra civil y á las no menos ruidosas escenas de los disturbios políticos, que nos afligen hace no pocos años. Sin contar con los muchos poetas de reconocido mérito, de que se gloría Madrid, apenas pasa un mes sin que las prensas periódicas nos ofrezcan nuevas composiciones, y nombres nuevos, que aumentan el crecido catálogo de los alumnos de las Musas, no siendo menor proporcionalmente el número de los que lucen su talento poético en las capitales de nuestras provincias. No es, pues, estraño que una aficion, de suyo contagiosa y halagüeña, se haya comunicado al bello sexo, llegando ya por lo menos á seis las damas españolas que sabemos cultivan la lengua de los dioses. Verdad es que algunas, por timidez y desconfianza, se contentan con leer sus composiciones en la reducida sociedad de sus amigos, ó cuando mas en el benévolo y urbano salon del Licéo, donde están seguras de encontrar oyentes que las animen y aplaudan, y no censores que las critiquen. Pero no hace mucho que presentó al público un tomo de poesias, no escasas de mérito, una señora barcelonesa, y nos han asegurado que dentro de algunos meses saldrán á luz las de otra estremeña. Si á estas se añaden las que contiene el presente volúmen, fruto del gran talento y ardiente aficion de la señorita doña Gertrudis Gomez de Avellaneda, de quien ya el público ha visto muestras repetidas, podemos blasonar de poseer mayor número de poetisas en este siglo que cuenta el Parnaso español en el largo periodo trascurrido desde Juan de Mena hasta nuestros dias. Paisana y contemporánea de Garcilaso fué la célebre Luisa Sigéa, de universal nombradía en aquellos tiempos, y en los nuestros enteramente olvidada, que escribió varios poemas latinos, y mantuvo correspondencia literaria hasta con algunos papas de su época. Mas no tuvo, ni era fácil que tuviese imitadoras: pasar la vida en áridos y largos estudios no es ni puede ser el destino de una muger, y menos en un tiempo en que la poesia y la lengua vulgar, antes menospreciadas por cuantos aspiraban al título de sábios, iban elevándose á la altura á que llegaron muy pronto por los esfuerzos de los escritores de aquel mismo siglo. Luisa Sigéa apareció como un fenómeno mas digno de admiracion que de ser imitado, y el idioma latino, circunscrito desde entonces al santuario de las ciencias, se consideró por la opinion general como impropio del bello sexo, y aun como funesto y de mal agüero para las que tuviesen la estravagancia de dedicarse á su estudio, segun lo comprueba un refran castellano, que mas de una vez oimos en nuestras niñeces. 1

La publicacion de un tomo de poesias, aun en lengua vulgar, escritas por una muger, no es cosa muy frecuente en ningun pais: en el nuestro es rarísima. De algunas hacen mencion los escritores del siglo XVII, y en especial Lope de Vega en su Laurel de Apolo, donde hacinó, como en un almacen, muy cerca de trescientos poetas castellanos, y entre estos una docena de poetisas. Pero no habiendo llegado hasta nosotros las obras de ninguna de ellas, es de presumir que sus versos fueron pocos en número y mero pasatiempo de sociedad. Tal vez nuestros diligentes bibliógrafos habrán conseguido desenterrar algunas de sus composiciones: nosotros no recordamos haber visto sino tal cual fragmento en otros libros. Así puede asegurarse que las primeras obras poéticas, que por su variedad, estension y crédito, merecen el título de tales, son las de Sor Juana Inés de la Cruz, monja de Méjico, en cuyo elogio se escribieron tomos enteros, mereciendo á sus coetáneos el nombre de la Decima Musa, y contando entre sus panegiristas al erudito Feijo. Y ciertamente, si una gran capacidad, mucha lectura y un vivo y agudo ingenio, bastasen á justificar tan desmedidos encomios, fuera muy digna de ellos la poetisa mejicana; pero tuvo la mala suerte de vivir en el último tercio del siglo XVII, tiempos los mas infelices de la literatura española, y sus versos, atestados de las estravagancias gongorinas y de los conceptos pueriles y alambicados que estaban entonces en el mas alto aprecio, yacen entre el polvo de las bibliotecas desde la restauracion del buen gusto. Más de otro siglo trascurrió sin que se volviese á oir en boca femenina el acento de las Musas castellanas, hasta que en nuestros dias publicó doña Rosa Gatrez un tomo de versos de tal mediania, que en solos treinta años han desaparecido de la memoria de las gentes los versos y su autora.

