Don Gil de las calzas verdes - Tirso de Molina - E-Book

Don Gil de las calzas verdes E-Book

Tirso de Molina

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Beschreibung

Considerada hoy como una de las comedias más atractivas y de mayor éxito en las tablas, "Don Gil de las calzas verdes" es uno de los testimonios más completos de lo que fue el virtuosismo técnico de Tirso de Molina y una obra maestra del teatro barroco. Nos hallamos ante un compendio de originales hallazgos formales, de un hábil sincretismo entre lo popular y lo culto, de cómo explotar al máximo los diferentes juegos de identidad asociados a la ropa, a la voz y al movimiento, de recursos teatrales diseñados para modular personajes hoy considerados «clásicos» y de un sentido del humor que puede leerse también como censura de ciertas prácticas sociales. Tirso de Molina es un creador excepcionalmente dotado para la construcción de atmósferas y paisajes. En esta obra ofrece una visión de Madrid que revela una sorprendente familiaridad con el tejido urbano.

Estrenada en Toledo, en el Mesón de la Fruta, en julio de 1615, por parte de la compañía de Pedro de Valdés, "Don Gil de las calzas verdes" se publicó por primera vez en 1635.

Resumen:

Doña Juana se ha trasladado de Valladolid a Madrid disfrazada de hombre para buscar a Don Martín, quien, después de darle palabra de matrimonio, se fue a Madrid con el falso nombre de Don Gil de Albornoz, para casarse con Doña Inés. Doña Juana, para recuperar a su prometido, toma el nombre de Don Gil (que siempre va vestido con calzas verdes) e intenta enamorar a Doña Inés, prometida de Don Gil de Albornoz (en realidad, Don Martín). La comedia se complica, pues Doña Juana tiene que hacer el papel de hombre, como Don Gil, y de mujer, como Doña Elvira, otra falsa identidad que se crea ella misma para poder congeniar con Doña Inés, esta vez de mujer a mujer. Doña Inés va a enamorarse de Don Gil, pero el enredo no acaba aquí.

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Tabla de contenidos

DON GIL DE LAS CALZAS VERDES

Personas que hablan en ella

ACTO PRIMERO

ACTO SEGUNDO

ACTO TERCERO

DON GIL DE LAS CALZAS VERDES

Tirso de Molina

Personas que hablan en ella

DOÑA JUANA

DON DIEGO

DON MARTÍN

DON ANTONIO

DOÑA INÉS:

CELIO

DON PEDRO, viejo

FABIO

DOÑA CLARA

DECIO

DON JUAN

VALDIVIESO, escudero

QUINTANA, criado

AGUILAR, paje

CARAMANCHEL, lacayo

UN ALGUACIL

OSORIO

MÚSICOS

ACTO PRIMERO

(Sale Doña Juana de hombre con calzas y vestido todo verde, y Quintana, criado).

QUINTANA: Ya que a vista de Madrid

y en su Puente Segoviana

olvidamos, Doña Juana,

huertas de Valladolid,

Puerta del Campo, Espolón,

puentes, galeras, Esgueva,

con todo aquello que lleva,

por ser como inquisición

de [la] pinciana nobleza,

pues cual brazo de justicia,

desterrando su inmundicia

califica su limpieza;

ya que nos traen tus pesares

a que desta insigne puente

veas la humilde corriente

del enano Manzanares,

que por arenales rojos

corre, y se debe correr,

que en tal puente venga a ser

lágrima de tantos ojos;

¿no sabremos qué ocasión

te ha traído desa traza?

¿Qué peligro te disfraza

de damisela en varón?

JUANA: Por agora no, Quintana.

QUINTANA: Cinco días hace hoy

que mudo contigo voy.

Un lunes por la mañana

en Valladolid quisiste

fiarte de mi lealtad:

dejaste aquella ciudad;

a esta Corte te partiste,

quedando sola la casa

de la vejez que te adora,

sin ser posible hasta agora

saber de ti lo que pasa,

por conjurarme primero

que no examine qué tienes,

por qué, cómo o dónde vienes,

y yo, humilde majadero,

callo y camino tras ti

haciendo más conjeturas

que un matemático a escuras.

¿Dónde me llevas ansí?

Aclara mi confusión

si a lástima te he movido,

que si contigo he venido,

fue tu determinación

de suerte que, temeroso

de que, si sola salías,

a riesgo tu honor ponías,

tuve por más provechoso

seguirte y ser de tu honor

guardajoyas, que quedar,

yéndote tú, a consolar

las congojas de señor.

Ten ya compasión de mí,

que suspensa el alma está

hasta saberlo.

JUANA: Será

para admirarte. Oye.

QUINTANA: Di.

JUANA: Dos meses ha que pasó

la pascua, que por abril

viste bizarra los campos

de felpas y de tabís,

cuando a la puente, que a medias

hicieron, a lo que oí,

Pero Anzures y su esposa,

va todo Valladolid.

Iba yo con los demás,

pero no sé si volví,

a lo menos con el alma,

que no he vuelto a reducir,

porque junto a la Vitoria

un Adonis bello vi

que a mil Venus daba amores

y a mil Martes celos mil.

