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La romera de Santiago es una obra teatral escrita por Tirso de Molina, uno de los más grandes dramaturgos del Siglo de Oro de la literatura española. Este texto se encuadra en el género de la comedia histórica y profana, con elementos característicos de la dramaturgia barroca española. En la obra, Tirso de Molina se inspira en las tradiciones y leyendas transmitidas por el romancero, un género poético de origen oral que ha recogido durante siglos las narraciones de los pueblos hispanos. El romancero, en sus distintas variantes, ha nutrido durante siglos la literatura española, aportando tramas, personajes y temas que han sido reutilizados y reinterpretados por los escritores. En La romera de Santiago, Tirso de Molina recurre a este rico acervo cultural para construir una historia que combina el entretenimiento con la reflexión moral. La trama, como es habitual en las comedias de este autor, está llena de enredos, equívocos y sorpresas que mantienen el interés del público hasta el final. El título de la obra hace referencia a la figura de la romera, una peregrina que realiza la romería a Santiago, una tradición de peregrinaje muy arraigada en España. Este personaje y su viaje proporcionan el marco en el que se desarrolla la acción de la obra. A pesar de su naturaleza profana, la obra también puede contener una dimensión espiritual, como es común en la obra de Tirso de Molina. En este sentido, el viaje de la romera podría interpretarse como una metáfora del camino de la vida, lleno de obstáculos y dificultades que deben ser superados para alcanzar la meta final. La romera de Santiago es una muestra más del talento de Tirso de Molina para crear obras teatrales de gran valor literario y profundidad temática a partir de las tradiciones populares.
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Seitenzahl: 83
Veröffentlichungsjahr: 2013
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Tirso de Molina
La romera de Santiago
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: La romera de Santiago.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-9953-796-2.
ISBN rústica: 978-84-9816-518-0.
ISBN ebook: 978-84-9953-255-4.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 53
Jornada tercera 93
Libros a la carta 133
Tirso de Molina (Madrid, 1583-Almazán, Soria, 1648). España.
Se dice que era hijo bastardo del duque de Osuna, pero otros lo niegan. Se sabe poco de su vida hasta su ingreso como novicio en la Orden mercedaria, en 1600, y su profesión al año siguiente en Guadalajara. Parece que había escrito comedias y por entonces viajó por Galicia y Portugal. En 1614 sufrió su primer destierro de la corte por sus sátiras contra la nobleza. Dos años más tarde fue enviado a la Hispaniola (actual República Dominicana) y regresó en 1618. Su vocación artística y su actitud contraria a los cenáculos culteranos no facilitó sus relaciones con las autoridades. En 1625, el Concejo de Castilla lo amonestó por escribir comedias y le prohibió volver a hacerlo bajo amenaza de excomunión. Desde entonces solo escribió tres nuevas piezas y consagró el resto de su vida a las tareas de la orden.
El rey Ordoño
Linda, Infanta
Blanca, dama
Ximeno
Lauro
Doña Sol
Ortuño
El conde don Lisuardo
Relox, lacayo
El conde Garci-Fernández
Fruela
Ramiro
Urraca
Bermudo
Fávila
Criados
Música
(Salen los que pudieren de acompañamiento, y el conde don Lisuardo, de camino, y Ordoño, rey de León, y doña Linda, infanta, su hermana, y siéntanse el rey Ordoño: y la infanta Linda.)
Ordoño ¿Conde?
Lisuardo ¡Señor!
Ordoño Escuchad.
La memoria de los reyes
hace asegurar las leyes
del temor y la lealtad,
con el premio y el castigo
que son los polos por donde
suelen navegarse, conde,
estos dos mares que digo.
Porque la definición
de la justicia es igual
medida que cada cual
con la pena o galardón
da lo que le toca. Yo
estoy de vos obligado,
y vos no tan bien pagado
como el valor mereció
de vuestra heroica persona,
puesto que para pagallo
es poco con tal vasallo
partir, conde, la corona,
y por ver si corresponde
la paga al valor igual,
quiero hacer un memorial
de vuestros servicios, conde.
