Discursos políticos, identidades y nuevos paradigmas de gobernanza en América Latina - AA.VV - E-Book

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Beschreibung

En las últimas décadas se han producido cambios sustanciales en América Latina, cambios que afectan a las relaciones continentales y, a su vez, han llevado a una nueva reformulación de la gobernanza interna de las naciones. El cambio de etapa histórica ha supuesto también un cambio de ciclo desde parámetros económicos y políticos, probablemente porque hay una serie de hechos que han jugado a favor de estos cambios: el desplazamiento de los centros de poder, el derrumbe de la URSS y un cierto declive del imperialismo tradicional. Este periodo de tiempo es uno de los más significativos en cuanto a la definición de una nueva identidad, de una cultura y de una autonomía institucionalizada en términos de independencia política y económica ante las influencias exógenas y neoimperiales. De hecho, el subcontinente ha avanzado mucho en democracia, en inclusión social, en creación de ámbitos de diálogo continental. Sin embargo, aún quedan problemas sin resolver tales como la falta de cohesión económica y social en diversas áreas territoriales, la violencia, la inseguridad, la pervivencia en algunos sectores sociales de la criminalidad organizada, la corrupción o el deterioro medioambiental. Con este volumen se pretende participar del debate y del análisis de estas cuestiones con miras a la generación de conocimiento sobre los procesos de regeneración democrática en América Latina, y también sobre cómo esta construye una concepción de unidad continental y de ciudadanía latinoamericana

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Ángela Sierra González (ed.)

DISCURSOS POLÍTICOS, IDENTIDADES Y NUEVOS PARADIGMAS DE GOBERNANZA EN AMÉRICA LATINA

Serie Logoi

Directora de la serie: Ángela Sierra González

Primera edición: mayo 2015

© Teresa Arrieta, Mario E. Burkún, Margarita Dalton, María Luisa Femenías, Dora Elvira García G., M.ª Lourdes C. González-Luis, Wolfgang Heuer, Carolina Kaufmann, José Mendívil Macías Valadez, Natalia Pais Álvarez, Dante Ramaglia, Ángela Sierra González, Magaldy Téllez, Ramón Torres Galarza

© de esta edición: Laertes S.L. de Ediciones, 2015

C./ Virtut 8, baixos - 08012 Barcelona

www.laertes.es

Corrección de la traducción al español del artículo de Wolfgang Heuer: Bernardo Caycedo C.

ISBN: 978-84-7584-972-0

Depósito legal: B-7106-2015

Fotocomposición y diseño cubierta: JSM

Fotografía de la cubierta: Carme Miret

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual, con las excepciones previstas por la ley. Diríjase a cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, <www.cedro.org>) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Impreso en la ue

Presentación

En las últimas décadas se han producido cambios sustanciales en América Latina, cambios que afectan a las relaciones continentales y, a su vez, han llevado a una nueva reformulación de la gobernanza interna de las naciones. Este periodo de tiempo es uno de los más significativos en cuanto a la definición de una nueva identidad, de una cultura y de una autonomía institucionalizada en términos de independencia política y económica ante las influencias exógenas y neoimperiales. No quiere decir esto que en épocas anteriores no existiera un impulso inicial que condujeran a estos cambios, sobre todo cuando se superó el ominoso periodo de las dictaduras del Cono Sur, responsables de tantas víctimas y de choques políticos con consecuencias tan dramáticas. Estos aspectos son abordados con mayor profundidad por autores como Magaldy Téllez, Dante Ramaglia, Mario Burkún, Carolina Kaufmann, Ramón Torres Galarza o yo misma en algunas contribuciones al presente volumen. No solo se examinarán los procesos de cambio sino también el impacto que en la vida de la ciudadanía de a pie tuvieron las prácticas políticas de las dictaduras y que dieron lugar a toda una hermenéutica de la memoria, además de la aparición de un nuevo género político como es el testimonio.

El proceso de transición y de reconstrucción de América Latina desde otros parámetros ha derivado de una redefinición del republicanismo y del antimperialismo. Hay que tener en cuenta que las dictaduras del Cono Sur fueron, en mayor o menor medida, cómplices todas ellas de diversos imperialismos, así como de los procesos de neocolonización. En este sentido, nuevas instituciones han nacido, tanto a nivel interno como externo, dirigidas a la consecución de la independencia y al cese definitivo de esa neocolonización. Como característica particular, hay que señalar que América Latina ha vivido una experiencia de regeneración política después de la crisis de los sistemas bipartidistas. Los contenidos básicos del bipartidismo —algunos de ellos aún anclados en el siglo xix— significaron, además, un acceso exclusivo de las elites como candidatos a las responsabilidades institucionales y a la gestión de las corporaciones públicas. Por lo tanto, no solo produjo una burocracia creciente sino también la extensión de la corrupción. El sistema bipartidista fue incapaz de atender a los problemas centrales de la sociedad. Perdió su capacidad de mediación de conflictos sociales y de representación de diversos sectores en beneficio de un monopolio clientelista del poder, donde los sectores subalternos, como sucede en el caso de las mujeres, se vieron especialmente excluidos. Extremo este que examina con detalle María Luisa Femenías en su contribución. Por ello el sistema bipartidista no fue capaz de resolver el descontento social, la violencia creciente y la necesidad de integrar nuevos mecanismos de representación que, sin embargo, los nuevos republicanismos neo-constituyentes sí han tenido en cuenta.

Es posible identificar tres ejes de cambio en la relación entre nueva gobernanza y convivencia política: primero, una nueva configuración del estatus de la ciudadanía, a partir de esta se produce como resultado una restauración gradual de la confianza entre ciudadanía e instituciones públicas. Asimismo, otro eje de los señalados ha sido la generación de nuevos espacios de intermediación que han contribuido a canalizar las demandas de la sociedad. Por último, la creación de ámbitos de interlocución o espacios dialógicos que han implicado la aparición de nuevas reglas del juego democrático. Estas nuevas reglas han incidido en los procesos de tomas de decisiones y, especialmente, en una revaluación de la política como expresión de la democracia y del compromiso político como manifestación de la participación del ciudadano particular y concreto en la construcción del Estado.

La regeneración se ha planteado en toda su radicalidad a través de la invalidación de las redes clientelares del sistema de dominación engendrado por el bipartidismo que generó durante décadas una red cerrada de beneficiarios. Pero, también, ha cumplido un papel la promoción de nuevas ideas acerca del funcionamiento de la democracia y de su capacidad de inclusión social como sucede con la diversidad étnica y cultural. Uno de los aspectos fundamentales de esta regeneración ha sido la integración de las minorías indígenas como sujetos políticos, como señalan en sus capítulos respectivos Margarita Dalton o José Mendívil Macías Valadez y que era una cuestión pendiente desde la crisis del modelo colonial como analiza, a su vez, Teresa Arrieta.

Qué duda cabe que en el corazón de estas ideas se hallaba la aspiración a la unidad, una aspiración que se remonta a los mismos procesos de independencia y que pretendían defender los valores culturales, espirituales y educativos de América Latina. En esta línea se encuentra el trabajo de Lourdes C. González Luis y Natalia Pais que cierran el volumen.

