Pasiones virtuales - Francisco Díaz Valladares - E-Book

Pasiones virtuales E-Book

Francisco Díaz Valladares

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Beschreibung

Novela escrita a dos manos entre dos autores que jamás habían llegado a coincidir físicamente, Pasiones Virtuales nos adentra en uno de los primeros romances a través de la red en un mundo cuya naturaleza empezaba a cambiar gracias a internet. La historia de amor entre un arquitecto que sueña con ser pintor y su alma gemela, una mujer al otro lado de la pantalla, nos demuestra que la pasión a veces está a flor de piel y otras veces a flor de teclado.

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Seitenzahl: 319

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Francisco Díaz Valladares

Pasiones virtuales

Rosa María González

Saga

Pasiones virtuales

 

Copyright © 2000, 2021 Francisco Díaz and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726886429

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Dedicatoria

A la vida

1

Todo había empezado con aquella cita, cuando esa misma noche tomó la decisión de ir a verla.

 

- Mañana me iré a Málaga - comentó Javier sin levantar la vista del bloc sobre el que dibujaba.

 

Maite dejó caer sobre el regazo la revista y lo miró por encima de las gafas. Engurruñaba los ojos de manera sistemática moviendo la mano con rapidez por el cuaderno apoyado sobre sus piernas cruzadas. La fría luz halógena que directamente lo iluminaba, originaba cálidas sombras en la cara, modelando, acentuando los rasgos de su piel morena y creando un brillo especial en el negro pelo. Su figura delgada junto al gesto apacible, lo hacía realmente atractivo.

 

Maite no entendía cómo un arquitecto como él, con su categoría, con un estudio en Madrid que había construido los mejores edificios de la zona, se pasaba el día garabateando papeles. Debía admitir que iba un par de veces a la semana por el estudio, soltaba cuatro ideas y era suficiente para que su equipo realizase obras de merecido reconocimiento, pero no lograba comprender la actitud bohemia y absurda que en ocasiones adoptaba. La mayor parte del tiempo lo empleaba yendo de aquí para allá, exponiendo pinturas y mezclado con una pandilla de insoportables zarrapastrosos o delante del ordenador haciendo no sabía qué o en aquellas interminables tertulias en el jardín con intelectuales y gente del mundillo del arte.

 

- ¿No crees que es un poco pronto? Hasta dentro de quince días no es la exposición - preguntó ella quitándose las gafas y metiendo una de las patillas en la boca con aire despreocupado e interrogante.

- Lo sé, pero tengo ganas de ver la sala, no estoy muy seguro de poder colocar las veinte obras. ¿Por qué no te vienes?, - inquirió Javier sin levantar la vista del papel- pasaremos la noche en Granada en casa de Antonio y Mar, con toda certeza se alegrarán de vernos.

- De sobra sabes que no puedo. Mañana a las nueve he quedado con Ángel y con mi hermana para firmar los documentos del banco, y pasado, iremos al notario.

- Ese abogado parece inteligente – afirmó Javier sin dejar de dibujar.

- Sí, de momento ha conseguido prorrogar la hipoteca y según me ha dicho hoy por teléfono las escrituras de la herencia de mi padre están preparadas para firmar.

¿De qué herencia estará hablando? - pensaba Javier -. Esta mujer sigue en las nubes.

 

El padre había sido un rico empresario del País Vasco venido a menos y al morir, los únicos bienes dejados a su hermana y a ella fue una casa en Algorta, hipotecada por el banco, y algunos terrenos que ahora pretendían vender para pagar dicha hipoteca. Ese aire de niña rica, a veces, se convertía en una prepotencia absurda y le exasperaba.

 

La aparición de Ainoa en la puerta del salón interrumpió sus reflexiones y llenó la estancia de un suave perfumen a jazmín. Los grandes ojos color miel eran coronados por unas cejas negras heredadas de él y encuadraban, junto a los labios bien dibujados, una cara de rasgos suaves, piel aterciopelada y eterna sonrisa. Enmascaraban el metro sesenta y ocho del encantador cuerpo juvenil, unos pantalones negros y una camisa blanca de manga corta a juego con su morena y larga melena. Estudiada la situación durante unos segundos se acercó imitando a un avión en vuelo rasante hasta posarse sobre las rodillas de Javier, le echó los brazos alrededor del cuello y, parodiando cierto aire de confidencialidad, le susurró al oído:

 

- Papi, si me llevas a Camile’s, te regalo un beso.

 

¡Cómo sabe conseguir siempre lo que quiere, la puñetera! - pensó saboreando la zalamería.

 

Con aire cansino, levantó la vista y miró a Maite en súplica de que impidiese el inevitable e indeseado paseo hasta el pub, pero ella se limitó a esbozar una sonrisa, encogerse de hombros y seguir leyendo la revista.

 

- ¡Mujeres! - exclamó al tiempo de levantarse y poner a Ainoa en el suelo.

******

Bien – pensó -, esto me permitirá llamar a Carmen sin buscar ninguna excusa. No hay mal que por bien no venga.

 

Ainoa le hablaba de algún concierto al que asistiría el próximo fin de semana, pero su mente caminaba por otros senderos.

