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Desde Toledo a Madrid, de Tirso de Molina, tiene su antecedente en el tercer capítulo de su "novela" Cigarrales de Toledo. Un hombre celoso y despechado, en una noche de pendencia, irrumpe al huir de la justicia en la alcoba de una dama. El encuentro hará que los dos se replanteen la vida a la que parecen predeterminados ante la posibilidad de un nuevo y verdadero amor. Doña Mayor, es una dama toledana que se va a casar por compromiso en Madrid, al día siguiente. Don Baltasar, pretende conquistarla. Durante dos jornadas de viaje entre Toledo y Madrid, asistimos a una lucha contra reloj, urdida por los amantes. Él disfrazado de mozo de mulas y ella, desplegando todos los sutiles ardides de la inteligencia femenina. Tirso despliega todo su ingenio y sabiduría, en el retrato de unos personajes frágiles pero llenos de determinación, dispuestos a seguir los impulsos de sus pasiones y rebelarse contra lo establecido.
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Seitenzahl: 86
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Tirso de Molina
Desde Toledo a Madrid
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: Desde Toledo a Madrid.
© 2024, Red ediciones S.L.
email: [email protected]
Diseño de la colección: Michel Mallard.
ISBN rústica ilustrada: 978-84-9953-616-3.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-258-3.
ISBN ebook: 978-84-9897-176-7.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Desde Toledo a Madrid 9
Personajes 10
Jornada primera 11
Jornada segunda 51
Jornada tercera 101
Libros a la carta 151
Tirso de Molina (Madrid, 1583-Almazán, Soria, 1648). España.
Se dice que era hijo bastardo del duque de Osuna, pero otros lo niegan. Se sabe poco de su vida hasta su ingreso como novicio en la Orden mercedaria en 1600 y su profesión al año siguiente en Guadalajara. Parece que había escrito comedias, al tiempo que viajaba por Galicia y Portugal. En 1614 sufrió su primer destierro de la corte por sus sátiras contra la nobleza. Dos años más tarde fue enviado a la Hispaniola (actual República Dominicana), regresó en 1618. Su vocación artística y su actitud contraria a los cenáculos culteranos no facilitó sus relaciones con las autoridades. En 1625, el Concejo de Castilla lo amonestó por escribir comedias y le prohibió volver a hacerlo bajo amenaza de excomunión. Desde entonces solo escribió tres nuevas piezas y consagró el resto de su vida a las tareas de la orden.
Esta comedia tiene su antecedente en el tercer capítulo de la novela de Triso de Molina Cigarrales de Toledo. Un hombre celoso y despechado, en una noche de pendencia, entra huyendo de la justicia en la alcoba de una dama. El encuentro hará que los dos se cuestionen la vida a la que parecen destinados ante la posibilidad de un nuevo y verdadero amor. Doña Mayor, es una dama toledana que se va a casar por compromiso en Madrid, al día siguiente. Don Baltasar, pretende conquistarla. Durante dos jornadas de viaje entre Toledo y Madrid, asistimos a una lucha contra el tiempo, urdida por los amantes. Él disfrazado de mozo de mulas y ella, desplegando todos los sutiles ardides de la inteligencia femenina. Tirso utiliza todo su ingenio y sabiduría en el retrato de unos personajes frágiles pero llenos de determinación, dispuestos a seguir los impulsos de sus pasiones y rebelarse contra lo establecido.
Carreño, criado
Carreteros
Casilda, criada
Don Alonso, viejo
Don Baltasar
Don Diego
Don Felipe
Don Luis
Doña Elena
Doña Mayor
García, criado
Medrano, cochero
Pacheco, criado
(Don Baltasar, en traje bizarro de camino, baja por la escalera envainando la espada.)
Baltasar Milagro fue no matarme,
cuando el tejado salté.
La casa ignoro en que entré.
¿Si en ella podré librarme
de la justicia? Escalera
es ésta, luz hay aquí.
Si le maté, defendí
mi vida. La vez primera
que llego, Toledo, a verte,
¿de este modo me recibes?
¿A extranjeros apercibes
agrados y a mí la muerte?
Ruido en la calle siento;
diligencias por mí hará
la justicia; abierto está
y con luz este aposento;
entraré a favorecerme
en él de quien le habitare.
(Viénese a la alcoba.)
