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Amazonas en las Indias es una extraña pieza inspirada en la conquista y evangelización de los indígenas de América. Pertenece a la trilogía dedicada a la familia Pizarro que comprende las piezas: Todo es dar una cosa (sobre Francisco), Amazonas en las Indias (sobre Gonzalo) y La lealtad contra la envidia (sobre Hernando). Tirso de Molina vivió algún tiempo en la Hispaniola (actual República Dominicana) y regresó a España en 1618. Su estancia en América inspiró esta serie de obras sobre los conquistadores.
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Seitenzahl: 85
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Tirso de Molina
Amazonas en las Indias
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: Amazonas en la Indias.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica ilustrada: 978-84-9007-049-9.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-157-9.
ISBN ebook: 978-84-9897-108-8.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Teatro épico 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 41
Jornada tercera 79
Libros a la carta 123
Tirso de Molina (Madrid, 1583-Almazán, Soria, 1648). España.
Se dice que era hijo bastardo del duque de Osuna, pero otros lo niegan. Se sabe poco de su vida hasta su ingreso como novicio en la Orden mercedaria, en 1600, y su profesión al año siguiente en Guadalajara. Parece que había escrito comedias y por entonces viajó por Galicia y Portugal. En 1614 sufrió su primer destierro de la corte por sus sátiras contra la nobleza. Dos años más tarde fue enviado a la Hispaniola (actual República Dominicana) y regresó en 1618. Su vocación artística y su actitud contraria a los cenáculos culteranos no facilitó sus relaciones con las autoridades. En 1625, el Concejo de Castilla lo amonestó por escribir comedias y le prohibió volver a hacerlo bajo amenaza de excomunión. Desde entonces solo escribió tres nuevas piezas y consagró el resto de su vida a las tareas de la orden.
Amazonas en las Indias está inspirada en la conquista y evangelización de los indígenas de América. Pertenece a una trilogía dedicada a la familia Pizarro. Todo es dar una cosa (sobre Francisco), Amazonas en las Indias (sobre Gonzalo) y La lealtad contra la envidia (sobre Hernando).
Tirso de Molina vivió algún tiempo en la Hispaniola (actual República Dominicana) y regresó a España en 1618. Su estancia en América inspiró esta serie de obras sobre los conquistadores.
Alonso de Alvarado
Cuatro Soldados
Don Diego de Almagro
Don García de Alvarado
Doña Francisca Pizarro
El capitán Almendras
Francisco de Caravajal
Gonzalo Pizarro
Hinojosa
Juan Valsa, soldado
Martesia
Menalipe
Trigueros, gracioso
Vaca de Castro
(Tocan a guerra y salen peleando Menalipe, Martesia y otras Amazonas; la primera con hacha de armas, la otra con un bastón y todas con arcos y aljabas de flechas a las espaldas, y contra ellas españoles bizarros, entre los cuales salen Francisco Caravajal y Gonzalo Pizarro; llena éste la rodela de flechas, y retirando a Menalipe, sin sacar la espada, van peleando entrando y saliendo, hasta que quedan solos don Gonzalo y Menalipe.)
Menalipe Matadme estas arpías
que con presencia humana,
el privilegio a nuestra patria quiebran,
no pierdan nuestros días
la integridad antigua, aunque inhumana,
que ilustran tantos siglos y celebran.
No estas arenas pisen
plantas lascivas de hombres,
que oscureciendo nuestros castos nombres,
cobardes por el mundo nos avisen
que no sabemos abatir coronas.
¡A ellos, invencibles amazonas!
Martesia ¿Qué importa el animarnos?
¿El dar voces, qué importa,
si en ellos ni el hacha de armas corta,
ni las flechas victoria pueden darnos?
Pues con poblar esas regiones sumas
—temblando el Sol de verlas—
el ánimo perdernos con perderlas
y adornando sus galas,
en vez de darles muerte les dan alas.
Gonzalo ¡Oh, región belicosa!
¡Oh, Sol, que en el ocaso donde mueres,
por guarda de tu pira luminosa
influyes tal valor en las mujeres!