 

Lo había decidido mientras dibujaba. Mañana saldría para Granada y pasado estaría con ella. Ya no podía esperar más, tenía necesidad de verla, de olerla, de sentirla, de compartir, aunque sólo fuese por unas horas, el calor de su cuerpo. Durante estos meses...

 

- ¡Papá, papá, papáaaaa! Vociferó insistente Ainoa.

- Sí, dime Ainoa - respondió con la mirada aún perdida en su abstracción.

- Papá, estás abriendo el coche por la puerta contraria, ¿té pasa algo?

-¡Uf, vaya despiste! Nada, la exposición de Málaga. Estaba pensando en la exposición y en el viaje de mañana.

¡Qué mala es la vejez! - se burló ella, palmeándole la espalda.

 

Llegaron frente a la puerta del pub, frenó el vehículo y Ainoa, casi de un salto, salió y cerró la puerta.

- ¡Eh! Y el beso qué - vociferó Javier, agachándose un poco sobre el asiento del lado.

 

Ella se volvió y poniendo la mano derecha extendida bajo la barbilla, la besó y sopló.

 

- ¡Tramposa! - volvió a gritar.

 

Al poner en marcha de nuevo el vehículo, la vio alejarse en dirección a los veladores de la puerta del pub moviendo la negra cabellera al compás de sus diecisiete años. El recuerdo de ese mismo cuerpo embutido en el mono de lana rosa, con los brazos abiertos, haciendo equilibrio para no caerse, le hizo sentir el paso de los años.

*******

Se había convertido casi en un rito. Primero reclinarse, luego encender el cigarrillo, marcar el número y por fin esperar con cierta ansiedad la caricia de su voz.

 

-¿Dígame?

- Hola Carmen, ¿cómo estás?.

- Hola cielo, muy bien. Ahora voy camino de casa. ¿Sabes? En estos momentos pensaba en ti ¿dónde estás, en casa?

- No, estoy aparcado en la calle. Acabo de dejar a Ainoa en un Pub, por cierto, aparca tú también, te voy a dar una sorpresa.

 

Un instante después, le llegó de nuevo su voz.

 

- Bien, ya estoy aparcada. Venga esa sorpresa.

- Mañana voy a Granada, pasaré allí la noche con Antonio y Mar, creo haberte hablado alguna vez de ellos, y pasado me gustaría pasar el día contigo.

 

Hubo unos instantes de silencio eternos para él.

 

- Me parece un sueño Javier, creo que sí, que ha llegado el momento de vernos, es un regalo que nos debemos desde hace tiempo.

 

El sonido apagado y tembloroso de los vocablos denotaban la emoción producida por la noticia.

 

- Estoy deseando verte Carmen, tengo ganas de hacer realidad ese sueño.

- Por otro lado, - continuó sin hacer caso al comentario de él - me da un poco de miedo.

-¿De qué tienes miedo?

- No sé, quizás se rompa el encanto y la magia creada por los dos a través del ordenador.

- Nada se va a romper, de eso estoy seguro, de todas formas, algún día teníamos que averiguarlo ¿no crees?

- Sí, eso es cierto - se limitó a contestar.

- Bien, voy a dejarte ahora, Maite me espera. Llamaré al hotel y te mandaré un e-mail desde casa para quedar a una hora determinada.

- Venga, cuando llegue a casa recogeré tu e-mail del ordenador, bueno, si consigo dominar el temblor de las piernas.

- Cálmate, a ver si con los nervios te vas a romper alguna de ellas. Ve con cuidado. Un beso.

- Un beso, cielo.

-¡Uf! Fue lo último que escuchó antes de cerrar la conversación.

*****

Nada más terminar de hablar con Carmen, volvió a marcar otro número. El 1003.

 

La voz de la telefonista no se hizo esperar.

 

- Buenas noches, mi nombre es María, extensión 4401, ¿en qué puedo servirle?

- Hola buenas noches, María, ¿sería tan amable de facilitarme el número de teléfono del hotel Mirasol en Marbella?

- Un momento por favor - contestó la diligente operadora.

- Tome nota, por favor.

 

Una voz distinta pero conocida, fue cantando pausadamente...

 

El número solicitado es...

 

Cuando oía esa voz casi siempre se preguntaba si sería la misma persona la que había grabado todos los números de España.

 

Bien, ya está - pensó a la vez que arrancaba el coche para volver con Maite - ya tengo reservada la habitación, ahora sólo me falta llamar a Antonio y Mar, pero a esos los llamaré más tarde.

 

De regreso a casa, se sintió trasladado a la noche que la conoció. Estaba a punto de cerrar el ordenador cuando apareció un nuevo nick en la lista del chat: "Gema". Sin saber muy bien por qué, desplazó el puntero del ratón hasta él y lo cliqueó.

 

<Zorton>¡Hola buenas noches!

<Gema>¡Buenas noches! ¿De dónde eres, Zorton?

<Zorton>De Madrid ¿y tú?

<Gema>De Madrid también, pero resido en la provincia de Málaga. ¿Eres nuevo en este canal? No te he visto antes.

<Zorton>No, vengo entrando desde hace un tiempo, aunque no con frecuencia. El IRC me gusta, pero también me satura si abuso de él ¿y tú desde cuando chateas?

<Gema>Hace unos meses, en mayo me instalé el programa pero sólo entro los fines de semana. Y bien, dime, ¿qué haces por aquí a estas horas? ¿No podías dormir en esta noche de sábado?