Nadie puede negar á las mugeres españolas talento claro, viveza de ingenio, imaginacion fecunda y fogosa, sensibilidad esquisita. ¿En qué, pues, consiste que con tales dotes haya sido tan escaso el número de nuestras poetisas? Desacreditada ya muchos años hace la opinion absurda de que toda clase de ilustracion era perniciosa á las mugeres, opinion que tan autorizada estuvo en la primera mitad del último siglo, y siendo tan general en el bello sexo la aficion á las lecturas amenas, la asistencia al teatro, al estudio de los idiomas italiano y frances, y el de la música y el dibujo, especialmente en la córte y en las primeras capitales de provincia, ¿cómo es que hay tan pocas que despunten por componer versos, y menos que se atrevan á publicarlos? No es difícil descubrir las causas, que en nuestra opinion no son otras que el temor del ridículo, y ciertas preocupaciones de que vemos poseidas á muchas personas que se ofenderian de que se las llamase vulgo. A lo primero han contribuido muy principalmente los poetas satíricos de todas las épocas, los cuales, por lisongear el orgullo varonil, se han extremado en ridiculizar en las mugeres la aficion á las letras. Algunas de nuestras comedias antiguas, la de Las Mugeres sábias de Moliere, la del Café de Moratin, y la Proclama del solteron de Vargas Ponce, bastan y sobran para intimidar á las mas audaces, y el apodo de doctoras y marisabidillas les pone espanto. Por otra parte, es sobrado comun la creencia de que el talento de hacer versos está siempre asociado á un carácter raro y estrambótico, que la vena de poeta y la de loco son confines, y que la muger dada á tales estudios es incapaz de atender á los cuidados domésticos, á los deberes de la maternidad y á las labores del bastidor y de la almohadilla. Este concepto es tan general, que muchos de aquellos mismos que ensalzan hasta las nubes las obras literarias de una muger, y encarecen su instruccion y talento, son los primeros que por esta sola circunstancia la rehusarian por esposa. Mucho nos engañamos si tal creencia no es injusta y hasta irracional en alto grado, pues no comprendemos por qué hayan de considerarse en una señorita como habilidades que realzan su valor la música y el dibujo, y como demérito la aficion á la poesia. Sin poner en duda que el cumplimiento de los deberes domésticos y conyugales es la primera y esencial ocupacion de una muger casada, no se concibe que en los ratos ociosos degrade mas su carácter, ni rebaje su mérito componer una letrilla que tocar un wals en el piano, pintar una flor ó dibujar una cabeza.

Para sobreponerse á tan absurda como general preocupacion, y dedicarse con empeño y constancia al cultivo de la poesía, es preciso reunir á una aficion, que raye en entusiasmo, una firme voluntad y fuerza de carácter que no se dejen acobardar por vulgares prevenciones. Tales son las dotes con que,junto con un gran talento, plugo al cielo enriquecer á doña Gertrudis Gomez de Avellaneda. Hiriendo vivamente su imaginacion la gloria de los grandes poetas, halagando la delicadeza de su oido la armonia de los buenos versos, y enardeciendo su mente los hechos heróicos, y todos los sentimientos de las almas nobles y generosas, fué para ella desde sus primeros años el estudio una pasion, y el cultivo de la poesia un deber imperioso, ó mas bien una necesidad irresistible. Las calidades que mas caracterizan sus composiciones son la gravedad y elevacion de los pensamientos, la abundancia y propiedad de las imágenes, y una versificacion siempre igual, armoniosa y robusta. Todo en sus cántos es nervioso y varonil: así cuesta trabajo persuadirse que no son obra de un escritor del otro sexo. No brillan tanto en ellos los movimientos de ternura, ni las formas blandas y delicadas, propias de un pecho femenil, y de la dulce languidez que infunde en sus hijas el sol ardiente de los trópicos, que alumbró su cuna. Sin embargo, sabe ser afectuosa cuando quiere, como en el soneto de A Cuba, que puede competir con los mejores de nuestro Parnaso; en las composiciones á su madre, á un niño dormido, y en su plegaria á la Virgen. Quien despues de haber leido las estrofas á la Poesia, á la Juventud, á la Esperanza, y las magníficas octavas al Génio, recorra los graciosos juguetes de la Mariposa y del Gilguero; el que admirado del profundo y filosófico pensamiento que domina en la composicion A Francia, contemple la dulce y poética entonacion de las quintillas A Él, ó bien el donaire y soltura inimitable de El paseo por el Bétis, no podrá dejar de sorprenderse de la flexibilidad de su talento. No causa menos asombro la maestría con que ha sabido interpretar en verso castellano las inspiraciones de Lamartine, y singularmente la que tiene por título Napoleon. Pruebe por gusto á traducirla el poeta mas egercitado en tan difícil tarea, y verá si sale de la empresa tan airoso csmo la poetisa cubana. Tambien ha querido divertirse en traducir algunas composiciones de Victor Hugo, y entre ellas la intitulada Los Duendes, asunto ridículo y pueril en su fondo, y á fé que sentimos verle ocupar algunas páginas en en este precioso volúmen. Cabalmente los versos de la traductora no son tan fluidos y esmerados como sus compañeros, pudiendo creerse que la rectitud de su juicio ponia obstáculos á la facilidad de su númen, resistiéndose á complacerla en semejante capricho.

