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Angelica en el Catay es una comedia teatral del autor Lope de Vega. En la línea de las comedias del Siglo de Oro Español, narra un malentendido amoroso que acabará por provocar varias situaciones humorísticas y de enredo, en este caso en torno a Angélica la Bella, personaje clásico de los libros de caballería, hermana del Príncipe Argalia e hija del Emperador de Catay, cuyo trono llegaría a heredas tras desposar a Medoro.
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Seitenzahl: 89
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Lope de Vega
Saga
Angélica en el Catay Lope de VegaCover image: Shutterstock Copyright © 1970, 2020 SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726616309
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Salen REINALDOS y ROLDÁN.
REINALDOS
¿Tú me amenazas a mí?
ROLDÁN
Harto necio fuera yo
si te amenazara a ti.
REINALDOS
¿Hablas como primo?
ROLDÁN
No.
REINALDOS
5
¿Y como enemigo?
ROLDÁN
Sí.
REINALDOS
Pues qué, no soy hombre en quien
cabrá tu amenaza bien?
ROLDÁN
No, porque no hay en un hombre
donde, aunque este el mundo asombre,
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mis amenazas estén.
REINALDOS
¿Que aún no vale un hombre honrado,
por lo menos caballero,
para ser amenazado,
trayendo otro tanto acero
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como agora traes al lado?
ROLDÁN
Pues de esa suerte, bien fundo
que han de caber en mi nombre
si he de ser mundo segundo,
que, en efecto, cualquier hombre
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se llama pequeño mundo.
REINALDOS
El preciarte de discreto
haciendo lances en mí,
aunque de pequeño efeto,
me ha obligado a que de ti
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no tenga tan buen conceto.
ROLDÁN
Echas mi cólera en risa
con tu reto, ¡risa vana!,
y quien en el mal te avisa
la paciencia cortesana
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con la soldadesca frisa.
Si mundo pequeño, es llano
que es hoy tu persona sola;
serás como el que en la mano,
a la hechura de una bola
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suele traerla a mano.
Este, en su coronación,
le vi una ves, y si quieres
ser de aquesta condición,
guárdate de que me alteres.
REINALDOS
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¿No me dirás la razón?
ROLDÁN
Si siendo mundo eres bola,
con la punta del pie sola
te haré que vayas apriesa,
desde esta margen francesa,
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hasta la playa española.
Y tanto podrás rodar,
que si el mundo es circular,
en llegando al canto de él,
caigas al otro por él,
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si no te detiene el mar.
REINALDOS
¡Notables puntapiés son!
Bien decían estos días,
hablando de tu opinión,
que tienes tus valentías
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allá en tu imaginación.
Si lo que imaginas fueras,
tan furioso e iracundo,
y tan lleno de quimeras,
como otro Nerón, quisieras
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cortar la cabeza al mundo.
El pequeño que en la mano
ponen al Emperador,
es la cifra del mayor,
el nombre de soberano
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y de absoluto señor.
Y eso mismo soy cifrado,
por quien Carlos se ha llamado
soberano y absoluto,
que a mí me debe el tributo
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del mundo que yo le he dado.
ROLDÁN
¿De tu mano le tomó,
y eres el mundo?
REINALDOS
Esto dice
quien ve que el mundo soy yo.
ROLDÁN
Mira que se contradice
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ser el mundo y quien le dio.
Mas si el mundo todo eres,
déjame aquesta mujer
que impedirme gozar quieres,
que en ti podrás escoger
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entre otras tantas mujeres.
REINALDOS
No, que aquesta no es el mundo,
porque bien lo dice el nombre,
en quien ser del cielo fundo;
y si es digna de algún hombre,
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es de mí, y de ti el segundo.
Angélica no es del suelo,
que es su nombre celestial;
bien nos muestra que es del cielo,
y de gozar prenda igual
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tan solo es digno mi celo.
ROLDÁN
Bien has dicho, porque amor,
un infierno de disgusto
ha puesto en mí con su ardor,
y el que es infierno, no es justo
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goce del cielo el valor.
Mas, pues el cielo conoces,
de que has dado testimonio
con tantos fieros y voces,
haré oficio de demonio
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para que tú no le goces.
REINALDOS
Yo le gozaré, y permito
que pase esa libertad
mientras que le solicito.
ROLDÁN
¡Reinaldos...!
REINALDOS
¡Roldán...!
ROLDÁN
Pasito,
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que tiene necesidad
Carlos de dos hombres más.
REINALDOS
Yo quedaré, que soy mil.
ROLDÁN
Muy desatinado estás.
¿A cuál hombre infame y vil
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esto se ha dicho jamás?
¡Piérdanse mil Carlomanos!
¡Piérdase París! No quiero
respetar primos ni hermanos;
saquemos el blanco acero,
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no hablemos como villanos.
REINALDOS
Presto verás quién lo es.
ROLDÁN
Yo te haré, Reinaldos loco,
que lo digas a mis pies.
REINALDOS
Tus palabras tengo en poco;
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tus obras tendré después.
Riñen, y tocan al arma dentro.
[GENTE]
¡Arma, arma! ¡Al arma, al arma!
CARLOS
¡Ah, Roldán! ¿Así me dejas?
ROLDÁN
Aunque mi furia se arma
contra ti, al son de mis quejas,
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ya mi lealtad la desarma;
suspende el brazo, Reinaldos.
Salen CARLOS, BRANDIMARTE y OLIVEROS.
CARLOS
¿Que no parecen decís?
BRANDIMARTE
No, gran señor.
CARLOS
Pues buscaldos,
y de que viene a París
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toda el África avisaldos.
