Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
«Egilona» (1845) es un drama histórico en tres actos de Gertrudis Gómez de Avellaneda ambientado en Sevilla, a finales del año 715. La obra se centra en la viuda de don Rodrigo, último rey visigodo, que debe tomar parte de la política y convertirse en líder de su pueblo.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 90
Veröffentlichungsjahr: 2021
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Gertrudis Gómez de Avellaneda
Saga
Egilona
Copyright © 1845, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726679724
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
Guardia de Abdalasis, pueblo, guerreros musulmanes.
______
La escena pasa en Sevilla á fines del año 715 de J. C.
__________
Este Drama, que pertenece á la Galería Dramática, es propiedad de Don Manuel Delgado, Editor de los teatros moderno, antiguo español y estrangero; quien perseguirá ante la ley al que sin su permiso le reimprima ó represente en algun teatro del reino ó en alguna Sociedad de las formadas por acciones, suscripciones ó cualquiera otra contribucion pecuniaria, sea cual fuere su denominacion, con arreglo á lo prevenido en las Reales órdenes de 5 de Mayo de 1837, 8 de Abril de 1839 y 4 de Marzo de 1844, relativas á la propiedad de las obras dramáticas.
Sra. Doña Bárbara Camadrid de Sulas.
A usted ofrezco, amable Barbarita, esta última produccion de un talento pobre y debilitado por la enojosa y tenaz enfermedad que hace algun tiempo ataca mis nervios y mi cerebro.
La desconfianza que me caracteriza, aumentada por tales antecedentes, me retraería sin duda de hacer á usted esta leve demostracion de mi grande afecto, si la circunstancia de haber sido escrita Egilona á peticion de usted y para la funcion dedicada á su beneficio, no me hiciese mirar casi como un deber el consagrársela completamente.
El talento de usted, que tanto contribuyó al dichoso éxito que obtuvo há poco tiempo mi Principe de Viana, es lo que me alienta á esperar un favorable resultado de la ejecucion de este nuevo ensayo dramático, que con no poco temor voy á someter al inapelable fallo del público.
Cualquiera que este sea, á usted dedico aquel, á usted se lo recomiendo, y usted se servirá aceptarlo como espresion mezquina, pero sincera, de la afectuosa amistad que le profesa
GERTRUDIS GOMEZ DE AVELLANEDA.
Digitized by the Internet Archive
in 2012 with funding from
University of North Carolina at Chapel Hill
El teatro representa un dilatado y pintoresco jardin del palacio del Emir Abdalasis, situado á la inmediacion de Sevilla. Al fondo, ò donde convenga, se verá un costado del palacio, que estará iluminado como para una fiesta. Caleb aparece reclinado en un banco de césped, fijos sus ojos en el alcázar. Es una hora avanzada de la noche, y á fines del acto comienza á amanecer.
CALEB.
¡Todo es placer alli! ¡todo alegría
para quien ve su dicha coronada!
Del aparente júbilo el bullicio,
el resplandor de las brillantes hachas,
que privan á la noche silenciosa
de sus tinieblas y profunda calma...
¡todo al amante venturoso adula,
y todo irrita mis furiosas ansias!
Siempre, sin merecerlo, fue conmigo
de sus favores la fortuna avara,
y pródiga la vi con Abdalasis.
¡Oh funesto mortal! ¡en hora aciaga
á tu padre y á tí llevó la suerte
á pisar las arenas mauritanas,
para que fuese tu primer trofeo
la esclavitud de mi infelice patria!
Víla sumisa bendecir tu yugo,
y la mano besar que la ahogaba:
y yo mismo ¡oh baldon! por tus halagos
seducido tambien, mi altiva raza
desmintiendo cobarde, tus caprichos
como ley acaté, seguí tus armas,
y derramé mi sangre para verte
dominador de la soberbia España.
Pero tu gloria y la vergüenza mia
no de los hados la injusticia aplacan:
era preciso que en mi pecho ardieran
de frenético amor voraces llamas,
y que viesen mis ojos en tus brazos
á la beldad que el corazon me abrasa.