Otras composiciones hay como La Felicidad, Al Mar, A la Luna, El Cementerio, La Contemplacion, en las cuales, al lado de las ideas nóbles y de la elevacion de espíritu que distinguen á nuestra poetisa, se notan ciertos suspiros de desaliento, desengaño y saciedad de la vida, que harán creer al lector (como nosotros lo creimos al ver algunas muestras en un periódico de Cádiz) que son fruto de la edad madura, de esperanzas frustradas, de ilusiones desvanecidas por una larga y costosa esperiencia. ¡Cuál fué, pues, nuestro asombro cuando nos encontramos con una señorita de veinte y cinco años, en estremo agraciada, viva y llena de atractivos! Entonces no nos fué posible dejar de sonreirnos, y de reconocer y admirar la fuerza del egemplo, por mas que la sana razon lo califique de estravagante y absurdo. Tal es la mania de la época: jóvenes robustos y de pocos años se lamentan del ningun aliciente que les ofrece este valle de lágrimas. Para ellos es ya la vida una carga insoportable; la beldad no les inspira sino desvio, repugnancia ó ráptos frenéticos de pasion cuyo término es el ataud. Para ellos el estudio no tiene halago, el campo amenidad, el cielo alegria, la sociedad placeres. El mundo no puede comprenderlos: todo en él les es violento, estraño, como á peces fuera del agua, ó como á individuos de otro planeta caidos de pronto en este suelo mortífero y peregrino. Posible es que la señorita de Avellaneda tenga fundadas razones para estar disgustada hasta el punto de pintarse consumida de tédio, (tal es el asunto de uno de sus mas bien torneados sonetos,) cuando su condicion social, sus pocos años, y sus dotes personales, debieran lisongearla infinito; pero es harto mas probable que esté algun tanto contagiada de la mania del siglo, y sea mas facticio que real el desaliento que nos pinta en algunas de sus composiciones. Acaso tendrán en esto no pequeña influencia las horas desusadas que dedica á su estudio, y suelen ser desde la una á las cuatro de la mañana. ¿Cómo es posible que la solemne soledad y el profundo silencio de la alta noche, dejen de inspirarle ideas lúgubres é imágenes nada risueñas?

Dando ya fin á este ligero repaso, quiza demasiado largo para un prólogo, mencionaremos la composicion á La Muerte de Heredia, una de las mas perfectas del cuaderno, y en la cual resplandecen rasgos sublimes de sentimiento, de conformidad filosófica y de amor á la poesia, espresados en hermosísimos versos, desnudos de bambolla y afectadas exageraciones. Sin duda los cántos del Cisne del Niágara avivaron en su alma juvenil la chispa eléctrica de un talento que puede consolar á Cuba de la pérdida de su váte malogrado; pues no redunda escasa gloria á la Perla de las Antillas de contar entre sus hijos á la Señorita de Avellaneda, á quien nadie, sin hacerle agravio, puede negar la primacía sobre cuantas personas de su sexo han pulsado la lira castellana, asi en este como en los pasados siglos.

Juan Nicasio Gallego.

Madrid, Noriembre de 1841.

NOTICIA BIOGRAFICA

DE LA EXCMA. SEÑORA DOÑA GERTRUDIS GOMEZ AVELLANEDA DE SABATER.