¿Qué prodigio, qué encanto
en pechos femeniles puede tanto?
Las fábulas que en Grecia
Alejandro —por ser de Homero— precia,
a Palas eternizan,
a Tomiris pirámides levantan
y a la madre de Nino solemnizan,
mienten —por más que sus historias cantan—
si con éstas se atreven
a competir —por más valor que prueben—.
¡Que en los límites últimos del orbe,
armada la hermosura
nuestro valor estorbe,
y en trance de tan bélica fortuna
nos ponga una república, que, sola
sin admitir varones,
forma del sexo frágil escuadrones
y se atreve a sacar sangre española!
Aquí naturaleza
el orden ha alterado,
que por el orbe todo ha conservado,
pues las hazañas junta a la belleza.
¡Vive, pues, mi valor el cielo vive,
que, aunque a sus manos muera,
no he de sacar la espada que apercibe
a la infamia, ocasión si sale fuera
y en sangre femenil su temple esmalta;
supla el esfuerzo, si el acero falta!
Menalipe Hombre, ¿por qué no miras
mortales amenazas de mis iras?
¿Por qué si te defiendes,
la espada ociosa, mi valor ofendes?
A furia me provoco,
o me tienes en poco
o ya desesperado
a mis manos morir quieres honrado.
Gonzalo Armigera Belona,
los que nacieron como yo al respeto
que la fama corona
obligados, y estiman el concepto
en que el valor los pone,
adoran las bellezas;
y por más que ocasione
el peligro su enojo, las noblezas
en defender las damas se ejercitan
y en fe de esto su amparo solicitan.
Amarlas y servirlas
es solo mi blasón, pero no herirlas.
Menalipe ¿Agora cortesías?
¡Qué mal conoces presunciones mías,
si juzgas por favor estos rigores!
Aguarda y llenaréte de favores.
(Dale un golpe.)
Gonzalo Bizarro aliento, airosa valentía,
feliz región que prodigiosa cría
en tan remota parte
a Venus tierna, transformada en Marte.
La industria, esta vez sola,
sin armas ofensivas
acredite mi sangre, que, española,
refrenando las manos vengativas
sabe, sin ofender tales bellezas,
vencer peligros y lograr destrezas.
(Vanse, retirando don Gonzalo de Menalipe, sin sacar la espada. Salen Caravajal y Martesia, peleando.)
Martesia No tengo de matarte aunque pudiera;
que si lo apeteciera,
aunque su esfuerzo en ti depositara
cuanto vigor, aliento, bizarría,
tu heroica sangre cría;
aunque Alcides en ti resucitara
su espíritu gigante,
aquél en cuyos hombros
eternizando asombros
pedestal de los cielos con Atlante
fió su alivio en ellos,
hay más valor en mí, que en todos ellos.
Caravajal ¿En qué anales, archivos o memorias
has aprendido historias,
si en tan remoto clima
—¡oh, bárbara arrogante, toda enigma!—
no hay quien saber presuma
los útiles desvelos de la pluma?
¿Cómo hablas el idioma
que España, por sus ruinas, ferió a Roma?
¿Quién te enseñó el estilo
de la elocuente lengua castellana?
Que, puesto que hasta el Nilo
haya llegado y a la zona indiana
preceptos elegantes,
aquí, no, que hasta ahora
el mundo todo este jirón ignora.
Martesia Dudas discreto; pero no te espantes
que tal divinidad mi pecho encierra
que oráculo soy, pasmo de esta tierra.
Los hombres y los brutos
veneran mis preceptos absolutos;
los tigres, los leones,
sierpes y basiliscos,
habitadores de esos arduos riscos,
vendrán —si los convoco— en escuadrones;
las islas animadas
promontorios de escamas y de espinas,
—ballenas digo— de mi voz forzadas
cubrirán esas olas cristalinas,
y desde ellas poblada estas arenas
alistaré caimanes y ballenas.
No están de mis conjuros,
los astros, los planetas, tan seguros,
que, si los doy un grito,
no truequen por mis plantas su distrito.