Las diversas intervenciones neoimperialistas del siglo xx provocaron convulsiones de todo orden, la injerencia político-ideológica de las instituciones internacionales, en especial las financieras, generaron estados de temor e incertidumbre y crisis sociales de profundas dimensiones, como sucedió en Argentina en el 2001. Las relaciones de la ciudadanía latinoamericana con las instituciones, desde las más cercanas a las de mayor alcance nacional fueron de honda desconfianza. La convivencia política y la gobernabilidad en América Latina experimentaron una crisis de tales dimensiones que ello llevó no solo a revisar sus relaciones con otros países, como sucede con Estados Unidos, sino a revisar el significado de la región y del sentido de comunidad. Todo ello desembocó en una estrategia clave de conocimiento y (re)conocimiento de la dependencia y de la necesidad de una alternativa a esta que pasaba por cuestionar las prácticas neoimperiales y neocoloniales por una opción explícita de la participación de la ciudadanía en la construcción en la política nacional y continental en varios países de la región, así como revisar las rutas hacia un nuevo escenario democrático de paz y concordia como recoge en su aportación Dora Elvira García.

Pero si América Latina ha avanzado mucho en democracia, en inclusión social, en creación de ámbitos de diálogo continental. Sin embargo aún quedan problemas sin resolver tales como la falta de cohesión económica y social en diversas áreas territoriales, la violencia, la inseguridad, la pervivencia en algunos sectores sociales de la criminalidad organizada y la corrupción y el deterioro medioambiental. El análisis de los factores del desarrollo y la generación de un nuevo ethos empresarial aparece tratado por Wolfgang Heuer que reflexiona sobre la insensatez de ciertas vías por donde transita una idea de desarrollo que compromete el futuro de la región.

Con este volumen se pretende participar del debate y del análisis de estas cuestiones con miras a la generación de conocimiento sobre los procesos de regeneración democrática en América Latina y, también, sobre cómo esta construye una concepción de unidad continental y de ciudadanía latinoamericana.

Ángela Sierra

La Laguna, 21 de abril de 2015

1.

La(s) filosofía(s) de los nuevos republicanismos latinoamericanos, los movimientos neo-constituyentes y la unidad panamericana

Ángela Sierra González

1 Preguntas y dudas

¿Qué tipo de unidad panamericana y de qué naturaleza ha inspirado la idea de ciudadanía continental? ¿Cuáles son sus problemas? ¿Cómo convertir un ideal en realidad? Hacerse estas preguntas, implica otras no menos complejas, porque responder a las mismas involucra procesos tan relevantes para la comprensión del presente de América Latina como el fenómeno de los procesos neo-constituyentes de las dos últimas décadas, las resignificaciones de los nuevos republicanismos latinoamericanos, el nacionalismo «continental» y los intentos de formar una ciudadanía panamericana.

El principio de la unidad latinoamericana ha sido, históricamente, uno de las constantes del discurso utópico latinoamericano y ha actuado como catalizador de toda definición de la identidad cultural de la región, a la que se ha percibido como una, más allá de su diversidad. Sobre la cuestión de la unidad y sus causas, en el contexto presente hay preguntas que son difíciles de contestar. ¿Puede hablarse hoy de una cosmovisión compartida respecto de Latinoamérica? O ¿es solo un sueño sin sustento real fomentado por algunos como es el caso de José Vasconcelos y Pedro Henríquez Ureña?1 O, por el contrario, ¿existe una base real para proclamar un nacionalismo latinoamericano que reúna a todos los países ubicados entre el Río Grande y la Patagonia en una unidad territorial y política? ¿Hay acuerdo con los principios que deben ser rectores de esta? ¿Ha habido un ideario, una praxis nacionalista y una concepción antiimperialista que ha entrado en juego en defensa de los valores y tradiciones de América Latina?2 ¿Cómo se ha contemplado por los teóricos de la unidad panamericana el destino y la integración de la ciudadanía latinoamericana, independientemente de su raza y su origen? ¿Hay relación entre esta idea de unidad y el viejo universalismo humanista?3

Por otro lado, sobre estas cuestiones, de por sí conflictivas, sobrevienen algunas otras preguntas que tienen que ver con las prácticas políticas, tales como el enfrentamiento entre el panamericanismo y el americanismo, que brota de la oposición al imperialismo y la reivindicación del mestizaje. Una de estas preguntas pivota sobre el problema de la cohesión política y territorial, que puede formularse en los siguientes términos: ¿Son los países latinoamericanos un conjunto social cohesionado en torno a elementos étnicos, culturales y políticos comunes, que los diferencian sustancialmente de sus raíces múltiples europeas, indígenas y africanas? Y, ahora, que se imponen en determinadas áreas geográficas, incluida la europea, el nacionalismo identitario,4 que basa la autonomía política y territorial en una identidad cultural singular vinculada a la conservación de formas de vida tradicionales y/o dependientes más que en los procesos de cambio social. Además, cabría interrogarse sobre si los latinoamericanos tienen una identidad particular, individualizada, que los distancia del resto de los países o, ¿es solo esta identidad una aspiración que pensadores y políticos han alimentado desde la consecución de la independencia, como sucede con Francisco Miranda, José Gervasio Artigas y, sobre todo, Simón Bolívar? Así, la identidad latinoamericana aparece como sinónimo de unidad política5 y, simultáneamente, como engendradora de un nacionalismocontinental voluntarista, dado que ningún individuo puede pertenecer a una sola comunidad. Identidad y alteridad están íntimamente vinculadas. Dicho de otro modo, de un nacionalismo que asume la perspectiva de que «América es una nación» o que debería tratarse «como una nación», en la línea de las comunidades imaginadas de Benedict Anderson, que sostiene que una nación es erigida por quienes se sienten parte de la misma.6 Es decir, es construida. Una idea, por cierto, próxima a la expresada por Castells, cuando indica que «es fácil estar de acuerdo sobre el hecho de que, desde una perspectiva sociológica, todas las identidades son construidas».7 De hecho, se incluyó en algunos proyectos legislativos la creación de una ciudadanía continental, como aquella que promovió la Constitución argentina de 1822 y la que se proyectaba aprobar en el Congreso Anfictiónico de Panamá, en 1826.8 En ambos casos la ciudadanía propuesta era la expresión de un construccionismo social. De un modo u otro, las identidades construidas se cimentarían sobre intereses y valores y, sin duda proyectos, la idea de la unidad latinoamericana era entonces —y lo es ahora— un proyecto de largo alcance en el que se establece una conexión específica entre naturaleza, historia, geografía y cultura.

Todos estos aspectos se contemplan en los procesos neo-constituyentes presentes, si bien no se ha abordado la cuestión de una ciudadanía continental, se la mantiene como aspiración. Como posibilidad futura. Por ello, en las últimas tres décadas, según Boaventura de Sousa Santos, se han dado en América Latina tres ciclos de reformas constitucionales, en materia de multiculturalidad, derechos indígenas y pluralismo jurídico,9 algunos de estos cambios bajo liderazgos fuertes. Estas reformas han ido del reconocimiento del derecho a la diversidad cultural y a la definición de la nación multicultural, al reconocimiento de nuevos derechos indígenas, el pluralismo jurídico interno, y a una redefinición del Estado mismo, primero como Estado pluricultural y luego como Estado plurinacional.10 Se ha dado en las nuevas constituciones una revolución antropológica, política y social.

