Andanza de maese Pérez el organista y otras leyendas - Francisco Díaz Valladares - E-Book

Andanza de maese Pérez el organista y otras leyendas E-Book

Francisco Díaz Valladares

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Beschreibung

Una curiosa y estimulante reinterpretación de las leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer, adaptadas a nuestros tiempos por uno de los autores de literatura juvenil de mayor proyección: Francisco Díaz Valladares. Misterio, horror, suspense y un punto sobrenatural se dan cita en estos cuentos para leer bajo las mantas y a la luz de una vela.

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Seitenzahl: 113

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Francisco Díaz Valladares

Andanza de maese Pérez el organista y otras leyendas

 

Saga

Andanza de maese Pérez el organista y otras leyendas

 

Copyright © 2009, 2021 Francisco Díaz and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726886450

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

¡Qué hermosos es ver el día

coronado de fuego levantarse,

y a su beso de lumbre

brillar las olas y encenderse el aire!

¡Qué hermoso es tras la lluvia

del triste otoño en la azulada tarde,

de las húmedas flores

el perfume aspirar hasta saciarse!

¡Qué hermoso es, cuando en copos

la blanca nieve silenciosa cae,

de las inquietas llamas

ver las rojizas lenguas agitarse!

¡Qué hermoso es, cuando hay sueño

dormir bien… y roncar como un sochantre…

y comer y engordar! ¡Y qué desgracia

que esto no baste!

Gustavo Adolfo Bécquer

MAESE PÉREZ EL ORGANISTA

Cuenta la leyenda, que en el convento sevillano de Santa Inés había un viejo organista llamado Maese Pérez, al que todos admiraban por su forma extraordinaria de tocar el órgano.

Maese Pérez tocaba cada domingo en la pequeña iglesia del convento en la celebración de la Misa y la gente acudía, no solo para asistir al Santo Oficio, sino para oírle tocar. Pero era en la misa del Gallo donde maese Pérez El Organista ponía todo su saber sobre las teclas de su órgano. Esa noche acudía a la iglesia del humilde convento lo más selecto de la sociedad sevillana. Condes, marqueses y duques se daban cita para dejarse seducir por los acordes que Maese Pérez arrancaba a su órgano.

Un veinticuatro de diciembre, cercana la media noche, la gente del barrio donde estaba ubicado el convento se arremolinaba junto a la entrada de la iglesia para ver llegar los cortejos de la nobleza sevillana. Las campanas repicaban y los vecinos hablaban entre ellos y se empinaban sobre las punteras para tratar de ver a los señores.

I

Mire usted ese que se acerca con la capa roja y la pluma en el sombrero –le comentaba una vecina a la otra.

¡Madre del Amor Hermoso! Si parece que lleva colgado sobre el pecho todo el oro que trajeron los barcos de las Indias ¿Quién es?

-Ese es el marqués de Moscoro. Ahora anda de galanteo con la condesa viuda de Villapineda, pero, se cuenta por ahí, que antes había pedido la mano de la hija de un rico comerciante muy avaro, que… ¡Vaya!, hablando del rey de Roma…

-¿Qué ocurre?

-Que ese que aparece por allí, precedido de un criado, es el padre en cuestión. Mire usted como la gente le saluda. Es inmensamente rico. Se dice que tiene tantas arcas llenas de ducados de oro y tantos barcos, que él solo podría formar un ejército para luchar contra los turcos.

Detrás del rico comerciante pasó un grupo de caballeros vestidos de terciopelo negro.

-¿Y esos que van tan serios quienes son?

-Esos son los caballeros veinticuatro, los del cabildo municipal. Mire, también está aquí el flamencote. Por ahí se rumorea que los señores de la Cruz Verde no le han echado ya el guante por la influencia que tiene con los potentados de Madrid. Es no viene a misa, sino a oír música. Si Maese Pérez no es capaz de arrancarle con su órgano unas lágrimas, entonces es que su alma se está friendo ya en las calderas del diablo. ¡Ay, vecina! Me da a mí que hoy vamos a tener jarana.

-¿Qué ocurre ahora?

-Que estoy viendo a lo lejos a la gente de los duques de Alcalá y se van a encontrar con la de los de Medina Sidonia que se acercan por el callejón de las Dueñas. Se llevan a matar. Creo que hoy vamos a escuchar más bofetadas que padres nuestros. No os lo dije, ya se han detenido unos frente a los otros y sacan las espadas. ¡Nuestro Señor del Gran Poder nos ampare! ¡Ay virgen Santa! Vamos a refugiarnos en el templo antes de que empiecen los palos, vecina.