Escalas pongo al cielo;
sobre los vientos vuelo
y a imitación del Sol —que al Indio admira—
mi agilidad —como él— los orbes gira.
¿Espantaráte ahora,
si esto te certifica la experiencia,
que quien registra cuanto su luz dora
tenga noticia de cualquiera ciencia,
y hablando en todas lenguas, tus vocablos
pronuncie?
Caravajal Calepino sois de diablos;
mejor labráis en hablas que en la aguja.
Mas ¿cómo no sois vieja siendo bruja?
Martesia Francisco, tu valor...
Caravajal ¿También mi nombre?
Martesia Caravajal, tu patria te intitula
tu valor, pues me hechiza, no te asombre
si vieres que mi amor por él te adula.
Sé las hazañas grandes
que en Navarra, Milán, Sajonia y Flandes
sirviendo al quinto Carlos te eternizan;
cuando lo hechizo todo éstas me hechizan.
Las paces sé de Europa,
y por ser tu profesión la guerra
el Mar del Norte favorable en popa,
nuevos orbes te ofrece, nueva tierra,
y los tales del Sur atropellando,
fama, más que metales, vas buscando.
Quédate aquí, serás mi esposo y dueño;
haré por causa tuya,
que la ley rigorosa se destruya
de esta región, y su infecundo empeño.
Gozarán, por mi amor, las amazonas
el tálamo, hasta ahora aborrecido;
sepultará crueldades el olvido.
El cuello rendirán las amazonas
al apacible imperio,
de amor que hasta aquí fue su vituperio.
Todo esto cesará, si satisfaces
los castos deseos míos;
eterna paz tendrás, si estimas paces;
si guerra anhelan tus bizarros bríos
canoas y piraguas
te cubrirán las fugitivas aguas
de ese jayán monarca de los ríos;
conquistaránte en ellas
provincias comarcanas,
ejércitos armados, de doncellas,
tan exentas de amor cuanto inhumanas.
La reina y yo, español, somos hermanas.
Ella el título goza solamente,
yo, el uso y el gobierno.
Francisco, la ocasión logra, presente.
Caravajal Señora comisaria del infierno,
no acepto matrimonios
en que entran a la parte los demonios.
Vuesa merced predique
esa secta en Marruecos, o en Mastrique
y defiéndase ahora,
trayendo contra mí diablos de esgrima,
veremos si con ellos me enamora.
Martesia Pues guárdate de dar la vuelta a Lima;
que por cruel y a mis suspiros falso
perderás la cabeza en un cadalso.
Caravajal Desdorara su fama si no fuera
su oficio bruja, fondo en agorera.
Haga, para escaparse, algún conjuro;
que, ni presagios creo,
ni me asombran peligros que no veo,
ni los diablos alcanzan lo futuro.
Martesia ¡Oh, loco presumido!
¿Luego imaginas de la oferta mía
que en lugar de afición es cobardía?
Aguarda, pues, grosero, inadvertido.
Caravajal Bruja tahúr, con brindis de marido
(Pelean.) probad de estos requiebros si soy tierno
que yo os daré despachos al infierno.
(Vanse Caravajal y Martesia. Salen don Gonzalo, defendiéndose con una mano herida, y Menalipe peleando con él.)
Menalipe Acaba ya de rendirte
pues rehúsas ofenderme.
Gonzalo Ardides han de valerme
cansado de resistirte.
(La rodela al pecho cierra con Menalipe y quítala las armas.)
Menalipe ¿Qué haces hombre?
Gonzalo Desarmarte
de superfluos instrumentos.
¿De qué sirven los violentos
si puedes aprovecharte
de esos ojos soberanos,
que, apacibles homicidas,
abrasando, quitan vidas,
victoriosos, quitan manos?
Hacha de armas ¿para qué,
si en vez de hachas, miro en ellos
dos soles de incendios bellos
en que, Fénix, me abrasé?
Para que triunfes de España
las flechas y el arco deja.
¿No es arco en ti cada ceja?
¿No es arpón cada pestaña?
Ése de azabache bello
monte, que mi asombro alaba,
¿de rayos no es una aljaba?