Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
«La aventurera» (1853) es un drama en cuatro actos y en verso adaptado por Gertrudis Gómez de Avellaneda del original francés escrito por Émile Augier. Natalia ha sobrevivido a una vida de maltratos y consigue prometerse a un rico viudo para escapar del timador que la adoptó. Los hijos de Julián, Eduardo y Luisa, tratan de exponer el engaño y de expulsarla.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 92
Veröffentlichungsjahr: 2021
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Gertrudis Gómez de Avellaneda
drama en cuatro actos y en verso.
IMITACION DE LA COMEDIA FRANCESA DE IGUAL TÍTULO Y EN CINCO ACTOS.
Saga
La aventurera
Copyright © 1853, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726679700
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
Digitized by the Internet Archive
in 2012 with funding from
University of North Carolina at Chapel Hill
http://archive.org/details/laaventureradram23311gmez
Esta obra es propiedad del CIRCULO LITERARIO COMERCIAL, que perseguirá ante la ley al que sin su permiso la reimprima, varíe el título, ó represente en algun teatro del reino, ó en alguna sociedad de las formadas por acciones, suscriciones ó cualquiera otra denominacion, con arreglo á lo prevenido en las Reales órdenes de 8 de Abril de 1839, 4 de Marzo de 1844, y 5 de Mayo de 1847, relativas á la propiedad de obras dramáticas.
Se considerarán reimpresos furtivamente todos los ejemplares que carezcan de la contraseña reservada que se estampará en cada uno de los legítimos.
La escena pasa en Sevilla, algun tiempo despues de la emancipacion de Méjico.
Sala en casa de don Julian, amueblada con decencia; un piano á la derecha del actor, un velador á la izquierda, y cerca de él un sofá.—Adornan las paredes varios cuadros, entre ellos una santa Teresa.—Puertas laterales, y otras dos al foro, que conducen á lo esterior.
LUISA.—CÁRLOS.
(La primera aparece sentada en el sofá y en actitud melancólica. El segundo de pié cerca de ella, apoyado en el respaldo del sofá que ocupa su interlocutora.)
Carlos. Asi tú dás por seguro
que no será para Páscuas
nuestra boda?
Luisa. Primo, temo
que hasta la tenga olvidada mi padre: solo se ocupa
de la suya: toda el alma
le absorven esos amores
que á coronar se prepara.
Carlos. Oh! pisaron en mal hora
de Cádiz las nobles playas
el tal marqués mejicano
y su hechicera Natalia.
Luisa. Sí; fué en Cádiz donde padre
los conoció por desgracia,
y apenas vuelto á Sevilla
ya observamos la mudanza
de su genio, sus costumbres,
sus ideas... Cárlos!... pasma
ver que en otro lo convierte
aquella pasion infausta.
Carlos. Me causa á mí mas asombro
el que lo quiera la dama;
que aunque rico don Julian
y de muy noble prosapia,
ya con hijos que lo hereden
no es por cierto su alianza
tan ventajosa, que pueda
hacer olvidar sus canas.
Luisa. Y mas á mujer que tuvo
cuna tan gloriosa y alta.
Carlos. En ese punto confieso
que no creo una palabra
de las insignes historias
del marqués de Iztacpalapa.
Si él fuera lo que nos dice,
no es posible que aceptara
á un marido sesenton
su jóven y hermosa hermana.
Luisa. Quién sabe?... Si por adictos
al rey y á la madre patria,
han tenido que emigrar,
segun entrambos declaran,
al romper Méjico el yugo
y emanciparse de España...
Carlos. No tacho de inverosímil
aquella lealtad rara,
pero sospecho...
Luisa.
Si han sido
sus haciendas confiscadas,
como dicen, y se ven
con una fortuna escasa
despues de grande opulencia,
no parece cosa estraña
que Natalia se resigne
á una boda, sino grata
honrosa al menos.
Carlos.
Tal vez;
mas con talento y con gracias,
á otra pudiera aspirar
mejor, mas proporcionada.
Luisa. Puesto que padre la elije
para ocupar en su casa
y en su tálamo, el lugar
que tuvo mi madre cara,
le debo, primo, respeto
y no pretendo juzgarla.
Lo que me inquieta y me aflige
es el ver cuan amenguada
la ternura paternal
se encuentra, sin otra causa
que aquel nuevo sentimiento
que al pobre anciano avasalla.