<Zorton>No, no podía, la noche estaba demasiado hermosa para dejar de mirarla ¿y tú?

<Gema>Yo acabo de terminar un trabajo y he querido salir al espacio cibernético. Por aquí a veces también se pueden ver las estrellas brillar. Bueno, háblame de ti, de tus ilusiones, esperanzas, frustraciones, deseos, resquemores, etc. Ya sabes, aquello que siempre quisiste contar y jamás te atreviste:)

<Zorton>¿Dejarás que té conteste una por una?

<Zorton>Esperanzas.‒ Las que tenía de conocerte

<Zorton>Ilusiones.‒ Las que tengo de verte

<Zorton>frustraciones.‒ Si me dices que no

<Zorton>deseos.‒ Seguro que acabaré deseándote

<Zorton>resquemores.‒ Si me engañas

<Zorton>etc.‒ etc.

<Gema>Veo, que eres rápido y ágil en tus respuestas Esta noche puede que las estrellas brillen para los dos.

 

La conversación siguió hasta altas horas de la madrugada, sin embargo, pronto intuyeron que se estaba iniciando una relación especial, distinta y prometedora. Fue un sentimiento parejo. Ambos, como se confesaron más tarde, habían sentido un latigazo en el alma, y los dos estaban dispuestos a seguir el rumbo marcado por el destino de aquel encuentro.

 

Para Javier, hasta ese momento, el chat era una simple diversión que le permitía conocer a gente de distintos lugares, sin importarle otra cosa que la mera conversación, "un lugar de encuentro" como solía llamarlo. Esa noche no fue una simple conversación. Desde el primer momento, se sintió identificado y atraído hacia la persona del otro lado de la pantalla. Le parecían frases llenas de sentido, contenido y coherencia, que pasaba del análisis serio y exhaustivo, a lo más intrascendente y trivial, con la misma facilidad con la que una ola rompe con fuerza sobre las rocas y vuelve tranquilamente al seno del mar donde salió. Apagó el ordenador después de la agradable charla y se quedó durante un buen rato totalmente abstraído disfrutando del rescoldo de las palabras que aún permanecían en su cerebro.

 

"Esto debe ser esa química de la que hablan" - se repetía una y otra vez.

*******

Al entrar en la casa, encontró a Maite de pie frente al taquillón de la entrada. Peinaba hacia atrás con los dedos la larga mecha que cubría, en parte, el rostro. Sus grandes ojos oscuros miraban en el espejo la evolución de los cabellos que, entre las estilizadas manos acabadas en uñas perfectas, cuidadas y lacadas uñas, iban tomando forma alrededor del cuello. Era alta, para ser de una generación acostumbrada al alza de los tacones, y la falda de seda estampada, drapeada en la cintura, marcaba unas ondulantes caderas, dejando paso al vertiginoso paisaje ofrecido por sus morenas, largas y bien torneadas piernas. El resplandor del collar de perlas sobre la piel morena, sólo era mermado por el blanco marfil de los dientes que su roja y carnosa boca entreabierta dejaban ver. Todo en ella rezumaba seguridad, orgullo y muchas horas de dedicación.

 

-¿Estaba Borja en el Pub? - preguntó dirigiéndose al salón.

 

Con despreocupación, se tumbó en el sofá y comenzó a manipular el mando a distancia.

 

Javier la siguió, se arrodilló a su lado en el suelo y le esbozó un beso.

 

Seguía enamorado de ella, a pesar de la falta de coincidencias en muchos de los planteamientos y razonamientos sobre la forma de enfocar la vida, pero desde hacía algún tiempo había aprendido a aceptarla así, sin inferir en su comportamiento y no prestando demasiada atención cuando ella se inmiscuía en los suyos.

 

- No lo he visto, seguramente tu hijo estará en el club.

 

Sus ojos se posaron durante un instante sobre los de él a sabiendas del efecto que su mirada le producía.

 

-¿Te vas a marchar por fin? - susurró.

- Sí, ahora llamaré a Antonio - contestó Javier incorporándose para coger el inalámbrico que yacía sobre la mesa.

 

A los pocos segundos de marcar, la inconfundible voz de Mar llegó hasta el auricular.

 

-¡Sí! ¿Dígame?

-¡Hola, guayabo!

-¡Javier! Qué sorpresa - exclamó Mar con su habitual vivacidad.

- Sí, la verdad es que el tiempo vuela, - afirmó Javier a modo de excusa. ¿Cómo está mi amigo Antonio?.

- Pues debe de estar muy bien, porque se encuentra tirado a lo largo del sofá con el mando del televisor en la mano haciendo zapping, y como siempre, jorobando mi velada televisiva.

Javier soltó una sincera carcajada.

-¿Sabes, Mar?, tenemos a nuestros respectivos cónyuges en la misma postura y situación.

 

La risa llegó ahora desde el otro lado del teléfono.

 

- Mar, mañana salgo para Málaga y me gustaría pasar la tarde con vosotros, así que si no tenéis algo mejor, me aguantáis un rato ¿Vale?.

- Por supuesto ¿No viene Maite?

- No, ha quedado con su hermana para arreglar algunos papeles.

