Obras completas. Tomo 1. Poesías líricas - Gertrudis Gómez de Avellaneda - E-Book

Obras completas. Tomo 1. Poesías líricas E-Book

Gertrudis Gómez de Avellaneda

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Beschreibung

Esta obra es una recopilación de poesías líricas escritas por Gertrudis Gómez de Avellaneda, dedicada a Cuba y con introducción de Juan Nicasio Gallego. Incluye poemas como "Al partir", "A la poesía", "Las contradicciones", "A mi jilguero", "A una violeta deshojada", "A las estrellas", "La serenata del poeta" o "Al mar".-

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Gertrudis Gómez de Avellaneda

Obras completas. Tomo 1. Poesías líricas

 

Saga

Obras completas. Tomo 1. Poesías líricas

 

Copyright © 1877, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726679816

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Dedico esta Coleccion completa de mis Obras, en pequeña demostracion de grande afecto, á mi Jsla natal, á la hermosa Cuba.

Gertrudis Gómez de Avellaneda

PRÓLOGO

ESCRITO POR EL EXCMO. SR. D. J. N. GALLEGO, EN EL PRIMER TOMO DE ESTAS POESÍAS, CUANDO SE HIZO SU PRIMERA IMPRESION.

Si para hacer versos son menester reposo y tranquilidad de espíritu, segun el dicho de Ovidio Nason, elevado á máxima por el asenso y conformidad de diez y nueve siglos, es preciso convenir en que los españoles tenemos el asombroso privilegio de desmentir aquel axioma, haciendo perder á las Musas el miedo al estruendo y horrores de la guerra civil y á las no ménos ruidosas escenas de los disturbios políticos, que nos afligen hace no pocos años. Sin contar con los muchos poetas de reconocido mérito, de que se gloría Madrid, apénas pasa un mes sin que las prensas periódicas nos ofrezcan nuevas composiciones, y nombres nuevos que aumentan el crecido catálogo de los alumnos de las Musas, no siendo menor proporcionalmente el número de los que lucen su talento poético en las capitales de nuestras provincias. No es, pues, extraño que una aficion, de suyo contagiosa y halagüeña, se haya comunicado al bello sexo, llegando ya por lo ménos á seis las damas españolas que sabemos cultivan la lengua de los dioses. Verdad es que algunas, por timidez y desconfianza, se contentan con leer sus composiciones en la reducida sociedad de sus amigos, ó cuando más en el benévolo y urbano salon del Liceo, donde están seguras de encontrar oyentes que las animen y aplaudan, y no censores que las critiquen. Pero no hace mucho que presentó al público un tomo de poesías, no escasas de mérito, una señora barcelonesa, y nos han asegurado que dentro de algunos meses saldrán á luz las de otra extremeña 1 . Si á éstas se añaden las que contiene el presente volúmen, fruto del gran talento y ardiente aficion de la señorita doña Gertrudis Gomez de Avellaneda, de quien ya el público ha visto muestras repetidas, podemos blasonar de poseer mayor número de poetisas en este siglo que cuenta el Parnaso español en el largo período trascurrido desde Juan de Mena hasta nuestros dias. Paisana y contemporánea de Garcilaso fué la célebre Luisa Sigea, de universal nombradía en aquellos tiempos, y en los nuestros enteramente olvidada, que escribió varios poemas latinos, y mantuvo correspondencia literaria hasta con algunos papas de su época. Mas no tuvo, ni era fácil que tuviese, imitadoras: pasar la vida en áridos y largos estudios no es ni puede ser el destino de una mujer, y ménos en un tiempo en que la poesía y la lengua vulgar, ántes menospreciadas por cuantos aspiraban al título de sabios, iban elevándose á la altura á que llegaron muy pronto por los esfuerzos de los escritores de aquel mismo siglo. Luisa Sigea apareció como un fenómeno más digno de admiracion que de ser imitado, y el idioma latino, circunscrito desde entónces al santuario de la ciencias, se consideró por la opinion general como impropio del bello sexo, y áun como funesto y de mal agüero para las que tuviesen la extravagancia de dedicarse á su estudio, segun lo comprueba un refran castellano, que más de una vez oimos en nuestras niñeces 2 .

La publicacion de un tomo de poesías, áun en lengua vulgar, escritas por una mujer, no es cosa muy frecuente en ningun país; en el nuestro es rarísima. De algunas hacen mencion los escritores del siglo xvii, y en especial Lope de Vega en su Laurel de Apolo, donde hacinó, como en un almacen, muy cerca de trescientos poetas castellanos, y entre éstos una docena de poetisas. Pero no habiendo llegado hasta nosotros las obras de ninguna de ellas, es de presumir que sus versos fueron pocos en número y mero pasatiempo de sociedad. Tal vez nuestros diligentes bibliógrafos habrán conseguido desenterrar algunas de sus composiciones; nosotros no recordamos haber visto sino tal cual fragmento en otros libros. Así puede asegurarse que las primeras obras poéticas que, por su variedad, extension y crédito, merecen el título de tales, son las de Sor Juana Ines de la Cruz, monja de Méjico, en cuyo elogio se escribieron tomos enteros, mereciendo á sus coetáneos el nombre de la Décima Musa, y contando entre sus panegiristas al erudito Feijóo. Y ciertamente, si una gran capacidad, mucha lectura y un vivo y agudo ingenio bastasen á justificar tan desmedidos encomios, fuera muy digna de ellos la poetisa mejicana; pero tuvo la mala suerte de vivir en el último tercio del siglo xvii , tiempos los más infelices de la literatura española, y sus versos, atestados de las extravagancias gongorinas y de los conceptos pueriles y alambicados, que estaban entónces en el más alto aprecio, yacen entre el polvo de las bibliotecas desde la restauracion del buen gusto. Más de otro siglo trascurrió sin que se volviese á oir en boca femenina el acento de las Musas castellanas, hasta que en nuestros dias publicó doña Rosa Galvez un tomo de versos, de tal medianía que en solos treinta años han desaparecido de la memoria de las gentes los versos y su autora.