En otro orden de cuestiones, las reconfiguraciones del universo español y el indígena parten de un mestizaje11 previo que genera indeterminación y ambivalencia. En el largo e inconcluso camino de las sociedades latinoamericanas hacia aquello que han imaginado como América Latina, como nación y ciudadanía singular, el mestizaje ha sido citado como característica distintiva. La utilización rutinaria de este concepto lleva a minimizar las contaminaciones extranjeras, las influencias y los préstamos procedentes de otros horizontes de las culturas ajenas al subcontinente. ¿Dónde empieza el mundo indígena? ¿Dónde termina? Hay una tensión entre la cultura europea y la cultura indígena que desemboca en un sistema de castas que los procesos de independización del Imperio español no pusieron fin. Todo lo contrario, el sistema se reprodujo y mantuvo con la misma eficacia. Por ello, cabe preguntarse sobre el mestizaje y sus funciones. ¿El mestizaje cultural de Latinoamérica autoriza a hablar de un conjunto humano diferente, específico, de una civilización nueva y distinta? Hay que ser críticos. El concepto de mestizaje como metáfora de Latinoamérica tiene sus debilidades. Las identidades nacionalistas son construcciones históricas particularmente mutables y no esencias culturales. Si bien para los nacionalistas convencidos del siglo diecinueve, como para algunos de los actuales, la nación es una realidad que se define a partir de un territorio, un lenguaje y una cultura. Es una tríada en la que no es fácil incluir el mestizaje, salvo como rasgo imaginado de la comunidad. Nacionalidad o nación son artefactos culturales. Lo mestizo o la nación mestiza es una invención político-cultural sometida al tiempo de evolución de la construcción nacional, que cumple la misma función básica que otros rasgos, presuntamente identitarios. Una concepción de la identidad como múltiple, diversa y flexible es un acto de realismo político. Además, como señala Fitzgerald «la idea de la identidad como algo unitario, estable, fijo, por encima del tiempo es, con toda probabilidad, una ilusión, aunque pueda ser funcional».12 Solo que la invención de la nación mestiza ha permitido, en mayor o menor medida, la definición del perfil político y social de la ciudadanía en América Latina. Considerar al subcontinente como una férrea unidad histórico-cultural resulta un reduccionismo ideológico hoy difícil de sostener.

En todo caso sobre el tema de la singularidad latinoamericana cabe señalar que el neo-colonialismo practicado durante la segunda mitad del siglo xix provocó la aparición de un nacionalismo específico y la creación de corporaciones como la Sociedad Unión Americana,13 fundada en Santiago de Chile en 1862, a través de las cuales se establecieron contactos y apoyos a los líderes de los grupos liberales del continente que tenían una análoga visión de América Latina y una voluntad de unidad. De esta manera, grupos e individuos latino-americanos dieron a conocer, por todos los medios accesibles, sus reflexiones sobre el presente y el futuro de las nacientes repúblicas, y establecieron con ello las justificaciones necesarias para un accionar político panamericano, tanto al interior como hacia el exterior de los nuevos Estados.

Estos discursos políticos que pretendían ser «realistas», a la vez que utópicos, aproximaban los nuevos nacionalismos a los viejos paradigmas ilustrados y decimonónicos de orden social, mientras que los nuevos republicanismos emergentes se configuraban como el fundamento de una concepción panamericana.

Pero las derivas que el panamericanismo ha experimentado motivan a volver a la pregunta inicial ¿Qué es la unidad latinoamericana? ¿Cuáles son sus raíces? ¿Qué papel han jugado los republicanismos y los procesos neo-constituyentes actuales en esta? Pues, desde que en 1815 Simón Bolívar escribió su Carta de Jamaica14 para la conformación de la unión latinoamericana, su ideal se convirtió en una utopía perseguida en el tiempo, pero inconclusa aún hoy.

Y, dado que la idea de «nación latinoamericana» es la expresión de un nacionalismo que se pretende singular, habrá que empezar el análisis de los problemas de su configuración.

2 Los nacionalismos ¿permanencia o cambio?

El auge de los nacionalismos en América Latina se produce un siglo después de su florecimiento en Europa. Nacidas las naciones latinoamericanas de una larga insurgencia contra el Imperio español, desde los procesos de independización la idea de crear un gran estado estuvo presente, pero fracasó. Por múltiples razones, una de ellas porque el nacionalismo nació con el alma dividida. En efecto, en América Latina el nacionalismo ha seguido dos caminos, por una parte, la nación fue concebida como un proyecto cultural, de pasado y permanencia, al amparo de una concepción étnica o cultural y, por otra, la nación se concibió como proyecto civilizatorio, de futuro y de cambio. Este último fue y es un nacionalismo cívico, pero no ha predominado. Por eso ninguna descripción del pasado o del presente del nacionalismo —sea estatal o regional— puede omitir la referencia a los términos en que sirvió para regular en un determinado momento del proceso histórico, las relaciones entre los ciudadanos y entre los Estados-nación surgidos de las revoluciones independentistas. Per se el nacionalismo no tiene valor progresista o regresivo fuera de su contexto histórico y así hay que reconocerlo. Seguramente, su función principal ha sido en Latinoamérica la de ser una fuente de creación de sentido del entorno.

Pero si el nacionalismo latinoamericano nació con el alma dividida, también, nació como expresión de voluntades políticas diferentes. De modo que se puede hablar de un nacionalismo negativo que persigue la diferenciación frente al Otro, estableciendo, límites y fronteras. Y, un nacionalismo afirmativo que no descarta el entendimiento universal, la cooperación y la interdependencia. ¿Qué tipo de nacionalismo ha sido el latinoamericano? Más afirmativo que negativo, en la medida que ha sido portador constante de las demandas populares. De hecho, su evolución se asocia, a lo largo del siglo xx, íntimamente con las exigencias de tierra, libertad y trabajo, y también con la organización de Estados modernos viables y de sectores públicos eficientes y, sin duda, se relaciona especialmente con la cooperación panamericana.

A estas alturas, es conveniente ver si hay diferencias entre el nacionalismo latinoamericano y los nacionalismos de otras áreas geográficas. Para empezar habría que responder a una pregunta más general ¿Qué es el nacionalismo? ¿Cómo puede ser definido? El nacionalismo como ideología se fundamenta en la reivindicación de la nación como comunidad. Ha sido un movimiento sociopolítico que se basaba en un nivel superior de conciencia e identificación con la realidad y la historia de una nación. No pocos hombres públicos impulsaron desde el siglo xix el sueño de una suerte de nacionalismo latinoamericano, fundamentado en una supuesta identidad común entre las que fueron colonias de España y Portugal. La identidad común se basaba en la comprobación, reiterada en el tiempo, que existían rasgos comunes a lo largo y ancho del territorio continental bajo dominio español: lengua, religión, una historia compartida que se manifestaba a través de problemas políticos parecidos. Es decir, hay una serie de acontecimientos que, a su juicio, justificaban la existencia de una fuerte corriente de ideas que asume la presencia incuestionable de una unidad continental; lo que, a su vez, permitía formular y tratar de impulsar una política a favor del nacionalismo continental, desde el periodo de la independencia hasta el presente. La construcción de nociones como modernidad y nación se hermanaban, en tanto dependían de un mismo conjunto de acciones sobre el territorio, que si bien no modificaban físicamente la geografía, sí terminaban por modificar la manera como se la experimentaba y como se la proyectaba bajo los parámetros de un sistema simbólico representacional de unidad y diferencia, de diversidad y homogeneidad. Pero estos aspectos concretos estaban en relación de correspondencia con las singularidades del nacionalismo latinoamericano más que con un concepto general de nacionalismo.

