Errores del corazón - Gertrudis Gómez de Avellaneda - E-Book

Errores del corazón E-Book

Gertrudis Gómez de Avellaneda

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Beschreibung

"Errores del corazón" (1852) es un drama en tres actos y en prosa de Gertrudis Gómez de Avellaneda. El doctor Román, hombre de gran inteligencia y talento, se ha enamorado de una paciente, Margarita, la condesa de Valsano, una joven viuda que acaba de recuperarse de su enfermedad gracias a Román.-

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Gertrudis Gómez de Avellaneda

Errores del corazón

Drama en tres actos y en prosa.

DOÑA GERTRUDIS GOMEZ DE AVELLANEDA DE SABATER. Representado por primera vez en el teatro del Drama en la noche del 7 de Mayo de 1852. Este drama ha sido aprobado para su representacion por la Junta de censura de los teatros del Reino en el presente mes y año.

Saga

Errores del corazón

 

Copyright © 1852, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726679762

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

PERSONAS.

ACTORES.

MARÍA

Doña Teodora Lamadrid.

LA CONDESA DE VALSANO.

Doña María Rodriguez.

EL DOCTOR ROMAN

Don Joaquin Arjona.

DON FERNANDO

Don Manuel Ossorio.

CONVIDADO 1.°, caballero jóven todavía

Don Vicente Reina.

CONVIDADO 2.°, sugeto de alguna edad.

Don Juan Fabiani.

CONVIDADO 3.°, mozalvete elegante.

Don José Alisedo.

CONVIDADO 4.°, jóven

Don Jorge Pardiñas.

UN CRIADO DEL DOCTOR

Don Mariano Serrano.

DAMAS Y CABALLEROS.

__________

El primero y segundo acto pasan en la casa del Doctor: el tercero en la de la Condesa: los tres en Madrid.

Época actual.

__________

Este drama pertenece á la Galería Dramática, que comprende los teatros moderno, antiguo español y estrangero, y es propiedad de sus editores los Sres. Delgado Hermanos, quienes perseguirán ante la ley para que se le apliquen las penas que marca la misma al que sin su permiso le reimprima ó represente en algun teatro del Reino, ó en los Liceos y demas Sociedades sostenidas por suscricion de los Socios, con arreglo á la ley de 10 de Junio de 1847, y decretos Orgánico y Reglamentario de teatros de 7 de Febrero de 1849.

Excmo. Fr. D. Luis Jose' Fartorius,

CONDE DE SAN LUIS.

Mi muy estimado amigo: nuestra desdeñada literatura dramática le es deudora á usted de un eminente servicio, y aunque por desgracia el noble pensamiento de usted no haya alcanzado el desarrollo, ni producido las ventajas que usted se proponia al crear un Teatro Español; aunque parezcan en el dia completamente inutilizados los laudables esfuerzos con que usted consiguió inaugurarlo, el reconocimiento que usted mereció de todos los amantes de las letras no puede ser menos vivo y profundo por aquellas fatales circunstancias, á las que usted no ha contribuido.

Creyéndolo y sintiéndolo asi, me hago un deber de mostrarle públicamente, en lo poco que alcanzo, la sinceridad de aquel sentimiento en mi alma, hoy que nadie puede suponer en este acto de justa deferencia y cordial simpatía, motivo alguno que lo despoje del único valor quetiene, y que quiere ostentar á los ojos de usted. Sí, amigo mio, al dedicar á usted este drama no solo aspiro á que sea aceptado como homenage de agradecimiento, sino tambien como muestra leve pero sincerísima de la mas pura y desinteresada amistad: si usted lo recibe en tal concepto con la estremada benevolencia con que lo ha juzgado el público como composicion teatral, mi corto trabajo habrá sido doblemente recompensado, y nada me restará que desear sino que luzca un dia, venturoso para la literatura española, en el que acreciente usted su propia gloria realizando ámplia y cumplidamente el generoso empeño que con ella ha contraido.

Siempre de usted amiga verdadera y atenta servidora Q. S. M. B.

G. G. de Avellaneda.

 

Madrid 14 de Mayo de 1852.

Acto primero.

Sala en casa del Doctor, amueblada con elegante sencillez. Puertas al fondo que conducen á lo esterior. Otras laterales, una de las cuales es la de! gabinete del Doctor.

ESCENA PRIMERA.

MARIA. DON FERNANDO.

(La primera está sentada al lado opuesto del gabinete del Doctor, y se ocupa en bordar. El segundo, que acaba de llegar, pone su sombrero sobre una mesa, y se acerca á su interlocutora.)

 

Fernando. Es cosa estraordinaria que aun no esté visible el Doctor: son las once dadas.

María. Le siento levantado desde muy temprano, segun acostumbra; pero sin duda tiene hoy alguna ocupacion importante que le preocupa mucho. Ni aun se ha desayunado.

Fernando. Cuando no le absorven sus enfermos no hace mas que devanarse los sesos estudiando. Siempre ha sido asi. Ese hombre no descansa nunca, y ha conseguido envejecer antes de tiempo. ¡Vaya una manía! ¿Qué diablos querrá hacer con tanta ciencia?

María. ¿Qué querrá hacer?... lo que hace, señor don Fernando: ser una segunda Providencia... ¡el bienhechor de la humanidad doliente!

Fernando. Bien; pero puesto que ya ha logrado esa gloria, que se halla en posesion de una celebridad inmensa, y de rentas tan inmensas como su celebridad, ¿qué tiene que aprender todavía?

María. Él dice que la ciencia es un Océano infinito.

Fernando. ¡El dice tantas cosas! — ¡Pobre Doctor! Su vida entera ha sido un sacrificio. ¡Es un verdadero martir de la filantropía! (Serie.)