Cuando el moro de Navarra,
en ofensa de León
quiso hacer ostentación
de su persona bizarra,
saliendo yo con la mía
del marte alarbe navarro,
al paso, vos tan bizarro
anduvistes aquel día
que nos dimos la batalla,
que cuerpo a cuerpe le distes
muerte y en fuga pusistes
toda la alarbe canalla;
y tanta africana Luna
metistes de esta ocasión
arrastrando por León,
que envidié vuestra fortuna
más que la de haber nacido
rey, en fin, porque es mayor
imperio el que da el valor
que el que en la tierra han tenido
los príncipes que nacieron
con la dicha de heredallo;
que a tan valiente vasallo
reyes llegar no pudieron.
Cuando sobre el feudo entró
Relox Fernández, el conde
de Castilla, hasta adonde
el Esla los pies bañó
a sus soberbios caballos,
sobre la puente del río
no mostró el romano brío
de Horacio para estorballos
el paso más valentía
que vos, pues a voces dijo
que erais rayo, que erais hijo
del Sol, Castilla, aquel día.
Cuando el moro cordobés
las cien doncellas pidió
que Mauregato le dio,
rey infame, vil leonés,
y le obligó mi respuesta
a que pusiese en campaña
de la morisma de España
cuanta gente al arco apresta,
adarga embraza y empuña,
lanza jineta aprestando
otro berberisco bando
por la gallega Coruña
haciendo empeñar el suelo
y que el África se asombre,
¿no levantastes el nombre
de Ordoño segundo al cielo?
Si estos los servicios son
del conde don Lisuardo,
y hacerle merced aguardo,
una Infanta de León,
legítima hermana mía,
sola los basta a pagar,
y hoy la mano os he de dar;
de más de que merecía
vuestra sangre este favor,
que no será la primera
que honrar vuestra casa espera.
Lisuardo A tanta merced, señor,
ni sé responder, ni acierto
a agradecer con razones;
bien que en tales ocasiones
es cordura el desacierto.
Considere vuestra alteza
lo que propone mejor,
porque le viene el favor
muy sobrado a mi nobleza.
Ordoño Yo tengo considerado,
conde, el favor que os he hecho,
y es justicia y es derecho,
razón y razón de estado;
porque, a granjear los dos,
conde, venimos así.
Tanto me conviene a mí
como os está bien a vos.
Linda, mi hermana, ha de ser
vuestra esposa, y dad la mano
a la infanta.
Lisuardo El soberano
favor me ha de enloquecer.
Ordoño Levántese, Linda, a dar
la mano al conde.
Linda Ocasión
es, según sus partes son,
que se pudo granjear
a costa de mis deseos.
Lisuardo Llegar a tanto en tan poco
me ha de hacer que goce loco
tan soberanos empleos;
traición parece que ha sido
al gusto y a la ventura.
Ordoño Quien pagar, conde, procura
lo mucho que habéis servido,
de esta suerte lo ha de hacer.
Vuestro valor os levanta
a la alteza de una infanta.
Lisuardo Solo os puede responder,
Ordoño, en esta ocasión,
para no caer en mengua,
el silencio, que en la lengua
no hay sentimiento en razón
del saber encarecer
tan nunca vistos favores.
Ordoño Si pudieran ser mayores
no los dudara de hacer.
Dé la mano vuestra alteza,
hermana, al conde.
Lisuardo Dejad
que imagine que es verdad
tanto bien, tanta grandeza
primero, Ordoño valiente,
generoso, heroico y justo,
porque el gusto como el susto
puede matar de repente.
Con mil vidas que perdiera
por vos, con que derramara
de sangre un mar, no bastara
para que comprar pudiera
lo menos del bien que aguardo
tan sin pensarlo.
Linda Yo estoy
pagada en saber que soy
del conde don Lisuardo.
Ésta es mi mano y con ella
el alma os rindo también.