¿Hay diferencias del nacionalismo latinoamericano respecto de otros? Como tal, el nacionalismo fundamenta sus ideas en la creencia de que existen ciertas características compartidas a una comunidad nacional.15 Rousseau y Hegel son los principales referentes para entender el concepto de nación. Pero los dos grandes filósofos tenían ideas muy diferentes sobre la nación. Para Rousseau los individuos libres y soberanos ponen sus voluntades en común para constituir la Nación. Son las personas las que hacen una nación. Hegel, por el contrario, hablaba de la libertad individual que debía autorrealizarse a través de la nación.16 Pero, ¿cómo se pueden conectar las teorías del nacionalismo surgidas en Europa con la realidad latinoamericana dada la homogeneidad cultural existente en esta? Algunos nacionalismos europeos se basaron en una especie de predestinación metafísica (Fichte,17 Hegel,18 Michelet,19 Barrès,20 Maurras21) que lo vinculaban a la defensa de una herencia histórica. El nacionalismo latinoamericano no se basaba en antiguas razones históricas, sino en razones derivadas de su realidad. En sus orígenes no existía un sentimiento que podríamos llamar nacional, entendido como una conciencia de peculiaridad y la reivindicación de una tradición propia. De hecho, los esfuerzos homogeneizadores realizados por el Estado español, llevaron a una homogeneización continental. Después de la derrota militar de los Estados autóctonos, los españoles no tardaron en establecer una administración colonial altamente centralizada en sustitución de las estructuras políticas preexistentes. Este es un fenómeno contrario a lo ocurrido en Europa, donde la homogeneidad nacional implicaba un reforzamiento de la alteridad con respecto a los vecinos. De hecho, durante los primeros años de la actividad independentista, en los ámbitos militar y político-administrativo, los cargos de responsabilidad y de representación en los inicios del proceso de construcción de las nacientes repúblicas fueron otorgados a individuos que no eran originarios del lugar en donde ejercieron su responsabilidad administrativa.22 Estas decisiones demostraban que la noción de extranjería dentro del ámbito americano no representó un problema en aquel momento porque importaba más salvar la circunstancia concreta y esta circunstancia expresaba la poca fuerza que en ese momento había alcanzado la idea de la unidad nacional en detrimento de la concepción de unidad continental.

De modo que la comprensión del fenómeno del nacionalismo en América Latina tiene un historial largo no exento de contradicciones, aunque desde la independencia muchos países latinoamericanos se sumieron en un proceso de construcción del Estado-nación, los elementos diferenciales usados para explicar la aparición del Estado-nación solo eran «parcialmente» aplicables al proceso de construcción de las naciones latinoamericanas. Esto lleva a que el nacionalismo latinoamericano no tenga una significación fija sino dentro de un contexto dado. La certidumbre empírica de la estrecha imbricación de «lo externo» y «lo interno» fomentó la conciencia de que la idea de Nación y la idea de Latinoamérica no tendrían sentido ni efectividad sin el cuestionamiento ideológico y práctico a esa dominación bifronte, en términos de conjugar lo «interno» en la relación de correspondencia con lo «externo», modulado por los intervencionismo neo-coloniales desde el momento mismo de la independencia.

De manera que hay singularidades. Por lo pronto la historia del nacionalismo en Latinoamérica se caracteriza por la misma combinación de unidad y diversidad que se encuentra en todos los aspectos de la historia latinoamericana. Durante siglo y medio ha sido una aspiración la construcción nacional, pero ha habido grandes discrepancias de un país a otro. Cuando los nuevos Estados latinoamericanos ganaron su independencia el nacionalismo moderno ya había asumido su forma moderna clásica, como resultado de las aportaciones de Inglaterra, Estados Unidos y la Francia revolucionaria. Fue de estos tres países de donde los latinoamericanos extrajeron la mayor parte de las ideas políticas aplicadas al nacionalismo emergente, aunque se dieran las diferencias señaladas.

Así, que puede decirse que, en Latinoamérica, desde el principio fue problemático definir el sujeto colectivo «nación», sus límites y contenidos. Para tratar de definirlo el nacionalismo ha utilizado los apellidos, la cultura, la lengua, la tradición, el origen y la adhesión ideológica, con el propósito de formar ese sujeto colectivo al que le ha dotado de vida propia y de derechos propios que es el Estado-nación. El nacionalismo, en su desarrollo histórico europeo, hizo de los elementos de diferenciación cultural —lengua, etnia y religión— la base de la identidad nacional. No es el caso de América Latina. La diferencia en la esfera cultural/étnica en su sentido europeo rara vez se asoma, debido a la similitud en términos de etnia (un mestizaje genérico que ni siquiera en términos de representaciones nacionales es homogéneo).

Y ello ha sido doblemente problemático, dado que en América Latina, los nacionalismos emergentes del siglo xix no eran necesariamente democráticos. Una definición normativa o prescriptiva de la democracia fue, en muchos sentidos ficcional. A medida que se asentaban los procesos de independencia la democracia era una conceptualización vacía de contenido, particularmente en la configuración del poder social y de la fijación de las expectativas vitales de la ciudadanía. Los procesos neo-constituyentes de los siglos xx y xxi tienen su origen en estas carencias. En los vacíos normativos y políticos. Detrás de ellos está la idea de que nuevas constituciones son necesarias para garantizar una concepción de justicia que debiera, a su vez, ser común, aunque la partidización de la vida pública y su verticalización dificulte lograr ese «optimum» de vida que salvaguarda la cohesión social y la responsabilidad cívica.

Por eso, los nuevos republicanismos neo-constituyentes vuelven sobre la cuestión de la participación de la ciudadanía. La disposición actual en Latinoamérica a que los ciudadanos tengan una mayor participación en la toma de decisiones políticas que la que les otorgaba, tradicionalmente, la democracia representativa que solo establece vías de delegación del poder soberano, ha experimentado una rápida progresión. La democracia participativa vuelve en América Latina sobre la relación mayorías/minorías. Así, en las nuevas constituciones, sin negar que todo sistema democrático, eventualmente, debería descansar en decisiones mayoritarias, los mecanismos o instituciones de participación tienen el propósito de hacer hincapié en el pleno respeto de las minorías, sus opiniones y su capacidad intervenir en los asuntos públicos a través de un mecanismo participativo e institucionalizado.23 La democracia participativa se vuelca en las nuevas constituciones en dar voz a los individuos y a las comunidades, cuyas opiniones, anhelos y aspiraciones rara vez hallaban eco o atención en los mecanismos tradicionales de la democracia representativa. La participación que se desarrolla por diversos medios en muchas democracias modernas se está consolidando dentro del ámbito de la democracia representativa como una nueva manera de hacer las cosas.24 Así pues, las iniciativas de democracia participativa no se orientan en los procesos de reforma de las constituciones a organizar una democracia directa sino a promover un grado más alto y amplio posible de participación, mediante un bien articulado entorno institucional.

En realidad, los movimientos neo-constituyentes de las dos últimas décadas se encuentran con demandas políticas y sociales desoídas, como herencia de la precariedad de las democracias. Se encuentran, además, con limitaciones del panamericanismo heredado, más cultural que político. Y, con una clara degeneración del constitucionalismo decimonónico. Este había sancionado una separación, no individual sino generalizada, entre las conductas reales y el deber ser que resulta de las normas.