Nadie puede negar á las mujeres españolas talento claro, viveza de ingenio, imaginacion fecunda y fogosa, sensibilidad exquisita. ¿En qué, pues, consiste que con tales dotes haya sido tan escaso el número de nuestras poetisas? Desacreditada ya, muchos años hace, la opinion absurda de que toda clase de ilustración era perniciosa á las mujeres, opinion que tan autorizada estuvo en la primera mitad del último siglo, y siendo tan general en el bello sexo la aficion á las lecturas amenas, la asistencia al teatro, al estudio de los idiomas italiano y frances, y el de la música y el dibujo, especialmente en la córte y en las primeras capitales de provincia, ¿cómo es que hay tan pocas que despunten por componer versos, y ménos que se atrevan á publicarlos? No es difícil descubrir las causas, que en nuestra opinion no son otras que el temor del ridículo, y ciertas preocupaciones de que vemos poseidas á muchas personas que se ofenderian de que se las llamase vulgo. A lo primero han contribuido muy principalmente los poetas satíricos de todas las épocas, los cuales, por lisonjear el orgullo varonil, se han extremado en ridiculizar en las mujeres la aficion á las letras. Algunas de nuestras comedias antiguas, la de Las Mujeres sábias de Molière, la del Café de Moratin, y la Proclama del Solteron de Vargas Ponce, bastan y sobran para intimidar á las más audaces, y el apodo de doctoras y marisabidillas les pone espanto. Por otra parte, es sobrado comun la creencia de que el talento de hacer versos está siempre asociado á un carácter raro y estrambótico; que la vena de poeta y la de loco son confines, y que la mujer dada á tales estudios es incapaz de atender á los cuidados domésticos, á los deberes de la maternidad, y á las labores del bastidor y de la almohadilla. Este concepto es tan general, que muchos de aquellos mismos que ensalzan hasta las nubes las obras literarias de una mujer, y encarecen su instruccion y talento, son los primeros que por esta sola circunstancia la rehusarian por esposa. Mucho nos engañamos si tal creencia no es injusta y hasta irracional en alto grado, pues no comprendemos por qué hayan de considerarse en una señorita como habilidades que realzan su valor la música y el dibujo, y como demérito la aficion á la poesía. Sin poner en duda que el cumplimiento de los deberes domésticos y conyugales es la primera y esencial ocupacion de una mujer casada, no se concibe que en los ratos ociosos degrade más su carácter, ni rebaje su mérito, componer una letrilla que tocar un wals en el piano, pintar una flor ó dibujar una cabeza.

Para sobreponerse á tan absurda como general preocupacion, y dedicarse con empeño y constancia al cultivo de la poesía, es preciso reunir á una aficion que raye en entusiasmo, una firme voluntad y fuerza de carácter, que no se dejen acobardar por vulgares prevenciones. Tales son las dotes con que, junto con un gran talento, plugo al cielo enriquecer á doña Gertrudis Gomez de Avellaneda. Hiriendo vivamente su imaginacion la gloria de los grandes poetas, halagando la delicadeza de su oido la armonía de los buenos versos, y enardeciendo su mente los hechos heroicos, y todos los sentimientos de las almas nobles y generosas, fué para ella desde sus primeros años el estudio una pasion, y el cultivo de la poesía un deber imperioso, ó más bien una necesidad irresistible. Las calidades que más caracterizan sus composiciones son la gravedad y elevacion de los pensamientos, la abundancia y propiedad de las imágenes, y una versificacion siempre igual, armoniosa y robusta. Todo en sus cantos es nervioso y varonil; así cuesta trabajo persuadirse que no son obra de un escritor del otro sexo. No brillan tanto en ellos los movimientos de ternura, ni las formas blandas y delicadas, propias de un pecho femenil y de la dulce languidez que infunde en sus hijas el sol ardiente de los trópicos, que alumbró su cuna. Sin embargo, sabe ser afectuosa cuando quiere, como en el soneto de Á Cuba, que puede competir con los mejores de muestro Parnaso; en las composiciones Á su Madre, Á un Niño dormido, y en su Plegaria á la Vírgen. Quien despues de haber leido las estrofas Á la Poesía, la Juventud, la Esperanza, y las magníficas octavas El Genio, recorra los graciosos juguetes de la Mariposa y del Gilguero; el que, admirado del profundo y filosófico pensamiento que domina en la composicion A Francia, contemple la dulce y poética entonacion de las quintillas A El, ó bien el donaire y soltura inimitable de El paseo por el Bétis, no podrá dejar de sorprenderse de la flexibilidad de su talento. No causa ménos asombro la maestría con que ha sabido interpretar en verso castellano las inspiraciones de Lamartine, y singularmente la que tiene por título Napoleon3 . Pruebe por gusto á traducirla el poeta más ejercitado en tan difícil tarea, y verá si sale de la empresa tan airoso como la poetisa cubana. Tambien ha querido divertirse en traducir algunas composiciones de Víctor Hugo, y entre ellas la intitulada Los Duendes, asunto ridículo y pueril en su fondo, y á fe que sentimos verle ocupar algunas páginas en este precioso volúmen. Cabalmente los versos de la traductora no son tan fluidos y esmerados como sus compañeros, pudiendo creerse que la rectitud de su juicio ponia obstáculos á la facilidad de su númen, resistiéndose á complacerla en semejante capricho.

