Bajo la lluvia - Jessica Steele - E-Book
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Bajo la lluvia E-Book

JESSICA STEELE

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Beschreibung

¡Menos mal que existía el guapísimo Harris Quillian! Mallon estaba sola, desesperada y sin hogar hasta que apareció él, el cual nada más oír la historia de Mallon, no dudó en ofrecerle un trabajo en su propia casa. Todo aquello parecía demasiado bueno para ser verdad, y así era. Mallon había encontrado un trabajo en la maravillosa casa de Harris, pero no sabía si quería tener también un sitio en su corazón. ¿Qué pretendía él al pedirle que se hiciera pasar por su novia?

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Seitenzahl: 140

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Jessica Steele

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Bajo la lluvia, n.º 1711 - diciembre 2015

Título original: His Pretend Mistress

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7319-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Estaba tan asustada que apenas podía agarrar el picaporte.

Pero sacó fuerzas de flaqueza al ver que su jefe, que pronto sería su ex jefe, salía al vestíbulo tras ella.

–No seas tan…

Mallon no pensaba escuchar el resto. Abrió la puerta con manos temblorosas y, a pesar de la lluvia torrencial, salió corriendo a la calle.

No paró de correr hasta que la enésima mirada hacia atrás le confirmó que no la seguía.

Cinco minutos después ya no iba corriendo sino caminando deprisa, pero el ruido de un motor le hizo pensar que Roland Phillips podría estar siguiéndola en coche. Y entonces el pánico volvió a apoderarse de ella.

No había nadie por allí, ni un alma, nada más que kilómetros y kilómetros de campo.

Cuando el coche llegó a su altura Mallon comprobó, aliviada, que no era su jefe. Y se encontró a sí misma mirando bajo la lluvia un par de brillantes ojos grises.

–¡Suba!

¡De eso nada! ¡Ni muerta iba a subir al coche de un extraño!

–No, gracias.

El hombre de los ojos grises la estudió, especulativo, durante unos segundos.

–Haga lo que quiera –murmuró, arrancando de nuevo.

El susto por el inesperado ataque de Roland Phillips empezaba a desaparecer y Mallon siguió caminando sin saber muy bien dónde iba. Su única obsesión, poner la mayor distancia posible entre ella y el hostal Almora.

Estar empapada era el último de sus problemas, aunque empezaba a lamentar no haber subido al coche del hombre de los ojos grises.

Pero decidió que había hecho bien. Estaba harta de hombres, una panda de asquerosos todos ellos. Había conocido a los peores: su ex padrastro, su ex hermanastro, su ex novio y, el último de todos, su ex jefe.

Seguía lloviendo a cántaros y, como no podía calarse más, Mallon se detuvo para considerar la situación.

Debía de haber recorrido más de un kilómetro desde que dejó el hostal Almora. Había salido corriendo con lo puesto, sin pensar siquiera en buscar el bolso. Su único deseo, alejarse del borracho de Roland… «llámame Roy» Phillips.

Mallon siguió caminando, sin saber dónde iba. Su única esperanza, que alguien pasara por allí y la llevase a… ¿dónde?

Pero ninguna persona decente la dejaría allí tirada. Quizá por eso había parado el hombre de los ojos grises. Aunque, por su expresión, no parecía hacerle mucha gracia que una desconocida calada hasta los huesos le mojase la tapicería.

Pues podía meterse su tapicería en…

Entonces oyó que se acercaba otro coche. Y, al volverse, se encontró de nuevo con los ojos grises.

–¿Ya se ha mojado lo suficiente?

Con el pelo rubio pegado a la cara y el vestido chorreando, debía de parecer un perrito mojado.

Mallon dejó escapar un suspiro. Tenía dos opciones: decirle que se fuese a la porra y esperar que alguien más decidiera pasar por allí… o subir al coche. El desconocido tenía cara de buena persona, pero eso no significaba nada.

Con ganas de echarse a llorar, Mallon dudó solo un segundo. No lo tenía muy claro, pero estaba hecha polvo. Además, ¿qué otra cosa podía hacer?

Por fin, entró en el coche y se sentó al lado del extraño.

–¿Adónde va?

–A ninguna parte –contestó ella.

–¿Dónde quiere que la deje?

–Donde quiera.

No tenía ni idea de dónde estaba, aquel sitio no le sonaba en absoluto.

–¿De dónde viene?

El hombre parecía a punto de enfadarse y si no contestaba podría echarla sin contemplaciones. Y no quería ni imaginarse de nuevo en medio del campo, bajo aquel aguacero, sin saber dónde ir.