¿Imagino que te quedarás a dormir aquí?.

- Bueno, no es mala idea, con eso se me hará más corto el viaje.

- Pásame con Maite, Javier.

- De acuerdo, te la paso, venga un beso, mañana nos veremos, y dale un abrazo al gandul que está tirado en el sofá.

- Un beso Javier, hasta mañana

Le pasó el teléfono y se encaminó hacia la biblioteca escuchando el cada vez más lejano, murmullo de la conversación.

*******

Bueno ya está arreglado - meditaba al subir las escaleras -, sólo tengo que ponerme en marcha. Pasado mañana estaré junto a ella. Le mandaré el e-mail.

 

Se sentó frente al ordenador, lo encendió y después de teclear la clave abrió el navegador y el sistema de correo.

 

Hola Bombón:

Ya estoy de nuevo en casa. Acabo de hablar con Mar, la mujer de Antonio, mañana pasaré la noche con ellos en Granada y pasado estaremos juntos. Ya he reservado el hotel, a las once en punto te estaré esperando en la cafetería.

¿Sabes cuántas horas faltan para eso? 36 horas y diez minutos.

 

Un beso muy fuerte.

 

Llevó el puntero hasta la conexión con Internet y pulsó SEND. Una barra que le recordaba al mercurio del termómetro, apareció en la parte inferior derecha de la pantalla, indicándole la salida del mensaje.

 

"El mensaje se ha enviado satisfactoriamente."

 

Apagó de nuevo el ordenador y bajó al salón.

******

Maite ya no hablaba con Mar.

 

-¿Te vienes a la cama? - le insinuó él desde el quicio de la puerta.

-¿Tan pronto? ¡Sólo son las once! - contestó Maite un poco sorprendida.

- Sí, pero mañana antes de marchar para Granada, debo pasar por el estudio. Dejé encargado a Juan María unas modificaciones del proyecto de Alcalá de Henares, y quiero revisarlas.

 

Maite giró la cabeza sobre el brazo del sofá para mirarlo de frente y repuso con tono de desaprobación:

 

- No entiendo por qué pones tanta confianza en ese hombre, y sobre todo, cómo lo aguantas. Continuamente te lleva la contraria, discute tus proyectos, siempre intenta hacer prevalecer sus argumentos frente a los tuyos y te hace sacar de tus casillas cada dos por tres.

- Lo sé, pero tiene grandes ideas, es trabajador y lleva bien el estudio. Por otro lado es hijo de Matías el conserje, y ya sabes el cariño de mi padre hacia ese hombre; para echar a Juan María tendría que ocurrir algo muy gordo ¿te imaginas el disgusto de mi padre?

- Ya estamos - la expresión de su rostro cambió- ¿Qué tendrán que ver los negocios con la amistad? ¿Acaso no le ha dado ya suficiente tu padre a Matías como para tener que aguantar también al hijo?

 

La filantropía no es su fuerte precisamente - pensó Javier.

 

- De todas formas, - intervino él - es normal que actúe así, esa actitud es fiel reflejo de la frustración por no haber terminado aún la carrera a pesar de sus treinta años. Está a un par de asignaturas del final y se considera como yo, sin embargo, también se sabe asalariado mío, ponte en su pellejo y dime qué sentirías.

- Seguramente la envidia que siente él – concluyó Maite volviendo de nuevo la cabeza hacia el televisor.

- Bueno, ¿subes o qué? - volvió a preguntar intentando cambiar la conversación.

- En cuanto termine el programa subiré, quién sabe, igual hasta te encuentro despierto.

- Estaré despierto - repitió bajando un poco el tono de voz y haciéndole un guiño.

*******

A las siete sonó el despertador. Con un rápido y automático movimiento alargó el brazo y lo desconectó sintiendo como Maite se retorcía a su lado en la cama. Su memoria le recordó la promesa de esperarla despierto la noche anterior.

 

Lo último que recordaba era que introdujo un par de jerseys, alguna ropa interior y los utensilios de aseo personal en una pequeña maleta; que se desnudó y se tumbó en la cama recordando a Carmen; su voz y su risa parecían inundar la habitación transportándole a otro mundo distinto de aquel; a ese otro creado por y para ellos.

 

Trató de hacer el menor ruido posible para no despertarla aunque, por otro lado, sabía de sobra que, a esas horas de la mañana, podría pasar Atila con toda sus hordas a galope tendido por mitad de la habitación y ella ni se inmutaría.

Tras una corta ducha, bajó portando la maleta, la dejó junto a la puerta del garaje y se dirigió a la cocina.

 

-¡Borja!- Exclamó sobresaltado.

- Buenos días papá- saludó riendo al observar la cara de susto de su padre.

 

De pie en el fregadero, sostenía un vaso de zumo en una mano y un donuts en la otra. Vestía pantalón corto azul, una sudadera del mismo color y completando la indumentaria deportiva, unos tenis blancos.

- ¿No crees que te pasas un pelín? - preguntó Javier en tono recriminatorio- ¿Tú crees que estas son horas de llegar a casa?.

- No papá, no llego, me voy. Me acabo de levantar.

- Lo siento, pensé lo contrario. Se acercó y le dio un beso haciéndole recordar la barba de dos días su vigésimo cumpleaños el mes próximo.

