Los tres amores - Gertrudis Gómez de Avellaneda - E-Book

Los tres amores E-Book

Gertrudis Gómez de Avellaneda

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«Los tres amores» (1858) es un drama en tres actos de Gertrudis Gómez de Avellaneda que abarca cinco años de la vida de Antonio, Matilde y Víctor de San Adrián. Antonio y Matilde se han criado juntos en la montaña navarra y pretenden casarse, pero un día llega un joven pintor que conquista a Matilde.

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Seitenzahl: 119

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Gertrudis Gómez de Avellaneda

Los tres amores

DRAMA EN TRES ACTOS PRECEDIDOS DE UN PRÓLOGO,

Representado por primera vez en el teatro del Circo, el 20 de marzo de 1858.

Saga

Los tres amores

 

Copyright © 1858, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726679748

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Á SU QUERIDO ESPOSO.

G. G. de Xvellaueda

PERSONAS QUE FIGURAN EN EL PRÓLOGO.

PERSONAJES.

ACTORES.

MATILDE, jóven prohijada por

Sra. Lamadrid.

JULIANA, labradora rica

Sra. Campos.

LUISA, criada jóven de la anterior

Sra. Orgaz.

DON VICTOR DE S. ADRIAN.

Sr. Romea (D. J.)

ANTONIO, hijo único de Juliana y de.

Sr. Arjona (D. J.)

PABLO, labrador rico

Sr. Arjona (D. E.)

Mozos de labranza, l.°, 2.°y 3.°

______________

El prólogo pasa en un pueblecillo de las montañas de Navarra, en el reinado de Cárlos III.

PRÓLOGO.

El teatro representa un jardin: á un lado el paredon de una casa de campo, cuya principal fachada no está á la vista del público. La puerta de dicha casa, que mira al jardin, está sombreada por un verde emparrado, bajo del cual hay una mesa y dos bancos rústicos. Una ventana se abre en el mismo lado, en el lienzo mas próximo del proscenio, y debajo de ella otro banco rústico. Al lado opuesto se supone que estan el corral y otras dependencias de la casa. Al foro una verja con cancela que conduce á la huerta. —Está amaneciendo.

ESCENA PRIMERA.

Antonio, sale por la cancela trayendo una jaula en la que se ven dos palomas silvestres.

Ant. Os pillé al fin, enamoradas arrulladoras; pero no os dé cuidado la cautividad. Tendreis á Matilde por señora. ¡Qué regocijo el suyo con esta grata sorpresa!.. ¡Cuántos mimos á las prisioneras!.. (Pone la jaula en un banco.) ¡Oh! no ha sido fácil la conquista. Toda una noche en vela, y luego desgarradas las manos con las espinas de los zarzales. Pero ¿qué importa? Solo falta el ramillete. (Empieza á cortar flores, con las que hace un ramo.)

¡Magníficas rosas!.. ¡Asi se ponen sus mejillas cuando la dicen que es linda!.. ¡Este clavel... ¡Se parece á su boca! Vengan los jazmines, tan blancos como sus manos!.. Ahora un manojito de romero... y estos pimpollos de geranio. —¡Bien! — Ataremos el ramo con esta cinta azul celeste, que es su color favorito. Ya no resta mas sino poner jaula y flores en su ventana, que nunca cierra en las noches de verano. Pero, ¡qué veo! ¡Tiene encendida la luz, brillando ya el dia!.. ¿No habrá dormido?.. ¿Estará mala? ¡Se me cuaja la sangre!.. (Se sube al banco y mira por la ventana.) ¡Ah!.. lee sentada junto á la mesita de nogal que yo la hice. No se ha acostado... ¡está visto!.. En mal hora vino á nuestro (Bajando.) valle ese maldito huesped... ese poeta, que le ha trastornado el juicio con sus libros!.. No tuvimos necesidad de ellos para ser felices, pero ahora .. (Se deja caer pensativo y triste sobre el banco.)

ESCENA II.

Antonio, Pablo, Luisa, Mozos de labranza. Todos salen por la puerta de la casa que da al jardin, trayendo Luisa una botella y copas, y los mozos sus aperos de labor.