Otras composiciones hay, como La Felicidad, Al Mar, Á la Luna, El Cementerio, La Contemplacion, en las cuales, al lado de las ideas nobles y de la elevacion de espíritu que distinguen á nuestra poetisa, se notan ciertos suspiros de desaliento, desengaño y saciedad de la vida, que harán creer al lector (como nosotros lo creimos al ver algunas muestras en un periódico de Cádiz) que son fruto de la edad madura, de esperanzas frustradas, de ilusiones desvanecidas por una larga y costosa experiencia. ¡Cuál fué, pues, nuestro asombro cuando nos encontramos con una señorita de veinte y cinco años, en estremo agraciada, viva y llena de atractivos! Entónces no nos fué posible dejar de sonreimos, de reconocer y admirar la fuerza del ejemplo, por más que la sana razon lo califique de extravagante y absurdo. Tal es la manía de la época; jóvenes robustos y de pocos años se lamentan del ningun aliciente que les ofrece este valle de lágrimas. Para ellos es ya la vida una carga insoportable; la beldad no les inspira sino desvío, repugnancia, ó raptos frenéticos de pasion, cuyo término es el ataud. Para ellos el estudio no tiene halago, el campo amenidad, el cielo alegría, la sociedad placeres. El mundo no puede comprenderlos; todo en él les es violento, extraño, como á peces fuera del agua, ó como á individuos de otro planeta caidos de pronto en este suelo mortífero y peregrino. Posible es que la señorita de Avellaneda tenga fundadas razones para estar disgustada hasta el punto de pintarse consumida de tedio (tal es el asunto de uno de sus más bien torneados sonetos), cuando su condicion social, sus pocos años y sus dotes personales debieran lisonjearla infinito; pero es harto más probable que esté algun tanto contagiada de la manía del siglo, y sea más facticio que real el desaliento que nos pinta en algunas de sus composiciones. Acaso tendrán en esto no pequeña influencia las horas desusadas que dedica á su estudio, y suelen ser desde la una á las cuatro de la mañana. ¿Cómo es posible que la solemne soledad y el profundo silencio de la alta noche dejen de inspirarle ideas lúgubres é imágenes nada risueñas?

Dando ya fin á este ligero repaso, quizá demasiado largo para un prólogo, mencionarémos la composicion Á La Muerte de Heredia, una de las más perfectas del cuaderno, y en la cual resplandecen rasgos sublimes de sentimiento, de conformidad filosófica y de amor á la poesía, expresados en hermosísimos versos, desnudos de bambolla y afectadas exageraciones. Sin duda los cantos del Cisne del Niágara avivaron en su alma juvenil la chispa eléctrica de un talento que puede consolar á Cuba de la pérdida de su vate malogrado; pues no redunda escasa gloria á la Perla de las Antillas de contar entre sus hijos á la Señorita de Avellaneda, á quien nadie, sin hacerle agravio, puede negar la primacía sobre cuantas personas de su sexo han pulsado la lira castellana, así en este como en los pasados siglos.

Juan Nicasio Gallego.

Madrid, Noviembre de 1841.

__________

NOTICIA BIOGRÁFICA

DE LA EXCMA. SRA. D.A GERTRUDIS GOMEZ DE AVELLANEDA DE SABATER.