OLIVEROS
Aquí batallando están.
CARLOS
¿Los dos?
OLIVEROS
Sí, señor.
CARLOS
Roldán,
Reinaldos, sobrino...
ROLDÁN
Hoy
no quiero ser lo que soy,
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si así mis desdichas van.
CARLOS
¿Es justo que dos nobles caballeros,
la flor de Francia y el valor del mundo,
cada cual el mejor de los primeros,
sin conocer en su valor segundo,
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esgriman los católicos aceros
contra sus pechos con rigor profundo,
cuando a París se acerca Rodamonte,
de plumas y asta fabricando un monte?
¿Es justo que dos primos, que dos hombres
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que a los Horacios, Decios y Torcatos
borrar han hecho los famosos nombres,
se muestren a su sangre y patria ingratos?
¡Que no veas, Roldán, que no te asombre,
Reinaldos, de mirar que los retratos
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de un Pirro, de un Aquiles, que así os llama
el mundo, hoy quite de su altar la fama!
Pensaba yo ganar la Casa santa
y el gran sepulcro libertar de Cristo,
poniendo mis banderas y mi planta
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debajo de la estrella de Calixto,
y que por la ciudad que David canta,
donde un nuevo Heliodoro, que ahora he visto,
a quien los mismo ángeles flagelen,
las flor de lises tremolando vuelen.
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Pensaba yo que el bárbaro Africano
echara de su casa en Berbería,
con el valor de alguna heroica mano,
¡y viene él mismo a echarme de la mía!
Si las columnas del valor cristiano,
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como las de Sansón, juntas un día,
quiere la ira derribar por tierra,
ríndame el Moro, acábese la guerra.
ROLDÁN
Parece que me miras, y diriges
tus enojos a mí, más que a este fiero.
CARLOS
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Tú, Roldán, me atormentas, tú me afliges.
ROLDÁN
¡Siempre he de tener yo la culpa! Hoy quiero
que a los postreros límites que riges
me arrojes, como infame caballero,
si no tiene Reinaldos mayor culpa.
REINALDOS
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Pues dile que te diga la disculpa.
CARLOS
¿En qué fundasteis la cuestión? ¿Ha sido
sobre despojos del vencido Moro,
sobre cuál de los dos ha merecido
que su nombre mejor se imprima en oro?
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¿Es sobre algún caballo que ha bebido
el agua al Betis, cordobés tesoro?
¿Es sobre entrar primero en la batalla?
¿Cómo no habláis?
OLIVEROS
El uno y otro calla.
BRANDIMARTE
Suspensos, quieren que otra lengua diga
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la causa principal de su querella.
CARLOS
¿Sábeslo tú?
BRANDIMARTE
Yo sí.
CARLOS
Pues ¿qué te obliga
a no me lo decir?
BRANDIMARTE
Ellos y ella.
CARLOS
Yo te lo mando. ¿Quieres que prosiga?
ROLDÁN
Di que no importa.
BRANDIMARTE
Angélica la bella,
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que así la llama el África y la Europa,
va por el mar de amor con viento en popa.
No hay ojos que la vean, que en despojos
el alma no le den; vino a las manos
de Roldán y Reinaldos, cuyos ojos
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son leña de los suyos soberanos.
De esta ocasión proceden sus enojos.
CARLOS
¡Rica empresa de príncipes cristianos!
¡Ved qué Jerusalén, qué Casa santa,
del que vertió por ella sangre tanta!
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¿Una mora africana peregrina?
¿Una virgen doncella entre soldados?
¿Una hechicera, de nombrarla indina,
rémora de varones esforzados,
tal, que invisible dicen que camina,
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y que tiene los campos abrasados
de veneno y conjuros? ¡Qué vergüenza,
que una mujer a tales hombres venza!
Tráiganla luego.
REINALDOS
De tu enojo solo,
que amor, señor, no es culpa, sino estrella.
CARLOS
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No lo había de ser de nuestro polo.
Salen BRANDIMARTE y ANGÉLICA.
BRANDIMARTE
Esta es, señor, Angélica la bella.
REINALDOS
No es más hermoso en el Oriente Apolo.
ROLDÁN
Venus es fea cuando el alba sale,
que no hay lucero que a su luz iguale.
CARLOS
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Dime, mujer para mi mal nacida
entre las yerbas frías de Tesalia,
adelfa vil, veneno de mi vida,
de España destrucción, furia de Italia,
¿fuiste acaso del bárbaro traída
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a mi cristiano Imperio, a nuestra Galia,
para que el Moro gane más despojos
que con sus armas, con tus bellos ojos?
¿Fue industria de Agramante que tu hechizo
mis paladines como Ulises lleve?
ANGÉLICA
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Siniestra información, Carlos, te hizo
quien a infamar mi honor tu lengua mueve.
Si tu vil escuadrón, antojadizo,
con tu lealtad no cumple lo que debe,
no es culpa mía, más flaqueza suya,
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a quien es más razón que se atribuya.
No son para la guerra aquestos hombres.
Dejen las armas; vístanse las galas;
sirvan mujeres de famoso nombres,
buenas de talles, de opiniones malas,
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hagan, porque de verlos no te asombres,
justas en plazas y saraos en salas,
que ricen el cabello los advierte,
en vez del yelmo y la celada fuerte.
Yo soy hija del Rey, y por mí agora,
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digna de serlo tuya, y no he venido
con Agramante a ser encantadora,
pues armas y no hechizos he traído.
Es el Catay mi patria, mi ley mora;
y aunque lo soy, ningún mortal nacido
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se alabará que amor le tuve o tengo.
Hoy, a afrentarlos por tu lengua vengo.