 

Es curioso -pensó- cómo a pesar de ser un hombre seguía siendo ese pequeño ser generador de la más pura ternura.

 

- No me puedo creer que en vacaciones estés levantado a estas horas de la mañana. ¿Qué mosca te ha picado?

- Voy a empezar a jugar al tenis, quiero ponerme un poco en forma antes de empezar el curso. ¿Quieres café? - preguntó a renglón seguido, señalando la cafetera con la mano que sostenía el donuts.

- Deja, ya me lo preparo yo.

 

Cogió una taza de la estantería, la llenó de café y se dirigió a la mesa redonda del saloncito de la cocina seguido por Borja.

 

- No desayunamos juntos desde julio - comentó Javier después de tomar el primer sorbo.

- Sí, en vacaciones cada uno andamos por un lado. ¿Cuándo expones? - cambió el tono de la conversación mordiendo de nuevo el donuts sin apartar la mirada.

- El mes que viene. Hoy me voy para Málaga. Quiero echar un vistazo a la sala antes de mandar los cuadros.

 

La mirada fija y penetrante junto con sus rasgos vascos bien proporcionados, le recordaba mucho a Aitor Ugarte, su abuelo materno. Aquel emprendedor y jovial empresario había creado con sus manos un imperio industrial, pero en un intento de modernización, se embargó en grandes créditos hipotecarios, con tan mala fortuna, que le cogió por medio la crisis del sector y acabó siendo absorbido por los que le prestaron el dinero. Luchó como un desesperado para salvar lo inevitable hasta que al final, en un alarde de dignidad, orgullo y cobardía, un día de caza decidió librarse de una vez de las acuciantes trampas pegándose un tiro. "El empresario Aitor Ugarte muere accidentalmente al escapársele un tiro de su escopeta de caza" - anunció la prensa al día siguiente. La imagen de aquel hombre siempre le producía ternura y cariño. Borja ha heredado mucho de él - pensó al levantarse para recoger la taza y el vaso y dejarlos en el fregadero.

 

Cuando se volvió Borja lo precedía camino del garaje.

 

-¿Quieres que te lleve hasta el club?

- No, me iré en el vespino de Ainoa - le contestó a la par que se acercaba y le daba un beso.

- Ya sabes el cabreo que cogerá si se levanta y no ve la moto.

- No te preocupes, te aseguro que estaré de vuelta antes de que eso ocurra. Dibujó una afable sonrisa a la vez que se encaramaba sobre la moto y la empujaba hasta ponerla en marcha. ¡Qué tengas buen viaje! - gritó.

 

No contestó, simplemente levantó la mano y lo vio alejarse a una velocidad para él siempre excesiva.

*******

Sacó el coche a la calle y comenzó a desplazarse despacio a la vez que accionaba el mando a distancia del garaje. Observó por el espejo retrovisor, cómo la puerta se cerraba lentamente, con aquel gesto dramático que le recordaba al monstruo de la serie Epy, después de haberse tragado una caja de galletas. Se dirigió hacia la carretera de El Encinar de los Reyes, que aunque más angosta, le evitaba pasar por Alcobendas.

 

Los rayos del sol empezaba ya a calentar aquella mañana de septiembre, cuando dando un giro de casi ciento ochenta grados, tomaba la N-I y a los pocos minutos se adentraba en la corriente automovilística, caudalosa, imparable y siempre lenta que circulaba en dirección a la M-30.

Por su cabeza volaban imágenes de la mirada penetrante de Borja, de Maite tumbada en la cama ausente de los avatares matutinos, de Carmen, del proyecto de Alcalá de Henares. Esa era parte de su mochila, la mochila de su vida, que había ido rellenando de esas cosas tratando de no mezclar ninguna; "un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio" - se repetía una y otra vez.

 

ESTACIÓN DE CHAMARTIN, desvío a 1000. Esta señal le sacó de los pensamientos. Accionó el intermitente derecho, para salir de la autovía en dirección a Plaza de Castilla. Se adentró en El Paseo de la Castellana y enseguida divisó los magnos edificios de Puerta Europa. De manera extravagante burlaban la Ley de la Gravedad, volcándose, sobre los conductores que, como leucocitos, rellenaban esta arteria de la ciudad. Dejó atrás el monumento a Calvo Sotelo y, un poco antes del estadio "merengue", giró a la derecha por General Yagüe hasta llegar al edificio acristalado y frío del estudio.

 

- Buenos días don Javier, hace mucho que no le vemos por aquí - lo recibió el conserje con expresión insondable y la media sonrisa que le caracterizaba.

- Buenos días Matías. No tanto, estuve la semana pasada, pero no le vi. ¿Qué tal sigue su mujer? – precisó y preguntó alargándole la mano.

 

Siempre se alegraba de ver aquel hombre de rasgos nobles, frente despejada y cabellos negros salteados de plata. Sus ojos, del mismo color que el pelo, estaban tejados por pobladas cejas dando profundidad y honestidad a una mirada que, acompañada de voz algodonosa y cálida sonrisa, transmitían un paternalismo que le gustaba, que le hacían sentir bien. La derechura, pulcritud y esmero de la vestimenta lo convertían, de no ser por el improcedente jersey granate que asomaba bajo la chaqueta, en cualquiera de los ejecutivos que diariamente atravesaban el pulimentado vestíbulo.