–––––––

Hay una época en nuestra vida, en la cual leemos con avidez, con placer vivísimo, con emocion profunda las producciones del talento humano, y las creaciones de la imaginacion, sin que reparemos siquiera en el nombre del autor del libro que cae en nuestras manos. De tal manera se confunde entonces la verdad de la narracion y de los sentimientos con la realidad de la vida, que nos parece que los héroes cuyas glorias nos exaltan, ó cuyos infortunios nos hacen llorar, nos han legado ellos mismos aquellas páginas, nos han contado ellos mismos sus historias. Asi hemos leido en nuestra infancia a Pablo y Virginia, el Quijote, las cartas de Eloisa y Abelardo, el Robinson Crousoe; y pasan despues muchos años, antes que nos ocupemos de quiénes fueron Cervantes y Pope, De Foe y Bernardino Saint-Pierre. Hubo asi tambien una edad en la historia de las letras, en que de tal manera se identificó la existencia de los poetas con los asuntos de sus cantos, que el mundo no conoció otra cosa de su vida, que las creaciones de su génio. Parecidos en esto á Dios, que nos es desconocido en su esencia misteriosa, y á quien solo comprendemos en las obras de su omnipotencia, los antiguos pueblos conservaron con adoracion piadosa los libros de Homero, los poemas de Hesiodo, las odas de Pindaro y Tirteo, los versos de Safo y Anacreonte, sin dejarnos casi noticia alguna de aquellos suces sos y pormenores, en que sus deidades literarias se parecian á lodemas mortales. Cúpoles la misma, ó muy parecida suerte á los escritores del siglo de Augusto; y no fueron mucho menos respetuosos nuestros padres respecto á los grandes génios y semidivinas celebridades de aquella literatura que empieza en Dante, casi desconocido, para concluir en las vidas poco menos que fabulosas de Cervantes y de Quevedo. La Laura de Petrarca es un misterio: la Eleonora de Herrera un emblema: de Camoens apenas se sabe la muerte: la vida de Shakespare es un cuento: las de Moreto y de Tirso, misterios impenetrables: de Moliere no se conocia hasta hace poco, ni el padre, ni la muger, ni su verdadero apellido siquiera: y acerca de Lope y Calderon, seguros estamos de que el mas erudito biógrafo no podrá escribir con verdad tantas líneas, cuantas componen los títulos de sus obras. La edad presente ha llamado á esta ignorancia ingratitud y olvido: si nuestros padres se levantáran, puede ser que dijeran que era una apoteósis lo que ellos hacian: que es una profanacion lo que estamos haciendo nosotros.

Los tiempos modernos no consienten esta ignorancia: no quieren que haya nubes, aunque sean de incienso, en torno de los sepulcros. Es menester desenterrar los cráneos donde se aposentaron las inteligencias de Newton, y de Leibnitz, para medirlos por la trigonometria: es menester exhumar los huesos del Taso, de Quevedo, de Milton, de Calderon para hacer su análisis química. La vida que revelan las obras del ingenio ó de la ciencia, no basta: son esos los ricos paños de un ropaje rozagante que envuelve con demasiada magestad á las figuras que le llevan, y el público de nuestros dias quiere ver á sus héroes sin pedestal y sin velos, como hacen los mercaderes de esclavas con su mercancía en los bazares del Oriente.

No nos toca analizar el origen, ni profundizar la índole de esta curiosidad: es un gusto, un instinto, una necesidad de la época. Tenemos que someternos á ella. Pero al esponer la biografia de la eminente escritora cuyas obras damos hoy á luz, hemos querido manifestar cómo considerábamos nuestra obligacion, de que manera comprendiamos nuestra taréa y nuestro empeño. La verdadera, la interesante historia de una existencia literaria, son sus obras: en la ocasion presente, la presentamos por completo. El poeta eminente que se llama la Señora de Avellaneda, tiene por pátria á su siglo, aunque el lugar de su cuna haya sido la zona ardiente de las Antillas: fueron sus padres Herrera y Rioja, Quintana y Heredia, Calderon, Corneille y Racine, Byron y Chateaubriand, Schiller, y Waltter Scot. Los destellos de su infancia precoz, allá en una region donde el sol abrasa desde la aurora, fueron traducciones de Corneille y de Voltaire, que representaba despues; un drama de Hernan-Cortés, y otras producciones perdidas todas en el olvido de sus infantiles aspiraciones: su ardiente juventud dilatóse bajo el cielo de España con sus versos al mar, á él, á la poesia, con amor y orgullo, y con su novela Sab: su pujante y robusta virilidad se señala con Alfonso Munio, con Saúl,con su oda á la Cruz: su decadencia y su muerte….. esas no han aparecido todavia: esas no se presentan nunca en la vida de aquellos talentos que desaparecen en el cielo, como Elias en su carro: la decadencia y la muerte pertenecen á la vida física y mortal; y la piadosa severidad de la crítica arranca siempre de las flores queridas de su Edén literario, aquellas lácias y amarillentas hojas que nacen al fin del otoño para anunciar la hora de retirar la maceta espléndida al invernáculo de la gloria. La señora de Avellaneda conserva todo su esmalte, todo su perfume. Séale aun por largos dias la luz brillante, y el aire blando, y el cielo amigo; y no veamos nosotros el tiempo, en que debamos encomendarla á la levedad de la tierra.