Carlos. Cierto.—Ha tiempo que gemia
don Julian la ausencia larga
de Eduardo, dando al olvido
sus locas calaveradas;
mas si de él hora se acuerda
de condenarlo hace gala.
Luisa. ¿Qué mucho que al hijo ausente
y reo de antiguas faltas
trate así, cuando yo misma
siento ya que no me ama?
Carlos. Tienes razon: si cual antes
te quisiera, ya mis ansias
satisfechas se hallarian...
ya mi esposa te llamara.
Luisa. Triste de mi!... por consuelo
no tengo en mi suerte amarga
ni un consejo de mi tio,
ni de mi hermano una carta.
A los dos les escribí
y los dos silencio guardan.
Carlos. En Eduardo tal descuido
no es por cierto cosa estraña;
pero mucho me sorprende
en mi padre.
Luisa. Tres semanas
van ya sin noticias suyas.
Carlos. Y mucho el volver retarda,
siendo asi que ya en la corte
ningun negocio le ala.
Luisa. Y mi hermano, que ni aun sé
en donde á estas fechas se halla?
Carlos. Es verdad... mas no le apenes
tanto, Luisita.—Qué! ¿Nada
soy yo para tí? ¿No sabes
con qué estremo le idolatra
tu Carlos?
(Se sienta á su lado.)
Luisa.
Sí, primo mio,
y no existe fuerza humana
que rompa el vínculo puro
que nuestras almas enlaza.
Carlos .¡Eh, pues! ¡Alégrate! enjuga,
primita bella, esas lágrimas,
y mírame... ¡no! ¡No así!
Mas risueña...—¡Bien!—¡Me encantas!
Olvídate para siempre
de cuantas cosas te alarman,
y de la huéspeda intrusa.
Luisa. ¡Ay! si hoy huéspeda, mañana
otro carácter tendrá.
Carlos. Acaso no: todo cambia
en el mundo: escribiremos
otra vez á...
Luisa.
¡Padre!—Calla.
(Se levantan.)
Los mismos.—DON JULIAN.
Julian. (Con una carta en las manos.)
¡Qué lenguaje!... ¡Qué osadia!
¡Puff!... la bilis se me exalta.
Luisa. (Bajo á Cárlos.)
¡Ay Dios! ¿Qué tendrá?
Carlos. (En ademan de acercarse ádon Julian.)
Sabremos...
Julian. ¡A mí lanzarme amenazas!
Carlos. Tio...
Julian. (Sin prestar atencion á Cárlos.)
Un hermano menor!
Carlos. (Siguiendo á don Julian que se pasea agitado.)
Le ruego...
Julian. ¡El pecho me estalla!
Luisa. (Aparte.)
Yo tiemblo.
Carlos.
Suplico á usted...
Julian. ¡Y contra un ángel tamañas
desvergüenzas!... ¡Yo echo chispas!
¡Yo hago explosion!
(Tropieza con Cárlos al volverse.)
Carlos.
¡Ay!
Julian.
¡Caramba!
Me has reventado, muchacho.
Carlos. Y á mí usted!
Luisa. (Acercándose con inquietud.)
¡Cielos!
Carlos. (A Luisa.)
No es nada.
(Adon Julian.)
Si usted decirme quisiera...
Julian. Tu padre es un tarambana;
un nécio insolente.
Carlos.
Tio!...
Luisa. Papá!...
Julian.
La voz se me embarga
con el furor!
Luisa.
Pero...
Carlos.
Diga
usted por Dios...
Julian. (A Cárlos.)
Ya tus plantas
no has de volver á estampar
en este suelo: cerradas
quedan para tí mis puertas.
Carlos. ¿Qué dice usted?...
Luisa.
¡Vírgen santa!
Julian. Vuestro tratado himeneo
desde ahora se desbarata...
¡Y me alegro!
Carlos.
¿Mas por qué?...
Julian. Sí; mi hermano se adelanta
á mis votos.
Carlos.
Pero...
Luisa.
Padre...
Julian. Hace lo que yo anhelaba.
Carlos. Esplíquese usted por Dios.
Julian. Este escrito, que me abrasa
la mano, eucierra el misterio:
dice así:—¡me ahoga la saña!
(Leyendo.)
„Todas las cartas de esa
„me aseguran que no bastan
„las reflexiones mas justas,
„á apartarte de la insana
„resolucion de casarte...