Hay una época en nuestra vida, en la cual leemos con avidez, con placer vivísimo, con emocion profunda, las producciones del talento humano y las creaciones de la imaginacion, sin que reparemos siquiera en el nombre del autor del libro que cae en nuestras manos. De tal manera se confunde entónces la verdad de la narracion y de los sentimientos con la realidad de la vida, que nos parece que los héroes cuyas glorias nos exaltan, ó cuyos infortunios nos hacen llorar, nos han legado ellos mismos aquellas páginas, nos han contado ellos mismos sus historias. Así hemos leido en nuestra infancia á Pablo y Virginia, el Quijote, las Cartas de Eleoisa y Abelardo, el Robinson Crousoe; y pasan despues muchos años ántes que nos ocupemos de quiénes fueron Cervántes y Pope, De Foe y Bernardino Saint-Pierre. Hubo así tambien una edad en la historia de las letras, en que de tal manera se identificó la existencia de los poetas con los asuntos de sus cantos, que el mundo no conoció otra cosa de su vida que las creaciones de su genio. Parecidos en esto á Dios, que nos es desconocido en su esencia misteriosa, y á quien sólo comprendemos en las obras de su omnipotencia, los antiguos pueblos conservaron con adoracion piadosa los libros de Homero, los poemas de Hesiodo, las odas de Píndaro y Tirteo, los versos de Safo y Anacreonte, sin dejarnos casi noticia alguna de aquellos sucesos y pormenores en que sus deidades literarias se parecian á los demas mortales. Cúpoles la misma ó muy parecida suerte á los escritores del siglo de Augusto; y no fueron mucho ménos respetuosos nuestros padres respecto á los grandes genios y semidivinas celebridades de aquella lireratura que empieza en Dante, casi desconocido, para concluir en las vidas, poco ménos que fabulosas, de Cervántes y de Quevedo. La Laura de Petrarca es un misterio; la Eleonora de Herrera un emblema; de Camoens apénas se sabe la muerte; la vida de Shakespeare es un cuento; las de Moreto y de Tirso, misterios impenetrables; de Molière no se conocia, hasta hace poco, ni el padre, ni la mujer, ni su verdadero apellido siquiera; y acerca de Lope y Calderon, seguros estamos de que el más erudito biógrafo no podrá escribir con verdad tantas líneas cuantas componen los títulos de sus obras. La edad presente ha llamado á esta ignorancia ingratitud y olvido: si nuestros padres se levantáran, puede ser que dijeran que era una apoteósis lo que ellos hacian; que es una profanacion lo que estamos haciendo nosotros.

Los tiempos modernos no consienten esta ignorancia; no quieren que haya nubes, aunque sean de incienso, en torno de los sepulcros. Es menester desenterrar los cráneos donde se aposentaron las inteligencias de Newton y de Leibnitz, para medirlos por la trigonometría; es menester exhumar los huesos del Tasso, de Quevedo, de Milton, de Calderon para hacer su análisis química. La vida que revelan las obras del ingenio ó de la ciencia no basta: son los ricos paños de un ropaje rozagante que envuelve con demasiada majestad á las figuras que le llevan, y el público de nuestros dias quiere ver á sus héroes sin pedestal y sin velos, como hacen los mercaderes de esclavos con su mercancía en los bazares del Oriente.

No nos toca analizar el orígen, ni profundizar la índole de esta curiosidad: es un gusto, un instinto, una necesidad de la época. Tenemos que someternos á ella. Pero al exponer la biografía de la eminente escritora, cuyas obras damos hoy á luz, hemos querido manifestar cómo considerábamos nuestra obligacion, de qué manera comprendíamos nuestra tarea y nuestro empeño. La verdadera, la interesante historia de una existencia literaria, son sus obras: en la ocasion presente la presentamos por completo. El poeta eminente que se llama Señora de Avellaneda, tiene por patria á su siglo, aunque el lugar de su cuna haya sido la zona ardiente de las Antillas: fueron sus padres Herrera y Rioja, Quintana y Heredia, Calderon, Corneille y Racine, Byron y Chateaubriand, Schiller y Waltter Scot. Los destellos de su infancia precoz, allá en una region donde el sol abrasa desde la aurora, fueron traducciones de Corneille y de Voltaire, que representaba despues; un drama de Hernan Cortés, y otras producciones, perdidas todas en el olvido de sus infantiles aspiraciones: su ardiente juventud dilatóse bajo el cielo de España con sus versos Al mar, A él, A la poesía, con Amor y orgullo, y con su novela Sab: su pujante y robusta virilidad se señala con Alfonso Munio, con Saúl, con su oda A la Cruz: su decadencia y su muerte….. ésas no han aparecido todavía; ésas no se presentan nunca en la vida de aquellos talentos que desaparecen en el cielo, como Elias en su carro: la decadencia y la muerte pertenecen á la vida física y mortal; y la piadosa severidad de la crítica arranca siempre de las flores queridas de su eden literario, aquellas lacias y amarillentas hojas que nacen al fin del otoño para anunciar la hora de retirar la maceta espléndida al invernáculo de la gloria. La señora de Avellaneda conserva todo su esmalte, todo su perfume. Séale áun por largos dias la luz brillante, y el aire blando, y el cielo amigo; y no veamos nosotros el tiempo en que debamos encomendarla á la levedad de la tierra.

Sobre ese pedestal, que ella misma levanta, descuella su estatua animada y majestuosa. Ésa es la que contemplarán con amor y admiracion los que lean sus versos, los que tengan corazon y simpatía para las vibraciones de la lira privilegiadamente sonora y arrebatadamente armoniosa, que pulsa en toda la extension de sus inmensas facultades. Para ellos cada oda será un acontecimiento, cada página una aventura, cada drama una sorprendente peripecia, cada nuevo pensamiento, cada combinacion métrica inventada, una aparicion brillante y con estrepitosos aplausos acogida. Para el público ménos entusiasta y más analítico, para los que quieren penetrar, á traves de los rayos luminosos de la poesía, en la existencia opaca y positiva que le es comun con todas las otras humanas criaturas; para los que tienen gusto en saber cuántos piés de estatura mide el arquitecto que levantó esa pirámide, poco será nuestro trabajo. En derredor de ese zócalo trazarémos una inscripcion modesta y sucinta, sencilla y breve, como es breve, simple y monótona, y hasta con frecuencia vulgar, la vida exterior de aquellos seres que obran en el mundo por la accion del espíritu, por el influjo del pensamiento; cuya presencia se manifiesta por el alcance de la voz, por la resonancia del canto.....