¡Esposo de Egilona...! ¡cuántas dichas
(Con amarga ironía.)
le debo á tu amistad...! ¡Cuánto me halagan
tus grandes beneficios...! ¡Sí! me has hecho
único gefe de tu digna guardia,
y asi consigo la delicia suma
de velar á las puertas de tu alcázar,
mientras que tú celebras con orgullo
tu dulce union con la feliz cristiana.
¡Agradecido soy...! ¡tranquilo puedes
en mi cariño descansar...! ¡oh rabia!
¿impunemente abrasarás la sangre
de un Bereber feroz...? (Se levanta agitado.)
Oigo pisadas:
alguien se acerca... ¡Cielos! ¡Egilona!
¡la sangre siento cual hirviente lava
por mis venas correr...! debo alejarme;
que si aqui solo sus divinas gracias
contemplaran mis ojos, ¡en delirio
pudiera... ¡sí! pudiera asesinarla! (Vase.)
EGILONA, y en pos suya ERMESENDA.
ERM. ¿Por qué, Egilona, del palacio huyendo,
que tu amable presencia hermoseaba,
á este recinto solitario corres,
triste arrastrando las nupciales galas?
¿Qué causa te acongoja...?
EGIL. ¡Oh Ermesenda!
ERM. Vuelve, te lo suplico, amiga cara,
vuelve á adornar con tu beldad divina
del venturoso Emir la regia estancia.
Ya sus amigos, que tu ausencia notan,
tal vez murmuren con malicia cauta,
y con tierna inquietud tu amante esposo...
EGIL. (Interrumpiéndola.)
¡Mi esposo has dicho...! ¡oh Ermesenda! ¡calla!
No ese nombre pronuncies... ¡mas es cierto!
¡Es mi esposo el Emir...! ante las aras
el juramento articulé solemne
que para siempre á la coyunda me ata.
ERM. ¿Y lloras al decirlo? ¿Y se sofoca
la temblorosa voz en tu garganta?
¿Qué arcano encierra tu dolor estraño?
Cuando te enlaza con cadena blanda
á tu Abdalasis próspero himeneo;
en medio de las fiestas consagradas
á la solemnidad del fausto yugo,
¿qué inconcebible pena asi te asalta?
¿Qué origen tiene tu incesante lloro?
Esplícate por Dios.
EGIL.
¡Soy desgraciada!
¿Qué mas puedo decirte, tierna amiga?
Respeta por piedad mi suerte amarga.
ERM. Atónita me dejas: ¡oh Egilona!
di á tu Ermesenda la verdad: si grata
la constancia te fue de aquel cariño
que nos ligó desde la tierna infancia,
hoy en su nombre te suplico vuelvas
á aquella dulce, antigua confianza,
que asi el pesar como el placer de una
hizo comun al corazon de entrambas.
No tu silencio á presumir me obligue
que al mas rendido amor eres ingrata;
que insensible contemplas las virtudes
del que es tu esposo ya; que no le amas.
EGIL. Hoy en el sacro altar nuestros destinos
para siempre se unieron: ¿y no basta
que le empeñe mi fé...? ¡tambien me acusan
de insensible, gran Dios...! ¿Qué mas demanda
Abdalasis de mí?
ERM.
La amistad sola
es quien demanda por mi voz le abras
con fraqueza tu pecho. ¿Por desdicha
te es odioso el Emir?
EGIL. ¡Odioso...! tanta
nobleza y dignidad, tanto cariño
nunca inspiraron odio, ni en el alma
de la triste Egilona hallar pudiera
tan indigna pasion facil entrada.
¡Amo á Abdalasis! ¡sí, le adoro, amiga!
y en vano ya mi labio lo callara,
pues harto á mi pesar lo está diciendo
este rubor que mi semblante baña.
ERM. ¡Rubor dices...! ¿por qué, si es Abdalasis
digno de tu aficion...? Do quier la fama
lleva su nombre y su valor publica;
do quier su gloria y su virtud se ensalza.
