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La firmeza de la hermosura es una de las comedias de capa y espada de Tirso de Molina, también llamadas comedias palatinas. Se basa en una historia de amor galante entreverada con aventuras, articulada en torno a una trama de comedia de enredo.
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Seitenzahl: 84
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Tirso de Molina
Saga
Amor no teme peligros
Cover image: Shutterstock
Copyright © 1620, 2020 Tirso de Molina and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726549287
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Don Juan [de Urrea]
El Conde Infante
Don Alonso
Buñol
Doña Elena [Coronel, condesa de Belrosal]
Engracia
Doña Jusepa, marquesa de la Luna
Un Carcelero
Un Alcaide
Un Paje
Escuderos
Salen doña Elena Coronel, con manto, Engracia, sin él, y don Juan de Urrea
Juan:
No has de ir, por vida mía.
Elena:
¿Vida y tuya? Toma, Engracia,
allá este manto.
Quítaselo
Juan:
¡Qué gracia!
¡Qué primor! ¡Qué cortesía!
Elena:
Sólo en tu vida se fía
mi esperanza, y en su esfera
sus alivios considera;
que para mí no hay más mal
que el recelarte mortal,
porque eterno te quisiera.
Si a sospechas te provoco,
no, mi don Juan, suelto el manto;
mas vida que estimo tanto
no la jures por tan poco.
Juan:
Con tantas finezas loco,
aunque las adoro y precio,
mis méritos menosprecio;
porque llego a conocer,
mi bien, que no puede ser
tan dichoso quien no es necio.
Vete, señora, a la mano,
favores con tiento tasa,
¿qué sol que al nacer abrasa
ponerse quiere temprano?
Lloraré después en vano
si no prosigues empeños
de tantos primores dueños;
que amor que empieza en favores,
soberbio con los mayores
no se halla con los pequeños.
Querer bien por elección
y no por razón de estado
--que aunque este nombre le han dado
no sé que haya en él razón--
nunca va en diminución;
y asi agora que niño es,
en los extremos que ves,
don Juan mío, te parece
que mucho te favorece.
Juzga tú, ¿qué hará después?
Como rapaz me desvela
y, en fe de recién nacido,
cobarde sale del nido,
bisoño en amarte vuela.
Haz cuenta que va a la escuela
y que empieza a deletrear
el abecé del amar;
porque, en llegando a crecer,
si agora aprende a querer,
presto enseñará a adorar.
Juan:
La hermosura y discreción
reina pueden coronarte;
mas, condesa, en esta parte
no ha acertado tu elección.
Si amaras con proporción
lograras tus pensamientos;
pero recela escarmientos
mi mucha desigualdad:
fénix tú de la beldad
y yo sin merecimientos.
¿Qué has visto en mí que te obligue
a tan prodigioso amor?
Noble nací; mas valor,
a quien la dicha no sigue,
en vez de ayudar, persigue.
Mi padre fue el más valido
de un rey poco agradecido;
y bien sabes tú, señora,
que esto de “fue y no es agora”
es desaire aborrecido.
Don Pedro el cuarto, --el crüel,
le ha intitulado Aragón,
mas no yo, que este blasón
no es en los vasallos fiel,--
don Pedro, pues, cifró en él
de su favor el exceso;
pero imitó en su suceso
a los más que se le igualan;
que los privados resbalan
oprimidos con el peso.
Quitóle vida y estados;
que la Fortuna y los reyes
siguen unas mismas leyes
con sabios y con privados.
Heredé solos cuidados
que a mi desdicha añadieron
lisonjeros que subieron
por mi padre a la privanza
y, después, en mi mudanza
aun pésame no me dieron.
Don Jaime, conde de Urgel,
conmigo solo propicio
me recibió en su servicio,
librando mi suerte en él.
Digno es que ciña el laurel
de Roma su heroica frente,
del rey cercano pariente
y los dos ínclitos nietos
del cuarto Alfonso, respetos
con que a su sombra me aliente.
Este es todo mi caudal,
bellísima Elena mía:
yo el crepúsculo, tú el día;
tu sangre de estirpe real,
condesa de Belrosal,
tu renombre Coronel,
tan generosa por él
que hizo el valor que te abona
de tu “Coronel” corona
digna del sacro laurel.
Mide agora, hermoso dueño,
mis prendas con las que tienes.
Verás cuán grade me vienes.
Despreciarásme pequeño.
Pesaráte del empeño
que en mi amor te descamina.
Estimarásme divina
y enseñará mi escarmiento;
que todo lo que es violento
por sí mismo se arrüina.
Elena:
Lección nueva al Amor das.
Sabré por ella a lo menos
que quien se presume menos
es digno de amarse más.
Ocasionándome vas
a creer, cuando atropellas
tus prendas, que por tenellas
enajenadas te humillas,
o que das en deslucillas
por no deshacerte de ellas.
Disminuye calidades,
que ponderando las mías
con esas hipocresías
a mi fuego fuego añades.
Soberbias tus humildades,
temiendo mi ingratitud,
me enseñan en tu inquietud
que a pesar de ese artificio,
ni toda soberbia es vicio
ni toda humildad virtud.
Si es tu sangre casi real,
bien ves, por más que te abajes,
que, cuando no me aventajes,
en nobleza eres mi igual.
¿De la hacienda haces caudal,
don Juan mío? Compre y venda
Amor vil, y ponga tienda;
que el noble que a reinar viene
ni Consejo de Indias tiene
ni vio al Consejo de Hacienda.