 

- Desde la operación no levanta cabeza, aunque ahora lleva unos días que está mejor - respondió Matías - y don Javier ¿cómo está?

-¿Mi padre?, mejor que nunca, - contestó dirigiéndose al ascensor - este verano pasó unos días con nosotros; dentro de un par de semanas, estará en Madrid, seguro que pasará a verte.

 

Matías con diligencia se adelantó y pulsó el botón de llamada.

 

- Muchas gracias - contestó al tiempo que entraba en el vidriado y pulcro habitáculo.

 

Pulsó el botón de la décima planta y cuando comenzaban a cerrarse las puertas, oyó a Matías farfullar algo, a la vez que hacía un gesto con cierta actitud reverencial. Notó su cuerpo pegarse al suelo por la inercia de la subida, acompañado de un zumbido que le recordaba al del molesto mosquito veraniego. Las puertas se abrieron de nuevo lentamente y enfiló el iluminado pasillo.

*****

Nadie lo esperaba. Su aparición siempre tenía el mismo efecto, caras sorprendidas, sonrisas en los labios y los clásicos buenos días de cortesía. Cada uno, como siempre, estaba en su sitio trabajando. Excepto en determinadas fechas que los había encontrado celebrando algún cumpleaños, era raro no verlos tras las respectivas mesas llevando a cabo las labores asignadas.

 

Tengo un buen equipo - pensó

 

Abriéndose paso entre las mesas de dibujos, rollos de papel, planos, papeleras, taburetes giratorios y otro sinfín de cosas, llegó hasta el acristalado despacho de Juan María y, antes de abrir la puerta, lo vio con los brazos separados apoyado sobre el tablero de dibujo. Vestía una camisa de mangas cortas a rayas azules y corbata a juego, adornada con motivos ecuestres.

 

- Hola Juanma - lo saludo estrechándole la mano.

- Hola Javier, ya están terminadas las modificaciones del proyecto de Alcalá de Henares.

 

Por la voz entrecortada y extrañamente ronca, junto con la sudoración de la mano, presintió el no-cumplimiento de los trabajos encomendados y la discusión que se avecinaba.

 

- Bien, vamos a echarles un vistazo - repuso Javier tratando de sonreír.

 

Juan María se volvió y empezó a revolver en unos rollos de la estantería.

 

Era alto, delgado y elegante; quizá un poco desgarbado - pensó.

 

- Aquí están - irrumpió extendiendo los planos sobre la mesa de dibujo.

 

Mientras realizaba la operación lo miró con detenimiento. Los pómulos sobresalientes y la tez de un blanco casi marmóreo le daban ese aire aniñado y tierno de eterno adolescente El color azulón de las ojeras denotaban las horas que debía pasar por las noches después del trabajo, estudiando las asignaturas que se le habían enquistado impidiéndole obtener el preciado título. A pesar de poseer los mismos ojos de Matías, su padre, la mirada no tenía la limpieza de aquel; con el primero, sentía paz, con él, sus sensaciones eran confusas e indefinidas.

 

- Ya están reforzadas las vigas de carga de la primera planta, comentó Juan .

 

María para comenzar las explicaciones, también hemos acortado la luz de este vano...

 

Javier desparramaba la vista tratando de comprobar disquisitivamente cada medida.

 

- Juanma, no están especificados los diámetros de los forjados de los pórticos tres y cuatro.

- Pero Javier, intervino con tono cansino, los pórticos tres y cuatro son iguales al uno y dos, por lo tanto, se supone que los diámetros también lo son.

- No dejes nada a la suposición y especifícalos.

Hizo una breve pausa y luego continuó con cierta crispación.

- Igual que estas vigas riostras.

 

Cogió un lápiz de entre varios objetos que se encontraban dentro de una taza deformada de cerámica, en la que se podía leer "Nadie es perfecto", y garrapateó febrilmente varias medidas por los planos de cimentación y pórticos del edificio. Un perceptible estremecimiento acompañado de un gélido frío medular le recorrió el cuerpo. Al mismo tiempo que especificaba los datos, se le vino a la mente la imagen del obrero aplastado bajo los escombros del techo desplomado de la guardería.

 

-¿Ves estas zapatas?, las secciones de los pilares son distintas, si no las especificas el constructor puede poner la que le plazca.

 

Juan María lo miraba de reojo con cierto grado de hostilidad, a la vez que aumentaba la cadencia de su respiración.

 

Cuando tomó las riendas del gabinete, la inexperiencia y el no haber comprobado la densidad del hormigón echado por el constructor en una guardería de Alcobendas, costó la vida a una persona y montones de millones a su padre para pagar a unos y otros tratando de aparentar un accidente y evitarle dar con los huesos en la cárcel. Ahora, cada vez que se ponía frente a unos planos aquel incidente caía sobre él como un fantasma del pasado que le acompañaría durante toda su existencia, por eso odiaba tanto las líneas rectas, por eso quizás, su amor por la pintura.

 

Separó los planos uno a uno.

 

- Faltan los planos de alzado y sección - observó Javier sin levantar la cabeza del tablero.

 

Juan María se volvió balbuciendo una especie de gruñido y rebuscó de nuevo entre los rollos de la estantería.