Pab. ¡Ea, muchachos!.. Tomar el trago, y cada uno á su trabajo. Hay que aporcar las patatas, rastrillar los nabos, disponer el terreno para los nuevos plantones, y despojar al maiz de todo brote supérfluo.

Mozo 1.° Bien, seor Pablo. (Teniendo en la mano la copa que le ha llenado Luisa.) A su salud y la de todos.

Pab. Gracias.

Mozo 2.° ¡Que viva el amo! (Bebiendo.) l.° y 3.° ¡Vi va!

ESCENA III.

Pablo, Luisa, Antonio, que continúa embebecido en sus pensamienlos.

Luisa. ¡Siempre alegres! (Vá á poner las copas y la botella sobre la mesa.)

Pab. ¡Eso si, gracias á Dios! Todos trabajamos; pero todos somos dichosos. Vé tú á ordeñar las vacas y las cabras, y échalas luego á pacer. —¿Sabes dónde anda Antonio?

Luisa. ¿Pues está usted ciego que no le ha visto? Héle allí dormido, segun parece, bajo la ventana del cuarto de la señorita. (Se vá.)

Pab. (Mirando á su hijo.) Muchos disgustos me lia de dar con esa pasion exajerada.

ESCENA IV.

Pablo y Antonio.

Pab. (Acerćándose á su hijo y tocándole en el hombro.) ¿Para qué madrugar tanto, caballerito, si no se ha de hacer nada?

Ant. Si, señor padre... (Levantándose.) Hice un ramillete para Matilde.

Pab. Es la única obligacion que reconoces, y que desempeñas con gusto.

Ant. ¿Hago mal por ventura?

Pab. No haces muy bien que digamos. No desapruebo el que ames como es debido á la compañera de tu infancia; no por cierto. ¿Quién no la ama en esta casa? Pero no hay por qué sacar las cosas de quicio, y no tener otro pensamiento que Matilde en todo el dia de Dios.

Ant. Yo no lo hago adrede, señor padre.

Pab. Tienes la edad suficiente para ayudarme y mirar por la hacienda, en vez de andarte cosido de las faldas de Matilde, cogiéndole mariposas.

Ant. Son dos palomas las que le traigo hoy. Mírelas usted qué hermosas, con su cuello tornasolado!... Son las mismas que arrullaban ayer tarde sobre aquel cerezo, y que ella escuchaba bajo del emparrado.

Pab. ¡Pues! — Esto no puede continuar, señorito. Hay que tener un poco de ambicion.

Ant. ¿Le parece á usted que no la tengo? ¡Vaya! Mi ambicion es que ella esté siempre contenta... que sea feliz como ninguna.

Pab. ¡Vuelta con ella!... No me agradan esos extremos. Es demasiado amor por una hermana adoptiva.

Ant. Pero Matilde...

Pab. No sabemos si podrá ser tu esposa... si consentirán sus padres. El señor cura del lugar, que fué quien nos confió esa niña cuando estaba en la cuna, y quien paga religiosamente la pension señalada para sus alimentos, es el único que puede saber su origen y su suerte futura.

Ant. El mismo señor cura les dijo á ustedes que los padres de Matilde no la reconocerian nunca, y que querian fuese educada como una simple labradora.

Pab. No lo niego; pero el mundo da muchas vueltas, y aqui tengo una esquela del digno párroco, recibida anoche, que me hace entrever algun cambio en el estado actual de las cosas.

Ant. ¿Cómo?

Pab. Apuesto á que no ha visto con buenos ojos los extremos de tu cariño por la chica, ni la venida aqui del jóven deudo del conde.

Ant. En cuanto á eso último, tiene razon de sobra. Tampoco yo...

Pab. No he podido impedirlo. El amo de la finca es el conde de Larraga, y habiendo autorizado él mismo á su pariente don Victor de San Adrian para pasar una temporada bajo este techo, entre nuestras saludables montañas, no me tocaba á mí el cerrarle las puertas.

Ant. ¡Y vaya si es larga la visita!... Vá para dos meses que tenemos aqui á ese caballero cortesano, y aun no habla de marcharse.