EGIL. ¡Gloria y virtud que causan mi vergüenza!
¡Gloria y virtud funestas á mi patria!
ERM. Es Abdalasis...
EGIL.
Del Califa apoyo;
orgullo de la gente musulmana;
firme sosten del alcorán impío...
es quien á Iberia sujetó á sus plantas,
y con arroyos de cristiana sangre
regó los lauros que en su sien se enlazan.
ERM. En él son esos...
EGIL.
Títulos de gloria,
timbres de honor... mas para mí de infamia.
Lo que enaltece de su nombre el brillo
es borron negro que mi lustre empaña.
¡Oh! no me obligues á espresar conceptos
que al salir de mis labios los abrasan:
no me obligues ¡cruel! á recordarte
quién poseyó la mano desdichada
que hoy á un infiel abandoné, por premio
de aquesas glorias á mi patria aciagas.
¿Y estrañas mi rubor? ¿y me preguntas
de mis tormentos la secreta causa...?
¡Tal vez hoy mismo el turbio Guadalete
la sangre goda en su corriente arrastra;
acaso aun los huesos de Rodrigo
en sus orillas insepultos yazgan;
cuando su viuda ante el infame yugo
de un criminal amor la frente baja,
y al enemigo de su ley y pueblo
se estrecha ansiosa con union nefanda!
ERM. Tan tristes pensamientos...
EGIL.
Me persiguen
por todas partes con tenaz constancia;
que inexorable la conciencia inquieta
jamas su grito vengador acalla.
Anoche mismo... ¡oh Ermesenda! anoche,
víspera triste de mi boda infausta,
cuando un momento reposé, rendida
tras de vigilia fatigosa y larga,
una horrible vision turbó mi sueño,
que hora despierta á mi pesar me espanta.
Súbito alzarse ante mis ojos miro
de Rodrigo la imagen indignada:
sin corona real la augusta frente,
pero ceñida con aureola santa
de grande desventura, nuevo brillo
ella le presta; magestad mas alta;
cual si el bautismo de su sangre ilustre
borrado hubiese las antiguas manchas.
Fijos en mí los penetrantes ojos...
¡aquellos ojos do la ardiente llama
de legítimo amor, mil y mil veces
cual esposa feliz contemplé ufana!
con hondo acento y ademan terrible,
al compas de los hierros que arrastraban
en torno suyo míseros cautivos,
pronunció, bien me acuerdo, estas palabras:
— De cien ciudades los escombros tristes
altar digno te ofrecen: ¡vé, cristiana!
¡vé, digna reina, de Rodrigo esposa!
del infiel opresor que ya te aguarda
vé á recibir la fé: grata armonía
será en la fiesta religiosa y fausta
el áspero crujir de las cadenas
que el caro amante á tus vasallos labra.
No importa, no, que de tu esposo regio
se ignore ann la tumba solitaria:
no la hallarás; pero verás su sombra
seguir tus pasos á do quier que vayas,
y hasta en los brazos de tu nuevo esposo
turbar tu sueño, y recordar tu infamia.
ERM. Ese delirio tormentoso prueba
el pánico terror que te acobarda.
No es tu conciencia, no, la que te acusa;
es tu mente, Egilona, la que insana
en su febril agitacion, produce
ridículos terrores y fantasmas.
¿Cuál es tu crimen, di? Del rey difunto
esposa fuiste cariñosa y casta ,
y su voluble amor pagó tu pecho
con fé constante y con ternura rara.
Desde el momento en que la patria nuestra
del agareno fue mísera esclava,
y en las orillas del infausto rio,
que le dió sepultura en sus entrañas,
de su grandeza el postrimer despojo
dejó en su manto el infeliz monarca,
con lloro amargo y oraciones pias
fue por tu afecto su memoria honrada.
¿Qué mas le debes, desdichada viuda?
¿En qué á tu patria ni á tu estirpe agravias