Dióme un vuelto el corazón,

porque amor es alguacil

de las almas, y temblé

como a la justicia vi.

Tropecé, si con los pies,

con los ojos al salir,

la libertad en la cara,

en el umbral un chapín.

Llegó, descalzado el guante,

una mano de marfil

a tenerme de su mano.

¡Qué bien me tuvo! ¡Ay de mí!

Y diciéndome: «Señora,

tened; que no es bien que así

imite al querub soberbio

cayendo, tal serafín»,

un guante me llevó en prendas

del alma, y si he de decir

la verdad, dentro del guante

el alma que le ofrecí.

Toda aquella tarde corta,

digo corta para mí,

que aunque las de abril son largas

mi amor no las juzgó ansí,

bebió el alma por los ojos

sin poderse resistir

el veneno que brindaba

su talle airoso y gentil.

Acostóse el sol de envidia,

y llegóse a despedir

de mí al estribo de un coche

adonde supo fingir

amores, celos, firmezas,

suspirar, temer, sentir

ausencias, desdén, mudanzas

y otros embelecos mil,

con que, engañándome el alma,

Troya soy, si Scitia fui.

Entré en casa enajenada:

si amaste, juzga por ti

en desvelos principiantes

qué tal llegué. No dormí,

no sosegué; parecióme

que olvidado de salir

el sol ya se desdeñaba

de dorar nuestro cenit.

Levantéme con ojeras

desojada, por abrir

un balcón, de Donde luego

mi adorado ingrato vi.

Aprestó desde aquel día

asaltos para batir

mi libertad descuidada.

Dio en servirme desde allí;

papeles leí de día,

músicas de noche oí,

joyas recibí, y ya sabes

qué se sigue al recibir.

¿Para qué te canso en esto?

En dos meses Don Martín

de Guzmán, que así se llama

quien me obliga a andar ansí,

allanó dificultades

tan arduas de resistir

en quien ama, cuanto amor

invencible todo ardid.

Dióme palabra de esposo,

pero fue palabra en fin

tan pródiga en las promesas

como avara en el cumplir.

Llegó a oídos de su padre,

debióselo de decir

mi desdicha nuestro amor,

y aunque sabe que nací

si no tan rica, tan noble,

el oro, que es sangre vil

que califica interés,

un portillo supo abrir

en su codicia. ¡Qué mucho,

siendo él viejo, y yo infeliz!

Ofrecióse un casamiento

de una Doña Inés, que aquí

con setenta mil ducados

se hace adorar y aplaudir.

Escribió su viejo padre

al padre de Don Martín

pidiéndole para yerno.

No se atrevió a dar el sí

claramente por saber

que era forzoso salir

a la causa mi deshonra.

Oye una industria civil:

previno postas el viejo

y hizo a mi esposo partir

a esta Corte, toda engaños;

ya, Quintana, está en Madrid.

Díjole que se mudase

el nombre de Don Martín,

atajando inconvenientes,

en el nombre de Don Gil,

porque, si de parte mía

viniese en su busca aquí

la justicia, deslumbrase

su diligencia este ardid.

Escribió luego a Don Pedro

Mendoza y Velasteguí,

padre de mi opositora,

dándole en él a sentir

el pesar de que impidiese

la liviandad juvenil

de su hijo el concluirse

casamiento tan feliz,

que por estar desposado

con Doña Juana Solís,

si bien noble, no tan rica

como pudiera elegir,

enviaba en su lugar

y en vez de su hijo a un Don Gil

de no sé quién, de lo bueno

que ilustra a Valladolid.

Partióse con este embuste;

mas la sospecha, adalid,

lince de los pensamientos

y Argos cauteloso en mí,

adivinó mis desgracias,

sabiéndolas descubrir

el oro, que dos diamantes

bastante[s] son para abrir

secretos de cal y canto.

Supe todo el caso, en fin,

y la distancia que hay

del prometer al cumplir.

Saqué fuerzas de flaqueza,

dejé el temor femenil,

dióme alientos el agravio,

y de la industria adquirí

la determinación cuerda,

porque pocas veces vi

no vencer la diligencia

cualquier fortuna infeliz.

Disfracéme como ves

y, fiándome de ti,

a la fortuna me arrojo

y al puerto pienso salir.

Dos días ha que mi amante,

cuando mucho, está en Madrid;

mi amor midió sus jornadas.

¿Y quién duda, siendo ansí,

que no habrá visto a Don Pedro

sin primero prevenir

galas con que enamorar

y trazas con que mentir?

Yo, pues que he de ser estorbo

de su ciego frenesí,

a vista tengo de andar

de mi ingrato Don Martín,

malogrando cuanto hiciere;

el cómo, déjalo a mí.

Para que no me conozca,

que no hará, vestida ansí,

falta sólo que te ausentes,

no me descubran por ti.

Vallecas dista una legua:

disponte luego a partir

allá, que de cualquier cosa,

o próspera o infeliz,

con los que a vender pan vienen

de allá, te podré escribir.

QUINTANA: Verdaderas has sacado

las fábulas de Merlín;

No te quiero aconsejar.

Dios te deje conseguir

el fin de tus esperanzas.

JUANA: Adiós.

QUINTANA: ¿Escribirás?