3 El constitucionalismo latinoamericano

El tránsito de la sociedad existente antes del proceso revolucionario que llevó a la independencia condujo a la misma al sistema republicano. Tal circunstancia tuvo consecuencias significativas en cuanto a la realidad política e institucional, una de ellas, —la más significativa— la aparición del constitucionalismo. Sin duda el constitucionalismo fue una de las características singulares del proceso revolucionario que en toda América Latina se inició en la primera década del siglo xix.25

La fórmula republicana adoptada en el constitucionalismo latinoamericano posterior a la independencia, se impuso frente a fuertes corrientes monárquicas, apoyadas por muchos próceres de la independencia, en muy amplios sectores ideológicos, políticos, económicos y sociales. Aunque, la sociedad republicana, resultado político e institucional de la revolución y de la independencia, no significó, en lo social y en lo económico, una ruptura con la sociedad anterior.

Pero aunque se hizo hincapié en los principios básicos del republicanismo hay varios republicanismos en juego. Republicanismos elitistas, republicanismos patricios y clasistas, otros populares, que entran en conflicto con una voluntad de participación de las minorías excluidas. Desde el origen de los movimientos independentistas se mantiene un conflicto interno y la tensión entre los diversos constitucionalismos. Pero se imponen los republicanismos conservadores, que mantienen el valor de la estabilidad de las instituciones como principio fundamental.26 Se podría decir que son republicanos «culturales» que mantienen la separación Estado e Iglesia, como seña de identidad —y no siempre, porque también invocan el catolicismo como principio del Estado—,27 pero que restringen, en la práctica, los derechos de la ciudadanía. El republicanismo que inspira los movimientos de rebelión que acaban en el proceso de independización postulaba el principio de libertad de los pueblos, pero no aplicaba este principio al conjunto de la sociedad. La pregunta a hacerse era ¿qué pueblo? Ni los esclavos ni los indios ni las mujeres. La república en Latinoamérica, por lo menos en las expresiones que se dieron durante gran parte del siglo xix, no fue calificada constitucionalmente como democrática. Era representativa, se basaba en el sufragio, aunque limitado y restringido, y no vislumbraba siquiera la posibilidad de ninguna forma de ejercicio directo de la soberanía, con excepción de la electoral.

Desde el origen de los procesos de independización se dio en Latinoamérica un movimiento constitucionalista que engendró la aprobación de constituciones reguladoras de los poderes del Estado. Eran constituciones que pretendían delimitar las atribuciones de cada uno de ellos y asegurar el cumplimiento de la ley, así como los derechos de todos, y se inspiraban en los principios republicanos. Pero se rehuía el uso del término democracia, que se consideraba entonces, en las elites políticas revolucionarias protagonistas de la independencia, como una peligrosa forma de ejercicio incontrolado del poder. Sin embargo, había aspectos notables en el constitucionalismo postrevolucionario. Se pretendía instaurar una serie de derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos, aunque derivó, en la práctica, en ficciones. No es gratuito que los modelos constitucionales derivados de los principios liberales en América Latina hayan buscado establecer con claridad los límites del poder político respecto de los derechos individuales básicos. La matriz histórica del nuevo constitucionalismo era la lucha política e ideológica contra el modelo de Estado absolutista del Imperio español, que establecía un amplio control gubernamental de la vida colectiva. La idea de Constitución, como documento escrito, de valor superior y permanente, que contenía las normas fundamentales de organización del Estado y la de declaración de los derechos de los ciudadanos, con el carácter de ley suprema ubicada por encima de los poderes del Estado y de los ciudadanos, y no modificable por el legislador ordinario fue, sin duda, un aporte fundamental de los nuevos republicanismos28 latinoamericanos. El concepto central de este republicanismo sería el concepto de libertad como no-dominación, pero, este es, también, el concepto básico de democracia,29 cuyo ejercicio estaba vedado. De hecho, la democratización social no tenía aún el reconocimiento expreso y formal de las nuevas constituciones que siguieron a la independencia.

Sin embargo, los principios fundamentales del constitucionalismo republicano en Latinoamérica se inspiraron en los de la Revolución francesa de 1789, al menos en la terminología y la aplicación de algunos principios. Estos, fundamentalmente, fueron la constitucionalización de la organización del Estado, de los derechos de la ciudadanía y la asunción de la soberanía por el pueblo. Este constitucionalismo implicaba la aceptación de la idea de la necesaria existencia en cada Estado de un texto normativo escrito de jerarquía suprema, que reuniese en sí las disposiciones esenciales relativas a la naturaleza del Estado, a la situación en él de los ciudadanos y a sus derechos, a la soberanía, a la formación de la voluntad política, a la nacionalidad, al sufragio, su organización y garantías, a la forma y a la estructura del gobierno y a los poderes actuantes dentro de este.

Pero, como se ha señalado, la república no era la república democrática. Eran repúblicas representativas y presidencialistas, de acuerdo con el modelo predominante emanado de los textos constitucionales de los Estados Unidos. Estos principios influyeron significativamente en la conformación de los nuevos Estados latinoamericanos a comienzos del siglo xix. Sin embargo, hay que subrayar como un cambio radical de los parámetros políticos, la idea misma de la existencia de una Constitución como una carta política escrita, que emana de la soberanía popular y que tiene carácter rígido, constante en ciertos aspectos y que no solo organiza al Estado, sino que también tiene una parte dogmática, donde se declaran los valores fundamentales de la sociedad y los derechos y garantías de los ciudadanos.30 Son textos cuyo objetivo es la sustitución radical del régimen monárquico absolutista.

Ahora bien, la primera de las constituciones latinoamericanas que es la Constitución Federal para los Estados de Venezuela, de 21 de diciembre de 1811, recibió la influencia directa tanto de la Constitución francesa como de la Constitución americana. De la Constitución americana recibió la influencia de la forma federal del Estado, del presidencialismo como sistema de gobierno dentro del esquema de la separación de poderes, y del control de la constitucionalidad como la garantía objetiva de la Constitución. Pero en cuanto a la redacción del texto constitucional de 1811, la influencia directa de la Constitución francesa es evidente, particularmente en la regulación detallada de la forma de elección indirecta de los representantes, en el reforzamiento de la separación de poderes, y en la extensa declaración de derechos fundamentales que contiene.

Los procesos de independización latinoamericana estuvieron presididos por la influencia del lenguaje político emancipatorio de la Ilustración, que fue una referencia para todos y cada uno de ellos. Sin embargo, la Constitución, más que como un reflejo, un texto normativo basado en la realidad de la sociedad a la que debía aplicarse, era concebida como un ideal, como un necesario instrumento para el cambio y para el logro de los principios y objetivos políticos que idealmente proclamaban.

Y esa consideración de los textos constitucionales como ideales normativos de dónde procede ¿de la Ilustración? La organización de los poderes del gobierno, en todo el constitucionalismo que nace con la revolución independentista latinoamericana, se hizo, sin excepciones, recogiendo y estructurando jurídicamente el principio de la separación, independencia y equilibrio de los poderes, que había nacido, o mejor dicho, se había difundido con el pensamiento político de los siglos xvii y xviii por obra de Locke y Montesquieu. Este principio, recibido en las constituciones de los Estados y federal de los Estados Unidos, en la Constitución francesa de 1791 y el nacimiento del constitucionalismo liberal español, se proyectó en América Latina desde su primera organización constitucional.