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La Señora Doña Gertrudis Gomez De Avellaneda vió la luz primera en la ciudad de Puerto-Príncipe, en la isla de Cuba, el año de 1816. Fueron sus padres el Comandante de marina de aquel puerto, capitan de navio, D. Manuel Gomez de Avellaneda, natural de Constantina en la provincia de Sevilla, y doña Francisca de Arteaga, hija del país, aunque de familia española. Su educacion, en una ciudad entónces harto atrasada, sin escuela y sin teatro, fué solamente, despues de la que sus padres le dieron, la que con su inteligencia y su infantil aficion á la poesía se procuró á sí misma. Desde los primeros años hizo versos; desde su precoz adolescencia compuso dramas. Como todos los poetas, en su infancia sufrió la contradiccion paterna hácia una aficion que la prudencia del mundo suele confundir con los vicios ó con las malas inclinaciones; y como acontece tambien á todos los poetas, esta contrariedad avivó en ella el amor al arte que habia de ser su destino.

Murió su padre dejándola muy niña; y casada su madre en segundas nupcias con el coronel español Escalada, viniéronse á Europa en 1836, trayéndose consigo á Gertrudis, que arribó con su familia á Francia y vivió en Burdeos algunos meses: fueron despues á residir en la Coruña, patria de su padre político, y tanto en el clima del Mediodía de Francia, como en el del Norte de la Península, la hija de los trópicos, que habia deseado con incesante afan trasladarse á Europa, hubo de sentir vivísimamente la nostalgia producida por la pérdida del esplendoroso sol, y la lejanía de la ardiente zona donde sus primeros años habian crecido entre palmeras y piñas. Sin embargo, la distraccion de estos melancólicos recuerdos era la misma que habia sido la de sus impacientes deseos. En una y otra situacion escribía versos; que poco importa para avivar la pira donde hay combustibles, que el viento sople del aterido Aquilon ó del ardiente Mediodía.

Al cabo de dos años quiso visitar la casa solariega de su padre, y embarcándose para Andalucía, con su hermano, residió alternativamente en Cádiz, en Sevilla y en Constantina, hasta fines de 1840, en que vino á Madrid precedida de la fama que le habia dado la publicacion de algunas poesías líricas, firmadas con el conocido seudónimo de la Peregrina. Era entónces la época de la vida y del movimiento literario, que habia despertado en nuestra patria á impulsos y con el calor de la agitacion política, para debilitarse y casi extinguirse (muy al reves de lo que algunos creían) cuando ésta disminuyera. La sociedad madrileña vivia de guerra, de política y de poesía: figuraban poco aún la banca y la bolsa, y el baile escénico era desconocido. El parte de una batalla en Navarra, una oda de Zorrilla ó de Espronceda, un drama de García Gutierrez ó de Hartzenbusch, la noticia de un prounciamiento, una discusion borrascosa en el Congreso, una sesion del Liceo, conmovían y preocupaban igualmente al público de la capital en aquellos años de actividad juvenil, de ardor desinteresado, de entusiasmo generoso, que se habia comunicado á todas las provincias. La señorita de Avellaneda llegó á Madrid cuando ya este período declinaba; pero áun vino á tiempo de atizar con vivas llamaradas el fuego encendido en el ara de las musas. Presentóse en el Parnaso madrileño con las guirnaldas que habian ya enlazado á sus sienes los liceos de Sevilla, de Málaga, de Granada; con el estímulo lisonjero de las justas alabanzas que le habian tributado los periódicos literarios y los escritores distinguidos, señalándose entre éstos el eminente crítico, el preceptor ilustre, el poeta insigne, última y apagada antorcha de la escuela sevillana, D. Alberto Lista. La aparicion de la señorita Avellaneda en el círculo literario de la capital le señaló desde luégo el verdadero lugar que la correspondia. A pesar de las prevenciones que reinan en la sociedad contra las mujeres escritores, Tula, que es el nombre familiar que la dan sus amigos, dominó todos los recelos y acalló todas las antipatías con la superioridad reconocida de un inmenso talento, con el poder de una ispiracion vigorosa y viril, con el clasicismo, buen gusto y elegancia de una forma siempre pura y correcta, de un lenguaje cuyo fácil manejo y singular maestría contrastaban ciertamente en una mujer con los descuidos ó extravíos que se permitían, ó de que no sabían prescindir, muchos hombres. Habíase esperado encontrar en ella una distinguida poetisa: no era eso nuestra escritora: fué colocada desde luégo en el primer rango de nuestros mejores poetas. Uno de los más célebres y justamente populares ingenios dijo de ella, al oir una de sus composiciones:—Es mucho hombre esta mujer.—Y aunque las no comunes gracias y atractivos personales, que tan privilegiadamente adornan á la ilustre cubana, hiciesen brotar en derredor suyo sentimientos é impresiones harto distintos de los que revela el dicho agudo del poeta cómico, la verdad es que en el círculo de la literatura se olvidó su sexo hasta para realzar la admiracion y el mérito. Los escritores más notables de la capital, sin distincion de edades ni de escuelas, la rodearon desde entónces con homenajes de amistad y de entusiasmo, que se tributaban exclusivamente al talento, á la inspiracion, al genio. El Sr. Duque de Frias, D. Juan Nicasio Gallego, D. Manuel Quintana, Espronceda, Zorrilla, Carcía Tassara, Roca de Togores, Pastor Diaz, Breton, Hartzenbusch, y otros muchos literatos de mayor ó menor nombradía, han sido desde entónces sus consecuentes amigos, ó sus apasionados admiradores. De algunos recibió consejos; de muchos estímulo y aliento; de todos aquella comunicacion de pensamientos, de ideas, de impresiones, que necesita el talento para vivir y desarrollarse, como las flores y las plantas necesitan la luz y el aire para crecer y matizarse: de ninguno cooperacion ni guía; de ninguno alabanzas que no fueran sínceras. El talento y el gusto de la señorita de Avellaneda eran demasiado originales y espontáneos para sufrir direccion y auxilio, así como su superioridad demasiado grande para que rechazára cual ofensa la censura, para que no agradeciera la crítica, para que admitiera lisonjas y adulaciones.

