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Interesante reinterpretación de los sucesos del 2 de mayo en el Madrid de 1808, relatados por Benito Pérez Galdós en su obra Los Episodios Nacionales, vistos en este ocasión desde los ojos de un niño. Gabriel, un pequeño buscavidas del Madrid de antaño, despertará a la vida y sus misterios en medio de unos de los episodios que marcaron España tal y como hoy la conocemos.
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Seitenzahl: 68
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Francisco Díaz Valladares
Saga
Andanza de los héroes del dos de mayo
Copyright © 2008, 2021 Francisco Díaz and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726886467
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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Mi nombre esGabriel Araceli y soy el protagonista del relato que voy a contaros. Sucedió en nuestro país hace ya mucho tiempo, en 1.808, pero los acontecimientos históricos fueron tan importantes, que desde entonces forman parte de nuestra historia.
Estoy convencido de que cuando seáis mayores, vosotros seguiréis hablando de estos acontecimientos, y vuestros hijos y los hijos de vuestros hijos…
Yo nací en Cádiz y no disfruté de una infancia fácil. Cuando aun era muy joven falleció mi padre y un poco después, mi madre, así que pronto tuve que aprender a ganarme la vida. Aunque para ser sincero, en aquella época los niños nos hacíamos mayores muy pronto. Fijaos si es verdad lo que os digo, que con tan solo catorce años ya participé en una guerra. Sí, así como suena: una guerra. Una guerra en la que los españoles nos aliamos con los franceses contra los ingleses y en la batalla de Trafalgar nos dieron para el pelo. Y allí estuve yo, en esa batalla.
¿Qué cómo aparecí en aquella batalla? Pues… después de quedarme huérfano me fui a vivir con un tío, hermano de mi madre, que me hizo la vida tan imposible, que tuve que salir corriendo y dedicarme a buscar fortuna por los mundos de Dios. Y esa fortuna me llevó, después de dar tumbos por varias ciudades, a Medina sidonia. Allí me acogió bajo su protección un capitán de navío retirado, D. Alonso Gutiérrez de Cisniega y su mujer, Doña Francisca. Al principio todo fue sobre rueda. Durante cuatro años estuve sirviendo en esa casa, sobre todo acompañando en sus paseos a D. Alonso que no movía muy bien su pierna derecha. Pero un día llegó una carta (al menos eso fue lo que él dijo a su mujer) en la que le pedían que participase en el combate y así fue como aparecí yo en la refriega: de acompañante del viejo marinero. Diré de paso que por aquel entonces era un honor para un chico de mi edad participar en una batalla como la que se estaba preparando.
Después de aquel desastre, mi vida dio un giro radical. Por cuestiones personales y que no interesan a la historia que os voy a contar, dejé aquella casa y a la familia que me acogió durante más de cuatro años y me dirigí a Madrid.
Mis primeros días en Madrid fueron horrorosos. Vagué por la ciudad pasando hambre, calamidades y maldiciendo el día en que tomé la decisión de abandonar Medina Sidonia, hasta que el destino me llevó a servir a una mujer de teatro: Pepita González. Gracias a esta mujer y a una dama de alta alcurnia, la Condesa de Amaranta, entre en contacto con el mundo de la corte de Carlos IV, el entonces rey de España.
En aquellos días las cortes eran como una cafetera llena de agua que hervía a todo tren: todo el mundo intrigaba y conspiraba contra el rey. Su primer ministro, Godoy, al que llamaban Príncipe de la Paz, era querido por unos y odiado por otros. Napoleón había mandado sus tropas a España con la excusa de invadir Portugal, pero mucha gente decía que lo que quería era quedarse con España. En fin, que al poco tiempo de estar allí y de verme envuelto, sin comerlo ni beberlo, en alguna de estas intrigas palaciegas e incluso en una conspiración contra el rey, decidí salir pitando y buscarme un oficio que me permitiera vivir honradamente.
Pero no todo fue malo durante el tiempo que viví en la corte. El entrar a servir a Pepita González, me permitió conocer a Inés, una costurera de 14 años que vivía con su madre viuda y de quien me enamoré locamente. En cierto modo, la inteligencia de Inés me hizo ver lo falso que era todo lo que me rodeaba en la corte del rey y sobre todo, lo peligroso, y por ese motivo decidí a marcharme definitivamente de allí.