Pero el constitucionalismo tuvo otras influencias. Particularmente, de los ideales ilustrados. Estos se inician en el siglo xviii con una serie de procesos de maduración intelectual que comienzan, por entonces, a configurar el ideal de la conciencia ilustrada como clave de la «salvación» del hombre en el mundo y no fuera de él. Se configuran estos ideales, de paso, bajo unos valores humanistas, cuya universalización se pretendía.31 Eran ideales que promovían una «nueva humanidad». Pero, a pesar de que efectivamente la cuna de la Ilustración fue Europa (más bien una región determinada de la misma), ya a finales del siglo xviii se desarrollaron esfuerzos ilustradores más radicales y consecuentes en Latinoamérica que en la metrópoli. ¿Dónde se ubica la radicalidad? Los conflictos surgidos con motivo de la independencia de América Latina no solo estuvieron dirigidos a la emancipación de las metrópolis europeas, sino que también abrió alternativas para un cambio radical de la sociedad. En Latinoamérica, la Ilustración llegó a tomar la forma significativa de una lucha contra el colonialismo, a favor no solo de la ruptura de las cadenas de sometimiento colonial sino, además, de la liberación de las relaciones de servidumbre y esclavitud raciales impuestas por las metrópolis.32 Fueron desde el principio insurrecciones antiimperialistas y antimonárquicas. Por ello dieron lugar a un florecimiento del republicanismo, una de sus particulares características.

La sucesión de rebeliones hizo posible el surgimiento de «una nueva identidad americana» capaz de pensar en una reorganización de los estados locales, integrando las nuevas ideas sobre los derechos individuales y la negación de la esclavitud. Esta es una realidad muy específica. Cierto que la emergencia de la nueva identidad es el resultado de la crisis del modelo cultural tradicional y del sistema de castas establecido por el Imperio español y la identidad «colonial» que estos componentes había engendrado. Sobre la dimensión de la crisis de identidad, no está de más recordar lo que al respecto ha dicho Kobena Mercer, «la identidad solo llega a ser un asunto importante cuando está en crisis, cuando algo que se ha asumido como fijo, coherente y estable es desplazado por la experiencia de la duda y la incertidumbre».33 En este contexto de crisis el impacto de la Ilustración y el pensamiento racionalista adquieren una enorme importancia en las nuevas definiciones de identidad, aunque esta será una cuestión que conocerá nuevas resignificaciones, sobre todo, en los nuevos movimientos neo-constituyentes del siglo xx. La asimetría de los poderes, las desigualdades sociales, la debilidad de la propia autoconciencia de la ciudadanía, han constituido uno de los aspectos más significativos de estos procesos neo-constituyentes. De hecho, se redefine no solo el concepto de identidad, sino, igualmente, el de comunidad política, y en algunos sucesivos momentos críticos el propio republicanismo. ¿Cuál es la causa de estas sucesivas resignificaciones? El que la definición de identidad y de comunidad haya experimentado cambios ha sido suscitado por conflictos políticos no solo entre las minorías, sino también al hecho de que aún subsisten problemas graves de territorialidad; permanecen fuertes tensiones con relación a la construcción de la unidad nacional bajo parámetros culturales plurales. Y está la cuestión de cuál es el lugar de los indígenas. Un factor de conflicto34 permanente. Por otro lado, la resignificación de identidad y comunidad política ha ido de la mano de procesos de modernización y, a veces, de dinámicas exógenas, tales como las dinámicas neo-imperiales.

Hay que tener presente una circunstancia, a saber, si había especificidades propias también había puntos de partida coincidentes con la Ilustración europea. Como movimiento, la Ilustración había promovido una experiencia del tiempo en la que lo relevante era la orientación hacia un porvenir que se caracterizaba como mejor que el presente, y un distanciamiento respecto de un pasado percibido como envilecido por todo aquello de lo que el ilustrado quiere separarse: oscurantismo, superstición, ignorancia, irracionalidad. Esa orientación hacia el futuro pretendía no solo una mejora de la vida, sino de la misma humanidad y en el caso de Latinoamérica los ilustrados pretendían la mejora del individuo mediante la acción política, por ello se asumió el derecho a resistir a la opresión o el abuso de autoridad. Y, en el movimiento de la independencia latinoamericana concurrían esos ideales, además de las ideas de libertad, igualdad, soberanía, si bien hay diferencias regionales, como resultado de la heterogeneidad de sus componentes sociales.35 Esa voluntad de expectativa constituía una ruptura con un mundo dominado por la tradición, particularmente, como sucedía en la colonia, pero también con las culturas nativas en las que, mayoritariamente, se daba una concepción del tiempo cíclica y repetitiva.36 De modo que, en muchos sentidos, se elaboró una crítica radical y estigmatizadora de las culturas indígenas e ibéricas.37 Pero esta ruptura con los modos de entender el mundo de las culturas indígenas han supuesto que la cuestión de la etnicidad/identidad se haya colocado en el debate no solo político, sino particularmente constitucional en el siglo xx. El desprecio de las etnias sobrevivientes y de las culturas indígenas supuso, en gran medida, la generación de tensiones no resueltas que han debilitado los ideales republicanos en América Latina y la filosofía política que los inspiraba. De ahí el resurgimiento del constitucionalismo, que ha tenido que abordar el carácter polivalente y diversificado de la identidad. Y la resolución de este problema ha jugado un papel central en este en las últimas décadas del siglo xx.

En todo caso, volviendo sobre el impacto de la Ilustración en la emancipación política latinoamericana hay que señalar que a fines del siglo xviii hubo una imbricación clara de las historias europeas y americanas durante aquel periodo.38 En consecuencia, la independencia viene, en parte, como resultado de la influencia de las corrientes intelectuales y filosóficas del siglo xviii europeo, pero también, en el siglo xix, de los elementos constitucionales británicos, inspiradores en parte de los republicanismos emergentes en Latinoamérica.39 Todas estas cuestiones se planteaban porque resultaba insuficiente caracterizar la república tomando exclusivamente en consideración el hecho de la ausencia de gobierno monárquico. En Europa, el principal objetivo político era deshacer el poder de los nobles feudales para dárselo a los ciudadanos comunes —dominados económicamente por comerciantes e industriales—. Así se reinventó la democracia: libertad (para comerciar), igualdad (para deshacer las jerarquías feudales), fraternidad (para formar naciones homogéneas). Pero los nuevos republicanismos emergentes en América Latina no asumieron como prioridad la cuestión de la democracia.