Del año 1841 á 1843 dió al púbico un volúmen de poesías líricas, su novela Sab, que habia escrito recien-llegada de América, y otra novela intitulada Dos Mujeres: poco despues escribió el Espatolino y la Baronesa de Youx. No bastaba empero á su actividad literaria ni la fecundidad de su pluma, ni la publicidad de la prensa. Desde sus más tiernos años habia aspirado á tender sus alas por una region más alta, la más alta de la poesia antigua, la más encumbrada tambien en la literatura moderna. Cuando niña, habia compuesto dramas para representarlos con sus amigas en una poblacion donde no habia teatro. En Europa, en España, tuvo la ambicion de escribir una tragedia para un público, para una escena, para una época en que la tragedia clásica estaba completamente caida. La señorita de Avellaneda la levantó: la representacion de su Alfonso Munio no fué solamente la glorificacion de su autora; fué un triunfo mayor para el arte. Aquella noche de entusiasmo y de ovacion, en que llovieron guirnaldas á sus piés y hubo serenatas á sus puertas, no fué un acontecimiento particular de su vida: fué un gran suceso para el teatro. Aquellas coronas caian sobre la frente de la Melpómene castellana.

Dió despues todavía á la escena El Príncipe de Viana, y escribió para beneficio de doña Bárbara La-Madrid un drama titulado Egilona, producciones ambas que hubieran entusiasmado vivamente al público, si no se hubieran encontrado con el rival más temible que puede tener un autor literario. Este rival es el autor mismo, cuando ha escrito obras mejores ó en circunstancias más favorables: aquel rival que encontró el autor del Page en el autor del Trovador; aquel rival que tiene el autor de Doña Mencía en el de Los Amantes de Teruel; aquel rival que tuvo el autor de Británico en el autor de Fedra; aquel rival que eclipsó al novelista de Persiles y Sigismunda con el nombre de Cide Hamete Benengeli; aquel rival poderoso que habia encontrado ya el viejo narrador de la Odisea en el poema del cantor de Aquíles.

Pasaba esto á mediados del año 44, y la musa fecunda de nuestra escritora enmudeció largos meses, en un silencio que hubiera podido calificarse de pereza, si tantos trabajos concluidos en ménos de tres años no fueran justo título para llamarlo reposo. Pero en 1845 el Liceo de Madrid abrió un certámen poético, proponiendo un premio y un accésit á las dos odas mejores que se escribieran celebrando la clemencia de S. M. la Reina, que habia indultado de la pena capital á un desgraciado reo político. El filantrópico civismo del Sr. D. Vicente Bertran de Lis habia consagrado á este acto la suma necesaria para los premios, como piadoso sufragio, como ofrenda votiva á la memoria de una víctima ilustre y allegada, que no habia encontrado un dia en el camino del suplicio la mano salvadora de una Isabel. Espirado el plazo y juzgadas las piezas presentadas, el jurado respetable de aquel certámen adjudicó los premios á dos bellísimas composiciones. Abiertos los pliegos, vióse que el accésit correspondia á una que firmaba la señorita de Avellaneda; pero la premiada en primer lugar llevaba el nombre de D. Felipe Escalada, desconocido enteramente de la sociedad literaria. Los jueces y el público, justamente extrañados de esta circunstancia, inquirieron con avidez quién era aquel ignorado paladin que con tan reluciente armadura se presentaba en el campo de las letras. Pero el nuevo campeon, alzando su visera, apareció no ser otro que la misma señorita de Avellaneda que habia ganado el accésit, y que habia puesto á su segunda composicion el nombre de un hermano suyo de parte de madre, jóven oficial de ingenieros. Grande fué el clamoreo de admiracion y asombro con que se acogió la noticia de este doble triunfo, del cual no ofrecian ejemplos los fastos de los certámenes literarios: grande fué tambien la solemnidad y pompa con que el Liceo celebró el alto merecimiento de su privilegiada poetisa. Una inmensa concurrencia se reunió en aquellos salones, todavía espléndidos y animados entónces, para admirar en la dulce cantora de la clemencia real, el terrible y severo poeta de Alfonso Múnio: el Liceo, ademas de los premios señalados, le presentó una corona de laurel de oro, que, en ausencia de S. M. la Reina, colocó sobre sus sienes S. A. el Sr. Infante D. Francisco….. La corona triunfal del Tasso habia adornado solamente un ataud: el áureo laurel de nuestra escritora fué su guirnalda nupcial; guirnalda, empero, que estaba fatalmente destinada á colgarse tambien en el mármol de un sepulcro.