Lisuardo Si no es sueño tanto bien,
loco estoy. Linda, más bella
que el Sol en belleza y nombre,
a tanto cristal, a tanto
del cielo y de amor espanto,
no hay alma que no se asombre
y mil tener estimara
para ofrecer con la mano
a vuestro pie soberano,
prodigio de la más rara
belleza que ha visto el suelo,
de cuya mano divina
con la mía el alma indina
mide al Sol rayo de hielo;
puesto que en empresa igual
más lince Amor, que Dios ciego
hoy trueca flechas de fuego
a cometas de cristal.
Pero, señor, ¿con qué intento
si esta merced me intentastes
hacer, ponerme mandastes
de camino? Un casamiento
tan alto, ¿no requería
galas cortesanas, antes
que cosas que tan distantes
son para tan grande día
como las botas y espuelas?
Perdonad, que enigmas son
tan notable prevención
de caminar, tantas velas
de plumas en mis criados,
tremolando al aire ya,
adonde copiando está
la primavera los prados
en las galas de colores
y a quien el Sol hace fiesta,
de cuya hermosa floresta
son clarines ruiseñores,
y tanto apercibimiento
como León sale a ver,
dando, Ordoño, en qué entender
al Sol, al abril y al viento,
y todo tan diferente
que obliga a esta admiración.
Ordoño No ha sido sin ocasión;
escuchadme atentamente.
Desde el día que tomé
la resolución postrera
de casaros con la infanta,
mi hermana, con su belleza
premiando vuestros servicios,
quise que las bodas nuestras
fuesen en un mismo día,
para juntar ambas fiestas
y para mostrar el gusto
que yo tengo, conde, en ellas,
porque corramos los dos
en el estado parejas;
pues para tomarle yo
fue necesario que hiciera
primero las de mi hermana,
que es obligación y endeuda
con que los varones nacen;
y aunque Polonia y Bohemia,
Flandes, Borgoña y Castilla
me la han pedido, más fuerza
las obligaciones, conde,
que os tengo, me han hecho, y éstas
con la merced de la infanta
aún no quedan satisfechas.
Ésta es la causa de haberos
mandado con la grandeza
que tenéis, conde, aprestada,
que os pusieseis las espuelas
para que, luego que a Linda
la mano dieseis, partiera
vuestra persona a tratar
mis bodas a Ingalaterra
con Margarita, segunda
hija de Enrico, tan bella,
que la fama pasó el mar
hasta León con las nuevas,
para cuyo efecto agora
en la Coruña os esperan
cuatro bajeles, redondos
escollos que el mar navegan,
tan valientes y veloces
caballos en la carrera,
del campo de las espumas,
que en pocos días las leguas
que hay desde allí hasta Plemúa
medirán, poniendo en ella
duda al viento si son hijos
de su propia ligereza.
En aqueste pliego, conde,
va la carta de creencia,
la instrucción y mi retrato.
Dadme los brazos y sepa
lngalaterra por vos
de la Corona leonesa
la grandeza y el valor.
Lisuardo Perdonara a vuestra alteza
la merced por la pensión
que viene, Ordoño, con ella.
Si fuera llevando a Linda
fuera donde el Sol no llega,
adonde trueca en la Libia
por átomos las arenas;
pero no sé con qué vida,
con qué esperanza sin ella
podré llegar donde voy.
Ordoño Con el gusto de la vuelta
la ausencia puede sufrirse.
Lisuardo Como el rigor de la ausencia
primero se ha de pasar,
es necesario que sea
el valor más confiado,
más valiente la paciencia,
más sufrida la memoria,
la esperanza más resuelta;
mas donde méritos faltan
justo es que haya en recompensa
tanto infierno a tanto cielo,
a tal gloria tanta pena.
Ordoño Esto, es tan forzoso, conde,
como veis, que porque fuera
a esta embajada con más
autoridad y grandeza
vuestra persona, he querido
honraros de esta manera,