–Del hostal Almora.

–¿Quiere que la lleve allí?

–¡No! –gritó Mallon–. No, gracias. No quiero que me lleve allí –dijo entonces, bajando la voz.

Sentía los ojos grises clavados en ella, pero estaba demasiado consternada como para preocuparse. El desconocido siguió conduciendo durante unos minutos y después empezó a reducir la velocidad.

Mallon se alarmó. Además de una vieja casa a la derecha, no parecía haber nada por allí.

Entonces tomaron un camino de tierra, pasando a través de dos pilares de piedra con un cartel que decía Casa Harcourt.

–¿Adónde me lleva? –preguntó, asustada.

Podría estrangularla, enterrarla allí y nadie la encontraría nunca.

–Usted no parece saber dónde va y yo no estoy de humor para jueguecitos. Voy a mirar un par de cosas…

–¿Vive usted en esa casa? –exclamó Mallon, incrédula.

–Vivo en Londres, pero estoy reformando esta casa para los fines de semana –suspiró él.

–Ah. ¿Y por qué me trae aquí?

–Porque tengo que echar un vistazo para ver si el tejado ha aguantado con esta lluvia. Usted puede quedarse en el coche incubando una neumonía o puede entrar conmigo para secar lo que queda de ese vestido. Haga lo que quiera.

Ella bajó la mirada… y se dio cuenta de que tenía rasgado el escote. El sujetador, transparente por todo el agua que le había caído encima, dejaba ver claramente su pecho izquierdo, el rosado pezón tan a la vista como si estuviera desnuda.

–¡Ay, Dios mío! –gimió, cubriéndose con la mano. Entonces sus ojos se llenaron de lágrimas.

–¡No se me ponga a llorar!

–No, si yo…

–Venga conmigo –dijo él con tono autoritario.

Mallon no se movió. Entrar en una casa en ruinas con un desconocido y medio desnuda…

El hombre salió del coche y se quedó esperándola, de brazos cruzados.

–¿No me hará nada? –preguntó ella tontamente.

–No tengo ninguna intención de hacerle nada, señorita.

Poco después, Mallon lo seguía por una puerta trasera hasta, lo que comprobó, era una casa en obras.

El pasillo estaba lleno de sacos de cemento, pero cuando llegó a la cocina se sorprendió al ver que estaba completamente reformada.

–Está claro que su mujer sabe por dónde empezar una obra –murmuró, en la puerta.

–Mi hermana –replicó él–. No estoy casado. Según Faye, el corazón de una casa es la cocina. Ella es quien dirige las obras… aunque a veces me permite dar una opinión.

–Ah, ya veo.

Mallon empezaba a sentirse más cómoda con él, aunque seguía recelosa.

–Colóquese cerca del radiador para que se le seque el vestido. O mejor, voy a buscar una camisa para que pueda… taparse un poco.

El hombre de los ojos grises salió de la cocina y volvió poco después con una camisa, un pantalón y un par de calcetines gruesos.

–¿Por qué no se cambia mientras yo hago lo que tengo que hacer?

–¿Dónde puedo cambiarme?

–Ahí, en el cuarto de la plancha. La puerta tiene cerrojo.

–Muy bien.

–Puedo ofrecerle un té, si le apetece.

–Gracias.

El hombre intentaba ser amable, pero después de lo que le había pasado, Mallon no estaba dispuesta a confiar en nadie. Aun así, entró en el cuarto de la plancha… y cerró la puerta con cerrojo.

Ella medía un metro setenta y ocho, pero el hombre de los ojos grises debía de medir un metro noventa, y su ropa le quedaba grande.

Mallon se subió las mangas de la camisa y las perneras del pantalón… pero no sabía cómo sujetárselo. Solucionó el problema con una cuerda de la ropa.

Con el pantalón bien sujeto y un paño de cocina en la cabeza a modo de toalla, salió del cuarto de la plancha.

–¿Se encuentra mejor ahora?

–Sí, gracias.

–Yo me llamo Harris Quillian. ¿Le importa decirme su nombre?

–Mallon Braithwaite.

–¿Quiere contarme alguna cosa más?

Mallon lo miró con sus brillantes ojos azules, sin decir nada. La verdad era que estaba siendo muy generoso con ella. No tendría por qué haber parado y no tendría por qué haberle prestado su ropa. Gracias a Harris Quillian estaba seca y calentita y, además, empezaba a recuperar la fe en el ser humano.

–¿Qué quiere saber?

Él se encogió de hombros.

–Quizá podría empezar por contarme qué le ha pasado en el hostal Almora.