María. (Mirándolo con asombro.) ¿Y usted se rie de eso? Fernando. (Cambiando de espresion.) ¡Dios me libre!

El Doctor Roman no puede inspirarme sino veneracion y ternura. ¿Qué hubiera yo sido sin ese hombre, en quien mas que tutor encontré un padre?

María. (Con emocion.) ¡Cierto! ¡El es el padre de todos los huérfanos, de todos los desgraciados! Usted al menos tenia algunos derechos á sus bondades: debia la vida á un pariente, que le legó su hijo al morir como depósito sagrado: ¡pero yo!... ¿qué era yo en el mundo para merecer lo que ha hecho por mi el mejor de los hombres?

Fernando. ¡Eh! no hay que rebajarse. Usted es digna en todos conceptos de ocupar en esta casa el lugar que mi anhelo por la independencia me hizo dejar vacante.

María. ¡Solo soy una infeliz inclusera, que se juzgaria dichosa con servir como esclava á su ilustre protector! ¡Una pobre criatura que se encontró desde la cuna privada de todo... hasta de la luz del sol que gozan todos los seres! y que debe hoy á la caridad mas sublime aquellos beneficios de que parecia privarla la misma naturaleza.

Fernando. Mucho se prolongan las científicas meditaciones de mi respetable tio. ¿Si habrá descubierto algun secreto maravilloso de Psicologia?... Tambien le da por estudiar el alma al buen Doctor. No contento con haber conocido todas las miserias corporales, aspira á analizar las mas grandes del espíritu humano.

María. (Con tono de infantil asombro.) ¡Si es mucho hombre! ¡Todo lo sabe! Asi es que cuando me mira con fijeza siento un miedo... ¡Vea usted qué locura! ¡miedo de él, que es tan bueno!... ¡pero como es al mismo tiempo tan sabio, se me figura que me lée el corazon como si fuera un libro!

Fernando. (Apoyándose familiarmente en el respaldo del sillon de María.) ¡Hola! ¿encierra ese corazoncillo algo que le interese ocultar? María. ¿Ocultar?... no he pensado en eso: (Con turbacion.) pero me turbo... ¡es natural!... porque... porque... (Con viveza.) yo no sé esplicar el por qué: bien conoce usted que soy muy ignorante. Dios sabe sin embargo que no abrigo en mi corazon ningun pensamiento culpable.

Fernando. ¡Culpable! ¿quién puede sospecharlo? ¡Pobre María! Ciega los diez y siete años primeros de su vida, y encerrada los dos restantes dentro de estas paredes, ¿qué tentaciones puede encontrar en el mundo? ¡Usted se irá derechito, sin tropiezo ninguno, á la patria celestial! Mas á fé que me va pareciendo escesiva la aplicacion del Doctor. (Se acerca á la puerta del gabinete.) Voy á ver si le sorprendo elaborando algun supremo elixir que cure de un golpe todas las dolencias del hombre.

María. ¡Eh! ¡no le interrumpa usted!

Fernando. (Que se habrá asomado al gabinete, y se retira un poco riéndose á carcajadas.) ¡Ja! ¡ja! ¡ja! ¡Es cosa increible! ¡El grave Doctor Roman!

María. (Levantándose.) ¿Qué ha visto usted? ¿de qué se rie?

Fernando. ¡Y continúa! ¡va de largo! ¡Vive Dios que es el espectáculo mas inesperado que puedo contemplar en mi vida!

María. (Dirigiéndose tambien al gabinete.) ¿Pero qué es?... no comprendo...

Fernando. (Deteniéndola.) ¡Ea! ¡adivine usted! ¿Cuál será la gravísima ocupacion que absorve en este momento al médico mas afamado de Madrid... al filósofo mas profundo de España?

María. ¡Qué sé yo!... ¡le desvelan á él tantas cosas que no estan á mi alcance!

Fernando. Pues sepa usted que el sapientísimo Doctor don Felipe Roman se ocupa muy seria, muy detenidamente...

María. (Impaciente.) ¿En qué?

Fernando. (Riéndose.) En ponerse una peluca rizada cuyo perfume trasciende hasta aqui.

María. (Que lo mira con aire incrédulo.) ¡Bah! Usted se chancea. ¡Si jamas ha usado peluca!

Fernando. (Volviendo á mirar dentro.) ¡Pues si no fuera mas que la peluca!... ¡Venga usted!... ¡asómese! lo que estudia ahora es la manera de hacerse un lazo artístico en la corbata. ¡Corbata digna de un trage de etiqueta! Y el frac es de Borrel... no se me despinta el corte. (Volviendo á mirar dentro.) Vamos: está completamente de gran toilette. ¡De gran toilette á las once de la mañana! ¡De fijo! (Riéndose.) Mi extutor ha tenido anoche alguna fiebre furiosa.

María. (Con inquietud.) Si... si... todo el día de ayer estuvo indispuesto... no salió... parecia agitado...

Fernando. ¡Lo dicho! tuvo calentura, y aun le aqueja un resto del delirio.

María. ¡Dios mio!

Fernando. ¿No conoce usted que semejante atavío en el Doctor es una cosa inaudita, paradójica, inverosimil?...

María. ¡Calle usted, que él sale!

Fernando. Me voy: no podria contenerme: soltaría la carcajada en sus barbas.

María. (A don Fernando, al aparecer el Doctor en la puerta del gabinete.) Lo ha visto á usted: no se vaya.

ESCENA II.

los mismos . el doctor . Sale este vestido con suma elegancia, pero aunque su aspecto es noble y su fisonomía agradable, se echa de ver que no está acostumbrado á aqueltas galas, que le embarazan.

 

Doctor. ¡Hola, Fernando! ¿Tú por aqui á estas horas?

Fernando.