(Representando.)
¡Ya lo ois!... el que se casa
es loco.
Carlos.
Si usted prosigue
leyendo...
Julian.
¡Cosa mas sándía!
(Leyendo.)
„Y como si tal demencia
„en edad tan avanzada...
(Representando.)
¡Bah! creyeran al oirlo
que naci reinando Wamba.
(Leyendo.)
„No diese campo asaz vasto „á la irrision...
(A Cárlos.)
Vé si estampa
tu padre términos dignos.
(Leyendo.)
„A la irrision que te amaga;
„has hecho, segun parece,
„eleccion tal que te infama,
„llamando á una aventurera
„á un rango que no le cuadra.
(Representando.)
¡Fallo sublime! ante sí
y por sí, juzga y proclama
aventurera, á la ilustre
nieta de excelsos monarcas.
A la que lleva en sus venas
la mas pura sangre indiana,
la que animó á Motezuma.
y á Guatimozin, y á... ¡vaya!
yo no sé cómo reprimo
la cólera que me inflama.
Carlos. Señor...
Julian.
Y aun añade el nécio
de dislates otra sarta.
Me tiene á mal el que hospede
con franqueza hospitalaria
á la que ha de ser tan pronto
mi cónyuge, y con audacia
de farsante califica
al marqués de Iztacpalapa
mi cuñado.
Carlos.
Tal vez crea...
Julian. Dice que los dos me engañan;
que esplotanmi candidez;
que mi noble hogar profanan...
En fin, dice que si á cabo
llevo la union deseada,
él de la vuestra desiste
y todo empeño quebranta,
porque no quiere por nuera
á la que doy tal madrastra.
Luisa. ¡Infeliz!
Carlos.
¡Oh Dios!
Julian.
Yo juro
por mi abuela doña Eufrasia
de Avendaño y Vasconcelos,
Silva, Castro y Peñaranda,
que si ultrajes tan soeces
pronunciase cara á cara
aquel loco segundon
que asi al respeto me falta,
en mi terrible iracundia,
y en mi implacable venganza,
lo hiciera añicos, como hago
á esta...
(Vá con ímpetu colérico hácia la mesa y se detiene al ver que no está en ella el objeto que busca, haciendo la pregunta con cómica transicion.)
¿Quién quitó la jarra
de china que estaba aquí?
Luisa. Yo, papá...
Julian.
Pues déte gracias,
porque ya polvo seria
sin tan casual circunstancia.
Luisa. Le suplico...
Carlos.
Amado tio...
Julian. Me voy!.. veré si se aplaca
mi enojo en la soledad.
(A Cárlos.)
No te halle aquí cuando salga.
(Sevá por la izquierda.)
CÁRLOS.—LUISA.—Despues EDUARDO.—UN CRIADO, que se retira.
Luisa. ¡Primo!.. ¡Cárlos!..
Carlos.
¡Luisa mia!
Luisa. ¡Hado injusto!
Carlos.
¡Suerte airada!
Luisa. ¡Vivir de tí separada!
Carlos. ¡Verte hoy por último dia!
Luisa. Mas no me vence el rigor.
Carlos. Nada hay que espanto me dé.
Luisa. ¡Seré constante en mi fé!
Carlos. ¡Seré inmutable en mi amor!
Eduar. (Fuera.)
¡Aparta!
Criado.
Diga su nombre.
Eduar. (Llegando á la puerta.)
Raras veces lo pronuncio.
Luisa. ¡Visitas!
Criado.
¿Cómo lo anuncio?
¿Quién digo que es?
Eduar. (Entrando.)
¡Bestia! un hombre.
Criado. (Que se retira á una seña imperiosa que le hace el recien venido.
¡Vaya franqueza!
Luisa. (A Cárlos.)
No he visto
jamás esa cara.
Eduar. (Aparte mirando á Luisa.)
¡Es ella!
Luisa. Caballero...
Dduar. (Aparte.)
¡Qué alta y bella!
Carlos. (Acercándosele.)
Caballero...
Eduar. (Aparte.)
¡No resisto!
Luisa. A mi padre avisaré!...
Eduar. (Aparte.)
No me engañó el corazon.
Carlos. (ALuisa, bajo.)
¡Qué visible agitacion!
Luisa. (A Cárlos, lo mismo.)
¡Cómo me mira!
Carlos. (A Eduardo.)
¿Sabré