–¿Es usted policía?

–No, soy consultor financiero.

Y no debía de irle mal. Reformar aquella vieja casona debía de costar una fortuna. Pero, de todas formas, Mallon no pensaba contarle nada.

–¿Por qué estaba en el hostal? –insistió Harris Quillian.

–Debería haber sido policía –suspiró ella.

–¿Qué te asustó? –preguntó Harris entonces, tuteándola–. Debías de estar muy asustada para salir corriendo sin las llaves del coche.

–No llevo las llaves del coche porque no tengo coche.

–¿Y cómo llegaste al hostal?

–Roland Phillips fue a buscarme a la estación… hace tres semanas –contestó Mallon por fin.

–¿Vivías allí? ¿Vivías con Phillips en el hostal Almora?

–Pues… sí.

–¡Eres su amante!

Ella lo miró, perpleja.

–¿Yo? Tuve que salir corriendo precisamente porque no quería acostarme con él. Estaba bebido… es un hombre muy fuerte y me costó mucho quitármelo de encima.

–¿Phillips ha intentado violarte? –exclamó Harris, atónito.

–Mira… no quiero hablar de ello.

–Yo creo que deberías contármelo.

¿Qué sabía él?, pensó Mallon.

–No es asunto tuyo.

–¿Cómo que no es asunto mío? O me lo cuentas o te llevaré a la comisaría para que lo denuncies.

–No pienso hacerlo –replicó ella.

Aunque debería denunciarlo, Mallon sabía que una denuncia por intento de violación le daría a su madre un disgusto de muerte. Su madre que, tras muchos años de infelicidad, empezaba por fin a disfrutar de la vida. Y ella no pensaba hacerla sufrir de nuevo.

–Tú eliges. O me lo cuentas o…

Mallon lo miró, irritada. ¿O qué? Era su propia decisión.

Le había prestado ropa seca y estaba dispuesto a ofrecerle una taza de té, pero no podía decirle lo que tenía que hacer. Entonces miró hacia la ventana… seguía lloviendo a cántaros.

–Trabajaba para él –dijo por fin.

–¿Para Roland Phillips?

–Puso un anuncio solicitando una gobernanta con conocimientos administrativos para el hostal. Yo necesitaba un trabajo y un sitio donde vivir…

–¿Y aceptaste vivir con él sin conocerlo? –le preguntó Harris.

–Me dijo que necesitaba una persona inmediatamente, que estaba casado y…

–¿Conociste a su mujer?

–No, por lo visto está de viaje. Trabaja para una ONG y ahora está revisando la construcción de un albergue para niños fuera del país. No lo sabía hasta que llegué al hostal, pero no pensé… La verdad es que Phillips casi nunca estaba allí. De hecho, solo lo he visto este fin de semana. Llegó el viernes y…

–¿Y?

–Y empezó a hacer comentarios… que me hacían sentir incómoda.

–No tanto como para marcharte, aparentemente –murmuró él.

–¿Adónde iba a ir? Mi madre acaba de casarse y no me apetecía nada irme a vivir con ella y su nuevo marido. Además, no llevaba ni un mes trabajando en el hostal. Sin el sueldo, no podría pagar un apartamento…

–¿No tienes dinero?

Mallon decidió entonces que aquel hombre le caía fatal. ¿Por qué se metía en su vida de esa forma? Era bochornoso tener que admitir lo que le había pasado y más todavía admitir que estaba en la ruina.

–A Phillips se le olvidó dejarme dinero para los gastos y los pagué de mi propio bolsillo…

–¿Por qué no le pediste el dinero antes de que se fuera?

–¿Qué es esto, un interrogatorio? –le espetó ella.

–No, solo quiero saber lo que ha pasado –suspiró Harris.

–Pensé que incluiría el dinero de los gastos en mi nómina.

–Ah, ya veo. ¿Y qué pasó después?

–Que esta tarde empezó a beber y pensó que me estaba haciendo la dura cuando le dije que no me tocase. Tuve que quitármelo de encima como pude… ¡y no se me ocurrió pedirle el cheque mientras salía corriendo del hostal! ¿Satisfecho?

Nunca sabría si lo estaba o no porque entonces oyeron un estruendo en el techo.

Harris Quillian salió corriendo al pasillo y subió las escaleras de dos en dos. Mallon lo siguió. Parte del tejado de un dormitorio se había caído a causa de la lluvia.

–¿Y ahora qué hacemos?

–Espero que tengas muchos cubos –suspiró ella.

Una hora más tarde, después de secar el suelo y colocar plásticos en el agujero del techo, estaban de vuelta en la cocina.