(LLEVA CUATRO MESES EN LA IMPRENTA)
SALEN POR LA NOCHE Y LLEGAN POR LA MAÑANA.
ARRIEROS
Ganaba tres reales
Mi vuelta a Madrid no fue tan traumática como la primera vez que llegué a la capital. El dinero que había ahorrado sirviendo a Pepita González y a la condesa de Amaranta me permitió alojarme en una pensión y buscar con cierta tranquilidad un trabajo en la imprenta del Diario de Madrid colocando letritas de plomo en un molde para formar las palabras y los textos para ser impresos. Ahora mi vida giraba en torno a ese trabajo y a Inés. Sobre todo a ella. El trabajo era demasiado aburrido pero lo sobrellevaba pensando en que llegaría el sábado y me iría hasta Aranjuez para pasar el domingo con mi chica.
La madre de Inés murió un poco antes de que yo me marchara de la corte y ahora vivía en el Real Sitio. Aranjuez con don Celestino Santos del Malvar, un cura tío suyo que la acogió cuando se quedó huérfana. En la época de la que estoy hablando se tardaba mucho tiempo en llegar desde Madrid a Aranjuez. Entonces no había coches como en la actualidad. Ahora se tardaría una hora en llegar desde Madrid a aranjuez, pero nosotros tardábamos toda la noche montado en un carro tirado por mulos o caballos. Donde ahora tardas menos de una hora en llegar, nosotros tardábamos toda una noche tenías que montarte en un carro tirado por mulos o caballos y esperar pacientemente a que el arriero te llevara. Pero a mí no me importaba, con tal de ver a mi querida Inés era capaz de cualquier cosa.
Normalmente, cuando llegaba a Aranjuez, don Celestino estaba oficiando la misa del domingo. Yo me colaba en la iglesia y esperaba. Mientras tanto, me levantaba de puntillas y buscaba a Inés entre las mujeres que se encontraban sentadas con sus mantillas de espaldas a mí y enseguida la localizaba.
Cuando terminaba el acto religioso Inés y yo nos buscábamos entre la multitud y caminábamos agarrados de la mano hasta la casa de su tío que se encontraba detrás de la iglesia. Durante la comida don Celestino me hacía siempre la misma pregunta:
-¿Cómo va todo por Madrid? En Aranjuez la gente no sabe qué pensar.
-En Madrid tampoco. Unos creen que los franceses han entrado en España para poner orden y a colocar en el trono al príncipe Fernando y otros dicen que Napoleón lo que quiere es adueñarse de España.
-Mentira cochina –respondía don Celestino que era amigo y paisano de Godoy, primer ministro del rey Carlos IV-, Godoy y Napoleón saben muy bien lo que se hacen. Ya verás como pronto meten en vereda a esa pandilla de mentirosos y mentecatos.
Aquellos eran tiempos felices para mí. Sin embargo, en nuestro país las cosas no iban muy bien. Lo que algunos temían se iba haciendo realidad. Los franceses habían entrado en España, se habían adueñado de Pamplona, Barcelona y San Sebastián. Lo peor estaba aun por llegar.
Unos de esos domingos que fui a ver a Inés, encontré al don Celestino muy alegre.
-Mí tío ha recibido una carta importante y nos la leerá durante la comida –me aclaró Inés.
La carta resultó ser de un comerciante en telas, primo de la madre de Inés: don Mauro Requejo. A mí me sonaba el nombre porque de vez en cuando había puesto algún anuncio en el periódico en el que yo trabajaba, buscando a un aprendiz. También recordé haberle visto alguna vez en casa de la madre de Inés. Mauro Requejo y su hermana Restituta solicitaban la custodia de Inés.
-¿Don Mauro Requejo? –preguntó Inés indignada-. Pero si nunca nos ha ayudado cuando mi madre y yo estábamos en la pobreza. Es más, a veces llegaba a que mi madre le hiciese algún trabajo de costura y le pagaba la mitad con las excusa de que para algo tendría que servir el ser parientes.