Sobre ese pedestal que ella misma levanta, descuella su estátua animada y magestuosa. Esa es la que contemplarán con amor y admiracion, los que lean sus versos, los que tengan corazon y simpatía para las vibraciones de la lira privilegiadamente sonora, y arrebatadamente armoniosa, que pulsa en toda la estension de sus inmensas facultades. Para ellos cada oda será un acontecimiento; cada página una aventura; cada drama una sorprendente peripecia; cada nuevo pensamiento, cada combinacion métrica inventada, una aparicion bienhadada y con estrepitosos aplausos acojida. Para el público menos entusiasta y mas analitico, para los que quieren penetrar, á traves de los rayos luminosos de la poesia, en la existencia opaca y positiva que le es comun con todas las otras humanas criaturas; para los que tienen gusto en saber cuántos pies de estatura mide el arquitecto que levantó esa pirámide, poco será nuestro trabajo. En derredor de ese zócalo, trazaremos una inscripcion modesta y sucinta, sencilla y breve, como es breve, y simple, y monotona, y hasta con frecuencia vulgar, la vida esterior de aquellos séres que obran en el mundo por la accion del espíritu, por el influjo del pensamiento; cuya presencia se manifiesta por el alcance de la voz, por la resonancia del canto…..

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La Señora Doña Gertrudis Gomez de Avellaneda vió la luz primera en la ciudad de Puerto-Príncipe, en la isla de Cuba, el año de 1816. Fueron sus padres el Comandante de marina de aquel puerto, capitan de navio D. Manuel Gomez de Avellaneda, natural de Constantina, en la provincia de Sevilla, y Doña Francisca de Arteaga, hija del pais, aunque de familia española. Su educacion en una ciudad entonces harto atrasada, sin escuela y sin teatro, fué solamente, despues de la que sus padres le dieron, la que su inteligencia y su infantil aficion á la poesía se procuró á sí misma. Desde los primeros años hizo versos: desde su precoz adolescencia compuso dramas. Como todos los poetas, en su infancia sufrió la contradiccion paterna bácia una aficion que la prudencia del mundo suele confundir con los vicios, ó con las malas inclinaciones; y como acontece tambien á todos los poetas, esta contrariedad avivó en ella el amor al arte que habia de ser su destino.

Murió su padre dejándola muy niña, y casada su madre en segun das nupcias con el coronel español Escalada, viniéronse á Europa en 1836 trayéndose consigo á Gertrudis, que arribó con su familia á Francia, y vivió en Burdeos algunos meses: fueron despues á residir en la Coruña, pátria de su padre político,y tanto en el clima del mediodia de Francia, como en el del Norte de la Península, la hija de los trópicos, que habia deseado con incesante afan trasladarse á Europa, huvo de sentir vivísimamente la nostalgia producida por la pérdida del esplendoroso sol, y la lejanía de la ardiente zona donde sus primeros años habian crecido entre palmeras y piñas. Sin embargo, la distraccion de estos melancólicos recuerdos, era la misma que habia sido la de sus impacientes deseos. En una y otra situacion escribia versos, que poco importa, para avivar la pira donde hay combustibles, que el viento sople del aterido aquilon, ó del ardiente mediodia.