 

A pesar de los años transcurridos, el recuerdo del accidente le seguía golpeando el cerebro sistemáticamente. Tenía la espada de Damocles sobre su cabeza y presentía que podía caer sobre ella en cualquier momento.

 

- Aquí tienes tus planos -, precisó Juan María con gesto dramático.

 

Había entrado en terreno hostil, así que trató de esbozar una sonrisa. Una simple ojeada bastó para darse cuenta del nerviosismo y de la actitud patética de su ayudante.

 

La policía no había cerrado el caso y presentía que el peso de la justicia podía aplastarlo en cualquier momento. Esta sensación de inseguridad le producía una ansiedad que le corroía las vísceras cada vez que tenía delante un tablero de dibujo.

 

Puso el dedo índice de la mano derecha sobre una cornisa y lo desplazó sobre ella.

 

- La semana pasada quedamos en retranquear cincuenta centímetros esta parte de aquí, porque el Plan General de Ordenación Urbana de esta zona no permite este vuelo.

 

La expresión de la cara de Juan María cambió.

 

- Javier, he estado allí y ningún edificio de la zona cumple exactamente el P.G.O.U.

-¿Tú crees que eso es suficiente? - irrumpió Javier recalcando las palabras - Esta fachada es idea tuya - continuó sin esperar respuesta - y no me importa reconocerlo, pero ello no conlleva el saltarte a la torera las ordenanzas municipales de la zona. Te he repetido hasta la saciedad, que puedes cambiar mis diseños a tu antojo, pero lo que no voy a permitir nunca, es que te saltes la Ley a la torera.

 

- Me sorprende que seas tú, precisamente tú, quien sugiera una cosa como esa - contestó Juan María bajando un poco el tono de voz.

 

Al escuchar aquella frase la sangre de las venas desapareció. Se movió lentamente, giró sobre sí mismo y lo miró. Su cara había cambiado. Movía los músculos maxilares apretándolos acompasadamente y los labios mostraban un rictus de maldad y odio, enfatizado por una mirada vidriosa observada en otras ocasiones. De sobra conocía sus cavilaciones.

 

Javier realizó un evidente esfuerzo por cambiar de tema, carraspeó y concluyó:

 

- Voy a estar unos días fuera, cuando vuelva quiero ver esas correcciones.

 

Dio media vuelta y salió del despacho recorriendo el trecho hasta la puerta con la cabeza baja, sintiéndose taladrado por las miradas de Juan, Irene, Lola y Pedro. Lo había notado otras veces. Sabía que el equipo de colaboradores sufría las discusiones con Juan María y se preguntaban por qué no lo ponía de patitas en la calle. Para ellos tampoco era una persona agradable.

 

Pasó por el fresco vestíbulo agradeciendo que Matías no estuviese a la vista. Estaba seguro que le notaría en la cara la crispación producida por su hijo, y eso le haría sufrir. También él conocía sus desavenencias.

 

La diferencia de temperatura le golpeó el rostro al salir a la calle. Sobre el asfalto, el sol comenzaba a derramar implacables sus rayos, anunciando otro día más de aquel caluroso septiembre madrileño a la vez que el peso de la discusión con Juan María se cebaba aún con él en forma de náusea contenida y aversión a todo lo relacionado con la arquitectura. Arrancó el coche para dirigirse a la N-IV y llegó a las interminables rectas de la Mancha, dándose cuenta, por primera vez, desde la salida del edificio donde tenía ubicado el estudio, que estaba conduciendo. Había atravesado Madrid, pasado por Aranjuez y llegado hasta Ocaña sin haberlo notado. Ese espacio-tiempo no existía en su mente. Durante el largo recorrido, permaneció envuelto en una nebulosa abstraído totalmente de lo que ocurría a su alrededor. Sus únicas sensaciones eran: el pellizco en las tripas producido por la discusión y la lapidaria frase de Juan María hiriéndole los oídos. “Me sorprende que seas tú, precisamente tú, quien sugiera una cosa como esa”.

 

Cuando ocurrió lo de Alcobendas, su padre cometió el error de usar a Juan María como intermediario para tratar con las partes implicadas, llevando dinero de aquí para allá, y acallando las múltiples voces levantadas ante el desgraciado suceso. Debía reconocer la gran labor realizada, incluso llegó a comprar a un periodista para que la noticia en la prensa apareciese como un accidente probado. Ahora, cada vez que se veía acorralado, sacaba a relucir alguna frase que, Javier presentía, estaba relacionada con el desafortunado desplome de la guardería. Ese era el principal motivo para soportar sus impertinentes y continuas injerencias. Y lo peor, era su soledad ante los hechos, porque nadie, excepto su padre, lo sabía.

 

Los kilómetros transcurrían al ritmo de los pensamientos que lo martirizaban. Debía eliminarlos, prescindir de ellos, cambiar el chip, como decía Ainoa, o cerrar el paréntesis como decía él. Ya le daría una solución más adelante; lo importante, ahora, era el encuentro con Carmen al día siguiente; para entonces nada podía perturbar su mente, ese día sería demasiado significativo para él, ese día habría convertido en realidad un sueño.