Cuando se disponían a echar a correr hacia la iglesia, observaron que las bandas rivales guardaban sus armas rápidamente y recomponían la compostura.

-Pero… ¿Por qué han detenido la pelea? ¿Quién viene por allí?

Por la calle principal se acercaba una comitiva iluminando las fachadas de las casas con antorchas encendidas.

-Es el señor obispo, vecina. Su presencia ha evitado la pelea. Mirad que aspecto más bueno tiene con sus hábitos morados y con el birrete rojo. Ojalá Dios lo conserve muchos años, y que yo lo vea. ¡Ay!, si no fuera por la mediación del obispo, media Sevilla estaría en llamas debido a las peleas y las discusiones de los duques. ¡Pero ha visto usted que hipócritas! Mire cómo se acercan para besarle el anillo, como si no hubiese pasado nada, como si fueran amigos de toda la vida.

Bueno, vecina, entremos que nos quedamos sin sitio, que en un día como hoy la iglesia se pone de bote en bote. Anda que menudo chollo tiene las monjas con su organista… ¿Sabes usted que de otros conventos le han llovido ofertas a maese Pérez? Incluso el señor obispo le ha ofrecido montones de oro para que se fuese de organista a la catedral. Pero él perdería la vida antes que abandonar su órgano. ¡Menudo es Maese Pérez! Aunque… como he podido comprobar por las pregunta que me habéis estado haciendo, sois nueva en el barrio y no conocéis a maese Pérez.

La vecina negó con la cabeza.

-Es un santo varón, la verdad. Humilde, pero no pobre. Su único pariente es una hija a la que cuida con tanto esmero como a su órgano. ¡Mira que es viejo el órgano!... Pero él se las apaña para arreglarlo y afinarlo y suena de maravilla. Y lo hace a tientas, pues no sé si os he dicho que Maese Pérez es ciego de nacimiento. Pero lo lleva muy bien, ¿sabe? Cuando alguien le pregunta cuánto daría por ver, responde: “No tanto como creéis, porque ya tengo más de setenta años y por muy larga que sea la vida pronto veré a Dios”

Y lo verá. Es muy humilde y muy buena persona. Mire usted, vecina; a pesar de que podría darle clases de solfeo a los mejores músicos de Sevilla, siempre dice que no es más que un pobre organista de convento. Maese Pérez se crió al lado de ese órgano, ¿sabe? Me contaba mi señora madre, que en gloria esté, que el padre de maese Pérez era también organista. Desde pequeño, el niño mostró una disposición extraordinaria hacia el instrumento. Cuando murió su padre heredó el cargo… ¡Y qué habilidad tiene! Es una maravilla tocando, pero en la misa del Gallo, cuando el cura levanta la Sagrada forma, lo hace de forma especial. Bueno, para que le voy a contar más, ya lo oirá usted esta noche. Solo tiene que ver que ha acudido a este humilde convento lo mejorcito de Sevilla y hasta el mismísimo arzobispo para escucharle. Y no solo la nobleza sevillana, mire a todos esos grupos que entonan villancicos, al compás de panderos y zambombas. Como usted sabrá esta gente suelen alborotar en las iglesias en una noche como la de hoy, pero aquí callan como muertos en cuanto maese Pérez pone sus dedos sobre las teclas del órgano. Pero entremos ya que ha dejado de tocar las campanas y pronto empezará la misa.

La mujer que le había relatado todos estos acontecimientos a su vecina, entró en el convento abriéndose paso a codazo entre la multitud que se agolpaba a la entrada del templo.

II

En la iglesia había tanta gente, que si alguien hubiese lanzando un grano de trigo hacia arriba no hubiese caído al suelo. Y estaba totalmente iluminada por cientos de cirios y velas que reflejaban sus llamitas en las joyas de las damas que ocupaban las primeras filas de los bancos. Algunas de ellas se encontraban arrodilladas sobre los cojines de terciopelo que habían colocado los pajes, leyendo con devoción el libro de oraciones. Detrás de las ilustres señoras, como un muro que parecía querer defender a sus esposas del resto de la plebe, se encontraban los caballeros.

Al fondo de la iglesia se oía un murmullo parecido al que hacen las olas al rompen sobre la arena de la playa. Pero cuando apareció el arzobispo, el gentío se alborotó en una aclamación de júbilo. Éste echó por tres veces la bendición al pueblo, se sentó en una especie de trono granate y se dispuso a esperar el comienzo de la misa. Transcurrieron, sin embargo, varios minutos sin que apareciera el sacerdote. La gente empezó a impacientarse y aumentó el rumor Entonces el arzobispo mandó a un sirviente para que preguntara por qué no empezaba la misa. Al cabo de un par de minutos salió el sirviente y le comunicó al arzobispo que maese Pérez el organista no asistiría esa noche porque se había puesto enfermo.