Su piedad mi vida ampare;
que bien puedo prometerme
de la autoridad y traza
de esta noble habitación
que sus señores lo son:
el riesgo que me amenaza
asegura la nobleza
que en tales casas se cría.
(Cierra de golpe la puerta de la alcoba.)
Sin advertir lo que hacía,
cerré la puerta. La pieza
está tan bien adornada,
que califica a su dueño.
¡Señores!¿No hay nadie? Al sueño
el que habita esta posada
pagará el común tributo.
Una cama de tabí
está descompuesta aquí:
socorro pido sin fruto.
Poco ha que sola quedó,
porque entre su ropa advierto
que, a semejanza del muerto
que el alma desamparó,
conserva el calor vital
en muestras de lo que fue.
¡Válgame el cielo!¿Qué haré?
¿Vióse confusión igual?
Hallándome aquí encerrado,
doy sospecha a una bajeza,
indigna de la nobleza
que mi sangre ha profesado.
¿No es mejor salir y dar
cuenta al dueño de esta casa
del infortunio que pasa
por mí, y humilde obligar
su generoso favor?
¿Quién lo duda?
(Procura abrir la puerta y no puede.)
¡Ay Dios! la puerta
que halló mi temor abierta
la cerró el mismo temor.
¿Qué es esto, enemiga estrella?
De golpe es, y sin la llave,
solo amor y el hurto sabe
averiguarse con ella.
Si arranco la cerradura
con la daga, soy perdido,
pues los golpes y el ruido,
que al dueño avisar procura,
ha de aumentar la sospecha
de quien puertas descerraja:
por todas partes me ataja
la fortuna, satisfecha
de ordinario en perseguirme.
¡Válgame Dios!¡Qué de cosas
se eslabonan prodigiosas,
de que no puedo evadirme!
¿Hay sucesos más atroces?
Si el huésped viene y me ve
aquí, ¿cómo prevendré
¡cielos! las primeras voces
que han de alborotar la casa
y calle, que me persigue,
antes que cortés le obligue
a escucharme lo que pasa?
Una ventana hay aquí;
echarme de ella es mejor.
(Asómase.)
Su altura me causa horror.
¡Cielos! ¿Dónde me metí?
Mujer parece que mora
esta cuadra; estrado es éste,
porque más riesgos me apreste
mi estrella perseguidora;
pues claro está que al instante
que me vea, hará mayor
mi presencia su temor,
y que no ha de ser bastante
mi humildad a asegurarla.
Sí, mujer es principal;
que tanto adorno y caudal
basta, ausente, a autorizarla.
Sillas bajas, contadores,
bufetillos de marfil
y ébano, ajuar femenil,
arquillas, aguas de olores
en pomos (si ya no son
Jordanes, cuyas virtudes
efímeras juventudes
venden a la ostentación)
publican quién es el dueño.
Sobre este bufete están
ropa y basquiña, que dan
muestra de no ser pequeño
el valor de quien las viste.
Apenas el oro en ellas
permite lugar de verlas:
a venir yo menos triste,
en la beldad contemplara
de quien son curiosa esfera.
Encima la cabecera
(¡qué poco el temor repara!),
hay medias y zapatillas,
en cuyo ámbar y rosetas
pudieran gastar poetas
dos resmas de redondillas.
¡Qué pequeña el alma es
que se organiza en su estrecho!
Traiga este melindre al pecho
quien le calza, y no en los pies.
Las ligas, aunque dobladas,
muestran la curiosidad
de su limpia ociosidad,
guarnecidas y encarnadas.
Almohadilla y bastidor
está sobre aquel estrado;
no es tan ocioso el cuidado
de quien hace esta labor.
De cera es esta bujía,
y de plata el candelero;
al paso que considero
la autoridad, policía
y adorno que viendo estoy,
crece en mí con el respeto
el recelo: a extraño aprieto
forzosos motivos doy.
¿No será bueno matar
la vela, por si entra a oscuras,
y sin verme, mis venturas
me pueden fuera sacar?
Sí; que detrás de la puerta,
en acabando de abrir,
seguro podré salir.
Pero no; que la luz muerta,
los indicios acreciento
de mi sospechosa entrada.
Si de gente acompañada
vuelve, y en este aposento
me ven, ¿quién podrá obligarlos
a que mis desgracias crean?