Sirve al infante de Urgel,
digno de mayor corona,
y pues tus prendas abona,
déjame que aprenda de él,
no de don Pedro el crüel,
la noble satisfacción
de la discreta afición
con que su pecho te fía;
o, pues que culpas la mía,
culpa también su elección.
Juan:
Tu entendimiento es de suerte
que la victoria he de darte.
Vivo, amores, de adorarte;
fuerza es que tiemble el perderte.
No por eso has de ofenderte,
que todo desconfïado
duda del dichoso estado
en que le encumbra el favor,
y con celos nunca Amor
fue bien acondicionado.
Pacífico siglo goza
Aragón por la blandura
de nuestro rey, que procura
cortejar a Zaragoza.
Sigue la nobleza moza
su apacible inclinación,
que de las musas patrón
entre ejercicios diversos
se deleita con los versos
y ampara su profesión.
Una comedia que ha escrito
el primero rey don Juan,
en los conceptos galán
y en el asunto erudito.
Sazona hoy el apetito
del gusto, que en las sentencias,
consonancias y cadencias
se alegra de la poesía;
que el alma es toda harmonía,
y búscanla sus potencias.
Seis títulos y señores
la representan; tres damas
de la reina encienden llamas
en laberintos de amores;
el Buen Retiro --entre flores
con que al Ebro el cristal bebe--
da el teatro en que se atreve
hurtar a Plauto y Terencio
aplausos con que al silencio
admiraciones renueve.
Perder por mí fiestas tales
será fineza indiscreta
pues, siendo rey el poeta,
traza y versos serán reales;
tu vista aumente sus sales,
aunque has de dar ocasión
a que pierda su sazón
porque, ¿quién ha de tener,
si una vez te llega a ver,
en la comedia atención?
Elena:
¿Para qué siembras enojos
que broten después agravios,
si me permiten tus labios
lo que me niegan tus ojos?
Don Juan, de ruegos tan flojos
conjeturar mi amor puede
que tu temor me concede
lo mismo que te desmaya,
y que el perdirme que vaya
es rogarme que me quede.
Sale Buñol
Buñol:
Más ha que por ti pregunta
el conde infante de una hora.
Quien siriviendo se enamora,
contrarios extremos junta.
Quiere que en la quinta amena
la comedia de palacio
goces, ¡y tú, muy despacio,
París ciego de esta Elena,
brujuleas regodeos
del dios “Enrédalo todo.”
Vamos, que es tarde.
Juan:
¿De modo,
amores, que tus deseos
he de estoarbar? En fin, ¿quieres
que sin ti, condesa mía,
salga la comedia fría?
¡No es justo! Ven.
Elena:
Mas, ¡cuál eres!
Anda, don Juan, que yo sé
lo que el quedarme te agrada.
Juan:
Después de representada,
la comedia te traeré.
Leerás su traza discreta
y advertirásla mejor.
Buñol:
No le haces mucho favor
con eso al dicho poeta,
porque muchos aplaudidas
con víctores y palmadas
asombran representadas
que salen güeras leídas.
Comedia hay que como dama
se adorna, pule y afeita,
que en el tablado deleita
y es una sierpe en la cama.
Elena:
No vas fuera de camino,
que yo en algunas impresas
he visto faltas como ésas
pero el ingenio es divino
del dueño de ésta.
Juan:
Mi bien,
¿sola, en efecto, y sin mí?
Elena:
¿Mientras que contemplo en ti?
No lo está quien quiere bien.
Vanse los dos [don Juan y Buñol], y sale Engracia
Engracia:
Doña Jusepa de Luna
a nuestras puertas se apea.
Elena:
Querrá que con ella vea
esta fiesta ya importuna
para mí; mas no es fineza
darle a don Juan pesadumbre.
Sale doña Jusepa
Jusepa:
La amistad vuelta en costumbre
es otra naturaleza.
Ha tanto, condesa mía,
que las dos la profesamos,
que si a esta fiesta no vamos
juntas, suceder podría
que me pareciese mal
sin merecerlo su autor.
Elena:
Débote en ese favor,
marquesa, todo el caudal
que no tengo, y más agora,
que un estorbo que no digo
no me consiente ir contigo.
Permíteme tu deudora,
hasta que en otra ocasión
me dé el gusto más espacio.
Jusepa:
Luego, ¿no has de ir a palacio?
Elena:
En yendo daré ocasión
a irremediables enojos.
Juramentada me dejan
celos que de mí se quejan
que no la han de ver mis ojos,
y el cumplirlo es tan preciso
como lo es el respirar.
Jusepa:
Mil cosas que maliciar,
condesa, me da tu aviso.
¿Qué sería si una traza
nos quitase, doña Elena,
fiestas que el Amor ordena
y la sospecha embaraza?
¿Sírvete el conde de Urgel?
Elena:
Logrando en ti su cuidado
ese miedo es excusado.
No fuera yo amiga fiel
si, sabiendo que le quieres,
te le enajenara yo.
Jusepa:
Poco en respetos miró
la amistad en las mujeres,
ni que lo tema te espante,
porque el conde me ha pedido
con afecto encarecido
y con recelos de amante
que, si su quietud deseo,
pierda esta fiesta por él;
que está celoso el de Urgel
del rey.
Elena:
Tan hermoso empleo
como el de tu amor, ¿qué mucho
que del mismo sol te guarde?
Mas si el conde hiciera alarde
de servirme, como escucho
a tus sospechas, ¿quién duda
que en no ir allá te empeñaba,