La noticia corrió como la pólvora entre la multitud. Enseguida se dejó caer un malestar generalizado que fue en aumento, hasta el punto de tener que llamar a los aguaciles para poner orden dentro de la iglesia.

Cuando los aguaciles consiguieron que la gente guardara silencio, salió de la sacristía un hombre muy delgado, de mal aspecto y, para colmo, un poco bizco. El individuo se acercó al arzobispo y le dijo:

-Maese Pérez está enfermo y no podrá venir a tocar el órgano, pero si queréis yo tocaré en su lugar.

El arzobispo lo miró durante unos segundos y luego asintió con la cabeza.

Muchos de los presentes conocían a aquel personaje extraño que había entrado para ofrecerse a tocar. El individuo era un organista envidioso y enemigo de Maese Pérez. El gentío empezó a enfurecerse, pero en ese momento, hubo un ruido en la entrada y todos volvieron la cara.

-¡Maese Pérez está aquí!... ¡Maese Pérez está aquí!... –gritó alguien.

El organista apareció sobre una silla que transportaban cuatro hombres sobre los hombros. Traía la cara desencajada y muy pálida. Según se supo después, los doctores y su hijita le habían prohibido salir de casa, pero no hizo caso a nadie, decidió que debía estar en la misa del Gallo y se levantó de la cama.

-Sé que esta noche será la última –había dicho-, por eso quiero estar junto a mi órgano, sobre todo porque es Nochebuena.

Algunos de los presentes le ayudaron a subir hasta donde estaba el órgano y enseguida empezó la misa. En aquel momento daban las doce en el reloj de la catedral.

Los asistentes seguían con devoción el desarrollo de la ceremonia hasta que llegó el instante en que el sacerdote cogió la Sagrada Forma y empezó a elevarla. Uno de los monaguillos hizo sonar las campanillas y otro esparció incienso delante del altar. En ese momento maese Pérez puso sus dedos sobre las teclas del órgano.

Un sin fin de sonidos salieron de los tubos de metal que resonaron majestuosos rebotando en las paredes de la iglesia y poco después se perdieron como si se los hubiera llevado una ráfaga de aire.

A este primer acorde le siguió otro un poco más suave que fue en aumento hasta convertirse en una nota larga, larga, que parecía una voz que subía de la tierra al cielo.

Rápidamente empezaron a oírse decenas de sonidos que armoniosamente componían una sinfonía celestial, algo extraño y dulce iba llenando cada rincón de la iglesia y los corazones de los que asistían a la misa. La melodía flotaba y se esparcía como la niebla al amanecer. Poco a poco, los acordes fueron perdiéndose uno a uno hasta que solamente quedaron un par de ellos que se confundían entre sí formando una sola voz sostenida. El sacerdote mantuvo la Hostia elevada sobre su cabeza que aparecía ante los fieles en medio del humo azulón del incienso. En ese preciso instante, maese Pérez abrió la nota que mantenía sostenida. Sus dedos se crisparon sobre las teclas del órgano y la iglesia entera se estremeció bajo una explosión de acordes infinitos.

La multitud permanecía fascinada, con los ojos cerrados, notando en cada poro de su piel aquella melodía que le transportaba. Se podría decir que en aquellos sonidos se juntaban el agua de los ríos, el mar, las plantas y los animales. Cada ser de la creación parecía cantar la llegada del Salvador.

De repente los sonidos del órgano empezaron a apagarse gradualmente, como una voz que se pierde entre el eco alejándose y debilitándose.

Un grito salió de la parte de atrás, un grito agudo, de mujer.

El órgano soltó un sonido extraño y permaneció mudo.

Hubo un revuelo generalizado.

-¿Qué ha pasado? –se preguntaban unos a otro

Alguien subió rápidamente a la tribuna y bajó corriendo.

-Maese Pérez acaba de morir –sentenció con voz triste.

En efecto, el viejo organista había caído de boca sobre las teclas de su órgano. La que había gritado era su hija que ahora se encontraba arrodillada llorando a su lado, mientras el órgano seguía soltando un sonido sordo y prolongado.

III

Había pasado un año desde que murió maese Pérez. Un poco antes de la Misa del Gallo, la gente empezó a remolinarse de nuevo alrededor de la puerta de entrada de la iglesia del convento de Santa Inés. Aquella noche también llegaron al convento la flor y nata de Sevilla. Y el arzobispo...

También coincidieron en la puerta las dos vecinas del año anterior.