Posteriormente, a finales del siglo xix se pretendían más objetivos, incluida la consecución de la democracia como una forma de organización social,40 una tarea siempre pendiente. Pero, como en tantos otros aspectos de la organización política, la realidad no era paralela a la normatividad jurídica. El predominio del Poder Ejecutivo, del señor Presidente, fundado en el caudillismo, en el poder militar, en la prepotencia o en la indebida influencia gubernamental, ocultó —y prácticamente llegó casi a suprimir— el sistema constitucional de independencia y equilibrio de los poderes del gobierno. La permanencia prácticamente indefinida en el ejercicio del Poder Ejecutivo, directa o indirecta, personalmente o por persona interpuesta, violando la Constitución o reformándola cuantas veces fuera necesario fue un elemento característico de la vida política latinoamericana del siglo xix y en parte del xx.41

4 Los nuevos republicanismos y los procesos neo-constituyentes

La cuestión es que el consenso múltiple en un Estado plural en el que existen culturas minoritarias, adscriptas a territorios, tiene una traducción política. ¿Qué significa esto? Pues que el Estado debe de hacerse aceptable para los miembros de «las culturas minoritarias», porque el republicanismo es un proceso abierto que va siendo definido por la propia sociedad, tanto territorial como políticamente y en el cual el federalismo aparece no solo como un sistema de articulación territorial, sino como una actitud autónoma hacia los valores, la sociedad y el curso de la historia. En las viejas constituciones decimonónicas latinoamericanas el federalismo era tan ficcional como la democracia, puesto que el republicanismo conservador provocó una clausura del proceso de cambio. La independización fue solo una revolución política, no social. Quedó pendiente —y por mucho tiempo— una profunda modificación de los hábitos y costumbres que fueron disfuncionales al despotismo monárquico colonial. Así, ha habido desde la independencia repúblicas autoritarias y despóticas, repúblicas corruptas y oligarquías aferradas al poder que no reconocían a las minorías indígenas como sujetos políticos. La aparición de los movimientos neo-constituyentes de las últimas décadas responde a esa realidad. La evolución del constitucionalismo corre paralela a la evolución de los ideales republicanos y los cambios introducidos por los procesos neo-constituyentes han acaecido en los Estados plurinacionales y pluriculturales latinoamericanos, en los que el monoculturalismo, centralista y excluyente, no solo desconocía a los pueblos indígenas, sino que estuvo siempre en contra de ellos.42

Y esto nos lleva a la cuestión de qué tipo de democracia se asocia hoy con el republicanismo en Latinoamérica, habida cuenta de que existen dos formas distintas, y aún antagónicas, de entender la democracia: la liberal y la radical. Para la versión radical, la democracia se define ante todo por la soberanía, por la titularidad popular del poder, y tiende a que el principio democrático no presida solo la política, sino todos los ámbitos de la vida social. Para la versión liberal, la democracia se caracteriza ante todo por la limitación del poder sobre las personas. No tanto por la cuestión de quién manda, sino a la de cuánto manda. En la determinación de los ideales del republicanismo hoy no se puede partir de la idea de que libertad e igualdad son conceptos similares. Una persona libre, no sujeta a dominación, es una persona que no está constreñida por impedimentos externos. Una persona igual, sin aclaraciones adicionales, no sabemos qué es. Se tiende a que la igualdad sea un concepto descriptivo, pero la igualdad es una cuestión empírica. La igualdad y la justicia pueden afirmarse solo por reglas que establecen que ciertos beneficios o cargas deben distribuirse entre las personas, pero las reglas no pueden ser declarativas, tienen que garantizarse las condiciones según las cuales los beneficios y las cargas sean distribuibles y ello es difícilmente separable de una intervención del Estado, habida cuenta que existen amplios grupos de personas susceptibles de sufrir interferencias arbitrarias por parte de otro conjunto de personas o de alguna persona en particular. Son los denominados «grupos de vulnerabilidad».43 Con estas reformas, se buscaba no solo darle más participación a los ciudadanos en el ejercicio del control político y en la toma de decisiones (desarrollo de la democracia directa y participativa) sino que además, se buscaba dar a los diferentes Estados una mediana estabilidad política y jurídica a través de la consagración de normas fundamentales para cuya reforma se necesitara un procedimiento especial más complejo que el de una ley ordinaria. Estas normas fundamentales, alejadas del libre juego político de las contiendas electorales y de los parlamentos, se esperaba permitirían avanzar tanto en la consolidación de los derechos y garantías individuales de los gobernados frente a los posibles excesos de los gobernantes, como en la consolidación de regímenes políticos estables. En este contexto, las nuevas constituciones o las reformas estructurales que se llevaron a cabo en materia constitucional tenían, no solo una vocación de superioridad formal con respecto a las demás normas jurídicas, sino a su vez, una vocación de permanencia necesaria para que las sociedades políticas del sur pudieran avanzar en la consecución de fines comunes,44 como los perseguidos por el panamericanismo.

Pero, además, tratan el concepto de ciudadanía. En la actualidad, el concepto de ciudadanía vinculado a la nacionalidad no parece suficiente para integrar las nuevas demandas democráticas ni se adecua a los ideales republicanos. Porque, precisamente, el concepto de ciudadano del republicanismo se refiere a una realidad dinámica. La ciudadanía se ha ido ampliando como consecuencia del desarrollo social y civil del Estado democrático. El estatuto del ciudadano ha cambiando en la segunda mitad del siglo xx, que hoy es el resultado del progreso civil (extensión hacia las mujeres y los jóvenes), social (estado de bienestar) y político (mecanismos de participación y representación más amplios y eficientes).

De ahí, que en América Latina se puede observar una diversidad de propósitos en los procesos de aprobación y reformas constitucionales.45 En algunos casos se pretende la reforma de la Constitución y en otros la reforma del Estado para eludir las resistencias opuestas por todo un aparato legal y administrativo heredado que han impedido incorporar nuevos derechos y nuevos actores al consenso social. En todos los casos se ha pretendido lograr con actos jurídicos una nueva legitimidad legal mediante la pugna entre un discurso jurídico dominante y un discurso jurídico contrahegemónico. De hecho, uno de los aspectos significativos es la voluntad de reparación de las comunidades indígenas. Ese anhelo de reparación se ido afirmando como un movimiento paulatino —y zigzagueante— de reivindicación de las etnias sobrevivientes en las constituciones. Los cambios introducidos en algunas constituciones dejan de caracterizar a los indígenas como los restos de una era pasada. En algunas narrativas jurídicas, las etnias sobrevivientes cobran cuerpo y protagonismo en la postulación de un Estado que se pretende crítico con la democracia representativa, e incluyendo, como alternativa una forma de democracia que pretende inspirarse en las formas de autogobierno de estas etnias y que, algunos casos, se autodenominan democracia comunal. En ese sentido, la Constitución del Estado bolivariano de Venezuela se hace expresión de la fuerza normativa de las acciones del soberano popular. Es decir, facilita el proceso mediante el cual el nuevo Estado erige una democracia de lo común, como expresión del poder del soberano popular. En el propio texto constitucional se dice que la democracia se construye, como sólo puede hacerse, desde abajo. La comuna se constituye en ese espacio local desde el cual edificar la nueva sociedad comprometida con la nueva ciudadanía.

5 A modo de conclusión

En este contexto de cambios, el republicanismo cívico en América Latina pretende representar una tercera vía respecto de la democracia como forma de gobierno y de sociedad, consistente en la idea de que la libertad como ausencia de interferencia no basta y aspira a ser un punto medio que aúne las bondades respectivas de las dos tradiciones y supere sus deficiencias. ¿Cómo se superarían las deficiencias? Porque ser libre, se entiende como estar asegurado contra la dominación. Es decir, contra la interferencia arbitraria de otras personas. La diferencia del republicanismo cívico respecto de las otras versiones residiría en que reivindica una concepción material de la libertad frente a la concepción formal del liberalismo clásico. El destino de la libertad republicana queda vinculado al de la igualdad republicana y este, a su vez, al de la comunidad republicana.46 Esta es una aportación básica de los procesos neo-constituyentes. La teoría de la neutralidad del Estado democrático, tan cara a los liberales, no se cuestiona, lo que se cuestiona es que la neutralidad se exprese, únicamente, como respeto al statu quo.