¡Qué de males me rodean!
¡Qué mal que puedo excusarlos!
(Paséase.)
Mucho tarda: ¿qué he de hacer?
Rendiré a sus pies mi espada;
pero estando ensangrentada,
más la obligaré a temer
que a lastimarse de mí.
Persuadiréla cortés,
arrojándome a sus pies;
podrá ser la obligue así.
Y cuando no, y voces diere,
padre o tío acudirá,
que piadoso escuchará
lo que humilde le dijere;
lastimaráse de un caso
tan digno de su favor,
hará alarde su valor,
dando a mis desdichas paso,
desmentirá mi presencia
sospechas ocasionadas;
de mocedades pasadas
su vejez tendrá experiencia;
diréle cúyo hijo soy...
Si en Córdoba acaso estuvo,
o noticia alguna tuvo
de mis padres, libre estoy.
Algo aliente mi sosiego
con esto. ¡Qué de ello tarda!
¡Lo que padece el que aguarda!
Cada vez que a tocar llego
la cerradura, imagino
que tengo de hallarla abierta.
¡Que cerrase yo la puerta!
Nunca es cuerdo el desatino.
Cansado de pasearme
estoy; quiérome asentar.
(Se sienta en una silla a la cabecera de la cama.)
Anoche con caminar,
ahora con desvelarme,
en el sosiego primero
convido al sueño y reposo;
mas no duerme el cuidadoso
que espera lo que yo espero.
¡Válgame Dios! ¿si murió
el ignorante atrevido
que, ciego e inadvertido,
por otro me acometió?
«Confesión», dijo.¡Oh enfadoso
sueño, que a quien le tributa,
si como pobre ejecuta
cobra como poderoso!
Por lo menos dormitar
se me puede permitir;
que al ruido del abrir
fácil será despertar.
(Duérmese, y pocos momentos después abren la puerta. Salen Casilda y doña Mayor.)
Mayor Jurara, Casilda, yo
que me dejé abierto aquí.
Casilda Si cerró el viento tras ti,
tu descuido reprendió.
Mayor Esta vez pensé quedar
sin padre.
Casilda Cuando muriera,
nunca otro mal nos viniera.
Mayor ¿Estás loca?
Casilda Es un pesar
el de herencias, según siento,
que, aunque cubierto de luto,
llora risas por el fruto
que espera, como el sarmiento.
No son mortales los daños
que la hacienda consoló.
Mayor Más quiero a mi padre yo;
Dios me le guarde mil años.
¡Rigurosos accidentes!
Casilda Jurara que se moría.
Mayor Ya duerme.
Casilda Tal batería
hubo de paños calientes.
Mayor ¡Qué enfermedad tan pesada!
Casilda En los viejos es común;
que en ellos, sin ser atún,
no come el mal sino hijada.
Mayor Vete, Casilda, a acostar,
pues hay luz en mi aposento.
¿Qué hora es?
Casilda Campanas siento,
que deben de despertar
al alba.
Mayor ¿Tan tarde?
Casilda ahora
madruga la primavera,
de las flores camarera,
y abotónalas, señora.
Mayor ¿Poetizas?
Casilda ¿Qué he de hacer?
Andar al uso es razón;
de críticos y vellón
no nos podemos valer;
probóme también la tierra.
¿Cuándo piensas levantarte?
Mayor A las diez.
Casilda Vendré a llamarte
y a vestirte.
Mayor Vete y cierra.
(Vase Casilda con la luz que trajo, y cierra.)
Mayor Durmiera yo con sosiego,
de desvelos jubilada,
a estar desembarazada
el alma, que al gusto entrego
de mi padre, más que al mío.
A casarme a Madrid voy,
y enamorada no estoy;
voluntad ¿no es desvarío?
Diréis que sí, y con razón;
que tiene (o será ignorancia)
amor la primera instancia
y esotro la apelación.
(Quítase el rebozo.)
Dormir sobre ello es forzoso.
Ni le quiero mal ni bien;
no resistiendo el desdén,
bien me suena esto de esposo.
Componer mi cama quiero.
¡Ay cielos! ¿quién está aquí?
Muerta soy. ¡Triste de mí!
(Cae desmayada con el candelero en la mano; apágase la luz y al ruido de la caída despierta don Baltasar [y habla como entre sueños dos versos].)
Baltasar