Pab. Como que vino á Navarra hecho un escuerzo, y está ahora guapeton y lozano que dá gusto el verle.

Ant. ¡Cierto!... (Suspirando.) ¡Y como se viste con mil repulgos... y sabe tanto!...

Pab. Eso si; tiene muchas letras. Dice el señor cura que compone trigedias, que son muy celebradas allá en Madrid, donde reside habitualmente. ¿Sabes qué cosas son las tales trigedias, Antonio?

Ant. Matilde se ha empeñado muchas veces en explicármelo... pero... no quiero saber nada de cuanto atañe áese hombre.

Pab. El cura opina que se ha de casar al fin nuestro huésped con la hija única del conde.

Ant. Ojalá fuese hoy.

Pab. ¡Bah!... hoy es una chicuela todavia la señorita Isabel, y se educa en un colegio de Francia. Pero nada de eso tiene que ver con nosotros. Lo que nos interesa, hijo mio, es que te dejes de niñadas, y no veas en Matilde sino á una buena hermana, hasta que dispongan de ella sus desconocidos padres.

Ant. Usted dijo antes que el cura le habia escrito anoche...

Pab. Verdad.

Ant. ¿Puedo ver esa carta?

Pab. No, señor: no hay para qué. Se estaria usted cavilando... ¿si será esto?... ¿si será lo otro?... Vale mas que se vaya usted á dirigir la labranza, sin pensar mas en ello. Lo que fuere sonará.

Ant. Pero...

Pab. No hay peros que valgan. ¡Eh! vete, vete con mil santos, y no me rompas la cabeza con tus amorios. (Es menester hacerme respetar.)

Ant. ¡Señor padre!... (Aparece Juliana por la puerta del emparrado.)

Pab. ¡A la labranza, á la labranza!... No oigo nada.

Ant. (¡Irme sin poner siquiera en su ventana las palomas y las flores! ¡Qué tirania!) (Se vá.)

ESCENA V.

Pablo, Juliana.

Jul. Muy orondo te quedas por la hazaña de tratar con dureza á tu hijo único... á un muchacho mas manso que un cordero. ¿Qué culpa ha cometido? ¡Vamos á ver!... ¿Qué ha hecho para que lo hagas salir con las lágrimas en los ojos?

Pab. Tú me lo echas á perder, Juliana. Tú que le levantas de cascos con el tal casamiento, que será ó no será.

Jul. ¿Por qué no ha de ser? Qué mejor partido puede ambicionar la muchacha?

Pab. Los padres de ella...

Jul. Se darán por muy servidos en hallar para su hija abandonada, un marido como el chico. ¡Vaya! No parece sino que se trata de cualquier pelagatos. Cuanto tenemos será de nuestro hijo, que ha heredado por añadidura á su tio el cirujano titular de Elizondo, que le dejó á su libre disposicion quince mil ducados contantes.

Pab. Nada de eso viene al caso.

Jul. Pues en cuanto á linaje, nadie tiene tampoco por qué hacerle ascos. No descendemos de judios ni de moros. Somos montañeses de pura raza. Mi padre, que Dios haya, empuñó por tres veces la vara de alcalde, y tu abuelo fué nada menos que doctor en medicina, con otras mil campanillas que no recuerdo ahora.

Pab. De todos modos hay que consultar al señor cura.

Jul. Eso es precisamente lo que quiero. Segura estoy de que se pondrá muy ancho cuando sepa nuestras intenciones.

Pab. Casualmente tengo que verle hoy, pues me ha escrito que se halla indispuesto, y que le urge hablarme respecto á Matilde.

Jul. Pues ea! abordar la cuestion sin mas preámbulos, y sacar de penas á esas pobres criaturas.

Pab. ¿Pero estará ella tan decidida por Antonio, como Antonio por ella?

Jul. ¡Vaya una duda! ¿No se han criado juntos queriéndose como dos pichones?

Pab. Sin embargo, me parece que ahora, mas que del novio, se cuida del huésped la muchacha.