Al cabo de dos años quiso visitar la casa solariega de su padre, y embarcándose para Andalucia con su hermano, residió alternativamente en Cádiz, en Sevilla, y en Constantina, hasta 1840 en que vino á Madrid precedida de la fama que le habia dado la publicacion de algunas poesias líricas, firmadas con el conocido seudónimo de la Peregrina. Era entonces la época de la vida y del movimiento literario, que había despertado en nuestra pátria, á impulsos y con el calor de la agitacion política, para debilitarse y casi estinguirse (muy al revés de lo que algunos creian) cuando esta disminuyera. La sociedad madrileña vivia de guerra, de política, y de poesia: figuraba poco todavia la banca y la bolsa, y el baile escénico no era conocido aun. El parte de una batalla en Navarra, una oda de Zorrilla ó de Espronceda, un drama de Garcia Gutierrez ó de Hartzembusch, ó la noticia de un pronunciamiento, una discusion borrascosa en el Congreso, ó una sesion del Liceo, conmovian y preocupaban igualmente al público de la capital en aquellos años de actividad juvenil, de ardor desinteresado, de entusiasmo generoso que se había comunicado a todas las provincias. La señorita de Avellaneda llegó á Madrid cuando ya este periodo declinaba; pero aun vino á tiempo de atizar con vivas llamaradas el fuego encendido en el ara de las musas. Presentóse en el Parnaso madrileño con las guirnaldas que habian ya enlazado á sus sienes los liceos de Sevilla, de Málaga, de Granada; con el estímulo lisongero de las justas alabanzas que le habian tributado los periódicos literarios, y los escritores distinguidos, señalándose entre éstos el eminente crítico, el preceptor ilustre, el poeta insigne, última y apagada antorcha de la escuela sevillana, D. Alberto Lista. La aparicion de la Señorita Avellaneda en el círculo literario de la capital le señaló desde luego el verdadero lugar que la correspondia. A pesar de las prevenciones que reinan en la sociedad contra las mugeres escritores; Tula, que es el nombre familiar que la dan sus amigos, dominó todos los recelos, y acallo to das las antipatías, con la superioridad reconocida de un inmenso talento, con el poder de una inspiracion vigorosa y viril, con el clasicismo, buen gusto y elegancia de una forma siempre pura y correcta, de un lenguaje cuyo fácil manejo y singular maestría contrastaba ciertamente en una muger con los descuidos ó estravios que se permitian, ó de que no sabian prescindir muchos hombres. Habíase esperado encontrar en ella una distinguida poetisa: no era eso nuestra escritora: fué colocada desde luego en el primer rango de nuestros mejores poetas. Uno de los mas célebres y justamente populares ingenios, dijo de ella, al oir una de sus composiciones.—«Es mucho hombre esta muger.»—Y aunque las no comunes gracias y atractivos personales, que tan privilegiadamente adornan á la ilustre cubana, hiciesen brotar en derredor suyo sentimientos é impresiones harto distintos de los que revela el dicho agudo del poeta cómico, la verdad es que en el círculo de la literatura se olvidó su sexo, hasta para realzar la admiracion y el mérito. Los escritores mas distinguidos de la capital, sin distincion de edades ni de escuelas, la rodearon desde entonces con homenajes de amistad y de entusiasmo, que se tributaban esclusivamente al talento, á la inspiracion, al genio. El Sr. Duque de Frias, D. Juan Nicasio Gallego, D. Manuel Quintana, Espronceda, Zorrilla, Garcia Tassara, Roca de Togores, Pastor Diaz, Breton, Hartzembusch, y otros muchos literatos de mayor ó menor nombradia, han sido desde entonces, ó sus consecuentes amigos, ó sus apasionados admiradores. De algunos recibió consejos; de muchos estimulo y aliento: de todos aquella comunicacion de pensamientos, de ideas, de impresiones, que necesita el talento para vivir y desarrollarse, como las flores y las plantas necesitan la luz y el aire para crecer y matizarse: de ninguno, cooperacion ni guia; de ninguno, alabanzas que no fueran sínceras. El talento y el gusto de la señorita de Avellaneda eran demasiado originales y espontáneos para sufrir direccion y ausilio: su superioridad demasiado grande para que rehusára como una ofensa la censura, para que no agradeciera la crítica, para que admitiera lisonjas y adulaciones.

Delaño 1841 á 1843, dió al público un volúmen de poesias líricas, su novela Sab, que habia escrito recien-llegada de América, y otra novela intitulada dos mugeres: poco despues escribió el Espatolino y la Baronesa de Youx.