 

Un cartel avisando la proximidad de Santa Cruz de Mudela le devolvió a la realidad del entorno. Los perfiles del paisaje habían cambiado, adquiriendo una tonalidad distinta. A lo lejos se percibía la Sierra de San Andrés, matizando el horizonte con figuras sinuosas coronadas de pequeñas orlas blancas y algodonosas y anunciando el límite entre Andalucía y Castilla.

 

No tardó mucho en encontrarse un tanto cohibido circulando entre las moles de piedra y riscos del paso de Despeñaperros. En el cielo, algunos milanos permanecían flotando en el aire anunciando, quizá, los despojos de un animal muerto, o tal vez, erigiéndose los dominadores de aquel paisaje agreste y montaraz. Sobre el suelo, dos turistas en bicicletas cargadas de mochilas, trataban, con caras descompuestas y al filo de una deshidratación o insolación inminente, salvar pedaleando las interminables pendientes del angosto desfiladero.

 

Tras veinte minutos de curvas y terraplenes la panorámica se fue suavizando hasta arribar al cruce de Bailén. Llegado a este punto, el tiempo voló casi tan rápido como el asfalto bajo las ruedas de su coche, y pasada de la una de la tarde, entró en Granada. Recorrió la Avenida de la Constitución, atravesó el Darro y pasó por la puerta de la Alhambra, divisando en la falda del cerro del mismo nombre, los antiguos arrabales de la Churra y la Antequeruela. Sorteó las, casi siempre jubilosas calles de la Alcazaba, hasta que por fin, divisó la urbanización de sus amigos.

*****

Echada sobre una tumbona bajo el toldo de lona del porche que daba al jardín, Mar leía una revista y dio un respingo en cuanto avistó el coche frente a la cancela de entrada.

Javier la vio acercarse a paso acelerado, precedida de una sincera sonrisa.

 

Con pantalón vaquero, camisa a cuadros azules y amarillos y blancas zapatillas de deporte, parecía más joven y bonita desde la última vez que la recordaba.

 

Casi no le dio tiempo a reaccionar. No había hecho más que poner los pies en el suelo cuando la tenía abrazada al cuello estampándole un sonoro beso en la cara.

 

- Llevo más de una hora esperándote - protestó Mar- Me dijiste que llegarías a las doce y son cerca de las dos. La verdad, me tenías preocupada - continuó en tono de falsa reprimenda.

Aquel recibimiento tan efusivo y cariñoso le reconfortó de sobremanera.

 

- Hum - Gruñó él arrugando las cejas -. Siempre eres igual Mar, ya sabes eso de, "bicho malo nunca muere".

- Hombre sé que eres un bicho, pero no de los malos - observó ella sin perder la sonrisa.

-¿Qué tal el viaje? - preguntó a renglón seguido.

 

Javier no contestó. Le paso el brazo derecho por los hombros y Mar lo imitó agarrándolo con su izquierdo por la cintura. Comenzaron a caminar por el sendero de grava blanca que conducía a la casa. El Jardín, pletórico de flores en aquella época del año, lucía sus mejores galas. Geranios, rosales, jazmines y buganvillas, competían en colorido al paso de la pareja.

 

Unos pasos antes de llegar al porche, Mar se zafó de él adelantándose para abrir la puerta. No había terminado la operación cuando volteó la cabeza y preguntó:

 

- Te veo cara de preocupación. ¿No te habrás peleado con Maite?. Como sea así, hoy te tengo a pan y agua.

 

La negra melena hasta los hombros bailó al compás de la cabeza resaltando los blancos dientes que tras unos finos y bien dibujados labios, aparecían y desaparecían en forma de pequeños destellos según hablaba y sonreía.

 

Escuchó sin oír, durante unos minutos más un monólogo mitinero, que lo único que pretendía era agradar mas que reprochar, hasta que al fin pudo responder.

 

- Simplemente estoy cansado, Mar, y no te preocupes por tu amiga Maite, no me he peleado con ella. ¿Y Antonio dónde anda?

 

Javier disimulaba, o al menos trataba de hacerlo, el sufrimiento experimentado durante el trayecto, pero el reflejo vidriado de una ventana de devolvió la depauperada imagen de su rostro con los restos del padecimiento a modo de recordatorio.

 

-¿Antonio? Bajó esta mañana al centro a solucionar no sé qué en el banco. Ya debería estar de vuelta.

 

Entraron en la casa y Javier se dirigió directamente al salón. Parado en el centro giró en redondo. Pulcro y limpio, el recinto se dividía en dos partes separadas por un escalón para dar dos ambientes distintos. La parte superior, contaba con el comedor, decorado de manera exquisita con muebles de raíz de cerezo, un mueble acristalado donde guardaban una colección de pequeñas figuras de plata y otros objetos, y en un rincón, una mesa redonda llena de fotografías familiares. En la otra parte, la chimenea, rodeada por un tresillo y un puf de manera más informal, presidía la estancia. Javier reparó entonces en la marina colgada en una de las paredes. Uno de sus primero cuadros. Uno de sus muchos regalos.

 

- Siempre me ha gustado este cuadro - comentó él mirándolo con atención.

- Ese cuadro simboliza tu presencia en esta casa - susurró Mar con dulzura.

 

Javier le dedicó una sonrisa y se dejó engullir en una de las confortables butacas del tresillo con las manos cruzadas detrás de la cabeza. Mar lo hizo frente a él.