Jul. Esa es harina de otro costal. Tú no lo entiendes, Pablo. Matilde es vanidosilla, rabia por aprender cosas bonitas, y... ya se vé... El otro escribe relaciones en verso... y tiene libros... y habla con mucho aquel... Todo eso le agrada á la chica. Pero ¿qué hay de malo en ello?

Pab. No digo que haya nada de malo. En fin, voy á casa del párroco, y sabremos pronto á qué atenernos.

Jul. No te quedes á almorzar. Considera con qué ánsia te estaré esperando, tratándose de una cosa que interesa á mi Toño...

Pab. Tambien yo la tengo, mujer. ¿Qué puedo desear mas que la felicidad de nuestro hijo?

Jul. (Con zalameria.) Mira, si traes buenas noticias, las festejaremos con unas tortas y unas cremas que te has de chupar los dedos.

Pab. Corriente. Conque hasta la vuelta.

Jul. Mil cosas al señor cura. (Se va Pablo por la puerta del emparrado.)

ESCENA VI.

Juliana, luego Antonio.

Jul. Es algo regañon, pero excelente en el fondo, eso sí. Siempre hago de él cuanto quiero. Si pudieran ser las bodas para la fiesta de Nuestra Señora del Rosario!.. Ese dia se cumplen veinticinco años que me casé con mi Pablo. ¡Cómo corre el tiempo! ¡Parece que fuéa yer!

Ant. (Asomándose por la verja.) ¿Estais sola, madre?

Jul. Sí, entra. (Entra Antonio.) Tu padre habrá salido ya por la puerla principal, para ir á casa del cura.

Ant. (Con interés.) ¿Del cura?

Jul. ¡Si trata de tu casamiento, picarillo!

Ant. (Con interés.) ¿Con ella?.. ¿Mi casamiento con ella?

Jul. No, que será comigo.

Ant. ¡Con ella!.. ¡Yo!.. ¡Ah, Dios mio!.. (Con extrema emocion.)

Jul. ¿Qué es eso?.. ¡Antonio!.. ¡Estás temblando como un azogado! Hijo, te sientes malo?

Ant. No... no... ¡Es la felicidad!.. ¡La felicidad que no me cabe en el alma!

Jul. Cálmate por tu vida. ¿A qué vienen esas lágrimas que te asoman á los ojos?.. Casi me pesa haberle dicho...

Ant. ¡No, repetidlo, madre mia, repetidlo... y me vereis tranquilo!.. ¿No es un engaño de vuestra ternura?.. ¿Sabeis de veras?..

Jul. Que tu padre pide hoy para tí la mano de Matilde. Si, lo aseguro.

Ant. ¡Madre... madre mia!.. (La abraza con trasporte.)

Jul. ¡La quieres mas que á mí... mucho mas!.. (Derramandoalgunos lágrimas mientras abraza á su hijo.) Esa es la suerte de todas las madres!.. Crian á sus hijos con el mayor mimo, y luego... Pero no, no me quejo. Sé tu dichoso, y quedaré pagada de todo.

Ant. El bien que me dais ahora, no lo podré pagar nunca... nunca!

Jul. ¡Pero qué tontos!.. (Sonrie entre sus lágrimas.) Estamos llorando como dos chiquillos. Me voy. — El huesped esperará su desayuno. Hasta luego. ¡Alegria! (Entra en la casa.)

ESCENA VII.

Antonio.

¡Mi mujer... mi mujer para siempre!.. ¡Oh, Dios piadoso!.. ¿Cómo he podido mereceros esa ventura sin igual en la tierra? ¡Yo, pobre rústico, que no sé mas que amar... amar con todas las fuerzas de mi alma!.. ¡Esos pasos!.. ¿Será ella?—¡Ah, no, ese hombre!.. No, no quiero verle. Me parece una nube que viene á cubrirme el cielo. (Se va por el lado opuesto al de la casa.)

ESCENA VIII.

San Adrian, luegoMatilde.

Adrian. ¡Hermosísimo dia!.. ¡Verdaderamente el campo es delicioso!... ¡salutífero!... admirable!... Pero ya empieza á cansarme; (Se sienta.