¿Qué efectos tienen estas transformaciones sobre el panamericanismo? ¿Hay cambios en el tratamiento de la soberanía del Estado-nación frente a otros Estados nacionales? Los nuevos republicanismos latinoamericanos y el impulso que estos han dado a los procesos de integración surgen como una componente fundamental de una nueva juridicidad del Estado, pero también de las relaciones interamericanas. Han practicado un proceso de ajuste del ser al deber ser constitucional. Se puede establecer con carácter general que las nuevos republicanismo han desembocado en constituciones «programas», es decir, que son constituciones en las que se establecen determinadas trayectorias, así como un conjunto de directivas para el medio y largo plazo concernientes a las realidades económicas y sociales, sin que hayan sido determinadas por los sistemas jurídicos preexistentes, habida cuenta que las nuevas constituciones responden a una profunda crisis de las instituciones, de la representación y de la gobernabilidad.

¿Los resultados? Las subjetividades políticas en Latinoamérica han sido transformadas por estos procesos, o por lo menos lo están siendo lentamente. En términos generales, las reformas propugnadas y, en concreto, la institucionalización de medios para la participación, suponen procesos de movilización de recursos políticos y ciudadanos, estatal y continental. Se dan nuevos procesos de integración regional, de espacios de coincidencia entre un número variable de Estados que comparten ciertos principios u objetivos. Sin embargo los procesos que se viven en cada uno de ellos son diversos. Pero esto no ha impedido que hayan creado una «comunidad imaginada cuyas identidades se ven artificialmente construidas y promovidas para un conjunto específico de fines políticos».47 Más aún, la posibilidad de participación engendra un proceso de redistribución del poder o, cuanto menos de creación de canales a través de los cuales influir y las instancias de coordinación interamericana son instrumentos de influencia geopolítica y de resistencia a prácticas neo-coloniales aún persistentes. Hay que tener presente que, algunos de los rasgos fundamentales de las democracias contemporáneas que ahora parecen más esenciales, se alcanzaron en realidad hace pocas décadas48 y siempre han tenido una consecuencia, a saber, un reordenamiento de la distribución del poder estatal y continental. Por otro lado, en torno de los diversos procesos de integración existentes ha sobrevenido una narrativa compleja, pues se parte de una conciencia de fracaso histórico en la medida que las relaciones entre los Estados-nación surgidos de las guerras de independencia durante décadas estuvieron presididas más por el conflicto que por la cooperación. El continente sudamericano se presentaba como un «archipiélago político» profundamente fragmentado y enfrentado. En ese contexto, el panamericanismo, presentado como base ideológica de la integración, reaparece una y otra vez, apoyándose en una narrativa restauradora de una Latinoamérica49 unida y de la búsqueda de una armonía entre las naciones latinoamericanas.

Por otro lado, el estudio del proceso de integración latinoamericana plantea algunas dificultades sobreañadidas, pues tiene una agenda política muy extensa. La primera de las dificultades surge a la hora de determinar cuál es su perfil evolutivo y el objetivo final: cooperación o armonía de intereses. Todavía no hay un perfil definido. Así pues, no se ha creado una federación panamericana —la vieja aspiración decimonónica—, pero en cambio se ha llevado a cabo un proceso de integración basado en la contigüidad de intereses, aunque aún no se haya alcanzado la integración en los términos en lo que se entiende esta, como un proceso «por el cual los actores políticos de diferentes entornos nacionales son llevados a trasladar sus lealtades, expectativas y actividades políticas hacia un nuevo centro, cuyas instituciones poseen o exigen la jurisdicción sobre losEstados nacionales preexistentes. El resultado final de un proceso de integración política es el de una nueva comunidad política, sobreimpuesta sobre las comunidades políticas preexistentes».50 Esa es una tarea del porvenir.

2.

Discursos políticos e identidades en América Latina

José Mendívil Macías Valadez

Como muchos otros discursos que hablan acerca de las identidades, el discurso de las identidades políticas en América Latina se encuentra en crisis. Cambios como la casi desintegración de las sociedades agrarias, la urbanización, la educación de masas y la posición de las mujeres, han marcado los diversos procesos de modernización que se superponen en una contradictoria inclusión/exclusión asimétrica en relación con la globalidad. La complejidad sistémica, la hibridación cultural, la indeterminación, la incertidumbre y la fluctuación de los procesos sociales han llevado a esta conclusión. Pero más allá que señalar la crisis de las identidades habría que analizar las tensiones al interior de las mismas. Los procesos que buscan la ampliación de los espacios sociales, la democratización y la justicia, más que eliminar estas tensiones, las han expresado.

América Latina siempre ha buscado dispositivos sociales y culturales para su propia y compleja constitución a partir de una yuxtaposición de culturas, formas políticas y económicas. Conceptos tales como autonomía, autenticidad, liberación, reconocimiento, autoconciencia, exterioridad, alteridad, apertura frente al otro y resistencia han sido utilizados con frecuencia para expresar esta búsqueda, siempre recomenzada, de identidad.51 Uno de los problemas con los que topamos en esta búsqueda consiste en que toda constitución de identidad es considerada —en términos contemporáneos— como inalcanzable; los procesos de identificación nunca se cumplen de manera cabal. Sin embargo, como proceso plural que siempre recomienza y que es re-significado a partir de experiencias y de raíces propias, ha sido un objetivo constante, incluso cuando se considera que toda identidad es definida como compleja, contradictoria y fluida, como una reconstrucción a partir de fragmentos, a partir de una relación móvil con lo diverso. De modo que podríamos decir que vivimos un proceso plural de des-identificación y de redefinición de las diversas identidades latinoamericanas, paralelo al de las formas de des-identificación y de redefinición en las otras regiones del planeta con las que interactuamos, en un mundo hasta cierto punto interdependiente.

Benjamín Arditi ha intentado caracterizar a los movimientos políticos latinoamericanos a partir de la relación entre una política liberal y una política posliberal, ambas igualmente híbridas e impuras, que giran alrededor de conceptos tales como políticas de la diferencia, populismo, democracia, emancipación o revolución. A partir de un particularismo identitario que reivindicaría derechos especiales para pueblos originarios, sectores, géneros, etc., de luchas especiales por los derechos humanos, laborales, de migrantes o de grupos, y por la preservación del medio ambiente, se produciría una crítica al esencialismo de las identidades políticas que habrían sido concebidas de manera demasiado uniforme y totalizadora. Pero también se estarían generando problemas debido a una excesiva particularización, que conduciría en algunos casos a la desorientación y a la constitución de sectas intolerantes.

El presupuesto implícito era que la activación general de la sociedad civil con el surgimiento de movimientos sociales e identidades culturales daría como resultado la profundización del pluralismo y la tolerancia. Esta creencia en el potencial emancipatorio de las diferencias convirtió la crítica del universalismo y la afirmación política del particularismo en un imperativo programático. El reverso de esta perspectiva optimista... es que el apoyo incondicional a lo diferente también puede dar pie a una cacofonía de grupos intransigentes. La defensa de lo diferente se convierte, entonces, en una inversión simétrica de la metafísica de la totalidad.52