Hasta aquella época todos los sucesos de la vida de la señorita de Avellaneda habian sido literarios. A principios del año 46 hubo en su existencia doméstica un gran acontecimiento. Tocada del tierno interes y de la pasion profunda que la habia consagrado D. Pedro Sabater, jóven de distinguido talento, diputado á Córtes y jefe político de Madrid en aquella época, se resolvió á darle su mano. Fué de parte de nuestra escritora, más bien que la recompensa de un encendido amor, una compasion delicada, un consuelo con que quiso endulzar los últimos dias de la existencia de su buen amigo. No se le ocultaba la situacion en que se hallaba su esposo. Atacado Sabater, en medio de las apariencias de una salud robusta, por una laringitis peligrosa y tenaz, que habia resistido á todos los esfuerzos del arte, harto presentia nuestra escritora que el tálamo que se la ofrecia era el nicho de un cementerio, y que en el drama del matrimonio no le tocaba hacer otro papel que el de enfermera. ¡ No se engañó! La mujer poeta, la escritora descuidada de los intereses de la vida, la hija ardiente de los trópicos, el carácter varonil poco hecho á los pormenores y cuidados de la existencia doméstica, hizo lugar á la ternura más femenina, al desempeño asiduo de las más caseras obligaciones, á una solicitud minuciosa, en la que los sentimientos de la buena esposa se daban la mano con el religioso celo de la hermana de la caridad. No se acostó nunca en las largas noches que pasó velando al lado del lecho de aquel enfermo querido; no consintió que criado alguno le sirviese: le acompañó, casi moribundo, en un viaje que hizo á París para consultar álos médicos célebres de aquella capital; presenció con esforzada y dolorosa resignacion la operacion tremenda de la traqueotomia, que le hizo Mr. Trousseau; y á los pocos dias, en el mes de Agosto del año mismo en que se habia casado, al llegar á Burdeos de vuelta para España, recibió el último suspiro de su esposo, encontrándose desamparada, sola y en tierra extraña, con un cadáver en los brazos. Entónces vino en su auxilio el ángel consolador de la vida triste; entónces fortificó sus desfallecidos miembros aquella agua de vida, que á veces en los corazones duros ó fuertes no brota hasta que los hiende el golpe de la desgracia, como la vara de Moisés á la peña del desierto. Para las ligeras penas de su juventud habia tenido refugio y consuelo en el entusiasmo literario: en su viudez y desamparo descendió sobre ella el espíritu religioso, y se encerró por algunos meses en el convento de Loreto de Burdeos, dando en aquel retiro libre carrera á su dolor, y dilatado vuelo á su exaltacion religiosa. Regresó á Madrid en fin de aquel año; pero tardó mucho en volver á parecer en el mundo; y áun podemos decir con verdad que, si bien en sus producciones posteriores no han flaqueado en nada el vigor y la lozanía de su talento, sin embargo, su poesía parece desde entónces un tanto velada con aquella sombra solemne que dan los cipreses mortuorios; un tanto contenida en aquella majestad severa que impone la proximidad de una tumba.

Desde esta época, cuyo término se señala con la publicacion del Guatimozin, las producciones de nuestra autora apénas son conocidas del público. Sus padecimientos de nervios y un ataque tenaz á los ojos; sus pesares domésticos, y aquel disgusto del mundo que á cierta edad se apodera con tanta amargura de las personas entusiastas y poéticas — que ven disipadas sus ilusiones ante la realidad inexorable de la vida, y que, sin embargo, no se avienen, no caben en esta realidad—han paralizado algun tanto la carrera de sus trabajos, si atendemos á las fuerzas y medios de que podia utilizarse una actividad ménos desalentada. Sin embargo, todavía los periódicos publicaron hace un año una novelita suya titulada La velada del helecho, ó el donativo del Diablo; todavía leyó en las últimas sesiones del Liceo su magnífico canto Á la Cruz; todavía la empresa de la Publicidad conserva inédito un devocionario, en que la autora desahogó el fervor de su exaltacion religiosa durante el período de sus desgracias y tristezas; todavía ha presentado á la junta del Teatro español un drama titulado Recaredo; todavía se ocupa en concluir dos novelas, la una con el título de Dolores, la otra con el de Los Merodeadores del siglo xv 4 ; todavía, en fin, se representó hace pocos meses su admirable tragedia bíblica Saúl, la cual, si es verdad que—por no caber materialmente en las dimensiones y medios de nuestro primer coliseo dramático, ni acomodarse bastante al carácter y facultades de los actores—no apareció en la escena como la habia concebido y creado la imaginacion y el genio de su autora, esperamos que algun dia, más propicio á la fortuna de nuestro teatro, ocupará en el repertorio trágico el mismo asegurado, único y sublime puesto que tiene ya hoy literariamente entre las obras maestras de un género tan arduo, tan difícil, tan eminente, dado á muchos ménos talentos crear, que á espíritus elevados y á sociedades varoniles y generosas sentir y comprender.—Éste ha sido el período que la autora misma ha llamado el tiempo de su pereza. ¡ Qué no debia esperar el público de una época de actividad y de estímulo!