¡Menudo día!

Pero quizá por el trabajo físico, Mallon se sentía recuperada, llena de energía. Lo suficiente como para saber que debía tomar una decisión.

–Gracias por ayudarme –dijo Harris–. No sé qué habría hecho sin ti.

–Lo hemos hecho a medias.

Él la estaba mirando fijamente y Mallon se pasó una mano por el pelo, nerviosa. Debía de tener una pinta horrible. Despeinada, sin gota de maquillaje, con la ropa de aquel hombre que le quedaba demasiado grande y sin calcetines, que se habían empapado en el piso de arriba…

–Será mejor que piense en lo que voy a hacer –suspiró entonces.

–Mientras no quieras volver al hostal Almora…

–¿Tengo cara de tonta? –le espetó Mallon. Pero no podía ser tan antipática. Al fin y al cabo, tenía que pedirle un favor–. ¿Podrías llevarme a Warwickshire?

–¿A casa de tu madre?

–Sí.

–Pero no quieres ir allí.

–Mi madre lo ha pasado muy mal y ahora es feliz por primera vez en muchos años, así que no quiero darle un disgusto –suspiró ella–. Pero es que no tengo otro sitio adonde ir.

–Se me ha ocurrido una idea –dijo Harris entonces–. Quiero hacerte una proposición.

–¡Una proposición! –exclamó Mallon, dispuesta a salir corriendo.

–Lo que quiero proponerte es un trabajo honrado. Tú necesitas un sitio donde vivir y, aparentemente, yo necesito alguien que cuide de esta casa.

–¿Estás ofreciéndome que me quede aquí?

–Necesito a alguien que trate con los obreros, los carpinteros… esas cosas. Que cuide de la obra y, sobre todo, de que no se caiga el techo. Y más tarde me hará falta alguien que trate con los pintores, los decoradores, la llegada de los muebles…

No tenía que decir nada más. Estaba claro. Pero Mallon acababa de ser atacada por su jefe y, aunque necesitaba un techo bajo el que cobijarse, no pensaba ser una ingenua.

–¿Dónde está la trampa? –preguntó.

Aunque aquello era la respuesta a sus problemas. Así no tendría que molestar a su madre y a su nuevo marido, John Frost.

–Además de que esta cocina es la habitación más agradable de la casa, no hay ninguna trampa. Los dos necesitamos…

–¿Y dónde dormiría? –lo interrumpió ella.

–No confías en los hombres, ¿verdad?

–Digamos que estoy harta de los hombres que quieren aprovecharse de mí.

–¿Has tenido alguna otra mala experiencia, además de Phillips?

Mallon ignoró la pregunta. La experiencia con Roland Phillips había sido la peor de su vida, pero no tenía intención de contarle lo de su ex padrastro, su ex hermanastro ni lo de su ex novio.

–¿Dónde voy a dormir? –repitió, obstinada.

–Por el momento, solo hay dos dormitorios habitables… y solo uno tiene muebles. Evidentemente, es mi dormitorio, donde duermo los fines de semana…

–Ya –murmuró ella, mirando hacia la puerta.

–Pero volveré a Londres esta tarde, así que será toda tuya hasta que compre los muebles para la otra habitación. ¿No te importaría quedarte aquí sola?

–¡Estaría encantada de estar sola! –exclamó Mallon.

–Me alegro –sonrió Harris–. Si aceptas el puesto, le diré a mi secretaria que vaya a comprar los muebles mañana mismo. Y, para el viernes, estarás cómodamente instalada en tu propia habitación.

–¿Tú vendrás… los fines de semana?

Harris Quillian clavó en ella sus ojos grises.

–¿Siempre eres tan recelosa?

–Aparentemente, no… o no estaría en esta situación.

–Compré esta casa para tener un sitio en el que relajarme los fines de semana. Evidentemente está sin terminar, pero si aceptas quedarte aquí para vigilar que los obreros hacen su trabajo… te llevaré a un hotel en Upper Macey cada vez que venga. Así no tendremos que dormir bajo el mismo techo. ¿Qué te parece?

–No sé, la verdad es que necesito un sitio donde alojarme durante algún tiempo…

–No creo que las obras terminen antes de tres meses. Y si encuentras otro trabajo antes…

Mallon respiró profundamente.

–Me gustaría aceptar… ¡Mi ropa! –exclamó entonces–. No puedo llevar tu camisa y tus pantalones durante los próximos tres meses.

–Entonces sugiero que vayamos al hostal Almora para recuperar tus maletas.

–¿Vendrías conmigo?

Harris miró su reloj.