Y á la par de estos trabajos, ha corregido su primer tomo de poesías líricas, y enriquecido la literatura con uno nuevo, que presentamos en esta edicion. Nuestra poetisa cree que será el último: le parece que con los postreros acentos que ha consagrado á su hermosa y tierna amiga, la señorita doña Leocadia de Zamora, se despide para siempre de la poesía lirica: sin duda piensa que cuando la amistad le ha inspirado tan deliciosas melodías, nada le queda que cantar. Muy digno es, en verdad, de coronar la vida del alma un afecto inspirado por la interesante Leocadia, afecto que con tanta ternura sabe sentir y expresar el corazon generoso á quien el amor viene estrecho; pero nosotros creemos que el de la señora de Avellaneda guarda tesoros de afectos y de entusiasmo para todas las edades, como aquellas fuentes cuyos hondos veneros tienen aguas corrientes áun para los estíos que agostan en rededor toda la tierra, áun para las largas sequías que han ahuyentado las nubes del cielo y derretido la nieve más alta de las sierras comarcanas: creemos que no le es dado romper su lira, y que aunque desfallecida la deje caer á sus plantas, ó despechada la arroje al mar del mundo, el mar se la traerá otra vuelta, como el misterioso puñal del Tetrarca. Poetas de tan espontánea inspiracion y de tan alta resonancia, no tienen la lira en las manos. Son arpas eólias, de las cuales, á su pesar, los céfiros arrancan suspiros y los huracanes conciertos: son la estatua de Mnemnon sobre la arena; los rayos del sol hieren el bronce sonoro, y el desierto se llena de armonía. Tula se despide de nosotros colgando su arpa, se retira de nosotros para sentarse en su pedestal: nosotros quedamos atentos á sus piés, porque en torno de esos alambres de oro han de soplar todavía muchas brisas y muchos huracanes….. sobre ese monumento inmoble han de levantarse todavía muchos soles ardientes. Y cuando caiga sobre ella aquella noche polar, eterna, en que ni los cantos de la sirena se escuchan; cuando haya en torno de su lira aquel silencio de todo ruido, aquel vacío neumático de todo soplo de aliento, que hace la muerte, como una madre solícita en derredor de la cuna de sus hijos, la poesía hará grabar debajo de su nombre estas palabras:

«Fué uno de los más ilustres poetas de su nacion y de su siglo; fué la más grande entre las poetisas de todos los tiempos.»

Y la Academia Española, que sin duda la habrá de contar algun dia entre sus más distinguidos miembros, añadirá:

«Fué uno de los escritores que más realzaron el lustre y la majestuosa pureza del habla castellana.»

Y el mundo escribirá por debajo:

«Fué una mujer muy hermosa; fué hija y hermana ejemplar; fué excelente esposa; fué buena, constante y tierna amiga.»

Los Editores 5 .

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ADICION

A LOS ANTERIORES APUNTES.

Diez y ocho años han pasado desde que escribió su distinguido y malogrado autor los Apuntes biográficos que aparecen á la cabeza de la presente Coleccion de Obras literarias de la señora Gomez de Avellaneda, y se hace necesario, por tanto, completar aquéllos con algunas líneas, destinadas á reseñar— aunque sea muy ligeramente y sin la galanura que distingue el estilo del Sr. Pastor Diaz—los sucesos más notables de la vida de nuestra escritora, y las obras que ha dado á luz en ese largo período.

Breves serémos, sin embargo, en el desempeño de nuestra tarea, porque bien se nos alcanza la imposibilidad en que nos hallamos de llenar dignamente un hueco en este precioso volúmen, y entre escritores de tanta altura como los Sres. Gallego y Pastor Diaz. Vamos á limitarnos á referir con sencillez y en compendio los hechos más capitales, y á mencionar, sin censuras ni alabanzas, las producciones postreras de aquella que ha sido ya competentemente juzgada por nacionales y extranjeros 6 .

Después de fines del año de cincuenta—en que se publicó la Coleccion de poesías líricas de la Sra. Avellaneda —el público de Madrid tuvo ocasion de aplaudirla nuevamente en sus dramas Recaredo, La Verdad vence apariencias y Errores del corazon, produccion esta última que tenemos entendido no figurará entre las que constituyen la parte dramática de esta Coleccion, juzgándola su autora con una severidad de que no la creyeron digna—cuando apareció en la escena—ni el público ni la crítica descontentadiza. Tambien se representó, poco más tarde, otra composicion teatral, titulada